Últimas publicacionesToda la información.

República de la reflexión




“Un montón de gente no es una república”

                                                   Aristóteles.


República de Aristóteles


Lo que define en sentido clásico a una República es, según Aristóteles, la realización de la libertad, la justicia y el bien común, sustentados en la cada vez mayor profundización del desarrollo de las más variadas capacidades cognoscitivas de la ciudadanía, cabe decir, de su Ethos o su civilidad. Es la educación, la formación cultural, lo que hace posible la identificación de la bondad, la belleza y la verdad como la savia vital, única e idéntica, que alimenta y nutre toda la estructura orgánica, todo el cuerpo, de la sociedad entera. Omne trinum perfectum est. El éxito de una república depende, en gran medida, de la calidad de su formación educativa. Y hasta se podría llegar a afirmar que toda auténtica república es, en el fondo, una sociedad del y para el conocimiento, incluyendo el de sí misma . Como dice Aristóteles, el bien se identifica con la verdad, mientras que el mal se identifica con la ignorancia: “la maldad en la elección -dice el estagirita- no es causa de lo involuntario sino de la ignorancia”. Sólo de este modo se puede concretar la efectiva división de los poderes públicos y su recíproco control; la conformación, así como la consecuente participación activa de la auténtica ciudadanía, lo mismo que la representación de todos los sectores de la sociedad, con iguales atribuciones y derechos. 

“Derecho Natural y Ciencia del Estado” es el subtítulo de la obra más importante del pensamiento político escrita por Hegel: sus Lineamientos de la Filosofía del Derecho. Los términos presentes en el mencionado subtítulo, designan dos disciplinas que son constitutivas de la filosofía jurídico-política pre-hegeliana, precisamente, el 'derecho natural' y la 'ciencia del Estado'. La primera tiene sus orígenes entre el siglo XVII y XVIII. La segunda pertenece a la tradición de la filosofía política clásica. Lo sustancial del propósito de Hegel consiste en sorprender la abstracción que se genera a partir de la fractura, del desgarramiento, puesta entre ambos términos. Para la filosofía política clásica, una visión de los hombres aislada de lo político significa el acercamiento a lo meramente natural y barbárico, la salida de la civilización. El soporte del idiota. Sólo con la irrupción de la subjetividad, propia del espíritu moderno, la llamada ciencia del Estado se independiza de la antigua consideración del ámbito de lo público como comunitas civilis sive politica. Pero el resultado fue la separación radical de la vida política y de la vida civil, del derecho y la moralidad. Desde entonces, o el individuo privado o el Estado son puestos, indistintamente, como premisas del quehacer de la sociedad. El comunitarismo o el individualismo tienen sus orígenes en esta doble abstracción.

Norberto Bobbio habla de 'individualismo' contra 'organicismo'. De un lado, el emprendimiento privado. Del otro, el estatismo proteccionista. Dos polos antagónicos que, inducidos por la lógica del entendimiento reflexivo, se enfrentan recíprocamente. O lo uno o lo otro. El Aut-Aut: o el totalitarismo estatista o el individualismo privatista. La trama se ha roto y el tejido social cobra sus inevitables víctimas. Sin fuentes de producción, sin alimentos, sin medicinas, con una inflación que se desborda con el pasar de las horas, con una inusitada violencia que amenaza la propia existencia del ser social, del todo y de las partes. Es la república de la conciencia desgarrada, de la ficción, del no-reconocimiento. La república del dolor, en la que no cabe el Ethos o, como lo llama Ortega y Gasset, la civilidad. La reflexión ha actuado para cumplir su labor de disección: el “socialismo” se asume como el aplastamiento absoluto de la iniciativa privada. El “neo-liberalismo” como la hostil confrontación “contra el Estado”. Estatolatría contra privatización. Privatización contra estatolatría. Y, dependiendo del punto de vista desde el cual se represente el correspondiente antagonismo, se asumirá el consecuente “logos” maniqueo: éste es “el bueno”; el “otro” es “el malo”. Prisioneros de sus correspondientes dogmas particulares, en realidad, de sus “pasiones tristes” -como las denomina Spinoza-, de sus irracionales prejuicios e inclinaciones instintivas -mientras, nel mezzo del cammin le van sacando el mayor provecho personal al asunto-, ambos lados terminan por depauperar y destruir la sociedad y, con ella, a los individuos, es decir, tanto a la sociedad política como a la sociedad civil, ese complejo orgánico y necesariamente contradictorio, correlativo en sí mismo, que constituye al Estado.

¿Cómo se puede interpretar el “no estamos dispuestos a entregar el poder”, como estatismo o como supremo individualismo, como comunitarismo o como privatización del Estado? ¿Cómo conviene asumir la vieja sentencia: “no participo en elecciones, no me interesa la política”, ¿como una expresión de la privatización de la vida pública o como una manifestación de estatismo privatizador? En síntesis, la “lógica”, o más bien, este modelo de la absoluta incoherencia e inconsecuencia, desde la cual se pretenden fundamentar ambos puntos de vista -o más bien, sus intereses-, terminan por trastocarse recíprocamente, poniendo de relieve las miserias sobre las cuales sustentan sus discrepancias. Al final, tirios y troyanos terminan asumiendo el “silogismo de autoridad”, que presupone la existencia de un “lado bueno” y un “lado malo”, como si cada lado pudiese existir sin la presencia del otro, como si ambos no fuesen necesarios el uno para el otro, como si cada uno de ellos no fuese la garantía de la existencia del otro. 

Conviene, una vez más, insistir en la formación cultural, en la schilleriana educación estética, como fundamento de la vida pública y de la vida privada para la creación, como dice Hegel, de una “segunda naturaleza”, como, de hecho, lo es la vida civil. El Ethos no es, como supone la tradición jurídico-política moderna, una “teoría de la moral”, sino, en sentido estricto, la indisoluble unidad de individuo y sociedad. Para tener costumbres robustas, capaces de promover bondad y prosperidad, es prioritario conquistar una adecuada reforma moral e intelectual. El Estado no es la simple supresión del derecho y la moralidad sino, justamente, su correspondiente superación y conservación. Lo uno no es nada sin lo otro. Sólo se supera lo que se conserva. Un árbol no es un árbol si no conserva en la majestad de la extensión de su follaje la multiplicación de la semilla que le ha dado origen. Y es en esto que consiste el objetivo de una educación integral, capaz de trascender los límites de lo meramente técnico o instrumental. Más que del conocimiento, el futuro está en la sociedad del re-conocimiento porque el re-conocimiento es la garantía de la libertad republicana. La libertad debe enfrentarse y superar los límites que ella misma se impone. No hacerlo significa permanecer en la pura pretensión de ser lo que no se es. Las repúblicas de la reflexión, de mero reflejo -que viven de espejismos-, con sus “montones de gentes” y, en consecuencia, con sus multitudes ignorantes, están condenadas a padecer las plagas generadas por su propia barbarie.  

    



  



José Rafael Herrera

@jrherreraucv


     



La técnica de las técnicas


 


La libertad de hablar se está perdiendo. Antes era evidente que las personas que mantenían una conversación se interesaban por su interlocutor, pero eso ha sido hoy sustituido por la pregunta por el precio de sus zapatos o de su paraguas. En toda conversación se va infiltrando el tema que plantea las condiciones de vida, el del dinero. (…) Es como si estuviéramos atrapados dentro de un teatro y tuviéramos que presenciar la obra que se representa en el escenario, lo queramos a no, convirtiéndola, una y otra vez, en objeto del pensamiento y la conversación. Walter Benjamin.

El castigo ha dejado poco a poco de ser teatro (Foucault), quizás porque el teatro comenzó, desde algún momento en más, a formar parte de la cotidianeidad. El acceso a las artes debe venir desde medios controlados, nunca más desde la espontaneidad, al menos no para los pueblos. Los pueblos tienen un vigor especial, alimentarlo, avivarlo, es traer las llamas del Olimpo. Lo que sobrepasó por completo al teatro griego como ornamentación educativa para las polis, fue la tortura europea del siglo XVII.

La evidente reacción de los actores en cada una de las piezas de este espectáculo de los reyes (Debord), precedió a gran parte de las teorías filosóficas continentales del siglo XX; los actores ejecutaban sus papeles con pasión porque formaban parte central de la obra; eran su llama, su calor, su razón, quienes estaban en la última escala para la creación del lenguaje; el verdugo sabía que sus manos y sus herramientas representaban el poder del rey, éste jamás podría quedar mal. Hipotéticamente es otro el que castiga, desde las sombras, pero no participa en el castigo dada su bondad intrínseca, hipotéticamente no sabemos quién castiga, vemos un acto y ejecutores a sueldo que siguen ordenes (Nuremberg); este es un agente que puede estar a un metro o a miles de kilómetros de distancia del ajusticiado, omnipresente, solamente necesitaba enviar una información clara, precisa, tenaz, para sentirse impotente al respecto, o el mayor de los castigadores. El supliciado era la encarnación del cuerpo del Cristo, uno con su sufrimiento, quién murió y seguirá muriendo por todos nuestros pecados en una liturgia sonora-visual para comprender las consecuencias de ser masa. Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.

El público forma parte de un juicio, es jurado, una propaganda nacida por ellos mismos, para ellos mismos, desde sus pobres techos, sus humildes moradas; reaccionan al evento avivándolo o en contados casos, pidiendo compasión, siempre reaccionando. Ni la democracia fue tan políticamente participativa como una obra de teatro. Hay muchos casos documentados en que los verdugos debieron huir de sus propios puestos de trabajo ante la ira del pueblo por piedad.

Es entonces el teatro una forma de conocimiento de la opinión pública (un voto), una elección sin registros estadísticos, que opina del poder de sus políticos y de sus violadores, un juicio estético reservado más para el mal que para el bien. La política de los infiernos, corazonadas, ritmos, pautas manipuladas, aunque sin un resultado predecible; lo único predecible es que se obtendrá algo. Es el único medio en donde la humanidad se enfrenta a sí misma (Miller). La esencia literal de los infiernos de Sartre.

Es la imagen que causa el teatro una opinión de cada tiempo, una manifestación culta. Si el teatro es paupérrimo, hablamos de una sociedad paupérrima; cada cosa que se insinúa, se dice, se hace, habla sobre emperadores e imperios. El cine, por ejemplo, habla de muchas cosas, entre ellas de dinero, de espacios de tiempos, de limbos; el teatro es presente puro, el mas natural de los actos como regalo, aunque regalo siempre para troya. Un engaño para una guerra, para un descanso, para una fiesta, para una masacre, mas no todo esto es literal y puede que sí. Masacrar a un pueblo es disminuir su capacidad de sentir, hacer guerra con un pueblo es coartar y tomar su cultura, extasiarlo para que se sienta angustiado, devastado, exhausto.  

El teatro no nació como accidente, aunque sea uno, como una cosa que nunca sabremos si realidad fue o si volverá a ser. Pero, ¿qué es en realidad? Quizás nunca podamos identificarlo con alguna civilización, aunque la creencia esté. El teatro es tentador, tentación, tentativo, tensión. Un universal que puede darse binariamente. El creador de los proyectos binarios tuvo que haber conocido el teatro, así como la guerra, así como la política, así como el ritual. Recibe el reconocimiento a través y sólo a través de su iniciativa. Es la intención más acertada de las simulaciones, pues miente con la verdad.

Por tanto, el poder es mentiroso, de ahí el posmodernismo. La máxima que acusa es esta: las verdades establecidas, los hechos, las causas exactas, las moralidades. El arte de mentir debe separarse del castigo a plena luz del día, el castigo verdadero debe ser en las sombras; el falso castigo, así como las falsas caricias, a plena luz del día. La mentira, como arte, como verdad tiene esa corriente: el actor tiene la responsabilidad de ser el rey de su papel el tiempo que sea necesario; tan excelentemente como para que nadie se le iguale, y tan cruelmente para que nadie se le acerque.

Conócete a ti mismo y conocerás al mundo. El teatro se atreve a gritar esto en la cara de un público. Es una caracterización de valientes, de memorizadores coloniales de algún tipo de psicología, perseguidos día y noche por su imposible pizarra rasa. El actor, en general, si no tiene público, tiene lentes. El actor en particular tiene tablas, respiros, murmullos, susurros, silencios, respetos, aplausos. Es su propia vida un accidente, la vida de un actor no se rige por la verdad sino por el mito, por una confusión profesional de quién es verdaderamente. La más santificada ambigüedad en algún tipo de persona; después el loco, después el villano, después el comediante, mas ninguna tan necesaria, tan anhelada, tan maestra.

Con todo esto no quiero graficar que el teatro no es necesario. ¿Pero quien sabe lo que se puede hacer con una bomba? ¿Un rey? ¿Un poder? ¿Un pueblo? ¿Un actor? ¿Un espectador? ¿Un ejército? ¿Un coro? ¿Un director? ¿Quién vendrá a salvarnos con otra obra artística que sobrepase, que trascienda nuestra alienación? Invirtamos los términos. ¿Vendrá algún Vietnam? ¿Es el teatro la más evolucionada de las técnicas humanas? La llegada de un mesías, nuestra historia, nuestra vida, nuestra especie. El presente, para ser tiempo, debe viajar al pasado (San Agustín). Mil demonios acechan la frontera de las nobles verdades, mis manos quizás actúen la posición de sus dedos, de todas formas, jamás lo sabremos. El espíritu realmente libre es capaz de bailar, en la incertidumbre, hasta el borde de los abismos. 

"El tiempo corre. Gracias a él, primero vivimos, lo cual quiere decir que ya hemos sido acusados y juzgados por la gente. Luego morimos y permanecemos aún unos años entre los que nos han conocido, pero muy pronto se produce otro cambio: los muertos pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo real, pasan a ser marionetas". Milan Kundera

De los idiotas

 De los idiotas



José Rafael Herrera

@jrherreraucv


“Si la conducta y el discurso de un hombre dejan

de ser políticos, se vuelven idiotas: egocéntricos,

indiferentes a las necesidades de su prójimo,

inconsecuentes en sí mismos”.

                                               Christopher Berry, 

   La idea de una comunidad democrática, 1989



De los idiotas con CI


La política, muy a pesar de las premeditadas campañas publicitarias que se ejecutan en su contra -las que, por cierto, en los últimos tiempos se han vuelto sistemáticamente reiterativas-, es más que la ocupación de un cargo o que el empleo de una pericia, de una techné. En realidad, muy por encima de tales representaciones, más o menos convencionales, la política es una disciplina no solamente ética sino, además, estética, dado que comporta nada menos que el delicado arte de ser ciudadano, lo que equivale a ser un compositor, un arquitecto o un edificador de la vida civil, de la existencia común, en sociedad. 

De hecho, el término griego poiesis, que fundamenta la creación poética, se traduce como “el hacer productivo del ser humano”. Y en tal sentido, se puede afirmar que la política, bien comprendida, se identifica con la acción poética. Después de todo, la praxis política es un modo de realización estética, una “obra de arte”. Es por esa razón que los idiotas no pueden ser políticos. Y cuando lo intentan las consecuencias pueden llegar a ser catastróficas. Desafortunadamente, el siglo que apenas se inicia, heredero de las pestilencias de la egolatría sembrada por el entendimiento abstracto y sus mass media, ha ido apuntalando los frutos de su retorsión, al punto de generar una auténtica pandemia de idiocia en el ámbito del quehacer político y social, lo que equivale, en términos onto-históricos, a una auténtica contradictio in terminis. Al mayor embrollo.

A comienzos del siglo XX, los psicólogos positivistas Alfred Binet y Theodore Simon, llevaron a cabo lo que pomposamente designaron como “la primera prueba de la inteligencia”. Su propósito consistía en calcular el coeficiente intelectual de las personas, teniendo como base la destreza de los niños para tocarse la nariz con el dedo índice o para contar monedas. Así fueron, poco a poco, clasificando el coeficiente intelectual (CI) de sus potenciales conejillos de Indias. Para ellos, las personas “normales” presentaban un CI mayor a 70, pero un “superdotado” poseía un CI de 130. En cambio, quienes poseían un CI inferior a 70 eran calificados como “débiles mentales”, si poseían una edad mental entre 7 y 10 años. Estaban entre los “imbéciles” quienes se encontraban entre los 3 y los 7 años. Y los “idiotas” eran los que poseían una edad mental de 3 años. Como en su momento señalaran Adorno y Horkheimer, el modelo de “ciencia” positivista, que sigue ejerciendo su hegemonía sobre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, apesta.

A partir de entonces, el término “idiota” pasó a ser utilizado con pasmosa naturalidad en las áreas jurídicas, psiquiátricas y comunicacionales, echando las bases para su consecuente vulgarización, es decir, para su uso y abuso por parte del sentido común. Y fue así como la expresión “idiota” comenzó a ser asociada con las personas que o padecen de cierta discapacidad mental o con aquellas a quienes se pretende ofender, desplazando, de ese modo, el sentido y significado de su auténtico origen histórico y cultural, el cual por cierto poco tiene que ver, en sentido estricto, con el que le atribuye la vulgata positivista. En efecto, para la cultura clásica antigua, un ίδιώτης se corresponde con un ciudadano al que solo le interesan sus asuntos, sus negocios personales y, por eso mismo, es un individuo privado, limitado e indiferente ante los asuntos propios de la vida pública, de la ciudad, de la πόλις, pero no por debilidad mental o por poseer un bajo coeficiente intelectual, inferior a 70, sino por carecer de educación ciudadana.

Es probable que cuando Brecht escribiera el conocido poema Ahora vienen por mí, estuviese pensando en los idiotas, mezquinamente absortos en su propia indiferencia, esos que no parecen enterarse del dolor ajeno hasta que ya es demasiado tarde. Como advertía Platón, “el precio de desentenderse de la política es el de ser gobernado por los peores”. De hecho, el desentendimiento y la indolencia respecto de “la cosa pública”, tarde o temprano termina en los acantilados de la selva del Darién o en las turbulentas aguas del Río Bravo. Fue Descartes quien afirmó que “por lo menos una vez en la vida” se hace necesario atreverse a dudar de los propios prejuicios y de las propias presuposiciones. 

Un idiota ve los árboles, pero no logra ver el bosque. Él es la viva imagen de la crisis orgánica del presente, la confirmación de la progresiva desnaturalización de la propia condición humana. No es, como dice Bauman, el resultado de una “modernidad líquida”. Más bien, es un licuado, un deshecho. Y es que, en estos tiempos de culto a lo privado y de pensamiento débil, los idiotas pululan, brotan como los hongos de la tierra. Los unos consideran que la acción política nada tiene que ver con sus intereses personales, y afirman que si no trabajan no comen. Los otros, más osados, se incorporan -o se “enchufan”- al “negocio” político con el objetivo de sacarle algún provecho personal y, de ser posible, enriquecerse a costa de los recursos públicos, es decir, a costa de la pobreza de las mayorías. Y, al gansterilizarse, la política es sustituida por la idiotez. Casos diversos. Consecuencias idénticas. Deliberadamente se ha ido sembrado el rechazo del interés por la vida política. La fórmula es muy sencilla: mientras menor sea el interés por la política mayor será el grado de idiotez. Como afirmaba Aristóteles, el hombre es un animal político, un zoon politikón. Es verdad que, como dice Marx, “solo hasta el siglo XVIII, con la “sociedad civil”, las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados”. Pero, paradójicamente, durante “la época que generó este punto de vista, esta idea del individuo aislado”, se produjo el mayor crecimiento histórico de las relaciones sociales, al punto de alcanzar “su más alto grado de desarrollo”. El resto son “robinsonadas”.

A los idiotas, convendría repetirles -siguiendo la conseja cartesiana-, por lo menos una vez en la vida, la estrofa final del poema de John Donne citado por Hemingway en Por quién doblan las campanas: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

     

         




El efecto de levantarse por la mañana

 


Por la mañana, al despertar, un hombre no pudo identificar su yo del mundo exterior. La persona que despierta es el resultante de sus propios sueños, de su propio cuerpo, de su estadio emocional, de su contingencia.


Traspasa inevitables posturas y contradicciones para ser aquel hombre que abre los ojos. El individuo que despierta, piensa que su ser llega más lejos de lo que en realidad puede, porque su alma, que es trascendente, detona como cuerpo, dentro de una cultura, de una familia, rodeado de pulsiones, como si se tratase de una gigantesca explosión impotente. No existe una convicción más cartesiana que el yo por la mañana, cuando la realidad llega a chocar desde algunos frentes con la condena desdichada de ser uno mismo, saliendo, volviendo a nacer, reescribiéndose, recordando, olvidando. Quizás esta sea la prueba más certera de que el Yo es una ilusión, el cual puede crecer hasta donde el individuo se permita, donde pueda, disminuirse, expandirse, pero siempre como individuo, diminuto, subatómico. Hay un estrato en esta infinitud donde se tiene un límite, donde no podemos llegar, desde donde no se puede partir, eso, suponemos, es lo real. Aunque no podamos demarcarle. Es una conexión con lo salvaje, algo que puede que sea nuestro yo; no se puede afirmar lo contrario; pero que no funciona bajo ningún control conocido, ya que, aunque se quiera, no se le puede observar.


Pero no es solamente el control lo que se difumina, sino también el producto sensorial de la lejanía. Se ha pensado que involucrar estos parámetros en cualquier debate sería absurdo, pero, ¿Por qué no hacerlo? ¿Desde donde debemos asirnos para enfrentar la verdadera realidad del yo? ¿Hasta dónde debiera llegar nuestro lenguaje? Expandir la simbolización es, necesariamente, expandir un control y una sensación. No hemos podido salir del estructuralismo, así como necesitamos el posestructuralismo para captar estos espacios. Lo total es la materia de la filosofía.


El choque del yo que se despierta es un choque que tuvo que haber tenido un comienzo. Freud lo define al hablar del placer del Bebé al tocarse, esto es, cuando quiera, placer inmediato, ante la impotencia de no tener el pecho materno a su antojo. ¿En qué punto notó el individuo que había algo como parte de su propio ser, y algo totalmente ajeno a todas sus sospechas? La agresión. ¿Cuándo comenzó a notar que podía manipular esta realidad con instrumentos viles y con verdadera disciplina? Estas respuestas unen a la lactancia con la adolescencia como al nacimiento con la muerte, sólo por ser específicos.


La persona que creemos conocer está mutilada, no recuerda todos sus anhelos, es más, ni siquiera los puede nombrar, aunque está carencia de palabras sean los miembros que le queden. Ésto atenta directamente con más de algún supuesto. Como por ejemplo, que seremos mejores día a día como especie. Quizás la ética, la religión, y hasta la moral importen más de lo que imaginemos, aunque no por los motivos que pensemos, sino por los motivos que creamos. Ética por motivos egoístas, religión por motivos egoístas, moral por motivos egoístas. Estamos organizados de tal modo que podemos gozar con intensidad sólo el contraste y no el estado.


Según los preceptos del Nirodha (budismo), el ideal del sujeto seria hacer que sus pulsiones no dependan de la aprobación de algún otro. La libertad se alcanza no satisfaciendo los deseos, sino eliminándolos (Epicteto). Se ha hablado de Sublimación, de Estoicismo, de Decadencia, pero estas no parecieron nunca ser soluciones universales, sino relatos basados. No podemos asegurar que los individuos no nazcan con constituciones pulsionales particularmente desfavorables, ni que hayan pasado de manera regular por las transformaciones y reordenamientos de sus componentes libidinales. No podemos obligar a los tipos a un proceso disciplinario (aunque se haga), por muy ético que parezca, coartando la libertad de los individuos en desmedro de un potencial que ignoramos, no podemos hacer el camino de la Stoa porque no hay puerta; es ella la que se vive desde cualquier punto como principio máximo de la incertidumbre.


Todo el sufrimiento del humano moderno viene desde tres aspectos principales: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres y la familia, el estado y la sociedad. La cultura es entonces, una forma de sufrimiento (Rousseau), asegura las culpas desde la niñez, protegiéndonos de lo que nos “daña”, siendo lo “dañino” ella misma. La libertad individual no es patrimonio de ninguna cultura, fue antes de toda ella. Es por esto que una unión entre dos seres puede ser más fuerte que el individuo, un vínculo es el mayor de los engaños, pero es lo único que nos hace hombres y mujeres. La sociedad culta se encuentra frente a una permanente amenaza de disolución, es este temor lo que la condena a medir constantemente sus fuerzas, pensando bien de ella, tal y como el viejo Mefistófeles nunca quiso pensar. Pensando mal, es control por interés propio, que nació de la intimidad de la familia primitiva, desde el amor y la violencia, desde la agresión y las pulsiones libidinales. La máquina tiene este conocimiento, lo que le da su poder, sabe que entrar en nuestra intimidad es vital, sabe del sadismo de la sociedad, y de los adultos hacia ella, y del masoquismo y de los adultos ante ella. Para volver a amar al Estado hay que agredirlo. No hay problema con ello, la culpa existió antes que la moral. La culpa estará de todos modos. 


Ese individuo que se levanta por las mañanas es un agresor, porque todo alrededor solamente es parte de su yo; pero mientras apaga la alarma, y lucha por levantarse, es llevado por el sistema público a aquello que siempre se le negará.

Líneas de tendencia de la economía futura


 


El servicio se puede cargar, como transacción económica, solamente una vez de forma impositiva, dada su esencia, mientras que al producto se le sigue a través de todas o, como mínimo, en una cantidad legalmente aceptable de traspasos que puedan controlarse sobre él. Esta definición parece ser plausible a simple vista, porque existe una cantidad innumerable de servicios que pueden seguir haciéndose gozando de su intangibilidad, pero solamente en mutuo acuerdo, fuera del registro, siendo su rastreabilidad un proceso dificilísimo si la relación entre proveedor y consumidor se manifiesta libremente, tendiente a uno.


El producto, mientras tanto, es rastreable. Se puede fiscalizar su posesión, su venta ilegal, se puede moralizar y vandalizar en la opinión pública, se le puede geolocalizar y geomoralizar (Simmel).


Lo interesante de estos términos es que una relación de dos individuos libres, pasaría a ser una relación pecaminosa, una especie de orgía de mercado, una fiesta banal al servicio solamente de quienes tienen los medios para organizarla, planificarla, publicitarla y catalogarla.  El producto es Dionisiaco porque llega a fertilizar consecuentemente los mecanismos que regulan el mercado, crea hijos; el producto es un extranjero en la relación dual comerciante-cliente, ya que nunca tiene solamente una esencia, por el contrario, es la diferencia de esencias lo que se intercambia; es un actor que exacerba los sentimientos con respecto al intercambio; "sin preocupación" debe ser la especificación del producto para el correcto arrojamiento al abismo del consumo. Dionisio, fase nocturna del sol, es afectado por las fuerzas oscuras, es un deseo que se satisface en el acto, pero no un segundo después, dado su carácter material, es ya, desde muchos antes, una promesa que satisface para dejar la nada; involucra cierto caos que debe ser controlado por la máquina; el mismo caos que se detectó, históricamente, en el producto como resultado de las épocas de la martirización del cuerpo. El cuerpo de Cristo es un producto y no un servicio, en principio. Lutero lo ejemplificó perfectamente siglos después como algo inmaterial. El producto debe ser seguido igual que su medio de Intercambio, el cual es el punto medio más excelente entre producto y servicio que se ha inventado hasta ahora, su perfecto sincretismo: El Dinero.


El dinero es una evolución de Apolo a Dionisio y viceversa, es el más puro estudio de los ciclos. El dinero se ha perfeccionado quizás desde la época de los templarios sin detenciones, al santo servicio. Sin dejar de ser un producto por su condición absolutamente rastreable, es un servicio por su naturaleza irreconocible. Es bipartito. Digno de admiración para quién lo tenga, o de condena, eso no depende. Su arqueología existe desde lugares que podrían desaparecer, con ello hay que tener mucho cuidado, su reajuste no es casual. Es evidentemente necesaria una filosofía de la razón instrumental que pueda pensar en el futuro, las antiguas pistas de lo que jamás podremos confirmar con respecto al lado servicial de la economía del pasado pertenecen al lado oscuro. La filosofía instrumental, si le hay, permanece sólo como instrumento, jamás como amor. Si nuestro dios es el dinero deberíamos de ser necesariamente una civilización dualista.


Las triadas de Georg Simmel explican mucho mejor el concepto dionisiaco del dinero. El dinero es un foráneo en la relación simbólica, la cual es evidentemente diádica, pero desigual. La distancia entre las relaciones crea un valor subjetivo que incluye innumerables factores, pero que representan una interacción permanente entre lo extraño y lo extranjero. El individuo no quiere demasiado cerca al otro, empero, es este mismo individuo, al cual no tiene cerca, el que le brinda un producto o servicio,  y que se transforma en objeto; un objeto extraño, porque no se le reconoce, extranjero, porque jamás formará parte de uno mismo. Cualquier objeto extraño representa un dolor.


El dolor es tiempo. El dolor es trabajo, es dinero. Precisamente esta característica sensible presenta la dualidad entre dos dioses. Un encuentro particular, como entre Alejandro Magno y Diógenes de Sinope. Un regalo o una limosna. Pero, ¿Quién la da?


Pretendernos como iguales realza la desigualdad. El dinero es un facilitador de intercambios lineal, pero no igual, un acuerdo irresoluble, eternamente permanente. El dinero iguala al núcleo de nuestros átomos con el ritmo circadiano, con los ritmos de la falta, con cadencias a un vacío de entendimiento abismal; es un puente que desciende, un puente que cae, un puente que muere. El dinero es retroceso.


Antonio Gramsci predijo que la batalla sería cultural, porque es desde ahí donde pierde valor el intercambio impuesto para su propia caida, sin caída no hay progreso económico. La caída cultural y transaccional gana valor en el acercamiento a la persona, a su ser, desde su necesidad, desde su carencia, desde su tiempo, desde su dolor, desde su lucha, pero en la utilidad. Nadie ha dicho que la contracultura no es cultura, pero la contracultura o perdió su horizonte o se hizo el privilegio de unos pocos. Es imperativo, su regreso.

Lo irónico es que en la cultura no debería primar el valor del dinero, dado que la cultura es un bien en sí misma. No puede ser de otro modo, no hay otro camino. Los caminos que quedan ya están atrincherados por unos pocos que cuidan o que quitan. La falsedad pervive, conoce nuestra cultura y quiere dividendos.


El acercamiento a la verdad es un acercamiento desastroso, en harapos, con miedo, con miedos; es un acercamiento en éxtasis, ya sea por la agonía o por la pasión. No hay un acercamiento sincero desde el utilitarismo monetario. Es ahí el problema de lo dual del dinero; el problema de la síntesis del producto y del servicio. Se debe abolir está síntesis. Mas, no puede existir un otro sin un reflejo. 

En este intercambio que hay entre nosotros y el espejo, no existirían intermediarios externos que banalicen esta relación. Pero como diría Nietzsche, el superhombre debería ser como un danzante que se contornea al borde de los abismos, sin importarle caer en sus movimientos a los paraísos de la incertidumbre. 

El servicio pronto será regulado, como las plataformas de música, películas, redes sociales; amistad, entretenimiento. ¿Llegaremos a necesitar comer como un servicio? ¿Respirar como un servicio? Es decir, ¿que nos recuerden que deseamos comer? Ya no habrán productos sanos, sin polución. Lo mejor del servicio tomará lo pésimo del producto, mientras que lo mejor del producto tomará lo abominable del servicio.


Tal y como Freud dijo, el individuo y la masa tienen los complejos de la cultura y la devastación, la pulsión del Eros y del Tanatos; el individuo es atacado por la cultura (Gramsci) y al mismo tiempo por la orgia. La Alemania más culta fue llevada por su propia excelencia a la ignominia de la guerra, del racismo. Esto es porque el estado tomó el control, moralizó las normas, las economizó, con esto aumentó la libertad de la sociedad, pero no la del individuo (Jung)... El ser humano que responda al ideal colectivo ha hecho de su corazón un nido de asesinos. Ojo con ello, vivimos en la era de las máscaras, esto es, en la era de las personas. El funcionario no se ha marchado. La sociedad, al igual que el individuo, debería ser capaz de controlar su inconsciente impulsivo. ¿Utopía?


Ambos polos luchan por ser más excelentes en el individuo y en las masas, permaneciendo una guerra tetrarquica eterna e inevitable. El individuo, como nuevo Adán, como nueva Eva, no deben conocerlo todo, son las instituciones financieras las que rigen este conocimiento, y quienes imponen los frutos permitidos, pero también los prohibidos.


Las palabras cambian la realidad, esto no es “positivismo metafísico”, es el constructo que nos dejó la filosofía psicoanalítica cuanto menos. Si no se entiende que las palabras, el arte, las historias, son una herramienta, se pierde el potencial que se nos legó, por primera vez, cuando conocimos a nuestro dios, ese dios pagano, ese dios satánico, ese objeto idolátrico de valor subjetivo, que nos quitó el paraíso por haber descubierto otro paraíso, ya no estacional, sino en permanente cambio. El camino que nunca nos sacia fue la opción, siempre buena, de un ser que al parecer no puede morir.

Vendedor de filosofías

 



Los posibles del control hacen nacer muchas teorías conspiranoicas, pero no deben ser rechazados si éstos ayudan a entender el modo en el que está sujeto el mundo. ¿Sabes que podría estar leyéndose lo que ves? La cámara frontal de tú celular está viendo lo que ves. Hacia dónde apuntan tus ojos en cada momento, cómo reaccionan en cada segundo; el dispositivo es una herramienta para que alguien conozca tus emociones, y ese alguien está muy informado. 

Supongamos que la santificación de las corporaciones y de sus migajas, como base fundamental de la defensa al capitalismo, hace funcionar este mundo, por lo que el control de las corporaciones no sería tan malo. Y qué duda cabe, ellas hacen funcionar al mundo. Pero, ¿es este el mundo que queremos? Sólo basta pensar en toda la impunidad que nace y sigue naciendo de esta concepción, este precepto es suficiente como para germinar todas las dudas que queramos de lo correcto de esta forma de gobernar. 

El Capitalismo es la mano invisible de las corporaciones, mientras el Comunismo es la mano invisible de los gobiernos (ambos socialismos). Separando lo inseparable.

Vivimos en un reino de lenguajes. La misión de la máquina es hacer que los significados se parezcan cada vez más, para que los significantes sean simples, económicos, concisos y precisos; como una orden. El mundo consumidor debería ser como un gran soldado que acata ordenes, sujeto a rigurosos exámenes psicológicos y éticos, físicos y espirituales, pero con fines más oscuros de los que se cree. La misión es entonces engañar, reducir el lenguaje, maximizar los deseos, separar a las personas en la mayor cantidad de segmentos como sea posible. Simplificar no es sinónimo de apocar el material. La cantidad de erudición que se necesita para esto es de una magnitud nunca antes vista. Los recursos están, solamente hay que ver las capacidades de las supercomputadoras para notar que todo este control, y el control sobre el control, es completamente plausible.

Las corporaciones, en vinculo con los sistemas, con los gobiernos, con los estados, con las plataformas, terminan siendo verdaderos sujetos de demonización en contra de los semejantes, de los ciudadanos. Esta demonización tiene como objeto controlar, pero, y aún más importante, separar. El artesanado, que creíase perdido, que tiene como una de sus definiciones que todas sus creaciones deberían ser distintas, terminará por afirmar que lo distinto siempre debe existir, aunque en serie. Lo distinto debe cambiar constantemente, porque lo único posible es el cambio. Es entonces cuando surge el accidente, en la repetición, la que es una de las piedras angulares para encontrar lo real, con su tiempo y su movimiento bursátil en todas sus leyes físicas. El accidente, que es lo que hace nacer al "artesano moderno", hace nacer también, las ideas, por ello, las manos terminaran “perdiéndose” al cambiar la maniobra desde etimológicamente, cómo teleológicamente. Las corporaciones tomaran este rol artesanal porque están pendientes de todos los detalles, como un maestro minimalista que perfecciona lo simple hasta llegar a la máxima complejidad de su arte.   

Reducir el lenguaje es crear repetición, crear repetición es crear diferencia, encontrar las diferencias es ver los accidentes y corregirlos, para que la repetición continúe. Como si Dios mismo, al reducir su lenguaje, creara este mundo. 

Por ello la importancia de la mutación del lenguaje, de la mutación del arte, para los individuos libres; y el control de estas mutaciones para la máquina. ¿Qué alteraciones tiene el cerebro, las personalidades, el cuerpo, ante las contingencias?

 El existencialismo solamente vino a apoyar a los poderosos.

No es necesario que el mundo sea dominado. Que la dominación crezca en ínfimas cuotas es un avance exponencial para los sedientos, para los deseosos, para los propietarios. Las mejores mentes están a su servicio, pero también, las más controladas. Genios innatos y controlados. La unión del bien y del mal. 

Es pues, la libertad, la felicidad, fuera del control y no dentro de él, el arma con la que lucharán los intelectuales que siguen creyendo en los derechos de la lucha, del antagonismo. El que no es un antagonismo azaroso, sino perfectamente dicho, establecido, visionado. La concepción de lucha desde la explosión cámbrica, no se ha abandonado. La lucha es la esencia de dos esencias particulares e irrepetibles como enemigo y en batalla.

Es hoy la correcta utopía asumir que uno no es controlado ni dominado. El lenguaje debe mutar en este sentido para decir cada cosa por su nombre, expandir los significantes para notar los significados. Decir nuestras debilidades, ver nuestras sombras, como diría Carl Jung, significará crecer. No nos quedemos en la infancia. Hay que crecer como profesionales.

La censura, es una especie de represión cuando trata de abolir lo que consideramos verdadero, la censura, es lo opuesto a lo que intentaron los griegos con el teatro. La censura es moral y santa para los que escriben dentro de sus gremios, y los que, de gremio en gremio, forman sinergias totalitarias. Todo esta relacionado al mal, el mal es totalizante. Ahora es el bien el que debe surgir como un hongo y existir como micelio.

Es el individuo, al crear su propia ética, el que debe ser investigado. Sus prótesis están. Cámaras, micrófonos, sensores de movimiento, ubicación. El mayor peligro del mundo y su revolución sana para el no control, es el hombre de familia (Arendt), el que ya está condicionado, medido y necesitado. Es un primitivo en las manos de "la naturaleza", porque las empresas han tomado los preceptos de "El arte de la guerra", de "El Príncipe", del taoísmo, del Chamanismo, para corregir con fuerzas naturales sus propios vicios para sus vicios. Nos los imponen como moda para estudiar a su antagónico.

¿Es la introspección la única salida? ¿Ir hacia donde nadie pueda seguirnos? ¿Hasta qué punto la filosofía se vuelve un producto más, y el filósofo, otro vendedor, fabricante, empresario, tratando de sobrevivir para su voluntad? ¿Es su naturaleza lo natural? 

Los aparatos frente a nuestras caras tienen mil recursos, que no usan a favor nuestro. 

Esperemos que el amor resuelva todas estas dudas. ¡Ya estamos topados de sabiduría!



Spinoza y el Ethos



José Rafael Herrera

@jrherreraucv

..es tan imposible que el vulgo se libere

de la superstición como del miedo

                                              B. Spinoza

“Spinoza es tan fundamental para la filosofía 

moderna que bien puede decirse que quien no

sea spinocista no tiene filofofía alguna”.

                                              G.W.F. Hegel

“El ser que influyó más decisivamente en mí

y que estaba destinado a afectar toda mi manera

de pensar, fue Spinoza”.

                                              W. Goethe


El árbol del conocimiento del bien y del mal, detalle del panel derecho de El jardín de las delicias, c.1500
El árbol del conocimiento del bien y del mal, detalle del panel derecho de El jardín de las delicias, c.1500



Desde la Antigüedad clásica, la filosofía concentró sus esfuerzos en el establecimiento de una firme e inescindible unidad de la verdad, la belleza y el bien. “Dices bella, buena y verdaderamente”, afirma Sócrates de modo continuo en los Diálogos platónicos, para referirse, no sin énfasis, al hecho de que lo verdadero coincide con lo bello y lo bueno, al punto de que alcanzar el saber no es posible sino como resultado de una conquista estética y ética. Ser bueno implica el hecho de haber conquistado lo bello y, a la vez, lo verdadero. Y de igual modo -más allá de la moda, el maquillaje, las prótesis o las refacciones- existe una belleza mucho más delicada y envolvente, más cercana a Eros y Afrodita, una belleza que no caduca -más misteriosa y atrayente que la que vende en el mercado la industria cultural-, que consiste en dar cumplimiento al oráculo de Delfos: “conócete a ti mismo”, porque a medida que más se profundiza en el saber más se acrecienta su atractivo y crece el bien.

No hay mejor confirmación de la 'unidad-distinción' de estos tres elementos orgánicos que el hecho de que mientras mayor sea la ignorancia mayor será tanto la agresividad como la pérdida del sentido estético de las más diversas formaciones sociales. ¿No es, bajo las actuales circunstancias históricas, más fea, más vulgar, de “mal gusto” y mal hablar, esa gruesa parte de la población que, sometida al poderoso influjo de las redes sociales, es arrastrada a las “bajas pasiones”, al odio y al resentimiento social? ¿Existirá alguna relación entre la mal llamada “música de moda”, los lamentables programas de televisión que se transmiten a diario, las redes de información infectadas de mediocridad y superficialidad, el mal uso del lenguaje y los ya habituales crímenes de la semana? ¿Alguien podrá negar, en el caso específico de la Venezuela empobrecida, triste y rota, las vinculaciones existentes entre la cada vez más preocupante ignorancia de la población más joven -los “hijos de la revolución”-, la repugnante representación de “belleza” implantada por el régimen gansteril y la criminalidad campante, o entre los anti-valores impuestos y la acelerada violencia cotidiana? 

En idioma italiano la fealdad lleva el sugerente nombre de “bruttezza” y su acepción incluye, además, lo que ha sido mal hecho, lo fatto male. Tan brutta es la prostitución del cuerpo social como la de su espíritu. Decía Spinoza que “el orden y la conexión de las cosas es idéntico con el orden y la conexión de las ideas”. Pero, y dada la circularidad de la expresión, también se podría argumentar exactamente lo opuesto, cabe decir, la inversión especular de dicha expresión, sobre todo en el ambiente propio de una sociedad que ha sido deliberadamente sometida a un proceso de descomposición: “el desorden y la desconexión de las ideas es idéntico con el desorden y la desconexión de las cosas”. 

Cuando las “ideas” no son ni “claras” ni “distintas”, cuando carecen de “orden y conexión” o, más pura y simplemente, cuando ya no hay ideas adecuadas a las cosas, la realidad se transforma en un auténtico embrollo, en una desgracia que afecta a todo el organismo social y lo conduce a la autodestrucción. De hecho, en estos días que transcurren, no muy distantes están del lenocinio las finanzas y el poder (las “riquezas” y los “honores” a los que se refiere Spinoza en sus Tratados), percibido como algo “natural” y, por ello mismo, como cosa “buena” y hasta envidiable. ¿Qué otra cosa es la corrupción sino la prostitución devenida norma de vida? 

No obstante, históricamente, el “punto de quiebre” de la estrecha conexión de la verdad, la belleza y la bondad, se produjo después del imperio del ricorso de la teología filosofante -con sus “verdades de razón” y sus “verdades de fe”-, de las que deriva la “moral provisional” cartesiana. El conocimiento, según Descartes, es un instrumento -un método- que da cuenta de la certeza del mundo, de la intelección de la existencia material. Su propósito consiste -según el autor del Discurso del Método- en trazar las leyes de interpretación de los fenómenos. La creencia, la fe, la moralidad, en cambio, nada tienen que ver con el ámbito cognoscitivo. Son “cuestiones del corazón”, no de “la razón”. El cartesianismo, de hecho, impuso a la cultura moderna el camino de la “metódica” separación de conocer y creer, de certeza y moralidad. Y en ello, a pesar de las más diversas perspectivas teoréticas, lo siguieron casi todas las cabezas pensantes de su tiempo y muchas otras después, hasta convertirse en la ley que rige el modo de ser y de pensar actuales. Con la excepción de tres agudos pensadores universales, tres auténticos herederos de la cultura clásica antigua: Spinoza, Vico y Hegel.

En el caso de Spinoza, autor del Tratado de la reforma del entendimiento, su propósito consistió en demostrar que sólo se puede conquistar el bien enmendando el modo como los hombres asumen el conocimiento, lo cual sólo es posible superando el modelo propio de la racionalidad instrumental, la cual presupone que la verdad es cosa diversa del bien y que en nada se relaciona con lo bello. Conocer no es una premisa sino un resultado. Y ese resultado culmina en el re-conocimiento, esto es, en una relación que supera las formas abstractas del conocimiento y las comprende -las conserva- en ella, conquistando así el “verdadero bien”.

Son los prejuicios la causa de los grandes conflictos personales, sociales y políticos. Una sociedad sustentada en la instrumentalización del conocimiento es una sociedad mecanicista, desafecta, atiborrada por la confrontación entre los prejuicios que su propia ignorancia genera. Una sociedad en y para la barbarie. Sobre la base de suposiciones, el mecanicismo propio de la razón instrumental acostumbra preguntar cómo se hace, pero no por qué se hace. Suele separar la forma del contenido y, más aún, confundir la forma con el contenido. No basta con la masificación de los centros educativos y su progresiva transformación en fábricas generadoras de instrumentistas, mal llamados “especialistas”. Un ingeniero, un matemático, un odontólogo, un administrador, un computista o un abogado que no han sido integralmente formados, que cuentan con una visión parcial, carente de plena formación cultural, de “Bildung”, termina siendo -probablemente- buenos técnicos en ingeniería, matemática, odontología, administración, computación o derecho. Pero seguirán siendo individuos con carencia de civilidad, que solo en apariencia pueden ser considerados ciudadanos. La gente de bien resulta del cultivo de la educación estética.

El entendimiento tiene que enmendarse a sí mismo. Debe superar su condición formalista e instrumental por la comprensión y el re-conocimiento. Una tarea pendiente para una sociedad desgarrada, inmersa en las miserias del prejuicio y la ausencia de sentido ético y estético. No por caso, la metafísica de Spinoza lleva por título Ethica. Quizá por eso la sociedad que -hasta el sol de hoy- le rinde culto al entendimiento abstracto lo excomulgara y acusara de “ateo”, lo proscribiera y prohibiera sus obras. Pero por esa misma razón, desde la distancia y frente a la crisis actual, Spinoza sigue manteniendo plena vigencia.