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¿En qué se parecen la Psicología y la Filosofía? Un Viaje a Través de la Mente y el Pensamiento

 

Mujer vestida con una túnica griega y otra con bata blanca conversan en un paisaje de la Antigua Grecia, con columnas clásicas al fondo, simbolizando la conexión entre Filosofía y Psicología.


Imagina que estás sentado en una plaza soleada, observando a la gente pasar, y te preguntas: ¿Qué nos hace pensar, sentir y actuar como lo hacemos? Esa curiosidad, tan humana, ha sido el motor de dos disciplinas que, aunque hoy parecen distintas, son como hermanas que crecieron juntas: la Psicología y la Filosofía. Una se sumerge en experimentos y datos, la otra se pierde en reflexiones profundas sobre la existencia. Pero, ¿en qué se parecen? En este artículo, exploraremos sus conexiones, viajando por la historia para descubrir cómo han colaborado, chocado y evolucionado juntas en su búsqueda por entender la mente y la vida humana.

1. Un Comienzo Compartido: Cuando la Psicología Era Filosofía

Imagina un mundo sin laboratorios, sin escáneres cerebrales, sin cuestionarios o tests psicológicos. Rebobinemos el tiempo hasta la Antigua Grecia, hace más de dos mil quinientos años, cuando las calles de Atenas vibraban con las voces de filósofos que se reunían en ágoras y academias para desentrañar los misterios de la existencia. En esa época, no había una disciplina llamada Psicología. Las preguntas que hoy asociamos con ella —qué es la mente, cómo sentimos, por qué recordamos o cómo percibimos el mundo— eran el terreno exclusivo de los filósofos, esos incansables buscadores de la verdad que se valían de la reflexión y el diálogo para explorar la esencia humana.

Uno de los gigantes de este período fue Aristóteles, un pensador cuya curiosidad abarcaba desde las estrellas hasta el alma. En su obra Peri Psyche (Sobre el Alma), escrita alrededor del 350 a.C., Aristóteles se sumergió en cuestiones que hoy consideraríamos psicológicas: ¿Cómo funcionan los sentidos? ¿Qué nos permite recordar experiencias pasadas? ¿De dónde vienen las emociones que nos sacuden, como la alegría o el miedo? Para él, el alma no era solo un espíritu místico, sino la fuerza vital que anima a los seres vivos, la chispa que nos permite pensar, sentir y actuar. Sus ideas, profundas y sistemáticas, fueron un primer intento de mapear la mente humana sin las herramientas de la ciencia moderna.

El término "psicología" mismo nos da una pista de esta conexión ancestral. Proviene de las palabras griegas psyché, que significa "alma" o "mente", y logos, que se traduce como "estudio" o "razón". Así, la Psicología, en su origen, era literalmente el "estudio del alma", un proyecto que los filósofos abrazaron con pasión. Antes de Aristóteles, Platón, su maestro, ya había reflexionado sobre la mente, imaginándola como un auriga que lucha por controlar dos caballos: uno, la razón, noble y disciplinado; el otro, las pasiones, salvaje e impredecible. Esta metáfora poética intentaba explicar los conflictos internos que todos sentimos, un tema que siglos después los psicólogos retomarían.

Este enfoque filosófico continuó durante siglos. En la Edad Media, pensadores como Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, tomaron las ideas de Aristóteles y las fusionaron con la teología cristiana. Para Aquino, el alma era la esencia inmortal del ser humano, pero también la raíz de nuestras capacidades intelectuales y emocionales. En el mundo islámico, filósofos como Avicena (Ibn Sina), en los siglos X y XI, exploraron la relación entre el cuerpo y la mente, proponiendo que el alma actúa como un puente entre lo físico y lo espiritual. Sin instrumentos científicos como microscopios o escáneres, estos pensadores se valían de la observación cotidiana, la lógica y la especulación para construir teorías que, aunque no eran comprobables, sentaron las bases de lo que más tarde se transformaría en Psicología.

El panorama comenzó a cambiar en los siglos XVII y XVIII, durante la Ilustración, cuando la razón y el método científico ganaron terreno. Filósofos como John Locke y David Hume empezaron a preguntarse cómo las experiencias moldean nuestra mente, sugiriendo que las ideas no son innatas, sino que provienen de lo que vemos, oímos y sentimos. Estas reflexiones fueron un puente hacia el gran salto del siglo XIX. En 1879, un hito marcó la historia: Wilhelm Wundt, un alemán con una mente inquieta, fundó el primer laboratorio de Psicología experimental en Leipzig, Alemania. Fue un momento revolucionario. La Psicología, que durante milenios había sido una hija de la Filosofía, comenzó a dar sus primeros pasos sola, como una joven que deja el hogar familiar para explorar el mundo con una nueva herramienta: la ciencia.

Wundt y sus seguidores querían medir, observar y experimentar. Estudiaban cómo reaccionamos a sonidos, luces o tiempos, intentando descomponer la mente en sus partes más básicas. Pero, aunque la Psicología se vistió con el traje de la ciencia, nunca cortó del todo el cordón umbilical con la Filosofía. Las preguntas profundas que los griegos, los medievales y los ilustrados habían planteado —qué es la conciencia, cómo conocemos la realidad, qué nos hace humanos— seguían resonando en los laboratorios. Incluso hoy, cuando un psicólogo estudia la memoria o las emociones, está, sin saberlo, dialogando con Aristóteles, Platón y Aquino. Este comienzo compartido nos recuerda que la Psicología y la Filosofía, lejos de ser extrañas, son compañeras de un viaje milenario para descifrar el enigma del alma humana.

2. Preguntas que las Unen: El Misterio de la Mente Humana

Cierra los ojos por un momento y piensa en las preguntas que han intrigado a la humanidad desde siempre: ¿Qué es la conciencia, ese destello que nos hace sentir vivos y conscientes de nosotros mismos? ¿Cómo sabemos lo que sabemos, cómo distinguimos la verdad de la ilusión? ¿Por qué actuamos como lo hacemos, a veces guiados por la lógica y otras por impulsos que apenas entendemos? Estas incógnitas, tan profundas como el universo mismo, son el terreno común donde la Filosofía y la Psicología se encuentran, como dos amigos que se sientan a charlar sobre el mismo enigma, pero cada uno con su propia perspectiva, su propio estilo. La Filosofía se lanza a la aventura con la lógica y la reflexión, tejiendo ideas como hilos de un tapiz; la Psicología, en cambio, se equipa con experimentos, encuestas y observaciones, buscando pistas concretas en el comportamiento humano.

Viajemos primero a la Antigüedad, a la Grecia de hace más de dos mil años, donde los filósofos fueron los pioneros en explorar estos misterios. Platón, uno de los primeros grandes soñadores del pensamiento, imaginó la mente como un auriga, un conductor valiente que lucha por guiar un carruaje tirado por dos caballos opuestos: uno, la razón, noble, calmado y obediente, siempre buscando el camino recto; el otro, las pasiones, salvaje, indomable, tirando hacia el caos. Esta imagen poética, que aparece en su diálogo Fedro, capturaba la lucha interna que todos sentimos: el deseo de actuar con sensatez frente a las tormentas de la ira, el miedo o el amor. Su alumno, Aristóteles, tomó un enfoque más terrenal. En obras como Sobre el Alma, se preguntó cómo los sentidos —vista, oído, tacto— nos conectan con el mundo. Para él, la mente era como un lienzo que se llena con las pinceladas de la experiencia, una idea que siglos después inspiraría a psicólogos a estudiar cómo aprendemos y percibimos.

Saltemos a la Edad Media, un tiempo de castillos, monasterios y un fervor por unir fe y razón. En el mundo islámico, el filósofo y médico Avicena (Ibn Sina), en los siglos X y XI, se sumergió en la relación entre el cuerpo y el alma. En su obra El libro de la curación, propuso que el alma es una entidad distinta, pero que trabaja en armonía con el cuerpo, como un músico que toca un instrumento. Sus reflexiones, que mezclaban filosofía y observaciones tempranas de la medicina, influyeron tanto en el pensamiento europeo como en el islámico. En la Europa medieval, figuras como Santo Tomás de Aquino también exploraron estas ideas, adaptando a Aristóteles para preguntarse cómo la mente, el alma y el cuerpo se entrelazan en nuestra experiencia humana. Estas especulaciones, sin laboratorios ni datos, eran como faros en la oscuridad, iluminando caminos para las generaciones futuras.

Avancemos ahora a los siglos XVII y XVIII, la era de la Ilustración, cuando la razón brilló como nunca. Filósofos como John Locke argumentaron que la mente es una “tabla rasa” al nacer, un espacio en blanco que se llena con las experiencias de la vida. David Hume, con su aguda curiosidad, se preguntó si realmente podemos conocer algo con certeza, sugiriendo que nuestras creencias se basan más en hábitos que en verdades absolutas. Estas ideas plantaron semillas que florecieron en el siglo XIX, cuando la Psicología comenzó a caminar sola.

Llegamos al siglo XX, un tiempo de revoluciones científicas. Psicólogos como William James, a menudo llamado el “padre de la Psicología americana”, se sumergieron en la conciencia, describiéndola como un flujo constante, una corriente de pensamientos que nunca se detiene. En su libro Principios de Psicología (1890), James dialogaba con ideas filosóficas, preguntándose cómo experimentamos el mundo. Al mismo tiempo, Sigmund Freud, desde Viena, abrió la puerta al inconsciente, ese rincón oculto de la mente donde deseos, miedos y recuerdos reprimidos danzan en la sombra. Sus teorías, aunque controvertidas, bebían de las especulaciones filosóficas sobre la naturaleza humana, mostrando que el diálogo entre ambas disciplinas nunca se apagó.

Hoy, en el siglo XXI, la Psicología cognitiva y la Filosofía de la mente se dan la mano como nunca. Los psicólogos usan escáneres cerebrales, experimentos y modelos computacionales para rastrear cómo los pensamientos, las emociones y la memoria surgen de las redes de neuronas en nuestro cerebro. Mientras tanto, los filósofos de la mente, como Daniel Dennett o Patricia Churchland, toman estos datos y se preguntan: ¿Es la conciencia solo un producto del cerebro? ¿O hay algo más, algo que la ciencia no puede tocar? Aunque sus herramientas son distintas —la Psicología se apoya en lo medible, la Filosofía en lo pensable—, su meta es la misma: descifrar el misterio de quiénes somos, qué nos mueve y cómo entendemos el universo que nos rodea.

3. El Enigma Cuerpo-Mente: Un Puente Histórico

Imagina que estás frente a un rompecabezas eterno, uno que ha desconcertado a pensadores durante siglos: ¿Qué relación existe entre tu cuerpo, ese conjunto tangible de huesos, músculos y sangre, y tu mente, ese espacio elusivo donde nacen tus pensamientos, emociones y sueños? ¿Son lo mismo, una sola entidad inseparable, o son dos realidades distintas que de alguna manera coexisten? Este dilema, conocido como el problema cuerpo-mente, es uno de los debates más fascinantes y duraderos que une a la Filosofía y la Psicología, tejiendo un puente histórico entre la especulación de antaño y los descubrimientos científicos de hoy. A lo largo del tiempo, este enigma ha sido como una danza, un diálogo constante entre la reflexión profunda y la evidencia tangible, conectando a ambas disciplinas en su búsqueda por entender la esencia humana.

Retrocedamos al siglo XVII, una era de grandes revoluciones intelectuales, donde un filósofo francés, René Descartes, dio un paso audaz para abordar esta cuestión. En su obra Meditaciones Metafísicas (1641), Descartes propuso una idea radical y clara: el cuerpo y la mente son dos sustancias distintas. El cuerpo, decía, es físico, material, como una máquina compleja que sigue las leyes de la naturaleza; puedes tocarlo, medirlo, verlo. La mente, en cambio, es inmaterial, un “fantasma en la máquina”, un reino no físico donde residen el pensamiento, la conciencia y la voluntad. Este planteamiento, conocido como dualismo cartesiano, sugería que ambas interactúan de manera misteriosa, quizás en la glándula pineal del cerebro, según especuló Descartes. Aunque esta teoría fue polémica —y sigue siéndolo—, marcó una era. Planteó un rompecabezas que no solo desafió a los filósofos de su tiempo, sino que también dio a los futuros psicólogos una pregunta clave para investigar: ¿Cómo se conectan lo físico y lo mental?

El eco de Descartes resonó en los siglos siguientes. En el siglo XVIII, durante la Ilustración, una ola de pensadores llevó estas ideas más allá, preparando el terreno para la Psicología moderna. John Locke, un filósofo inglés, propuso en su Ensayo sobre el entendimiento humano (1690) que la mente es una “tabla rasa” al nacer, un lienzo en blanco que se llena con las pinceladas de la experiencia. Para Locke, todo lo que sabemos —ideas, emociones, creencias— viene de lo que percibimos a través de los sentidos del cuerpo. Su contemporáneo, el escocés David Hume, fue aún más lejos en su obra Tratado de la naturaleza humana (1739-1740). Hume argumentó que nuestra mente no es más que un flujo de impresiones y sensaciones, un teatro donde las experiencias del cuerpo se transforman en pensamientos. Estas ideas, que vinculaban lo físico con lo mental, fueron como un puente: inspiraron a los primeros psicólogos a preguntarse cómo las interacciones con el mundo moldean nuestra vida interior.

El siglo XIX trajo un cambio de marea. Con la Psicología emergiendo como disciplina científica, gracias a pioneros como Wilhelm Wundt, el enfoque comenzó a girar hacia lo medible. Luego, en el siglo XX, la revolución llegó de la mano de la neurociencia, una herramienta poderosa que transformó el debate cuerpo-mente. Psicólogos y científicos empezaron a explorar el cerebro, ese órgano fascinante de apenas un kilo y medio, para entender cómo sus redes de neuronas, sus impulsos eléctricos y sus químicos dan lugar a pensamientos, emociones y decisiones. Figuras como Santiago Ramón y Cajal, el padre de la neurociencia moderna, revelaron la complejidad del sistema nervioso, mientras que experimentos posteriores, en los años 50 y 60, comenzaron a mapear áreas del cerebro ligadas a la memoria, el lenguaje o las emociones. La Psicología dio un giro: ya no solo especulaba, sino que buscaba respuestas en lo físico, en las sinapsis y los lóbulos cerebrales.

Hoy, en el siglo XXI, el diálogo entre Filosofía y Psicología sigue vivo y vibrante. Los filósofos de la mente, como David Chalmers, plantean preguntas audaces: ¿Puede la conciencia, esa sensación única de “ser yo”, explicarse solo por procesos biológicos? Chalmers habla del “problema difícil” de la conciencia, sugiriendo que, aunque entendamos cómo el cerebro procesa información, el misterio de la experiencia subjetiva sigue intacto. Otros, como Patricia Churchland, defienden un enfoque más materialista, argumentando que la mente no es más que el cerebro en acción. Mientras tanto, los psicólogos aportan datos concretos: escáneres cerebrales, como la resonancia magnética funcional, muestran cómo se activan regiones del cerebro cuando soñamos, decidimos o sentimos miedo. Estudios de pacientes con lesiones cerebrales, como el famoso caso de Phineas Gage en el siglo XIX, cuyo cambio de personalidad tras un accidente reveló el vínculo entre el cerebro y el comportamiento, siguen iluminando este enigma.

Este intercambio es como un baile interminable entre especulación y evidencia. La Filosofía lanza preguntas profundas, desafiando los límites de lo que podemos saber: ¿Es la mente solo materia, o hay algo más allá? La Psicología responde con hechos, con imágenes de cerebros iluminados y datos de experimentos. Juntas, construyen un puente histórico, uniendo siglos de pensamiento, desde las reflexiones de Descartes en su estudio parisino hasta los laboratorios modernos de neurociencia. El problema cuerpo-mente no está resuelto, y tal vez nunca lo esté, pero en este diálogo, la Filosofía y la Psicología se alían para acercarnos un poco más al corazón de lo que significa ser humanos.

4. Un Intercambio Vivo: Cómo se Nutren Mutuamente

Imagina a la Filosofía y la Psicología como dos compañeros de viaje, un equipo dinámico que recorre juntos el camino del conocimiento humano. Una, la Filosofía, es como una soñadora que teje ideas audaces, plantea preguntas profundas y dibuja mapas conceptuales del universo y la mente. La otra, la Psicología, es como una exploradora práctica, que sale al terreno con herramientas científicas para poner a prueba esas ideas, recolectar datos y traer respuestas concretas. Este intercambio vivo, esta danza de colaboración, ha definido la relación entre ambas disciplinas a lo largo de la historia, enriqueciéndose mutuamente en un diálogo que ha evolucionado durante siglos y sigue vibrante hoy.

Retrocedamos a los siglos XVII y XVIII, a la era de la Ilustración, un período de luces y revoluciones intelectuales que transformó Europa. En este tiempo, filósofos como Immanuel Kant, una figura monumental del pensamiento, se propusieron redefinir qué nos hace humanos. En su obra Crítica de la razón pura (1781), Kant argumentó que somos seres racionales, capaces de usar la lógica y la razón para ordenar nuestras experiencias y entender el mundo. Para él, la mente no es un simple receptor pasivo, sino un constructor activo que da forma a la realidad a través de categorías como el tiempo, el espacio y la causalidad. Estas ideas, profundas y ambiciosas, ofrecieron a la Psicología, que estaba a punto de nacer como disciplina, un marco fundacional. Los primeros psicólogos, en el siglo XIX, tomaron estas nociones de racionalidad y percepción para empezar a estudiar cómo procesamos la información, cómo pensamos y cómo construimos nuestro conocimiento, sentando las bases de campos como la Psicología experimental.

Pero el flujo no va solo en una dirección. La Psicología, a su vez, ha devuelto valiosos tesoros a la Filosofía, alimentándola con descubrimientos que desafían y enriquecen sus reflexiones. Avancemos al siglo XX, y encontramos a Sigmund Freud, el médico vienés que revolucionó nuestra visión de la mente. En obras como La interpretación de los sueños (1899) y sus teorías sobre el inconsciente, Freud propuso que gran parte de nuestro comportamiento está guiado por deseos, miedos y recuerdos ocultos, fuerzas enterradas en un rincón profundo de la mente al que no accedemos fácilmente. La idea de un inconsciente que influye en nuestras acciones —en nuestros amores, nuestros enojos, nuestras decisiones— era audaz y transformadora. Los filósofos tomaron este concepto y corrieron con él, repensando temas clásicos. ¿Qué significa la libertad si nuestras elecciones están moldeadas por impulsos inconscientes? ¿Cómo podemos hablar de moral si no controlamos del todo nuestros motivos? Pensadores como Jean-Paul Sartre, en el existencialismo, o incluso filósofos analíticos, se inspiraron en Freud para explorar la condición humana desde nuevas perspectivas.

Este intercambio no se detuvo en el pasado. Hoy, en el siglo XXI, la colaboración brilla con fuerza en áreas como la Filosofía de la mente, un campo donde las dos disciplinas se entrelazan como nunca. Los psicólogos, armados con herramientas modernas, realizan experimentos para desentrañar los misterios de la memoria, la percepción y las emociones. Por ejemplo, estudios en laboratorios miden cuánto tiempo tardamos en reconocer un rostro, cómo almacenamos un recuerdo o cómo el estrés altera nuestra atención. Usan electroencefalogramas, escáneres de resonancia magnética y tests controlados para mapear los procesos de la mente. Luego, los filósofos toman estos datos como combustible para sus reflexiones. Figuras como Daniel Dennett o David Chalmers se preguntan: ¿Qué significa ser consciente? Si la memoria es un patrón de neuronas, ¿qué hace que “yo” sea “yo”? ¿Podemos ser realmente libres si nuestro cerebro, con sus circuitos biológicos, influye en cada elección que hacemos?

Este diálogo es una conversación constante, un vaivén fascinante. La Filosofía aporta las grandes preguntas, los conceptos que encienden la imaginación: ¿Qué es la identidad? ¿Qué es la realidad misma? La Psicología responde con evidencia, con hallazgos que anclan esas ideas al mundo tangible: estudios que muestran cómo el daño en el lóbulo frontal cambia la personalidad, o cómo los niños desarrollan el sentido del “yo” a los dos años. En áreas como la neuroética, ambas se unen para abordar dilemas modernos: si manipulamos el cerebro con tecnología, ¿cambiamos quiénes somos? Es un baile vivo, donde la reflexión profunda de la Filosofía y el rigor científico de la Psicología se dan la mano, impulsándose mutuamente hacia una comprensión más rica de la mente y la existencia humana.

5. Mejorar la Vida: Un Propósito Compartido

¿Y si te dijera que, en el fondo, tanto la Filosofía como la Psicología están aquí para ayudarte a vivir mejor, para guiarte hacia una existencia más plena y significativa? Imagina que estás en un sendero, a veces rocoso, a veces sereno, y estas dos disciplinas son como guías amigables: una te ofrece un mapa dibujado con ideas profundas para navegar la vida, y la otra te entrega herramientas prácticas para superar los obstáculos del camino. A lo largo de la historia, ambas han compartido un propósito noble: mejorar la experiencia humana, aliviar el sufrimiento y acercarnos a la felicidad, cada una a su manera, pero unidas por un sueño común. Viajemos por el tiempo para ver cómo lo han hecho y cómo siguen transformando nuestras vidas.

Comencemos en la Antigüedad, hace más de dos mil años, en las calles polvorientas de Grecia y Roma, donde la Filosofía brillaba como una luz para quienes buscaban sentido. Escuelas antiguas como el Estoicismo y el Epicureísmo surgieron como verdaderas recetas para la felicidad, ofreciendo consejos prácticos y profundos. Los estoicos, fundados por Zenón de Citio en el siglo III a.C., creían que la clave de una buena vida está en dominar tus emociones con la razón. Pensadores como Séneca, un consejero romano que enfrentó intrigas y exilios, escribió cartas llenas de sabiduría, enseñándonos a mantener la calma ante la adversidad, a no dejarnos arrastrar por la ira o el miedo. Marco Aurelio, emperador de Roma, plasmó en sus Meditaciones (escritas entre 161-180 d.C.) un mantra poderoso: acepta lo que no puedes cambiar, enfócate en lo que sí puedes controlar —tus pensamientos, tus actitudes—. Esta filosofía, dura pero liberadora, nos invita a encontrar paz interior sin importar las tormentas externas.

Por otro lado, los epicúreos, seguidores de Epicuro en el siglo IV a.C., trazaron un camino diferente hacia la felicidad. En su jardín de Atenas, Epicuro enseñaba que el placer es el fin de la vida, pero no un placer desenfrenado. Buscaban un placer moderado, sencillo: la ausencia de dolor físico (aponía) y la tranquilidad del alma (ataraxia). Para ellos, disfrutar de una comida simple con amigos, evitar el estrés de ambiciones desmedidas y liberarse del miedo a la muerte o a los dioses era el secreto de una vida plena. Estas ideas, nacidas hace siglos en un mundo sin electricidad ni tecnología, suenan sorprendentemente modernas, ¿no crees? Nos recuerdan que la felicidad no está en acumular cosas, sino en cultivar calma y conexiones humanas, lecciones que resuenan aún en nuestro acelerado siglo XXI.

Saltemos al siglo XIX y XX, cuando la Psicología emergió como una disciplina científica, tomando ese impulso filosófico y llevándolo a la práctica de una manera nueva. Inspirándose en esas raíces, los psicólogos comenzaron a desarrollar métodos concretos para sanar la mente y mejorar la vida. Un ejemplo brillante es la terapia cognitivo-conductual (TCC), creada en los años 60 por figuras como Aaron Beck y Albert Ellis. La TCC bebe directamente de los estoicos: te enseña a identificar pensamientos negativos —esas ideas automáticas como “no valgo nada” o “todo saldrá mal”— y a desafiarlas con la razón, reemplazándolas por perspectivas más realistas y positivas. Si Séneca te diría “no te enfades por lo que no controlas”, la TCC te da pasos prácticos: anota tus pensamientos, evalúa su verdad, cámbialos para calmar tu ansiedad. Estudios han mostrado que esta terapia, desde los años 70, ha ayudado a millones a superar la depresión, el estrés y las fobias, llevando la sabiduría antigua al consultorio moderno.

Hoy, la Psicología extiende su alcance más allá. Psicólogos trabajan en clínicas, escuelas, hospitales y hasta empresas, enfrentando los retos de nuestro tiempo. En sesiones individuales, ayudan a personas a aliviar la ansiedad que acelera el corazón en una ciudad caótica, a sanar la depresión que oscurece los días, o a manejar el estrés de un mundo conectado 24/7. En escuelas, apoyan a niños para que enfrenten miedos o mejoren su confianza; en hospitales, acompañan a pacientes que lidian con traumas o enfermedades crónicas. Técnicas como la terapia de aceptación y compromiso, influida por ideas filosóficas de vivir en el presente, o la psicología positiva, que explora cómo cultivar la gratitud y el propósito, muestran cómo la Psicología transforma ideas antiguas en herramientas prácticas para el bienestar. Solo hay que fijarse en el directo de esta revista de filosofía: Esteban Higueras Galán, que es psicólogo terapeuta especializado en problemas de personalidad, que son los que más tienen que ver con las ideas, y cómo estas influyen en el comportamiento humano.

Aunque sus enfoques difieren, la Filosofía y la Psicología persiguen el mismo sueño: una existencia más plena y consciente. La Filosofía te da un mapa, una visión amplia para vivir con virtud y sentido. Escuelas como el Estoicismo o el Epicureísmo te invitan a reflexionar: ¿Qué vida vale la pena vivir? ¿Cómo enfrento el dolor o la pérdida? La Psicología, en cambio, te entrega un kit de herramientas: ejercicios, estrategias, terapias para calmar la mente, reparar heridas emocionales y construir resiliencia. Juntas, se complementan. Piensa en un estoico que te susurra “acepta la vida como viene” y un psicólogo que te dice “prueba esta técnica de respiración para calmarte ahora”. En este propósito compartido, ambas disciplinas nos guían, desde la antigüedad hasta hoy, hacia un horizonte donde la vida sea no solo vivida, sino vivida bien.

6. Diferencias que Enriquecen: Dos Caminos, Un Destino

Imagina a la Filosofía y la Psicología como dos viajeros que recorren un vasto paisaje, el territorio complejo de la mente y la existencia humana. A primera vista, parecen avanzar en armonía, unidas por su curiosidad por lo que nos hace humanos. Pero no todo es un camino tranquilo. A veces, sus senderos divergen, chocan, se enfrentan, porque cada una lleva un mapa diferente y usa herramientas distintas para explorar el mundo. La Filosofía se aventura por rutas de especulación y grandes preguntas; la Psicología prefiere senderos pavimentados con datos y mediciones. Sin embargo, estas diferencias, lejos de ser un obstáculo, son un regalo, una fuente de riqueza que las impulsa a complementarse, como dos alas de un pájaro que, juntas, alzan el vuelo hacia una comprensión más profunda de quiénes somos.

Empecemos con la Filosofía, esa exploradora audaz que se sumerge en las aguas profundas de la especulación. Desde sus orígenes en la Antigua Grecia, ha planteado preguntas que desafían los límites de lo pensable: ¿Qué es la realidad? ¿Es el mundo que vemos un reflejo verdadero o una ilusión, como sugirió Platón en su mito de la caverna? ¿Existe el libre albedrío, o estamos atados por un destino que no controlamos? Filósofos como Baruch Spinoza, en el siglo XVII, imaginaron que todo sigue un orden racional, mientras que existencialistas como Jean-Paul Sartre, en el siglo XX, defendieron que somos radicalmente libres, condenados a crear nuestro propio sentido. La Filosofía usa la lógica, el debate y la reflexión pura como sus brújulas, construyendo argumentos que no siempre necesitan pruebas tangibles, sino que buscan iluminar las grandes incógnitas de la existencia, esas que nos mantienen despiertos por la noche.

La Psicología, por otro lado, elige un enfoque más terrenal, un sendero marcado por lo concreto y lo medible. Desde que se separó de la Filosofía en el siglo XIX, con figuras como Wilhelm Wundt y su laboratorio en Leipzig, adoptó el método científico como su linterna. En lugar de especular, mide: ¿Cuánto tardas en reaccionar a un sonido? ¿Cómo cambia tu ritmo cardíaco bajo estrés? Analiza datos, diseña experimentos, recolecta respuestas de encuestas. En el siglo XX, psicólogos como B.F. Skinner estudiaron el comportamiento con experimentos en ratones y palomas, mostrando cómo los estímulos moldean nuestras acciones. Hoy, con herramientas como la resonancia magnética, la Psicología explora el cerebro, rastreando cómo las neuronas se encienden para crear un recuerdo o una emoción. Su meta es anclar la mente en hechos, en resultados que puedan verse, contarse, comprobarse.

Esta diferencia en métodos ha provocado roces a lo largo de la historia. Cuando la Psicología se volvió científica en el siglo XIX, algunos filósofos alzaron la voz en crítica. Pensadores como Edmund Husserl, fundador de la fenomenología, argumentaban que la Psicología, al enfocarse en lo medible, se volvía demasiado estrecha, dejando de lado las grandes preguntas: ¿Qué significa sentir amor? ¿Cómo experimentamos el tiempo? Para ellos, la Psicología corría el riesgo de perderse en detalles, olvidando el panorama vasto de la existencia humana. Por su parte, los psicólogos a veces miraban a la Filosofía con escepticismo. En el siglo XX, durante el auge del conductismo, figuras como John B. Watson veían las especulaciones filosóficas como abstractas, lejanas de la vida real, casi como castillos en el aire que no ayudaban a resolver problemas prácticos como la ansiedad o el aprendizaje.

Pero aquí está la magia: estas diferencias no son un problema, sino una fortaleza, un motor de enriquecimiento mutuo. La Filosofía actúa como un faro, desafiando a la Psicología a no perder de vista lo profundo, lo inmenso. Cuando los psicólogos estudian la memoria, la Filosofía les pregunta: ¿Qué es un recuerdo, más allá de un patrón neuronal? ¿Es parte de nuestra identidad? Al mismo tiempo, la Psicología empuja a la Filosofía a anclarse en la realidad. Cuando los filósofos debaten el libre albedrío, la Psicología aporta datos: estudios que muestran cómo el cerebro toma decisiones antes de que “tú” lo sepas, desafiando nuestras ideas de libertad. En el siglo XXI, este diálogo brilla en campos como la neuroética, donde ambas exploran juntos: si alteramos el cerebro con tecnología, ¿cambiamos quiénes somos?

Juntas, la Filosofía y la Psicología se complementan como las dos alas de un pájaro, cada una esencial para el vuelo. La Filosofía eleva la mirada, soñando con lo posible, lo eterno; la Psicología mantiene los pies en la tierra, midiendo, probando, construyendo. Sus caminos son distintos, pero su destino es uno: una comprensión más rica, más completa, de la mente y la existencia humana. En este viaje, sus diferencias no las dividen, sino que las unen, tejiendo un tapiz vibrante que nos ayuda a descifrar el misterio de ser.

Conclusión: Hermanas en la Búsqueda de la Verdad

Piensa en la Psicología y la Filosofía como dos hermanas viajeras, nacidas del mismo hogar milenario, unidas por una chispa común: la curiosidad por descifrar el enigma de ser humanos. Hace más de dos mil años, partieron juntas desde las plazas soleadas de la Antigua Grecia, donde pensadores como Aristóteles y Platón se sentaban a reflexionar sobre el alma, la mente y la vida. Con el tiempo, sus caminos se separaron: la Filosofía tomó la ruta de la especulación, soñando con las grandes preguntas; la Psicología, la senda de la ciencia, midiendo y explorando lo tangible. Sin embargo, nunca dejaron de hablarse, de tenderse la mano, de compartir un diálogo vivo que ha cruzado siglos, culturas y revoluciones intelectuales, guiándonos siempre hacia una comprensión más profunda de nosotros mismos.

Desde aquellos días en Atenas, donde Aristóteles escribía Sobre el Alma para desentrañar cómo percibimos, recordamos y sentimos, hasta los laboratorios de neurociencia del siglo XXI, donde escáneres cerebrales iluminan los secretos de la conciencia, estas hermanas han compartido un terreno fértil. Han debatido las mismas incógnitas: ¿Qué es la mente? ¿Cómo se conecta con el cuerpo? ¿Qué nos mueve a actuar, a soñar, a amar? En la Edad Media, pensadores como Avicena y Santo Tomás de Aquino tejieron puentes entre el alma y lo físico, mientras la Ilustración trajo a Kant y Hume, que moldearon ideas sobre la razón y la experiencia. Luego, en el siglo XIX, la Psicología dio un salto con Wundt, abrazando experimentos, y en el XX, Freud y otros abrieron las puertas del inconsciente, dialogando siempre con las reflexiones filosóficas.

A lo largo de este viaje, han unido fuerzas no solo para preguntar, sino para transformar nuestras vidas. La Filosofía, con escuelas como el Estoicismo de Séneca y Marco Aurelio o el Epicureísmo de Epicuro, nos ha dado mapas para la felicidad: guías para vivir con virtud, controlar las pasiones y hallar paz en un mundo caótico. La Psicología, con terapias como la cognitivo-conductual o la psicología positiva, ha tomado esas ideas antiguas y las ha convertido en herramientas prácticas, ayudándonos a sanar la ansiedad, la depresión y el estrés, a construir una existencia más consciente y plena. Sus métodos difieren —la Filosofía sueña con la lógica y la especulación, la Psicología mide con datos y experimentos—, pero sus diferencias las enriquecen, como dos alas que impulsan el mismo vuelo.

La Filosofía es la soñadora, la que nos regala ideas para imaginar qué significa ser humanos: ¿Qué es la libertad? ¿Qué valor tiene nuestra existencia? Nos invita a mirar al cielo, a contemplar los misterios vastos del universo y nuestro lugar en él. La Psicología, en cambio, es la artesana, la que nos entrega instrumentos concretos: estudios del cerebro, técnicas terapéuticas, formas de medir y sanar nuestra mente. Juntas, nos llaman a mirar dentro de nosotros, a explorar las profundidades de nuestros pensamientos, emociones y deseos. Nos desafían a preguntarnos: ¿Quiénes somos? ¿Cómo podemos vivir mejor, con más sentido, con más calma? En este camino, no son rivales, ni siquiera compañeras distantes, sino hermanas cómplices que se apoyan, se desafían y se complementan.

A través de los siglos, desde las reflexiones de Aristóteles bajo el sol griego hasta los laboratorios modernos donde las máquinas destellan con imágenes del cerebro, la Psicología y la Filosofía han tejido una alianza única. Han enfrentado tormentas —críticas mutuas, senderos opuestos—, pero siempre han encontrado la forma de conversar, de aprender una de la otra. Hoy, en el siglo XXI, su diálogo sigue vivo, brillando en preguntas sobre la conciencia, la libertad y el bienestar. No prometen respuestas finales, porque el misterio ROS, el misterio de ser, es un rompecabezas sin fin. Pero, como hermanas en la búsqueda de la verdad, nos guían, nos inspiran y nos ayudan a descifrar, paso a paso, la maravilla y el enigma de ser.

La crisis de la concepción clásica del saber

La crisis de la concepción clásica del saber

Dentro de la tradición occidental siempre se ha considerado la unidad del saber como algo positivo. Esta idea se habría reflejado en la metáfora del saber como un árbol: el conocimiento como un ser vivo con cierta estabilidad, solidez y fijeza dividida por partes. Pero ¿sobre qué se asienta esta metáfora?


De los modernos que han utilizado esta metáfora destaca Descartes. La raíz del árbol es la metafísica, el tronco es la física y las ramas son las ciencias experimentales hasta llegar a la copa de la moral. Se trata de un saber que implica lo teórico y lo práctico. En el caso de Descartes no habla de lógica, sino de conversión matemática del método como aquello que va a permitir dotar de base al saber. Saber propedéutico, extensión matemática. Lo cual supone un giro completo de Aristóteles. Éste, en cambio, no utiliza esta metáfora sino que habla de tres ejes: matemática, física y "metafísica". Aquí hay jerarquía, aunque según abstracción, teniendo en cuenta una concepción global de conocimiento. Mas que despliegue hay un camino ascendente y profundo de la realidad. Esto es en el campo sustantivo, aunque también hay otros órganos como la lógica que después nos permitiría elaborar un saber con contenido.

Sin embargo, antes y después de ellos se había puesto en duda esa manera de entender el saber. Ya los presocráticos consideraron que más que de un árbol habría que hablar de arboleda en el que crecen distintos tipos de teorías. Así como Tales consiguió poner en el recto camino a la matemática estableciendo puntos de partida que todos aceptaran, esto no sucedió en la filosofía. Es por ello que pronto apareció la sofística. Ésta supondría la primera gran escisión de la filosofía que renuncia al saber teórico por el práctico, que renuncia, en definitiva, a la búsqueda de la verdad porque parece que alcanzarla es un imposible.

Quizá sea demasiado aventurado pero me atrevería a afirmar que algo así ocurre también en nuestra época. Como hace dos mil quinientos años la objetividad científica nos deslumbra y en ocasiones puede llegar a humillar al pensamiento filosófico. Por otro lado, la proliferación continua de teorías contrapuestas que intentan acabar con la anterior (nuestra tradición es ser revolucionarios) no facilita la comprensión adecuada de los problemas y, mucho menos, nos acerca a sus soluciones. Además, en el pensamiento postmoderno algunos vieron en esa metáfora del conocimiento como un árbol el intento de la filosofía occidental de imponer sus esquemas jerárquicos a la realidad y el pensamiento. Los principales formuladores de la teoría del pensamiento rizomático fueron Deleuze y Guattari.

¿Por qué hemos llegado hasta aquí? A partir del siglo XVIII, con Kant, puede decirse que la filosofía comienza a girar de manera equivocada. Resumiendo ilegítimamente la filosofía kantiana podríamos decir que todo su intento es establecer los juicios sintéticos a priori de la matemática, de la física y de la metafísica. Aunque esto fue asumido mayoritariamente se ha demostrado que los juicios de la física no eran tan absolutos y necesarios como Kant pensaba. Sin embargo, a la metafísica se le siguió exigiendo el intento de asentar todas sus aserciones. Además la escisión total entre lo fenoménico y lo nouménico habría conllevado, por un lado, poner un límite a la explicación científica. Por otro, la explicación metafísica sería imposible.

De esta manera tras él se exigió que la metafísica hiciera un ejercicio titánico que en realidad no se dan en matemática ni en física. Todos aceptaron el planteamiento kantiano de que el rigor que se impuso no se rebajara. Pero después de muchos intentos se tiró la toalla, quizá también, ilegítimamente.

Ahora es el momento de volver a recordar que la filosofía es una tarea que busca la verdad, pero que la busque no significa que ya la tenga. Estamos en el camino de alcanzarla, estamos en una tradición que, aunque parezca lo contrario, avanza. Esto queda resumido en la famosa frase: “Somos enanos a hombros de gigantes”. El avance en filosofía es muy pequeño, pero si conseguimos encaramarnos a todos los que nos han precedido conseguiremos que, al menos, nuestra mirada llegue un poco más lejos.

Sólo el filósofo, con su capacidad de síntesis, es capaz de ejercer la interdisciplinariedad y, por tanto, de establecer la integridad del saber, es capaz de coger las ramas y el tronco y las integra. Pero para que avancemos de verdad debemos ser muy humildes, no dejar de ser discípulos y no cansarnos nunca de caminar.

Pequeña biografía de Aristóteles.



Biografía resumida de Aristóteles.
Retrato de Aristóteles, el filósofo griego y fundador del Liceo, en su estudio rodeado de manuscritos y pergaminos, simbolizando su vasta contribución a la filosofía y las ciencias
Retrato de Aristóteles en su estudio rodeado de manuscritos y pergaminos

La filosofía de Aristóteles constituye, junto a la de su maestro Platón, el legado más importante del pensamiento de la Grecia antigua.

Sobre su vida.
Aristóteles nació en el año 384 a.C. en una pequeña localidad macedonia llamada Estagira -de ahí que sea conocido como el Estagirita. Nicómaco era su padre, que servía la medicina en la corte de Amintas III, padre de Filipo y abuelo de Alejandro Magno.

Tenía 17 años, cuando estudiaba en la Academia de Platón -con quien no guardó buena amistad a juzgar por las escrituras que se conservan, allí recibió el conocimiento necesario para la vida en sociedad que exigía la democracia directa Griega, a lo largo de su vida Aristóteles
creó conceptos tales como: “materia”, “sustancia” o “forma”. Conceptos que pretendían explicar el mundo desde la experiencia y la razón, su pensamiento se interesó por aspectos distintos a los de su maestro, Platón con base ideal y dialéctica, es decir, él un aprendiz interesado por la ciencia y el maestro interesado por la política. De esta diferenciación ha surgido la creencia de que Aristóteles y Platón tenían posturas contrarias, pero hay que advertir que pasaron años hasta que tras la muerte de Platón, cuando Aristóteles tenía treinta y seis años de edad fundó el Liceo de Atenas y comenzó a delimitar su obra filosófica.

Sobre el final de la vida de Aristóteles. Durante sus últimos años fue cuando terminó la mayoría de sus libros y se dedicó al liceo, donde se hizo famoso el hecho de charlar con los alumnos mientras paseaban, durante esa época conoció y fue maestro de Alejandro Magno durante cinco años en el reino de Macedonia, lo formó intelectualmente durante su adolescencia, esto lo sabemos por un sobrino de Alejandro llamado Calistenes, que era además su biógrafo, quien atestigua la relación de Aristóteles y Alejandro en: Vida y Hazañas de Alejandro de Macedonia.

Aristóteles falleció en situación de exilio en la isla de Chalcis, Macedonia, bajo la protección de Alejandro en el año 322 a.C. Con 62 años de edad.

Sobre sus obras.


Fueron olvidadas, descubiertas por azar y editadas por Andrónico de Rodas en la Roma de Cicerón, redescubiertas y comentadas en la Edad Media por los filósofos andalusíes, posteriormente cristianamente interpretadas (bautizadas) por los tomistas y neo escolásticos, relegadas por los modernos y, por último, definitivamente rehabilitadas a partir de Hegel.

De ellas, la tradición ha recogido con el nombre de Órganon las obras de lógica: Categorías, De la interpretación, Primeros y Segundos analíticos, Tópicos y Refutaciones de los sofismas. Además de la Retórica, de la Poética (en parte) y de Sobre el alma, la «antropología» de Aristóteles comprende la Ética a Eudemo, la Ética a Nicómaco, la Política y la Constitución de Atenas. Sus obras sobre la naturaleza son Del cielo, De la generación y corrupción, los Meteoros, la Mecánica, De las partes de los animales, De la generación de los animales, Sobre el caminar, Sobre el movimiento, etc. Los varios libros de la Física y de la Metafísica fundamentan y coronan el conjunto. Es considerado el primer metafísico, el primer hombre capaz por sus ideas de filosofar por sí mismo sin necesidad de Dioses, pues además era Ateo.

Ideas principales de Aristóteles.


Gracias a Aristóteles, sabemos de la ciencia positiva de la época y de los trabajos y concepciones de sus predecesores y contemporáneos. Aportó siempre agudas y originales observaciones y no pocas de sus adquisiciones lo han sido de las ciencias naturales de todos los tiempos (algunas, incluso, no confirmadas hasta el siglo XIX): describió unas 400 especies (de las que disecó unas 50), distinguió entre animales «sanguíneos» (vertebrados) y «exangües» (invertebrados), clasificó a los murciélagos como mamíferos, describió la vida social de las abejas, distinguió entre insectos dípteros e himenópteros y entre rocas y minerales y aportó la noción capital de especie.

Clasificador y analista universal (de regímenes políticos, de géneros literarios, de categorías y de modos de razonar e, incluso, del ser y de las causas) y tan atento al fenómeno del lenguaje como reticente con los abusos del habla, Aristóteles se planteó además y sobre todo las grandes cuestiones de fondo: la estructura de la materia, la organización de la vida, el poder del espíritu y sus límites, la libertad del hombre y su sentido o la trascendencia misma de la divinidad y su misterio.

La metafísica de Aristóteles es un libro especulativo que no llegó a publicar, ni se cree que lo enseñase en el Liceo, pero que ha tenido una importancia inmensa en el desarrollo posterior de las religiones monoteístas y de las democracias contemporáneas. Este libro significa “lo que hay después de la física” y consta de argumentos razonados e intuitivos sobre las causas que no alcanzó a comprender científicamente, así, este libro es de un interés político y se apoya en suposiciones científicas para efectuar una crítica argumentativa, la idea principal del libro entiende que una contradicción de argumentos es una oposición entre un determinado contenido y su negación absoluta, a la que diferencia de la contrariedad: más sana argumentativamente, así, piensa que quien acepta la contradicción no es apto para la política pues confunde el concepto “ hombre” con el “no hombre”, es decir, son incapaces de comprender al otro por no pensar lo mismo, en cambio cree que quienes acostumbran a argumentar por contrariedades como “inteligente” o “tonto” llegarán a entender puntos medios entre ambos argumentos.

Dos interpretaciones de su obra.


Es importante relacionar al filósofo con la historia posterior, por eso he realizado un resumen de los dos filósofos posteriores a Aristóteles, que realizaron las más famosas de las adaptaciones al pensamiento del filosófico Griego, estas son la de Averroes, también llamado “El comentador de Aristóteles” y la de Hegel, del que se dice que "recobró el espíritu ideal y científico griego".

La primera interpretación consta del siglo XII, durante los segundos reinos de Taifa Andalusíes, su autor, Averroes (Ibsn Rubsd) fue una figura pública importante, médico de la familia real, juez de Sevilla y Córdoba, orador público y filósofo.

Averroes se diferencia de Aristóteles en los conceptos de poética e historia, este creía que son inseparables, una visión contraria a la de Hegel y a la que tenemos sobre la griega clásica, también se diferencia en la clasificación de los inteligibles por cuerpos o grados, pues creía que se mezclaban con los elementos materiales, así como en la posibilidad de alcanzar una “mayor perfección” a través de la mezcla y no únicamente a través de la “sustancia pura”.

A través de sus comentarios a Aristóteles acepta que no existe el alma sin el cuerpo, este hecho se considera el principio del fin de la sociedad medieval, fue desterrado en la ciudad de Lucena tras su última revisión del "Comentario al Ánima de Aristóteles", donde realizó cambios concernientes al intelecto material. Sus comentarios dieron lugar a formaciones liberales y libertinas, europeístas, pero también fueron utilizados por el terrorismo islámico.

En la segunda interpretación, Hegel constituye de Aristóteles la unidad de lo que es real y la diferenciación entre posibilidad y realidad, la primera puede describirse brevemente como unidad biológica, la realidad en cambio constituye un infinito por si, algo a lo que llama la transformación de la Conciencia a la “Conciencia de sí”. El infinito es la simple oposición, el mundo invertido donde la realidad es la negación infinita. Con Hegel queda reformulada la capacidad argumentativa, la infinitud de la realidad y la capacidad de la sociedad de perfeccionarse mediante estas.

La útilidad de los dioses en la antigüedad. Microensayo.

el problema de la utilidad de los dioses parece algo superfluo, y solo cabe preguntarlo


Ahora -en estos tiempos, el problema de la utilidad de los dioses parece algo superfluo, y solo cabe preguntarlo en ratos libres para la búsqueda de curiosidades. Pero en su nacimiento, los dioses fueron útiles y respetados por los mortales, quiero decir que durante años, los Dioses realmente existían y eran necesarios. Hoy ya son muertos y no hay razón para su vuelta, tal y como si las personas de nuestro tiempo funcionaran a base de conceptos diferentes que aquellas e hiciesen a los conceptos antiguos -llamados dioses- inútiles.

Primero: El problema que impide poder comprobar su existencia es a medias conceptual y antropológico. Por un lado, el conceptual es un problema diferencial, un concepto funciona de forma concreta y es útil y único. Por el otro, el problema antropológico sugiere que los conceptos se forman por capas, compuestos de distintos modos y capacidades de pensamiento. Es decir, un concepto siendo útil, único y concreto contiene marcas y endiduras que muestran la necesidad de su creación y la historia de los que lo utilizaron.

Ahora bien, una opción sería apoyarnos en un concepto antiguo -vamos a hacerlo con el concepto aristotélico de ser. ¿Como podía un individuo utilizar este concepto para expresar su poder (capacidad)? y, ¿que no le estaba permitido?, es decir, cual era la forma conceptual para que le fuese imposible enunciar una utilidad, por aquel entonces "corrupta".

El problema de acto/potencia en la estructura del ser. Esto se puede pensar si observamos que en el mundo natural todas las cosas cambian -diremos que poseen la estructura acto/potencia. Es decir, el cambio sólo puede darse a partir de algo que está en acto, así, dice Aristóteles: un cuerpo frío se calienta por la acción de otro cuerpo que ya está caliente, entonces -en el ejemplo, cuando el cuerpo frío se calienta no hace otra cosa que apropiarse de la potencia del cuerpo ya caliente, o, ser caliente en sentido de expansión momentánea, por que el cuerpo caliente a sido atravesado por la potencia del otro cuerpo hasta llevarlo al acto.

Ocurre igual cuando queremos apropiarnos de las potencias divinas -en el mismo sentido de expansión momentánea- y apoyándonos sobre las multiplicidades de dioses, que son la creación más solida de la vida pre-socrática, se descubre que sin esta, el proceso de enunciación sería incompleto. Que el individuo inmerso en la cultura pre-socrática no es capaz de enunciar su capacidad sin la gracia de Zeus, Hércules o Afrodita. Pues estas divinidades son potencia de ser, y solo potencia de ser, y el cuerpo constituido en acto es solo substancia adueñante. Substancia adueñante no divina, ni divinizable, un ejemplo: que un individuo afirme soy en Hércules, sería de lo más normal y expresa que esto -ser en Hércules- engrandece la valentía del muchacho en acto, lo que no es lo mismo, es afirmar soy Hércules -lo que seguramente le mandaría al destierro-, es decir que el concepto de ser era inconsistente con el hecho de afirmar soy valiente -en sentido Heideggeriano.

La persona acto/potencia no puede adueñarse de una potencia pura, una persona no podía -en estas culturas antiguas- afirmar soy valiente pues sería lo mismo que decir soy Hércules, y una persona no podía ser un Dios, pero ahora si, si podemos afirmar soy valiente y nadie viene para darnos castigo. Y es que ahora somos semi-dioses sin conocimiento del acto. Como sujetos que utilizan el ser heideggeriano y se creen dioses sin saber por que...

                            

Epistemología de la psicología y la psicoterapia. Introducción.

Hoy quiero explicar quién fue el primer psicólogo de la historia, este hombre defendió el surgimiento de esta ciencia en la edad media y además era médico y psicólogo practicante (que incluía como la medicina del alma, "la mente" que decimos ahora) de los monarcas Sevillanos y Cordobeses de esos años.

Imagen futurista y científica representando al primer psicólogo de la historia, Averroes, en un contexto medieval, fusionando elementos de psicología, medicina y filosofía, con un fondo de Sevilla y Córdoba.

Averroes emerge no solo como un pionero en la medicina y la filosofía, sino también como el primer psicólogo de la historia, cuya obra ha sido injustamente opacada por el tiempo y la controversia. Su enfoque en separar la psicología de la metafísica, su metodología para entender la mente y sus procesos, y su conceptualización de la psicoterapia como un arte basado en la ciencia, allanan el camino para lo que hoy conocemos como psicología moderna. A pesar de las dificultades para acceder a sus escritos originales, la influencia de Averroes perdura, evidenciando la relevancia de su pensamiento para entender y tratar las complejidades de la mente humana. Su legado nos recuerda la profunda interconexión entre la ciencia y el arte en la búsqueda del bienestar mental, subrayando la importancia de revisitar y reconocer las raíces históricas de la psicología.

El primer psicólogo de la historia.

Este pensador, filósofo, médico, y juez, es muy famoso y reconocido por ser el padre de la medicina. Pero esto no ocurre así con la psicología. No está reconocido actualmente como padre de la psicología y esto es un error por varias cosas. La primera porque su principal dedicación durante toda su vida fue la de crear una ciencia psicológica y separarla completamente de la metafísica.

Y es que estableció una epistemología psicológica que puede entenderse hoy en día. Que nos proporciona a casi novecientos años de su nacimiento una reflexión firme y con evidencia encontrada por los experimentos y casos psicoterapéuticos posteriores. Y esto es algo muy difícil, ya que no existen en la actualidad enfoques psicoterapéuticos que tengan más consenso teórico y epistemológico sobre su forma de trabajar que lo propuesto teóricamente por Averroes.


Pero lo que ocurre, la principal dificultad de entender la psicología de Averroes, es que su libro de psicología en el que explica su teoría psicológica ha sido el más prohibido de la historia de la humanidad, este ha sido el autor maldito más perseguido por todas las organizaciones religiosas durante siglos. Por eso ha sido muy difícil contrastar lo que decía ese libro después de cientos de años de malas traducciones, pero gracias al trabajo de varias generaciones de arabistas, se han conseguido contrastar los significados contradictorios de las distintas versiones del libro, quedando de acuerdo los especialistas en que el libro que contiene la traducción más moderna, que ha sido revisado durante veinte años contrastando las versiones árabes, judias y cristianas del "comentario al alma de Aristóteles" que realizó Averroes. 

Este libro revisado que se llama "La psicología de Averroes" consiste en lo más parecido a lo que expresaba el original. !Envídia de Don Quijote, bálsamo hegeliano y rica curiosidad materialista en los marxistas! que este es presente y futuro de la práctica psicológica, este libro de Salvador Gomez Nogales que rescató nítidamente a nuestro moro más sabio.

La espistemología psicológica

Cada uno de los sentidos percibe sus sensibles, y percibe, además de esto, que percibe, es decir, puesto que ella (la consciencia) siente la sensación, la misma sensación es el sujeto de la percepción. Averroes. [1]

 

Averroes reflexionó sobre los fundamentos y métodos de conocimiento de la psicología y la psicoterapia, y pudo exponer claramente el conocimiento que adquiere el psicólogo sobre sus objetos de estudio. 

Los objetos de estudio de esta ciencia son para el Cordobés los sentidos, el sentido común y el conocimiento de los estímulos separados de los sentidos. También proporciona la reflexión sobre el conocimiento que adquiere el psicólogo sobre un sujeto capaz de representarse esos objetos.

Para comprender la psicología de Averroes voy a resumir su pensamiento sobre esta ciencia en las líneas que siguen debajo:

Este psicólogo medieval define la psicología en la práctica, es decir, lo que hoy llamamos psicoterapia como "un arte que garantiza la adquisición de lo que las artes parciales establecen como principios y sujetos". Esta definición, como se verá, es la de la metafísica, pero que por coincidir para Averroes el "sujeto de la sensación" con la causa formal de la conducta, es por tanto la metafísica el mismo ejercicio de la psicología como ciencia y de la psicoterapia, como es evidente de las premisas dichas, pero como digo más adelante se explicará. 

Siguiendo con la definición, que sea "un arte" quiere decir para Averroes que requiere para su práctica efectiva de la intuición, es decir, que requiere saber del alma y de los sentidos pero no actuar directamente. Dejando que actúe en "potencia".

Con las "artes parciales" se refiere a la física de Aristóteles, requiere entender que lo que nos pasa es causa de las formas o creencias que formamos de nuestra interacción con el ambiente. pero que, como se ve, no es de lo físico de lo que se ocupa (si fuera así sería una ciencia) sino de lo que percibimos desde nuestra consciencia, y en comprender nuestra consciencia y asociarla con lo que percibimos, eso es lo que quiere exponer diciendo que es un arte. 

Para entender el parrafo anterior vayámonos a lo que decía Aristóteles: aquello de que la ciencia física va de lo particular a lo general, hasta el hecho de que aquí cambie "ciencia" por "arte", es en lo que consiste básicamente que Averroes se pueda considerar el padre de la psicología y la psicoterapia. Pues consiste en utilizar el conocimiento demostrado sobre "el alma" y el cuerpo, para trabajar sobre el grado de "verdad" que presentan los estímulos de nuestra realidad en nuestra forma de sentir.

Psicología de Averroes en la sombra.
Averroes  un psicólogo en la sombra.
Por "principios y sujetos" se refiere a las leyes físicas de la generación y la corrupción aristotélicas, biología, pero también a lo que se puede entender racionalmente por "ser algo". Y esto último es algo que muchos filósofos creen o ignoran que no pasó hasta Hegel. Es decir, que para la mente no existe la generación sino un principio formal, como tampoco existe la corrupción sino el mismo sujeto eperimentándose, es decir, el cambio mismo autopercibido.

Vamos, para aclararnos hasta este punto, que Aristóteles llegó a decir que existe un ser perfecto en cuanto a argumentación lógica, y en cuanto a movimientos físicos, pero no en cuanto a las "formas del alma", es decir, no en cuanto a lo que "creo que soy".

Y de aquí parte la posibilidad de una forma "política de ser" como el derecho jurídico, las democracias parlamentarias, etc. Y también de una forma psicológica de ser o de sentir, o de sufrir, etc.

Aclaraciones sobre la psicología como ciencia

Pero hay que aclarar varias cosas que se desarrollan a continuación, la primera que Averroes no se queda en la forma, en la creencia, sino que parte de su causa, de su función orgánica. Aunque el psicoterapeuta trabaja con formas, estas son las funciones orgánicas en potencia de su paciente.

Otra cosa a aclarar es que Averroes ni es dualista ni sigue la doctrina hilemórfica de Aristóteles completamente en cuanto al alma. Ya que entiende el alma como la suma de percepciones e imaginaciones que se forman, y que dependen del conocimiento de la realidad. Es decir, que la mente y sus representaciones tienen causas materiales y que si no tienen causas materiales sino imaginativas dejarémos de experimentar "la mente".  

Y es que la confusión radica en que Averroes dice que lo que Aristóteles dice es cierto en cuanto al alma, pero a diferencia de este, Averroes siempre habla desde el alma, por eso se expresa con formas materiales y no materia. Voy a intentar resumir la psicología de Averroes con esta frase: "El alma es la forma del cuerpo físico" [2] y cuando se piensa, se piensa en formas y no en materia.

Podemos decir siguiendo a Aristóteles, que la idea de psicología que desarrolla Averroes es la conclusión lógica de "las causas formales" de Aristóteles, pero Averroes vá más allá, pues son causas formales tanto el sentir de la mente, como la conducta, como la misma persona, es decir, la misma consciencia de lo que soy.

Esto es muy relevante hoy y es que un reconocido psicólogo conductista llamado Marino Pérez Álvarez escribió recientemente un trabajo titulado "Un conductismo radicalmente humano"[4], en el que relaciona el conductismo con el enfoque humanista y personal de la psicoterapia, partiendo de las causas formales de Aristóteles hasta explicar su punto de vista teórico. Es decir, Marino llega a una conclusión muy parecida a la de Averroes sobre la psicología.

Pero para seguir comprendiendo a Averroes, hay que darse cuenta de que es un autor medieval y que utiliza la palabra "perfección" de una forma muy distinta a la que que podríamos imaginar, la utiliza como una idea de nosotros casi imposible de conseguir, que se asemeja a la idea de "absoluto" en Hegel. Por ejemplo dice que "el alma es la perfección primera del cuerpo físico orgánico", Averroes usa mucho este concepto: "perfección primera" para referirse a las formas de la mente. Quiere decir que puede llegar a ser perfecta, a ser idéntica a la realidad que siente, que experimenta o que aprende, es decir, a ser idéntica a su causa y a su esencia. Pero sigo, que no se puede entender este concepto sin el de "perfecciones últimas", que siempre nombra en plural, estás "perfecciones" no son de ninguna manera perfecciones, en realidad dice que son las pasiones y acciones, es decir, el comportamiento y la afección sensitiva. Son la percepción "primera" o "perfecta" pero sumada la imaginación, que produce formas de sufrir que me afectan. 

El párrafo anterior da cuenta de la importancia que tiene para Averroes las causas formales aristotélicas para crear la psicología. Deja claro que estas formas de sufrir no existen en la realidad, ni en la materia, tampoco existen en el estímulo, y no pueden existir conceptualmente, porque incluyen a la imaginación y no solamente a la percepción, y por esto solo podemos evaluarlas desde dentro de nosotros como personas, y con la ayuda de un experto en el comportamiento humano, es decir, de un psicólogo. Esto era lo que pensaba Averroes, y es también lo que pensamos hoy.

Para resumir: la psicología es la ciencia que estudia como percibimos los estímulos, pues este es el acto primero de la forma, y su causa. Y en la práctica el psicólogo trabaja sobre las formas de la mente de otra persona, no sobre los estímulos, sino que mantiene su saber "en potencia" esperando a que el paciente actúe, que es lo primero, para después ayudarlo en las formas o creencias que está formando.

Otra cosa importante a destacar es lo que entendía este psicólogo andalusie por ciencia pesicológica.

Creía que parte del trabajo del psicólogo para ayudar es investigar sobre psicología básica

Y es que la psicología es una ciencia, y el "arte" del psicólogo cuando ayuda depende del conocimiento de esta ciencia. Esto lo entiende así porque para él el psicólogo debe entender de la consciencia las formas materiales y las inmateriales, es decir, no piensa Averroes en estímulos, piensa en percepciones, que son los estímulos en cuanto producen alguna afección. No cree que la materia estimular propicie un cambio, sino que es el aprendizaje de ese estímulo por los sentidos lo que lo propicia, al ser experimentado.

Por ejemplo dice que "el sujeto del cultivador de esta ciencia" [3], es decir el psicólogo trabaja agrandando esta ciencia al estudiar los estímulos recogidos por los sentidos y el cambio que se produce en su forma en un sujeto, esto el psicólogo cuando piensa sobre lo que hace. El psicóogo es pues, el que actúa aprendiendo como afectan los estimulos de nuestro mundo a nuestros sentidos y las formas que tiene la mente para describirlos.

Un poco antes dice que ese sujeto, "es lo mismo que la asunción de que la mayor parte de las formas son materiales, y que es evidente por sí mismo". Veamos, las formas materiales son los perceptos, que son los estímulos experimentados sensitivamente y que te afectan de alguna manera, dice que todo lo que eres capaz de percibir te afecta, y que es evidente porque si no nos diésemos cuenta de un estímulo no habría percépto sensitivo, y no podría haber sujeto afeccionado ni estudio posible sobre ese sujeto afeccionado. Esto es lo evidente.

Cómo se puede ver no hay dualismo en Averroes, y al contrario, casi parece un psicólogo antiguo conductual cuando dice: "la mayor parte de las formas del sujeto de esta ciencia son materiales", y las otras, ¿qué son?, pues inmateriales, es decir, imaginadas. Lo que deja claro Averroes en su libro de psicología es que la consciencia es consciencia si la mayor parte de las formas son percibidas con pocas imaginaciones. Si hay más imaginaciones que percepciones sensibles no hay sujeto consciente, no podemos permanecer conscientes, no podemos ayudarnos.

Si queremos ser el sujeto de alguna consciencia debemos percibir, no imaginar, y va más allá Averroes cuando avisa para acabar con esta introducción sobre la ciencia psicológica: "que se especula que el alma racional puede darse separada", separada del resto de estados de consciencia. Y sigue diciendo que si después la encontramos junta, ya será evidente, con esto quería decir que no hay que incluir la intelección sobre el significado de las cosas, que la inteligencia o la cognición puede no ayudar a la mente en conjunto (Es una lucha contra la metáfora religiosa que hoy es comparable al cognitivismo más absurdo, en cuanto que se basa en la imaginación intelectiva).

La psicología como ciencia empírica y conceptual

Mucho más clara queda la psicología de Averroes cuando dice que el psicólogo ayuda a resolver si las percepciones están constituidas o no por los estímulos. Pero esta palabra "ayudar a resolver" no es guiar, ni educar, ni analizar, ni incluso describir.

Ayudar a resolver es investigar para que otro resuelva, para otra mente, quiere decir aquí que lo que investiga el psicólogo es sobre las formas, que teniendo causa funcional son recogidas por los sentidos y forman una consciencia que es otra persona, para que esa consciencia que investiga pueda distinguirlas de sus imaginaciones se debe de trabajar psicoterapéuticamente en formas, y no en causas. Y es por esto que al principio decía que la psicoterapia es un arte, que depende del estudio científico de la ciencia psicológica.

En este punto me recuerda mucho al énfasis de un autor muy influyente en la historia de la psicoterapia como fue Carl Rogers, este autor desarrollo una posición de trabajo práctica del terapeuta muy similar al trabajo como médico del alma de Averroes. Carl Rogers hablaba de la escucha activa, pero más aún, no era la escucha por la escucha, era entender la cognición para describirla, para mostrar la investigación insitu a otra mente. Así también, tiene iguales parecidos con F. Skinner, pues ambos propusieron que la base de toda psicología como ciencia es el estudio de los estímulos.

Sigo con Averroes, dice que "el procedimiento por el que se adquieren las premisas racionales a esta ciencia de las formas materiales en cuanto que son materiales, teniendo en cuenta todos los atributos" esto quiere decir que el psicólogo debe investigar los estímulos físicos directamente, pero teniendo en cuenta las diferencias perceptuales de los distintos sentidos, de las distintas formas de aprendizaje y teniendo en cuenta los diferentes materiales de los estímulos y como se perciben distintamente por los distintos sentidos. Esto es lo que debe vigilar el psicólogo para ser capaz de ayudar al paciente a integrarlo en su consciencia.

Esto es solo la introducción a su tratado psicológico, pero parece que ya ha resumido gran parte de la psicoterapia actual. Y de como este pensador intuitivo cordobés encontró una base firme para la investigación psicológica y el ejercicio de la psicoterapia.

En resumen, el estudio de la psicología como ciencia y como ejercicio profesional lo adelantó este cordobés Andalusíe en el siglo XII y es válido hasta nuestros días.

Notas

[1] La Psicología de Averroes : Comentario al libro Sobre el alma de Aristóteles / traducción, introducción y notas de Salvador Gómez Nogales. Autor: Averroes, 1126-1198. Página 165.

[2] En que el "alma es la forma del cuerpo físico" coinciden Aristóteles como Averroes, pero este último concluye que solo podemos pensar desde dentro del alma, y esto sobre todo para ejercer la psicología, de ahí lo añadido a continuación para completar el pensamiento de Averroes sobre la psicología.

[3] Op.Cit.  Página 105.

[4] Artículo de Marino Perez: Un conductismo radical. http://www.redalyc.org/pdf/2745/274538026002.pdf




República de la reflexión




“Un montón de gente no es una república”

                                                   Aristóteles.


República de Aristóteles


Lo que define en sentido clásico a una República es, según Aristóteles, la realización de la libertad, la justicia y el bien común, sustentados en la cada vez mayor profundización del desarrollo de las más variadas capacidades cognoscitivas de la ciudadanía, cabe decir, de su Ethos o su civilidad. Es la educación, la formación cultural, lo que hace posible la identificación de la bondad, la belleza y la verdad como la savia vital, única e idéntica, que alimenta y nutre toda la estructura orgánica, todo el cuerpo, de la sociedad entera. Omne trinum perfectum est. El éxito de una república depende, en gran medida, de la calidad de su formación educativa. Y hasta se podría llegar a afirmar que toda auténtica república es, en el fondo, una sociedad del y para el conocimiento, incluyendo el de sí misma . Como dice Aristóteles, el bien se identifica con la verdad, mientras que el mal se identifica con la ignorancia: “la maldad en la elección -dice el estagirita- no es causa de lo involuntario sino de la ignorancia”. Sólo de este modo se puede concretar la efectiva división de los poderes públicos y su recíproco control; la conformación, así como la consecuente participación activa de la auténtica ciudadanía, lo mismo que la representación de todos los sectores de la sociedad, con iguales atribuciones y derechos. 

“Derecho Natural y Ciencia del Estado” es el subtítulo de la obra más importante del pensamiento político escrita por Hegel: sus Lineamientos de la Filosofía del Derecho. Los términos presentes en el mencionado subtítulo, designan dos disciplinas que son constitutivas de la filosofía jurídico-política pre-hegeliana, precisamente, el 'derecho natural' y la 'ciencia del Estado'. La primera tiene sus orígenes entre el siglo XVII y XVIII. La segunda pertenece a la tradición de la filosofía política clásica. Lo sustancial del propósito de Hegel consiste en sorprender la abstracción que se genera a partir de la fractura, del desgarramiento, puesta entre ambos términos. Para la filosofía política clásica, una visión de los hombres aislada de lo político significa el acercamiento a lo meramente natural y barbárico, la salida de la civilización. El soporte del idiota. Sólo con la irrupción de la subjetividad, propia del espíritu moderno, la llamada ciencia del Estado se independiza de la antigua consideración del ámbito de lo público como comunitas civilis sive politica. Pero el resultado fue la separación radical de la vida política y de la vida civil, del derecho y la moralidad. Desde entonces, o el individuo privado o el Estado son puestos, indistintamente, como premisas del quehacer de la sociedad. El comunitarismo o el individualismo tienen sus orígenes en esta doble abstracción.

Norberto Bobbio habla de 'individualismo' contra 'organicismo'. De un lado, el emprendimiento privado. Del otro, el estatismo proteccionista. Dos polos antagónicos que, inducidos por la lógica del entendimiento reflexivo, se enfrentan recíprocamente. O lo uno o lo otro. El Aut-Aut: o el totalitarismo estatista o el individualismo privatista. La trama se ha roto y el tejido social cobra sus inevitables víctimas. Sin fuentes de producción, sin alimentos, sin medicinas, con una inflación que se desborda con el pasar de las horas, con una inusitada violencia que amenaza la propia existencia del ser social, del todo y de las partes. Es la república de la conciencia desgarrada, de la ficción, del no-reconocimiento. La república del dolor, en la que no cabe el Ethos o, como lo llama Ortega y Gasset, la civilidad. La reflexión ha actuado para cumplir su labor de disección: el “socialismo” se asume como el aplastamiento absoluto de la iniciativa privada. El “neo-liberalismo” como la hostil confrontación “contra el Estado”. Estatolatría contra privatización. Privatización contra estatolatría. Y, dependiendo del punto de vista desde el cual se represente el correspondiente antagonismo, se asumirá el consecuente “logos” maniqueo: éste es “el bueno”; el “otro” es “el malo”. Prisioneros de sus correspondientes dogmas particulares, en realidad, de sus “pasiones tristes” -como las denomina Spinoza-, de sus irracionales prejuicios e inclinaciones instintivas -mientras, nel mezzo del cammin le van sacando el mayor provecho personal al asunto-, ambos lados terminan por depauperar y destruir la sociedad y, con ella, a los individuos, es decir, tanto a la sociedad política como a la sociedad civil, ese complejo orgánico y necesariamente contradictorio, correlativo en sí mismo, que constituye al Estado.

¿Cómo se puede interpretar el “no estamos dispuestos a entregar el poder”, como estatismo o como supremo individualismo, como comunitarismo o como privatización del Estado? ¿Cómo conviene asumir la vieja sentencia: “no participo en elecciones, no me interesa la política”, ¿como una expresión de la privatización de la vida pública o como una manifestación de estatismo privatizador? En síntesis, la “lógica”, o más bien, este modelo de la absoluta incoherencia e inconsecuencia, desde la cual se pretenden fundamentar ambos puntos de vista -o más bien, sus intereses-, terminan por trastocarse recíprocamente, poniendo de relieve las miserias sobre las cuales sustentan sus discrepancias. Al final, tirios y troyanos terminan asumiendo el “silogismo de autoridad”, que presupone la existencia de un “lado bueno” y un “lado malo”, como si cada lado pudiese existir sin la presencia del otro, como si ambos no fuesen necesarios el uno para el otro, como si cada uno de ellos no fuese la garantía de la existencia del otro. 

Conviene, una vez más, insistir en la formación cultural, en la schilleriana educación estética, como fundamento de la vida pública y de la vida privada para la creación, como dice Hegel, de una “segunda naturaleza”, como, de hecho, lo es la vida civil. El Ethos no es, como supone la tradición jurídico-política moderna, una “teoría de la moral”, sino, en sentido estricto, la indisoluble unidad de individuo y sociedad. Para tener costumbres robustas, capaces de promover bondad y prosperidad, es prioritario conquistar una adecuada reforma moral e intelectual. El Estado no es la simple supresión del derecho y la moralidad sino, justamente, su correspondiente superación y conservación. Lo uno no es nada sin lo otro. Sólo se supera lo que se conserva. Un árbol no es un árbol si no conserva en la majestad de la extensión de su follaje la multiplicación de la semilla que le ha dado origen. Y es en esto que consiste el objetivo de una educación integral, capaz de trascender los límites de lo meramente técnico o instrumental. Más que del conocimiento, el futuro está en la sociedad del re-conocimiento porque el re-conocimiento es la garantía de la libertad republicana. La libertad debe enfrentarse y superar los límites que ella misma se impone. No hacerlo significa permanecer en la pura pretensión de ser lo que no se es. Las repúblicas de la reflexión, de mero reflejo -que viven de espejismos-, con sus “montones de gentes” y, en consecuencia, con sus multitudes ignorantes, están condenadas a padecer las plagas generadas por su propia barbarie.  

    



  



José Rafael Herrera

@jrherreraucv