Mostrando entradas con la etiqueta Rosa García. Mostrar todas las entradas

¿En qué se parecen la Psicología y la Filosofía? Un Viaje a Través de la Mente y el Pensamiento

 

Mujer vestida con una túnica griega y otra con bata blanca conversan en un paisaje de la Antigua Grecia, con columnas clásicas al fondo, simbolizando la conexión entre Filosofía y Psicología.


Imagina que estás sentado en una plaza soleada, observando a la gente pasar, y te preguntas: ¿Qué nos hace pensar, sentir y actuar como lo hacemos? Esa curiosidad, tan humana, ha sido el motor de dos disciplinas que, aunque hoy parecen distintas, son como hermanas que crecieron juntas: la Psicología y la Filosofía. Una se sumerge en experimentos y datos, la otra se pierde en reflexiones profundas sobre la existencia. Pero, ¿en qué se parecen? En este artículo, exploraremos sus conexiones, viajando por la historia para descubrir cómo han colaborado, chocado y evolucionado juntas en su búsqueda por entender la mente y la vida humana.

1. Un Comienzo Compartido: Cuando la Psicología Era Filosofía

Imagina un mundo sin laboratorios, sin escáneres cerebrales, sin cuestionarios o tests psicológicos. Rebobinemos el tiempo hasta la Antigua Grecia, hace más de dos mil quinientos años, cuando las calles de Atenas vibraban con las voces de filósofos que se reunían en ágoras y academias para desentrañar los misterios de la existencia. En esa época, no había una disciplina llamada Psicología. Las preguntas que hoy asociamos con ella —qué es la mente, cómo sentimos, por qué recordamos o cómo percibimos el mundo— eran el terreno exclusivo de los filósofos, esos incansables buscadores de la verdad que se valían de la reflexión y el diálogo para explorar la esencia humana.

Uno de los gigantes de este período fue Aristóteles, un pensador cuya curiosidad abarcaba desde las estrellas hasta el alma. En su obra Peri Psyche (Sobre el Alma), escrita alrededor del 350 a.C., Aristóteles se sumergió en cuestiones que hoy consideraríamos psicológicas: ¿Cómo funcionan los sentidos? ¿Qué nos permite recordar experiencias pasadas? ¿De dónde vienen las emociones que nos sacuden, como la alegría o el miedo? Para él, el alma no era solo un espíritu místico, sino la fuerza vital que anima a los seres vivos, la chispa que nos permite pensar, sentir y actuar. Sus ideas, profundas y sistemáticas, fueron un primer intento de mapear la mente humana sin las herramientas de la ciencia moderna.

El término "psicología" mismo nos da una pista de esta conexión ancestral. Proviene de las palabras griegas psyché, que significa "alma" o "mente", y logos, que se traduce como "estudio" o "razón". Así, la Psicología, en su origen, era literalmente el "estudio del alma", un proyecto que los filósofos abrazaron con pasión. Antes de Aristóteles, Platón, su maestro, ya había reflexionado sobre la mente, imaginándola como un auriga que lucha por controlar dos caballos: uno, la razón, noble y disciplinado; el otro, las pasiones, salvaje e impredecible. Esta metáfora poética intentaba explicar los conflictos internos que todos sentimos, un tema que siglos después los psicólogos retomarían.

Este enfoque filosófico continuó durante siglos. En la Edad Media, pensadores como Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, tomaron las ideas de Aristóteles y las fusionaron con la teología cristiana. Para Aquino, el alma era la esencia inmortal del ser humano, pero también la raíz de nuestras capacidades intelectuales y emocionales. En el mundo islámico, filósofos como Avicena (Ibn Sina), en los siglos X y XI, exploraron la relación entre el cuerpo y la mente, proponiendo que el alma actúa como un puente entre lo físico y lo espiritual. Sin instrumentos científicos como microscopios o escáneres, estos pensadores se valían de la observación cotidiana, la lógica y la especulación para construir teorías que, aunque no eran comprobables, sentaron las bases de lo que más tarde se transformaría en Psicología.

El panorama comenzó a cambiar en los siglos XVII y XVIII, durante la Ilustración, cuando la razón y el método científico ganaron terreno. Filósofos como John Locke y David Hume empezaron a preguntarse cómo las experiencias moldean nuestra mente, sugiriendo que las ideas no son innatas, sino que provienen de lo que vemos, oímos y sentimos. Estas reflexiones fueron un puente hacia el gran salto del siglo XIX. En 1879, un hito marcó la historia: Wilhelm Wundt, un alemán con una mente inquieta, fundó el primer laboratorio de Psicología experimental en Leipzig, Alemania. Fue un momento revolucionario. La Psicología, que durante milenios había sido una hija de la Filosofía, comenzó a dar sus primeros pasos sola, como una joven que deja el hogar familiar para explorar el mundo con una nueva herramienta: la ciencia.

Wundt y sus seguidores querían medir, observar y experimentar. Estudiaban cómo reaccionamos a sonidos, luces o tiempos, intentando descomponer la mente en sus partes más básicas. Pero, aunque la Psicología se vistió con el traje de la ciencia, nunca cortó del todo el cordón umbilical con la Filosofía. Las preguntas profundas que los griegos, los medievales y los ilustrados habían planteado —qué es la conciencia, cómo conocemos la realidad, qué nos hace humanos— seguían resonando en los laboratorios. Incluso hoy, cuando un psicólogo estudia la memoria o las emociones, está, sin saberlo, dialogando con Aristóteles, Platón y Aquino. Este comienzo compartido nos recuerda que la Psicología y la Filosofía, lejos de ser extrañas, son compañeras de un viaje milenario para descifrar el enigma del alma humana.

2. Preguntas que las Unen: El Misterio de la Mente Humana

Cierra los ojos por un momento y piensa en las preguntas que han intrigado a la humanidad desde siempre: ¿Qué es la conciencia, ese destello que nos hace sentir vivos y conscientes de nosotros mismos? ¿Cómo sabemos lo que sabemos, cómo distinguimos la verdad de la ilusión? ¿Por qué actuamos como lo hacemos, a veces guiados por la lógica y otras por impulsos que apenas entendemos? Estas incógnitas, tan profundas como el universo mismo, son el terreno común donde la Filosofía y la Psicología se encuentran, como dos amigos que se sientan a charlar sobre el mismo enigma, pero cada uno con su propia perspectiva, su propio estilo. La Filosofía se lanza a la aventura con la lógica y la reflexión, tejiendo ideas como hilos de un tapiz; la Psicología, en cambio, se equipa con experimentos, encuestas y observaciones, buscando pistas concretas en el comportamiento humano.

Viajemos primero a la Antigüedad, a la Grecia de hace más de dos mil años, donde los filósofos fueron los pioneros en explorar estos misterios. Platón, uno de los primeros grandes soñadores del pensamiento, imaginó la mente como un auriga, un conductor valiente que lucha por guiar un carruaje tirado por dos caballos opuestos: uno, la razón, noble, calmado y obediente, siempre buscando el camino recto; el otro, las pasiones, salvaje, indomable, tirando hacia el caos. Esta imagen poética, que aparece en su diálogo Fedro, capturaba la lucha interna que todos sentimos: el deseo de actuar con sensatez frente a las tormentas de la ira, el miedo o el amor. Su alumno, Aristóteles, tomó un enfoque más terrenal. En obras como Sobre el Alma, se preguntó cómo los sentidos —vista, oído, tacto— nos conectan con el mundo. Para él, la mente era como un lienzo que se llena con las pinceladas de la experiencia, una idea que siglos después inspiraría a psicólogos a estudiar cómo aprendemos y percibimos.

Saltemos a la Edad Media, un tiempo de castillos, monasterios y un fervor por unir fe y razón. En el mundo islámico, el filósofo y médico Avicena (Ibn Sina), en los siglos X y XI, se sumergió en la relación entre el cuerpo y el alma. En su obra El libro de la curación, propuso que el alma es una entidad distinta, pero que trabaja en armonía con el cuerpo, como un músico que toca un instrumento. Sus reflexiones, que mezclaban filosofía y observaciones tempranas de la medicina, influyeron tanto en el pensamiento europeo como en el islámico. En la Europa medieval, figuras como Santo Tomás de Aquino también exploraron estas ideas, adaptando a Aristóteles para preguntarse cómo la mente, el alma y el cuerpo se entrelazan en nuestra experiencia humana. Estas especulaciones, sin laboratorios ni datos, eran como faros en la oscuridad, iluminando caminos para las generaciones futuras.

Avancemos ahora a los siglos XVII y XVIII, la era de la Ilustración, cuando la razón brilló como nunca. Filósofos como John Locke argumentaron que la mente es una “tabla rasa” al nacer, un espacio en blanco que se llena con las experiencias de la vida. David Hume, con su aguda curiosidad, se preguntó si realmente podemos conocer algo con certeza, sugiriendo que nuestras creencias se basan más en hábitos que en verdades absolutas. Estas ideas plantaron semillas que florecieron en el siglo XIX, cuando la Psicología comenzó a caminar sola.

Llegamos al siglo XX, un tiempo de revoluciones científicas. Psicólogos como William James, a menudo llamado el “padre de la Psicología americana”, se sumergieron en la conciencia, describiéndola como un flujo constante, una corriente de pensamientos que nunca se detiene. En su libro Principios de Psicología (1890), James dialogaba con ideas filosóficas, preguntándose cómo experimentamos el mundo. Al mismo tiempo, Sigmund Freud, desde Viena, abrió la puerta al inconsciente, ese rincón oculto de la mente donde deseos, miedos y recuerdos reprimidos danzan en la sombra. Sus teorías, aunque controvertidas, bebían de las especulaciones filosóficas sobre la naturaleza humana, mostrando que el diálogo entre ambas disciplinas nunca se apagó.

Hoy, en el siglo XXI, la Psicología cognitiva y la Filosofía de la mente se dan la mano como nunca. Los psicólogos usan escáneres cerebrales, experimentos y modelos computacionales para rastrear cómo los pensamientos, las emociones y la memoria surgen de las redes de neuronas en nuestro cerebro. Mientras tanto, los filósofos de la mente, como Daniel Dennett o Patricia Churchland, toman estos datos y se preguntan: ¿Es la conciencia solo un producto del cerebro? ¿O hay algo más, algo que la ciencia no puede tocar? Aunque sus herramientas son distintas —la Psicología se apoya en lo medible, la Filosofía en lo pensable—, su meta es la misma: descifrar el misterio de quiénes somos, qué nos mueve y cómo entendemos el universo que nos rodea.

3. El Enigma Cuerpo-Mente: Un Puente Histórico

Imagina que estás frente a un rompecabezas eterno, uno que ha desconcertado a pensadores durante siglos: ¿Qué relación existe entre tu cuerpo, ese conjunto tangible de huesos, músculos y sangre, y tu mente, ese espacio elusivo donde nacen tus pensamientos, emociones y sueños? ¿Son lo mismo, una sola entidad inseparable, o son dos realidades distintas que de alguna manera coexisten? Este dilema, conocido como el problema cuerpo-mente, es uno de los debates más fascinantes y duraderos que une a la Filosofía y la Psicología, tejiendo un puente histórico entre la especulación de antaño y los descubrimientos científicos de hoy. A lo largo del tiempo, este enigma ha sido como una danza, un diálogo constante entre la reflexión profunda y la evidencia tangible, conectando a ambas disciplinas en su búsqueda por entender la esencia humana.

Retrocedamos al siglo XVII, una era de grandes revoluciones intelectuales, donde un filósofo francés, René Descartes, dio un paso audaz para abordar esta cuestión. En su obra Meditaciones Metafísicas (1641), Descartes propuso una idea radical y clara: el cuerpo y la mente son dos sustancias distintas. El cuerpo, decía, es físico, material, como una máquina compleja que sigue las leyes de la naturaleza; puedes tocarlo, medirlo, verlo. La mente, en cambio, es inmaterial, un “fantasma en la máquina”, un reino no físico donde residen el pensamiento, la conciencia y la voluntad. Este planteamiento, conocido como dualismo cartesiano, sugería que ambas interactúan de manera misteriosa, quizás en la glándula pineal del cerebro, según especuló Descartes. Aunque esta teoría fue polémica —y sigue siéndolo—, marcó una era. Planteó un rompecabezas que no solo desafió a los filósofos de su tiempo, sino que también dio a los futuros psicólogos una pregunta clave para investigar: ¿Cómo se conectan lo físico y lo mental?

El eco de Descartes resonó en los siglos siguientes. En el siglo XVIII, durante la Ilustración, una ola de pensadores llevó estas ideas más allá, preparando el terreno para la Psicología moderna. John Locke, un filósofo inglés, propuso en su Ensayo sobre el entendimiento humano (1690) que la mente es una “tabla rasa” al nacer, un lienzo en blanco que se llena con las pinceladas de la experiencia. Para Locke, todo lo que sabemos —ideas, emociones, creencias— viene de lo que percibimos a través de los sentidos del cuerpo. Su contemporáneo, el escocés David Hume, fue aún más lejos en su obra Tratado de la naturaleza humana (1739-1740). Hume argumentó que nuestra mente no es más que un flujo de impresiones y sensaciones, un teatro donde las experiencias del cuerpo se transforman en pensamientos. Estas ideas, que vinculaban lo físico con lo mental, fueron como un puente: inspiraron a los primeros psicólogos a preguntarse cómo las interacciones con el mundo moldean nuestra vida interior.

El siglo XIX trajo un cambio de marea. Con la Psicología emergiendo como disciplina científica, gracias a pioneros como Wilhelm Wundt, el enfoque comenzó a girar hacia lo medible. Luego, en el siglo XX, la revolución llegó de la mano de la neurociencia, una herramienta poderosa que transformó el debate cuerpo-mente. Psicólogos y científicos empezaron a explorar el cerebro, ese órgano fascinante de apenas un kilo y medio, para entender cómo sus redes de neuronas, sus impulsos eléctricos y sus químicos dan lugar a pensamientos, emociones y decisiones. Figuras como Santiago Ramón y Cajal, el padre de la neurociencia moderna, revelaron la complejidad del sistema nervioso, mientras que experimentos posteriores, en los años 50 y 60, comenzaron a mapear áreas del cerebro ligadas a la memoria, el lenguaje o las emociones. La Psicología dio un giro: ya no solo especulaba, sino que buscaba respuestas en lo físico, en las sinapsis y los lóbulos cerebrales.

Hoy, en el siglo XXI, el diálogo entre Filosofía y Psicología sigue vivo y vibrante. Los filósofos de la mente, como David Chalmers, plantean preguntas audaces: ¿Puede la conciencia, esa sensación única de “ser yo”, explicarse solo por procesos biológicos? Chalmers habla del “problema difícil” de la conciencia, sugiriendo que, aunque entendamos cómo el cerebro procesa información, el misterio de la experiencia subjetiva sigue intacto. Otros, como Patricia Churchland, defienden un enfoque más materialista, argumentando que la mente no es más que el cerebro en acción. Mientras tanto, los psicólogos aportan datos concretos: escáneres cerebrales, como la resonancia magnética funcional, muestran cómo se activan regiones del cerebro cuando soñamos, decidimos o sentimos miedo. Estudios de pacientes con lesiones cerebrales, como el famoso caso de Phineas Gage en el siglo XIX, cuyo cambio de personalidad tras un accidente reveló el vínculo entre el cerebro y el comportamiento, siguen iluminando este enigma.

Este intercambio es como un baile interminable entre especulación y evidencia. La Filosofía lanza preguntas profundas, desafiando los límites de lo que podemos saber: ¿Es la mente solo materia, o hay algo más allá? La Psicología responde con hechos, con imágenes de cerebros iluminados y datos de experimentos. Juntas, construyen un puente histórico, uniendo siglos de pensamiento, desde las reflexiones de Descartes en su estudio parisino hasta los laboratorios modernos de neurociencia. El problema cuerpo-mente no está resuelto, y tal vez nunca lo esté, pero en este diálogo, la Filosofía y la Psicología se alían para acercarnos un poco más al corazón de lo que significa ser humanos.

4. Un Intercambio Vivo: Cómo se Nutren Mutuamente

Imagina a la Filosofía y la Psicología como dos compañeros de viaje, un equipo dinámico que recorre juntos el camino del conocimiento humano. Una, la Filosofía, es como una soñadora que teje ideas audaces, plantea preguntas profundas y dibuja mapas conceptuales del universo y la mente. La otra, la Psicología, es como una exploradora práctica, que sale al terreno con herramientas científicas para poner a prueba esas ideas, recolectar datos y traer respuestas concretas. Este intercambio vivo, esta danza de colaboración, ha definido la relación entre ambas disciplinas a lo largo de la historia, enriqueciéndose mutuamente en un diálogo que ha evolucionado durante siglos y sigue vibrante hoy.

Retrocedamos a los siglos XVII y XVIII, a la era de la Ilustración, un período de luces y revoluciones intelectuales que transformó Europa. En este tiempo, filósofos como Immanuel Kant, una figura monumental del pensamiento, se propusieron redefinir qué nos hace humanos. En su obra Crítica de la razón pura (1781), Kant argumentó que somos seres racionales, capaces de usar la lógica y la razón para ordenar nuestras experiencias y entender el mundo. Para él, la mente no es un simple receptor pasivo, sino un constructor activo que da forma a la realidad a través de categorías como el tiempo, el espacio y la causalidad. Estas ideas, profundas y ambiciosas, ofrecieron a la Psicología, que estaba a punto de nacer como disciplina, un marco fundacional. Los primeros psicólogos, en el siglo XIX, tomaron estas nociones de racionalidad y percepción para empezar a estudiar cómo procesamos la información, cómo pensamos y cómo construimos nuestro conocimiento, sentando las bases de campos como la Psicología experimental.

Pero el flujo no va solo en una dirección. La Psicología, a su vez, ha devuelto valiosos tesoros a la Filosofía, alimentándola con descubrimientos que desafían y enriquecen sus reflexiones. Avancemos al siglo XX, y encontramos a Sigmund Freud, el médico vienés que revolucionó nuestra visión de la mente. En obras como La interpretación de los sueños (1899) y sus teorías sobre el inconsciente, Freud propuso que gran parte de nuestro comportamiento está guiado por deseos, miedos y recuerdos ocultos, fuerzas enterradas en un rincón profundo de la mente al que no accedemos fácilmente. La idea de un inconsciente que influye en nuestras acciones —en nuestros amores, nuestros enojos, nuestras decisiones— era audaz y transformadora. Los filósofos tomaron este concepto y corrieron con él, repensando temas clásicos. ¿Qué significa la libertad si nuestras elecciones están moldeadas por impulsos inconscientes? ¿Cómo podemos hablar de moral si no controlamos del todo nuestros motivos? Pensadores como Jean-Paul Sartre, en el existencialismo, o incluso filósofos analíticos, se inspiraron en Freud para explorar la condición humana desde nuevas perspectivas.

Este intercambio no se detuvo en el pasado. Hoy, en el siglo XXI, la colaboración brilla con fuerza en áreas como la Filosofía de la mente, un campo donde las dos disciplinas se entrelazan como nunca. Los psicólogos, armados con herramientas modernas, realizan experimentos para desentrañar los misterios de la memoria, la percepción y las emociones. Por ejemplo, estudios en laboratorios miden cuánto tiempo tardamos en reconocer un rostro, cómo almacenamos un recuerdo o cómo el estrés altera nuestra atención. Usan electroencefalogramas, escáneres de resonancia magnética y tests controlados para mapear los procesos de la mente. Luego, los filósofos toman estos datos como combustible para sus reflexiones. Figuras como Daniel Dennett o David Chalmers se preguntan: ¿Qué significa ser consciente? Si la memoria es un patrón de neuronas, ¿qué hace que “yo” sea “yo”? ¿Podemos ser realmente libres si nuestro cerebro, con sus circuitos biológicos, influye en cada elección que hacemos?

Este diálogo es una conversación constante, un vaivén fascinante. La Filosofía aporta las grandes preguntas, los conceptos que encienden la imaginación: ¿Qué es la identidad? ¿Qué es la realidad misma? La Psicología responde con evidencia, con hallazgos que anclan esas ideas al mundo tangible: estudios que muestran cómo el daño en el lóbulo frontal cambia la personalidad, o cómo los niños desarrollan el sentido del “yo” a los dos años. En áreas como la neuroética, ambas se unen para abordar dilemas modernos: si manipulamos el cerebro con tecnología, ¿cambiamos quiénes somos? Es un baile vivo, donde la reflexión profunda de la Filosofía y el rigor científico de la Psicología se dan la mano, impulsándose mutuamente hacia una comprensión más rica de la mente y la existencia humana.

5. Mejorar la Vida: Un Propósito Compartido

¿Y si te dijera que, en el fondo, tanto la Filosofía como la Psicología están aquí para ayudarte a vivir mejor, para guiarte hacia una existencia más plena y significativa? Imagina que estás en un sendero, a veces rocoso, a veces sereno, y estas dos disciplinas son como guías amigables: una te ofrece un mapa dibujado con ideas profundas para navegar la vida, y la otra te entrega herramientas prácticas para superar los obstáculos del camino. A lo largo de la historia, ambas han compartido un propósito noble: mejorar la experiencia humana, aliviar el sufrimiento y acercarnos a la felicidad, cada una a su manera, pero unidas por un sueño común. Viajemos por el tiempo para ver cómo lo han hecho y cómo siguen transformando nuestras vidas.

Comencemos en la Antigüedad, hace más de dos mil años, en las calles polvorientas de Grecia y Roma, donde la Filosofía brillaba como una luz para quienes buscaban sentido. Escuelas antiguas como el Estoicismo y el Epicureísmo surgieron como verdaderas recetas para la felicidad, ofreciendo consejos prácticos y profundos. Los estoicos, fundados por Zenón de Citio en el siglo III a.C., creían que la clave de una buena vida está en dominar tus emociones con la razón. Pensadores como Séneca, un consejero romano que enfrentó intrigas y exilios, escribió cartas llenas de sabiduría, enseñándonos a mantener la calma ante la adversidad, a no dejarnos arrastrar por la ira o el miedo. Marco Aurelio, emperador de Roma, plasmó en sus Meditaciones (escritas entre 161-180 d.C.) un mantra poderoso: acepta lo que no puedes cambiar, enfócate en lo que sí puedes controlar —tus pensamientos, tus actitudes—. Esta filosofía, dura pero liberadora, nos invita a encontrar paz interior sin importar las tormentas externas.

Por otro lado, los epicúreos, seguidores de Epicuro en el siglo IV a.C., trazaron un camino diferente hacia la felicidad. En su jardín de Atenas, Epicuro enseñaba que el placer es el fin de la vida, pero no un placer desenfrenado. Buscaban un placer moderado, sencillo: la ausencia de dolor físico (aponía) y la tranquilidad del alma (ataraxia). Para ellos, disfrutar de una comida simple con amigos, evitar el estrés de ambiciones desmedidas y liberarse del miedo a la muerte o a los dioses era el secreto de una vida plena. Estas ideas, nacidas hace siglos en un mundo sin electricidad ni tecnología, suenan sorprendentemente modernas, ¿no crees? Nos recuerdan que la felicidad no está en acumular cosas, sino en cultivar calma y conexiones humanas, lecciones que resuenan aún en nuestro acelerado siglo XXI.

Saltemos al siglo XIX y XX, cuando la Psicología emergió como una disciplina científica, tomando ese impulso filosófico y llevándolo a la práctica de una manera nueva. Inspirándose en esas raíces, los psicólogos comenzaron a desarrollar métodos concretos para sanar la mente y mejorar la vida. Un ejemplo brillante es la terapia cognitivo-conductual (TCC), creada en los años 60 por figuras como Aaron Beck y Albert Ellis. La TCC bebe directamente de los estoicos: te enseña a identificar pensamientos negativos —esas ideas automáticas como “no valgo nada” o “todo saldrá mal”— y a desafiarlas con la razón, reemplazándolas por perspectivas más realistas y positivas. Si Séneca te diría “no te enfades por lo que no controlas”, la TCC te da pasos prácticos: anota tus pensamientos, evalúa su verdad, cámbialos para calmar tu ansiedad. Estudios han mostrado que esta terapia, desde los años 70, ha ayudado a millones a superar la depresión, el estrés y las fobias, llevando la sabiduría antigua al consultorio moderno.

Hoy, la Psicología extiende su alcance más allá. Psicólogos trabajan en clínicas, escuelas, hospitales y hasta empresas, enfrentando los retos de nuestro tiempo. En sesiones individuales, ayudan a personas a aliviar la ansiedad que acelera el corazón en una ciudad caótica, a sanar la depresión que oscurece los días, o a manejar el estrés de un mundo conectado 24/7. En escuelas, apoyan a niños para que enfrenten miedos o mejoren su confianza; en hospitales, acompañan a pacientes que lidian con traumas o enfermedades crónicas. Técnicas como la terapia de aceptación y compromiso, influida por ideas filosóficas de vivir en el presente, o la psicología positiva, que explora cómo cultivar la gratitud y el propósito, muestran cómo la Psicología transforma ideas antiguas en herramientas prácticas para el bienestar. Solo hay que fijarse en el directo de esta revista de filosofía: Esteban Higueras Galán, que es psicólogo terapeuta especializado en problemas de personalidad, que son los que más tienen que ver con las ideas, y cómo estas influyen en el comportamiento humano.

Aunque sus enfoques difieren, la Filosofía y la Psicología persiguen el mismo sueño: una existencia más plena y consciente. La Filosofía te da un mapa, una visión amplia para vivir con virtud y sentido. Escuelas como el Estoicismo o el Epicureísmo te invitan a reflexionar: ¿Qué vida vale la pena vivir? ¿Cómo enfrento el dolor o la pérdida? La Psicología, en cambio, te entrega un kit de herramientas: ejercicios, estrategias, terapias para calmar la mente, reparar heridas emocionales y construir resiliencia. Juntas, se complementan. Piensa en un estoico que te susurra “acepta la vida como viene” y un psicólogo que te dice “prueba esta técnica de respiración para calmarte ahora”. En este propósito compartido, ambas disciplinas nos guían, desde la antigüedad hasta hoy, hacia un horizonte donde la vida sea no solo vivida, sino vivida bien.

6. Diferencias que Enriquecen: Dos Caminos, Un Destino

Imagina a la Filosofía y la Psicología como dos viajeros que recorren un vasto paisaje, el territorio complejo de la mente y la existencia humana. A primera vista, parecen avanzar en armonía, unidas por su curiosidad por lo que nos hace humanos. Pero no todo es un camino tranquilo. A veces, sus senderos divergen, chocan, se enfrentan, porque cada una lleva un mapa diferente y usa herramientas distintas para explorar el mundo. La Filosofía se aventura por rutas de especulación y grandes preguntas; la Psicología prefiere senderos pavimentados con datos y mediciones. Sin embargo, estas diferencias, lejos de ser un obstáculo, son un regalo, una fuente de riqueza que las impulsa a complementarse, como dos alas de un pájaro que, juntas, alzan el vuelo hacia una comprensión más profunda de quiénes somos.

Empecemos con la Filosofía, esa exploradora audaz que se sumerge en las aguas profundas de la especulación. Desde sus orígenes en la Antigua Grecia, ha planteado preguntas que desafían los límites de lo pensable: ¿Qué es la realidad? ¿Es el mundo que vemos un reflejo verdadero o una ilusión, como sugirió Platón en su mito de la caverna? ¿Existe el libre albedrío, o estamos atados por un destino que no controlamos? Filósofos como Baruch Spinoza, en el siglo XVII, imaginaron que todo sigue un orden racional, mientras que existencialistas como Jean-Paul Sartre, en el siglo XX, defendieron que somos radicalmente libres, condenados a crear nuestro propio sentido. La Filosofía usa la lógica, el debate y la reflexión pura como sus brújulas, construyendo argumentos que no siempre necesitan pruebas tangibles, sino que buscan iluminar las grandes incógnitas de la existencia, esas que nos mantienen despiertos por la noche.

La Psicología, por otro lado, elige un enfoque más terrenal, un sendero marcado por lo concreto y lo medible. Desde que se separó de la Filosofía en el siglo XIX, con figuras como Wilhelm Wundt y su laboratorio en Leipzig, adoptó el método científico como su linterna. En lugar de especular, mide: ¿Cuánto tardas en reaccionar a un sonido? ¿Cómo cambia tu ritmo cardíaco bajo estrés? Analiza datos, diseña experimentos, recolecta respuestas de encuestas. En el siglo XX, psicólogos como B.F. Skinner estudiaron el comportamiento con experimentos en ratones y palomas, mostrando cómo los estímulos moldean nuestras acciones. Hoy, con herramientas como la resonancia magnética, la Psicología explora el cerebro, rastreando cómo las neuronas se encienden para crear un recuerdo o una emoción. Su meta es anclar la mente en hechos, en resultados que puedan verse, contarse, comprobarse.

Esta diferencia en métodos ha provocado roces a lo largo de la historia. Cuando la Psicología se volvió científica en el siglo XIX, algunos filósofos alzaron la voz en crítica. Pensadores como Edmund Husserl, fundador de la fenomenología, argumentaban que la Psicología, al enfocarse en lo medible, se volvía demasiado estrecha, dejando de lado las grandes preguntas: ¿Qué significa sentir amor? ¿Cómo experimentamos el tiempo? Para ellos, la Psicología corría el riesgo de perderse en detalles, olvidando el panorama vasto de la existencia humana. Por su parte, los psicólogos a veces miraban a la Filosofía con escepticismo. En el siglo XX, durante el auge del conductismo, figuras como John B. Watson veían las especulaciones filosóficas como abstractas, lejanas de la vida real, casi como castillos en el aire que no ayudaban a resolver problemas prácticos como la ansiedad o el aprendizaje.

Pero aquí está la magia: estas diferencias no son un problema, sino una fortaleza, un motor de enriquecimiento mutuo. La Filosofía actúa como un faro, desafiando a la Psicología a no perder de vista lo profundo, lo inmenso. Cuando los psicólogos estudian la memoria, la Filosofía les pregunta: ¿Qué es un recuerdo, más allá de un patrón neuronal? ¿Es parte de nuestra identidad? Al mismo tiempo, la Psicología empuja a la Filosofía a anclarse en la realidad. Cuando los filósofos debaten el libre albedrío, la Psicología aporta datos: estudios que muestran cómo el cerebro toma decisiones antes de que “tú” lo sepas, desafiando nuestras ideas de libertad. En el siglo XXI, este diálogo brilla en campos como la neuroética, donde ambas exploran juntos: si alteramos el cerebro con tecnología, ¿cambiamos quiénes somos?

Juntas, la Filosofía y la Psicología se complementan como las dos alas de un pájaro, cada una esencial para el vuelo. La Filosofía eleva la mirada, soñando con lo posible, lo eterno; la Psicología mantiene los pies en la tierra, midiendo, probando, construyendo. Sus caminos son distintos, pero su destino es uno: una comprensión más rica, más completa, de la mente y la existencia humana. En este viaje, sus diferencias no las dividen, sino que las unen, tejiendo un tapiz vibrante que nos ayuda a descifrar el misterio de ser.

Conclusión: Hermanas en la Búsqueda de la Verdad

Piensa en la Psicología y la Filosofía como dos hermanas viajeras, nacidas del mismo hogar milenario, unidas por una chispa común: la curiosidad por descifrar el enigma de ser humanos. Hace más de dos mil años, partieron juntas desde las plazas soleadas de la Antigua Grecia, donde pensadores como Aristóteles y Platón se sentaban a reflexionar sobre el alma, la mente y la vida. Con el tiempo, sus caminos se separaron: la Filosofía tomó la ruta de la especulación, soñando con las grandes preguntas; la Psicología, la senda de la ciencia, midiendo y explorando lo tangible. Sin embargo, nunca dejaron de hablarse, de tenderse la mano, de compartir un diálogo vivo que ha cruzado siglos, culturas y revoluciones intelectuales, guiándonos siempre hacia una comprensión más profunda de nosotros mismos.

Desde aquellos días en Atenas, donde Aristóteles escribía Sobre el Alma para desentrañar cómo percibimos, recordamos y sentimos, hasta los laboratorios de neurociencia del siglo XXI, donde escáneres cerebrales iluminan los secretos de la conciencia, estas hermanas han compartido un terreno fértil. Han debatido las mismas incógnitas: ¿Qué es la mente? ¿Cómo se conecta con el cuerpo? ¿Qué nos mueve a actuar, a soñar, a amar? En la Edad Media, pensadores como Avicena y Santo Tomás de Aquino tejieron puentes entre el alma y lo físico, mientras la Ilustración trajo a Kant y Hume, que moldearon ideas sobre la razón y la experiencia. Luego, en el siglo XIX, la Psicología dio un salto con Wundt, abrazando experimentos, y en el XX, Freud y otros abrieron las puertas del inconsciente, dialogando siempre con las reflexiones filosóficas.

A lo largo de este viaje, han unido fuerzas no solo para preguntar, sino para transformar nuestras vidas. La Filosofía, con escuelas como el Estoicismo de Séneca y Marco Aurelio o el Epicureísmo de Epicuro, nos ha dado mapas para la felicidad: guías para vivir con virtud, controlar las pasiones y hallar paz en un mundo caótico. La Psicología, con terapias como la cognitivo-conductual o la psicología positiva, ha tomado esas ideas antiguas y las ha convertido en herramientas prácticas, ayudándonos a sanar la ansiedad, la depresión y el estrés, a construir una existencia más consciente y plena. Sus métodos difieren —la Filosofía sueña con la lógica y la especulación, la Psicología mide con datos y experimentos—, pero sus diferencias las enriquecen, como dos alas que impulsan el mismo vuelo.

La Filosofía es la soñadora, la que nos regala ideas para imaginar qué significa ser humanos: ¿Qué es la libertad? ¿Qué valor tiene nuestra existencia? Nos invita a mirar al cielo, a contemplar los misterios vastos del universo y nuestro lugar en él. La Psicología, en cambio, es la artesana, la que nos entrega instrumentos concretos: estudios del cerebro, técnicas terapéuticas, formas de medir y sanar nuestra mente. Juntas, nos llaman a mirar dentro de nosotros, a explorar las profundidades de nuestros pensamientos, emociones y deseos. Nos desafían a preguntarnos: ¿Quiénes somos? ¿Cómo podemos vivir mejor, con más sentido, con más calma? En este camino, no son rivales, ni siquiera compañeras distantes, sino hermanas cómplices que se apoyan, se desafían y se complementan.

A través de los siglos, desde las reflexiones de Aristóteles bajo el sol griego hasta los laboratorios modernos donde las máquinas destellan con imágenes del cerebro, la Psicología y la Filosofía han tejido una alianza única. Han enfrentado tormentas —críticas mutuas, senderos opuestos—, pero siempre han encontrado la forma de conversar, de aprender una de la otra. Hoy, en el siglo XXI, su diálogo sigue vivo, brillando en preguntas sobre la conciencia, la libertad y el bienestar. No prometen respuestas finales, porque el misterio ROS, el misterio de ser, es un rompecabezas sin fin. Pero, como hermanas en la búsqueda de la verdad, nos guían, nos inspiran y nos ayudan a descifrar, paso a paso, la maravilla y el enigma de ser.

La realidad se forja a través de las palabras

 

Realidad y palabras

 

 A veces, en nuestra sociedad actual, tendemos a ignorar una experiencia o concepto cuando no tenemos las palabras adecuadas para describirlo, o cuando no estamos de acuerdo sobre el significado de ciertos términos. Cuando las palabras no son suficientes, el arte tiene la capacidad de capturar y transmitir emociones y experiencias humanas complejas. No obstante, la comprensión de ese arte por parte de otras personas también se ve influenciada por su conocimiento previo, el contexto en el que se expone y un lenguaje visual común. La comprensión del arte está estrechamente relacionada con la posibilidad de acceder a un entorno de arte y educación. Y es en las imágenes donde se puede ver fácilmente cuántos significados dependen completamente de cómo las interpretemos. La música tiene el poder de despertar emociones, sin embargo, esto depende de la perspectiva y del gusto individual. Lo que puede ser una expresión emocional profundamente personal para una persona, puede ser percibido simplemente como ruido por otra.

El lenguaje se presenta como una de las pocas herramientas que tenemos para transmitir nuestros pensamientos de manera precisa a los demás. Cuando nos encontramos sin palabras para describir algo, tendemos a negar su existencia. Si no hay una palabra que lo describa, significa que me falta habilidad para hablar al respecto, carezco de la capacidad para escribir sobre ello y no puedo compartirlo. Si no hay una palabra que lo describa, seguiremos experimentando la sensación de estar solos y estaremos destinados a vivir separados de los demás. Si no hay un idioma para expresar la experiencia, solo nos queda la abstracción sin una explicación adecuada o lo que no se dice. Cuando no hay palabras, prevalece el silencio.


Personas que se encuentran temporalmente en un lugar


Asignamos nombres a las cosas para poder comunicarnos acerca de ellas. En ocasiones me descubro aprendiendo una palabra nueva que no puede ser traducida de manera precisa, una palabra que no tiene equivalente en holandés o inglés, pero que describe una experiencia o percepción que reconozco instantáneamente. Estoy muy contento de saber que existe una palabra precisa para describir y poder compartir esa experiencia en particular. Ya que muchas personas más también han pasado por esa misma experiencia y han creado un término específico para describirla.

Todas las personas, incluso aquel desconocido que ahora transita por la calle, tienen una vida que se desarrolla por completo sin que nosotros podamos percibirlo. La complejidad de tu vida tiene un impacto en numerosas personas, incluso aquellas que no conoces. 

Cuando se logra comprender una experiencia, esta se vuelve más entendible. Cuando se introduce un término nuevo, es imprescindible proporcionar una definición que permita establecer sus características distintivas respecto a otras experiencias afines. Al dar un nombre a algo, implica que estamos acompañados. El objetivo es proporcionar apoyo para compartir el significado o la experiencia. Y cuando más personas además de nosotros utilizan, dividen y comprenden ese nombre, confirmamos la vivencia. Es gratificante saber que lo que quieres describir también existe más allá de ti. No estás solo, hay una palabra que lo describe. Estamos buscando palabras clave que puedan hacer que los conceptos se conviertan en parte de nuestra realidad compartida.

Por lo tanto, no es sorprendente que exista una falta de palabras para expresar ideas o temas que preferimos evitar o que solo hacemos referencia a ellos dentro de ciertos límites establecidos. El componente político está presente en el lenguaje. El lugar donde acordamos lo que es cierto, lo que se ha verificado y donde definimos nuestras emociones hacia las cosas a través del sentido y las consecuencias de nuestras palabras. Es imperativo invertir esfuerzo en reflexionar más allá de los significados ya establecidos y ponerlos en tela de juicio. Es posible que no te des cuenta de que son inadecuados, incluso hasta que los experimentes personalmente o alguien más te los mencione. Solo te percatas cuando lo visualizas.


Palabras ansiosas

Las conversaciones relacionadas con el uso del lenguaje y el género resultan muy fascinantes en este entorno. Resulta sorprendente cómo existe una resistencia al empleo del término "no binario", incluso entre individuos progresistas, especialmente aquellos que luego se lamentan de que su libertad de expresión se ve limitada. Frecuentemente se argumenta en contra del respeto hacia una identidad no binaria que en el idioma holandés se considera antinatural el uso de pronombres que no sean masculinos o femeninos. Si algo parece poco natural desde el punto de vista lingüístico, es probable que sea un fenómeno antinatural. Si el lenguaje es demasiado complejo para cumplir con las reglas existentes, entonces no se puede esperar que las personas lo adapten. Como si el idioma holandés estuviera arraigado en la propia naturaleza y reflejara perfectamente la realidad.

A pesar de que el concepto de identidad de género no binaria no es algo nuevo. Hay una amplia diversidad de culturas no occidentales en diferentes partes del mundo, las cuales tienen su propio vocabulario para hablar de identidades de género fluidas. Fue Occidente quien quería dividir el mundo en una estructura de género rígida. Mediante el uso de la fuerza, Occidente impuso su cultura, lengua y forma de ver el mundo sobre los demás.

A lo largo de miles de años, se han perdido innumerables lenguas y culturas. ¿Cuántos significados hemos dejado olvidados? ¿Conceptos que alguna vez estaban definidos y ahora son ignorados o pasados por alto. Imagino que están ahí a nuestro lado, siempre invisibles o inalcanzables, anhelando que alguien los recuerde y los vuelva a poner en palabras.


El idioma que nos brinda consuelo

Los filósofos se han esforzado mucho en estudiar el lenguaje. En relación a si el significado existe más allá del lenguaje, hay diferentes opiniones. Nuestra forma de hablar y comunicarnos influye en cómo pensamos y en cómo percibimos el mundo. La forma en que nos describimos a nosotros mismos influye en cómo percibimos el tiempo, la distancia y el color. La idea de que el lenguaje tiene influencia en nuestra manera de pensar y cómo percibimos el mundo, como por ejemplo, al considerar que el rojo y el rosa son diferentes debido a sus nombres, mientras que solo llamamos azul claro a la mezcla de azul con blanco, se denomina determinismo lingüístico. Según una visión más detallada del relativismo lingüístico, se sostiene que el lenguaje, la gramática y su uso influencian nuestras ideas, elecciones y forma de ver el mundo. Los factores no juegan un papel determinante, pero sí ejercen influencia.

Es muy gratificante poder establecer un nivel de comprensión mutua que nos permita compartir nuestras experiencias. Cuando el lenguaje falla, es notable la sensación de soledad y aislamiento que se experimenta. No obstante, el lenguaje también tiene un impacto educativo. No podemos comunicar nuestras vivencias a aquellos que no las han experimentado, ya que las palabras se quedan cortas para expresarlas plenamente. Si nunca llegamos a descubrir o crear la palabra "y" y, por lo tanto, el concepto nunca forma parte de nuestra cultura compartida, habrá multitudes de personas que permanecerán ignorantes de lo que ocurre a su alrededor. Cuando las palabras inadecuadas están presentes, ejercen presión sobre experiencias que no se expresan, llegando incluso a distorsionar cómo percibimos el mundo como sociedad. Cuando no hay lenguaje, el ruido sofoca el silencio.


Sexo y pena de cárcel

 

Mujer encarcelada


El tratamiento de mujeres y hombres en el sistema de justicia penal es un asunto esencial que debe abordarse y llevarse a cabo. La equidad de género es esencial para asegurar una sociedad justa e igualitaria. El sistema de justicia penal a menudo discrimina y trata de manera desigual a las mujeres. Existen diversas razones por las cuales esto puede ocurrir, tales como la persistencia de estereotipos de género, la falta de sensibilidad hacia las necesidades particulares de las mujeres y la falta de atención hacia las diferentes formas de violencia y delitos que afectan de manera desproporcionada a las mujeres. Es fundamental que los profesionales y las instituciones del sistema de justicia penal adquieran conocimientos en relación al género y se concienticen acerca de los desafíos que enfrentan las mujeres. Es necesario comprender las realidades y experiencias de las mujeres, incluyendo cómo su género afecta su acceso a la justicia y el trato que reciben durante los procesos legales. Es fundamental considerar la implementación de políticas y medidas concretas para asegurar la equidad de género en el sistema de justicia penal. Esto implica la implementación de medidas para garantizar la seguridad y accesibilidad de las mujeres en diversos espacios. También implica fomentar la participación activa de las mujeres en la toma de decisiones relacionadas con la justicia y adoptar un enfoque diferenciado que reconozca las distintas necesidades y experiencias de hombres y mujeres dentro del sistema de justicia penal. En resumen, se requiere dar importancia a la equidad de género en el sistema de justicia penal. La igualdad de género en todos los aspectos del sistema se logra a través de la capacitación y sensibilización de los profesionales, así como la implementación de políticas y medidas adecuadas. Únicamente a través de estos esfuerzos se podrá lograr una justicia verdaderamente equitativa para todas las personas, sin importar su género.


El sistema de justicia penal se encuentra ante un abrumador número de casos relacionados con asuntos de índole sexual. El recorrido de una mujer a través del sistema de justicia penal se ve afectado por los efectos interseccionales de vivir en sociedades marcadas por profundas desigualdades económicas (es decir, de clase) y de género, así como por otras formas de estratificación social, como la edad y la raza. Usted comete con frecuencia actos ilegales en medio de un contexto de violencia de género y falta de recursos económicos. La interpretación de los tribunales se fundamenta en conceptos inherentemente sexistas de lo que se considera digno de respeto, y está influenciada por prejuicios hacia las personas según los roles de género que se les asignan en la sociedad. Existe una disparidad en las sentencias de prisión para mujeres delincuentes, ya que son condenadas en su mayoría por delitos que se consideran menos graves. Las mujeres que están privadas de libertad enfrentan condenas de prisión más prolongadas en comparación con los hombres. Para muchos, principalmente mujeres, la noción de "justicia" es más un ideal que una realidad, ya que implica un trato imparcial y equitativo entre hombres y mujeres.


Imaginemos el caso de Hermione, quien fue condenada a una breve pena de prisión después de robar un pollo congelado. La trabajadora social me relató esta historia en varias ocasiones a través de Hermione. Hermione creció en un ambiente donde era víctima de maltrato. Hermione fue víctima de maltrato físico por parte de su madre, quien también había sufrido violencia doméstica. El padre se involucró en actos de abuso sexual. A los 16 años, Hermione escapó de casa para mudarse con su novio, quien era considerablemente mayor que ella. Un día, la pareja decidió tener a varios de sus amigos en su hogar. Hermione was fully aware that regardless of her consent, her boyfriend and other men were going to engage in sexual activity with her that night, resulting in her being sexually exploited. No obstante, antes de eso, el novio quería que ella se ocupara de hacer la cena. Hizo que Hermione se dirigiera a la tienda cercana. Tomé un pollo que estaba congelado. El oficial de seguridad presenció directamente el incidente. Después de ser detenida, pasó por un proceso legal en el cual fue encontrada culpable del robo mencionado. Como resultado, fue sentenciada a prisión, además de recibir diversas condenas adicionales por robos previos. Jamás fue arrestado el novio de ella.


La historia de Hermione es similar a la de numerosas mujeres que desafían los sistemas de justicia penal en la mayoría de las democracias occidentales modernas. La realidad de las vidas de las personas está determinada por las desigualdades y opresiones existentes en sociedades marcadamente desiguales y sexistas. Las desigualdades estructuradas son la causa de los problemas sociales que enfrentan. Sin embargo, los gobiernos competentes no se enfrentan a esos problemas sociales. En cambio, se convierten en casos de criminalidad. En este artículo se examinan los comportamientos delictivos que están vinculados al género, las ideologías que influyen en las sentencias y las penas de prisión específicas de acuerdo al sexo, con el objetivo de obtener una comprensión más completa de este tema. Los datos se obtienen de Inglaterra y Gales, sin embargo, los patrones destacados se observan en la mayoría de las democracias occidentales modernas.


Mujeres Delictivas - Las Mujeres en el Mundo de la Criminalidad


Durante dos siglos, se han realizado diversas pruebas criminológicas y estudios científicos sociales que han dejado en claro que el género es el factor más determinante en la predicción de la delincuencia. En nuestras democracias modernas, la delincuencia se presenta principalmente en hombres, ya que los hombres son responsables de aproximadamente el 85% de los delitos que son llevados a juicio en los sistemas de justicia penal.


Aunque no existen categorías de delitos exclusivamente destinadas a hombres o mujeres, las acciones delictivas por las que son procesados reflejan sus diferentes roles y posiciones sociales. La razón principal detrás de la elevada cantidad de casos judiciales involucrando a mujeres se debe a delitos menores que no están relacionados con el robo de vehículos. En el año 2021, dos delitos fueron responsables de esta concentración: la evasión de licencias de televisión y el absentismo escolar. Debido al papel de las mujeres como madres solteras y proveedoras únicas del hogar, existe una correlación significativamente alta entre ambos delitos. El vínculo entre las desigualdades sociales basadas en el sexo se puede observar en la alta proporción de mujeres que son procesadas por "violencia contra la persona". Fueron llevadas a juicio la mayoría de las mujeres acusadas de violencia debido a casos de crueldad y negligencia hacia los niños. Este fenómeno se puede interpretar como el resultado de las instituciones de bienestar social observando y controlando la maternidad en las mujeres de clase trabajadora, junto con las dificultades que enfrentan muchas madres al criar a sus hijos en la pobreza durante una pandemia global. En lugar de ser una indicación directa de violencia contra las mujeres.


Diversos expertos presenciaron en los siglos XIX y principios del XX la estabilidad de estos modelos. Para ellos, el objetivo principal era explicar las diferencias en la tasa y el tipo de delincuencia según el género. No obstante, estas explicaciones generaron una preocupación en relación a la equidad de género. Si las mujeres cometían delitos, se solía decir que no se ajustaban a la norma, es decir, eran estadísticamente poco comunes y mostraban diferencias patológicas en comparación con otras mujeres. En consecuencia, a lo largo de las generaciones, los expertos e investigadores en el ámbito de la justicia penal han sostenido que las mujeres delincuentes sufrían desequilibrios mentales, eran extremadamente malvadas (como Myra Hindley, por ejemplo, mujeres que iban en contra de su naturaleza maternal) o estaban impulsadas por alguna otra patología, como un exceso de hormonas masculinas (para conocer casos específicos, consultar Phoenix 2022).


Sin embargo, en los años 80, las científicas sociales feministas modificaron la pregunta: ¿Por qué las mujeres obedecen tanto la ley? Esta modificación condujo a la idea de que las disparidades de género pueden ser comprendidas no a través de una diferencia fundamental entre hombres y mujeres, sino por cómo las desigualdades de género crean roles sociales distintos y desiguales para ambos sexos. Hombres -> Hombres. La responsabilidad de cuidar a los niños y a la familia limitaba la capacidad de las mujeres para cometer delitos. Del mismo modo, el hecho de que las mujeres jóvenes estuvieran arraigadas en la cultura del dormitorio y enfrentaran la presión de mantener una buena reputación durante su adolescencia significaba que no estaban tan expuestas a la atención pública y, por lo tanto, era menos probable que se involucraran en situaciones problemáticas. En un artículo anterior de esta revista (TPM 96), Heidensohn resumió esta línea de argumentación de la siguiente forma:


Cometer un robo se vuelve más complicado cuando se está llevando consigo un cochecito de bebé gemelos y todo lo que contiene. Tampoco es apropiado planear un atraco a un banco cuando se tiene la responsabilidad de cuidar a una persona mayor con demencia.


La persona ha sido condenada en dos ocasiones y ha desviado su camino también en dos ocasiones.


Existen patrones distintos en las sentencias que plantean cuestionamientos sobre la discriminación de género, el sexismo y la justicia para las mujeres, además de los patrones de criminalidad y delincuencia relacionados con el género. A las mujeres que cometen infracciones se les considera "doblemente desviadas" y "doblemente condenadas". Se pone especial énfasis en explicar por qué estas mujeres se encuentran en el sistema de justicia penal debido a sus conductas criminales. Por lo tanto, es sabido que parte de la lógica utilizada en los tribunales y en el sistema de justicia penal se enfoca en tratar de entender por qué las mujeres se encuentran en esa situación, dado que, por lo general, son personas que cumplen con las leyes.


La investigación cualitativa ha demostrado en numerosas ocasiones que los que juzgan interpretan a las mujeres delincuentes utilizando un número limitado de narrativas. Estas narrativas las consideran como "locas", "malas", "enfermas" o "necesitadas". Los jueces se ven obligados a hacer juicios sobre las mujeres no solo basados en la gravedad de los delitos que cometen, sino también en supuestos altamente normativos sobre los roles sociales que se espera que cumplan. Por lo tanto, para aquellas mujeres que se ajusten a los estereotipos tradicionales de ser madres ejemplares, sería justificable imponer sentencias menos severas. No obstante, en el caso de las mujeres que han sido etiquetadas como "fracasadas" en las valoraciones de los tribunales en su papel de madres, esposas, hermanas, hijas, etc., la prisión puede ser percibida como una opción aceptable e incluso beneficiosa en algunas situaciones, sin necesariamente estar ligada a las justificaciones convencionales. La búsqueda de justificación para el castigo no está principalmente orientada al bienestar de las mujeres, sino a otras motivaciones. La realidad es que la historia de las prisiones para mujeres en el Reino Unido y Canadá se basa en el objetivo de convertir a las mujeres que han sido consideradas "malas" en "buenas". La Ley de prisión de 1823 se estableció con el objetivo de separar a hombres y mujeres, y también introdujo un sistema penitenciario que buscaba primordialmente la rehabilitación de las mujeres en sus tradicionales roles de amas de casa, esposas y madres. Según los criminólogos, se considera que ofender a las mujeres es un acto de desviación doble y recibe una doble condena. Las mujeres que llevan a cabo actos de agresión están infringiendo tanto las normas establecidas en función del género como las leyes vigentes. Por el contrario, las mujeres tienden a cometer crímenes menos violentos y graves en comparación, pero, injustamente, son condenadas a penas más duras debido a la percepción de que sus acciones desafían los roles de género preestablecidos. Los jueces consideran estos crímenes como una clara transgresión de las normas esperadas relacionadas con ser una mujer. 


El sexo y el encarcelamiento


Aunque las mujeres son más propensas a recibir multas y castigos comunitarios, se ha generado un debate en torno a la justicia formal y sustantiva para aquellas que terminan en prisión debido a problemas legales.


En cuanto a la población carcelaria total, únicamente el 4% está conformado por mujeres en Inglaterra y Gales. En comparación con los hombres, las mujeres suelen recibir condenas de prisión por delitos mucho menos graves y suelen cumplir un mayor número de penas de corta duración, es decir, menos de 12 meses. En 2021, el 63% de las mujeres recibieron "sentencias de corta duración", mientras que para los hombres fue del 48%. La condena a prisión preventiva de las mujeres está desproporcionada. En el mes de junio de 2022, la proporción de mujeres en detención preventiva alcanzó el 19%, mientras que para los hombres fue del 16%.


Varios criminólogos han llegado a la conclusión de que muchas mujeres encarceladas sienten más agravios que los propios delincuentes, a partir de la información recopilada sobre las desigualdades sociales de género que experimentaron antes de su encarcelamiento. De acuerdo con el informe de PRT 2022, se ha descubierto que más del 50% de las mujeres encarceladas han informado haber experimentado abuso emocional, físico o sexual durante su niñez. Por otro lado, el porcentaje es del 27% entre los varones que están actualmente en detención penitenciaria. De acuerdo con un informe de PRT 2022, el porcentaje de mujeres encarceladas en el Reino Unido que fueron diagnosticadas con ansiedad y depresión fue del 49%, mientras que solo el 19% de las mujeres de la población general presentaron dichos diagnósticos. La salud mental de las mujeres encarceladas es significativamente peor en comparación con la de los hombres. Al entrar en prisión, el porcentaje de mujeres que informa tener pensamientos suicidas es del 25%, mientras que solo el 12% de los hombres lo reporta. Asimismo, se reporta que el 40% de las mujeres presenta dificultades en cuanto a su salud mental; en contraste, solo el 25% de los hombres reporta estos problemas. Asimismo, el porcentaje de mujeres con dificultades relacionadas con drogas y alcohol es del 25%, mientras que para los hombres es del 13%. Las estadísticas sobre autolesiones revelan de forma clara la pobre salud mental de las mujeres encarceladas. Según el informe de PRT 2022, en el año 2021, las mujeres fueron responsables de un 22% de todas las autolesiones ocurridas en prisión, a pesar de constituir solo el 4% de la población carcelaria.


Sí es cierto que hay varios hombres encarcelados con antecedentes similares. A pesar de que los psicólogos y profesionales de la justicia penal modernos usan el término "trauma" para referirse a estas experiencias, las feministas radicales han comprendido desde hace tiempo que los patrones mencionados anteriormente son el resultado de la interacción entre las desigualdades de clase y la violencia masculina contra las mujeres, y que afectan tanto a nivel personal como social en sus vidas. La opresión de género ha dejado múltiples huellas en la historia de las mujeres encarceladas. Dentro de estas categorías se incluyen la violencia física y sexual, los trastornos relacionados con el consumo de drogas y alcohol, la falta de estabilidad económica, la pobreza y la inseguridad basada en el nivel socioeconómico, así como la resistencia a depender financieramente de los padres. Parejas del mismo sexo o cónyuges, quienes ocasionalmente pueden mostrar comportamiento violento.


¿Se considera excesivamente severo el encarcelamiento de mujeres?


El principio aristotélico en derecho afirma que las cosas de naturaleza similar deben recibir un trato equitativo. Los dos principios esenciales de la justicia son la equidad y la igualdad en el tratamiento hacia todas las personas. Básicamente, estos principios sugieren que, sin importar cómo se defina el nivel adecuado de dolor para un castigo, todos los que lo experimenten lo sentirán de la misma forma. En resumen, se establecerá una sanción proporcional.


En términos de encarcelamiento, esto significa que la experiencia de la reclusión debe ser igual para hombres y mujeres. Sin embargo, hay pruebas sólidas que demuestran que la experiencia de estar en prisión es notablemente diferente para hombres y mujeres. Estas diferencias son el resultado de las mismas influencias sociales que moldean los perfiles únicos de hombres y mujeres que están encarcelados.


En su estudio altamente aclamado sobre criminología, titulado "La sociedad de los cautivos", Sykes identificó cinco desafíos psicológicos fundamentales que enfrentan los prisioneros: la privación de su libertad, la falta de acceso a bienes y servicios, la ausencia de relaciones sexuales y emocionales, la pérdida de autonomía y la sensación de inseguridad. 


Han pasado cincuenta años de investigación sobre las experiencias de las mujeres en prisión, y se ha demostrado que, si bien tanto hombres como mujeres enfrentan dificultades, no las experimentan de la misma forma (Crewe, Hulley y Wright 2017). Las mujeres, además, deben lidiar con dolores adicionales que pueden tornar la experiencia de encarcelamiento aún más complicada. Una sentencia igualmente válida tanto para hombres como para mujeres.


En comparación con los hombres, hay un número reducido de mujeres encarceladas, lo que ha llevado a que solo haya 11 prisiones para mujeres en Inglaterra, 3 en Escocia, ninguna en Gales y un bloque dentro de una prisión conjunta para delincuentes juveniles y mujeres en Irlanda del Norte. En comparación, hay un total de 141 prisiones exclusivas para hombres. En total, hay 147 de estas; 6 están en Gales, 4 están en Irlanda del Norte, 122 están en Inglaterra y 15 están en Escocia. Cuando las mujeres son encarceladas, esto implica que pueden estar separadas por una gran distancia, incluso de hasta cientos de kilómetros, de sus seres queridos y amigos cercanos. Las consecuencias de esto pueden ser importantes, desastrosas y abarcar un amplio espectro. Las mujeres tienden a experimentar un aislamiento adicional debido a la ubicación geográfica, además de los cinco dolores de la prisión mencionados anteriormente. Los seres queridos de las prisioneras galesas pueden tener que realizar viajes de entre 3 y 4 horas para poder llegar a una de las dos prisiones femeninas más cercanas a Gales. En Escocia, estos viajes pueden durar el doble de tiempo. Imaginemos que la familia, amigos o hijos de una prisionera escocesa viven en Thurso, mientras que ella está encarcelada en Edimburgo o Cornton Vale. Si decides utilizar el transporte público para llegar a HMP Cornton Vale, deberás reservar aproximadamente 10 horas para cada viaje. Incluso las mujeres que están privadas de libertad en Inglaterra tienen que enfrentar largos viajes de varias horas para llegar a las prisiones designadas para su reclusión. A pesar de que las videollamadas ayudan a disminuir el sentimiento de aislamiento, muchas mujeres encarceladas no tienen la posibilidad de reunirse con sus amigos, parejas o hijos hasta que sean liberadas. Durante su detención, es probable que algunos individuos, incluyendo a aquellos en prisión preventiva, no tengan la posibilidad de encontrarse con sus abogados.


Un gran número de mujeres en detención son madres, lo que implica alrededor del 60% en comparación con el 45% de los hombres. La probabilidad de que las madres en prisión sean las principales cuidadoras de los niños es mayor en comparación con los padres en prisión. Por lo tanto, no es sorprendente que el 95% de los hijos cuyas madres están en prisión deban abandonar su hogar familiar durante el período de encarcelamiento. Cuarenta por ciento de estos niños reciben cuidado de sus abuelos. Alrededor del 9% de los menores reciben atención de sus progenitores. Sin embargo, todavía vive en casa y son cuidados por sus madres aproximadamente el 75% de los hijos de padres encarcelados. Los números presentados son evidencias concretas que muestran la existencia de desigualdad de género en el cuidado de los niños, y esto tiene graves implicaciones. Se observa que se coloca a más hijos cuyas madres están encarceladas en hogares de acogida que a los hijos de padres encarcelados. Para muchas mujeres, estar encarceladas puede significar ser separadas de sus hijos por parte de las autoridades locales. Considerando que la mayoría de las mujeres son encarceladas por delitos no violentos con sentencias cortas o mientras esperan juicio, esto es particularmente desequilibrado e injusto. En búsqueda de información en Phoenix (2023), se busca obtener una explicación sobre las diferentes necesidades y vulnerabilidades que enfrentan las mujeres presas en comparación con los hombres presos. También se indaga acerca de la ubicación de las mujeres transgénero en prisiones destinadas para mujeres.


En conclusión, se puede afirmar que...


El 14 de febrero de 2023, me dirigí a visitar a Charlene, una persona que conozco y que actualmente está cumpliendo una sentencia en una cárcel de alta seguridad en Inglaterra. No hay ninguna opción de transporte público disponible y me llevó tres horas llegar. Charlene está a punto de cumplir 40 años. Él nunca ha cometido delitos de gran magnitud. Un ejemplo concreto sería que no ha cometido actos de violencia, no ha causado daño físico a nadie ni ha sido responsable de la muerte de otra persona. En su mayoría, ha sido condenada por cometer robos, fraudes y otros delitos relacionados con la propiedad, y estos actos delictivos siempre son motivados por problemas de adicción a las drogas y al alcohol. Fue encarcelada debido a su último delito, cuando, estando "con licencia", decidió robar una botella de ginebra en un bar. Pasó su infancia en diferentes entornos, tanto bajo el cuidado de las autoridades locales como fuera de este. Desde una edad temprana, tenía conciencia de la rápida ruta que las niñas siguen desde el cuidado hasta la custodia. A la temprana edad de 13 años, tuvo su primera experiencia con el sistema legal. La mujer fue arrestada por cometer un robo al hacerse pasar por una prostituta y engañar a un hombre para quitarle dinero. La sentencia comunitaria fue decidida por el tribunal de menores. La persona que intentó obtener servicios sexuales dio su testimonio, pero nunca fue procesada legalmente. Dos años después, ella fue encarcelada por primera vez. A los 15 años, estaba encarcelada en HMP Holloway, una prisión exclusiva para mujeres adultas. En los últimos 27 años, ha pasado un total de 17 años en prisión o en otra institución correccional.


Aunque Charlene es una de las pocas prisioneras de larga duración, su historia no difiere mucho de la de las prisioneras de corta duración con las que comparte celda. En un entorno marcado por la pobreza, la violencia masculina y un sistema de bienestar social y justicia penal que se enfoca más en juzgar y estandarizar el papel de la mujer como madre que en abordar los desafíos que enfrenta en su vida, ha cometido un delito que ha devastado su vida.


Las salas de visita en las prisiones cuentan con mesas de baja altura y son amplias. De manera habitual, las mesas de centro están acompañadas por tres sillas del mismo color y una cuarta silla que posee un color distinto. Los reclusos toman asiento en sillas de diversos colores. En cada visita, hay una discreta abertura por la cual otros reclusos ofrecen diferentes opciones de comida y bebida, como café, té, pasteles, sándwiches y dulces, tanto para los visitantes como para los presos. Esto les permite disfrutar de un momento agradable durante su tiempo juntos. La sala suele estar decorada en tonos primarios, lo que la hace adecuada para los niños. En las paredes se pueden encontrar cuadros de animales de granja y otros similares, y también se han habilitado áreas o espacios para que los niños puedan jugar.


Cuando visité a Charlene, hubo una mesa que capturó la atención de todos. El joven que estaba privado de su libertad aparentaba tener aproximadamente veinte años. La hermana y la madre fueron a visitarla, llevando al hijo del prisionero, quien todavía era un niño pequeño. Después de dos horas de visita, surgió un acalorado debate. La hermana salió enfadada, gritando con furia: "No te lo mereces". Al ingresar los tres guardias, la niña evidenció inquietud y empezó a llorar. Los vigilantes se inclinaron al lado de la prisionera y comenzaron a hablar con ella. Una vez que todos se calmaron, la hermana regresó y la visita continuó su curso. Una vez finalizada la sesión y con los funcionarios de la prisión ordenando la salida de todos los visitantes, la hermana tomó al niño, quien comenzó a gritar inmediatamente. La joven prisionera empezó a llorar. Me aproximé a Charlene y le pregunté si conocía a la joven. "Sí," confirmó. Pensaba que se iba a topar con un acto delictivo de robo. Estamos en el proceso de enseñarle a leer. Ha tenido una experiencia increíble. La persona en cuestión es adicta al crack y su comportamiento es desagradable y violento. "Fue enviado para sustraerla." En mi opinión, lo que dijo Charlene estuvo incorrecto. ¿Cuál fue la causa de la falta de educación en prisión? ¿Por qué no se consideró separarle del sistema de justicia penal o tratarle como una víctima de control coercitivo?


Termino este artículo con esta anécdota porque al salir de la cárcel ese día, volví a darme cuenta de lo cuestionable que resulta privar de libertad a cualquier persona, y especialmente a las mujeres, como una forma de corregir su conducta desafiante ante la ley. Tras regresar a casa después de un viaje de tres horas, me percaté de que tanto Charlene como el joven prisionero eran ejemplos adicionales de cómo los problemas sociales, originados en sociedades con marcadas desigualdades de clase y género, terminaban convirtiéndose en problemas del sistema penal.