«Vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén y preguntaron:“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?, porquesu estrella hemos visto en el Oriente”».Mateo.A Leandro
«Vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén y preguntaron:“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?, porquesu estrella hemos visto en el Oriente”».Mateo.A Leandro
La lengua es un sistema de diferencias. Si cada significante propone otra cosa ¿Cuándo realmente llegamos a la cosa? ¿Hay una cosa primordial o, exagerando, la sustancia de las sustancias?
Cuando se trata de usar un signo
para una sustancia el ser humano tiene problemas con respecto a lo que imagina pero desconoce. Lo desconoce porque no ha llegado a un consenso y no llegará en lo que se
refiere a un signo, dado que un signo es demasiado opaco para iluminar; no es
ni exacto ni preciso, entonces la sustancia se forma por una red de
significados que pasan a ser un significante en el consenso, y se hace un poco
más significante en cuanto más académicamente se haga. Entre más
sabiduría, menos significante y más significado. Con el caso de la cosa es más problemático.
Notamos el caso de la cosa para la cosa, es decir, un signo necesita otro signo
para existir. Para este apalancamiento, ¿se debió necesariamente utilizar a la
sustancia primariamente? ¿O hay una cosa para la cosa? No hay una relación directa entre el
signo lingüístico y la realidad.
Esto quiere decir que el lenguaje es un sistema arbitrario
de signos. Una arbitrariedad que involucra una historia directa e intima con la
historia humana y su devenir, la arbitrariedad del poder. Es importante notar que la realidad y la historia
no tienen por qué coincidir, dado que, como historia con una prehistoria siempre se le debe minimizar por convención. La historia es el medio por el cual se manifiesta
nuestra libertad, la realidad es el ambiente donde se manifiesta este medio,
supongo que esto resuelve algunos problemas políticos; donde esta historia se resuelve como mediación a la realidad, como antítesis, es que se debe inventar la política. Es por tanto la
historia un requisito para el desarrollo de la lengua, esto es, ¿tienen los
nativos montañeses una palabra fácil para océano? ¿Tienen las civilizaciones
portuarias una palabra difícil para el mar? La historia forma una trama que
maquina nuestro lenguaje, desde ahí comienzan a gobernarnos los muertos, los muertos desde
la cultura, desde nuestras nociones de arte, desde las leyes que obedecemos, y los derechos
que creemos tener porque nuestros ancestros o bien fueron amos o esclavos. De todas formas, siempre el océano,
el mar, tienen otros significados, otros recovecos, se encuentran entre el signo y la sustancia, divididos por el poema y la prosa, tan dioses como nuestras venas.
Como la lengua es historia, hace historia, hace filosofía,
nace el estructuralismo. El lenguaje es una herramienta para la construcción de
identidades individuales y colectivas. Por ello el lenguaje está vivo, muta,
porque la historia muta con sus signos por otros signos, por otras historias tan violentas como las
otras, es así como la sintaxis ha significado desde el mundo antiguo: orden de
batalla. Que el lenguaje sea historia involucra que exista una historia de las matemáticas,
una historia del arte, una historia de las ideologías de género, las que precisamente
quieren cambiar el lenguaje, porque saben que cambiando el lenguaje cambian la historia. Tener el
curso de la historia, no es otra cosa que demostrar la potencia de obrar, pero
como su definición es la libertad, también la potencia de abstenerse de obrar, como, muy entre comillas, España en la segunda guerra. Cosa
curiosa, la verdad se defiende sola, pero es que la verdad no es otra cosa que
la realidad que los fuertes quieren escribir. Por lo que terminan negándola. La verdad es el papel donde
los titanes quieren dejar sus huellas.
La conciencia es la presencia de Dios en el hombre (Víctor Hugo). Es sólo la conciencia la que es capaz de ver la cosa y la sustancia, de separarlas y de conocer qué tan alejada está la una de la otra, pero a la vez de unirlas y de especular el lenguaje, por lo que la única respuesta posible a la pregunta: ¿Existe el signo del signo? La respuesta es la conciencia. Pienso, luego existo. Pero es que este pensar es el hecho concéntrico por referencia, una forma de significar el Yo, la sobrevivencia, un actuar de poder que cambia la realidad, pero, para decirlo en términos hegelianos, que cambia la razón. La conciencia es la única evidencia de que existe el signo. ¿Pero, que la conciencia dude de la sustancia, implica que la conciencia sea una sustancia? La conciencia duda de sí misma, la conciencia duda de la sustancia en cuanto no la puede atrapar, bajo esta propiedad, la conciencia cumple este requisito. ¿Habrá otros?
Si existe algún conflicto entre el mundo natural y el moral, entre la realidad y la conciencia, la conciencia es la que debe llevar la razón (Henry F. Amiel). La conciencia lleva la razón, mas la realidad la tiene, como el vinicultor que extrae la uva para comenzar el proceso del vino, de lo báquico, del misterio, de las estructuras del conocimiento y de la cultura, para poder extraer el jugo de la fuerza, de la dominancia, del poder del Übermensch, para dominar el lápiz que escribe porque conoce las reglas de esta arquitectura. La conciencia inventa sus propias razones, ¿es sustancia, es signo, da a luz signos? Quizás sólo queda pensar que ni se crea ni se destruye.
La conciencia según el pensamiento oriental no cambia, es eterna, pero es adquirida en porciones parciales para el sujeto. Según la problemática, no siempre el sujeto es consciente, ni tampoco hay garantía que el sujeto en algún momento del tiempo, llegue a tener conciencia, por tanto, la conciencia puede no ser una característica del sujeto, puede que venga de otra parte, puede que entre en contacto en nuestra realidad pasando por el filtro del sujeto, para luego marcharse. Una especie de arista que entra fácilmente en el ámbito religioso, aunque en el budismo, que habla bastante de la conciencia, y que es catalogado como la religión atea por antonomasia, curiosamente, se marca como una conexión con lo que somos, mientras que el sujeto está atado a sus pensamientos, a sus emociones y a sus relatos, a la batalla entre realidad y razón. Prehistoria para historia, historia para prehistoria, susurrando los símbolos en todo momento. Como negándose a sí mismo, el sujeto llega a los extremos de su todo, radialmente, y si no es por sí, si es en sociedad, en constante cambio.
“El problema central de la filosofía.
Relación de la palabra con el objeto... ¿Qué es una palabra? Un signo
arbitrario. Pero vivimos en las palabras. Nuestra realidad, entre palabras, no
cosas. No existe cosa tal como una cosa, de cualquier modo; una Gestalt en la
mente. Entidad... sensación de sustancia. Una ilusión. La palabra es más real
que el objeto que representa. La palabra no representa la realidad. La palabra
es la realidad. Para nosotros, de cualquier modo. Quizá Dios llegue a los
objetos. No nosotros, sin embargo” (Philip Dick). Quizás por ello el sujeto tiene la ilusión
que la conciencia se le va, porque la conciencia es una ilusión. Considera la posibilidad de que a Dios no le agradas. Puede que Dios nos odie tanto que su castigo, nuestra vida en la tierra, no sea más que un castigo
mental, un castigo psicológico, estar sujetos a estas palabras como si fueran el mundo. Como si el lenguaje formara parte de la
expiación y la condena, un medio artístico humano y divino, a través del cual
podemos amasar nuestra lejanía con las cosas, y las palabras jugaran con esta polaridad de
los signos que no acaban, ni se sabe de dónde viene.
Para que tu mano derecha ignore lo que hace la izquierda,
habrá que esconderla de la conciencia (Simone Weil).
¿Cómo el acto de leer con intención permite al lector y al autor interactuar con problemas filosóficos y afectivos, promoviendo una comprensión más rica y profunda de la realidad a través del lenguaje y su evolución?.
"La perversidad de los malos pone incluso a los buenos en la obligación de recurrir, si quieren protegerse, a las virtudes bélicas, la violencia y la astucia, o mejor dicho, a la rapacidad bestial.” (Hobbes).
Hay una guerra que permite que se invadan espacios privados, intelectuales sobre todo, espirituales por más, como queriendo abarcar una humanidad que parece extinta; en estricta dominancia de la conectividad que pueda tener un mundo que se vislumbra solitario, desértico, pero aún desafiante para el mal, por el mal, hacia el mal, se prolonga una forma de vida tan amenazada como amenazante.
Es el mal el peor de todos los miedos, dado que no puede existir por sí mismo. Antes de huir, advierte atrevidamente, dada su emergencia totalitaria de consumir, de absorber, de
pretender ser eterno, estable, y, si cabe, feliz, pleno. Su fuerza tiende a ser
mayor porque ataca primero, es ofensivo, vulgar, culpabilizante, alienígena,
seductor.
Es alienígena en tanto no pertenece al orden de las cosas, se escapa de la matemática en pos del conductismo, es extraterrestre porque es artificial, inventado, su estrategia es la búsqueda de otros mundos para
alterarlos. Pero nada puede existir sin su lucha, sin la resistencia que le regala sustentabilidad, la virtud del bien es el bien; por ello la guerra, de la guerra depende la existencia de la guerra. En
esta lucha aglutinadora pierde consistencia y retrocede, toma características
naturales para mutarlas en seductoras, crea su propio erotismo sin convalidar
la existencia del otro, para su propio bien, se enmascara, trata de comprender el
mundo superficialmente, y su terror regresa. Ataca de nuevo, copiándose, en serie, fluvialmente, su objetivo es tan claro que torna obvio,
revolcándose en su propio vomito.
Lo que ha logrado es que filosóficamente se pueda detectar con más facilidad que nunca la existencia de la bondad, pero pragmáticamente sea cada vez más difícil seguirla. Ya el mero hecho de nacer nos torna malos, las fantasías secretas de las religiones y las culturas de la culpa se cumplieron, mutaron a reales. Todo lo real es racional y todo lo racional es real, si así lo creemos, es cuestión de fe. Un niño nace y se le hace un favor, instituciones le cuidan, le educan, le vigilan, le adoctrinan, para que la mera posibilidad de libertad sea alta traición. Cuidaron y adoctrinaron también a sus padres. No debes ser libre.
Puedes elegir ser
libre, pero es la última decisión que tomarás (Kafka).
Quién está en guerra no habita, está de paso tratando de
destruir y colonizar las riquezas del territorio para después seguir
evolucionando hacia otros parajes, a otras posibilidades. Habitar es comprender el lugar en donde se
vive, no se existe por sí mismo sin el sistema que le rodea, sin embargo, si le incluímos, somos el bosque. Todos los
sistemas que traten de desvincularse, de individualizarse, encuentran su
perdición, su miedo, su guerra. Ser auténtico no es hacer perpetua la certeza de la
muerte que acaecerá personalmente para persistir buscando el enfrentamiento con
el Ser, reconociéndose hasta el infinito, ser autentico es considerar de qué
depende esta autenticidad. La existencia debe ser elegida, claro está, pero
también se elige el lugar donde habitar. Vincularse con la muerte puede ser un
medio hacia una guerra total, ofensiva (nazismo), en ultima instancia, vana, dado que ser
para la muerte desvincula la vida de las cosas. No trato en absoluto de
contradecir a Martin Heidegger, pero es necesario atacar lo superficial siempre, el resumen,
lo incompleto. Este raciocinio teorético, pierde el verdadero pensar, la
verdadera ignorancia, el correcto observar, olvida que la vida es un misterio,
que hacer un hogar es un misterio, que el hogar mismo es un misterio. La muerte
no es un confrontar, es un habitar.
Así como el quién nos confronta teme, también puede infundir temor, pero este temor es extranjero. Así como seductora es la opresión, también puede infundir esperanza (pinochetismo), pero esta esperanza es extranjera. Donde hay poder hay resistencia al poder (Foucault). El bien puede permanecer estático y seguir siendo bueno, pero los humanos portamos el aguijón que nos envenena, lo que hace poco eficaz permanecer quietos por siempre, como la sangre que pierde su vida si se detiene.
Hay resistencia desde la inferioridad, desde otras estrategias, completamente nuevas, con otras metas, diseñada para causar mucho daño en poco espacio, porque es minoría: la guerra defensiva, la guerra de guerrillas, tiene otra moral, otra estética, otra relación con las cosas. Como, diría el poeta, las aves surcan el cielo sabiendo que no les pertenece; simplemente le protegen con sus cuerpos, cuidan una forma de existir, de sentir, sin apropiarse. La fuerza de los desamparados, es su unión, su saturación con el territorio para unirse, para pensar como lo haría dios. Quienes crean su mundo luego lo cuidan, le dan libertad, dan preguntas y inventan respuestas. La guerra ofensiva rehúye todos los porqués, la guerra defensiva los enfrenta.
No es que los que se defienden se escondan en lugares secretos apartados del mundo, es que son el mundo mismo. Ellos ya están mientras se trata de coartar sus posibilidades, porque el mal quiere hacer de ellos un hogar, poseer, mientras el bien hace uno el todo. Los que conocen de historia saben que las religiones les brindaron estabilidad a los imperios, cuando estas religiones dejaron de responder preguntas, los imperios cayeron, llegaron otros respondiendo y haciendo más. La labor del amo y del esclavo ha hecho la historia, ésta por el contrario, les oculta, los borra del mapa y los utiliza.
“El agua mantiene a flote al bote, pero también lo puede dar vuelta.
Lo mismo ocurre con el pueblo, este mantiene al príncipe, pero también lo puede
derribar” (General T´ai Tsung). Se creía en la antigua China que el emperador debía ser el más recto
de los hombres para que el pueblo se mantuviera recto, si el hombre pensaba y
actuaba correctamente, la mayoría de los males del mundo desaparecería. La
virtud personal del emperador, el Hijo del Cielo, era garantía de la felicidad
de sus súbditos. Es esta moral casi religiosa, la que renace, lucha y pervive
desde su minoría y su debilidad.
Lo salvaje, en las profundidades, pareciera ser lucidamente alegre. El bosque no es un elemento ajeno, es un nosotros, es un yo que antagoniza con la abstracción del dominar; en el fondo de nuestras almas pasa lo mismo. El buen salvaje está adelantado a su tiempo y al nuestro, siempre fue un hombre del futuro. El asombro ante el contacto del europeo con los indígenas de los continentes americano, africano y de Oceanía, es histórico; involucionó de tal manera que lograron aprovecharse de la ignorancia mercantil de aquellos que no necesitaban para ser felices más que su medio ecológico. Hubieron casos en que estaban sumergidos en luchas intestinas que les alejaron de la unicidad con su entorno, salvo algunas excepciones, en cada uno de estos continentes ellos fueron derrotados. El buen salvaje no fue una amenaza para los europeos, es una amenaza para los sistemas de poder. El "ser ignorante" de sus pasiones, proporcionan de una u otra manera los procesos para que sigua en pie la dominación actual. Pero no es una ignorancia de los deseos, sabemos muy bien lo que queremos, el problema es encontrar las razones, las emociones, los sentimientos o los placeres que nos digan que vale la pena luchar contra ellos. Apasionarse de nuevo es una tarea Definitiva en la medida que este nuevo hombre de las cavernas ignore sus vínculos con todo, y se una a esta nueva caverna de acero, de plástico, de silicona, que atrinchera a sus prisioneros, les da un arma como bozal, intercepta sus comunicaciones sin que se comuniquen con nada, sin que digan nada. Le dicen pasión en el comercial pero no en el corazón.
Nadie puede, según Rousseau, gobernar al pueblo mejor que el mismo pueblo. Es una posibilidad engañosa. Lo revolucionario es que nazca un ser completamente libre, es mucho pedir que sea un pueblo, últimamente nos conformamos con algunos seres. Aún se desconoce la libertad. La desigualdad social, las contradicciones y el futuro de la sociedad moderna, señala las aporías que conducen a los conflictos sociales y a las guerras. La victoria es inevitable, sólo queremos que sufran los menos, en lo posible. En tu lucha contra el resto del mundo te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo (Franz Kafka).
Así pues, lo que une a los hombres es la necesidad de sociedad que brota de su monotonía y vacuidad, pero no precisamente pocas cualidades desagradables y repulsivos inconvenientes los vuelven a dividir.
Arthur Schopenhauer
La unión es una forma, es una manera de encajar para cuadrar
un efecto esperado. La unión contiene esperanza, claro está, es de parte de
quien espera desde donde nace la civilización y toda forma de ayuda mutua. ¡Proletarios
de todo el mundo, uníos!... Hay una respuesta a la soledad investigada
científicamente, llega a conocerse como “puentes de afiliación renovadas”, en
donde se visualiza que las personas que sufrieron rechazos severos en épocas tempranas,
tienden a ofrecer más recompensas a quienes les ofrecen más y más compañía. Es
interesante notar quien o quienes le hacen compañía al ser humano actual: sus gustos,
sus likes; sus relaciones casi siempre laborales, familiares; sus cookies, las
formas de escucha que le devuelven soluciones rápidas, independientes y
aisladas. Entre menos se necesite a la comunidad mejor. Lamentablemente, se
suele eliminar este espejo que incrementa la solidaridad para terminar
confirmando que la solución misma es tecnológicamente vasta, aunque en última
instancia mínima. Los animales tomaron el rol de santos, y para muchos se terminó por satanizar a los seres humanos desconocidos en
particularidades, pero imaginados profundamente en conjunto. Esto plantea
seriamente la posibilidad de una soledad innata, infinita, es decir, una forma
de existencia en donde aspectos profundos de cada ser perteneciente o no, son
completamente ignorados, rechazados y negados. El estado natural del hombre es,
de facto, el sufrimiento (Schopenhauer). Cosa que termina por concretarse en el
hecho de buscar aquello que creemos conocer para acompañar lo desconocido de
nosotros con algo que existe para sí mismo.
Y pasaron los animales a santificarse, la bondad salvaje, para
despreciar lo humano, por la mera ignorancia, el temor y la pereza de despojarse
de aquello que nos sobra en demasía.
Como la mayoría de las cosas que merecen la pena, las relaciones humanas más valiosas están repletas de defectos y obstáculos (Aristóteles). No hay que temer a lo desconocido, aunque decirlo sea fácil, es ahí donde se encuentra aquello que tuvo que adaptarse, en lo salvaje se encuentra algo provisional para el rescate de una soledad que emana ya de todas partes, porque lo soluciona todo empeorándolo; que es inevitable, que participa con ahínco en el bagaje del día a día, pero que es engañada por la capacidad de buscar de acuerdo a sus límites solamente, sin una conexión trascendental más que lo más vulgar en los individuos; llevada de la mano como una añoranza que nunca llega, porque es aquella añoranza la extrañeza de lo que nos abruma, una forma de cubrir la brillantez de lo que se creyó ser, sin serlo, y de atarse porfiadamente a un deseo que cada vez se trata de cubrir más rápido. Es por ello que éstas personas modernas son la representación clara, precisa, contingente, de las debilidades que trajo consigo las comodidades y el acceso rápido a prácticamente casi todo, menos a lo que nos hace grandes para nosotros mismos, pasaremos a ser estatuas a las cuales se le irán a encender velas, esfinges que de vez en cuando recibirán adoración en proporción directa a lo que su utilidad represente. Es el precio de querer ser dioses, olvidarnos de nosotros mismos.
A Dios le fue imposible conseguir que le amaramos de veras.
El engaño de vivir el presente es preciso en tanto sigamos
prestándonos a estas relaciones reales de hecho, pero falsas en cuanto nos
alejan del florecimiento para la felicidad plena, la cuál es una forma de
determinar la vida. La alegría es su depositaria, quizás nunca en toda la
historia de la filosofía, se haya podido separar la alegría de la felicidad.
Esto no debería ser una obligación humana, pero podría, empero, la narrativa
filosófica jamás ha hablado de obligaciones.
Cada cual vive en un mundo distinto porque no tiene otra relación
directa con sus propias percepciones, sensaciones y movimientos; ergo, las
cosas exteriores no ejercen influencia alguna sobre él, sino en cuanto que
determinan estos fenómenos interiores. Es importante concretar la labor de lo
salvaje para encontrar el influjo intimo que nos pertenece, dado que, hablar de
lo salvaje es fácil sin hacerse cargo de las calamidades que esta liberación pudiera
traer. Lo aterrador es que no ejercemos nuestro propio salvajismo, debemos
sufrir el salvajismo de otro ente, otro sistema, una secta, que se presenta desde
las sombras por todos los ríos subterráneos de la subcultura, que sobrevivieron
haciendo lo mejor que saben hacer: ser brutales. Lo salvaje está dentro del imaginario
como algo caótico, embrutecido, libidinoso, demente, barbárico, siendo que
vemos en lo natural, con sus luces y sus sombras, que al fin y al cabo son
nuestras propias luces y sombras, una hermosa armonía alejada de las pesadas
cargas que los individuos llevan sólo por la garantía de llamarse civilizados.
Hay patrones, hay posibilidad de domeñación sobre lo natural, de esto no cabe
duda, así como el hombre mismo forma parte de la naturaleza y fue dominado. Aun
así, en nosotros, pareciera existir como en cualquier bestia salvaje una
categoría que no podemos tocar, que desconocemos por ajena, excelsa, sabia,
contemplativa, lúcida, pero que probablemente se haga nítida en la medida que
comparemos eso exterior con nuestro abismo, de tal manera de evitar la
senilidad de nuestra alma, la discapacidad de nuestro juicio, la inhabilidad de
nuestro ser. Un mendigo sano y dulce es más feliz que un rey enfermo y perverso.
Hace algún tiempo esto lo olvidamos.
La alegría es una moneda en efectivo de la felicidad, el resto de bienes, una letra de cambio. Lo salvaje es profundamente alegre. Supongo que entraremos por caminos pedregosos si queremos seguir por este lado, pero no se puede rehuir a la posibilidad de pensar, ni la alegría ni la libertad ni el bosque oscuro que se niega a mostrarse, pero que nos llama sin pensarlo. Sólo podemos sentir para el pesimismo y pensar para el optimismo. Los algoritmos lo formalizan, saben que pueden recurrir a nuestra superficialidad para atraer nuestra atención. Hay algo que se niega a morir, células que quieren y tienen que seguir reaccionando a estímulos que olvidamos alguna vez para el lenguaje, anestesiados como medios de prueba en entornos hostiles pero seguros, que nos ayudan a creer en nuestra autovalencia para rechazar al prójimo; para adorar a Horus, Seth o Bastet, pesando en el día del juicio sobre la balanza de Osiris, contra algo tan liviano como una pluma, nuestros corazones en los lejanos dominios del Duat.
Nuestro sistema político es el de la impaciencia, la interrupción de las cosas ordenadas naturalmente, interrupción artificial para suplir un deseo artificial de una realidad artificial.
El humano feliz es una línea geométrica que deja deslizar todos los pesares de la vida hacia el mar de su nacimiento. Esto es lo salvaje, la pluma, volar como águilas, en contra del viento.
A mi querida sobrina Jeli Herrera, violista,
concertista y amante de la libertad
“Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o más
bien de abuso-, son los grilletes de una permanente minoría de edad”
Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración?
En el campo de la filosofía práctica, el fenómeno de la heteronomía se comprende como la experiencia de la conciencia de un sujeto dependiente, sometido a un poder que -se presupone- lo sobrepasa y lo abruma. Se trata de un poder que le ha sido impuesto desde afuera, ubicado por encima de la autenticidad de su ser social. Un poder que, abstractamente, le dicta conductas, normas o reglas que obligatoriamente debe cumplir y que le impiden desarrollarse como ser autónomo, libre, activo, racional, reduciéndolo a cosa o, en todo caso, a un ser genérico, subalterno e indeterminado. Heteronomía es, en consecuencia, la condición sine qua non que impone la voluntad de uno -o de algunos- sobre la libre iniciativa del resto de la ciudadanía. Al aceptar su dominio, el “yo quiero” queda sometido a una fuerza imperativa que le resulta impuesta, ajena y hostil, transmutándolo, como dice Marx, en la más nítida expresión del ser enajenado, extrañado de sí mismo.
El presupuesto del cual surge la heteronomía tiene su punto de partida en la figuración de que los individuos que componen todo posible cuerpo social, en general, no son lo suficientemente maduros para tomar decisiones por cuenta propia, por lo que deben necesariamente ser guiados, orientados y conducidos por quienes se autoperciben como los más ladinos y osados, aunque no siempre sean los mejor preparados -pero sí los más fuertes- y afirmen saber más del discurrir moral, social y político que el resto de la población de “niños grandes”, de “enanos mentales”, de eternos “menores de edad”, incapaces de decidir y valerse por sí mismos. Son ellos, los muy “maduros”, los “robustos gigantes” descritos por Vico, los “guías materiales y espirituales” de aquellos que actúan como críos, carentes como son de adultez y, en consecuencia, de toda eventual responsabilidad. Son los “pastores” de un numeroso rebaño de ovejas que, sin ellos, quedarían descarriadas y sin rumbo. Son los profetas iluminados, las muletas de los inválidos, los llamados a canalizar las desbordadas pasiones de los menos formados y más inconscientes, a fin de que no se desvíen el camino recto, del orden establecido, y acepten el régimen de obediencia y sumisión que se les ha implantado. Porque el “orden” no puede ser otro que el que ellos han sancionado. Ellos, los padres de la manada, los caciques de la tribu, quienes sabiamente han definido y colocando, además, los controles de rigor. De ahí que las sociedades donde impera la heteronomía sean, justamente, sociedades caracterizadas por el imperio de los controles.
Frente a la conocida expresión: el cielo es el límite, cuya sola idea exhorta al sujeto a llevar sus conquistas más allá de toda posibilidad, el promotor de la heteronomía responderá, no sin cierta -y siempre sentenciosa- solemnidad, que, más bien, el límite es el único cielo permitido. Cuestiones del poner, del fijar (Setzen). Una característica esencial de la mera 'reflexión del entendimiento abstracto', como la denominara Hegel. De este modo, los miembros de las sociedades heterónomas terminan atribuyéndole su propia institucionalidad, su ordenamiento social y hasta su propia existencia, a una incuestionable autoridad: el Comandante supremo, esté vivo o muerto, pero siempre ubicado por encima del resto del ser social. No importa el nombre que reciba este ser “superior”, tampoco el nombre que reciba, a lo largo de la historia, esa formación social. Los resultados siempre serán los mismos: el autoritarismo, la dependencia, la manipulación, la explotación, la degradación, la corrupción, la impotencia.
Las sociedades sometidas al imperio heterónomo son, pues, sociedades barbáricas. Los griegos empleaban la expresión “bárbaro” para definir a todo aquel que “balbucea” como un “menor de edad”, como un niño “mal educado”. Decía Aristóteles que bárbaro es el que se encuentra gobernado por tiranías o despotismos en sentido estricto, lo que lo convierte en un esclavo. De hecho, según Aristóteles, el bárbaro erige a sus gobernantes con el fin de cubrir sus necesidades básicas, a diferencia de las sociedades maduras, constituidas por ciudadanos libres, cuya meta es la de vivir en y para la autonomía y el consecuente desarrollo.
Es cuestión de vocación militarista la obsesiva promoción de la heteronomía. No hay un fenómeno más afín a los regímenes totalitarios o autocráticos que la institucionalización de la heteronomía. “No razones: adiéstrate”. Pronto las sociedades se transforman en inmensos cuarteles o en gigantescos campos de concentración en los cuales se “administran” o “controlan” la alimentación, la salud, la educación y la cultura, la vivienda, las finanzas y la industria, pero, sobre todo, la violencia, por un lado, y los medios informativos y comunicacionales, por el otro. En fin, todo tiene que ser controlado, siempre en función de garantizar “el orden”, “la paz” y “el progreso” en sentido orwelliano. La humillación llega, de este modo, al máximo. La objeción, la duda, el juicio, el pensamiento en cuanto tal, el derecho a la diferencia o a la protesta, quedan fuera de la ley, están sancionados, y son concebidos como claras manifestaciones de “terrorismo” y alta “traición a la patria” y a los intereses del llamado “colectivo”, es decir, del cártel que sostiene los hilos del poder.
La consigna y la etiqueta -o como dice Kant, los “principios y las fórmulas”- sustituyen al pensamiento para dar paso al servilismo, al ser pasivo y resignado que espera pacientemente el crucial momento de la llegada de la electricidad o del agua potable, de la leche, del papel higiénico o del aceite al centro debidamente “controlado” de suministros. La educación abandona los contenidos para dar paso a las formas vacías, a las búsquedas formales, a los “métodos” que trastocan la construcción de la verdad en banal instrumento de medición. El lenguaje se entumece. La salud deviene ejemplo de la más indigna de las miserias humanas. Las empresas no producen, porque lo importante no es producir -¡oh, contradicción!- sino obtener un ruin aumento salarial. Entre tanto, las calles se cubren de la más salvaje violencia en manos de las squadre o falanges o comités de defensa -es igual- de un 'proceso' que ni lo es ni puede llegar a serlo. El objetivo sigue siendo el mismo: mantenerse en el poder por el poder, única fuente posible para el triste y grotesco espectáculo del enriquecimiento ilícito. Entre tanto, la heteronomía se hace carne y sangre de las mayorías, pues “el modelo” comporta mecanismos para su reproducción continua: no se educa para la libertad y la autonomía, se “educa” para la vil sumisión.
Kant fue el primero de los filósofos modernos en advertir acerca de los perjuicios de una sociedad heterónoma, carente de autonomía: “Es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en naturaleza suya. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse por su propio intelecto, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo. Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o más bien abuso- de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minoría de edad”.
“¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!”, afirmaba el gran pensador de Königsberg en su tratado explicativo de la Ilustración. Para salir de la heteronomía Kant recomendaba tan sólo una exigencia: la libertad de hacer siempre y en todo lugar uso público de la propia razón.
Temen al amor porque crea un mundo que no pueden controlar
George Orwell
Los amores son en cierta medida, diría Lacan, una
manifestación de nuestra presencia. Manifestación porque amar no es una acción,
es un acontecer, entendiendo como acción a una voluntad humana individual y
libre, pero, a la vez, dando por sentado que existe una voluntad humana
universal que trasciende a los individuos. Bajo estos preceptos, el amor no es
libre; estamos obligados a amar lo que amamos incluidos, nosotros mismos. De
hecho, la única forma de libertad es la decisión de dejar de amar. Los amores,
en este sentido, pueden ser construidos universalmente, por ello,
culturalmente, a cada posición su labor, a cada labor su amor.
Esto involucra que el amor puede ser lo más parecido al
absoluto desde una posición de sumisión a aquello que se nos enseñó, dado que
es en la enseñanza donde se forja la base del absolutismo. Lo dictatorial
necesita del escarmiento. El amor es una sumisión a nuestra propia existencia
en el mundo. Quién no entiende está sumisión, en su inconsciente, es menos
propenso a amar, ergo, nace su enfermedad.
El amor en el hecho, para el otro, se presenta como una
muestra tradicional, que intenta equilibrarse en otra voluntad, en otra
singularidad, por ello su complejidad. Puede paralizar cualquier acción o
avivarla; no es una volición fija. El amor debuta diariamente como un sin
querer que sigue todas las leyes, aunque, casualmente. Nuestra existencia es
casual, los hechos, nuestra mente; las muestras culturales tratan solamente de
equilibrarse como un trapecista, para demostrar(se) al otro algo indemostrable.
La típica confusión entre hacer y ser. Ha-ser, a-ser, sin
ser. Nunca se sabrá del todo si ser es hacer o si hacer es ser ¿en cuál de
ellos habita la mente y la no mente? Voluntad o no voluntad. ¿La nuestra?
¿Abandonar la tradición o continuarla? ¿Cuándo somos, entonces no somos? ¿Cuándo
hacemos, entonces no hacemos? El lenguaje en lo importante es completamente
problemático, porque rivaliza con una libertad absoluta, con la última
libertad. La primera tradición es el nacimiento.
Las formas presenciales convierten la nada en amor; nuestra
vida, la vida de los humanos, la vida de los seres, es una transformación de la
nada en algo. Puede que lo único digno de llamarse Algo sea el amor. Nuestros
ojos no vieron, por el apuro por amar, que nuestra existencia se justifica
meramente por la fe, pero la fe es tradicional. Instruye al niño en su camino y
ni aún de viejo se apartará de él. El amor es una carga, la existencia es una
fe en no perder el equilibrio sobrellevando esta carga.
La magia de los amores recorrió cada una de las cicatrices
humanas. Es cosa de investigar la historia de los pueblos, de los perdidos, de
los perdedores, de los vencidos. Los dolores, los deseos fueron formados por
estas experiencias, traumatizados, transferidos por generaciones en alguna
acumulación ininteligible de procesos, de tal manera que de estos sectores
podemos inferir una mayor variedad cultural. Su cambio cíclico es tan fuerte
como la persistencia de su balance.
Las formas de amor se han tratado de estandarizar. El amor
es un riesgo. No se puede amar “libremente”, desde nosotros, es seguro y
controlado hacerlo bajo la norma. Estas normas han afectado a los padres y a
las madres, a las parejas, a los hijos, al sexo, a los hermanos, a la vocación,
entre otros. Por una falta de identificación identitaria de los actos de amor,
se pueden camuflar las presiones de amar en "cierta medida", sin que sean las
voluntades (comunidad) las que le organicen, y menos voluntades propias, sino una única voluntad
que se impone de acuerdo a su tiempo, para quienes viven, sueñan, sienten,
piensan, solamente en su tiempo, desconociendo su conexión primitiva a su
tradición.
Eros y lo ordenado de lo explícito
Lo erótico se está perdiendo, el apocalipsis sexual ha llegado. Opinar sobre estas experiencias se ha vuelto de mal gusto, porque precisamente se ha llenado de pésimos gustos; hay una especie paranoide de lo que se va a decir, de lo que se va a mostrar; así como la repetición noticiosa provoca psicosis, la repetición en serie de una forma de erotismo repetido se ha vuelto pornográfica; una horda concatenada de vulgaridad se camufla con el acto de la belleza, con el amor y la verdad sexual, con la exaltación al misterio y a lo oculto.
Lo
erótico, por el mero hecho de existir, lucha contra el sistema explícito, porno, que invade microbioticamente desde un órgano de nuestros sentidos, todo el espectro estético de lo sexual, y que se impone cada vez, a más temprana edad.
Lo erótico es un poema, un misterio, un arte, lo
verdaderamente casual, como el amor al cual pertenece, frente al cual no se
debe tener ninguna vergüenza de consumo, porque no es consumo en un sentido normativo,
es un acto totalmente libre desde la intimidad de cualquier historia, con un
destino, desde la divina condena. En este caso lo casual del amor erótico representa la casualidad del
amor en general y su base; sin estereotipos, ni antes ni después, sin tiempo,
en el desorden. Su orden es sólo filosófico, un poco hipotético e histórico. Por ello, Eros, hijo de Cronos,
nació desde el vientre del Caos, instaurando el acto de nacer. No se puede
desvincular el amor verdadero del amor erótico, así como no se puede desechar
su importancia para la libertad humana.
Philia y el Estado enfermo
La amistad, bajo el alero de cualquier sistema enfermo, es un
concepto y un hecho peligroso. Invirtamos. La enemistad es beneficiosa para un
Estado dictatorial. La comunicación es la base de los amores, y es la base de
la amistad, del amor filial. Sin comunicación no hay ciudadanía democrática por
definición, si no fuera así se convertiría en una especie Química de reacción
por parte de sustancias que consumen o liberen energías totalmente
identificables y medibles; sin isegoria, y lo que es peor, sin parresía.
No hay mayor virtud democrática en un Estado que la capacidad de hacer amigos a elección, libremente. Existen pocos sectores que no estén acusados de algo, como si la desmenudación ciudadana estuviera hecha para hacer ver diferencias y no congruencias. No hay otros recursos, el mal, diría Hannah Arendt, se mueve superficialmente; se usa lo explícito y la información (superficial) para boicotear la confianza y la comunicación.
Un Estado enfermo ataca los lazos más
humanos, como la capacidad de negociación para autogestionarse como comunidad, se alimenta
como larva y entrega lo menos posible. Es una forma de negocio con lógicas parasitarias
e imperialistas. Usa la fuerza en todas sus formas. Esto lo vimos con el boicot
a la moneda libre, que es el emblema de su codicia. La deshonestidad es un
requisito para su resistencia, mientras propone separaciones absurdas, no
resuelve problemas de corrupción que ponen en jaque su legitimidad.
El monopolio del Agape
Ya no se ponderan los pareceres diferentes, basta con odiarlos, decía Nietzsche. La solidaridad y la caridad no deben tener una razón utilitaria, de lo contrario se vuelven absurdas, inentendibles, como propuestas altruistas. Es en la caridad sin razón en donde el individuo puede identificarse, autentificarse, mirarse como un otro al que desconoce. No se trata de abandonar la razón literalmente, sino de abandonar las razones que justifican y monopolizan la caridad.
La preocupación por el otro se terminó politizando de maneras casi religiosas. La fiesta se transformó en algo sin forma para el joven, amorfa, mientras que para el trabajador es agendada. Sin forma porque el joven necesita banalizar su cultura, su propio yo, cansarse de sí en el frenesí de su tiempo. Con forma porque luego se busca controlar los procesos caritativos temporalmente. Es pues, en la fiesta donde se termina por materializar algo inmaterial, dominar a una bestia que no debería ser domada.
La despedida de la libertad es ésta. Por una parte la fiesta debe ser incontrolable, para que algún día, de nuevo, como si fuera un hecho azaroso del tiempo, el amo se transforme de nuevo en esclavo. ¡Recontituyamos al amo!
Debemos encontrar nuestras propias esperanzas. La espera depende del individuo. En la ciudad ya todo es reloj, incluso más que en aquellas civilizaciones que dependían de las estaciones del año. Vivimos en la época del fetichismo de los datos (big data), dependemos de ellos para organizarnos.
No hay una caridad autentica sin fiesta, sin calendario, sin festividades. Pero estás deben nacer desde la tradición.
El mundo se ha transformado en el ente organizador de nuestra particular forma de amar. Nuestro tiempo, nuestras vidas y las cosas se aparearon de una manera orgiástica, de tal manera que entregar algo se ha confundido con entregar nuestro propio cuerpo, donante, inmaculado, esperando en algún momento un retorno. No hay espacios, no hay moradas, no hay lugares de descansos en los que se pueda abandonar la velocidad impuesta para encontrar nuestra inercia. El Statu Quo ya nombró todo, y enfermamos.
La
crítica del pensamiento identificador de Theodor W. Adorno como un nuevo
trabajo sobre el lenguaje, se produce de la profundización de la dialéctica de
la cultura como testimonio de la historia social constituida en la modernidad
como Tragedia. En ningún momento quiere recoger la idea de Cultura en una
definición única, que agrupe la esencia en el concepto mismo; por el
contrario, lo que busca es mostrarla en su Constelación.
Los análisis sociológicos hechos por Theodor W. Adorno sobre la cultura, señalan que esta no ha devenido, en su proceso histórico de constitución, como camino hacia una humanidad, sino todo lo contrario, la cultura para él, es una Regresión del Espíritu, un asomo de la barbarie. Con esto no se entienda que para Adorno, la Cultura es un mal para el ser humano; ella en cuanto tal, no es ni buena ni mala, antes bien, se puede presentar de ambas maneras, pero, su ser está definido por “ eso a cuyos servicios se encuentre” [i]. Y La cultura moderna, está al servicio de aquello mismo que dice dejar, es el fracaso de lo que promete. Por ello es una tragedia. La cultura como el mundo resultante del despliegue del Espiritu humano (Hegel), es un esfuerzo por liberarse de la naturaleza, no obstante, es una ilusión creer que la cultura ignora las condiciones naturales donde se desarrolla. Así, hay una dialéctica interna en el concepto mismo de cultura, que muestra que la cultura es creada a partir de la praxis, pero al mismo tiempo es el alejamiento de ella. La naturalidad de la existencia humana, ha llevado al ser humano a tener una organización sustentada en el intercambio económico, y el espíritu que promete la libertad y autonomía, al liberarse de la «mera naturalidad»> de la experiencia humana del mundo, termina siendo aquello que no quería ser: mera «Historia Natural».
El individuo que parecia haber conquistado la total
autonomia y libertad en la esfera del Espiritu (objetivo), en su Cultivo
[Kultur] , sustraido de la mera produccion material de la extencia,
queda sometido a esas condiciones naturales de
existencia. El sentido trágico de esta
dialéctica, es que aquellas fuerzas contrapuestas son auto-
antagónicas y autodestructivas, pues , aquello mismo que
imposibilita el cultivo del ser humano, es la cultura misma que ha construido
para ese cultivo, que ha olvidado desde el principio su origen natural. La
ilustracion, se auto destruye porque desde su origen se consolidó como dominio
de la naturaleza. Aquel sujeto y su lógica implacable de dominio,
queda subsumido en el proceso de dominio mismo, reducido a mero dato sustrato
de ese dominio. El sometimiento de la naturaleza al dominio producto
del despliegue del Espiritu humano, se
revela como sometimiento de la naturaleza interna, como
retorno a la antigua servidumbre hacia la naturaleza. Como el propio Adorno lo
enuncia ,
“El Aislamiento del Espiritu respecto de la producción Material eleva sin dudas su cotización, pero al mismo tiempo hace de él, en la conciencia general, el chivo espiatorio de todo lo cometido por la práctica…”[ii]
Porque la cultura está sometida al dominio de la economía de
intercambio, y naturalizando las condiciones materiales de
existencia se orienta a Formar [Bildung] protectoramente al ser humano,
constituyéndose en un Engaño de masas; ha
devenido reificación y cosificación, una “segunda Naturaleza”. El
sentido trágico de esta dialéctica, es que la ilustración se auto
destruye porque desde su origen se consolidó como dominio de la
naturaleza.
Estas apreciaciones sociolológicas de Adorno sobre
la cultura no son muy bien interpretadas muchas veces. Se tiende a perder de
vista que no muestra el cómo salir de este resultado del Espíritu, no viendo
con ello, que lo que mayormente intenta demostrar es por qué es necesario salir de la realidad existente. Así, es preciso describir detalladamente
la Dialéctica de la Cultura en Adorno, para no caer en
aquellos "enredos de detalle".
La aparición de
la identidad como operación mental e instrumento de poder y dominio,
es la condición previa para la civilización en todo su
complejo desarrollo, de este modo, la historia es tan natural como el
pensamiento identificador; ambos son constelaciones del
fracaso de la humanidad. La historia se hace natural, porque cada
momento histórico es la manifestación del proyecto de
humanidad, es decir, cada episodio de la historia de la humanidad es
la muestra del autoconocimiento del ser humano en el despliegue de sus facultades
(Racionales) hasta llegar al Saber Absoluto. La Cultura del mundo
es un constante movimiento y experiencia de sí mismo, un
autoreflejarse en lo otro de sí; esto indica que la formación [Bildung] es un
Desgarramiento producto de experimentar el dolor de lo negativo. La formación que enuncia Hegel, y que representa
la forma más elevada de cultura burguesa, es más que mera enseñanza
o educación, su idea implica autoformación,
un autodesarrollo, que parte de la pura inmediatez
(Certeza sensible), muestra de lo más particular, pero que siempre se da a
partir de los conocimientos universales:
“La tarea de llevar al individuo de su estado de no-formación hasta el saber, había que tomarla en un sentido general o universal, y por tanto había que considerar en su proceso de formación al individuo universal, es decir, el Espiritu Humano” [iii]
La dialéctica
de la cultura de Hegel, es la verdad de un mundo
falso. Tanto más son reducidos los individuos concretos
por la totalidad social, más se encarga la cultura de elevar al sujeto como lo
constitutivo. El Espíritu hace conmensurable lo inconmensurable, convierte lo
contingente en necesario, desvinculándose con la naturaleza, se impone
sobre ella a través de la abstracción propia del pensamiento,
sometiendo lo disperso a la unidad del concepto. El
particular se totaliza para poder considerarse como cultura (Espiritu) y
dominar el mundo, pero esa misma totalización hace que el individuo particular
termine siendo una mera pieza de su despliegue. El espíritu olvida su origen
particular y somete a eso mismo particular a su dominio, porque en su interior odia
la naturaleza y por ello no tolera lo particular. La cultura y la Razón se han
vuelto contra el sujeto pensante, pues, al convertirse la razón en herramienta
de dominio de la naturaleza, nada escapa a su control, ni siquiera
la subjetividad particular, todo debe funcionar según su dictamen.
Así, cada vez que el sujeto se levanta como el Absoluto señor del mundo, se
hace más evidente que el sujeto empírico viviente, se hace un mero apéndice de
la maquinaria social. Adorno rechaza en esa medida, el espíritu universal
de Hegel porque está por encima de las particularidades concretas y la historia
no tiene un sujeto universal, sino sujetos particulares. Si la Fenomenología
fuese lo que dice ser, ciencia de la experiencia de la consciencia, entonces el
pensamiento no pudiese liquidar la experiencia individual de lo universal, que
se impone como algo irreconciliadamente malo, ni erigirse en
apologeta del poder desde su puesto presuntamente superior. Lo que puede ser
una “Tragedia de la cultura”, aparece en Adorno, cuando enuncia que aquel
sujeto totalizado en un Espíritu Absoluto, termina por consumir y mutilar la
particularidad de la que nació. Este hecho hace que el mito sea ya
ilustración; y la ilustración recaiga en mitología[iv]
La enfermedad
de la razón encuentra sus orígenes en la primera sospecha de la
razón misma; el pensamiento desde el inicio reviste una forma de identidad, ya
que pensar es esencialmente dominar la naturaleza[v]
.De esta manera, si desde el principio fue el dominio, el mito es ya
ilustración. La Razón es el arma con la que el ser humano enfrenta el miedo a lo
desconocido; desencantando el mundo lo somete a su
dominio, de ese modo, el ser humano conoce el mundo porque puede
someterlo y dominarlo. Este dominio ya está presente en el mito,
pues, al querer narrar el origen del mundo ya lo está explicando, desencantando
y como tal racionalizando. En consecuencia, en el mito ya hay ilustración porque el
mito es ilustración. Siguiendo esta dialéctica, la naturaleza se
venga del espíritu porque se ha olvidado de ella. El sujeto que era
el completo dominador, queda sometido a la mera naturalización, su meta está
determinada por la auto-conservación. La ilustración recae en mitología
porque cae víctima de su propia lógica, a la necesidad y coacción de la que
pretendía liberar a los seres humanos. De esta manera, si la razón funciona
bajo los principios de autoconcervación y dominio de la naturaleza, sucede una
autodestrucción de la Razón misma, toda vez que la historia del espíritu, es al
mismo tiempo derrumbe del espíritu y regreso al mito.
El pensamiento identificador o equivalencial, es el núcleo de la articulación entre el dominio y la autoconservación que sostiene el despliegue de la civilización occidental, por esto, la cultura se convierte en algo que meramente existe, se entrega al dominio natural del mercado, creando una falsa identidad entre el particular y el universal, y en su totalidad termina constituyéndose en el moderno “opio del pueblo”. La experiencia concreta del sujeto es homogenizada en una producción en masa del espíritu, que antes de alejarse de los burdos imperios de la práctica natural, es tan natural como la práctica del proceso productivo mismo, por ello, lo que se tiene como su degeneración de la cultura es su puro llegar a sí misma. Al hacerse mera mercancía cultural, el dominio se introduce en el Geist [espíritu], pues, éste se limita simplemente a reproducir el orden dado, imponiendo lo objetivo a lo subjetivo, mutilando la experiencia del individuo particu-lar por la civilidad del todo social. La cultura que se autodefine como industria, funciona con base a la racionalidad técnica del dominio, y en la medida en que el proceso de producción cultural está determinado por la forma de producción para el intercambio, se modifica también la infraestructura del ser humano, teniendo como resultado la pobrezadel espíritu, ya que, los medios técnicos con los que se produce tienen una uniformidad recíproca, que determinan un correcta producción en serie de los sentidos del mundo. El individuo media todo su sensibilidad por los productos homogéneos que la industria le provee, y la sesudo- individualidad creada como afirmación de la libertad en el acto de consumo, es una ilusión subjetiva creada objetivamente, pues solo por medio de la autoconservación individual funciona el todo. La tarea del sujeto de realizar la síntesis de la multiplicidad sensible (Kant), le es quitada por la industria cultural, así, el sujeto tiene que clasificar lo ya clasificado: “el mundo entero es construido por el filtro de la industria cultural”. La cultura es hoy ideología. Aquel sujeto y su lógica impacable de dominio, queda subsumido en el proceso de dominio mismo, reducido y eliminado en su autonomía.
El
pensamiento crítico de Theodor Adorno, vislumbra así mismo una dialéctica inmanente
en la propia Crítica cultural. Inmersos en una exorbitante masificación de la
conciencia, la propia crítica cultural es producto de la manipulación; el
crítico mismo, se mide por su éxito en el mercado, siendo él mismo y su
crítica, productos del mercado de la sociedad de masas. La vanidad del crítico
cultural, se suma a la vanidad de la cultura. Una dialéctica de la
Crítica cultural, es desde el principio conciente de la
propia mediacion cultural de la crítica misma; desde el principio enfrenta la
contradicción flagante según la cual, el crítico
cultural que parece elevarse sobre la cultura que critica, en una
especie de estadiao superior, y sin embargo, participa de la
entidad de la que se cree superior, siendo en realidad el último nível de eso mismo que crítica. Como el propio Adorno dice:
“Cuanto más total es la sociedad, tanto mas cosificado esta el Espíritu, y tanto más paradójico es su intento de liberarse por sí mismo de la cosificación… La dialéctica cultural se encuntra frente al último escalon de la dialéctica de la cultura y barbarie…” [vi]
Adorno ve que el Geist [epíritu] al
librarse de las condiciones materiales de existencia del feudalismo, se
somete a la «aglomeración», a la extrema
socialización de las relaciones sociales, aún cuando dice poseer libertad
representada en la libertad de opinión y de expresión de
la sociedad burguesa; libertad que además es la base de la propia crítica de la
cultura, y por lo que ésta también posee su propia dialéctica. Al
hacerse mera mercancía cultural, el dominio se introduce en el Geist,
pues, se limita a reproducir el orden dado, imponiendo lo objetivo a
lo subjetivo, mutilando al individuo particular a la civilidad del
todo social. El reflejo de esto en el crítico cultural, es que él
vuelve a objetivar la misma cultura que crítica al convertirla en su objeto,
dejando la realidad tal cual la encontró. El crítico
cultural se autosatisface con su contemplación, es
como la melodía que armoniza un campo de
concentración. Su privilegio es producto de la injusticia sobre la
que se levanta la cultura, el sometimiento de unos para el
privilegio de otros; la antigua escisión entre trabajo físico y trabajo
intelectual, es la ceguera en común del crítico y su objeto.
No obstante, se hace necesario una dialéctica de la crítica de la cultura, pues,
“si la teoría dialéctica se desinteresa de la cultura como mero epifenómeno, contribuye a la difusión de la falsedad cultural, y por tanto, a la reproducción del mal…” [vii]
Así, el pensamiento crítico de Adorno, se protege del peligro
de la mercantilizacion que ya esta presente en la critica y su culto al
Espíritu, como tambien, de la hostilidad completa a la
cultura. El proyecto de Dialéctica de la Ilustración,
quizá el libro más leído de la escuela critica de Frankfurt, buscaba revelar
las contradicciones del proceso de civilización, para darle una posibilidad a
una sociedad verdaderamente ilustrada. Adorno y en general toda
la teoría crítica, al auscultar las contradicciones inmanentes al
Espíritu, buscan una experiencia del mundo capaz de
sentir el sufrimiento y el dolor. La dialéctica como una autorreflexión critica
de las posibilidades del pensar, como un cuestionamiento por la completa
identidad entre pensamiento y ser, abre la posibilidad de un pensamiento no
Reificado, a través de una Dialéctica Negativa, posibilidad de una
nueva cultura: “Propio de la Dialéctica, no es reforzar opiniones,
sino, por el contrario, liquidar la opinión, volver a pensar lo previamente
pensado”[viii]
La
dialéctica de la cultura, como hemos visto, muestra que
la modernidad se ha consolidado como tragedia, toda vez que, el
conflicto entre el individuo y la sociedad, ha terminado por instrumentalizar
al individuo frente a la totalidad social, postulando a esta como la
gran vencedora. Por otro lado, y esto en términos muy
materialistas, Adorno ve que el contenido de la cultura no está
determinado en sí misma, sino también por su relación con
su reverso, es decir, la vida natural, el proceso de construcción
material del mundo.
Notas:
[i] Cultura y Administración, 1960
[ii] Crítica Cultural y Sociedad , 1984/1965, p. 230 [Prismas]
[iii] HEGEL, G. W. FENOMENOLOGIA DEL ESPIRITU. Mexico: Fondo de Cultura Economica. 1807/1996, 132-136).
[iv] Horkheimer, Max, Adorno, Theodor. Dialéctica de la Ilustración. Buenos Aires: Trota, 1966, p. 56
[v] ibíd. p. 129
[vi] Crítica Cultural y Sociedad 1984, p. 248[Prismas]
[vii] Crítica Cultural y Sociedad 1984, p. 238 [Prismas]
[viii] Cultura y Administración, 1960. [Edición AKAL]