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De la oscuridad de la noche

 

Una imagen que captura la atmósfera de la noche, con elementos que evocan la obra y el espíritu de Novalis. Se muestra un paisaje nocturno, quizás con un castillo o bosque sombrío, iluminado por la luz de la luna, simbolizando la búsqueda de la esencia y la liberación a través de la oscuridad.


“¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota

en el corazón y sobre la brisa suave de la melancolía?

¿Te complaces también en nosotros, Noche oscura?

¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible,

toca mi alma?”.

                                                       Novalis, Himnos de la noche


“Siempre ha estado ahí, forma parte de ti, nunca se ha perdido,

tan solo un olvido”.

                                 Sentimiento Muerto, Sin sombra no hay luz 



 Según Novalis, en la oscuridad de la noche se encuentra el camino que conviene seguir, si se pretende alcanzar el lugar donde se encuentra el sí mismo, el principio del universo infinito, lo auténticamente sustancial, la libre imaginación y el regocijo: “es en nosotros, y no en otra parte, donde se haya la eternidad de los mundos, el pasado y el futuro”, afirma el poeta alemán, en este intento de concreción de su idealismo mágico. No es en la luz sino en su ausencia -en la nocturnidad- donde la humanidad urde sus más elevados propósitos para llegar a encontrarse consigo misma, conquistando la verdad y restableciendo el plan, el diseño de la reconquista de la definitiva liberación, de la propia vitalidad, del propio Espíritu. El exceso de luz puede llegar a enceguecer e impide penetrar en los misterios de la noche: “la muerte es superior a la vida terrenal porque es el tránsito a la noche y al Espíritu, que son superiores a la luz y a la materia”. Es, en sus palabras, “la gran noche infinita del Universo” o “la gran anunciadora de universos sagrados”. Misteriosa oscuridad, amiga de las ocultaciones de la autonomía. Profunda noche de los sueños que posibilita la realización concreta de los deseos y, más aún, de la voluntad de una humanidad inerme, a la que le ha sido arrebatado el destino de su grandeza.

 Ya en los mitos griegos se hablaba de Nix, la diosa primordial de la Noche -o Nox, según los latinos, como “la madre de los seres oscuros” y de todas las abstracciones personificadas que suelen producir terror entre los inadvertidos y entre unos cuantos advertidos. Se afirma que Lyssa -la demencia- es hija de Urano y de Nix. Y que las Erinias -las Furias- son hijas de Cronos y Nix, dado que los castigos que infligen llegan sin ser advertidos, sigilosamente. También que parió a Némesis -diosa de la venganza y la envidia- sin unirse con nadie, así como, en unión con Érebo -dios de las tinieblas-, a Caronte -el brillo intenso, terminal, que sirve de guía y barquero a las sombras errantes de los difuntos. Alada, sensual, rauda y semidesnuda, aunque en algunos registros cosmogónicos aparece montada en un magnífico carruaje, toda cubierta por vestimentas tupidas de oscuridad, mientras va dejando a su paso un brillo escarchado de estrellas infinitas. Reside en el Hades, justo en el punto más profundo de la oscuridad. Fue engendrada por Caos -más que el desorden, el vacío primordial- y por la tenebrosa Calínige -las lúgubres tinieblas-, según la narración de Higino, en este orden: “De Calínige, Caos. De Caos y Tiniebla, Erebo y Éter, Nox y Dies”. De la unión del caos con las tinieblas surgen, en un mismo parto, la oscuridad de la noche y la resplandeciente luz del día. Después de todo, “sin sombra no hay luz”.

 Poco tienen que ver los ciclos de la historia con la fugaz -efímera- inmediatez de la crónica periodística, que suele trastocar el tiempo en negocio nimio, efímero, aunque muy productivo. Vico da cuenta de la larga noche de la barbarie ritornata, oscuro momento de la historia que se consolidó con la caída del imperio romano -476 dC- y que solo llegó a despuntar mucho tiempo después, con el Renacimiento -siglos XV y XVI-, hasta alcanzar su incandescente mezzogiorno con la Ilustración -siglos XVIII-XIX, cuyos excesos de luz solían obnubilar a Novalis (e incluso, al sereno Vico). La conciencia, dice Hegel, solo llega a progresar cuando es capaz de enfrentarse a los límites que ella misma se traza. Necesario confrontarse con las dificultades, los obstáculos y las contradicciones, porque es mediante esa confrontación que se puede alcanzar la comprensión del sí mismo -el nosce te ipsum-, que es, simultáneamente, el camino para conquistar la libertad. China no vive. Más bien, existe condenada por las tinieblas de una eterna noche autocrática que no termina. Sin hacer cuentas de la larga tradición zarista, la oscurana rusa duró más de sesenta años, y aún persiste. La más oscura de las noches alemanas duró doce años y la de Italia diecisiete. Treinta y seis la de España. Después de sesenta y cinco años, la noche cubana aún no finaliza, a pesar de que la circularidad de sus ruinas se le viene encima a la satrapía fundadora de la era del deslizamiento de la política hacia la gansterilidad. Y Venezuela, con una extensa tradición militarista -a la que Bolivar sentenciara como un cuartel- devenida gansterato, apenas ha tenido en su historia unos cuarenta años de luz de madrugada. De manera que la noche sombría puede llegar a ser inconmensurable para los términos de las estadísticas convencionales, propias del entendimiento abstracto (das abstraktes Verständnis), su contracara.

 Algo de verdad contienen las odas nocturnistas de Novalis, porque así como la luz resulta de la oscuridad la libertad es el resultado inmanente de la opresión. La noche es, en este sentido, una determinación histórica necesaria para los pueblos, y quizá la mayor de las experiencias de su conciencia, su mayor lectio. Solo penetrando -durchdringen- las tinieblas del terror despótico es posible conquistar la luz de la libertad, siempre que esta sea comprendida no como la negación abstracta de la oscuridad sino como su negación determinada, como el recuerdo de su doloroso calvario. Por eso mismo, Hegel sostiene, en su Filosofía Real, que “el ser humano es la noche del mundo”: “Lo que aquí existe es la noche, el interior de la naturaleza, el puro uno mismo, cerrada noche de fantasmagorías: aquí surge de repente una cabeza ensangrentada, allí otra figura blanca, y se esfuman de nuevo. Esta noche es lo percibido cuando se mira al hombre a los ojos, una noche que se hace terrible: a uno le cuelga delante la noche del mundo”.

 Solo se libera de las ataduras quien las ha padecido. La libertad no es un “producto de importación”, no se puede comprar en el mercado libre. Es una experiencia continua, un doloroso aprendizaje, una confrontación cotidiana, cara a cara, con el terror de la oscuridad. Y como conciencia de la necesidad, amerita de la cabal comprensión y de la responsabilidad que comporta el comprender. Novalis superado y conservado. Solo así el sujeto del cambio logra traspasar la inmediatez impotente ante la noche, su sumisión, su ausencia de mediación. Ahora su voluntad es la mediación misma. El Espíritu vivo no se asusta ante el abismo de la noche, lo asume. Se mantiene firme frente a las tinieblas y las confronta, porque el Espíritu solo puede conquistar la libertad cuando se encuentra a sí mismo en medio del más doloroso “punto nocturno de la contradicción”.   

    


       

            



Escrito de Oscar Wilde: Un chino muy Sabio.

Chuang Tzu, antiguo filósofo chino, sentado en una naturaleza serena, con símbolos de sabiduría, un espejo reflectante y un dragón volador que encarna la contemplación.



Junto con algunos escritos de Oscar, encontre un librito titulado:ensayos y articulos, y más aún dentro de el, bajo el titulo "Un chino muy sabio" me sorprendio esta jolla. Es un articulo corto, copiado aquí en su totalidad

Oscar Wilde: Un chino muy sabio. 


Un eminente teólogo de Oxford indicó en cierta ocasión que su única objeción al progreso moderno era que se progresaba hacia adelante y no hacia atrás. Este punto de vista fascinó tanto a cierto graduado en Arte que inmediatamente escribió un ensayo sobre algunas analogías, hasta ahora desconocidas, entre el desenvolvimiento de las ideas y los movimientos del cangrejo corriente. Estoy convencido de que el Speaker no querrá que sus muchos y muy entusiastas admiradores y lectores sospechen que ha caído en esta peligrosa herejía tan retrógrada. Pero debo admitir cándidamente que he llegado a la conclusión de que la crítica más cáustica sobre la vida moderna con que me he tropezado en estos últimos tiempos está contenida en los escritos del sabio Chuang Tzu, traducidos recientemente a la lengua vulgar por mister Herbert Giles, cónsul de Su Majestad en Tamsui.

Nada más cierto que la extensión de la educación popular ha hecho completamente familiar el nombre de este gran pensador al público general; pero, por culpa de unos pocos supereraditos, me creo en el deber de establecer definitivamente quién era y de dar una breve reseña sobre su carácter y su filosofía. Chuang Tzu, cuyo nombre debe ser cuidadosamente pronunciado de forma diferente a como está escrito, nació en el siglo IV a. C., en las riberas del río Amarillo, en la Tierra Florida, y aún se encuentran retratos del maravilloso sabio, sentado sobre el dragón volador de la contemplación, en las humildes bandejas de té y en las agradables pantallas de muchos de nuestros más respetables inquilinos de los suburbios. El honrado tasador y su saludable familia se habrán divertido, sin duda, con la abombadafrente del filósofo y reído de la extraña respectiva del paisaje que se extiende bajo él. Si ellos supieran en realidad de quién se trata, temblarían. Porque Chuang Tzu empleó su vida en predicar el gran credo de la Inacción y en señalar la inutilidad de todas las cosas útiles. "No haga nada, y todo estará hecho", fue la doctrina que él heredó de su gran maestro Lao Tzu. Su malvado y trascendental designio fue resolver la acción en el pensamiento y éste en la abstracción. Como el oscuro filósofo de la antigua especulación griega, creía en la identidad de los contrarios; era un idealista como Platón, y poseía todo el desprecio de idealista por los sistemas utilitarios: era místico como Dionisos, como Scotus Erigena y como Jacob Bohme, y estaba de acuerdo, con ellos y con Philo, en que el objeto principal de la existencia era zafarse de la propia conciencia y transformar la inconsciencia en un vehículo de la más alta iluminación. De hecho, Chuang Tzu puede ser considerado como un compendio de casi todos los aforismos y todos los pensamientos de los místicos y metafísicos europeos, desde Heráclito hasta Hegel. Había también en él algo del Quietismo, y en su culto a la Nada puede decirse que poseía alguna medida anticipada a esos extraños soñadores de la época medieval, quienes, como Tauler y Master Eckhart, adoraban el purum nihil y el Caos. La gran clase media de su país, a quien, como sabemos, se debe por completo nuestra prosperidad, ya que no nuestra civilización, puede encogerse de hombros ante todo esto y preguntar, no sin cierta razón, cuál es la identidad de sus contrarios y por qué deben prescindir de esa conciencia propia que es su principal característica. Pero Chuang Tzu era algo más que un metafísico y un iluminado. Como nosotros sabemos, como sabe esa clase media, él buscaba la forma de destruir la sociedad; y lo malo es que combina la apasionada elocuencia de Rousseau con el razonamiento científico de un Herbert Spencer. No existe nada de sentimentalismo en él. Se compadece del rico más que del pobre, suponiendo que alguna vez se compadece de alguien, y la prosperidad le parece cosa tan trágica como el mismo sufrimiento. 

No siente nada de la moderna simpatía hacia los fracasos, ni tampoco está de acuerdo en que las recompensas sean siempre otorgadas, en el campo moral, a los que llegan los últimos en la carrera. Es a la propia raza a la que objeta, y respecto a la simpatía activa, que en nuestra época ha cambiado el rumbo de tantas personas valiosas, cree que tratar de hacer buenos a los demás es una labor tan ridícula como "la de golpear un tambor en un bosque para encontrar a un fugitivo". Es gastar energías inútilmente. No hay más. Así que, un hombre arrolladoramente simpático es, a los ojos de Chuang Tzu, simplemente un hombre que está siempre tratando de ser algo más, y entonces desconoce la única excusa posible para su propia existencia. 

Así es; por increíble que parezca, este curioso pensador volvía la vista con cierta nostalgia hacia la Edad de Oro, en que no existían exámenes de competencia, ni fastidiosos sistemas educativos, ni misioneros, ni comidas económicas para el pueblo, ni iglesias, ni sociedades humanitarias, ni insulsas lecturas acerca de los deberes de cada cual con su semejante, ni tediosos sermones de tesis. En esos días ideales, nos cuenta, las gentes se amaban sin tener conciencia de la caridad y sin escribir nada que se relacionase con ella en los periódicos. Puesto que cada hombre guardaba para sí sus propios conocimientos, el mundo se libraba del escepticismo, y como cada hombre conservaba para sí también sus virtudes, nadie se mezclaba en los asuntos ajenos. Vivían unas vidas sencillas y pacíficas, y se contentaban con los alimentos y ropas que cada cual podía conseguir. Los distritos vecinales estaban a la vista, y "los gallos y los perros de cada cual podían ser oídos por los demás", y las personas crecían, envejecían y morían sin hacerse visitas jamás. No había conversaciones sobre hombres inteligentes, ni homenajes a hombres bondadosos. El intolerable sentido de la obligación era desconocido. Los hechos de la Humanidad no dejaban rastro, y sus asuntos no pasaban a manos de estúpidos historiadores con cargo a la posteridad. Pero un endiablado día hizo su aparición el Filántropo, y con él surgió la nefasta idea del Gobierno. "No hay nada como dejar a la Humanidad sola; no hay, nada peor que gobernar a la Humanidad", dice Chuang Tzu. Todas las formas de gobierno son erróneas. No son científicas, porque buscan alterar el desarrollo, el desenvolvimiento natural del hombre; son inmorales, porque, al interferir la vida individual, producen las más agresivas formas del egoísmo; son ignorantes, porque tratan de extender la educación; son destructoras consigo mismas, porque engendran la anarquía. Nos cuenta Chuang Tzu que "en tiempos remotos, el emperador Amarillo inculcó por primera vez la caridad y el deber en un semejante para que interfiriera la bondad natural existente en el corazón humano. Consecuencia de ello fue que Yao y Shun perdieron hasta el vello de sus piernas en sus esfuerzos por dar de comer al pueblo; destruyeron su economía interior para encontrar un cuarto donde alojar sus artificiales virtudes; desgastaron sus energías elaborando leyes, y, al final, fracasaron". Al corazón humano, continúa diciendo nuestro Filósofo, se lo puede "forzar o excitar", pero en cualquier caso el resultado es fatal. Yao hizo al pueblo demasiado feliz y el pueblo no estaba satisfecho. Chieh lo hizo demasiado infeliz, y cada vez estaba más descontento. Entonces cada uno empezó a argüir la mejor manera de componer la sociedad. "Está completamente claro que algo debe hacerse", se dijeron el uno al otro, y hubo una ofensiva general de leyes. Los resultados fueron tan desastrosos que el Gobierno del día tuvo que implantar el Terror, y como consecuencia de esto "los virtuosos hombres tuvieron que refugiarse en las cuevas de la montaña, mientras que los regidores del Estado se sentaban temblando en los ancestrales vestíbulos". 

Luego, cuando todo estaba sumergido en un perfecto caos, los reformadores sociales subieron a las tribunas públicas y predicaron desde allí la solución a los males que ellos y sus sistemas habían causado. ¡Los pobres reformadores sociales! "No conocen la vergüenza ni saben lo que es ruborizarse", es el veredicto de Chuang Tzu con respecto a ellos. La cuestión económica también fue debatida por este sabio de ojos de almendra, que escribe acerca de la teoría del capital con tanta elocuencia como puede hacerlo mister Hyndman. La acumulación de riquezas es, para él, el origen de todos los males. Hace al fuerte violento y deshonesto al débil. Crea ladronzuelos que instala en jaulas de bambú. Engendra grandes ladrones que sienta en tronos de jade blanco. Es el padre de la competencia, y ésta significa desgaste, así como destrucción, de energías. El orden de la Naturaleza es descanso, repetición y paz. El malestar y la guerra son los resultados de una sociedad artificial basada en el capital; y lo más meritorio que esta sociedad consigue es, en realidad, una verdadera bancarrota, puesto que no recompensa suficientemente al bueno ni castiga justamente al malo. Por otra parte, debemos recordar que los premios mundanos degradan al hombre tanto como los castigos. La edad se pudre con su culto hacia los éxitos. En cuanto a la educación, la verdadera sabiduría ni se enseña ni se aprende. Es un estado espiritual que sólo consigue el que vive en completa armonía con la Naturaleza. El saber es superficial si lo comparamos con la grandiosidad de la ignorancia, pues sólo lo que se ignora tiene valor. La sociedad engendra bribones, y la educación hace a unos más inteligentes que a otros. Es el único resultado de la School Boarás. Además, ¿qué importancia filosófica puede tener la educación cuando se pre- ocupa simplemente de hacer a cada hombre diferente de su semejante? Al final, nos encontramos en un caos de opiniones, dudando de todo y cayendo en la vulgar costumbre de razonar. Sólo razona el intelectualmente perdido. Fijémonos en Hui Tzu. "Era un hombre de muchas ideas. Sus obras serían suficientes para llenar cinco carros. Pero sus doctrinas eran paradójicas." Decía que debía haber plumas dentro de los huevos, porque los polluelos las tenían; que el perro podría ser una oveja, porque todos los nombres son arbitrarios; que había un momento en que la flecha disparada no estaba en movimiento ni parada; que si se agarraba un palo de un pie de largo y todos los días se lo cortaba por la mitad, nunca se vería su fin, y que un caballo y una vaca eran tres, porque, considerándolos por separado, eran dos, pero, por junto, eran uno, y uno y dos hacían tres. "Era como un hombre que jugase a las carreras con su propia sombra y que hiciese ruido para apagar el eco. Era un tábano inteligente, eso es todo. ¿Y cuál era su finalidad?" No hay ninguna duda de que la moralidad es algo distinto. Chuang Tzu dice que la gente se desquiciaba cuando empezaba a moralizar. Los hombres cesaban de ser espontáneos y de actuar por intuición. Se volvían presumidos y artificiosos y tan ciegos como tener un propósito definido en la vida. Entonces aparecían los gobernantes y los filántropos, las dos pestes de todas las épocas. Los primeros trataban de oprimir al pueblo para obligarlo a ser bueno y, ¡claro!, destruían la bondad natural del hombre. Los segundos constituían un grupo de agresivos en- tremetidos que sembraba la confusión por donde iba. Eran bastante estúpidos por tener principios, y bastante infelices para actuar como es debido. Todos ellos procedían con fines malvados, demostrando que el altruismo universal es tan malo en sus resultados como el egotismo universal. "Engañaban al pueblo con la caridad y lo encadenaban con los deberes hacia sus semejantes." Se presentaban con música y alborotaban con sus ceremonias. Como consecuencia de todo esto, el mundo perdió su equilibrio, y desde entonces se tambaleaba. Por lo que según Chuang Tzu, ¿cuál es el hombre perfecto? ¿Y cuál es su forma de vida? El hombre perfecto no hace más que contemplar el universo. No adopta posiciones absolutas. "En movimiento, es como el agua. En reposo, como un espejo. Y, como Eco, contesta sólo cuando se le pregunta." Deja que lo exterior cuide de sí mismo. Nada material lo ofende; nada espiritual lo castiga. Su equilibrio mental le da el imperio del mundo. Nunca es esclavo de los objetivos de la existencia. Sabe que, "como el mejor idioma es el que nunca se habla, la mejor acción es la que jamás se hace". Es pasivo, y acepta las leyes de la vida. Permanece inactivo, y ve cómo el mundo transforma sus propias virtudes. No trata "de descubrir sus propios actos buenos". Nunca se malgasta en un esfuerzo. No se desazona por las distinciones morales. Sabe que las, cosas son como son y que sus consecuencias serán las que deben ser. Su pensamiento es el "espejo de la creación", y siempre está en paz. Como es natural, todo esto es excesivamente peligroso; pero debemos recordar que Chuang Tzu vivió hace más de dos mil años y nunca tuvo la oportunidad de contemplar nuestra sin rival civilización. Y aún es posible que, si volviera a la tierra para visitarnos, le diría algo a mister Balfour acerca de su opresivo y activo desgobierno en Irlanda; podría sonreírse de algunos de nuestros fogosos filántropos y mover, dubitativo, la cabeza respecto a muchas de nuestras organizadas caridades; la School Boards tal vez no lo impresionase ni quizá lograse su admiración la lucha por la riqueza. Se maravillaría, sí, de nuestros ideales y su malestar crecería al ver lo que hemos hechos. Es mejor que Chuang Tzu no pueda volver. Mientras tanto, gracias a mister Giles y a mister Quaritch, nosotros tenemos su libro para consolarnos, y, ciertamente, es un volumen de lo más fascinante y delicioso. Chuang Tzu es uno de los darwinistas anteriores a Darwin. Investiga al hombre desde el germen y observa su relación con la Naturaleza. 

Como antropólogo es excesivamente interesante y, con la misma minuciosidad de un lector de la Royal Society, describe a nuestro primitivo y arboreal antepasado viviendo en los árboles, temiendo a los animales más fuertes que él y no reconociendo más pariente que su madre. Al igual que Platón, adopta el diálogo como forma de expresión, "poniendo las palabras en boca de otras personas para conseguir mayor libertad de expresión", según nos dice. Como relator de historietas es encantador. El relato de la visita del respetable Confucio al gran ladrón Che es de lo más vívido y brillante, y es imposible no sonreír ante la derrota final del sabio, cuando la pobreza de sus trivialidades morales es cruelmente expuesta por el venturoso bandido. 

Aun en sus metafísicas, Chuang Tzu es un humorista. Personifica sus abstracciones y las hace interpretar ante nosotros. El Espíritu de las Nubes, en su marcha hacia el Este a través del espacioso aire, tropieza con el Principio Vital, que, golpeándose las costillas, va sin cesar de un lado para otro. -Y tú, ¿quién eres, anciano? -le pregunta el Espíritu de las Nubes-. ¿Qué haces? -Vago por el mundo -contestó el Principio Vital sin detenerse, porque todas sus actividades estaban en movimiento. -Necesito que me aclares una cosa - continúa, retomando el diálogo, el Espíritu de las Nubes. -Ah! -grita el Principio Vital, en un tono de total desaprobación. E inmediatamente surge un maravilloso diálogo que no es muy diferente al que, en el curioso drama de Flaubert, se desarrolla entre el Fénix y la Quimera. Cuando habla de los animales, Chuang Tzu emplea la parábola y el cuento, y a través del mito, de la poesía, y de la fantasía, su extraña filosofía encuentra melodiosas resonancias musicales. Desde luego que es doloroso decir que es inmoral el ser conscientemente bueno y que la peor forma de ociosidad es hacer algo. En realidad, miles de excelentes y sesudos filántropos desaparecerían si nosotros adoptásemos el punto de vista de que nadie debe mezclarse en lo que no le concierne. La doctrina sobre la inutilidad de todas las cosas útiles, tal vez no pondría en peligro nuestra supremacía comercial como nación, pero podría traer el descrédito sobre muchos prósperos y esclarecidos miembros de las clases industriales. ¿Qué sería de nuestros predicadores populares, de nuestros oradores del Exeter Hall, de nuestros evangelistas de brocha gorda, si les dijéramos, con palabras de ChuangTzu: "Así como los mosquitos se preocupan con sus zumbidos en mantener a los hombres despiertos toda la noche, conduciéndolos poco a poco a la locura, así esas charlas sobre la caridad y el deber de un semejante para con otros nos llevan al mismo desequilibrio nervioso. Señores, procuren que el mundo conserve su propia sencillez original y, lo mismo que el viento sopla hacia donde quiere, dejen que la Virtud se establezca por sí misma. ¿Por qué esta indebida energía?" ¿Y cuál sería el destino de los gobernantes y políticos profesionales si llegásemos a la conclusión de que no hay nada mejor que no gobernar a la Humanidad? 

Está claro que Chuang Tzu es un escritor muy peligroso, y la publicación de su libro en Inglaterra, dos mil años después de su muerte, sea un poco prematura, porque puede causar gran malestar a muchas personas en verdad respetables y trabajadoras. Puede ser cierto que el ideal de la autocultura y del autodesarrollo, que es el propósito de este esquema de vida y la base de su esbozo de filosofía, sea un ideal muy necesario en una época como la nuestra, en que la mayoría de los pueblos están tan ansiosos de educar a sus habitantes que no tienen tiempo de educarse a sí mismos. Pero ¿sería inteligente el hacerlo? Que parece que si nosotros admitiéramos, por una sola vez, la fuerza de alguna de las críticas destructivas de Chuang Tzu, habríamos abofeteado nuestra nacional costumbre de autoglorificación, y lo único que siempre consuela al hombre de las cosas estúpidas que hace es el aplauso que él mismo se da por hacerlas. Hay, sin embargo, unos pocos que han buceado en esa extraña tendencia moderna que lleva a hacer del entusiasmo el trabajo del intelecto. Para ellos, y para otros como ellos, Chuang Tzu da la bienvenida. Pero léanlo sólo. No hablen de él. Sería un personaje molesto en los banquetes e imposible en los tés, puesto que su vida toda fue una protesta contra los asaltantes de la tribuna pública, contra los charlatanes. "El hombre perfecto se ignora; el divino desconoce la acción; el verdadero sabio desprecia la reputación." Estos eran los principios de este chino sabio.

Entendiendo el Conocimiento: Spinoza y la Transición del Segundo al Tercer Género de Conocimiento

Diagrama que ilustra ideas claras y distintas, que representan el tercer tipo de conocimiento en filosofía.


PROPOSICIÓN XXVIII 

El esfuerzo o el deseo de conocer las cosas según el tercer género de conocimiento no puede surgir del primer género, pero sí del segundo. 

Demostración: Esta Proposición es evidente por sí. Pues todo cuanto entendemos clara y distintamente, lo entendemos, o bien por sí, o bien por medio de otra cosa que se concibe por sí; esto es, las ideas que son en nosotros claras y distintas —o sea, las que se refieren al tercer género de conocimiento (ver Escolio 2 de la Proposición 40 de la Parte II)— no pueden seguirse de las ideas mutiladas y confusas que (por el mismo Escolio) se refieren al primer género de conocimiento, sino de ideas adecuadas, o sea (por el mismo Escolio), del segundo y tercer género de conocimiento; y, por ende (por la Definición 1 de los afectos), el deseo de conocer las cosas según el tercer género de conocimiento no puede surgir del primer género, pero sí del segundo. Q.E.D.

El Amor Divino en Spinoza: Fomentando la Unión y Superando los Celos

imagen de amor a Dios que no se mancha con envidia ni celos, fomentado por más hombres unidos a Dios por amor


PROPOSICIÓN XX 

Este amor a Dios no puede ser manchado por el afecto de la envidia, ni por el de los celos, sino que se fomenta tanto más cuantos más hombres imaginamos unidos a Dios por el mismo vínculo del amor. 

Demostración: Ese amor a Dios es el supremo bien que podemos apetecer, según el dictamen de la razón (por la Proposición 28 de la Parte IV), y es común a todos los hombres (por la Proposición 36 de la Parte IV), y deseamos que todos gocen de él (por la Proposición 37 de la Parte IV); de esta suerte (por la Definición23 de los afectos), no puede ser manchado por el afecto de la envidia, ni tampoco (por la Proposición 18 de esta Parte, y la Definición de los celos: verla en el Escolio de la Proposición 35 de la Parte III) por el afecto de los celos. Al contrario (por la Proposición 31 de la Parte III), debe fomentarse tanto más cuantos más hombres imaginamos que gozan de él. Q.E.D. 

Escolio: Del mismo modo, podemos mostrar que no existe afecto alguno que sea directamente contrario a ese amor, y por cuya virtud dicho amor pueda ser destruido. Y así, podemos concluir que el amor a Dios es el más constante de todos los afectos, y que, en cuanto que se refiere al cuerpo, no puede destruirse sino con el cuerpo mismo. Veremos más adelante cuál es su naturaleza, en cuanto referida solo al alma. Con esto, he recogido todos los remedios de los afectos, o sea, todo el poder que el alma tiene, considerada en sí sola, contra los afectos. Por ello es evidente que la potencia del alma sobre los afectos consiste: primero, en el conocimiento mismo de los afectos (ver Escolio de la Proposición 4 de esta Parte); segundo, en que puede separar los afectos del pensamiento de una causa exterior que imaginamos confusamente (ver Proposición 2 y el mismo Escolio de la Proposición 4 de esta Parte); tercero, en el tiempo, por cuya virtud los afectos referidos a las cosas que conocemos superan a los que se refieren a las cosas que concebimos confusa o mutiladamente (ver Proposición 7 de esta Parte); cuarto, en la multitud de causas que fomentan los afectos que se refieren a las propiedades comunes de las cosas, o a Dios (ver Proposiciones 9 y 11 de esta Parte); quinto, en el orden —por último— con que puede el alma ordenar sus afectos y concatenarlos entre sí (ver Escolio de la Proposición 10 y, además, las Proposiciones 12, 13 y 14 de esta Parte). Más, para que esta potencia del alma sobre los afectos se entienda mejor, conviene ante todo observar que nosotros llamamos «grandes» a los afectos cuando, al comparar el que experimenta un hombre con el que experimenta otro, vemos que el mismo afecto incide más sobre uno de ellos que sobre el otro; o bien cuando, al comparar entre sí los afectos que experimenta un mismo hombre, descubrimos que uno de ellos afecta o conmueve a dicho hombre más que otro. Pues (por la Proposición 5 dela Parte IV) la fuerza de un afecto cualquiera se define por la potencia de su causa exterior, comparada con la nuestra. Ahora bien, la potencia del alma se define solo por el conocimiento, y su impotencia o pasión se juzga solo por la privación de conocimiento, esto es, por lo que hace que las ideas se llamen inadecuadas. De ello se sigue que padece en el más alto grado aquel alma cuya mayor parte está constituida por ideas inadecuadas, de tal manera que se la reconoce más por lo que padece que por lo que obra; y, al contrario, obra en el más alto grado aquel alma cuya mayor parte está constituida por ideas adecuadas, de tal manera que, aunque contenga en sí tantas ideas inadecuadas como aquella otra, con todo se la reconoce más por sus ideas adecuadas —que se atribuyen a la virtud humana— que por sus ideas inadecuadas —que arguyen impotencia humana—. Debe observarse, además, que las aflicciones e infortunios del ánimo toman su origen, principalmente, de un amor excesivo hacia una cosa que está sujeta a muchas variaciones y que nunca podemos poseer por completo. Pues nadie está inquieto o ansioso sino por lo que ama, y las ofensas, las sospechas, las enemistades, etc., nacen solo del amor hacia las cosas, de las que nadie puede, en realidad, ser dueño. Y así, concebimos por ello fácilmente el poder que tiene el conocimiento claro y distinto, y sobre todo ese tercer género de conocimiento (acerca del cual, ver Escolio de la Proposición 47 de la Parte II) cuyo fundamento es el conocimiento mismo de Dios, sobre los afectos: si no los suprime enteramente, en la medida en que son pasiones (ver Proposición 3 y Escolio de la Proposición 4 de esta Parte), logra al menos que constituyan una mínima parte del alma (ver Proposición 14 de esta Parte). Engendra, además, amor hacia una cosa inmutable y eterna (ver Proposición 15 de esta Parte), y que poseemos realmente (ver Proposición 45 de laParte II); amor que, de esta suerte, no pude ser mancillado por ninguno de los vicios presentes en el amor ordinario, sino que puede ser cada vez mayor (por la Proposición 15 de esta Parte), ocupar en el más alto grado el alma (por la Proposición 16 de esta Parte) y afectarla ampliamente. Y con esto concluyo todo lo que respecta a esta vida presente. Pues todo el mundo podrá comprobar fácilmente lo que al principio de este Escolio he dicho - a saber, que en estas pocas Proposiciones había yo recogido todos los remedios de los afectos—, si se fija en lo que hemos dicho en este Escolio, a la vez que en las definiciones del alma y de sus afectos, y, por último, en las Proposiciones 1 y 3 de la Parte III. Ya es tiempo, pues, de pasar a lo que atañe a la duración del alma, considerada esta sin relación al cuerpo.

Capitalismo y su espiritualidad

 

Un animal toca el corazón de una persona en el mundo del capital


La lógica de los activos es extraterrestre, sus razones no son de este mundo, vienen de un mundo extraño, de cofradía, místico, religioso, demasiado escalado en elucubraciones. Este planeta es más simple, está a la mano, es la lógica del capital la que desata fuerzas extraterrenas en las personas como si jamás hubiesen sido de esta tierra, como si ellas, por algún tipo de atracción, dejaran de lado su humanidad. El capitalismo es una religión continuada por otros medios, el dinero es un acto de fe, tiene ceremonias simbólicas representativas de una legitimidad, que circulan procedentes de actos que nacieron en contra de una forma de mal, no cabe duda, aunque su forma es paranoide. El dinero es un exorcizador de demonios, que sana el hambre y el frio; ahuyentó el miedo que la pertenencia de riquezas conllevaba, como algún tipo de símbolo sagrado impuesto en la frente para dejar de lado el lastre, pero lo hizo sólo momentáneamente, el peso de su carga, de su cruz, lo controlan los bancos, las multinacionales, a través del giro continuo de los ciclos que pretenden quitarle este karma, darle seguridad. Busca mover muchedumbres como si éstas esperaran algún milagro, un poco de sanidad en el rejuvenecimiento constante del deseo. Consumidores jóvenes es lo que esperan.

El capital es una promesa de paraíso, entiende nuestras oraciones, las atiende, eso es mucho, incluso, cabalísticamente. Ignora la tierra, nuestro planeta, desprecia este presente, como si no fueramos de esta naturaleza, por ello el individuo debe ser un simbolizador que termine dominando estas fuerzas salvajes, satánicas; lo que es del mundo es malo; es el futuro el que importa, la gran ciudad que algún día terminaremos por construir. Satán sigue en contra de este paraíso del dinero, de esta abstracción, también Seleno, también Baco; el diablo es más realista, es un "no moriréis", mientras el mercado nos brinda el recordatorio de una muerte eterna. Esta es la razón probable del “ateísmo comunista”. No es que la falta de fe sea una forma de luchar contra la dominación, es que la fe, desde estas razones, terminó por idolatrarse.

Se cree, erróneamente, que vivimos en sociedades menos creyentes, más laicas, esto es solamente una puesta en escena, un espectáculo. Vivimos abstraídos, lejos de lo salvaje que es lo que nos pertenece, lejos de la forma que alguna vez nos hizo capaces. Tratando de ser quienes no somos, nos perdemos ante la presa fácil, ante la oferta rápida, de tal manera que impactamos algo que no importa (Diógenes de Sinope). La abstracción del dinero nos hace ridículos, solo hay que ver cómo estamos insertos en un deseo que ni siquiera manejamos, en una comparación eterna con algo fantasmal, lejano, perteneciente al génesis. ¿Qué dirían nuestros ancestros de esta forma de vida? No lo sé. Nietzsche habló del ultimo hombre, de este control entre humanos para que el mundo funcione y sirva, de esta falta de individualidad de la que padece cada uno para que algún tipo de institución exista. 

Somos, en estos momentos, un después de las instituciones, nacimos bajo su ejecución, siendo que ellas debieron ser ejecutadas, creadas y mejoradas por nosotros, somos copartícipes de un afán que nos salvo y que ya no existe. Hoy ya el hombre ni siquiera puede ser su propio dios.

Hay un sesgo, creer que la gente de dinero es materialista. No hay nada mas inmaterial que el dinero, que funcione con tal habilidad en cada hebra del poder. Por ello la poca evolución de nuestra sociedad, en cuánto y en tanto somos responsables de nuestro propio bienestar, encargados de ser felices como un bien máximo. 

¡El bien máximo debería ser material! Es un pecado que puede que tengamos que reconocer, es un pecado que nos enseñó el dinero.

Con una divisa estamos seguros de ir a un lugar y obtener lo que sea que vendan, estamos seguros de una transacción confirmada por repeticiones, con un sistema de razonamiento que David Hume llamó: Inferencia Inductiva. La misma lógica que llevo a las primeras religiones a adorar aquello que les aseguraba el sustento diario, algo imaginario. El dinero ya no es un tótem que se repite como adoración, el tótem es nuestro deseo, nosotros mismos; el hombre es su propio dios, un dios inmaterial; el individuo se escapa de su realidad, se venera en conjunto y se justifica con la forma de una divinidad; el emblema de una fe.

El capitalismo le hace una guerra a nuestro planeta, a la vida. Para eso necesita de una desconexión con la madre tierra. El explotador, quien depreda nuestros recursos, necesita sentirse ajeno a este mundo, tener esos órganos, que le hacen parte de su ecosistema, desensibilizados. La inconmensurabilidad de los océanos, la excelsa presentación de la tierra, la nobleza de los animales, no son importantes para el extractivismo, sólo son importantes para las conciencias que reconocen su total vinculación con las cosas. Algo vital que nos hizo sobrevivir por más de 100 mil años. No es esta desconexión con la tierra la que nos dio la vida, quizás es digno preguntarse si estuvo en algún tipo de florecimiento, y si este florecimiento sirvió de algo más que darle vida a nuestros padres y a nuestros hijos. La conexión con esta tierra, con sus ciclos, con sus verdades, es el mayor legado que se trató de dejar, sin esto, todo conocimiento es vano.

Hay que creer lo contrario a lo que promete el capitalismo, este se basa en elucubraciones, en contratos, en mentiras. Ver sus hechos, lo que trata de ocultar, es la base de su lectura. ¿Existirá una reforma religiosa que la abstenga, un Martin Lutero con sus 95 tesis de cómo nuestra religión se ha convertido en la gran ramera? Mientras tanto el mundo vivirá en manos de ilusos que sigan viviendo a base de sueños y paranoias.

El sistema que nos domine debe ser atractivo, guapo, joven, dinámico, todo sapiente, todopoderoso. Tener sus propias sabidurías, su intelectualidad, sus santos, sus liturgias, sus milagros. Es en esta magia donde probablemente se nos embelesa. 

Para evitar la destrucción del mundo es de vital importancia volver a entenderlo, volver a sentirlo (Jacobo Grinberg), alejarse figurativamente de las ciudades, de los dispositivos. No es ésta una conexión con otra abstracción, con una naturaleza idílica, que imaginamos en algún lugar al que quizás jamás podremos llegar (Budismo), es una conexión con la naturaleza de ahora, con el sentir total de las cosas artificiales y naturales que interpretemos en el momento, un acompañamiento en una corriente que nos va transportando, sea natural o no; para entenderla, negarla o aceptarla. Volver a estar en sincronía con una realidad que nos acompañó desde hace milenios, una realidad que fue desmentida y que debe ser traída de vuelta. Un dios pagano que debe volver a ser nuestro dios, nuestra razón, nuestro entendimiento, nuestro sentir, nuestra evolución.

Descubre la Fuente del Mayor Contento del Alma: Conocimiento y Virtud Según Spinoza

Alma en estado de suprema alegría y perfección, bañada por luz divina, ilustrando el conocimiento y virtud según la filosofía


PROPOSICIÓN XXVII / PARTE 5

Nace de este tercer género de conocimiento el mayor contento posible del alma. 

Demostración: La suprema virtud del alma consiste en conocer a Dios (por la Proposición 28 de la Parte IV), o sea, entender las cosas según el tercer género de conocimiento (por la Proposición 25 de esta Parte), y esa virtud es tanto mayor cuanto más conoce el alma las cosas conforme a ese género (por la Proposición 24 de esta Parte). De esta suerte, quien conoce las cosas según dicho género pasa a la suprema perfección humana, y, por consiguiente (por la Definición 2 de los afectos), resulta afectado por una alegría suprema, y (por la Proposición 43 de la Parte II) acompañada por la idea de sí mismo y de su virtud; por ende (por la Definición 25 de los afectos), de ese género de conocimiento nace el mayor contento posible. Q.E.D.

Entendimiento y Deseo: La Relación en el Tercer Género de Conocimiento. Spinoza

Alma alcanzando la razón humana a través del tercer género de conocimiento de Spinoza


PROPOSICIÓN XXVI 

Cuanto más apta es el alma para entender las cosas según el tercer género de conocimiento, tanto más desea entenderlas según dicho género. 

Demostración: Es evidente. Pues en la medida en que concebimos que el alma es apta para entender las cosas según ese género de conocimiento, en esa medida la concebimos como determinada a entender las cosas según dicho género, y, consiguientemente (por la Definición 1 de los afectos), cuanto más apta es el alma para eso, tanto más lo desea. Q.E.D.

Descubre la Virtud Suprema del Alma: Conocimiento a través del Tercer Género según Spinoza

Conocimiento supremo: Alma alcanzando la esencia de las cosas a través del tercer género de conocimiento.


PROPOSICIÓN XXV 

El supremo esfuerzo del alma, y su virtud suprema, consiste en conocer las cosas según el tercer género de conocimiento.

Demostración: El tercer género de conocimiento progresa, a partir de la idea adecuada de ciertos atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas (ver su Definición en el Escolio 2 de la Proposición 40 de laParte II). Cuanto más entendemos las cosas de este modo, tanto más (por la Proposición anterior) entendemos a Dios y, por ende, (por la Proposición 28 de laParte IV), la suprema virtud del alma, esto es (por la Definición 8 de la Parte IV), su potencia o naturaleza suprema, o sea (por la Proposición 7 de la Parte III), su supremo esfuerzo, consiste en conocer las cosas según el tercer género de conocimiento. Q.E.D.

Evolución del concepto de "normal": desde la escuadra de carpintero hasta las normas sociales

 De la naturaleza de las normas


Un carpintero con una escuadra, analizando que se entiende por normal en la línea de tiempo




A mi hija Grecia, médico ucevista,

heredera de las glorias de Razetti.


La expresión “normal” proviene del latín normalis, que, en sus orígenes, daba cuenta de “lo hecho según la escuadra del carpintero”, es decir, “conforme a la regla”. No obstante, su significado, como suele suceder, ha sufrido importantes modificaciones que, si bien han podido conservar su núcleo original, lo han ido ampliado, adaptándolo a las exigencias inherentes a cada época. Así, por ejemplo, para la propia lengua latina tardía la palabra asume un significado más general, llegando a ser usada como sinónimo de “regla”, “patrón” o “modelo”. Durante el siglo XVII, lo normal pasa a ser una expresión  equivalente a lo “perpendicular”. Más tarde, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, se emplea para definir “lo que es conforme a los estándares comunes o al orden o uso establecido, lo regular, lo habitual”. La Normal School será el título que, a partir de 1835, recibirán los colegios para la formación de profesores, dado el carácter de su reglamentación estándar. Ya para 1890, lo normal se usará para definir a las “personas o cosas que se ajustan a las normas”. Durante los inicios del siglo XX, lo normal fue homologado con lo “heterosexual” y, bajo los auspicios de la sociología positivista, las llamadas ciencias sociales y las ciencias de la salud -entre cuyos límites contiguos se encuentra la psicología social- terminaron definiendo lo normal (A) como el término expresamente contradictorio de lo anormal (-A). Con ello, se sentaban las bases para que el entendimiento abstracto terminara poniendo (setz), fijando y reduciendo, la norma -y en consecuencia, la normalidad- como un fenómeno estrictamente natural, a pesar de que la propia historia del concepto lo desmiente.   

Y sin embargo, a pesar de las pretensiones abiertamente ideológicas y abyectamente maniqueas -impuestas por una larga tradición que tiene sus inicios en Durkheim, Parson, Merton y la Escuela de Chicago-, las normas son, en efecto, un cuerpo de convenciones, prescripciones y determinaciones de carácter axiológico que tienen su origen en las costumbres, en las mores, es decir, en la “formación de casa”: nada menos que en el Ethos.  En ellas -y con ellas-, las sociedades se reconocen, se identifican y se cohesionan, al punto de constituir un fundamento valorativo -claro que, no pocas veces, con pretensiones esencialistas o universalistas, como ya se ha indicado-, de lo que le da corporeidad a la “normalidad”, al “ser normal”, que es, en realidad, una auto-representación o imagen especular, autoproyectada, que se corresponde con una determinada época de la historia. Y es que conviene afirmarlo, no sin énfasis, de una buena vez: la supuesta condición natural -o sustancial- de las normas es -incluso, ella misma- de factura histórica, porque es el resultado del obrar humano, de su praxis, del conjunto -complejo y contradictorio- de sus relaciones sociales. Las circunstancias hacen a los hombres sólo en la misma medida en que los hombres hacen a las circunstancias.

Una línea imaginaria, compuesta en lo esencial por los caracteres específicos -puestos o impuestos- que norman una época en particular, configura el contenido -de nuevo, las determinaciones- de lo que socialmente se acepta o no por normal, dependiendo del más lejano o más cercano apego que se tenga de las normas. Los estudiosos de la psique, especialistas en la indagación del comportamiento cerebral humano, suelen trazarla -incluso sin tener la más remota conciencia de su trazado- y, sobre ella, proyectan las ondulaciones, los vaivenes del comportamiento de sus pacientes, a los efectos de confirmar la normalidad de sus acciones individuales, como si las conductas -por más individuales que sean- pudieran abstraerse y examinarse con absoluta independencia de las afecciones que, día a día, propalan las circunstancias del tejido económico, social, político e ideológico -o al revés, como si los procesos histórico-culturales pudiesen comprenderse con absoluta independencia de la labor cotidiana de los individuos. La verdad, como dice Spinoza, es “norma de sí misma y de lo falso”. La aplicación mecánica de la “distribución normal” o “Campana de Gauss”, a los fines de “modelar” fenómenos naturales, sociales, políticos, psicológicos, etc., solo confirma, por una parte, el profundo carácter positivo -esa obsesión por fijarlo y congelarlo todo- del entendimiento abstracto, el sacerdocio de su temor por el movimiento, por el indetenible Panta rei inmanente de la historia. Por la otra, lo pone en evidencia, porque su estructura es, en sí misma, un artificio, una convención, una creación humana, que delata su  manía de pretender observar los procesos históricos “por cuadros”, en cámara lenta.

Ethos es una palabra griega que significa costumbre, norma, como práctica reiterada y asumida por la mayoría de los que participan en la vida social y política, formando un pueblo. Sittlichkeit es el término que utiliza Hegel, siguiendo a Aristóteles, para definir la eticidad o -como acertadamente sugiere José Gaos- la civilidad. Viene de Sitte, que traduce costumbre, porque es en las costumbres donde se produce la personalidad, el carácter, la conducta de los ciudadanos que van conformando el Espíritu de un Pueblo, su Volksgeist. Es, como diría Vico, el fundamento poético de la vida en sociedad, y poco -o casi nada- tiene que ver con esquemas preconcebidos -líneas, barras, cuadros o “campanas”- que pretenden frisar -o fijar- el quehacer humano. Las normas no son estáticas. El país que dejó el exiliado, a su retorno, ya no es el de las antiguas costumbres dejadas tras su partida. Y las que imperan en el presente ni son “universales” ni son “naturales” ni son “matemáticas”. Unos cuantos positivistas afirmarán -envueltos por las profundidades de sus sentencias de segundo escalón- que “el daño antropológico” es irreversible. No obstante, hay noticias: así como se hacen las normas se deshacen y se rehacen. La “anormalidad” de van Gogh, su extraordinaria representación del mundo, fue el fundamento para una nueva concepción de la realidad. Claro que siempre serán normas, sin duda. Pero la diferencia es que es posible su superación y conservación, su Aufgehoben. Por eso mismo, como dice Hegel, “la Ética es la Idea de la Libertad”, el “Bien viviente que tiene en la conciencia en sí su saber y su querer y, por medio de su obrar, su realidad”. Es, ni más ni menos que “el concepto de la libertad convertido en mundo existente y la naturaleza de la conciencia de sí misma”.                            


Eternidad del Alma. Spinoza

Imagen conceptual de la eternidad del alma: Un resplandor de luz dorada se eleva desde una silueta humana, simbolizando la esencia eterna del alma que persiste más allá del cuerpo físico, con un fondo de reloj de arena detenido, representando el tiempo y la eternidad entrelazados.


PROPOSICIÓN XXIII 

El alma humana no puede destruirse absolutamente con el cuerpo, sino que de ella queda algo que es eterno. 

Demostración: Se da en Dios necesariamente un concepto o idea que expresa la esencia del cuerpo humano (por la Proposición anterior), y esa idea de la esencia del cuerpo humano es, por ello, algo que pertenece a la esencia del alma humana (por la Proposición 13 de la Parte II). Desde luego, no atribuimos duración alguna, definible por el tiempo, al alma humana, sino en la medida en que esta expresa la existencia actual del cuerpo, que se desarrolla en la duración y puede definirse por el tiempo; esto es (por el Corolario de la Proposición 8 de la Parte II), no atribuimos duración al alma sino en tanto que dura el cuerpo. Como, de todas maneras, eso que se concibe con una cierta necesidad eterna por medio de la esencia misma de Dios es algo (por la Proposición anterior), ese algo, que pertenece a la esencia del alma, será necesariamente eterno. Q.E.D.

Escolio: Esa idea que expresa la esencia del cuerpo desde la perspectiva de la eternidad es, como hemos dicho, un determinado modo del pensar que pertenece a la esencia del alma y es necesariamente eterno. Sin embargo, no puede ocurrir que nos acordemos de haber existido antes del cuerpo, supuesto que de ello no hay en el cuerpo vestigio alguno, y que la eternidad no puede definirse por el tiempo, ni puede tener con él ninguna relación. Más no por ello dejamos de sentir y experimentar que somos eternos. Pues tan percepción del alma es la de las cosas que concibe por el entendimiento como la de las cosas que tiene en la memoria. Efectivamente, los ojos del alma, con los que ve y observa las cosas, son las demostraciones mismas. Y así, aunque no nos acordemos de haber existido antes del cuerpo, percibimos, sin embargo, que nuestra alma, en cuanto que implica la esencia del cuerpo desde la perspectiva de la eternidad, es eterna, y que esta existencia suya no puede definirse por el tiempo, o sea, no puede explicarse por la duración. Así, pues, solo puede decirse que nuestra alma dura, y solo puede definirse su existencia refiriéndola a un tiempo determinado, en cuanto que el alma implica la existencia actual del cuerpo, y solo en esa medida tiene el poder de determinar según el tiempo la existencia de las cosas, y de concebirlas desde el punto de vista de la duración.  


La Idea de la Esencia Humana en la Eternidad

Una representación abstracta de la relación conceptual entre Dios y la esencia humana, simbolizando la idea de que en la mente de Dios existe una percepción eterna de la esencia de cada cuerpo humano. La imagen utiliza colores y formas etéreas para indicar la naturaleza divina y eterna, con figuras humanas entrelazadas en una danza de luz y sombra, sugiriendo la interconexión entre lo divino y lo mortal desde una perspectiva de eternidad.


PROPOSICIÓN XXII 

En Dios se da necesariamente una idea que expresa la esencia de tal o cual cuerpo humano desde la perspectiva de la eternidad. 

Demostración: Dios no es sólo causa de la existencia de tal o cual cuerpo humano, sino también de su esencia (por la Proposición 25 de la Parte I), que debe ser necesariamente concebida, por ello, por medio de la esencia misma de Dios (por el Axioma 4 de la Parte I), y ello según una cierta necesidad eterna (por la Proposición 16 de la Parte I); ese concepto, entonces, debe darse necesariamente en Dios (por la Proposición 3 de la Parte II). Q.E.D.

Optimiza tu Mente: Spinoza y el Poder del Entendimiento en la Gestión de Emociones

Ilustración conceptual del poder de la mente para organizar las emociones a través de la comprensión. Presenta un cerebro con engranajes interconectados que simbolizan los procesos de pensamiento, rodeado de símbolos positivos como corazones que representan el amor y la generosidad, superando las emociones negativas representadas como nubes oscuras. Los rayos de luz penetran las nubes, lo que representa la claridad y la razón, lo que genera equilibrio emocional.

 

PROPOSICIÓN X 

Mientras no nos dominen afectos contrarios a nuestra naturaleza, tenemos la potestad de ordenar y concatenar las afecciones del cuerpo según el orden propio del entendimiento. 

Demostración: Los afectos contrarios a nuestra naturaleza, esto es (por la Proposición 30 de la Parte IV), los que son malos, lo son en la medida en que impiden que el alma conozca (por la Proposición 27 de la Parte IV). Así, pues, mientras no estamos dominados por afectos contrarios a nuestra naturaleza, no es obstaculizada la potencia del alma con la que se esfuerza por conocer las cosas (por la Proposición 26 de la Parte IV); y, de esta suerte, tiene la potestad de formar ideas claras y distintas, y de deducir unas de otras (ver Escolio 2 de la Proposición 40 y Escolio de la Proposición 47 de la Parte II); y, por consiguiente (por la Proposición 1 de esta Parte), tenemos la potestad de ordenar y concatenar las afecciones del cuerpo según el orden propio del entendimiento. Q.E.D. 

Escolio: Mediante esa potestad de ordenar y concatenar correctamente las afecciones del cuerpo, podemos lograr no ser afectados fácilmente por afectos malos. Pues (por la Proposición 7 de esta Parte) se requiere mayor fuerza para reprimir los afectos ordenados y concatenados según el orden propio del entendimiento que para reprimir los afectos inciertos y vagos. Así, pues, lo mejor que podemos hacer mientras no tengamos un perfecto conocimiento de nuestros afectos, es concebir una norma recta de vida, o sea, unos principios seguros, confiarlos a la memoria y aplicarlos continuamente a los casos particulares que se presentan a menudo en la vida, a fin de que, de este modo, nuestra imaginación sea ampliamente afectada por ellos, y estén siempre a nuestro alcance. Por ejemplo, hemos establecido, entre los principios de la vida (ver Proposición 46 de la parte IV, con su Escolio), que el odio debe ser vencido por el amor o la generosidad, y no compensado con odio. Ahora bien, para tener siempre presente este precepto de la razón cuando nos sea útil, debe pensarse en las ofensas corrientes de los hombres, reflexionando con frecuencia acerca del modo y el método para rechazarlas lo mejor posible mediante la generosidad, pues, de esta manera, uniremos la imagen de la ofensa a la imaginación de ese principio, y podremos hacer fácil uso de él (por la Proposición 18 de la Parte II) cuando nos infieran una ofensa. Pues si tuviésemos también presentes la norma de nuestra verdadera utilidad, así como la del bien que deriva de la amistad mutua y la sociedad común, y el hecho, además, de que el supremo contento del ánimo brota de la norma recta de vida (por la Proposición 52 de la Parte IV), y de que los hombres obran, como las demás cosas, en virtud de la necesidad de la naturaleza, entonces la ofensa, o el odio que de ella suele nacer, ocuparía una mínima parte de nuestra imaginación, y sería fácilmente superada; o si ocurre que la ira, nacida habitualmente de las ofensas más graves, no es tan fácil de superar, con todo resultará superada —aunque no sin fluctuaciones del ánimo- en un lapso de tiempo mucho menor que si no hubiéramos reflexionado previamente acerca de estas materias, como es evidente por las Proposiciones 6, 7 y 8 de esta Parte. Del mismo modo, para dominar el miedo se ha de pensar en la firmeza; esto es, debe recorrerse a menudo con la imaginación la lista de los peligros corrientes de la vida, pensando en el mejor modo de evitarlos y vencerlos mediante la presencia de ánimo y la fortaleza. Pero conviene observar que, al ordenar nuestros pensamientos e imágenes, debemos siempre fijarnos (por el Corolario de la Proposición 63 de la Parte IV y la Proposición 59 de la Parte III) en lo que cada cosa tiene de bueno, para, de este modo, determinarnos siempre a obrar en virtud del afecto de la alegría. Por ejemplo, si alguien se da cuenta de que anda en pos de la gloria con demasiado empeño, deberá pensar en cosas como el buen uso de ella, el fin que se persigue al buscarla y los medios para adquirirla, pero no en cosas como el mal uso de ella, lo vana que es, la inconstancia de los hombres u otras por el estilo, en las que solo un ánimo morboso repara. En efecto: esta última clase de pensamientos aflige sobremanera a los muy ambiciosos, cuando desesperan de conseguir el honor que ambicionan, y quieren disimular los espumarajos de su ira bajo una apariencia de sabiduría. Es, pues, cierto que son quienes más desean la gloria los que más claman acerca del mal uso de ella y la vanidad del mundo. Y esto no es privativo de los ambiciosos, sino común a todos aquellos a quienes la fortuna es adversa y son de ánimo impotente. Pues el avaro, cuando además es pobre, no para de hablar del mal uso de la riqueza y de los vicios de los ricos, no consiguiendo con ello nada más que afligirse y dar pública muestra de su falta de ecuanimidad, no solo para sobrellevar su propia pobreza sino para soportar la riqueza ajena. Así también, los que son rechazados por su amante no piensan sino en la inconstancia y perfidia de las mujeres, y demás decantados vicios de ellas, para echarlo todo en olvido rápidamente en cuanto ella los acoge de nuevo. Así, pues, quien procura regir sus afectos y apetitos conforme al solo amor por la libertad, se esforzará cuanto pueda en conocer las virtudes y sus causas, y en llenar el ánimo con el gozo que nace del verdadero conocimiento de ellas, pero en modo alguno se aplicará a la consideración de los vicios de los hombres, ni a hacer a estos de menos, complaciéndose en una falsa apariencia de libertad. Y el que observe y ponga en práctica con diligencia todo esto (lo que no es difícil), podrá sin mucha tardanza dirigir en la mayoría de los casos sus acciones según el imperio de la razón.

El fantasma de lo que sucederá

 


Después del mayo francés la corriente política cambió por completo: el pueblo notó una forma de ejercer poder y sus consecuencias, sean quienes sean los que las proponen. La lucha se desarrolla ahora desde el anonimato, así debe serlo. Algunos lanzan señales como faros de identidad para tratar de sobrellevar una existencia afectada por diversidad de contingencias, lo que tienen en común es poner a prueba la teoría del bosque oscuro, o corregir los posibles errores que, filosóficamente, como resistencia, estén cometiendo en sus vidas. La respuesta es el silencio. Lo saben. Así debe ser, es la mejor de las opciones. El anonimato se ha vuelto el caballo de batalla de las personas de bien, ellos son los más fuertes intelectualmente, ejerciendo lo correcto de manera íntegra, sin presiones ni pretensiones; existe un grupo, una comunidad, una legión, dispuesta a conquistar el mundo, a no dejarse dominar por todo aquello que vaya en contra del bien humano. Este bien no esta escrito, muta con la historia, con los acontecimientos, con las capacidades tecnológicas propias de boicotear el sistema para la restitución humana.

La comunidad es anónima, pero no tiene nada que ocultar. Se manifiesta en esta nada una esperanza, un acontecer, una empatía, un regreso a la tribu que pertenecemos todos. Se trata de la redención, reparación y sanación de todas las cosas. Un perdón. Una lucha abierta contra el mal y una admiración ferviente por lo justo. Es anónima por amor a los suyos, por lealtad familiar, por amistad. Servir a nuestra comunidad puede que sea lo más ético que podemos intentar desde la lejanía de estos corazones. Si las personas no toman las riendas por sus destinos y los destinos de sus hijos, el mundo entero les dominará.

El dinero, los recursos antinaturales se han robado nuestra capacidad de mantenernos sanos, justos, abiertos. Allí donde el dinero más penetra es donde más se separa entre sí; encontramos finales de capital aislados que siguen un posible único camino fácilmente rastreable, sin tener que usar el espionaje que usa el Estado contra nosotros. Entre estos finales habitan todavía seres humanos que sobrevivieron a las eras imperialistas, precapitalistas o poscapitalistas. Encontramos en estas comunidades lo más cercano al “Ethos Sustancial”, navegando por realidades que tratamos de comprender desde perspectivas capitalistas; negocio o no negocio, códigos binarios que poco describen conciencias que apenas se pueden apreciar dada su conexión intima con el mundo. Entre estas raíces no hay suelo firme, al menos no del todo, es una realidad que escapa a la sensación de seguridad de la que muchos están acostumbrados, y nos acerca a una sensación de seguridad de la que no estamos familiarizados.

Formamos parte de esta inestabilidad, por eso el anonimato. Ya no se entiende este mundo, de ahí que devenga hostil. Se pierde el gusto por vivir y se prefiere vivir ausente, ausente del trabajo, en la sala de clases, ausente en la familia, ausente de la carnosidad que alguna vez nos antecedió. La ausencia se volvió un arma de sobrevivencia. El mundo ya no se conquista, no hay nada que dominar, no hay nada que controlar, nos transformamos en sombras y espejismos que el nihilismo remató con un contingente de acontecimientos que nos sobrevinieron como especie; una especie luchando como especie, una especie matando a su especie ...por ello el anonimato… Los que se presentan a escribir sobre esta era no son más que bufones que relatan una comedia con un aparente final feliz. Ignoramos este final. Pero aún existe la imaginación, el color, las luces y los contrastes. Aún existe una conexión con algo que desconocemos. 

En algún lugar de todo esto se encuentra un chiste.

Al no ser nada se puede ser todo. Es de perogrullo. El disimulo y el peligro se transformaron en condiciones de la unidad para la bondad, no por el hecho de hacer daño, sino para ahuyentar a los demonios que noche a noche vienen a acechar los corazones de quienes se les impusieron las normas sin dictárselas, de los bautizados sin razón, de los que están expuestos en las tinieblas de su presente. Lo único que podemos conquistar es un anonimato activo, los demonios no saben encontrarlo.

Los poderes necesitan más que nunca de nuestra participación, de nuestra voz, de nuestro voto, de nuestra palabra, de nuestro entusiasmo, de nuestra energía, de nuestra movilización total. La potencia de abstención será clave en esta lucha, la mejor abstención la tiene quién no tiene nombre, la mejor ejecución la tiene la bondad anónima. La justificación total de la maldad se manifiesta por la consecución de aquello que nos ganamos, de aquello por lo que luchamos; si se le llama bien, terminará por convertirse en mal, su legitimidad es usada. No se intenta que del proletariado salga una clase privilegiada, que se aproveche para dominar a sus pares, se trata de que la voluntad del mal se aprovechará de aquello que el bien conquistó. Esto lo debe tener claro la comunidad, la ciudadanía. No va de entender a unos cuantos, se trata de entenderlos a todos.

Esta ausencia es solo un punto de partida, es la presentación de un sistema complejo que está recién explicándose. La ausencia, el ausentismo involucra permanecer entendiendo el desastre que provocamos con nuestra presencia, a niveles éticos, ecológicos, simbólicos, no podemos rehuir. Donde nos ausentemos dejaremos huella, es esta huella el fantasma al que los poderes dominaran. Es esta huella la muestra de laboratorio a analizar.

Un fantasma está recorriendo Europa y todos los rincones de la tierra, el fantasma de la capacidad del individuo libre por provocar todo lo imaginario y todo lo real. Una explosión que se llevará todo, que no tendrá un centro fijo, terrorismo puro desde la bondad, desde la ética en contra de todo lo que pretenda dominarnos. Se trata de traicionar la ciudadanía para luego reinterpretarla, traicionar la libertad para poder redefinirla. Esto volverá a hacernos personas libres que por lo menos definan aquello que hacen y que buscan.

Dejar la generación de los niños involucra traicionar la niñez para conquistar los símbolos nuevamente, para volver a escribir fantasías y epopeyas; encontrar nuestros traumas, nuestras sombras, desde el ataque despiadado que nos hace el mercado. Ser actores de una mala trama desde dentro, reconocer la falta de talento, la falta de inteligencia, la falta de astucia, la falta de estrategia, por estar ya metidos con el fango hasta el cuello. Luego, perdonarnos, redimirnos, resignificarnos. Los que atacan desde fuera morirán rápido, serán identificados y neutralizados. La bondad nace en el corazón de la maldad, en el abismo mismo del averno, en la última decisión, en la última cena. Ser, como dijo Zaratustra, águilas capaces de mirar desde las alturas la más honda de las profundidades. 

Quien pierde el anonimato para hacer el llamamiento no es ningún héroe, es un tonto, lucha con un pie en la periferia. Debe tener cuidado en no acartonarse en identidades. Es un escritor a veces. Dado que el mundo es cambio esta lucha no puede ser fija. Mirar la nada es entonces siempre el comienzo de una red de acontecimientos que se enlazan para volver a ser nada. Una revolución de paso es la cadena que hará más daño a cualquier intento imperialista, una revolución anónima, sin nombres, compleja desde cada instante, para los instantes que dure, luego morir. Una historia triste como siempre si se le romantiza. Podemos ser románticos, podemos ser humanos, podemos volver a sentir. Lo bello nacerá de la normalidad, de su corazón, desde ahí perdurará la resistencia, lo nuevo, la historia de una cualidad ante el todo.  

La resistencia para el perdón de lo que nunca fuimos, para la esperanza sobre lo que nos quieren hacer ser, es la única posible respuesta a una forma maquínica que trata de leer instintos, estadísticas, características. El resto será confiar en el hermano. Terminaremos por hacer filosofía, por ser filosofía.