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Dónde nace la filosofía

 

Cuando (todavía) por encima no estaba nombrado el cielo; por debajo (la tierra) firme no tenía todavía un nombre, el Apsu primero, su generador, Mummu y Tiamat, la generadora de todas ellas, se mezclaban sus aguas entre sí. (Todavía), no se habían construido mansiones para los dioses, y la estepa no era visible aún, cuando no había sido creado ninguno de los dioses, y ellos no tenía (aún) un nombre y los destinos no habían sido asignados a ninguno de ellos, fueron procreados los dioses en medio de ellos.

Poema Babilonio.



 


 


Dicen, en contrapartida, que las culturas orientales no podían darles a los griegos aquello que ni ellos mismos poseían, esto es, el espíritu científico, el procedimiento lógico de la investigación. Por ejemplo, la astronomía caldea con todos sus conocimientos observables, registrables, permaneció siendo “simple astrología”, cuyo fin esencial era el horóscopo. Siendo que eran capaces de predecir eclipses, fases lunares, la posición de los planetas; introduciendo el sistema sexagesimal, y con ello, los doce signos del zodiaco. La geometría egipcia permaneció como una técnica de medida para fines prácticos, específicamente, para la agrimensura. Esta detención en las civilizaciones, este freno, simplemente no era philia, no era filosofía, por no elevarse a las exigencias lógicas de la demostración, no pudieron traspasar “el milagro griego”. La Eikasia, del griego antiguo “conjetura”, es la manifestación de las sombras para Platón, esto es, el espectáculo, la que tenía cierto uso en las artes y en las ciencias, pero que no traspasaban como disciplina la mera representación. Si los seres están atados, ¿Cuál es su labor más que conjeturar? La culpa recae sobre los dioses que ven el panorama y están dispuestos a seguir esclavizando (politeísmo sin gnosis), porque la vida de estos dioses y de estos esclavos es corta. 


La urgencia del Conatus es imperativa. La filosofía debió nacer. No debería haber dios que esclavice, Dios simplemente libera, si le hay.


Quizás, para estudiar “el factor griego”, es conveniente recordar que una y sólo una de las principales causas de la existencia de este factor, fue su suerte para transmitirse en esta existencia, entendiéndose existencia como una forma conocida y desconocida en el Todo de lo humano, esto es su física y su metafísica. Buscar la sustancia fue una de las bases. En lo psicológico el agua nos refleja, es nuestro espejo (Tales); el aire como sustancia primordial es el medio por donde todo se cruza (Anaxímenes); el fuego produce la visión, provoca lo ficticio y las sombras (Heraclito); mientras que la tierra es lo ajeno a nuestra parte (Empedocles). No hay evidencia que los presocráticos vieran las sustancias primordiales desde el punto de vista de la mente, pero dieron un gran salto al notar que las cosas tenían vida propia, razón propia, ficciones propias. Lo comunicable, como un todo, vendría a ser tan infinito como la misma existencia, igual de indefinible. Filosofar representa, a través del tiempo, una sana duda entre mito y realidad. ¿Qué de lo que creemos real es un mito? ¿Qué de lo que creemos mito es realidad? Un trabajo constante que se hace precisamente por amor, ese amor por el antiguo concepto griego que los eruditos llamaron “Sofos”. Mirar las estrellas, escribir sobre las profundidades del mar, dibujar sobre la arena. Solamente hay que recordar que los teoremas pitagóricos son parte de una de las tantas escuelas de filosofía, por tanto, forman universales.


Claro que la fe existe en las ciencias, en los axiomas, como nos enseñaron tantas civilizaciones, es meritorio esto. El error es pensar que la fe es hacia el pasado que está documentado, irónicamente. Pero el axioma enfrenta su prueba de fuego en el futuro, en el fenómeno mismo que nos hace temblar (Varela). De ahí la hipótesis científicas, las teorías, las mismas leyes, incluso, las leyes del hombre, los códigos, que chocan con el caos que se presenta desde la creación de los dioses hasta sus muertes; los que perecen, día a día, en un simple revés del azar. Si no los mata el azar, los matarán las circunstancias y dentro de éstas, el mismo humano introducido en este todo.


No es la libre expresión lo que se debe defender, ésta se queda corta en cuanto a lo que se intenta decir. Se debe defender y renacer el concepto griego de Parresía. Lo que involucra un profundo estudio de las palabras, las ciencias, la política, de la democracia y de la libertad. Esto tiene cierto milagro que debe seguir manifestándose. En esta actualidad el individuo se posiciona de frente a su labor en este mundo, a su propia cuantía, a su propia diferenciación. La máquina viene a ejercer una labor de respuesta pura y dura a los más grandes esfuerzos que se han logrado, solamente para reemplazar-nos. Los dueños de la propiedad, por algún tipo de derecho, estarán al margen de esta suplantación. Ya no existirán los errores; en la producción poco a poco se irán mermando las manos humanas y se comenzarán a necesitar cada vez más consumidores. Todo se ve oneroso hoy por hoy, como el primer teléfono. Únicamente la representación, la voluntad y la especulación financiera vendrían a conformar nuestro futuro. Pero aún existe la imaginación, el milagro, el vacío. Que la impronta del poder y su aceleración, no hagan impetuosos nuestro actos.

 Los dioses son otros, supongo que no más fuertes.    


Quién percibe una dificultad y se admira, reconoce su propia ignorancia. Y por ello, desde cierto punto de vista, también el amante del mito es filósofo, ya que el mito se compone de maravillas (Aristóteles, Metafísica). La problemática que ha tenido la filosofía de crear sus propios monstruos no tiene otro motivo que crear sus propios asombros. La filosofía es estrategia ante las pesadillas y los ensueños. Es la herramienta del débil, éste se diluye en la nada, en él mismo. Es una continua perfección para superar la idea de la imperfección.


Se suele decir que los dioses tienen forma humana, o se transforman en semejantes a otros seres vivientes. Ahora tomarán forma maquínica, se formarán problemas ipso facto con sus propias soluciones. Ya no habrá una dialéctica de problema-solución, sino una trama de solución-solución. Crearemos otros. La religión tiene por Padre a la miseria y por Madre a la imaginación (Ludwig Feuerbach). Pero si se deja de lado todo lo demás, y se guarda lo esencial, esto es, que se creyó que las sustancias primeras eran dioses; pudiera pensarse que esto se afirmó por inspiración divina, y, probablemente de toda arte y filosofía pérdidas en las catástrofes cósmicas cíclicas.


El pecado original en la mitología órfica, es el de los titanes rebeldes a Zeus, que despedazan y devoran a Dionysos niño. Zeus los fulmina, y con sus cenizas crea al hombre, quien, de esta manera, lleva en sí una parte titánica pecaminosa (el cuerpo) y una parte dionisiaca divina (el alma), que aspira a liberarse de la unión con la otra. La naturaleza de los presocráticos es viva natura naturans y no materia muerta. Se vivirá y se vive una oleada religiosa sin Dios o con él, con formas, con gestos, desde espejos, gatos, desde espectros. O nos fusionamos con el niño que fuimos o no seremos inmortales. La Filosofía está en dar vida y no en quitarla. La vida siempre fue el problema (Noe), la muerte la solución (NSDAP).

De la barbarie

Barbarie narcisista de la realidad

 



Walter Benjamin, uno de los pensadores más lúcidos del siglo XX, afirmaba que “no existe documento de la civilización que no sea al mismo tiempo documento de la barbarie”. Son palabras importantes, sentenciadas por quien entregó su vida huyendo de la barbarie fascista. Y sin embargo, la impactante afirmación del filósofo alemán solo llegaría a suscitar perplejidad, para comenzar a cobrar conciencia histórica, después de la Segunda Guerra Mundial, especialmente después de Auschwitz, Hiroshima, Nagasaki y Gulag, entre otras tantas muestras de barbárica crueldad por parte de la llamada civilización. Constancia objetiva de cómo la razón instrumental puede llegar fácilmente a convertirse en locura criminal, en la más viva y auténtica expresión de crueldad. Paradójicamente, el camino que conduce hasta el corazón de las tinieblas puede ser transitado invirtiendo los flechados de la historia.

Las formas vaciadas de contenido, propias de la racionalidad instrumentalizada, ocultan tras su aparente neutralidad y la ambigüedad de sus presupuestos “universales” la misma violencia inmanente a la barbarie. De hecho, ella misma es barbarie reflexivamente sublimada y elevada a modo de vida, bajo cuyo dominio aún subsiste, clandestinamente, el ser de la civilidad. Del antiguo Bar-Bar de los griegos va quedando muy poco. Para ellos, un barbaroi designaba a todo aquel que no hablaba griego. Pero el hecho de no saber hablar griego no lo convertía en un extranjero (xénos). El bárbaro propiamente dicho designa a un cierto tipo de población extranjera carente de organizaciones representativas, regido por poderes autocráticos o por un mandato de linaje impuesto sobre los fámulos, los hambrientos (de donde proviene el término “familia”). Se trata de pueblos en los que no existen leyes igualitarias ni libertad de expresión, cabe decir, de pueblos carentes de ciudadanía. Y así lo asumieron los romanos de la República, antes de la construcción del Imperio. De hecho, barbarus es un modo de nombrar a todo aquel que desconoce por completo el significado (el contenido) de las palabras justicia y libertad. El bárbaro suele mentir. Es polimorfo y perverso, como los niños, según Freud. La figura representativa del Imperio chino es la del niño que nace anciano, no por casualidad. “A pesar de tu gran edad -escribe Lao Tse-, tienes la frescura del niño”. Y sin embargo, el movimiento espiral de la historia va dejando marcadas sus huellas con el paso del tiempo. A la luz del saber histórico, la atractiva tersura por la eterna -y siempre efímera- puericia asiática queda sorprendida en la vetusta perversión de sus autocráticas ambiciones  milenarias, centradas en su obsesivo rencor contra Occidente.   

Después de Flavio Valerio Costantino y ya penetrados de orientalismo, al irrumpir en otros territorios para “llevar la palabra” y ampliar las fronteras, el Imperio fue asimilando progresivamente las formas, los usos y costumbres, de los conquistados. Después de todo, el “llueve” o “no llueve” no funciona en la historia viva, a menos que sea impuesto como “ley” y que sustituya la realidad, que es, de hecho, una expresión “clara y distinta” de barbarie. Y fue entonces que se comenzó a dar por sentado el “nosotros” y el “ellos”, hegémone visible mediante el lenguaje, que ya desde entonces reflejaba la inversión especular del sí mismo en el otro. “Nosotros”, los racionales, los justos, los educados. “Ellos”, los irracionales, los crueles, los ignorantes. El veneno había surtido efecto, y ahora, la “palabra” comportaba un nuevo significado, hasta hacerse barbarie ritornata. El entendimiento abstracto iniciaba su dominio sobre el mundo, guiado por las manos manchadas de tinta de la escolástica, la madre putativa de la Ilustración.

La fiereza y crueldad de la barbarie ya no es exclusividad de “los otros”. Quienes creen poder formar profesionales universitarios prescindiendo del Ethos, de la formación clásica y de la autonomía, sustituyéndolas por el caletre de memoria, la didáctica y la metodología, es decir, por un conocimiento sin re-conocimiento, un mero requisito formal para obtener un “título”, con el fin de incorporar a los futuros profesionales y técnicos a un mercado laboral ficticio o para engrosar aún más la miserable burocracia, ni sabe qué es educar, ni tiene idea de lo que es una universidad. Ni le interesa. Después de todo, la barbarie ha terminado por convertirse en el sentido común del presente, en el más común de todos los sentidos. Es el auténtico morbo de la llamada civilización contemporánea, el carácter unidimensional, reflejo, de la inhumanidad.

La demediación -el partir o dividir en mitades, propio del entendimiento abstracto- es la objetivación de la conciencia desgraciada del mundo contemporáneo, la más palmaria expresión de la pobreza de Espíritu que gobierna sobre el ser social de la época. Era eso a lo que Hegel llamaba  Gebrohene mitte. El “otro”, el enemigo de la civilización, el ente irracional y feroz, se ha internalizado: es el calvario que la actual civilización lleva por dentro. ¿Qué puede quedar entonces del viejo término de bar-bar en medio de este progreso regresivo, en el que las fuerzas productivas de la sociedad se han transmutado en fuerzas cada vez más autodestructivas? Pareciera que no sólo la barbarie se ha civilizado sino que la civilización se ha barbarizado. Es el respetado -temido- gánster vestido de regia seda en su mansión o en su camioneta blindada, y que de lunes a viernes atiende sus “negocios” desde el palacio presidencial, el tribunal supremo, la fiscalía o el parlamento. Es el reconocimiento y la institucionalización del terrorismo de Estado.

La barbarie ha devenido heredera de una civilización ficticia, toda vez que esta última ha devenido razón instrumental. La neutral enseñanza de cómo se enseña, sin que se sepa qué se está enseñando, la utilización de presuntos ‘mapas’ o metodologías de la realidad social y política, que luego la convierten en un dato sin importancia, a los efectos del procesamiento de datos y la simbolización binaria, ni son neutras ni, mucho menos, inocentes. El mejor modo de destruir una sociedad consiste en aniquilar el ente generador del saber autónomo. Con razón, las universidades van siendo desplazadas por instituciones en las cuales ni se pone en duda lo existente ni se estudian soluciones para los grandes problemas que aquejan a la sociedades. Ya no hay verdades por descubrir. El descubrimiento es percibido como un invento humanista. Cosas del pasado, se afirma. Solo quedan el silencio y la obediencia ante el terror. La barbarie vive. La civilización sigue.

@jrherreraucv

De palabras y sentidos

«El amor puede empezar con una sola metáfora», escribe Milan Kundera en su Insoportable levedad del ser. Hay una antigua alianza entre emociones y palabras: las primeras cristalizan en las segundas. La palabra constituye para la imprecisa sensación un soporte que se parece a la realidad; antes de ella solo hay impulso, instinto ciego, respuesta a estímulo, reacción primaria: aproximarse, huir o luchar.

Cuando atribuimos un sentido, cuando asumimos un significado, de repente acude a nosotros, unido a él, una maraña de semánticas. Mucho más en el caso de las metáforas, que por su misma naturaleza están repletas de connotaciones. Cuando una mirada se convierte en imagen, y nos habla (aunque somos nosotros los que le ponemos voz), de repente se sale del mundo y pasa a acoplarse a nuestro mundo. Antes solo había sucesos, descoloridos y fragmentarios, más o menos ajenos. Ahora estamos nosotros, enredados en esa malla. El mundo nos cambia porque nosotros lo cambiamos: se ha abierto un portal de ida y vuelta, como los que permiten viajar en el tiempo en las películas de ciencia ficción, solo que aquí comunica el territorio íntimo y el universo. 

Así, una mera atracción no es más que una anécdota hasta que la otra persona acapara nuestra conciencia y traspasa la frontera de lo indiferente. A lo largo del día sentimos infinidad de atracciones y repulsas, en una continua ondulación del ánimo que Spinoza describió con precisión. De pronto, una de ellas cobra más consistencia, destaca sobre el resto, se incrusta en nuestra atención y nos interpela. Parece como si despertáramos de un sueño, como si solo ahora cayéramos en la cuenta de que habíamos vivido en un mundo sin colores o en penumbra, ahora que alguien se nos aparece realmente luminoso y colorido. Habitábamos sin apenas conciencia en el légamo de la rutina, hasta que un acontecimiento nos ha impulsado a la cumbre de la excepción. 

Entonces se precipita sobre nosotros un torrente de recuerdos, sueños, esperanzas, creencias, anhelos. El deseo se impregna de significado, se convierte en parte de una historia; nos parece magia, y quizá sea magia quedarnos fascinados por ese desembarco repentino, que nos parece misterioso porque brota de nuestro misterio. Entonces nos atrevemos a utilizar la palabra, como un poste indicador de ese embeleso: enamorado. Las palabras son poderosas porque están cargadas de constelaciones de significados compartidos, que se engarzan con los que ya nos ocupaban. Por eso hay que tener cuidado con ellas, porque tienen vida propia y nos arrastran. Tienen un poder performativo. Si creo que estoy enamorado, la creencia pedirá ser confirmada, la palabra pugnará por ensancharse. Creo que a eso se refiere el comentario de Kundera. 

Con su efecto performativo, las palabras nos permiten entender, o al menos hacen que la extrañeza y el descontrol nos parezcan menores porque podemos manejarlos. Las palabras organizan nuestras experiencias caóticas de un modo muy real, porque expresan estructuras erigidas socialmente, y nos dotan de artefactos mentales arraigados en la cultura. Estar enamorado no solo es un sentimiento, es también una comedia y un papel, del que cabe esperar determinadas actuaciones, sujetas a su argumento. Un enamorado buscará el modo de acercarse a su amada, de conquistarla, de asegurarla, o bien la venerará en silencio. La palabra, el rol, le han asignado bastante trabajo, una tarea nueva que antes no tenía. Y esa tarea ocupará su existencia mientras el enamoramiento dure, mientras persista el sentimiento, mientras reine la palabra. 

Artículo publicado el 17/08/2024 en mi blog Filosofías para vivir.

El honor de saberlo todo

 Tú haz caso al viejo dicho

y a la serpiente, mi tía;

tu divina semejanza

verás qué susto te da un día.

 




De ningún modo la posibilidad de curación es la curación misma. Qué es propiamente la curación, sino una ampliación en el tiempo de un estado febril que se mantiene como una recaudación permanente de lo negativo y lo positivo al mismo tiempo en una nada fluida, durante la vida-muerte misma, la que es parte consecuente de "la existencia conocida". La nada fluida tiene la especificación de ser un eterno devenir, y lo eterno siempre lo es todo. Una comunicación sí y sólo sí, del inconsciente al consciente. Por ello la impasibilidad de Dios. Esta impasibilidad no viene desde la divinidad sino desde el filtro primitivo que desarrollamos para sobrevivirle.

Es pues la vida la enfermedad misma; la salud es, el sentido de posibilidad que nos hace capaces de disfrutar aquello que nos obsesiona. En conclusión, en la No obsesión encontramos lo que nos mata. Por ello la muerte está a nuestras espaldas en la tradición mixteca (Mictlantecuhtli). No se puede servir a dos amos. El secreto de la muerte es su contraste.

La salud es un estado que nos permite disfrutar del deseo. Lo reprimido. Las anunciaciones médicas de la enfermedad son solamente una advertencia si, dentro de lo que nos abruma, hay posibilidad de abandonar el goce. El humano, a medida que va envejeciendo va modificando, mas, nunca cediendo este goce, en un estado casi budista, si cabe, al ver todo a cámara rápida; pasando por muchas modificaciones con respecto a lo que Es: una ausencia. El goce no tiene porqué ser extremo, solamente siendo una óptica basta para extenuar un mundo; aristas, contrastes, como la muerte que, como relato, también es un goce (The End, The Doors).

La esencia del humano es la ausencia, su contradicción; el individuo es contradicción. La mayor parte del tiempo la persona moderna no está, se refugia en el sentir del otro ignorando su propio sentir, se refugia en las emociones externas para no ver las internas. Lo más difícil del mundo es conocerse a uno mismo (Tales de Mileto). Y esto se dijo hace 27 siglos.   

Toda enfermedad mental y espiritual queda en última instancia justificada con el hecho residual de nuestra existencia. Somos desechos, basura. Aunque no en su sentido negativo, sino en el sentido teleológico. Qué peligroso sería todo si supiéramos que nuestros cuerpos no le sirven de una u otra forma a la tierra… Pensar, divagar, que ésta nuestra existencia, no tiene ninguna justificación, ni siquiera como alimento para larvas, es el camino al absurdo de los absurdos. Que esta posibilidad de tiempo sea una posibilidad tan lejana al hecho de servir de algo es el camino de los dioses, los que tienen la potestad de inventar sus propias servidumbres. Son las larvas, como posibilidad empírica, la razón de nuestra existencia. Y de ahí a las estrellas. Quizás le gustemos jóvenes, valientes, tiernos; como en los poemas vikingos sobre la muerte.

¿A quién serviremos después? Crear el pesimismo, es una justificación moral con respecto a lo que podemos y debemos pensar. Pensar es servir (Budo). El pensamiento es guerra.

La comunicación entre lo consciente y lo inconsciente es evidentemente importante, dado que dispone para nosotros de información de primer orden; esta fluidez de comunicación es reprimida porque el inconsciente dice algo horrendo. Es, por tanto, toda verdad reprimida ya que la verdad es terrible. Sólo sufriendo se es persona (Unamuno). La conciencia de muerte primeramente nos hace humanos, pero ésta no es nada... el infierno se esconde dentro de nosotros, se comunica de vez en cuando, manda a sus ángeles que son devastados por la luz de nuestra civilización. Sus alas son quemadas por volar demasiado cerca del sol. El verdadero problema filosófico no es la muerte, es la tortura (Jean Améry). Los santos son los primeros civilizados; nosotros somos simples marionetas del mal y ellos atletas del bien. Ser un santo es disponer del diablo al antojo.

En un intento de jodernos la vida, queremos joder a la verdad porque ella viene a jodernos. Por compensación psíquica, una gran humildad está próxima al orgullo, y el orgullo viene siempre antes de la caída. Podemos descubrir fácilmente detrás de la arrogancia, fuertes sentimientos de inferioridad. Dado que entre la verdad y aquello que queremos construir: nuestro yo, siempre hay una comunicación al borde del clímax, del orgasmo, de la culminación, del nirvana. Quien no es genial ni loco nunca puede desenredarse de la realidad del mundo hasta tal punto que le permita verlo como una imagen suya (Carl Jung). Porque solamente es un genio quien pueda llevar el mundo primitivo y casi sobrenatural al terreno universal del orbe de lo consciente.

Definir el inconsciente no es tarea sencilla. Muchos piensan que el inconsciente es motivado por los sentimientos y no por la razón. Pero no hay evidencia empírica que pueda separar esto en lo primitivo; pensarlo así es un completo absurdo. Tampoco hay evidencia de que estos opuestos se puedan reconciliar. Lo primero es reconocer el germen del inconsciente colectivo, el cual es el mismo que el del inconsciente primitivo. Si el individuo logra entrar al reconocimiento del inconsciente primitivo (colectivo), entonces triunfa, pero, para ser olvidado más tarde, y convertirse en un engranaje más. Su triunfo es su caída, se convierte en Lucifer; este tiene dos opciones, rehuir de su deseo o acariciarlo. Por ello, el especialista, para analizar a su paciente no sólo debe “entrevistar” al individuo, sino también a su entorno. La psique individual suele confundirse con la de su entorno, con lo primitivo. Senatus bestia, senatores boni viri. El cuerpo social forma parte importante del inconsciente del individuo, lo que nos lleva inmediatamente a una teoría “claro oscura” del psicoanálisis, que puede desenredarse un poco más bajo el precepto anteriormente explicado: el concepto Sincrónico.

Pensar en una persona y encontrarte con ella en la calle, recordar a un amigo con el que no se hablaba hace meses y de pronto recibir un mensaje suyo, que un desconocido pase hablando de un libro que se quería comprar, pueden ser hechos llamados de muchas formas: coincidencia, azar, casualidad, etc. Pero, para uno de los psiquiatras más respetados de todos los tiempos, Carl Jung esto tiene una explicación: Sincronicidad. Esto no quiere decir que las casualidades no existan, de hecho, la sincronicidad debe cumplir ciertos requisitos para ser llamada así. Primero, que el suceso no tenga una explicación causal, segundo, que se haya dado en la mente del individuo antes que en la realidad, tercero que tenga un significado simbólico espiritual, cuarto que haya una diferenciación temporal escasa. ¿Es el inconsciente social lo mismo que el inconsciente individual? Muy probablemente sí. Y esto es absolutamente devastador.

Lo anterior conlleva a decir que entre más grande sea un cuerpo social menos libre es el individuo. Cosa básica en términos políticos, pero no tanto en términos psicológicos. Según Schopenhauer el sentido del humor es lo único que puede mantenernos libres. No lo dijo con fines políticos. De todos modos el humor penetra las ranuras de la verdad y encuentra cierta salida que, en la no conveniencia, nos hace reír. 

Aún así podemos adivinar que la seguridad del grupo ante la libertad de la soledad, solamente forman parte de lo mismo que se desea descubrir, forma parte del mismo libro que se intenta leer en braille con texturas espinosas. Claro es que el conocimiento conlleva culpa, porque es un robo al registro inconsciente para hacernos un poco más partícipes del saber, condenando al Prometeo a las soledades de las cimas del Cáucaso, abandonado por dioses y hombres, porque ni ellos mismos logran dimensionar el valor del fuego. La falta de registros sensibles, y su abundancia. La imaginación en demasía y su escasez. El conocimiento es observar parte del recorte que nos dio la sociedad y coser un trazo más de un miembro que sabe dios para qué servirá.

Sería en tanto el bebé el más igual de todos los iguales a sus semejantes. Y aquél que añade alas a su cuadratura, el que comienza el proceso real de individuación; quien comienza un proceso en el cuál es dueño de su enfermedad; se enfrenta a su ausencia porque reconoce lo general: el inconsciente, y su particularidad dentro de él. Sin tratar de fusionarse ni de negarlo. 

Se acopla en cierta medida con él el tiempo que le es dado estar en esta tierra. Se enfrenta a una lucha en donde aprende y no a una tortura que le perdure. Por ello el paraíso es la mayor de las mentiras, porque fue la primera. Un lugar totalmente inexpresable, donde se acaban todos los cuentos y comienza todo de nuevo. El paraíso es un segundo y luego, su larga espera.  ¿Debe haber en el paraíso un elemento mejor que otro? ¿Se debe extrañar a manos llenas? El paraíso es siempre una necesidad.




Elige tú

 



Decir que la razón es lo único que tenemos, desalienta. El neoliberalismo no solamente vino a destruir la luchas sindicales, y a destruir el sindicato, sino también a imponer la razón, esto es, una adaptación neta y potentísima al cuaderno, al esbozo. La última etapa de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan. Muy débil es si no se llega a reconocer esto (Pascal).
Reconocemos que todos sus intentos sólo llenan un espacio ínfimo del conjunto real, si es que se le puede llamar conjunto; ateniéndose a la teoría de conjuntos que cuestionó Bertrand Russell; dejando incompletas bases totalmente indispensables para trabajar seriamente el desarrollo total del conocimiento. Lo necesario es saber que al hablar de universales es lícito admitir que ni siquiera sabemos de lo que estamos hablando, entendiendo que las proposiciones imaginarias son la base de las certezas de nuestro siglo.
El racionalismo avanza omitiendo estas incertezas. Martin Heidegger provocó mucha controversia cuando dijo: “La ciencia no piensa”, refiriéndose al hecho de que ésta no se detiene en los fundamentos, sino que conlleva una carrera política, económica, hegemonica mientras los pisotea.
Esto es clave para entender el comportamiento del ciudadano contemporáneo el cual va de caída en el mismo sentido de sus amos. Pero no es una caída cognoscible. Entender la mente del ciudadano del siglo XXI es tratar de entender la mente de un individuo que aprendió más palabras de un dispositivo que de su propia madre. La dialéctica del amo y del esclavo no pretende demostrar algún tipo de lógica, la dialéctica ya estaba establecida, sólo vino a tratar de apuntar hacia dónde caemos. La evolución en el sentido racionalista, es tomar un camino despreciando la infinitud, no desde el punto de vista de lo vasto, sino desde lo axiomático. Este camino lo toma con firmes convicciones de divulgación mientras que en otras, toma pasos dubitativos, caminos falseables (Popper), quedándose en el aprendizaje académico, un aprendizaje de relleno, mientras se aleja de la praxis, de la vanguardia.
La duda misma es una forma de razonar, la duda es el espacio ínfimo, el recoveco que sigue llevando a la seguridad y la certeza a través del esfuerzo. El problema es que vivimos en el mito. Las imágenes, las noticias, lo contingente, pertenecen a una economía de la atención, ni siquiera necesitan decir la verdad o como mínimo, ser sinceros. Su necesidad es inauténtica.
Hay que salir del agujero para notar este bucle (Platón), y sin embargo, estar condenado a jamás salir de él pareciera ser el problema. Somos como somos, pensamos como pensamos, el no ser es imposible desde este punto de vista. ¿Cómo saber que somos otro? Dejar de Ser solamente es una prueba empírica para los que quedan en este mundo, con la muerte como una tradición. De esto tienen mucho que proponer los vedas, quienes, bajo estrictas reglas lógicas llegaron a la conclusión de que así como materialmente somos distintos al nacer y al envejecer (Paradoja de Teseo), no hay ningún motivo para pensar que aquello que perdura de nosotros, perdura también por sobre la muerte.
El miedo hizo decir a más de algún pensador que no concebía la posibilidad de muerte, mientras trataba de dictar simplemente una condena (Papado). Quién piensa así no es más que un juez que va, caso a caso, martillando sobre el estrado para dar o quitar opinión. El capital necesita de energías mentales, e incluso la infelicidad es rentable. Por suerte para los vedas, después de la muerte abandonamos nuestras cargas.
Usualmente, la razón humana, cuando tiene la última palabra, conduce a la irracionalidad.
El movimiento romántico llegó para refutar el racionalismo, pero sufrió, históricamente, el mapeo del camino a la locura. Así ocurrió en la revolución francesa influida por las ideas románticas de finales del siglo XVIII y que estallaron sin tregua por toda Europa y América, llevando consigo masacres inhumanas.
David Hume no fue un pensador romántico, pero sí contribuyó a construir el romanticismo "destruyendo" el racionalismo y tildándolo de absurdo. Quizás nunca pensó que en nuestro siglo se hablara de cognitariado. Ya no es que los trabajadores tengan otros sueños, su sueño es poder trabajar.
Ni el escepticismo se ha marchado, ni el romanticismo, ni tampoco el racionalismo, sus luchas siguen manifestándose con núcleos muy diversos y con distintos propósitos, pero no las bases que se saltan para cometer aquellos mismos errores. La semiología de Ferdinand de Saussure vino a imponer una nueva dictadura apoyada en sus principios: todos los signos sirven para todos los fines. Es esta cantidad enorme de información actual y actualizada la que propone una separación infinita, la fragmentación y la discontinuidad fragilizan las identidades sociales, pulverizan la memoria colectiva.
La nueva lógica valiente de ayer llega a ser la ortodoxia sosa de hoy y el oscurantismo insoportable de mañana (Richardson). Lo grave no es rechazar la verdad sino desmentir años de investigación, esto pasó con la religión y el caso de Galileo, y sigue pasando con la ciencia y el muy dudoso caso de Jacobo Grinberg. El problema no es enfrentar la ciencia, sino a sus inversores. La ciencia no tiene problema, el capital sí. Esto ha pasado con la filosofía oficial y cultural también, para convertir el conocimiento de hoy en una forma cobarde de enfrentar la realidad, mínima, cómoda. En el ámbito epistemológico y fenomenológico, la adquisición de conocimiento es una tarea divina. En una la razón no alcanza a comprender lo que calcula, en otra, ni los sentidos ni la imaginación que nacen de éstos llegan a una visualización total de las cosas.
Quizás sean éstos uno de los mejores motivos para fusionarnos con la máquina, en una tarea ortopédica infinita nacida de una invalidez infinita.
De todos modos, bien sabemos lo que les pasa a los pensadores que van en contra de su tiempo y que se atreven a desafiar las corrientes de poder. O, perfeccionando, no sabemos lo que les pasa.
¿Pero cómo enfrentamos a la razón desde un polo que no sea la locura? ¿Cómo enfrentamos a la razón sin razón? Si ejemplificamos algún tipo de camino hacia el conocimiento, no debería ser la autodestrucción como fin, ni siquiera el dejarse destruir. Sino una conciencia en movimiento hacia el ángulo de mayor perspectiva en el azar de la vida.
Tal vez sólo convenga asirnos a lo que tenemos y nada más, qué importaría el resto si no lo entendemos o escapa de nuestras manos. La felicidad pende de estos dominios. La felicidad para los tontos, la paz para los sabios.
Aunque siempre hay algo en el corazón humano que ansía un poco más. Sólo se puede buscar lo humano en las cosas únicamente. Con esto en mente, ¿no sería la ética lo único verdaderamente humano que podemos construir? ¿Por qué nuestros padres se esmeraron en heredarnos el lenguaje si éste, como las matemáticas, que es un lenguaje, sólo muestra logicismos que no logramos llevar a cabo prácticamente y demostraciones de verdades perfectamente apegadas a la razón? ...y nada más...
Lo humano radicaría y sólo radicaría en lo imposible. Crear la Ética. Más razón tiene un águila al atrapar a su presa que el individuo moderno al subirse a su vehículo.
La ética, el lenguaje de nuestros padres es una forma de construir imposibles. Pero no imposibles razonables, ni locos imposibles, sino éticas que se adapten a las circunstancias (Ortega y Gasset). Porque sólo aquello que uno ya es, tiene poder curativo (Carl Jung).
Es ilícito pasar por este ejercicio sin nombrar a Immanuel Kant, quién notó los problemas del racionalismo, pero a la vez, los problemas del romanticismo. ¿Qué puedo saber? Metafísica. ¿Qué puedo hacer? Ética. ¿Qué puedo esperar? Religión. Estas preguntas se materializaron en sus tres obras principales: “Critica a la razón pura”, “Critica de la razón practica”, “La religión dentro de los límites de la razón”. Aunque cometió el error antes mencionado pero, en otros términos totalmente excelsos: La religión jamás podrá permanecer por siempre dentro de los limites de la razón.
El personaje del Fausto de Goethe, es la representación de lo que la cultura condena en sus intelectuales, asumiendo que ciertos conocimientos no se permiten en "el conocimiento". La libido a sido puesta a trabajar y nadie debe entenderlo.
El régimen semiótico puede ser represivo cuando a un significante le es atribuido muchos significados. El Quijote blandió su espada en contra de los molinos, el sonido de su metal fue llamada locura.

República de la reflexión




“Un montón de gente no es una república”

                                                   Aristóteles.


República de Aristóteles


Lo que define en sentido clásico a una República es, según Aristóteles, la realización de la libertad, la justicia y el bien común, sustentados en la cada vez mayor profundización del desarrollo de las más variadas capacidades cognoscitivas de la ciudadanía, cabe decir, de su Ethos o su civilidad. Es la educación, la formación cultural, lo que hace posible la identificación de la bondad, la belleza y la verdad como la savia vital, única e idéntica, que alimenta y nutre toda la estructura orgánica, todo el cuerpo, de la sociedad entera. Omne trinum perfectum est. El éxito de una república depende, en gran medida, de la calidad de su formación educativa. Y hasta se podría llegar a afirmar que toda auténtica república es, en el fondo, una sociedad del y para el conocimiento, incluyendo el de sí misma . Como dice Aristóteles, el bien se identifica con la verdad, mientras que el mal se identifica con la ignorancia: “la maldad en la elección -dice el estagirita- no es causa de lo involuntario sino de la ignorancia”. Sólo de este modo se puede concretar la efectiva división de los poderes públicos y su recíproco control; la conformación, así como la consecuente participación activa de la auténtica ciudadanía, lo mismo que la representación de todos los sectores de la sociedad, con iguales atribuciones y derechos. 

“Derecho Natural y Ciencia del Estado” es el subtítulo de la obra más importante del pensamiento político escrita por Hegel: sus Lineamientos de la Filosofía del Derecho. Los términos presentes en el mencionado subtítulo, designan dos disciplinas que son constitutivas de la filosofía jurídico-política pre-hegeliana, precisamente, el 'derecho natural' y la 'ciencia del Estado'. La primera tiene sus orígenes entre el siglo XVII y XVIII. La segunda pertenece a la tradición de la filosofía política clásica. Lo sustancial del propósito de Hegel consiste en sorprender la abstracción que se genera a partir de la fractura, del desgarramiento, puesta entre ambos términos. Para la filosofía política clásica, una visión de los hombres aislada de lo político significa el acercamiento a lo meramente natural y barbárico, la salida de la civilización. El soporte del idiota. Sólo con la irrupción de la subjetividad, propia del espíritu moderno, la llamada ciencia del Estado se independiza de la antigua consideración del ámbito de lo público como comunitas civilis sive politica. Pero el resultado fue la separación radical de la vida política y de la vida civil, del derecho y la moralidad. Desde entonces, o el individuo privado o el Estado son puestos, indistintamente, como premisas del quehacer de la sociedad. El comunitarismo o el individualismo tienen sus orígenes en esta doble abstracción.

Norberto Bobbio habla de 'individualismo' contra 'organicismo'. De un lado, el emprendimiento privado. Del otro, el estatismo proteccionista. Dos polos antagónicos que, inducidos por la lógica del entendimiento reflexivo, se enfrentan recíprocamente. O lo uno o lo otro. El Aut-Aut: o el totalitarismo estatista o el individualismo privatista. La trama se ha roto y el tejido social cobra sus inevitables víctimas. Sin fuentes de producción, sin alimentos, sin medicinas, con una inflación que se desborda con el pasar de las horas, con una inusitada violencia que amenaza la propia existencia del ser social, del todo y de las partes. Es la república de la conciencia desgarrada, de la ficción, del no-reconocimiento. La república del dolor, en la que no cabe el Ethos o, como lo llama Ortega y Gasset, la civilidad. La reflexión ha actuado para cumplir su labor de disección: el “socialismo” se asume como el aplastamiento absoluto de la iniciativa privada. El “neo-liberalismo” como la hostil confrontación “contra el Estado”. Estatolatría contra privatización. Privatización contra estatolatría. Y, dependiendo del punto de vista desde el cual se represente el correspondiente antagonismo, se asumirá el consecuente “logos” maniqueo: éste es “el bueno”; el “otro” es “el malo”. Prisioneros de sus correspondientes dogmas particulares, en realidad, de sus “pasiones tristes” -como las denomina Spinoza-, de sus irracionales prejuicios e inclinaciones instintivas -mientras, nel mezzo del cammin le van sacando el mayor provecho personal al asunto-, ambos lados terminan por depauperar y destruir la sociedad y, con ella, a los individuos, es decir, tanto a la sociedad política como a la sociedad civil, ese complejo orgánico y necesariamente contradictorio, correlativo en sí mismo, que constituye al Estado.

¿Cómo se puede interpretar el “no estamos dispuestos a entregar el poder”, como estatismo o como supremo individualismo, como comunitarismo o como privatización del Estado? ¿Cómo conviene asumir la vieja sentencia: “no participo en elecciones, no me interesa la política”, ¿como una expresión de la privatización de la vida pública o como una manifestación de estatismo privatizador? En síntesis, la “lógica”, o más bien, este modelo de la absoluta incoherencia e inconsecuencia, desde la cual se pretenden fundamentar ambos puntos de vista -o más bien, sus intereses-, terminan por trastocarse recíprocamente, poniendo de relieve las miserias sobre las cuales sustentan sus discrepancias. Al final, tirios y troyanos terminan asumiendo el “silogismo de autoridad”, que presupone la existencia de un “lado bueno” y un “lado malo”, como si cada lado pudiese existir sin la presencia del otro, como si ambos no fuesen necesarios el uno para el otro, como si cada uno de ellos no fuese la garantía de la existencia del otro. 

Conviene, una vez más, insistir en la formación cultural, en la schilleriana educación estética, como fundamento de la vida pública y de la vida privada para la creación, como dice Hegel, de una “segunda naturaleza”, como, de hecho, lo es la vida civil. El Ethos no es, como supone la tradición jurídico-política moderna, una “teoría de la moral”, sino, en sentido estricto, la indisoluble unidad de individuo y sociedad. Para tener costumbres robustas, capaces de promover bondad y prosperidad, es prioritario conquistar una adecuada reforma moral e intelectual. El Estado no es la simple supresión del derecho y la moralidad sino, justamente, su correspondiente superación y conservación. Lo uno no es nada sin lo otro. Sólo se supera lo que se conserva. Un árbol no es un árbol si no conserva en la majestad de la extensión de su follaje la multiplicación de la semilla que le ha dado origen. Y es en esto que consiste el objetivo de una educación integral, capaz de trascender los límites de lo meramente técnico o instrumental. Más que del conocimiento, el futuro está en la sociedad del re-conocimiento porque el re-conocimiento es la garantía de la libertad republicana. La libertad debe enfrentarse y superar los límites que ella misma se impone. No hacerlo significa permanecer en la pura pretensión de ser lo que no se es. Las repúblicas de la reflexión, de mero reflejo -que viven de espejismos-, con sus “montones de gentes” y, en consecuencia, con sus multitudes ignorantes, están condenadas a padecer las plagas generadas por su propia barbarie.  

    



  



José Rafael Herrera

@jrherreraucv


     



La técnica de las técnicas


 


La libertad de hablar se está perdiendo. Antes era evidente que las personas que mantenían una conversación se interesaban por su interlocutor, pero eso ha sido hoy sustituido por la pregunta por el precio de sus zapatos o de su paraguas. En toda conversación se va infiltrando el tema que plantea las condiciones de vida, el del dinero. (…) Es como si estuviéramos atrapados dentro de un teatro y tuviéramos que presenciar la obra que se representa en el escenario, lo queramos a no, convirtiéndola, una y otra vez, en objeto del pensamiento y la conversación (Walter Benjamin).

El castigo ha dejado poco a poco de ser teatro (Foucault), quizás porque el teatro comenzó, desde algún momento en más, a formar parte de la cotidianeidad que necesitaba "el nuevo hombre" que estaba naciendo. El acceso a las artes debe venir desde medios controlados, ojalá desde las pantallas, nunca más desde la espontaneidad. Los pueblos tienen un vigor especial, son las parteras del arte, alimentarlas, avivarlas, es traer las llamas del Olimpo a los sedientos esclavos (Hegel). Lo que sobrepasó por completo al teatro griego como ornamentación educativa para las polis, fue la tortura europea del siglo XVII. Así como cualquier tipo de ostracismo de antaño, sigue permaneciendo vigente en la cultura popular como susurraciones, los implantes que se quieren instalar con lo ausente, con lo falto; así se cambia lo ornamental para alterar lo fundamental.

La evidente reacción de los actores en cada una de las piezas de este "Espectáculo de los reyes" (Debord), precedió a gran parte de las teorías filosóficas continentales y analíticas del siglo XX. Al traspasar el poder de castigar se traspasa la maldad, al anonimato. 

Los actores de un reino ejecutaban sus papeles con pasión porque eran la obra, eran su llama, su calor, su razón, quienes estaban en la última escala para la creación del lenguaje (ciencia) y la cultura (literatura). El verdugo sabía que sus manos y sus herramientas representaban el poder del rey, éste jamás podría quedar mal, de lo contrario, el escarnio sería mayor. Hipotéticamente, es otro el que castiga desde las sombras, pero no participa en el castigo dada su bondad intrínseca nombrada por Dios. La gracia es no saber quién castiga, vemos un acto y ejecutores a sueldo que siguen ordenes (Nuremberg), la gracia, es la oportunidad de ser algún día perdonados por un agente que puede estar a un metro o a miles de kilómetros de distancia, omnipresente, siendo el mismo el que nos condenó, el mismo quién nos salvó, un aparato, una logística. El supliciado era la encarnación del cuerpo del Cristo, era uno con su sufrimiento, quién murió y seguirá muriendo por todos nuestros pecados, reprimidos (cínicos(filosofía)), en una liturgia sonora-visual que demuestra las consecuencias de ser masa, pero no las comprende (siglo XX). Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.

El público forma parte de un juicio, es jurado, una propaganda nacida por ellos mismos, para ellos mismos, desde sus pobres techos, desde sus humildes moradas; reaccionan al evento avivándolo, o en contados casos, pidiendo compasión, pero siempre reaccionando. Ni la democracia fue tan políticamente participativa como una obra de teatro. Hay muchos casos documentados en que los verdugos debieron huir de sus propios puestos ante la ira del pueblo por piedad o por gracia.

Es entonces el teatro una forma antigua de conocimiento de la opinión pública (un voto), una elección sin registros estadísticos, que opina del poder de sus políticos y de sus violadores, un juicio estético reservado más para definir el mal y el bien. Es subjetividad misma, lo que Immanuel Kant quiso ahuyentar con sus críticas terminó por reforzar la subsección a la razón. 

El teatro es la política de los infiernos... corazonadas, ritmos, pautas manipuladas, aunque sin un resultado predecible; lo predecible es que se mostrará una cultura que de una u otra manera sobrevivirá. El teatro es el único medio en donde la humanidad se enfrenta a sí misma (Miller). La esencia literal del averno de Sartre. Los círculos de Dante no son más que una representación.

Es la imagen que causa el teatro una opinión de cada tiempo, una manifestación culta. Si el teatro es paupérrimo, hablamos de una sociedad paupérrima; cada cosa que se insinúa, se dice, se hace, habla sobre emperadores e imperios. 

El cine habla de muchas cosas, entre ellas de dinero, de espacios de tiempos, de limbos; el teatro es presente puro, el mas natural de los actos como regalo, aunque regalo siempre para una Troya. Un engaño para una guerra, para un descanso, para una fiesta, para una masacre... mas no todo esto es polar...

Masacrar a un pueblo, en estos ámbitos, es disminuir su capacidad de sentir, hacer guerra con un pueblo es coartar y tomar su cultura, extasiarlo para que se sienta angustiado, devastado, exhausto.  

El teatro no nació como accidente aunque sea uno, como una cosa que nunca sabremos si en realidad fue o si volverá a ser. Es innato. Puede ser cualquiera, nacer cualquiera. No podemos identificarlo con alguna civilización, aunque la creencia esté. Es un acto de fe. 

 El teatro es tentador, tentación, tentativo, tensión. Un universal. El creador de los proyectos binarios tuvo que haber conocido el teatro, así como la guerra, así como la política, así como el ritual. Todo acto político es teatral. 

Recibe el reconocimiento a través y sólo a través de su iniciativa. Es la intención más acertada de las simulaciones, pues miente con la verdad.

El poder es mentiroso, de ahí el posmodernismo. La máxima que acusa es esta: las verdades establecidas, los hechos, las causas exactas, las moralidades. El arte de mentir debe separarse del castigo en la plaza pública, el castigo verdadero debe ser en las sombras. El falso castigo, así como las falsas caricias, son a plena luz del día. La mentira, como arte, como verdad danzante tiene esta corriente: el actor tiene la responsabilidad de ser el rey de su papel el tiempo que sea necesario, tan excelentemente como para que nadie se le iguale, y tan cruelmente para que nadie se le acerque.

Conócete a ti mismo y conocerás al mundo. El teatro se atreve a gritar esto en la cara de su público. Es una caracterización de valientes, de memorizadores coloniales de algún tipo de psicología, de guión; perseguidos día y noche por su imposible pizarra limpia. El actor en general, si no tiene público, tiene lentes. El actor en particular, tiene tablas, respiros, murmullos, susurros, silencios, respetos, aplausos. Es su propia vida un accidente. 

La vida de un actor no se rige por la verdad, sino por el mito, por una confusión profesional sobre quién es verdaderamente. La más santificada ambigüedad en algún tipo de persona; después el loco, después el villano, después el comediante, ninguna tan necesaria, tan anhelada, tan maestra.

¿Quién sabe lo que se puede hacer con una bomba? ¿Un rey? ¿Un poder? ¿Un pueblo? ¿Un actor? ¿Un espectador? ¿Un ejército? ¿Un coro? ¿Un director? ¿Quién vendrá a salvarnos con otra obra artística que sobrepase, que trascienda nuestra alienación? Invirtamos los términos. ¿Volverá algún Vietnam? ¿Es el teatro la más evolucionada de las técnicas de las tinieblas? ¿De la llegada de un mesías, de nuestra historia, de nuestra vida, de nuestra especie?

El presente, para ser tiempo, debe viajar al pasado (San Agustín). Mil demonios acechan la frontera de las nobles verdades. Mis manos quizás actúen la posición de sus dedos. De todas formas, jamás lo sabremos.  


"El tiempo corre. Gracias a él, primero vivimos, lo cual quiere decir que ya hemos sido acusados y juzgados por la gente. Luego morimos y permanecemos aún unos años entre los que nos han conocido, pero muy pronto se produce otro cambio: los muertos pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo real, pasan a ser marionetas" (Milan Kundera)

De los idiotas

 De los idiotas



José Rafael Herrera

@jrherreraucv


“Si la conducta y el discurso de un hombre dejan

de ser políticos, se vuelven idiotas: egocéntricos,

indiferentes a las necesidades de su prójimo,

inconsecuentes en sí mismos”.

                                               Christopher Berry, 

   La idea de una comunidad democrática, 1989



De los idiotas con CI


La política, muy a pesar de las premeditadas campañas publicitarias que se ejecutan en su contra -las que, por cierto, en los últimos tiempos se han vuelto sistemáticamente reiterativas-, es más que la ocupación de un cargo o que el empleo de una pericia, de una techné. En realidad, muy por encima de tales representaciones, más o menos convencionales, la política es una disciplina no solamente ética sino, además, estética, dado que comporta nada menos que el delicado arte de ser ciudadano, lo que equivale a ser un compositor, un arquitecto o un edificador de la vida civil, de la existencia común, en sociedad. 

De hecho, el término griego poiesis, que fundamenta la creación poética, se traduce como “el hacer productivo del ser humano”. Y en tal sentido, se puede afirmar que la política, bien comprendida, se identifica con la acción poética. Después de todo, la praxis política es un modo de realización estética, una “obra de arte”. Es por esa razón que los idiotas no pueden ser políticos. Y cuando lo intentan las consecuencias pueden llegar a ser catastróficas. Desafortunadamente, el siglo que apenas se inicia, heredero de las pestilencias de la egolatría sembrada por el entendimiento abstracto y sus mass media, ha ido apuntalando los frutos de su retorsión, al punto de generar una auténtica pandemia de idiocia en el ámbito del quehacer político y social, lo que equivale, en términos onto-históricos, a una auténtica contradictio in terminis. Al mayor embrollo.

A comienzos del siglo XX, los psicólogos positivistas Alfred Binet y Theodore Simon, llevaron a cabo lo que pomposamente designaron como “la primera prueba de la inteligencia”. Su propósito consistía en calcular el coeficiente intelectual de las personas, teniendo como base la destreza de los niños para tocarse la nariz con el dedo índice o para contar monedas. Así fueron, poco a poco, clasificando el coeficiente intelectual (CI) de sus potenciales conejillos de Indias. Para ellos, las personas “normales” presentaban un CI mayor a 70, pero un “superdotado” poseía un CI de 130. En cambio, quienes poseían un CI inferior a 70 eran calificados como “débiles mentales”, si poseían una edad mental entre 7 y 10 años. Estaban entre los “imbéciles” quienes se encontraban entre los 3 y los 7 años. Y los “idiotas” eran los que poseían una edad mental de 3 años. Como en su momento señalaran Adorno y Horkheimer, el modelo de “ciencia” positivista, que sigue ejerciendo su hegemonía sobre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, apesta.

A partir de entonces, el término “idiota” pasó a ser utilizado con pasmosa naturalidad en las áreas jurídicas, psiquiátricas y comunicacionales, echando las bases para su consecuente vulgarización, es decir, para su uso y abuso por parte del sentido común. Y fue así como la expresión “idiota” comenzó a ser asociada con las personas que o padecen de cierta discapacidad mental o con aquellas a quienes se pretende ofender, desplazando, de ese modo, el sentido y significado de su auténtico origen histórico y cultural, el cual por cierto poco tiene que ver, en sentido estricto, con el que le atribuye la vulgata positivista. En efecto, para la cultura clásica antigua, un ίδιώτης se corresponde con un ciudadano al que solo le interesan sus asuntos, sus negocios personales y, por eso mismo, es un individuo privado, limitado e indiferente ante los asuntos propios de la vida pública, de la ciudad, de la πόλις, pero no por debilidad mental o por poseer un bajo coeficiente intelectual, inferior a 70, sino por carecer de educación ciudadana.

Es probable que cuando Brecht escribiera el conocido poema Ahora vienen por mí, estuviese pensando en los idiotas, mezquinamente absortos en su propia indiferencia, esos que no parecen enterarse del dolor ajeno hasta que ya es demasiado tarde. Como advertía Platón, “el precio de desentenderse de la política es el de ser gobernado por los peores”. De hecho, el desentendimiento y la indolencia respecto de “la cosa pública”, tarde o temprano termina en los acantilados de la selva del Darién o en las turbulentas aguas del Río Bravo. Fue Descartes quien afirmó que “por lo menos una vez en la vida” se hace necesario atreverse a dudar de los propios prejuicios y de las propias presuposiciones. 

Un idiota ve los árboles, pero no logra ver el bosque. Él es la viva imagen de la crisis orgánica del presente, la confirmación de la progresiva desnaturalización de la propia condición humana. No es, como dice Bauman, el resultado de una “modernidad líquida”. Más bien, es un licuado, un deshecho. Y es que, en estos tiempos de culto a lo privado y de pensamiento débil, los idiotas pululan, brotan como los hongos de la tierra. Los unos consideran que la acción política nada tiene que ver con sus intereses personales, y afirman que si no trabajan no comen. Los otros, más osados, se incorporan -o se “enchufan”- al “negocio” político con el objetivo de sacarle algún provecho personal y, de ser posible, enriquecerse a costa de los recursos públicos, es decir, a costa de la pobreza de las mayorías. Y, al gansterilizarse, la política es sustituida por la idiotez. Casos diversos. Consecuencias idénticas. Deliberadamente se ha ido sembrado el rechazo del interés por la vida política. La fórmula es muy sencilla: mientras menor sea el interés por la política mayor será el grado de idiotez. Como afirmaba Aristóteles, el hombre es un animal político, un zoon politikón. Es verdad que, como dice Marx, “solo hasta el siglo XVIII, con la “sociedad civil”, las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados”. Pero, paradójicamente, durante “la época que generó este punto de vista, esta idea del individuo aislado”, se produjo el mayor crecimiento histórico de las relaciones sociales, al punto de alcanzar “su más alto grado de desarrollo”. El resto son “robinsonadas”.

A los idiotas, convendría repetirles -siguiendo la conseja cartesiana-, por lo menos una vez en la vida, la estrofa final del poema de John Donne citado por Hemingway en Por quién doblan las campanas: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.