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Sol Invictus



Los magos de oriente


«Vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén y preguntaron:
“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?, porque
su estrella hemos visto en el Oriente”».
                                                                                     Mateo.

A Leandro


 La solemne celebración del nacimiento del Sol Invicto -Invicti Solis- tiene su origen en la Roma clásica. A partir de la llegada del solsticio de invierno, el 21 de Diciembre, el día más corto del año, la tierra recibe menos luz, todo se enfría, y enteras regiones del norte se cubren de nieve. A su paso, la oscuridad de la noche se va apropiando de las luces del día, cubriéndolas con su manto de sombras. Pero, justo a partir de ese momento, el sol renace en todo su esplendor. Y, sostenido por las invencibles luces de su renacer, se eleva ante el pueblo romano que, jubiloso, inicia la celebración de las fiestas en su honor. Saturno todo lo devora. Es el dios del tiempo que, antes del reinado de Júpiter, gobernó la edad de oro, también conocida como la era de los iguales. Las fiestas saturnales, proyectadas en su honra, culminaban el 25 de Diciembre. Una estrella, la más resplandeciente de todas, presidía las fiestas. Solo entonces los magos anunciaban el nacimiento del redentor y, con él, del final de la tiranía de las sombras. Era la proclama del inicio de un tiempo de emancipación, de una nueva era para la humanidad.      
 La palabra “mago” proviene de Persia y significa sacerdote o, más específicamente, seguidor de la antigua religión de Zoroastro o Zarathustra, fundador del mazdeísmo y autor de los cánticos sagrados compilados en el Avesta, que datan del siglo VI antes de Cristo. Los “magos” zoroastristas, al igual que los judíos, creían en la llegada de un Mesías, cuyo nacimiento, dado a luz por el vientre de una virgen, sería anunciado por una estrella. Estudiosos de las constelaciones, los sacerdotes o magos esperaron pacientemente el momento indicado por el firmamento para seguir el rumbo de la estrella, y así poder ser testigos presenciales del nacimiento del rey de reyes, como lo llamaron. Y es que se trataba, nada menos, que del alumbramiento del hijo de mismísimo Dios.
 A pesar de ser un devoto del más ortodoxo rigor, Dionisio el Exiguo no se distinguió, precisamente, por señirse a los detalles en la elaboración de sus cómputos matemáticos. Monje y erudito escita del primer siglo de la era cristiana, Dionisio tuvo el encargo oficial de calcular el año del nacimiento de Jesús de Nazareth, con el fin de establecer el Anno Domini (A.D.), el calendario sustitutivo de los calendarios paganos que le precedían, y al cual debía ajustarse el nuevo orden de las cosas. Para saber cuando nació Jesús, el monje basó sus cálculos en la cantidad de años que gobernó cada emperador romano, sumándolos de forma regresiva, hasta llegar al año del nacimiento de Cristo. En efecto, su nacimiento se produjo durante el reinado de Augusto, quien gobernó Roma desde el año 31 aC hasta el 14 dC. No obstante, durante los primeros cuatro años de su mandato, Augusto gobernó con su nombre verdadero, Octavio. Y cuando Dionisio estaba haciendo sus cálculos, tuvo un descuido: olvidó sumar esos primeros cuatro años. Pero, además, olvidó el 'año cero', pasando del año primero aC al año primero dC. En una expresión, al calendario de Dionisio le faltan cinco años, y desde entonces la era cristiana ha llevado a cuestas este descuido. La humanidad entera celebró el milenio en el año 2000, cuando debió haberlo celebrado cinco años antes, en 1995. Y por la misma causa, Jesús de Nazareth nació cinco antes de su propia era. 
 Cuando Dionisio elaboró su calendario, la fecha exacta del nacimiento de Jesús ya había desaparecido del recuerdo de sus seguidores. Tuvo la Iglesia que adoptar una fecha cercana al solsticio de Invierno, que el emperador Aureliano había hecho oficial en el año 274: la del nacimiento del dios Sol Invictus, es decir, el 25 de diciembre, sustituyendo así la celebración pagana por la cristiana, porque, -argumentaban- así como la claridad del sol termina venciendo las tinieblas, la bondadosa luz de Jesús termina venciendo la oscuridad del mal. En todo caso, y más allá de los solapamientos cronológicos, litúrgicos o de los sincretismos religiosos, a los efectos de poder precisar la fecha del nacimiento de Jesús, resulta necesario tener certeza del paso de la estrella de Belén sobre el firmamento, es decir, reconocer, más en detalle, el periplo de la estrella que seguían los magos, sacerdotes de la doctrina de Zoroastro.
 Según Michael Molnar, astrónomo y especialista en historia de la astrología antigua, profesor de la Universidad de Rutgers, en New Jersey, el día 17 de Abril del año seis antes de Cristo -“la noche en la que los pastores vigilaban sus rebaños”, como dice Lucas, el evangelista-, Júpiter, “la estrella de los nuevos reyes”, iluminaba el cielo de Belén. Tómese en cuenta el hecho de que en esa ciudad, enclavada en los montes de Judea, los rebaños salen por la noche sólo seis meses al año, de abril a septiembre. No salen en diciembre, porque hace demasiado frío. De modo que, según la descripción dada por los evangelistas y estudiada por los expertos, si Jesús nació en Diciembre lo hizo sin la presencia de la “estrella” de Belén y sin ovejas pastando cerca de su pesebre. Pero si hubo “estrella” y ovejas, entonces la fecha no fue en diciembre, sino en abril. Por siglos, la cultura occidental ha celebrado, con los antiguos césares romanos, el nacimiento del Sol Invictus en nombre del adventus Redemptoris. A lo cual se han ido sumando algunas otras festividades tradicionales del norte de Europa, como la fiesta del Yule o celebración pagana del solsticio de invierno, en la cual la noche más larga del año guardaba consigo la promesa de que, a partir de ese momento, los días irían creciendo y, con ellos, mejoraría la cosecha. Para celebrarlo, las tribus festejaban durante doce días continuos con abundante carne y cerveza. Un gran tronco de yute, que hacían arder, presidía las festividades. Anunciaba el nacimiento de dios. En las casas se colocaban troncos de yute -abeto o pino- que simbolizaban el árbol de la vida, especialmente para la protección de los hogares contra los espíritus de la oscuridad. Pues bien, ese es el origen del árbol de Navidad que la cultura cristiana terminaría haciendo suyo.
 Y sin embargo, muy a pesar de los entendidos -o de los malentendidos-, sobre los cuales se han elevado tantas reliquias de piedra, de yeso, de cartón o de silicona -tantos dogmas, tantos prejuicios, condenas e imposiciones encubiertas o abiertas-, la historia de la celebración de la Natividad confirma su grandeza por sí misma. El espíritu de humanidad (Weltgeist) la anima. Es lo extraordinario y sorprendente de su encanto. Cada celebración de la Natividad representa un nuevo comienzo, una nueva oportunidad que no depende ni de las estrellas ni de los árboles, sino de la fe en sí mismo, en el deseo de cambio, la libre voluntad y el propio esfuerzo. Es la promesa del renacimiento de los valores fundacionales de Occidente, tan maltrechos por estos días que corren. Pero precisamente por eso, conviene tener presente que es tiempo de rectificación. Rectificar significa reconocer los errores cometidos a fin de enfrentar el mal del que también se es responsable. Es el deseo consciente de luchar para vencer las tinieblas de la tiranía y la tiranía de las tinieblas. “Ten el valor de equivocarte”, decía Hegel. Para lo cual es imprescindible enmendarse. Ese es el significado real de la Navidad: es el Sol Invictus en el que siempre brilla una nueva oportunidad para poder comprender y superar. Y es en esto consiste la “revolución copernicana” llevada a cabo por Jesús de Nazareth. La Navidad exhala el aroma de la libertad. Por eso Hegel llamaba al cristianismo “la religión de la libertad”. En la conciencia, que con cada año vuelve a nacer, la fe y el saber se reúnen para celebrar el triunfo de la humanidad libre. Afirmaba Spinoza que Jesús ha sido siempre “la verdad esencial del humanismo” y “el mayor ejemplo de serenidad racional”.     



El Yin Yang Lingüístico


 


La lengua es un sistema de diferencias. Si cada significante propone otra cosa ¿Cuándo realmente llegamos a la cosa? ¿Hay una cosa primordial o, exagerando, la sustancia de las sustancias? 

Cuando se trata de usar un signo para una sustancia el ser humano tiene problemas con respecto a lo que imagina pero desconoce. Lo desconoce porque no ha llegado a un consenso y no llegará en lo que se refiere a un signo, dado que un signo es demasiado opaco para iluminar; no es ni exacto ni preciso, entonces la sustancia se forma por una red de significados que pasan a ser un significante en el consenso, y se hace un poco más significante en cuanto más académicamente se haga. Entre más sabiduría, menos significante y más significado. Con el caso de la cosa es más problemático. Notamos el caso de la cosa para la cosa, es decir, un signo necesita otro signo para existir. Para este apalancamiento, ¿se debió necesariamente utilizar a la sustancia primariamente? ¿O hay una cosa para la cosa? No hay una relación directa entre el signo lingüístico y la realidad.

Esto quiere decir que el lenguaje es un sistema arbitrario de signos. Una arbitrariedad que involucra una historia directa e intima con la historia humana y su devenir, la arbitrariedad del poder. Es importante notar que la realidad y la historia no tienen por qué coincidir, dado que, como historia con una prehistoria siempre se le debe minimizar por convención. La historia es el medio por el cual se manifiesta nuestra libertad, la realidad es el ambiente donde se manifiesta este medio, supongo que esto resuelve algunos problemas políticos; donde esta historia se resuelve como mediación a la realidad, como antítesis, es que se debe inventar la política. Es por tanto la historia un requisito para el desarrollo de la lengua, esto es, ¿tienen los nativos montañeses una palabra fácil para océano? ¿Tienen las civilizaciones portuarias una palabra difícil para el mar? La historia forma una trama que maquina nuestro lenguaje, desde ahí comienzan a gobernarnos los muertos, los muertos desde la cultura, desde nuestras nociones de arte, desde las leyes que obedecemos, y los derechos que creemos tener porque nuestros ancestros o bien fueron amos o esclavos.  De todas formas, siempre el océano, el mar, tienen otros significados, otros recovecos, se encuentran entre el signo y la sustancia, divididos por el poema y la prosa, tan dioses como nuestras venas.

Como la lengua es historia, hace historia, hace filosofía, nace el estructuralismo. El lenguaje es una herramienta para la construcción de identidades individuales y colectivas. Por ello el lenguaje está vivo, muta, porque la historia muta con sus signos por otros signos, por otras historias tan violentas como las otras, es así como la sintaxis ha significado desde el mundo antiguo: orden de batalla. Que el lenguaje sea historia involucra que exista una historia de las matemáticas, una historia del arte, una historia de las ideologías de género, las que precisamente quieren cambiar el lenguaje, porque saben que cambiando el lenguaje cambian la historia. Tener el curso de la historia, no es otra cosa que demostrar la potencia de obrar, pero como su definición es la libertad, también la potencia de abstenerse de obrar, como, muy entre comillas, España en la segunda guerra. Cosa curiosa, la verdad se defiende sola, pero es que la verdad no es otra cosa que la realidad que los fuertes quieren escribir. Por lo que terminan negándola. La verdad es el papel donde los titanes quieren dejar sus huellas.

La conciencia es la presencia de Dios en el hombre (Víctor Hugo). Es sólo la conciencia la que es capaz de ver la cosa y la sustancia, de separarlas y de conocer qué tan alejada está la una de la otra, pero a la vez de unirlas y de especular el lenguaje, por lo que la única respuesta posible a la pregunta: ¿Existe el signo del signo? La respuesta es la conciencia. Pienso, luego existo. Pero es que este pensar es el hecho concéntrico por referencia, una forma de significar el Yo, la sobrevivencia, un actuar de poder que cambia la realidad, pero, para decirlo en términos hegelianos, que cambia la razón. La conciencia es la única evidencia de que existe el signo. ¿Pero, que la conciencia dude de la sustancia, implica que la conciencia sea una sustancia? La conciencia duda de sí misma, la conciencia duda de la sustancia en cuanto no la puede atrapar, bajo esta propiedad, la conciencia cumple este requisito. ¿Habrá otros?

Si existe algún conflicto entre el mundo natural y el moral, entre la realidad y la conciencia, la conciencia es la que debe llevar la razón (Henry F. Amiel). La conciencia lleva la razón, mas la realidad la tiene, como el vinicultor que extrae la uva para comenzar el proceso del vino, de lo báquico, del misterio, de las estructuras del conocimiento y de la cultura, para poder extraer el jugo de la fuerza, de la dominancia, del poder del Übermensch, para dominar el lápiz que escribe porque conoce las reglas de esta arquitectura. La conciencia inventa sus propias razones, ¿es sustancia, es signo, da a luz signos? Quizás sólo queda pensar que ni se crea ni se destruye.

La conciencia según el pensamiento oriental no cambia, es eterna, pero es adquirida en porciones parciales para el sujeto. Según la problemática, no siempre el sujeto es consciente, ni tampoco hay garantía que el sujeto en algún momento del tiempo, llegue a tener conciencia, por tanto, la conciencia puede no ser una característica del sujeto, puede que venga de otra parte, puede que entre en contacto en nuestra realidad pasando por el filtro del sujeto, para luego marcharse. Una especie de arista que entra fácilmente en el ámbito religioso, aunque en el budismo, que habla bastante de la conciencia, y que es catalogado como la religión atea por antonomasia, curiosamente, se marca como una conexión con lo que somos, mientras que el sujeto está atado a sus pensamientos, a sus emociones y a sus relatos, a la batalla entre realidad y razón. Prehistoria para historia, historia para prehistoria, susurrando los símbolos en todo momento. Como negándose a sí mismo, el sujeto llega a los extremos de su todo, radialmente, y si no es por sí, si es en sociedad, en constante cambio.

 “El problema central de la filosofía. Relación de la palabra con el objeto... ¿Qué es una palabra? Un signo arbitrario. Pero vivimos en las palabras. Nuestra realidad, entre palabras, no cosas. No existe cosa tal como una cosa, de cualquier modo; una Gestalt en la mente. Entidad... sensación de sustancia. Una ilusión. La palabra es más real que el objeto que representa. La palabra no representa la realidad. La palabra es la realidad. Para nosotros, de cualquier modo. Quizá Dios llegue a los objetos. No nosotros, sin embargo” (Philip Dick). Quizás por ello el sujeto tiene la ilusión que la conciencia se le va, porque la conciencia es una ilusión. Considera la posibilidad de que a Dios no le agradas. Puede que Dios nos odie tanto que su castigo, nuestra vida en la tierra, no sea más que un castigo mental, un castigo psicológico, estar sujetos a estas palabras como si fueran el mundo. Como si el lenguaje formara parte de la expiación y la condena, un medio artístico humano y divino, a través del cual podemos amasar nuestra lejanía con las cosas, y las palabras jugaran con esta polaridad de los signos que no acaban, ni se sabe de dónde viene.

Para que tu mano derecha ignore lo que hace la izquierda, habrá que esconderla de la conciencia (Simone Weil).

 

 

Leer en busca de una intención.

En el ámbito de la filosofía, la interpretación de los textos no siempre se centra en lo que significan literalmente, sino en lo que buscan resolver. La lectura con intención va más allá de la simple decodificación de significados, adentrándose en la búsqueda de respuestas a problemas específicos o en la captación de estados emocionales, de aprendizajes conductuales.

Esta práctica de leer no solo por el contenido sino por la intención detrás de él, nos lleva a preguntarnos: ¿cómo podemos profundizar nuestra visión? Es aquí donde la curiosidad religiosa juega un rol crucial, transformando gestos, formas y palabras en conceptos y enunciados cargados de significado. 

¿Cómo el acto de leer con intención permite al lector y al autor interactuar con problemas filosóficos y afectivos, promoviendo una comprensión más rica y profunda de la realidad a través del lenguaje y su evolución?.


Imagen conceptual de la lectura con intención en filosofía, mostrando cómo se transforman gestos y formas en conceptos profundos, con elementos que representan la evolución del lenguaje y la captación de afectos.



Pueden existir lecturas por la búsqueda de una intención, si es el encuentro con un problema que aclare un estado de cosas, a partir de ahí sería lectura por intención (y no por significación) como las lecturas místicas de textos orientales, o religiones antiguas. Siempre se pretende ver más, ¿cómo consigo ver más?, esta es la curiosidad religiosa que conceptualiza gestos y formas y los enlata en palabras y enunciados…

Cuando se lee en busca de una intención se absorbe progresivamente un problema, el autor desarrolla un estilo a través del cual propicia la captación de afectos (esto lo hace el filosofó, el músico, el poeta, el pintor…) Algunos autores usan modos de pensamiento que se desplazan por rutas no-comunes, que potencian devenires no-masificados. Son autores no comprendidos, autores que pretenden afectos sin lengua y hablan de ellos en una lengua extraña, son estos quienes realizan la función de actualizar el tramado lingüístico de su época, y podrían llamarse; conceptualizadores, enunciadores, creadores o algo común a estos tres. Actúan como si la lengua se alterase por momentos y grados de afección, como si en la historia de las palabras algunas quedarán vacías por "economía emocional", y naciesen nuevos afectos que necesitasen de estas.

Pues, si hay palabras vacías de afectos y viceversa, estos autores realizan el trabajo de enunciación, necesitan la palabra que a través del mejor (más útil) enunciado consiga conceptualizar un afecto que cambia. Y sería una de las más virtuosas acciones de la filosofía.

La guerra ofensiva

 



"La perversidad de los malos pone incluso a los buenos en la obligación de recurrir, si quieren protegerse, a las virtudes bélicas, la violencia y la astucia, o mejor dicho, a la rapacidad bestial.” (Hobbes).


Hay una guerra que permite que se invadan espacios privados, intelectuales sobre todo, espirituales por más, como queriendo abarcar una humanidad que parece extinta; en estricta dominancia de la conectividad que pueda tener un mundo que se vislumbra solitario, desértico, pero aún desafiante para el mal, por el mal, hacia el mal, se prolonga una forma de vida tan amenazada como amenazante. 

Es el mal el peor de todos los miedos, dado que no puede existir por sí mismo. Antes de huir, advierte atrevidamente, dada su emergencia totalitaria de consumir, de absorber, de pretender ser eterno, estable, y, si cabe, feliz, pleno. Su fuerza tiende a ser mayor porque ataca primero, es ofensivo, vulgar, culpabilizante, alienígena, seductor.

Es alienígena en tanto no pertenece al orden de las cosas, se escapa de la matemática en pos del conductismo, es extraterrestre porque es artificial, inventado, su estrategia es la búsqueda de otros mundos para alterarlos. Pero nada puede existir sin su lucha, sin la resistencia que le regala sustentabilidad, la virtud del bien es el bien; por ello la guerra, de la guerra depende la existencia de la guerra. En esta lucha aglutinadora pierde consistencia y retrocede, toma características naturales para mutarlas en seductoras, crea su propio erotismo sin convalidar la existencia del otro, para su propio bien, se enmascara, trata de comprender el mundo superficialmente, y su terror regresa. Ataca de nuevo, copiándose, en serie, fluvialmente, su objetivo es tan claro que torna obvio, revolcándose en su propio vomito.

Lo que ha logrado es que filosóficamente se pueda detectar con más facilidad que nunca la existencia de la bondad, pero pragmáticamente sea cada vez más difícil seguirla. Ya el mero hecho de nacer nos torna malos, las fantasías secretas de las religiones y las culturas de la culpa se cumplieron, mutaron a reales. Todo lo real es racional y todo lo racional es real, si así lo creemos, es cuestión de fe. Un niño nace y se le hace un favor, instituciones le cuidan, le educan, le vigilan, le adoctrinan, para que la mera posibilidad de libertad sea alta traición. Cuidaron y adoctrinaron también a sus padres. No debes ser libre. 

Puedes elegir ser libre, pero es la última decisión que tomarás (Kafka).

Quién está en guerra no habita, está de paso tratando de destruir y colonizar las riquezas del territorio para después seguir evolucionando hacia otros parajes, a otras posibilidades. Habitar es comprender el lugar en donde se vive, no se existe por sí mismo sin el sistema que le rodea, sin embargo, si le incluímos, somos el bosque. Todos los sistemas que traten de desvincularse, de individualizarse, encuentran su perdición, su miedo, su guerra. Ser auténtico no es hacer perpetua la certeza de la muerte que acaecerá personalmente para persistir buscando el enfrentamiento con el Ser, reconociéndose hasta el infinito, ser autentico es considerar de qué depende esta autenticidad. La existencia debe ser elegida, claro está, pero también se elige el lugar donde habitar. Vincularse con la muerte puede ser un medio hacia una guerra total, ofensiva (nazismo), en ultima instancia, vana, dado que ser para la muerte desvincula la vida de las cosas. No trato en absoluto de contradecir a Martin Heidegger, pero es necesario atacar lo superficial siempre, el resumen, lo incompleto. Este raciocinio teorético, pierde el verdadero pensar, la verdadera ignorancia, el correcto observar, olvida que la vida es un misterio, que hacer un hogar es un misterio, que el hogar mismo es un misterio. La muerte no es un confrontar, es un habitar.

Así como el quién nos confronta teme, también puede infundir temor, pero este temor es extranjero. Así como seductora es la opresión, también puede infundir esperanza (pinochetismo), pero esta esperanza es extranjera. Donde hay poder hay resistencia al poder (Foucault). El bien puede permanecer estático y seguir siendo bueno, pero los humanos portamos el aguijón que nos envenena, lo que hace poco eficaz permanecer quietos por siempre, como la sangre que pierde su vida si se detiene. 

Hay resistencia desde la inferioridad, desde otras estrategias, completamente nuevas, con otras metas, diseñada para causar mucho daño en poco espacio, porque es minoría: la guerra defensiva, la guerra de guerrillas, tiene otra moral, otra estética, otra relación con las cosas. Como, diría el poeta, las aves surcan el cielo sabiendo que no les pertenece; simplemente le protegen con sus cuerpos, cuidan una forma de existir, de sentir, sin apropiarse. La fuerza de los desamparados, es su unión, su saturación con el territorio para unirse, para pensar como lo haría dios. Quienes crean su mundo luego lo cuidan, le dan libertad, dan preguntas y inventan respuestas. La guerra ofensiva rehúye todos los porqués, la guerra defensiva los enfrenta.

No es que los que se defienden se escondan en lugares secretos apartados del mundo, es que son el mundo mismo. Ellos ya están mientras se trata de coartar sus posibilidades, porque el mal quiere hacer de ellos un hogar, poseer, mientras el bien hace uno el todo. Los que conocen de historia saben que las religiones les brindaron estabilidad a los imperios, cuando estas religiones dejaron de responder preguntas, los imperios cayeron, llegaron otros respondiendo y haciendo más. La labor del amo y del esclavo ha hecho la historia, ésta por el contrario, les oculta, los borra del mapa y los utiliza.

“El agua mantiene a flote al bote, pero también lo puede dar vuelta. Lo mismo ocurre con el pueblo, este mantiene al príncipe, pero también lo puede derribar” (General T´ai Tsung). Se creía en la antigua China que el emperador debía ser el más recto de los hombres para que el pueblo se mantuviera recto, si el hombre pensaba y actuaba correctamente, la mayoría de los males del mundo desaparecería. La virtud personal del emperador, el Hijo del Cielo, era garantía de la felicidad de sus súbditos. Es esta moral casi religiosa, la que renace, lucha y pervive desde su minoría y su debilidad.

Lo salvaje, en las profundidades, pareciera ser lucidamente alegre. El bosque no es un elemento ajeno, es un nosotros, es un yo que antagoniza con la abstracción del dominar; en el fondo de nuestras almas pasa lo mismo. El buen salvaje está adelantado a su tiempo y al nuestro, siempre fue un hombre del futuro. El asombro ante el contacto del europeo con los indígenas de los continentes americano, africano y de Oceanía, es histórico; involucionó de tal manera que lograron aprovecharse de la ignorancia mercantil de aquellos que no necesitaban para ser felices más que su medio ecológico. Hubieron casos en que estaban sumergidos en luchas intestinas que les alejaron de la unicidad con su entorno, salvo algunas excepciones, en cada uno de estos continentes ellos fueron derrotados. El buen salvaje no fue una amenaza para los europeos, es una amenaza para los sistemas de poder. El "ser ignorante" de sus pasiones, proporcionan de una u otra manera los procesos para que sigua en pie la dominación actual. Pero no es una ignorancia de los deseos, sabemos muy bien lo que queremos, el problema es encontrar las razones, las emociones, los sentimientos o los placeres que nos digan que vale la pena luchar contra ellos. Apasionarse de nuevo es una tarea Definitiva en la medida que este nuevo hombre de las cavernas ignore sus vínculos con todo, y se una a esta nueva caverna de acero, de plástico, de silicona, que atrinchera a sus prisioneros, les da un arma como bozal, intercepta sus comunicaciones sin que se comuniquen con nada, sin que digan nada. Le dicen pasión en el comercial pero no en el corazón.

Nadie puede, según Rousseau, gobernar al pueblo mejor que el mismo pueblo. Es una posibilidad engañosa. Lo revolucionario es que nazca un ser completamente libre, es mucho pedir que sea un pueblo, últimamente nos conformamos con algunos seres. Aún se desconoce la libertad. La desigualdad social, las contradicciones y el futuro de la sociedad moderna, señala las aporías que conducen a los conflictos sociales y a las guerras. La victoria es inevitable, sólo queremos que sufran los menos, en lo posible. En tu lucha contra el resto del mundo te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo (Franz Kafka).

Cierre de un ciclo (inicio del fin)



“Un Estado estará bien constituido y será fuerte en sí mismo
cuando el interés privado de los ciudadanos esté unido a su
fin general y el uno encuentre en el otro su satisfacción y su
realización”
                                                                           G.W.F. Hegel

Representación visual de la fusión de elementos civiles y militares según Hegel, mostrando la creación de un estado de corrupción y la ineficiencia resultante del colapso social, con un estilo reminiscente de una reacción nuclear


 En las Lecciones sobre la Filosofía de la historia universal, Hegel, al referirse a los designios de la astucia de la razón, afirma que en la historia los particulares tienen sus propios intereses por encima del bien común, sus propias motivaciones y deseos, pero que, precisamente por el hecho de que sus motivaciones son particulares, tarde o temprano ellos, junto con los intereses que los motivaron a actuar, se desvanecen sin proponérselo para dar paso a un movimiento muy superior al de sus mezquinas apetencias personales. Algo -quizá mucho- de “la mano invisible” sugerida por Adam Smith hay en este argumento de Hegel. Un adagio popular venezolano resume con sorprendente nitidez la tesis hegeliana: “cachicamo trabaja pa' lapa”. Los particulares tienen la ilusión de ser el poder encarnado, personificado, pero, en realidad, son utilizados en los fragores de la lucha general para terminar -no pocas veces- siendo sus víctimas. Y es así como, en los llamados procesos históricos, los particulares terminan siendo, al final, simples “cartuchos quemados”. Lo extraordinario de esta astucia de la razón -así la llama Hegel- es que la voluntad general de un determinado pueblo necesita -sine qua non- de la acción de los particulares para llegar a ser lo que se propone, es decir, para conquistar sus objetivos. Pero en el tortuoso camino de la concreción del fin los actores principales -sus cabezas visibles- van cayendo en el camino, uno a uno, aplastados por las ruedas del molino de la historia que ellos mismos construyeron. Todos terminan aplastados. Unos van presos, acusados de ser criminales, incluso por sus antiguos compinches; otros tienen que huir despavoridos, llevando consigo la jaula de acero que ellos mismos se construyeron; otros aparecen asesinados sin la menor explicación; y otros o se suicidan o se mueren de cáncer. Parafraseando el Tractatus de Spinoza, el prepotente derroche de poder, las multimillonarias sumas de dinero birlado o los vicios y excesos de placeres sensuales, bien sea con barraganas o con barraganos, terminan desvaneciéndose. Una vez más, como decía Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.         
 Nadie puede negar el hecho de que los jerarcas del actual régimen venezolano -cuya característica más resaltante es la de su progresivo deslizamiento desde las formas ideológico-políticas consustanciadas con el totalitarismo nacional-socialista o con el fascismo tropical hasta su ya inocultable, abierta y directa, condición de cartel gansteril-, al principio, conformaron una junta de gobierno cívico-militar, compuesta por egresados de las academias militares y de las universidades nacionales. La denominada 'fusión civil-militar' fue, en realidad, la mayor perturbación ideológica que hiciera el extinto teniente coronel al quehacer político nacional, durante los años ochenta y noventa del pasado siglo, estando aún bajo el tutelaje de Douglas Bravo. Porque no se trataba de una simple alianza de lo uno con lo otro, como tampoco de la más compleja idea de unidad de lo militar con lo civil, sino, en sentido estricto, de una fusión.
 Fusionarse consiste en integrar varios elementos indeterminados en una entidad determinada. Así, lo militar dejó de ser militar y lo civil dejó de ser civil, para que los unos y los otros se fueron transformando, progresivamente, en vulgares criminales. En el lenguaje de la física, se trata de una reacción nuclear producida por la combinación de dos núcleos ligeros que se transforman en un único núcleo pesado. Y vaya peso el de forzar a un país pujante, colmado de las mayores riquezas naturales, a terminar arruinado y desmembrado. De dicha fusión resultó, pues, el nuevo elemento. Si se permite la analogía, podría afirmarse que así como la fusión nuclear del hidrógeno en el sol origina la energía solar, de la fusión nuclear de lo civil con lo militar se originó el gansterato. Ya no se trata de civiles o de militares conformando una alianza sino de un nuevo elemento, de una nueva forma de concebir la realidad, y, como diría Gramsci, de una nueva conformación hegemónica: la gansterilidad.

 Solo así se puede comprender la necesidad forista de las asambleas constituyentes en Latinoamérica y los intentos de creación de “nuevos Estados”, más cercanos al modelo político de las autocracias orientales -China, Rusia, Irán, Corea del Norte, Siria- que al Estado moderno occidental. No más sociedad política y sociedad civil, sino un Estado totalitario, cuyo fin último se propone el control absoluto de la sociedad civil, es decir, su más absoluta desnaturalización, y, por ello mismo, su consecuente desaparición. Esta es la razón por la cual se ha insistido en la conformación de un modelo de producción estatal que -por cierto- no produce, con la cada vez menor participación de la iniciativa privada en la producción económica. Las ficciones de un supuesto empresariado nacido a la sombra de la consigna “Venezuela se arregló”, ya ocultaba lo que ya se podía percibir desde los violentos tumultos de Las Tres Gracias en Caracas o desde La Liria merideña: que cuando se empobrece el espíritu de un pueblo tarde o temprano se descubre la corrupción inmanente a sus estructuras jurídico-políticas. Es lo que explica el pasaje de las expropiaciones y la estatización de empresas y tierras hasta la depauperación de todo un país, o la creación de instituciones oficiales paralelas a las ya existentes hasta la bancarrota del espíritu republicano. Es verdad que los zánganos ocupan una función determinada en los panales de las abejas. Pero si en un panal los zánganos logran asumir la conducción absoluta inevitablemente el panal llega a su fin. De modo que, de proseguir condenada a la administración sistemática de esa degenerada 'fusión cívico-militar', Venezuela, y lo que resta de su arruinado aparato productivo, más temprano que tarde colapsará definitivamente. Dejará de ser.


 Ya de suyo, y por su propia naturaleza objetiva, el modelo en cuestión parece haber puesto en evidencia sus contradicciones inmanentes. Subjetivamente, el fin final parece tocar a la puerta. Ha llegado el momento de los adioses, el profético Pedes eorum qui efferent te sunt, ante ianuam. Las llamadas “condiciones materiales de existencia” han servido la mesa para lo que se viene. La cacareada “guerra económica”, la excusa de las sanciones y del “sabotaje” ya no cuentan. Son el eco lejano de quien se niega a reconocer tercamente la derrota. Lo saben, pero los regímenes totalitarios suelen expiar sus incapacidades sobre el resto de la humanidad.


 La pobreza material se mide por la pobreza espiritual y ésta por la pobreza de las formas del lenguaje, a las que ha sido sometida la población durante los últimos tiempos. La ineficiencia crónica está directamente relacionada con la corrupción. La fórmula es sencilla: mientras mayor es el grado de ineficiencia mayor es el de corrupción. La pobreza de Espíritu y la corrupción, más que un asunto material, son formas de la inadecuación del Ethos del ser social. Decía Spinoza que la superación de dicha inadecuación estaba en el orden y la conexión de las ideas y las cosas. El Bien supremo es el resultado de una correcta formación educativa: el mal -dice- es la consecuencia visible de la ignorancia.
 Bajo las actuales circunstancias, no pareciera posible establecer relación alguna entre el aroma del contento, propio del Bien Supremo spinoziano, y las fétidas emanaciones que brotan del “poder popular para la suprema felicidad”. No sin astucia, el “tren de la historia”, que tan pomposamente decían conducir, terminará por llevarlos a sus respectivos destinos: al infierno como prisión o al tormento del mal recuerdo. Cronos devora a sus hijos. La historia sorprende a los que anhelan el poder para siempre. Es un terreno movedizo, inestable. Poco propicio para la eterna felicidad de los tiranos.      
        

Lo desconocido de la alegría

 




Así pues, lo que une a los hombres es la necesidad de sociedad que brota de su monotonía y vacuidad, pero no precisamente pocas cualidades desagradables y repulsivos inconvenientes los vuelven a dividir.

Arthur Schopenhauer

 

 

La unión es una forma, es una manera de encajar para cuadrar un efecto esperado. La unión contiene esperanza, claro está, es de parte de quien espera desde donde nace la civilización y toda forma de ayuda mutua. ¡Proletarios de todo el mundo, uníos!... Hay una respuesta a la soledad investigada científicamente, llega a conocerse como “puentes de afiliación renovadas”, en donde se visualiza que las personas que sufrieron rechazos severos en épocas tempranas, tienden a ofrecer más recompensas a quienes les ofrecen más y más compañía. Es interesante notar quien o quienes le hacen compañía al ser humano actual: sus gustos, sus likes; sus relaciones casi siempre laborales, familiares; sus cookies, las formas de escucha que le devuelven soluciones rápidas, independientes y aisladas. Entre menos se necesite a la comunidad mejor. Lamentablemente, se suele eliminar este espejo que incrementa la solidaridad para terminar confirmando que la solución misma es tecnológicamente vasta, aunque en última instancia mínima. Los animales tomaron el rol de santos, y para muchos se terminó por satanizar a los seres humanos desconocidos en particularidades, pero imaginados profundamente en conjunto. Esto plantea seriamente la posibilidad de una soledad innata, infinita, es decir, una forma de existencia en donde aspectos profundos de cada ser perteneciente o no, son completamente ignorados, rechazados y negados. El estado natural del hombre es, de facto, el sufrimiento (Schopenhauer). Cosa que termina por concretarse en el hecho de buscar aquello que creemos conocer para acompañar lo desconocido de nosotros con algo que existe para sí mismo.

Y pasaron los animales a santificarse, la bondad salvaje, para despreciar lo humano, por la mera ignorancia, el temor y la pereza de despojarse de aquello que nos sobra en demasía.  

Como la mayoría de las cosas que merecen la pena, las relaciones humanas más valiosas están repletas de defectos y obstáculos (Aristóteles). No hay que temer a lo desconocido, aunque decirlo sea fácil, es ahí donde se encuentra aquello que tuvo que adaptarse, en lo salvaje se encuentra algo provisional para el rescate de una soledad que emana ya de todas partes, porque lo soluciona todo empeorándolo; que es inevitable, que participa con ahínco en el bagaje del día a día, pero que es engañada por la capacidad de buscar de acuerdo a sus límites solamente, sin una conexión trascendental más que lo más vulgar en los individuos; llevada de la mano como una añoranza que nunca llega, porque es aquella añoranza la extrañeza de lo que nos abruma, una forma de cubrir la brillantez de lo que se creyó ser, sin serlo, y de atarse porfiadamente a un deseo que cada vez se trata de cubrir más rápido. Es por ello que éstas personas modernas son la representación clara, precisa, contingente, de las debilidades que trajo consigo las comodidades y el acceso rápido a prácticamente casi todo, menos a lo que nos hace grandes para nosotros mismos, pasaremos a ser estatuas a las cuales se le irán a encender velas, esfinges que de vez en cuando recibirán adoración en proporción directa a lo que su utilidad represente. Es el precio de querer ser dioses, olvidarnos de nosotros mismos.

A Dios le fue imposible conseguir que le amaramos de veras.

El engaño de vivir el presente es preciso en tanto sigamos prestándonos a estas relaciones reales de hecho, pero falsas en cuanto nos alejan del florecimiento para la felicidad plena, la cuál es una forma de determinar la vida. La alegría es su depositaria, quizás nunca en toda la historia de la filosofía, se haya podido separar la alegría de la felicidad. Esto no debería ser una obligación humana, pero podría, empero, la narrativa filosófica jamás ha hablado de obligaciones.

Cada cual vive en un mundo distinto porque no tiene otra relación directa con sus propias percepciones, sensaciones y movimientos; ergo, las cosas exteriores no ejercen influencia alguna sobre él, sino en cuanto que determinan estos fenómenos interiores. Es importante concretar la labor de lo salvaje para encontrar el influjo intimo que nos pertenece, dado que, hablar de lo salvaje es fácil sin hacerse cargo de las calamidades que esta liberación pudiera traer. Lo aterrador es que no ejercemos nuestro propio salvajismo, debemos sufrir el salvajismo de otro ente, otro sistema, una secta, que se presenta desde las sombras por todos los ríos subterráneos de la subcultura, que sobrevivieron haciendo lo mejor que saben hacer: ser brutales. Lo salvaje está dentro del imaginario como algo caótico, embrutecido, libidinoso, demente, barbárico, siendo que vemos en lo natural, con sus luces y sus sombras, que al fin y al cabo son nuestras propias luces y sombras, una hermosa armonía alejada de las pesadas cargas que los individuos llevan sólo por la garantía de llamarse civilizados. Hay patrones, hay posibilidad de domeñación sobre lo natural, de esto no cabe duda, así como el hombre mismo forma parte de la naturaleza y fue dominado. Aun así, en nosotros, pareciera existir como en cualquier bestia salvaje una categoría que no podemos tocar, que desconocemos por ajena, excelsa, sabia, contemplativa, lúcida, pero que probablemente se haga nítida en la medida que comparemos eso exterior con nuestro abismo, de tal manera de evitar la senilidad de nuestra alma, la discapacidad de nuestro juicio, la inhabilidad de nuestro ser. Un mendigo sano y dulce es más feliz que un rey enfermo y perverso. Hace algún tiempo esto lo olvidamos.

La alegría es una moneda en efectivo de la felicidad, el resto de bienes, una letra de cambio. Lo salvaje es profundamente alegre. Supongo que entraremos por caminos pedregosos si queremos seguir por este lado, pero no se puede rehuir a la posibilidad de pensar, ni la alegría ni la libertad ni el bosque oscuro que se niega a mostrarse, pero que nos llama sin pensarlo. Sólo podemos sentir para el pesimismo y pensar para el optimismo. Los algoritmos lo formalizan, saben que pueden recurrir a nuestra superficialidad para atraer nuestra atención. Hay algo que se niega a morir, células que quieren y tienen que seguir reaccionando a estímulos que olvidamos alguna vez para el lenguaje, anestesiados como medios de prueba en entornos hostiles pero seguros, que nos ayudan a creer en nuestra autovalencia para rechazar al prójimo; para adorar a Horus, Seth o Bastet, pesando en el día del juicio sobre la balanza de Osiris, contra algo tan liviano como una pluma, nuestros corazones en los lejanos dominios del Duat. 

Nuestro sistema político es el de la impaciencia, la interrupción de las cosas ordenadas naturalmente, interrupción artificial para suplir un deseo artificial de una realidad artificial.   

El humano feliz es una línea geométrica que deja deslizar todos los pesares de la vida hacia el mar de su nacimiento. Esto es lo salvaje, la pluma, volar como águilas, en contra del viento.

De la Heteronomía: La Dominación del Ser en la Sociedad Contemporánea

Imagen conceptual de un pastor guiando a un rebaño de ovejas sobre una montaña, simbolizando la heteronomía y la sujeción en la filosofía social






A mi querida sobrina Jeli Herrera, violista,


concertista y amante de la libertad





“Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o más


bien de abuso-, son los grilletes de una permanente minoría de edad”


                                                    Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración?





En el campo de la filosofía práctica, el fenómeno de la heteronomía se comprende como la experiencia de la conciencia de un sujeto dependiente, sometido a un poder que -se presupone- lo sobrepasa y lo abruma. Se trata de un poder que le ha sido impuesto desde afuera, ubicado por encima de la autenticidad de su ser social. Un poder que, abstractamente, le dicta conductas, normas o reglas que obligatoriamente debe cumplir y que le impiden desarrollarse como ser autónomo, libre, activo, racional, reduciéndolo a cosa o, en todo caso, a un ser genérico, subalterno e indeterminado. Heteronomía es, en consecuencia, la condición sine qua non que impone la voluntad de uno -o de algunos- sobre la libre iniciativa del resto de la ciudadanía. Al aceptar su dominio, el “yo quiero” queda sometido a una fuerza imperativa que le resulta impuesta, ajena y hostil, transmutándolo, como dice Marx, en la más nítida expresión del ser enajenado, extrañado de sí mismo.  


El presupuesto del cual surge la heteronomía tiene su punto de partida en la figuración de que los individuos que componen todo posible cuerpo social, en general, no son lo suficientemente maduros para tomar decisiones por cuenta propia, por lo que deben necesariamente ser guiados, orientados y conducidos por quienes se autoperciben como los más ladinos y osados, aunque no siempre sean los mejor preparados -pero sí los más fuertes- y afirmen saber más del discurrir moral, social y político que el resto de la población de “niños grandes”, de “enanos mentales”, de eternos “menores de edad”, incapaces de decidir y valerse por sí mismos. Son ellos, los muy “maduros”, los “robustos gigantes” descritos por Vico, los “guías materiales y espirituales” de aquellos que actúan como críos, carentes como son de adultez y, en consecuencia, de toda eventual responsabilidad. Son los “pastores” de un numeroso rebaño de ovejas que, sin ellos, quedarían descarriadas y sin rumbo. Son los profetas iluminados, las muletas de los inválidos, los llamados a canalizar las desbordadas pasiones de los menos formados y más inconscientes, a fin de que no se desvíen el camino recto, del orden establecido, y acepten el régimen de obediencia y sumisión que se les ha implantado. Porque el “orden” no puede ser otro que el que ellos han sancionado. Ellos, los padres de la manada, los caciques de la tribu, quienes sabiamente han definido y colocando, además, los controles de rigor. De ahí que las sociedades donde impera la heteronomía sean, justamente, sociedades caracterizadas por el imperio de los controles. 


Frente a la conocida expresión: el cielo es el límite, cuya sola idea exhorta al sujeto a llevar sus conquistas más allá de toda posibilidad, el promotor de la heteronomía responderá, no sin cierta -y siempre sentenciosa- solemnidad, que, más bien, el límite es el único cielo permitido. Cuestiones del poner, del fijar (Setzen). Una característica esencial de la mera 'reflexión del entendimiento abstracto', como la denominara Hegel. De este modo, los miembros de las sociedades heterónomas terminan atribuyéndole su propia institucionalidad, su ordenamiento social y hasta su propia existencia, a una incuestionable autoridad: el Comandante supremo, esté vivo o muerto, pero siempre ubicado por encima del resto del ser social. No importa el nombre que reciba este ser “superior”, tampoco el nombre que reciba, a lo largo de la historia, esa formación social. Los resultados siempre serán los mismos: el autoritarismo, la dependencia, la manipulación, la explotación, la degradación, la corrupción, la impotencia.


Las sociedades sometidas al imperio heterónomo son, pues, sociedades barbáricas. Los griegos empleaban la expresión “bárbaro” para definir a todo aquel que “balbucea” como un “menor de edad”, como un niño “mal educado”. Decía Aristóteles que bárbaro es el que se encuentra gobernado por tiranías o despotismos en sentido estricto, lo que lo convierte en un esclavo. De hecho, según Aristóteles, el bárbaro erige a sus gobernantes con el fin de cubrir sus necesidades básicas, a diferencia de las sociedades maduras, constituidas por ciudadanos libres, cuya meta es la de vivir en y para la autonomía y el consecuente desarrollo.


Es cuestión de vocación militarista la obsesiva promoción de la heteronomía. No hay un fenómeno más afín a los regímenes totalitarios o autocráticos que la institucionalización de la heteronomía. “No razones: adiéstrate”. Pronto las sociedades se transforman en inmensos cuarteles o en gigantescos campos de concentración en los cuales se “administran” o “controlan” la alimentación, la salud, la educación y la cultura, la vivienda, las finanzas y la industria, pero, sobre todo, la violencia, por un lado, y los medios informativos y comunicacionales, por el otro. En fin, todo tiene que ser controlado, siempre en función de garantizar  “el orden”, “la paz” y “el progreso” en sentido orwelliano. La humillación llega, de este modo, al máximo. La objeción, la duda, el juicio, el pensamiento en cuanto tal, el derecho a la diferencia o a la protesta, quedan fuera de la ley, están sancionados, y son concebidos como claras manifestaciones de “terrorismo” y alta “traición a la patria” y a los intereses del llamado “colectivo”, es decir, del cártel que sostiene los hilos del poder. 


La consigna y la etiqueta -o como dice Kant, los “principios y las fórmulas”- sustituyen al pensamiento para dar paso al servilismo, al ser pasivo y resignado que espera pacientemente el crucial momento de la llegada de la electricidad o del agua potable, de la leche, del papel higiénico o del aceite al centro debidamente “controlado” de suministros. La educación abandona los contenidos para dar paso a las formas vacías, a las búsquedas formales, a los “métodos” que trastocan la construcción de la verdad en banal instrumento de medición. El lenguaje se entumece. La salud deviene ejemplo de la más indigna de las miserias humanas. Las empresas no producen, porque lo importante no es producir -¡oh, contradicción!- sino obtener un ruin aumento salarial. Entre tanto, las calles se cubren de la más salvaje violencia en manos de las squadre o falanges o comités de defensa -es igual- de un 'proceso' que ni lo es ni puede llegar a serlo. El objetivo sigue siendo el mismo: mantenerse en el poder por el poder, única fuente posible para el triste y grotesco espectáculo del enriquecimiento ilícito. Entre tanto, la heteronomía se hace carne y sangre de las mayorías, pues “el modelo” comporta mecanismos para su reproducción continua: no se educa para la libertad y la autonomía, se “educa” para la vil sumisión.


Kant fue el primero de los filósofos modernos en advertir acerca de los perjuicios de una sociedad heterónoma, carente de autonomía: “Es difícil para todo individuo lograr salir de esa minoría de edad, casi convertida ya en naturaleza suya. Incluso le ha tomado afición y se siente realmente incapaz de valerse por su propio intelecto, porque nunca se le ha dejado hacer dicho ensayo. Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de uso racional -o más bien abuso- de sus dotes naturales, son los grilletes de una permanente minoría de edad”.


“¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!”, afirmaba el gran pensador de Königsberg en su tratado explicativo de la Ilustración. Para salir de la heteronomía Kant recomendaba tan sólo una exigencia: la libertad de hacer siempre y en todo lugar uso público de la propia razón.

El amor de los amores



Temen al amor porque crea un mundo que no pueden controlar 

George Orwell 


Los amores son en cierta medida, diría Lacan, una manifestación de nuestra presencia. Manifestación porque amar no es una acción, es un acontecer, entendiendo como acción a una voluntad humana individual y libre, pero, a la vez, dando por sentado que existe una voluntad humana universal que trasciende a los individuos. Bajo estos preceptos, el amor no es libre; estamos obligados a amar lo que amamos incluidos, nosotros mismos. De hecho, la única forma de libertad es la decisión de dejar de amar. Los amores, en este sentido, pueden ser construidos universalmente, por ello, culturalmente, a cada posición su labor, a cada labor su amor.

Esto involucra que el amor puede ser lo más parecido al absoluto desde una posición de sumisión a aquello que se nos enseñó, dado que es en la enseñanza donde se forja la base del absolutismo. Lo dictatorial necesita del escarmiento. El amor es una sumisión a nuestra propia existencia en el mundo. Quién no entiende está sumisión, en su inconsciente, es menos propenso a amar, ergo, nace su enfermedad.

El amor en el hecho, para el otro, se presenta como una muestra tradicional, que intenta equilibrarse en otra voluntad, en otra singularidad, por ello su complejidad. Puede paralizar cualquier acción o avivarla; no es una volición fija. El amor debuta diariamente como un sin querer que sigue todas las leyes, aunque, casualmente. Nuestra existencia es casual, los hechos, nuestra mente; las muestras culturales tratan solamente de equilibrarse como un trapecista, para demostrar(se) al otro algo indemostrable. 

La típica confusión entre hacer y ser. Ha-ser, a-ser, sin ser. Nunca se sabrá del todo si ser es hacer o si hacer es ser ¿en cuál de ellos habita la mente y la no mente? Voluntad o no voluntad. ¿La nuestra? ¿Abandonar la tradición o continuarla? ¿Cuándo somos, entonces no somos? ¿Cuándo hacemos, entonces no hacemos? El lenguaje en lo importante es completamente problemático, porque rivaliza con una libertad absoluta, con la última libertad. La primera tradición es el nacimiento.

Las formas presenciales convierten la nada en amor; nuestra vida, la vida de los humanos, la vida de los seres, es una transformación de la nada en algo. Puede que lo único digno de llamarse Algo sea el amor. Nuestros ojos no vieron, por el apuro por amar, que nuestra existencia se justifica meramente por la fe, pero la fe es tradicional. Instruye al niño en su camino y ni aún de viejo se apartará de él. El amor es una carga, la existencia es una fe en no perder el equilibrio sobrellevando esta carga.

La magia de los amores recorrió cada una de las cicatrices humanas. Es cosa de investigar la historia de los pueblos, de los perdidos, de los perdedores, de los vencidos. Los dolores, los deseos fueron formados por estas experiencias, traumatizados, transferidos por generaciones en alguna acumulación ininteligible de procesos, de tal manera que de estos sectores podemos inferir una mayor variedad cultural. Su cambio cíclico es tan fuerte como la persistencia de su balance.

Las formas de amor se han tratado de estandarizar. El amor es un riesgo. No se puede amar “libremente”, desde nosotros, es seguro y controlado hacerlo bajo la norma. Estas normas han afectado a los padres y a las madres, a las parejas, a los hijos, al sexo, a los hermanos, a la vocación, entre otros. Por una falta de identificación identitaria de los actos de amor, se pueden camuflar las presiones de amar en "cierta medida", sin que sean las voluntades (comunidad) las que le organicen, y menos voluntades propias, sino una única voluntad que se impone de acuerdo a su tiempo, para quienes viven, sueñan, sienten, piensan, solamente en su tiempo, desconociendo su conexión primitiva a su tradición.

 

Eros y lo ordenado de lo explícito

Lo erótico se está perdiendo, el apocalipsis sexual ha llegado. Opinar sobre estas experiencias se ha vuelto de mal gusto, porque precisamente se ha llenado de pésimos gustos; hay una especie paranoide de lo que se va a decir, de lo que se va a mostrar; así como la repetición noticiosa provoca psicosis, la repetición en serie de una forma de erotismo repetido se ha vuelto pornográfica; una horda concatenada de vulgaridad se camufla con el acto de la belleza, con el amor y la verdad sexual, con la exaltación al misterio y a lo oculto.

Lo erótico, por el mero hecho de existir, lucha contra el sistema explícito, porno, que invade microbioticamente desde un órgano de nuestros sentidos, todo el espectro estético de lo sexual, y que se impone cada vez, a más temprana edad.

Lo erótico es un poema, un misterio, un arte, lo verdaderamente casual, como el amor al cual pertenece, frente al cual no se debe tener ninguna vergüenza de consumo, porque no es consumo en un sentido normativo, es un acto totalmente libre desde la intimidad de cualquier historia, con un destino, desde la divina condena. En este caso lo casual del amor erótico representa la casualidad del amor en general y su base; sin estereotipos, ni antes ni después, sin tiempo, en el desorden. Su orden es sólo filosófico, un poco hipotético e histórico. Por ello, Eros, hijo de Cronos, nació desde el vientre del Caos, instaurando el acto de nacer. No se puede desvincular el amor verdadero del amor erótico, así como no se puede desechar su importancia para la libertad humana.

 

Philia y el Estado enfermo

La amistad, bajo el alero de cualquier sistema enfermo, es un concepto y un hecho peligroso. Invirtamos. La enemistad es beneficiosa para un Estado dictatorial. La comunicación es la base de los amores, y es la base de la amistad, del amor filial. Sin comunicación no hay ciudadanía democrática por definición, si no fuera así se convertiría en una especie Química de reacción por parte de sustancias que consumen o liberen energías totalmente identificables y medibles; sin isegoria, y lo que es peor, sin parresía.

No hay mayor virtud democrática en un Estado que la capacidad de hacer amigos a elección, libremente. Existen pocos sectores que no estén acusados de algo, como si la desmenudación ciudadana estuviera hecha para hacer ver diferencias y no congruencias. No hay otros recursos, el mal, diría Hannah Arendt, se mueve superficialmente; se usa lo explícito y la información (superficial) para boicotear la confianza y la comunicación. 

Un Estado enfermo ataca los lazos más humanos, como la capacidad de negociación para autogestionarse como comunidad, se alimenta como larva y entrega lo menos posible. Es una forma de negocio con lógicas parasitarias e imperialistas. Usa la fuerza en todas sus formas. Esto lo vimos con el boicot a la moneda libre, que es el emblema de su codicia. La deshonestidad es un requisito para su resistencia, mientras propone separaciones absurdas, no resuelve problemas de corrupción que ponen en jaque su legitimidad.

 

El monopolio del Agape

Ya no se ponderan los pareceres diferentes, basta con odiarlos, decía Nietzsche. La solidaridad y la caridad no deben tener una razón utilitaria, de lo contrario se vuelven absurdas, inentendibles, como propuestas altruistas. Es en la caridad sin razón en donde el individuo puede identificarse, autentificarse, mirarse como un otro al que desconoce. No se trata de abandonar la razón literalmente, sino de abandonar las razones que justifican y monopolizan la caridad. 

La preocupación por el otro se terminó politizando de maneras casi religiosas. La fiesta se transformó en algo sin forma para el joven, amorfa, mientras que para el trabajador es agendada. Sin forma porque el joven necesita banalizar su cultura, su propio yo, cansarse de sí en el frenesí de su tiempo. Con forma porque luego se busca controlar los procesos caritativos temporalmente. Es pues, en la fiesta donde se termina por materializar algo inmaterial, dominar a una bestia que no debería ser domada. 

La despedida de la libertad es ésta. Por una parte la fiesta debe ser incontrolable, para que algún día, de nuevo, como si fuera un hecho azaroso del tiempo, el amo se transforme de nuevo en esclavo. ¡Recontituyamos al amo!

Debemos encontrar nuestras propias esperanzas. La espera depende del individuo. En la ciudad ya todo es reloj, incluso más que en aquellas civilizaciones que dependían de las estaciones del año. Vivimos en la época del fetichismo de los datos (big data), dependemos de ellos para organizarnos. 

No hay una caridad autentica sin fiesta, sin calendario, sin festividades. Pero estás deben nacer desde la tradición. 

El mundo se ha transformado en el ente organizador de nuestra particular forma de amar. Nuestro tiempo, nuestras vidas y las cosas se aparearon de una manera orgiástica, de tal manera que entregar algo se ha confundido con entregar nuestro propio cuerpo, donante, inmaculado, esperando en algún momento un retorno. No hay espacios, no hay moradas, no hay lugares de descansos en los que se pueda abandonar la velocidad impuesta para encontrar nuestra inercia. El Statu Quo ya nombró todo, y enfermamos.


Theodor W. Adorno: La tragedia de la cultura y la ilustración de la razón.

Theodor W. Adorno en un contexto moderno, ilustrando la tragedia dialéctica de la cultura y la crítica del pensamiento basado en la identidad, con un enfoque en la dialéctica de la cultura como una regresión del espíritu, un retorno a la naturaleza y la necesidad de una dialéctica negativa para romper este ciclo.



La crítica del pensamiento identificador de Theodor W. Adorno como un nuevo trabajo sobre el lenguaje, se produce de la profundización de la dialéctica de la cultura como testimonio de la historia social constituida en la modernidad como Tragedia. En ningún momento quiere recoger la idea de Cultura en una definición única, que agrupe la esencia en el concepto mismo; por el contrario, lo que busca es mostrarla en su Constelación. 

 



Los análisis sociológicos hechos por Theodor W. Adorno sobre la cultura, señalan que esta no ha devenido, en su proceso histórico de constitución, como camino hacia una humanidad, sino todo lo contrario, la cultura para él, es una Regresión del Espíritu un asomo de la barbarie. Con esto no se entienda que  para Adorno, la Cultura  es  un mal para el ser humano; ella en cuanto tal, no es ni buena ni mala, antes bien, se puede presentar de ambas maneras, pero, su ser está definido por “ eso  a cuyos servicios se encuentre” [i]. Y La cultura moderna, está al servicio de aquello mismo que dice dejar, es el fracaso de lo que promete.  Por ello es una tragedia. La cultura como el mundo resultante del despliegue del Espiritu humano (Hegel), es un esfuerzo por liberarse de la naturaleza, no obstante, es una ilusión creer que la cultura ignora las condiciones naturales donde se desarrolla.  Así, hay una dialéctica interna en el concepto mismo de cultura, que muestra que la cultura es creada a partir de la praxis, pero al mismo tiempo es el alejamiento de ella.  La naturalidad de la existencia humana, ha llevado al ser humano a tener una organización sustentada en el intercambio económico, y el espíritu que promete la libertad y autonomía, al liberarse de la «mera naturalidad»> de la experiencia humana del mundo, termina siendo aquello que no quería ser: mera  «Historia Natural».

 El individuo que parecia haber conquistado la total autonomia y libertad en la esfera del Espiritu (objetivo), en su Cultivo [Kultur] , sustraido de la mera produccion material de la extencia, queda sometido a  esas condiciones naturales de existencia. El sentido trágico de  esta dialéctica, es que aquellas fuerzas contrapuestas son auto- antagónicas  y autodestructivas, pues , aquello mismo que imposibilita el cultivo del ser humano, es la cultura misma que ha construido para ese cultivo, que ha olvidado desde el principio su origen natural. La ilustracion, se auto destruye porque desde su origen se consolidó como dominio de la naturaleza. Aquel sujeto  y su lógica implacable de dominio, queda subsumido en el proceso de dominio mismo, reducido a mero dato sustrato de ese dominio. El sometimiento de la naturaleza al dominio producto del  despliegue del  Espiritu  humano, se revela  como sometimiento de la naturaleza interna,  como retorno a la antigua servidumbre hacia la naturaleza. Como el propio Adorno lo enuncia ,

“El Aislamiento del Espiritu respecto de la producción Material eleva sin dudas su cotización, pero al mismo tiempo hace de él, en la conciencia general, el chivo espiatorio de todo lo cometido por la práctica…”[ii]  

Porque la cultura está sometida al dominio de la economía de intercambio, y naturalizando las condiciones materiales  de existencia se orienta a  Formar [Bildung]  protectoramente al ser humano, constituyéndose en un Engaño de masas; ha devenido reificación y cosificación, una “segunda Naturaleza”. El sentido trágico de  esta dialéctica, es que la ilustración se auto destruye porque desde su origen se consolidó como dominio de la naturaleza. 



Estas apreciaciones sociolológicas de Adorno sobre la cultura no son muy bien interpretadas muchas veces. Se tiende a perder de vista que no muestra el cómo salir de este resultado del Espíritu, no viendo con ello, que lo que mayormente intenta demostrar  es por  qué  es necesario salir de la realidad existente. Así, es preciso describir detalladamente la Dialéctica de la Cultura en Adorno, para  no caer en aquellos "enredos de detalle".  

La aparición de la identidad como operación  mental e instrumento de poder y dominio, es la condición  previa  para la civilización en todo su complejo desarrollo, de este modo, la historia es tan natural como el pensamiento  identificador; ambos son  constelaciones del fracaso de la humanidad. La historia se hace natural, porque  cada momento histórico   es la manifestación del proyecto de humanidad, es decir,  cada episodio de la historia de la humanidad es la muestra del autoconocimiento del ser humano en el despliegue de sus facultades (Racionales) hasta llegar al Saber Absoluto. La Cultura del mundo es  un constante movimiento y experiencia de sí mismo, un autoreflejarse en lo otro de sí; esto indica que la formación [Bildung] es un Desgarramiento producto de experimentar el dolor de lo negativo.  La formación que enuncia Hegel,  y que representa la forma más elevada de cultura burguesa,  es más que mera enseñanza o educación, su idea implica autoformación, un  autodesarrollo,  que parte de la pura inmediatez (Certeza sensible), muestra de lo más particular, pero que siempre se da a partir de los conocimientos universales:

“La tarea de llevar al individuo de su estado de no-formación hasta el saber, había que tomarla en un sentido general o universal, y por tanto había que considerar en su proceso de formación al individuo universal, es decir, el Espiritu Humano” [iii]

La dialéctica de la cultura de Hegel, es  la verdad de un mundo falso.  Tanto más  son reducidos los individuos concretos por la totalidad social, más se encarga la cultura de elevar al sujeto como lo constitutivo. El Espíritu hace conmensurable lo inconmensurable, convierte lo contingente en necesario, desvinculándose con la naturaleza, se impone sobre  ella a través de la abstracción propia del pensamiento, sometiendo  lo disperso a  la unidad del concepto. El particular se totaliza para poder considerarse como cultura (Espiritu) y dominar el mundo, pero esa misma totalización hace que el individuo particular termine siendo una mera pieza de su despliegue. El espíritu olvida su origen particular y somete a eso mismo particular a su dominio, porque en su interior  odia la naturaleza y por ello no tolera lo particular. La cultura y la Razón se han vuelto contra el sujeto pensante, pues, al convertirse la razón en herramienta de dominio de la naturaleza,  nada escapa a su control, ni siquiera la subjetividad particular,  todo debe funcionar según su dictamen. Así, cada vez que el sujeto se levanta como el Absoluto señor del mundo, se hace más evidente que el sujeto empírico viviente, se hace un mero apéndice de la maquinaria social. Adorno rechaza en esa medida, el espíritu universal de Hegel porque está por encima de las particularidades concretas y la historia no tiene un sujeto universal, sino sujetos particulares. Si la Fenomenología fuese lo que dice ser, ciencia de la experiencia de la consciencia, entonces  el pensamiento no pudiese liquidar la experiencia individual de lo universal, que se impone como algo irreconciliadamente  malo, ni erigirse en apologeta del poder desde su puesto presuntamente superior. Lo que puede ser una “Tragedia de la cultura”, aparece en Adorno, cuando enuncia que aquel sujeto totalizado en un Espíritu Absoluto, termina por consumir y mutilar la particularidad de la que nació. Este hecho hace que el mito sea  ya ilustración; y  la ilustración recaiga en mitología[iv]  

La enfermedad de la razón encuentra sus orígenes  en la primera sospecha de la razón misma; el pensamiento desde el inicio reviste una forma de identidad, ya que pensar es esencialmente dominar la naturaleza[v] .De esta manera, si desde el principio fue el dominio, el mito es ya ilustración. La Razón es el arma con la que el ser humano enfrenta el miedo a lo desconocido; desencantando el mundo lo somete a su dominio,  de ese modo,   el ser humano conoce el mundo porque puede someterlo y dominarlo.  Este dominio ya está presente en el mito, pues, al querer narrar el origen del mundo ya lo está explicando, desencantando y como tal racionalizando. En consecuencia, en el mito ya hay ilustración porque el mito es ilustración.  Siguiendo esta dialéctica, la naturaleza se venga del espíritu  porque se ha olvidado de ella. El sujeto que era el completo dominador, queda sometido a la mera naturalización, su meta está determinada por la auto-conservación.  La ilustración recae en mitología porque cae víctima de su propia lógica, a la necesidad y coacción de la que pretendía liberar a los seres humanos. De esta manera, si la razón funciona bajo los principios de autoconcervación y dominio de la naturaleza, sucede una autodestrucción de la Razón misma, toda vez que la historia del espíritu, es al mismo tiempo derrumbe del espíritu y regreso al mito.




El pensamiento identificador o equivalencial, es el núcleo de la articulación  entre el dominio y la autoconservación que sostiene el despliegue de la civilización occidental, por esto, la  cultura se convierte  en algo que meramente existe, se entrega al dominio natural del mercado,  creando una falsa identidad entre el particular y el universal, y en su totalidad termina constituyéndose en el moderno “opio del pueblo”. La experiencia concreta del sujeto es homogenizada  en una producción  en masa del espíritu, que antes de alejarse  de los burdos imperios de la práctica natural,  es  tan natural como la práctica del  proceso productivo mismo, por ello, lo que se tiene como su degeneración de la cultura es su puro llegar a sí misma. Al hacerse mera  mercancía cultural, el dominio se introduce en el Geist [espíritu], pues, éste se limita simplemente a reproducir el orden dado, imponiendo  lo objetivo a lo subjetivo,  mutilando la experiencia del individuo particu-lar por la civilidad del todo social.   La cultura que  se autodefine como industria, funciona  con base a  la racionalidad técnica del dominio, y en la medida en que el proceso de producción cultural está determinado por la forma de producción para el intercambio, se modifica también la infraestructura del ser humano, teniendo como resultado la pobrezadel espíritu,  ya que, los medios técnicos con los que se produce tienen una uniformidad recíproca,  que determinan un correcta producción en serie de los sentidos del mundo. El individuo media todo su sensibilidad por los productos homogéneos que la industria le provee,  y  la sesudo- individualidad creada  como afirmación de la libertad en el acto de consumo, es una ilusión subjetiva creada objetivamente, pues solo por medio de la autoconservación individual  funciona el todo. La tarea del  sujeto de realizar la síntesis de la multiplicidad sensible (Kant), le es quitada por la industria cultural, así, el sujeto  tiene que clasificar lo ya clasificado: “el mundo entero es construido por el filtro de la industria cultural”.  La cultura es hoy ideología. Aquel sujeto  y su lógica impacable de dominio, queda subsumido en el proceso de dominio mismo, reducido y eliminado en su autonomía. 

El pensamiento crítico de Theodor Adorno, vislumbra así mismo una dialéctica inmanente en la propia Crítica cultural. Inmersos en una exorbitante masificación de la conciencia, la propia crítica cultural es producto de la manipulación; el crítico mismo, se mide por su éxito en el mercado, siendo él mismo y su crítica, productos del mercado de la sociedad de masas. La vanidad del crítico cultural, se suma a la vanidad de la cultura.  Una dialéctica de la Crítica cultural, es desde el principio  conciente de  la propia mediacion cultural de la crítica misma; desde el principio enfrenta la contradicción flagante según la cual,  el crítico cultural  que parece elevarse sobre la cultura que critica, en una especie de estadiao superior, y sin embargo, participa de la entidad  de la que se cree superior, siendo en realidad el último nível de eso mismo que crítica.  Como el propio Adorno dice:

  “Cuanto más total es la sociedad, tanto mas cosificado esta el Espíritu, y tanto más paradójico es su intento de liberarse por sí mismo de la cosificación… La dialéctica cultural se encuntra frente al último escalon de  la dialéctica de la cultura y barbarie…” [vi]

Adorno ve que el Geist [epíritu]  al librarse de las condiciones materiales de existencia del feudalismo, se somete a la  «aglomeración», a la extrema socialización de las relaciones sociales, aún cuando dice poseer libertad representada  en la libertad de  opinión y de expresión de la sociedad burguesa; libertad que además es la base de la propia crítica de la cultura, y por  lo que ésta también posee su propia dialéctica. Al hacerse mera  mercancía cultural, el dominio se introduce en el Geist, pues, se limita  a reproducir el orden dado, imponiendo  lo objetivo a lo subjetivo,  mutilando al individuo particular a la civilidad del todo social.  El reflejo de esto en el crítico cultural, es que él vuelve a objetivar la misma cultura que crítica al convertirla en su objeto, dejando la realidad tal cual la encontró.  El crítico cultural se autosatisface con su contemplación,  es como  la melodía que armoniza  un campo de concentración.  Su privilegio es producto de la injusticia sobre la que se levanta  la cultura, el sometimiento de unos para el privilegio de otros; la antigua escisión entre trabajo físico y trabajo intelectual, es la ceguera en común del crítico y su objeto.

 No obstante,  se hace necesario una dialéctica de la crítica de la cultura, pues, 

si la teoría dialéctica se desinteresa de la cultura como mero epifenómeno, contribuye a la difusión  de la falsedad cultural, y por tanto,  a la reproducción del mal…” [vii]

Así, el pensamiento crítico de Adorno,  se protege del peligro de la mercantilizacion que ya esta presente en la critica y su culto al Espíritu, como tambien, de la hostilidad completa a  la cultura.  El proyecto de Dialéctica de la Ilustración, quizá el libro más leído de la escuela critica de Frankfurt, buscaba revelar las contradicciones del proceso de civilización, para darle una posibilidad a una sociedad verdaderamente ilustrada.  Adorno y en general  toda la teoría crítica,  al auscultar las contradicciones inmanentes al Espíritu, buscan   una  experiencia del mundo capaz de sentir el sufrimiento y el dolor. La dialéctica como una autorreflexión critica de las posibilidades del pensar, como un cuestionamiento por la completa identidad entre pensamiento y ser, abre la posibilidad de un pensamiento no Reificado, a través de  una Dialéctica Negativa, posibilidad de una nueva cultura: “Propio de la Dialéctica, no es reforzar opiniones, sino, por el contrario, liquidar la opinión, volver a pensar lo previamente pensado”[viii]  





   La dialéctica de la cultura, como hemos visto,  muestra  que la modernidad se ha consolidado como tragedia, toda vez que,  el conflicto entre el individuo y la sociedad, ha terminado por instrumentalizar al individuo  frente a la totalidad social, postulando a esta como la gran vencedora. Por otro lado, y esto en términos muy materialistas,  Adorno ve que el contenido de la cultura no está determinado en sí  misma, sino también por  su relación con su reverso, es decir,  la vida natural, el proceso de construcción material del mundo.

 

 Notas:



[i] Cultura y Administración, 1960 [Edición AKAL]

[ii] Crítica Cultural y Sociedad , 1984/1965,  p. 230 [Prismas]

[iii] HEGEL, G. W. FENOMENOLOGIA DEL ESPIRITU. Mexico: Fondo de Cultura Economica. 1807/1996,  132-136).

[iv] Horkheimer, Max, Adorno, Theodor.  Dialéctica de la Ilustración. Buenos Aires: Trota,  1966, p. 56

[v]  ibíd. p. 129 

[vi] Crítica Cultural y Sociedad  1984, p. 248[Prismas]

[vii] Crítica Cultural y Sociedad  1984, p. 238  [Prismas]

[viii] Cultura y Administración, 1960[Edición AKAL]