«Vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén y preguntaron:“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?, porquesu estrella hemos visto en el Oriente”».Mateo.A Leandro
«Vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén y preguntaron:“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?, porquesu estrella hemos visto en el Oriente”».Mateo.A Leandro
La expresión que justifica el encabezado de las presentes líneas contó, durante mucho tiempo, con gran resonancia en la Venezuela que precedió al ricorso gansteril. Fue gracias a la riqueza material y espiritual, con la que entonces contaba, que su ciudadanía supo configurar un considerable background cultural, sustentado sobre la base de las ideas y valores propios de la formación histórico-social occidental, de la cual, en un determinado momento, se supo con plena consciencia legítima heredera. Y de hecho lo fue, hasta hace, apenas, un cuarto de siglo. Por fortuna, los tiempos cronológicos no coinciden necesariamente con los tiempos históricos. Y cabe advertir que lo que desde las esferas del poder se pretende decretar no por ello termina por cumplirse: “se acata, pero no se cumple”, como reza el adagio colonial. La astucia del venezolano sigue siendo una de sus mayores virtudes. Las grandes rebeliones contra los déspotas comienzan con un parpadeo, un guiño, sotto voce y debajo de la tierra, muy adentro, muy profundo, allá, en las catacumbas desde donde el in crescente movimiento de los cada vez más numerosos latidos de los corazones termina haciendo estremecer la tierra, tal como si se levantaran los muertos. Por cierto, del mismo modo como suele hacerlo el viejo topo de la historia, que va labrando el presente mientras construye el porvenir. Dice Vico que Patria quiere decir “la tierra donde reposan los sagrados restos, las cenizas de nuestros padres”. Y así como “la sangre llama” conviene saber que la tierra no es, por cierto, una excepción, sino su necesario complemento.
En todo caso, y a los efectos del recuerdo de lo que va quedando del esplendor material y espiritual del país, la palabra Ichtus –o pez en griego- es, además, la abreviatura de una antigua expresión: Iesous Khristos Theou Yios Soter -Jesús Cristo, hijo de Dios Salvador. Una expresión que albergaba la fe en el triunfo de la verdad y de lo que Hegel ha llamado “la religión de la libertad”. Y, en este sentido, comporta el símbolo de la rebelión contra la mentira y la opresión. Ichtus nació, pues, como un anhelo, y más concretamente, como el deseo de un puñado de los aborrecidos seguidores del hijo de un carpintero crucificado que, para poder triunfar sobre el despotismo imperial, necesitaban crecer, multiplicarse y expandirse. Solo así, creando una inmensa red de convencidos seguidores -justamente, de pescadores de almas-, podrían enfrentarse contra aquel poderoso imperio, una auténtica máquina de represión y violencia que, por aquellos tiempos, gobernaba por completo al mundo. Por esa misma razón, Ichtus -el pez- fue utilizado por aquellos primeros cristianos, clandestinos y perseguidos por el Imperio romano, para identificarse entre sí. Era la forma de reconocerse e identificarse en una cultura que les resultaba hostil y amenazante. Y sin embargo, con el tiempo, aquella figura del pez se transformaría en el poderoso símbolo del poder cristiano sobre la tierra entera.
Al principio, el poder imperial consideró a los cristianos como una secta minoritaria de fanáticos sin la menor importancia. Pero poco después, cuando los cristianos se rebelaron y tomaron las calles de Roma, el emperador Claudio los obligó a migrar en masa y sus dirigentes quedaron inhabilitados por el Imperio. No fueron pocos los mártires en aquella difícil lucha desigual y cruel por parte del poderoso régimen de aquellos despiadados césares. Pedro y Pablo, discípulos directos de Jesús de Nazareth, se encuentran entre las primeras víctimas de quienes, en nombre del pueblo romano, cometieron los peores crímenes, transformando las glorias de Occidente en un infierno de felonías. Más tarde, Nerón hizo que Roma ardiera durante nueve días consecutivos para inculpar a los cristianos del incendio. De inmediato desató la furia contra ellos, mandando quemarlos vivos con brea derretida o arrojarlos a las fieras. Muerto el cruel Nerón, Domiciano decretó la expropiación de los bienes de los cristianos y los condenó al exilio. Fueron acusados de todas las calamidades públicas. Tertuliano resume magistralmente el caso: “Si el Tíber se sale del cauce, si el Nilo no riega los campos, si las nubes dejan de llover, si hay temblores, si hay hambre o tempestades, el Imperio grita siempre: Echad los cristianos a los leones”. Y con todo, el movimiento cristiano crecía cada vez con mayor fuerza y su red se iba haciendo más extensa, al punto de que el imperio comenzó a sentirse asediado por todas partes. Las complicaciones políticas aumentaban en el propio seno del régimen y comenzaron a hacerse frecuentes las sucesiones imperiales, tratando de encontrar salidas viables a la crisis, hasta que, finalmente, el emperador Constantino hizo publicar un edicto de tolerancia a favor de una fe que había devenido en la fe. El movimiento cristiano había vencido al poderoso imperio romano, y no solo en el ámbito religioso propiamente dicho, sino, además, en el núcleo mismo de la vida política.
Valga la lectio brevis de factura histórico-crítica como ejemplo del significado de la infinita potencia de la voluntad humana, cuando las ideas son reconocidas en su realidad de verdad. Gramsci supo comprender, con admirable e inusual autoconsciencia crítica e histórica, que en Occidente, a diferencia de Oriente donde el despotismo es tan antiguo como su propia cultura -o, más bien, es el fulcro medular alrededor del cual tuvo que desarrollar su cultura-, la construcción de una nueva sociedad, de un nuevo bloque histórico hegemónico, solo puede producirse como el resultado de la paciente conformación de un gran consenso que es, además, la garantía del nacimiento de una floreciente nueva cultura. Tal vez, una metáfora permita explicitar la diferencia: mientras que en Oriente los tiranos fabrican una red para atrapar a los peces, en Occidente -hasta nuevo aviso- son los peces los que, con serena calma, tejen la red para entrampar a los tiranos. El problema no es, en consecuencia, un ejercicio de las formas sino una cuestión de los contenidos. Y ciertamente, a través de la coerción política, es decir, del uso y abuso del corpus institucional, político, jurídico y militar, es posible -”por las buenas o por las malas”- imponer la voluntad del cartel, recurriendo al chantaje, a la sentencia tribunalicia o la fuerza bruta. Pero la verticalidad inherente a los deseos de los déspotas y de sus sátrapas, a objeto de preservar el poder a toda costa, termina por revertirse. Y mientras más insistan en hacerlo, regocijados en su poder de fuego sobre los oprimidos, más perderán de vista al paciente Ichtus que va tejiendo las redes dentro de las cuales, tarde o temprano, caerán. Las tiranías siempre terminan apresadas en las redes ciudadanas.
@jrherreraucv
Se sabe que, como
consecuencia directa del vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas y de
las relaciones sociales que tipifican el modo de existencia de esta era
posmoderna, el término red ha ido adquiriendo el significado de un
conjunto de elementos técnicos que se conectan entre sí para sujetar algo o
para transmitir información. La red -o las redes en general- son entendidas hoy
día como sinónimo de un gran sistema en
interconexión. Una finísima y casi imperceptible tela de araña ha logrado
finalmente capturar la objetualidad del presente. Pero por eso mismo, conviene
tener presente las enseñanzas del gran Aristóteles: las cosas sólo se pueden
conocer remitiéndose a sus orígenes. Y de hecho, la palabra rete tiene
origen latino Define un conjunto de hilos, cuerdas, fibras o alambres, tejidos
y entrecruzados, que conforman una malla. Dos referencias clásicas merecen ser
objeto de especial mención en este sentido.
La literatura
griega antigua da cuenta de cómo con ayuda de una red, tan fuerte e
indestructible como fina e imperceptible, el ingenioso Hefesto pudo sorprender,
atrapar y poner en evidencia ante los dioses el adulterio de su esposa Afrodita
nada menos que con su propio hermano, Ares. De igual modo, en las Escrituras,
Jesús de Nazareth convoca a sus seguidores a tejer una gran red para “pescar”
hombres de fe y buena voluntad. Arrojada sobre la mar del mundo, y una vez
culminada la faena, serán los ángeles los encargados de separar diligentemente
los “peces” justos de los injustos, ya que estos últimos terminarán siendo
arrojados al divino fuego de la justicia, “hasta que crujan sus dientes”. Como
se podrá observar, las redes no solo le han servido de sustento a la humanidad.
Poseen, además, un profundo significado hermenéutico y, por eso mismo,
ético-político.
Durante los últimos
años, el término “policy network” -lo que podría traducirse al español
como “red política”- ha ido ganando la mayor importancia entre los estudiosos
de las ciencias políticas y sociales, e incluso de otras disciplinas
académicas. La microbiología, por ejemplo, describe el movimiento de las
células como una compleja red de información, mientras que la ecología define
al medio ambiente como un sistema de redes integradas y la informática se
concentra en la creación y desarrollo de redes neuronales capaces de
auto-organizarse y auto-aprender. En sociología y en tecnología, en economía y
en políticas públicas, las redes son interpretadas como nuevas fuentes productivas
y reproductivas de intercambio y organización social. De modo que bien podría
afirmarse que el término red se ha ido transformando en un nuevo y
próximo diseño de interpretación en y para el entendimiento y la comprensión de
las complejidades características de la realidad contemporánea.
Más allá de las
considerables diferencias que -en virtud de la especificidad de cada
disciplina- el término pudiese llegar a presentar entre las distintos ámbitos
del saber, cabe destacar el hecho de que en ellas se pueden encontrar algunos
elementos analógicos, cuya relación determina la presencia de una definición
general compartida. Se trata de un conjunto de relaciones comunitarias de
continuidad, no jerárquicas, autónomas y relativamente estables, que presentan
intereses compartidos y que intercambian diversos recursos con el propósito de
alcanzar el mismo objetivo, sobre el entendido de que la mutua cooperación es
el modo más adecuado de alcanzar las metas propuestas. El cabal conocimiento
del funcionamiento pormenorizado, científico y no empírico del concepto de red
ha devenido, en consecuencia, imprescindible para el análisis y ulterior diseño
estratégico y táctico de la acción política y social contemporáneas, siendo el
fundamento que permite revertir y superar los tormentos de una sociedad que ha
ido perdiendo la capacidad ciudadana de luchar y organizarse, sometida y
secuestrada como se encuentra por auténticos gansters, por matones, criminales
de lesa humanidad, que han hecho del terror diseminado el único sustento real
de su poder. Por cierto que mientras los justos todavía no parecen comprender
la importancia del trabajo en red, los injustos hace tiempo que lo
implementaron. La gansterilidad, de hecho, funciona como una inmensa e
imperceptible red.
En tiempos de resistencia ciudadana, la paciencia y la constancia son de factura imprescindible, ya que es de estas dos virtudes que puede surgir el entramado definitivo de una inmensa red social y política, ciertamente tan fina e imperceptible como fuerte e indestructible, capaz de atrapar a los injustos y de llevarlos “ante el fuego de la justicia, hasta que crujan sus dientes”. Se trata de poner a la disposición de una praxis política y social -más que “opositora”- distinta, el innegable progreso y desarrollo que durante los últimos tiempos ha llevado adelante lo que podría definirse como la ratio instrumental, cabe decir, la tecnología cibernética e informática. Una red virtual que sea, además, el fiel reflejo especular de una red real si es verdad que, como decía Spinoza, “el orden y la conexión de las ideas es idéntico al orden y la conexión de las cosas”. Una red tejida desde los barrios hasta los caseríos, desde los municipios hasta los estados, desde los conucos hasta las industrias, desde las universidades hasta los gremios. En fin, desde la desesperación y el dolor que padece a diario el más humilde trabajador hasta la gravedad de las preocupaciones del ya bastante golpeado empresario. Desde una perspectiva estrictamente instrumental y tecnológica, no se trata de una cuestión imposible de lograr y, más bien, podría afirmarse que en muchos sentidos el camino ya ha venido siendo construido. Sólo falta el motor de combustión: la educación estética.
José
Rafael Herrera
@jrherreraucv
José
Rafael Herrera
@jrherreraucv
«Vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén y preguntaron:
“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?, porque
su estrella hemos visto en el Oriente”».
Mateo.
La palabra “mago”
proviene de Persia y significa sacerdote o, más específicamente, seguidor de laantigua religión de Zoroastro o Zarathustra, fundador del mazdeísmo y
autor de los cánticos sagrados compilados en el Avesta, que datan del
siglo VI antes de Cristo. Los “magos” zoroastristas, al igual que los judíos,
creían en la llegada de un Mesías, cuyo nacimiento, dado a luz por el vientre
de una virgen, sería anunciado por una estrella. Estudiosos de las constelaciones,
los sacerdotes esperaron pacientemente el momento indicado por el firmamento
para seguir el rumbo de la estrella, y así poder ser testigos presenciales del
nacimiento del rey de reyes, como lo llamaron. Y es que se
trataba, nada menos, que del alumbramiento del enviado del mismísimo Dios.
A pesar de ser un
devoto del más ortodoxo rigor, Dionisio el Exiguo no se distinguió,
precisamente, por ceñirse a los detalles en la elaboración de sus cómputos
matemáticos. Monje y erudito escita del primer siglo de la era cristiana,
Dionisio tuvo el encargo oficial de calcular el año del nacimiento de Jesús de
Nazareth, con el fin de establecer el Anno Domini, el calendario
sustitutivo de los calendarios paganos que le precedían, y al cual debía
ajustarse el nuevo orden de las cosas. Para saber cuando nació Jesús, el monje
basó sus cálculos en la cantidad de años que gobernó cada emperador romano,
sumándolos de forma regresiva, hasta llegar al año del nacimiento de Cristo. En
efecto, su nacimiento se produjo durante el reinado de Augusto, quien gobernó
Roma desde el año 31 aC hasta el 14 dC. No obstante, durante los primeros
cuatro años de su mandato, Augusto gobernó con su nombre verdadero, Octavio. Y
cuando Dionisio estaba haciendo sus cálculos, tuvo un descuido: olvidó sumar esos primeros cuatro años. Pero,
además, olvidó el 'año cero', pasando del año primero aC al año primero dC. En
una expresión, al calendario de Dionisio le faltan cinco años, y desde entonces
la era cristiana ha llevado a cuestas su descuido. La humanidad entera celebró
el milenio en el año 2000, cuando debió haberlo celebrado cinco años antes, en
1995. Y por la misma causa, Jesús de Nazareth nació cinco antes de su propia
era.
Cuando Dionisio
elaboró su calendario, la fecha exacta del nacimiento de Jesús ya había
desaparecido del recuerdo de sus seguidores. Tuvo la Iglesia que adoptar una
fecha cercana al solsticio de Invierno, que el emperador Aureliano había hecho
oficial en el año 274: la del nacimiento del dios Sol Invictus, es
decir, el 25 de diciembre, sustituyendo así la celebración pagana por la
cristiana, porque,-argumentaban- así como la claridad del sol termina venciendo
las tinieblas, la bondadosa luz de Jesús termina venciendo la oscuridad del
mal. En todo caso, y más allá de los solapamientos litúrgicos y de lossincretismos religiosos, a los efectos de poder precisar la fecha del
nacimiento de Jesús, resulta necesario tener certeza del paso de la estrella de
Belén sobre el firmamento, es decir, conocer más en detalle el periplo de la
estrella que seguían los magos, sacerdotes de la doctrina de Zoroastro.
Según Michael
Molnar, astrónomo y especialista en historia de la astrología antigua, profesor
de la Universidad de Rutgers, en New Jersey, el día 17 de Abril del año seis
antes de Cristo -“la noche en la que los pastores vigilaban sus rebaños”, como
dice Lucas, el evangelista-, Júpiter, “la estrella de los nuevos reyes”,
iluminaba el cielo de Belén. Tómese en cuenta el hecho de que en esa ciudad,
enclavada en los montes de Judea, los rebaños salen por la noche sólo seis
meses al año, de abril a septiembre. No salen en diciembre, porque hace
demasiado frío. De modo que, según la descripción dada por los evangelistas y
estudiada por los expertos, si Jesús nació en Diciembre lo hizo sin la
presencia de la “estrella” de Belén y sin ovejas pastando cerca de su pesebre.
Pero si hubo “estrella” y ovejas, entonces la fecha no fue en diciembre, sino
en abril. Por siglos, la cultura occidental ha celebrado, con los antiguos
césares romanos, el nacimiento del Sol Invictus en nombre del adventus
Redemptoris. A lo cual se han ido sumando algunas otras festividades
tradicionales del norte de Europa, como la fiesta del Yule o celebración
pagana del solsticio de invierno, en la cual la noche más larga del año
guardaba consigo la promesa de que, a partir de ese momento, los días irían
creciendo y, con ellos, mejoraría la cosecha. Para celebrarlo, las tribus
festejaban durante doce días continuos con abundante carne y cerveza. Un gran
tronco de yule que hacían arder presidía las festividades. Anunciaba el
nacimiento de dios. En las casas se colocaban troncos de yule -un abeto o pino-
que simbolizaban el arbol de la vida, especialmente para la protección de los
hogares contra los espíritus de la oscuridad. Pues bien, ese es el origen del
arbol de Navidad que la cultura cristiana terminaría haciendo suyo.
Y sin embargo, muy
a pesar de los entendidos o de los malentendidos, sobre los cuales se han
elevado tantas reliquias de piedra, de cartón o de silicón -tantos dogmas,
tantos prejuicios, condenas e imposiciones, encubiertas o abiertas-, la
historia de la celebración de la Natividad confirma su grandeza por sí misma.
El espíritu de humanidad la anima. Es lo extraordinario y sorprendente de su
encanto. Cada celebración de la Natividad es un nuevo comienzo, una nueva
oportunidad que no depende ni de las estrellas ni de los árboles, sino de la fe
en sí mismo, en la libre voluntad y el propio esfuerzo. Rectificar significa
reconocer los errores cometidos a fin de enfrentar el mal del que también se es
responsable. Es el deseo consciente de luchar para vencer las tinieblas de la
tiranía y la tiranía de las tinieblas. “Ten el valor de equivocarte”, decía
Hegel. Para lo cual es imprescindible enmendarse. Ese es el significado real de
la Natividad: una nueva oportunidad de comprender y superar. En esto consiste
la “revolución copernicana” llevada a cabo por Jesús de Nazareth. Por eso Hegel
llamaba al cristianismo “la religión de la libertad”. En la conciencia, que con
cada año vuelve a nacer, la fe y el saber se reúnen para celebrar el triunfo de
la humanidad. Afirmaba Spinoza que Jesús ha sido siempre “la verdad esencial
del humanismo” y “el mayor ejemplo de serenidad racional”.
Ecce Homo por José Rafaél Herrera @jrherreraucv | ||||
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La frase tampoco es de Nietzsche, a pesar de que uno de sus textos más conocidos –y, valga decir, altamente recomendado por Freud– lo lleva por nombre. Se hizo famosa después de que, según Juan el evangelista, Poncio Pilato la pronunciara, al momento de presentar al prisionero Jesús de Nazaret ante el populacho enardecido, sediento de sangre: “Este es el hombre”. Con lo cual, sea dicho de paso, Pilato salvaba su responsabilidad, se lavaba las manos en el asunto, dejando que la perturbada muchedumbre tomara en las suyas la sumarial decisión. Es con tal expresión que tiene formalmente sus inicios El Espíritu del cristianismo y su destino, para citar el título de un ensayo juvenil de Hegel que expone, por cierto, el pasaje que va desde antes del trágico momento hasta el progresivo surgimiento de la positividad constitutiva de la fe cristiana. |
Marx: la progresiva deformación de un pensamiento | ||||
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Ludovico Silva, hidalgo caballero de cuya inteligencia filosófica y formación clásica nadie puede sospechar, afirma en su Anti-Manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos que la historia de la fortuna de Cristo es similar, en muchos aspectos, a la de Marx, porque así como los discípulos del primero “traicionaron y desfiguraron” sus enseñanzas, haciendo de su religión natural una religión positiva, del mismo modo, los seguidores del segundo deformaron su pensamiento –crítico e histórico– para convertirlo en una suerte de catecúmeno, propicio para el adoctrinamiento en los “misterios” de la “fe sagrada”. |
Mitos y leyendas del mundo ideal. | ||||
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Los mitos se dicen que existían antiguamente pero no hoy, en cambio con el reciente fallecimiento del filósofo Gustavo Bueno se ha vuelto un tema muy actual, el filósofo que agrandó su fama por crear un sistema capaz de desentrañar el mito, creó esa maquinaria a la que llamó materialismo filosófico que permite averiguar que planos conceptuales atraviesan una organización de saberes, y cuales organizaciones de saberes no están atravesadas por conceptos suficientes, y por tanto son "sin-saberes", estos últimos, son mitos. |