Explorando la bondad y la maldad humanas a través del lente del narcisismo
Cuando alguien piensa, las palabras son herramientas que tallan el borde de una idea, es el encuentro con una pregunta que pesa, que no se deja atrapar fácilmente: ¿es el ser humano bueno o malo por naturaleza? Y en ese instante, como un aprendiz que duda, te puedes preguntar si esa bondad o maldad no será, en parte, un reflejo de cómo nos miramos a nosotros mismos. Porque, si algo he aprendido al recorrer las páginas de mi propia curiosidad, es que el narcisismo —ese impulso que nos hace girar alrededor de nuestra propia imagen— puede ser un lente para entender no solo quiénes somos, sino cómo actuamos con los demás.
El narcisismo, en su forma más simple, es una chispa natural. Todos, en algún momento, nos contemplamos en el espejo de nuestra mente, buscando pistas sobre el valor con el que nos perciben, y esto parece una certeza de que existimos y que importamos. Esto, me digo, no es malo por naturaleza. Es humano. Es la raíz de una autoestima que nos permite levantarnos cada mañana, caminar entre otros y sentir que tenemos algo que ofrecer. Pero, como un río que crece demasiado, este impulso puede desbordarse. Y aquí, en este desborde, encuentro una pista para responder a la pregunta del artículo.
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Un espejo que refleja la dualidad del ser humano: entre el narcisismo y la empatía, la bondad y la maldad. |
El narcisismo: un fuego que calienta o quema
En su forma sana, el narcisismo es como un fuego pequeño, no quema. Es la confianza que nos lleva a crear, a compartir, a conectar. Según la psicología, esta autoestima equilibrada nos permite valorarnos sin despreciar a los demás, sin exigir que el mundo gire a nuestro alrededor. Pero cuando ese fuego crece sin control, se convierte en el Trastorno Narcisista de la Personalidad, un patrón donde la grandiosidad, la necesidad de admiración y la falta de empatía dominan. Aquí, el ser humano no es ni bueno ni malo por naturaleza, sino que se pierde en una imagen distorsionada de sí mismo, una imagen que exige ser adorada, que no tolera la fragilidad ni la humanidad de los otros.
Pienso en cómo este desborde no es solo individual, sino también cultural. Vivimos en un tiempo, como escribí alguna vez, donde la comunicación es rápida, potente, pero a menudo vacía. Las redes sociales, con sus selfies y sus likes, nos invitan a construir una imagen idealizada, a buscar la validación en los ojos digitales de los demás. Esto, ¿es malo? No necesariamente. Pero cuando la búsqueda de esa imagen nos aleja de los otros, cuando nos hace olvidar sus necesidades, sus dolores, entonces el narcisismo se convierte en un veneno. Es como si, en nuestra ansia por ser vistos, olvidáramos mirar.
La fragilidad detrás del narcisismo
Y aquí vuelvo a la pregunta: ¿es el ser humano bueno o malo? Si el narcisismo, en su forma patológica, nos lleva a explotar a otros, a ignorar sus sentimientos, a envidiar o a creernos superiores, entonces podría parecer que hay una semilla de maldad. Pero, detengámonos un momento. Ese mismo narcisismo nace de una fragilidad, de una inseguridad profunda que busca llenarse con la admiración externa. ¿No es esto, en el fondo, una lucha por encontrar sentido, por no desaparecer en el vacío de la propia existencia? El ser humano, entonces, no es malo por naturaleza, sino vulnerable. Y en esa vulnerabilidad puede elegir: construir puentes hacia los demás o encerrarse en su propia imagen.
Por decirlo de otra forma, las imágenes crean emociones muy animales, la emoción es animal, puro presente, y las creencias que formamos a partir de las imágenes que imaginamos pueden enredarnos. El narcisismo patológico es como una creencia sentida mal aprendida, con una lógica defectuosa, una que nos hace pensar que nuestro valor depende de cuánto nos miran los demás. Y en esa creencia, a veces, herimos. Explotamos. Ignoramos. Pero también, en esa misma vulnerabilidad, hay espacio para aprender, para desaprender, para mirar al otro no como un espejo, sino como un igual.
La elección entre el ego y la empatía
Entonces, ¿es el ser humano bueno o malo? Me atrevo a decir que no es ni una cosa ni la otra. Es un ser en lucha, atrapado entre el deseo de ser y el miedo de no ser suficiente. El narcisismo, en su forma más oscura, puede llevarnos a actuar de formas que parecen malas: a manipular, a despreciar, a buscar el poder a costa de los demás. Pero en su raíz, ese mismo narcisismo es humano, es un intento de encontrar un lugar en el mundo. Y si podemos aprender a dudar de nuestras propias imágenes, a escuchar las emociones de los otros, a construir desde la empatía, entonces tal vez podamos inclinar la balanza hacia la bondad.
Hago una pausa. Cierro los ojos. Imagino a ese joven que fui, escribiendo con más dudas que certezas. Y me digo: el ser humano no es bueno ni malo por naturaleza. Es un aprendiz, como yo, como todos, que puede elegir entre encerrarse en su reflejo o abrirse al mundo. Y en esa elección, en esa lucha, está la posibilidad de ser mejor (no de parecerlo, sino solo de sentirlo permitiendo la vulnerabilidad).
Pero, ¿cómo se refleja esto en la filosofía? Si miramos a los grandes pensadores. Como: Rousseau, por ejemplo, creía que el ser humano era bueno por naturaleza, pero corrompido por la sociedad. Hobbes, en cambio, veía al hombre como egoísta y brutal, necesitado de un contrato social para contener su maldad. Ambos, desde perspectivas opuestas, parecen apuntar a lo mismo: la naturaleza humana no es fija, sino moldeable. Y en esa maleabilidad, el narcisismo juega un papel clave. Porque, ¿no es el egoísmo que Hobbes describe una forma de narcisismo descontrolado? ¿Y no es la bondad natural de Rousseau una confianza en uno mismo que no necesita aplastar a los demás?
El narcisismo en la cultura contemporánea
Si avanzamos en el tiempo, llegamos a nuestra era, donde el narcisismo parece haber encontrado un escenario perfecto. Las redes sociales, como mencioné, amplifican nuestra necesidad de ser vistos. Pero no solo eso. La cultura del consumo, la competencia constante, el éxito medido en likes y seguidores, todo esto alimenta un narcisismo que puede alejarnos de la empatía. Sin embargo, también hay otra posibilidad. La misma tecnología que nos tienta con la vanidad nos conecta, nos permite escuchar voces que antes eran silenciadas, nos da herramientas para aprender y compartir. El desafío, entonces, es usar esas herramientas no para encerrarnos en nuestro reflejo, sino para abrirnos al mundo.
Freud, veía el narcisismo como una etapa natural del desarrollo humano, pero también como algo que debía superarse para formar relaciones auténticas. O en Kohut, el psicólogo que habló del narcisismo sano como una fuerza vital, una que nos permite soñar y crear sin destruir. Ambos, desde la psicología, nos recuerdan que la bondad o la maldad no son esencias fijas, sino resultados de cómo manejamos nuestras necesidades internas.
La filosofía como espejo y como puente
La filosofía, entonces, se convierte en un espejo y un puente. Un espejo, porque nos obliga a mirarnos, a cuestionar nuestras creencias, nuestros impulsos, nuestro deseo. Un puente, porque nos conecta con los demás, con sus preguntas, sus luchas. Si el ser humano es bueno o malo, no lo sabremos mirando solo dentro de nosotros mismos. Lo descubriremos en el encuentro con los otros, en la empatía, en la capacidad de dudar de nuestra propia imagen y escuchar la de los demás.
Recuerdo a ese aprendiz que escribía con torpeza, buscando respuestas en las palabras. Y me digo que la pregunta no es solo si el ser humano es bueno o malo, sino qué hacemos con esa chispa de narcisismo que todos llevamos dentro. Podemos usarla para alimentar un fuego que quema, que consume, que destruye. O podemos usarla para encender una llama protegida, que ilumina, que calienta, que crea y se protege de la autodestrucción. ¿Cómo se hace esto?, pensando y reflexionando, madurando esos sentimientos que se forman constantemente desde las experiencias a las palabras. La elección, como siempre, es nuestra.