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¿Amas la justicia?


Eros disparaba sus flechas para inflamar los corazones de los dioses y de los mortales porque el dolor da cuenta de los elementos de nuestro cuerpo, da ciencia de la existencia de nuestra materia, una ciencia que se desvela eróticamente, a través del deseo que si bien, bajo una lógica capitalista, es carencia, desde una lógica inorgánica (Deleuze), es potencia; como si la saeta que hiere termine por avivar los últimos instantes eternos de cada muerte. Todo se mitifica para poder estratificar los hechos, de lo contrario carecemos de organismo y la civilización se pierde. Mas ésta puede ser nómade. El problema radica en que no puede ser nómade en su totalidad, es Eros un elemento mismo de la mitología, la flecha, el amor, incluso, el mismo corazón, pero todos existen en los planos en los que les tenemos identificados, variarlos conlleva a la esquizofrenia, la cual es básicamente desorganización.  

No se conocen con certeza los lugares habitados de la mitología, porque en realidad habitamos lo que queremos, y de vez en cuando aparece un Borges preguntándose qué realmente debía sentir el Minotauro. Afirmar o no que existen los hechos mitológicos (como el amor), sería una necedad, o peor aún, una enfermedad que terminaría con delirios persecutorios. Definir exactamente un concepto filosófico o interpretar una mitología como canon es la enfermedad misma, un cáncer que debiese existir y que existe, pero que debe ser aislado para tratarlo como tal y no como aquello que constituya los acontecimientos de antemano. Identificar el miedo es identificar también una forma de ignorancia, no hay un solo camino en esto.

Extrema se tangunt. ¿Lo que se tiene, se tiene realmente? ¿Qué se tiene cuando se tiene? El ser permanece coordinadamente en una aglomeración de tiempos que gobiernan todo desde el absoluto caos, desde la nada, eso es el Ser, pero a la vez lo único que es. Este caos es tan extremo que no podría ser humanamente inteligible si no le llamáramos de la forma en que le llamamos o si no pretendiéramos encerrarle en algo que sí se pueda entender, pero en el fondo es una carencia. La potencia nunca puede ser otra cosa que su misma carencia, ya que cuando se organiza pierde esta cualidad, se hace estable y deja de peligrar al borde de la explosión. El hijo de la diosa del Amor y del dios de la Guerra se comprometía a ofrecer algo de lo que él mismo carecía: heridas. Quien es herido es penetrado y comienza a amar desde una posición femenina (Freud), sólo se puede amar desde una posición femenina, amar feminiza. Pero no es que cupido sea el símbolo de la virilidad ni mucho menos, quizás hasta muchas veces su sexualidad se ha puesto en duda, porque no es desde su posición de disparador desde donde se sexualiza, sino desde la posición de flechado. Los dioses griegos podían enamorarse con amor erótico bajo esta cualidad de ser vulnerables.

En estos estándares no somos más que maquinas que sufren fallas con distintos puntos de fuga. Pero no una maquina objetiva y manejable que se puede relatar o dibujar o comprender cabalmente. Somos un conglomerado de direcciones maquínicas que se mueven a través de disfuncionalidades que terminan por funcionar a través del combustible de nuestros deseos. Lo antinatural es comprender los deseos naturalmente, lo que termina por alejarnos de la creación obvia que viene de todo esto: crearnos a nosotros mismos. Definir al hombre, definir a la Mujer, ser los que terminan diciendo la ultima palabra con respecto a lo que estas palabras significan, desde el mayor desafío para los humanos desde el comienzo del pensamiento: la Ética.

El primer acto de amor debe ser necesariamente el precursor de un efecto dominó. La creación del mundo no ocurrió al principio de los tiempos, ocurre todos los días (Marcel Proust), el amor es un hecho pragmático, como creador eterno es completamente desterritorializado. No hay una contestación fija desde un tipo de sexualidad a lo que es el amor ni el erotismo, por ello Eros bien puede haber sido un ser con una dudosa orientación sexual, mas no por ello incapaz de amar; la gran pregunta y tragedia es elucubrar cuál sería su imaginaria herida. Cuál es la herida de los desplazados de nuestra generación, de las anteriores, de las venideras. Cuál es la herida de las minorías. Qué las provoca. Denunciar un único caso década tras década creo que no resolverá nada. Los dardos son tantos y tan variados que merecen mitificarse, significarse para comprendernos. Esa es la importancia de la ciencia nómade.  

La vida, los hechos metafísicos, son indemostrables porque están vivos, por tanto, en continua construcción y destrucción. Cuando demostramos, ya murió, cuando sentimos y late, está vivo en las verdades de las cosas, de los hechos inconscientes. No podemos escapar al hecho en sí, al presente en sí que demanda continuamente de nuestra atención, de nuestra concentración. Nuestra mirada es tan valiosa porque a pesar que, minúsculamente, veamos carencias frente a un ordenador, terminamos con ello de potenciar un sistema que se construye día a día con nuestra atención. Es esta orientación guiada la manera en que se maneja la estadística de nuestro movimiento, pero una estadística con territorio, con órganos que le terminan por restar potencia, al sistema capitalista o al planeta. ¿Cuál de estos órganos mutará a cáncer?  

Hoy la ciencia de las cicatrices ya no acompaña al cuerpo. Las técnicas de análisis corporal tienden a brindar una mayor geografía del daño causado, por ello el cuerpo es un elemento investido en las relaciones de poder, y puede ser rehabilitado y llevado a un estatus mayormente aceptado en la moralidad comunitaria, dado que el lenguaje tiene criterios polarizables.

Pero los resultados del análisis del alma y de la psique humana en cuanto al trauma, son vistos como algo degradante, denigrante, y aún más incapacitantes que las lesiones corporales. Es por ello, como diría Foucault, que se ataca más al alma que al cuerpo en la era moderna. Su ataque incapacita al penitente de su defensa geográfica y metódica (ya que nunca estará moralmente capacitado); mientras absuelve al juez del acto de castigar, de la culpabilidad de asumir una labor para la cual nunca es digno.

 

El problema del mal

 



Las figuras literarias existen para garantizar una adecuada comprensión de algún tipo de representación humana en la repercusión de cierto pensamiento. Quién escribe ignora en parte las consecuencias de lo que narra en todas las posibles verdades que sus palabras pudieran generar. No sabemos si la realidad es infinita, pero sabemos que tiende a ello. Es pues desde este punto de vista que nacen posibles formas de escribir, sobre todo, e incluida la filosofía, por lo que a veces es recomendable que existan completos autodidactas en diversas disciplinas que pidan rescatar la realidad de las cosas, para que no se universalicen formas de escribir y de plantear problemas, y así nazcan ramificaciones que bien pueden o no repetir lo ya dicho, o encontrar razones para no hacerlo. El oxímoron, por ejemplo, ha sido una de las formas más bellas que he visto para contar a dios, con sus defectos, que en realidad son los nuestros, y sus virtudes. Lo curioso aquí es que es poco plausible etiquetarnos las virtudes, porque representan algo ajeno a nosotros, como si todo en nuestro interior respondiera a nuestro ego y a un modo completamente erróneo de hacer las cosas. Defectos nuestros, virtudes, ajenas. Planteemos ambos escenarios.   

Si todo el bien naciera de mí, mis pasiones y mis deseos responderían a las razones del príncipe, que guiarán mis actos de tal manera que yo pueda satisfacer mis deseos, procurándome el menor de los daños posibles, para mí, sin importar los otros. Existe un plano que no manejo, el plano en el que se formó mi inconsciente, pero desde ahí procuro el mayor de mis placeres y de mis conveniencias, de la manera más lógica posible en el ámbito utilitario. Todas las disciplinas me interesarían de pasada, y la mayor de mis pasiones dependería de la forma, arbitraria, pero controlada por el ego, en que se forjó mi psiquis. ¿Qué placeres me dominaran? Dado que hablamos de dominio en ambos sentidos, el dominio del bien interpretado como fluyente de mí, en este caso un dominio en el que mi interés me brinde la seguridad ante la vastedad de la libertad de todos los medios de lo que me es licito. El resto no representa para mí más que una forma para una meta que al parecer jamás acaba, tan hambrienta como cada nuevo día y tan sedienta como cada nueva sed. Como no hay un fin más que yo mismo, para el parto de la bondad, no termina el deseo hasta encontrar una razón que me trascienda, esto es, en términos simples, una razón que no repita día a día mis necesidades fingidas o no, dado que entre más se adapte y se mueva mi ser a estratos de poder altos más se confundirá en lo que realmente quiere, mas no en el nacimiento de esta bondad. La simbolización de satán es ésta, alcanzar tanto y todo que no tenga otro bien que el mal en sí mismo, ignorando cualquier otra existencia y cualquier otra fuente de bien. Entre lo que logro adaptarme y seguir al mal simulando el bien, llega el punto en el que el bien ya no se distingue, incluso para mí mismo, todo es falso, el mal absoluto habrá llegado sin que ni siquiera lo note, pero es que tampoco podría decir qué fue lo realmente bueno desde el comienzo. No habría memoria del deseo, porque la memoria pertenece a otro, que fui yo, pero que ya no es, que respondió a necesidades que puede que no tenga, pero eso ya no importa. Trascenderse en estos términos es la salvación de lo falso, de la total inexistencia. No puede existir alguien que funde el bien en sí mismo por siempre, el Tiempo le devorará. Y si creemos realmente que todo bien sólo puede surgir desde uno mismo, todo dependería de una absoluta fe propia, y que yo, como mi propio dios, descubriré la verdad en la cotidianeidad de mi conveniencia, descubriré que la verdad es relativa a mi contingencia. Bajo estos aspectos es preciso notar lo agresivo que es el lenguaje con respecto a esta idea. ¿Por qué no creer que esta agresividad subjetiva es sospecha que en nosotros se esconde la verdadera bondad? Dado que no necesariamente es correcto seguir lo que grita nuestro lenguaje si lo imaginamos como una mera herramienta para algo más excelso. El lenguaje es exterior, algo que inventaron otros, sin embargo, no puedo vivir fuera de él, no puedo vivir fuera de los otros. Todo vicio procede de los otros, la vida es un engaño, y mi propia construcción es un engaño si lo baso en el lenguaje. Mi intuición es la mayor de las verdades y a la vez la mayor de las bondades. Si por alguna razón llegué a una madurez suficiente, quizás esta diferencia entre el más bajo de mis instintos y la armonía pura conmigo mismo pueda llegar a limarse.

Por otro lado, si todo el bien naciera del exterior, debería negarme absolutamente a mí mismo. Ninguna virtud procede de mí, mientras todo vicio procede de mí. Como se mencionó con el tema de dios. El poder de dios radica, en ultimo aspecto, en su capacidad de ser ajeno a nosotros, aunque creemos, intelectualmente, todas las máscaras para evidenciar lo contrario. ¿Las virtudes proceden de otro y de otros? No sería aconsejable. Dado que estos otros no son más que otros egos. Mas, se puede imaginar otra cosa: ¿Es virtuoso encontrar el bien para los otros? ¿Desde dónde? Desde alguna forma de buenismo que involucre algo superior al bien propio y al bien utilitarista de otros. Todo apunta a que el bien no necesita explicación en este sentido, el mal sí, para bien o para mal… Esto necesita encajar en algún rompecabezas. Este rompecabezas es la historia, la memoria, por esto toda ética que quiera fundar los derechos humanos no debe ignorar la memoria, es más debe recalcarlos hasta el hartazgo, paranoicamente. Si el bien está afuera, seamos radicales, todo lo que es, es bueno. No hay nada que cambiar. O todo el bien está afuera, o todo el bien está adentro. Elegimos creer que todo el bien está afuera. Lo de afuera nos debe controlar, entonces, para que el bien se manifieste y contenga nuestro mal el control absolutista debe existir, la memoria y el control. Aunque desde el control no pueda existir el bien por sí mismo, dado que no habría voluntad que lo elija. El bien debe encontrar la forma de imponerse sin alterar la libertad, sin controlar nada, sin intimidar y sin necesidad de crear una memoria paranoica. El bien es nuestro o no lo es, venga de donde venga. Si el bien es nuestro, viene de afuera, pero se calcó en nuestra alma, tendrá por requisito el bien exterior, será la única prueba de su existencia y la estupidez le seguirá los pasos, la esclavitud, si hay agentes externos que necesiten medirlo. No somos nada sin que aquello que nos delata. El bien exterior supone dogmas que puede que escapen a una concreción pura de libertad, según historia, no hay esclavitud que sea buena. No tengo nada fuera de la lengua que no sea conjuntiva, es ahí donde se de-muestra, en un estadio infinito sobre espejo, que tienta a pensar en una ética adulterada sin límites, necesitadamente documentada, para no olvidarla. El bien se haría fijo sin la posibilidad de cambio, lo que era bueno para los muertos debe serlo para los vivos. Terminando con el hecho de ser peleles de un bien explicado día a día y politizado, pero no con su fin en la contingencia, sino en el recuerdo. Si el bien viene de fuera, pero no es nuestro, no tenemos nada de qué adueñarnos, no hay forma de identificarlo, ni siquiera podría comparársele con una sombra, porque nuestro Yo deslumbraría todos los caminos, solamente se debería dejar que las cosas pasen, y el ámbito científico podría o no tener, perfectamente y en ambos sentidos, la misma equilibrada importancia de decir algo ético o absolutamente nada. Si el bien viene de fuera seríamos organismos virales sujetos a misericordia con la garantía notoria de ser absolutamente nada para el universo. Si el bien viene de afuera, en el atomicismo, vendríamos a ser partículas que son para que este bien se manifieste, sirvamos o no de ejemplo positivo o negativo para esto.       

¿De dónde nace el mal? Las cosas se manifiestan, pero al parecer es nuestro interior lo que interpreta lo relativo, mediatizamos las cosas, aunque procuremos lo inmediato. Creemos que podemos captar la realidad, pero no hay tal hecho, solamente representaciones. Podemos hablar de bondad y maldad, pero no llegamos a captar las fuentes, existe un impedimento innato que puede contradecir la realidad a través de la voluntad. Esto no quiere decir que debemos rechazar nuestros universales, pero debemos conocer su naturaleza, relatándolas es como se puede llegar a entender la historia. Este relato es muchas veces un oxímoron a través del cual se comprende la interacción entre interior y exterior, entre bondad y maldad, con nuestras voluntades en el centro tratando de identificar bajo cierto espectro todo lo que valga la pena en el pensamiento.

Existen otras posibilidades con respecto al origen del mal, tema que puede diversificarse completamente en minúsculos ejemplos. Pero como diría Deleuze, no es digno preguntarse qué quiere decir un libro, un texto, o un artículo, sólo basta con preguntarse con qué funciona.


Inflamando lo mínimo

 


El poder del pensamiento de Lucrecio radica en descifrar las palabras y los símbolos que mueven las cosas desde su necesidad radical, las palabras son perspectivas simples de lo que es realmente la vida, pero que se alteran en un ornamento falaz, misterioso; se debe por tanto rehuir de la mentira sin erradicar los misterios que comprenden los motores que atesoran su resistencia. Bajo esta figura, lo falso estará en la luz, mientras que lo profundamente verdadero, en las sombras, bajo el alero de la noche. La luz es trabajosa, necesita de procesos químicos y físicos tremendamente complejos para manifestarse, en este proceso explica la realidad mintiendo, es fenómeno, nunca noumeno; mientras la oscuridad es parca, sobria, elegante y justa. Como el pequeño punto de apoyo que necesitaba Arquímedes para mover el mundo, las cosas pequeñas inician a las grandes, comienzan lo eterno, lo que está más allá de nuestro entendimiento; como el principio científico del Big Bang necesitó de su mínimo posible en cuanto a espacio y tiempo para ser grande, las grandes verdades se dicen con poco, en el enfrentamiento común del individuo con sus necesidades, allí donde se fricciona con las cosas; cuando se caen las máscaras y vuelven a nacer las pasiones, junto con ellas todos los dioses, los más elementales, para que en la dialéctica del tiempo se vuelvan a hacer misteriosas y simples a la misma vez. En este choque con las cosas, los sentidos se alteran y la razón se vuelve inútil, incapaz de sostener aquello que dedujo a través de ellos, se maneja el todo con el todo, ya no es una mascara participando con algo, solamente hay sustancia alejada de la razón.

El producto se torna inevitable en algún momento de la historia, es ahí cuando el hombre toma su curso natural dejando lo artificial en el olvido; se prioriza la emergencia. La verdad no necesita memoria, esta misma se recuerda por siempre para no dejar de ser en ningún momento, el resto es un intento de detener el tiempo, y, aunque ocurre, no presenta cambios en el orden de las cosas, solamente perpetúa una mentira difícil de ignorar, porque representa una tentativa a la permanencia, recordando signos que debiesen existir por si mismos, pero, por no tener existencia propia, deben repetirse constantemente en las mentes establecidas de la democracia. No es el hecho una repetición, nuestra lengua y nuestra mente tratan de repetirse para vagar confiadamente en un mundo inhóspito que requiere de lo pagano primeramente para sobrevivir, es por ello que los dioses, que se repiten, nos dan la vida y la mantienen, en una estrecha relación que con el tiempo torna a religión, para luego pasar a un sistema político-económico que lo vulgariza todo. Es un extremo que no se puede sujetar, aunque se disfrute de un cambio relativo al subjetivismo del tiempo que se vaya creando tan lentamente, que las generaciones apenas noten sus cambios; en este sentido, lo fabricable tiene que ver con un gesto que avisa de qué moriremos; los vanos días que permanezcamos en este mundo podrían servir para servirnos, para acercarnos o alejarnos de la naturaleza; para aproximarse a lo mínimo y aspirar a lo máximo, dependiendo de los estados de conciencia que se alcancen con respecto a los ritmos de los dioses del tiempo.

Lucrecio fue contrario a toda religión, ya que ésta establece e impone las normas desde las cuales se deben desarrollar las conexiones intimas de los humanos con lo sagrado, intentos hegemónicos para protagonizar la mentira que recorta la realidad, desfigurando a los dioses; validando su existencia desde el amparo contrario al nacimiento de éstos, desde el absoluto desamparo. Por ello, se considera que Lucrecio manifestó en su filosofía la doctrina epicúrea de esconder la vida, la que podría traducirse de muchas maneras, pero que deja una huella interesante con respecto a la sacralidad de lo que el humano, como un ser que debería ser más que un bípedo implume, debería ganar, para dejar atrás el sinsentido sin goce, el tiempo sin estaciones, o las filosofías verdaderas, pero poco oscuras. Esconder la vida es esconder las razones, para no crear proselitismo ante una experiencia meramente personal de conocimiento, con respecto a la cual se podría orientar sin imponer, mientras se logre enseñar sin condenar. Esconder la vida es esconder la palabra, porque los nombres de los dioses son santos, recabados solamente por la impronta contingencia hacia contactos de paso, pero reveladores, estremecedores y escalofriantes. Dado estos casos, es menester no juzgar a quienes relatan dichas revelaciones.

Desde el ateísmo, este contacto no es más que encontrar algo más grande que uno, cosa no muy difícil de lograr. Ante esto, la historia del suicidio de Lucrecio, aunque no confirmada, propone una visión mágica del mundo antiguo con respecto al ateísmo, que puede explicarse con la libertad total y absoluta si se permite; esto es, no hay dios que decida ni cuándo se nace ni cuándo se muere, aunque, con respecto a esto último, la libertad de elección es total, sin cuestionamientos. Es la tesis del suicidio la forma de morir del ateo, que, aunque crea en un orden natural sin la necesidad de un ordenador, también entiende el orden artificial que se puede imponer para mentirle a las cosas, sin necesidad de establecer una deidad, dado que entiende que está necesidad es ilusoria, aunque desconociendo qué tan necesaria; empero, el suicidio, aunque artificial, no viola ninguna ley natural más que las divinas, en las cuales son los dioses los que deciden sobre los tiempos humanos, sin olvidar que el dios que nos rescata, bien puede rescatarnos con la libertad que tenemos en el artificio de sus cosas. El suicidio es quizás la única forma artificial que no banaliza la vida con su permanencia.

Es así que no se debe temer, según Lucrecio, ni a los dioses ni a la muerte, ya que estos vienen a rescatarnos con el hecho azaroso de mantener una mente serena, estableciendo que el cambio fortuito nos regala la cordura con su antónimo a veces. Es bueno entonces, recibir a la fortuna con la calma que debiera permanecer por siempre en nuestras mentes, recibir con una constante, dado que el resto es sólo verdad manifestándose eternamente en pluralidad de términos, desviaciones atómicas que brindan oportunidades caóticas para la excusa existencial de algún tipo de deidad, memorias que solamente quedan en especies capaces de sobrevivir lo suficiente como para visualizar símbolos o mitificarlos.

Aunque se alude mucho al término de los dioses para este artículo, la verdad es que Lucrecio no los consideraba importantes para la vida del hombre, no consideraba que éstos influyeran en sus acontecimientos, es más, es el individuo quién les da vida, y les llama según sus necesidades. Ahí radica la importancia de nombrarlos en filosofía. Muy atomista, como las palabras, los átomos desarrollan la historia en su interacción. El alma material, conviene acomodarla a la naturaleza, las palabras materiales, conviene acomodarlas a las cosas, mientras que los poemas responden a todas las preguntas. La vida, en última instancia, es placer, por lo que no es vano crear desde el ámbito artístico, entendiendo que en la estratificación del arte se encuentra una autentica adoración a figuras de paso, que hacen llorar o dan risa.

Un lente para no ver

 


El espíritu está en el presente. El espíritu es en tanto espíritu porque representa para el hombre cierta transparencia ante lo que es, el presente es lo que es, aunque con esto no se pueda decir ninguna cosa... El espíritu se muestra como la punta del iceberg, es una pasión trascendente, es la cosa que permanece más allá de la materia; el espíritu es un misterio intuitivo y metafísico que merece ser nombrado, pero que excluye todo nombre, que excluye a la materia, aunque puede manipularla y ser parte de ella; el espíritu es devenir; pero no un devenir constitutivo por las leyes inmutables, las que en este estado, en este aspecto, simplemente no existen, cosa obvia para algunos, siempre debe aclararse. No hay elementos medibles para el espíritu, lo que se puede medir no es más que un plano que sobrepasa al individuo. Es la corriente más allá, incluye todos los tiempos, incluye todos los espacios, incluye todas las materias, incluye todas las formas, los propósitos, las reacciones, las funciones. El presente es el espíritu moviéndose, manifestándose en el plano material, pero no es Esa forma, no es un atajo, el presente es la inconmensurabilidad de todo en la nada genuina, por eso avasalla con el peso del fenómeno tan vasto como lo que el sujeto sea capaz de soportar. El espíritu es parte de lo máximo y nada más, el punto visible e invisible hacia el todo que apenas se deja notar.

El espíritu tienes leyes que sobrepasan cualquier fantasía, son lógicas, son analíticas, pero no son eso solamente. La utopía analítica es estudiar el lenguaje que es una adaptación al infinito, ergo, lo analítico, si no es mediocre, debería aspirar a lo infinito, no tratando de ordenar aquello que trata de capturar lo inconmensurable. La mera existencia de la filosofía analítica es un absurdo, por redundante, el lenguaje se estructura solo y no miente, mentimos nosotros usándolo. No se trata de encontrar, siendo exagerados, brujerias, conspiraciones, orígenes, destinos, o posibles realidades; estudiar el espíritu y todas sus posibilidades metafísicas no hacen más que expandir nuestra conciencia, expandir la realidad tan cambiante como el clima, y tan aparentemente estable como la geología. He ahí la falta de rigor en positivismos vanos y desmoronables, en analíticas perfectas de cambios estandarizados y complejos, dado que no contemplan el infinito indemostrado de visiones astronómicas, ni los experimentos cuánticos desde el absoluto, sino que en su misma realidad que los rodea por necesidad, es un contacto torpe e infravalorado. ¿Por qué la filosofía debiese tenerle miedo a la palabra magia, por ejemplo? ¿No es esto un mal minimalismo del potencial real de las categorías, de los universales, de los imperativos, de las mónadas, o de incluso, del signo, de la gramática, de la estructuración de las palabras y de su desestructuración. ¿Esto no reduce el potencial de abrirnos al mundo para tratar de masticar con un poco más de dignidad la realidad, con la frente en alto, sin engaños? ¿Por qué el miedo ha de hablar y hacer arquitectura con lo que uno sabe desde la general realidad y no desde la particularidad? Para un espíritu tan nuestro, no es más que la manifestación de los temores de quienes quisieron vedar la metafísica, alejando precisamente la misma magia de las cosas; vedar la alquimia que tanto decía, pero que en gran parte se perdió permaneciendo oculto en grupos sectarios, ocultos y elitistas. Así como el paganismo huyó del cristianismo y del Islam, para preservar algún tipo de conocimiento, el positivismo oscureció estas doctrinas porque liberaban las aristas humanas quitando el rigor que necesitaban para abstraerse. No hay libertad en la analítica, no hay libertad en el positivismo.

Cómo lograr la empresa de derribar el conocimiento humano con conocimiento humano… esta respuesta la gritan las máquinas con las posibilidades que les brindaron millones y millones de medios, desde el Big Data; aunque no por algún tipo de voluntad propia, sino porque la propia existencia de las máquinas reconocen su negación. La negación de un conocimiento equiparable a lo que el individuo desde el comienzo de los tiempos presumió. Por ello, en esta intima relación que tiene el ser humano con la realidad, se debe luchar en contra de las certezas y alimentar la posibilidad, no veo otro medio por el momento. No se trata de negarse ciegamente a estar convencido, sino de observar cómo estás certezas se agrietan por sí solas en el proceso de contradicción con "todo lo demás", todo lo demás son las posibilidades. Hay certezas que evidentemente sobrevivirán a nosotros, el conocimiento es una forma de permanecer con el espíritu que se mueve suavemente en los detalles de la vida, en el ojo imperfecto de lo que se Es para que se aventure hacia el otro lado, sin importar las nociones del mundo, del comercio o la cultura. Se mueve a través de todo y no excluye a nada.

Probablemente es el paganismo en toda su acepción eufemística, la forma en que se deba buscar la verdad. El habitante del pago (pagano) o de la aldea, comenzó a negar que sus creencias se vieran afectadas por una corriente imperial, pero y más que eso, que otra creencia diferente a la suya fuese impuesta. La fe dejó en este aspecto de necesitarse, y los avances políticos comenzaron a ser más importantes que los suplicios que el devenir pudiera traer para cualquier tipo de creyente. “El espíritu es fe”, supongo que es la primera acepción de cualquier religión que grite a los cuatro vientos que confía en sus deidades para algo. Una verdadera religión, como la de Jacob, necesita luchar contra la fuerza que la mantiene; toda la historia debe conectarse con el infinito, la religión necesita demostrar su objetivo, de lo contrario, es un partido político más. No hay una forma corta para la observación ya que en estos caminos no existen distancias. No olvidemos que la presencia de los totalitarismos fueron consecuencia de la disposición a creer solamente en algunas leyes ¿Dónde quedaron las leyes que nos dieron la libertad, que nos hicieron morir por ella? Olvidadas en algún armario, se sentía el latir de otro regalo, de otra carencia. La libertad depende de la cantidad de espíritu que tenga nuestro pensar, atrayendo con ello errores y virtudes que radican lejos de la estabilidad, en un pensamiento dinámico, transitorio, un poco más real, un poco más espiritual, un poco más vivencial. 

Los objetos terminarían presentándose, como Hegel diría, anunciando su universal, proponiendo su existencia y su nada, abarcando un todo. Pero lejos. Muy lejos de su significado.

El Yin Yang Lingüístico


 


La lengua es un sistema de diferencias. Si cada significante propone otra cosa ¿Cuándo realmente llegamos a la cosa? ¿Hay una cosa primordial o, exagerando, la sustancia de las sustancias? 

Cuando se trata de usar un signo para una sustancia el ser humano tiene problemas con respecto a lo que imagina pero desconoce. Lo desconoce porque no ha llegado a un consenso y no llegará en lo que se refiere a un signo, dado que un signo es demasiado opaco para iluminar; no es ni exacto ni preciso, entonces la sustancia se forma por una red de significados que pasan a ser un significante en el consenso, y se hace un poco más significante en cuanto más académicamente se haga. Entre más sabiduría, menos significante y más significado. Con el caso de la cosa es más problemático. Notamos el caso de la cosa para la cosa, es decir, un signo necesita otro signo para existir. Para este apalancamiento, ¿se debió necesariamente utilizar a la sustancia primariamente? ¿O hay una cosa para la cosa? No hay una relación directa entre el signo lingüístico y la realidad.

Esto quiere decir que el lenguaje es un sistema arbitrario de signos. Una arbitrariedad que involucra una historia directa e intima con la historia humana y su devenir, la arbitrariedad del poder. Es importante notar que la realidad y la historia no tienen por qué coincidir, dado que, como historia con una prehistoria siempre se le debe minimizar por convención. La historia es el medio por el cual se manifiesta nuestra libertad, la realidad es el ambiente donde se manifiesta este medio, supongo que esto resuelve algunos problemas políticos; donde esta historia se resuelve como mediación a la realidad, como antítesis, es que se debe inventar la política. Es por tanto la historia un requisito para el desarrollo de la lengua, esto es, ¿tienen los nativos montañeses una palabra fácil para océano? ¿Tienen las civilizaciones portuarias una palabra difícil para el mar? La historia forma una trama que maquina nuestro lenguaje, desde ahí comienzan a gobernarnos los muertos, los muertos desde la cultura, desde nuestras nociones de arte, desde las leyes que obedecemos, y los derechos que creemos tener porque nuestros ancestros o bien fueron amos o esclavos.  De todas formas, siempre el océano, el mar, tienen otros significados, otros recovecos, se encuentran entre el signo y la sustancia, divididos por el poema y la prosa, tan dioses como nuestras venas.

Como la lengua es historia, hace historia, hace filosofía, nace el estructuralismo. El lenguaje es una herramienta para la construcción de identidades individuales y colectivas. Por ello el lenguaje está vivo, muta, porque la historia muta con sus signos por otros signos, por otras historias tan violentas como las otras, es así como la sintaxis ha significado desde el mundo antiguo: orden de batalla. Que el lenguaje sea historia involucra que exista una historia de las matemáticas, una historia del arte, una historia de las ideologías de género, las que precisamente quieren cambiar el lenguaje, porque saben que cambiando el lenguaje cambian la historia. Tener el curso de la historia, no es otra cosa que demostrar la potencia de obrar, pero como su definición es la libertad, también la potencia de abstenerse de obrar, como, muy entre comillas, España en la segunda guerra. Cosa curiosa, la verdad se defiende sola, pero es que la verdad no es otra cosa que la realidad que los fuertes quieren escribir. Por lo que terminan negándola. La verdad es el papel donde los titanes quieren dejar sus huellas.

La conciencia es la presencia de Dios en el hombre (Víctor Hugo). Es sólo la conciencia la que es capaz de ver la cosa y la sustancia, de separarlas y de conocer qué tan alejada está la una de la otra, pero a la vez de unirlas y de especular el lenguaje, por lo que la única respuesta posible a la pregunta: ¿Existe el signo del signo? La respuesta es la conciencia. Pienso, luego existo. Pero es que este pensar es el hecho concéntrico por referencia, una forma de significar el Yo, la sobrevivencia, un actuar de poder que cambia la realidad, pero, para decirlo en términos hegelianos, que cambia la razón. La conciencia es la única evidencia de que existe el signo. ¿Pero, que la conciencia dude de la sustancia, implica que la conciencia sea una sustancia? La conciencia duda de sí misma, la conciencia duda de la sustancia en cuanto no la puede atrapar, bajo esta propiedad, la conciencia cumple este requisito. ¿Habrá otros?

Si existe algún conflicto entre el mundo natural y el moral, entre la realidad y la conciencia, la conciencia es la que debe llevar la razón (Henry F. Amiel). La conciencia lleva la razón, mas la realidad la tiene, como el vinicultor que extrae la uva para comenzar el proceso del vino, de lo báquico, del misterio, de las estructuras del conocimiento y de la cultura, para poder extraer el jugo de la fuerza, de la dominancia, del poder del Übermensch, para dominar el lápiz que escribe porque conoce las reglas de esta arquitectura. La conciencia inventa sus propias razones, ¿es sustancia, es signo, da a luz signos? Quizás sólo queda pensar que ni se crea ni se destruye.

La conciencia según el pensamiento oriental no cambia, es eterna, pero es adquirida en porciones parciales para el sujeto. Según la problemática, no siempre el sujeto es consciente, ni tampoco hay garantía que el sujeto en algún momento del tiempo, llegue a tener conciencia, por tanto, la conciencia puede no ser una característica del sujeto, puede que venga de otra parte, puede que entre en contacto en nuestra realidad pasando por el filtro del sujeto, para luego marcharse. Una especie de arista que entra fácilmente en el ámbito religioso, aunque en el budismo, que habla bastante de la conciencia, y que es catalogado como la religión atea por antonomasia, curiosamente, se marca como una conexión con lo que somos, mientras que el sujeto está atado a sus pensamientos, a sus emociones y a sus relatos, a la batalla entre realidad y razón. Prehistoria para historia, historia para prehistoria, susurrando los símbolos en todo momento. Como negándose a sí mismo, el sujeto llega a los extremos de su todo, radialmente, y si no es por sí, si es en sociedad, en constante cambio.

 “El problema central de la filosofía. Relación de la palabra con el objeto... ¿Qué es una palabra? Un signo arbitrario. Pero vivimos en las palabras. Nuestra realidad, entre palabras, no cosas. No existe cosa tal como una cosa, de cualquier modo; una Gestalt en la mente. Entidad... sensación de sustancia. Una ilusión. La palabra es más real que el objeto que representa. La palabra no representa la realidad. La palabra es la realidad. Para nosotros, de cualquier modo. Quizá Dios llegue a los objetos. No nosotros, sin embargo” (Philip Dick). Quizás por ello el sujeto tiene la ilusión que la conciencia se le va, porque la conciencia es una ilusión. Considera la posibilidad de que a Dios no le agradas. Puede que Dios nos odie tanto que su castigo, nuestra vida en la tierra, no sea más que un castigo mental, un castigo psicológico, estar sujetos a estas palabras como si fueran el mundo. Como si el lenguaje formara parte de la expiación y la condena, un medio artístico humano y divino, a través del cual podemos amasar nuestra lejanía con las cosas, y las palabras jugaran con esta polaridad de los signos que no acaban, ni se sabe de dónde viene.

Para que tu mano derecha ignore lo que hace la izquierda, habrá que esconderla de la conciencia (Simone Weil).

 

 

La guerra ofensiva

 



"La perversidad de los malos pone incluso a los buenos en la obligación de recurrir, si quieren protegerse, a las virtudes bélicas, la violencia y la astucia, o mejor dicho, a la rapacidad bestial.” (Hobbes).


Hay una guerra que permite que se invadan espacios privados, intelectuales sobre todo, espirituales por más, como queriendo abarcar una humanidad que parece extinta; en estricta dominancia de la conectividad que pueda tener un mundo que se vislumbra solitario, desértico, pero aún desafiante para el mal, por el mal, hacia el mal, se prolonga una forma de vida tan amenazada como amenazante. 

Es el mal el peor de todos los miedos, dado que no puede existir por sí mismo. Antes de huir, advierte atrevidamente, dada su emergencia totalitaria de consumir, de absorber, de pretender ser eterno, estable, y, si cabe, feliz, pleno. Su fuerza tiende a ser mayor porque ataca primero, es ofensivo, vulgar, culpabilizante, alienígena, seductor.

Es alienígena en tanto no pertenece al orden de las cosas, se escapa de la matemática en pos del conductismo, es extraterrestre porque es artificial, inventado, su estrategia es la búsqueda de otros mundos para alterarlos. Pero nada puede existir sin su lucha, sin la resistencia que le regala sustentabilidad, la virtud del bien es el bien; por ello la guerra, de la guerra depende la existencia de la guerra. En esta lucha aglutinadora pierde consistencia y retrocede, toma características naturales para mutarlas en seductoras, crea su propio erotismo sin convalidar la existencia del otro, para su propio bien, se enmascara, trata de comprender el mundo superficialmente, y su terror regresa. Ataca de nuevo, copiándose, en serie, fluvialmente, su objetivo es tan claro que torna obvio, revolcándose en su propio vomito.

Lo que ha logrado es que filosóficamente se pueda detectar con más facilidad que nunca la existencia de la bondad, pero pragmáticamente sea cada vez más difícil seguirla. Ya el mero hecho de nacer nos torna malos, las fantasías secretas de las religiones y las culturas de la culpa se cumplieron, mutaron a reales. Todo lo real es racional y todo lo racional es real, si así lo creemos, es cuestión de fe. Un niño nace y se le hace un favor, instituciones le cuidan, le educan, le vigilan, le adoctrinan, para que la mera posibilidad de libertad sea alta traición. Cuidaron y adoctrinaron también a sus padres. No debes ser libre. 

Puedes elegir ser libre, pero es la última decisión que tomarás (Kafka).

Quién está en guerra no habita, está de paso tratando de destruir y colonizar las riquezas del territorio para después seguir evolucionando hacia otros parajes, a otras posibilidades. Habitar es comprender el lugar en donde se vive, no se existe por sí mismo sin el sistema que le rodea, sin embargo, si le incluímos, somos el bosque. Todos los sistemas que traten de desvincularse, de individualizarse, encuentran su perdición, su miedo, su guerra. Ser auténtico no es hacer perpetua la certeza de la muerte que acaecerá personalmente para persistir buscando el enfrentamiento con el Ser, reconociéndose hasta el infinito, ser autentico es considerar de qué depende esta autenticidad. La existencia debe ser elegida, claro está, pero también se elige el lugar donde habitar. Vincularse con la muerte puede ser un medio hacia una guerra total, ofensiva (nazismo), en ultima instancia, vana, dado que ser para la muerte desvincula la vida de las cosas. No trato en absoluto de contradecir a Martin Heidegger, pero es necesario atacar lo superficial siempre, el resumen, lo incompleto. Este raciocinio teorético, pierde el verdadero pensar, la verdadera ignorancia, el correcto observar, olvida que la vida es un misterio, que hacer un hogar es un misterio, que el hogar mismo es un misterio. La muerte no es un confrontar, es un habitar.

Así como el quién nos confronta teme, también puede infundir temor, pero este temor es extranjero. Así como seductora es la opresión, también puede infundir esperanza (pinochetismo), pero esta esperanza es extranjera. Donde hay poder hay resistencia al poder (Foucault). El bien puede permanecer estático y seguir siendo bueno, pero los humanos portamos el aguijón que nos envenena, lo que hace poco eficaz permanecer quietos por siempre, como la sangre que pierde su vida si se detiene. 

Hay resistencia desde la inferioridad, desde otras estrategias, completamente nuevas, con otras metas, diseñada para causar mucho daño en poco espacio, porque es minoría: la guerra defensiva, la guerra de guerrillas, tiene otra moral, otra estética, otra relación con las cosas. Como, diría el poeta, las aves surcan el cielo sabiendo que no les pertenece; simplemente le protegen con sus cuerpos, cuidan una forma de existir, de sentir, sin apropiarse. La fuerza de los desamparados, es su unión, su saturación con el territorio para unirse, para pensar como lo haría dios. Quienes crean su mundo luego lo cuidan, le dan libertad, dan preguntas y inventan respuestas. La guerra ofensiva rehúye todos los porqués, la guerra defensiva los enfrenta.

No es que los que se defienden se escondan en lugares secretos apartados del mundo, es que son el mundo mismo. Ellos ya están mientras se trata de coartar sus posibilidades, porque el mal quiere hacer de ellos un hogar, poseer, mientras el bien hace uno el todo. Los que conocen de historia saben que las religiones les brindaron estabilidad a los imperios, cuando estas religiones dejaron de responder preguntas, los imperios cayeron, llegaron otros respondiendo y haciendo más. La labor del amo y del esclavo ha hecho la historia, ésta por el contrario, les oculta, los borra del mapa y los utiliza.

“El agua mantiene a flote al bote, pero también lo puede dar vuelta. Lo mismo ocurre con el pueblo, este mantiene al príncipe, pero también lo puede derribar” (General T´ai Tsung). Se creía en la antigua China que el emperador debía ser el más recto de los hombres para que el pueblo se mantuviera recto, si el hombre pensaba y actuaba correctamente, la mayoría de los males del mundo desaparecería. La virtud personal del emperador, el Hijo del Cielo, era garantía de la felicidad de sus súbditos. Es esta moral casi religiosa, la que renace, lucha y pervive desde su minoría y su debilidad.

Lo salvaje, en las profundidades, pareciera ser lucidamente alegre. El bosque no es un elemento ajeno, es un nosotros, es un yo que antagoniza con la abstracción del dominar; en el fondo de nuestras almas pasa lo mismo. El buen salvaje está adelantado a su tiempo y al nuestro, siempre fue un hombre del futuro. El asombro ante el contacto del europeo con los indígenas de los continentes americano, africano y de Oceanía, es histórico; involucionó de tal manera que lograron aprovecharse de la ignorancia mercantil de aquellos que no necesitaban para ser felices más que su medio ecológico. Hubieron casos en que estaban sumergidos en luchas intestinas que les alejaron de la unicidad con su entorno, salvo algunas excepciones, en cada uno de estos continentes ellos fueron derrotados. El buen salvaje no fue una amenaza para los europeos, es una amenaza para los sistemas de poder. El "ser ignorante" de sus pasiones, proporcionan de una u otra manera los procesos para que sigua en pie la dominación actual. Pero no es una ignorancia de los deseos, sabemos muy bien lo que queremos, el problema es encontrar las razones, las emociones, los sentimientos o los placeres que nos digan que vale la pena luchar contra ellos. Apasionarse de nuevo es una tarea Definitiva en la medida que este nuevo hombre de las cavernas ignore sus vínculos con todo, y se una a esta nueva caverna de acero, de plástico, de silicona, que atrinchera a sus prisioneros, les da un arma como bozal, intercepta sus comunicaciones sin que se comuniquen con nada, sin que digan nada. Le dicen pasión en el comercial pero no en el corazón.

Nadie puede, según Rousseau, gobernar al pueblo mejor que el mismo pueblo. Es una posibilidad engañosa. Lo revolucionario es que nazca un ser completamente libre, es mucho pedir que sea un pueblo, últimamente nos conformamos con algunos seres. Aún se desconoce la libertad. La desigualdad social, las contradicciones y el futuro de la sociedad moderna, señala las aporías que conducen a los conflictos sociales y a las guerras. La victoria es inevitable, sólo queremos que sufran los menos, en lo posible. En tu lucha contra el resto del mundo te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo (Franz Kafka).

Lo desconocido de la alegría

 




Así pues, lo que une a los hombres es la necesidad de sociedad que brota de su monotonía y vacuidad, pero no precisamente pocas cualidades desagradables y repulsivos inconvenientes los vuelven a dividir.

Arthur Schopenhauer

 

 

La unión es una forma, es una manera de encajar para cuadrar un efecto esperado. La unión contiene esperanza, claro está, es de parte de quien espera desde donde nace la civilización y toda forma de ayuda mutua. ¡Proletarios de todo el mundo, uníos!... Hay una respuesta a la soledad investigada científicamente, llega a conocerse como “puentes de afiliación renovadas”, en donde se visualiza que las personas que sufrieron rechazos severos en épocas tempranas, tienden a ofrecer más recompensas a quienes les ofrecen más y más compañía. Es interesante notar quien o quienes le hacen compañía al ser humano actual: sus gustos, sus likes; sus relaciones casi siempre laborales, familiares; sus cookies, las formas de escucha que le devuelven soluciones rápidas, independientes y aisladas. Entre menos se necesite a la comunidad mejor. Lamentablemente, se suele eliminar este espejo que incrementa la solidaridad para terminar confirmando que la solución misma es tecnológicamente vasta, aunque en última instancia mínima. Los animales tomaron el rol de santos, y para muchos se terminó por satanizar a los seres humanos desconocidos en particularidades, pero imaginados profundamente en conjunto. Esto plantea seriamente la posibilidad de una soledad innata, infinita, es decir, una forma de existencia en donde aspectos profundos de cada ser perteneciente o no, son completamente ignorados, rechazados y negados. El estado natural del hombre es, de facto, el sufrimiento (Schopenhauer). Cosa que termina por concretarse en el hecho de buscar aquello que creemos conocer para acompañar lo desconocido de nosotros con algo que existe para sí mismo.

Y pasaron los animales a santificarse, la bondad salvaje, para despreciar lo humano, por la mera ignorancia, el temor y la pereza de despojarse de aquello que nos sobra en demasía.  

Como la mayoría de las cosas que merecen la pena, las relaciones humanas más valiosas están repletas de defectos y obstáculos (Aristóteles). No hay que temer a lo desconocido, aunque decirlo sea fácil, es ahí donde se encuentra aquello que tuvo que adaptarse, en lo salvaje se encuentra algo provisional para el rescate de una soledad que emana ya de todas partes, porque lo soluciona todo empeorándolo; que es inevitable, que participa con ahínco en el bagaje del día a día, pero que es engañada por la capacidad de buscar de acuerdo a sus límites solamente, sin una conexión trascendental más que lo más vulgar en los individuos; llevada de la mano como una añoranza que nunca llega, porque es aquella añoranza la extrañeza de lo que nos abruma, una forma de cubrir la brillantez de lo que se creyó ser, sin serlo, y de atarse porfiadamente a un deseo que cada vez se trata de cubrir más rápido. Es por ello que éstas personas modernas son la representación clara, precisa, contingente, de las debilidades que trajo consigo las comodidades y el acceso rápido a prácticamente casi todo, menos a lo que nos hace grandes para nosotros mismos, pasaremos a ser estatuas a las cuales se le irán a encender velas, esfinges que de vez en cuando recibirán adoración en proporción directa a lo que su utilidad represente. Es el precio de querer ser dioses, olvidarnos de nosotros mismos.

A Dios le fue imposible conseguir que le amaramos de veras.

El engaño de vivir el presente es preciso en tanto sigamos prestándonos a estas relaciones reales de hecho, pero falsas en cuanto nos alejan del florecimiento para la felicidad plena, la cuál es una forma de determinar la vida. La alegría es su depositaria, quizás nunca en toda la historia de la filosofía, se haya podido separar la alegría de la felicidad. Esto no debería ser una obligación humana, pero podría, empero, la narrativa filosófica jamás ha hablado de obligaciones.

Cada cual vive en un mundo distinto porque no tiene otra relación directa con sus propias percepciones, sensaciones y movimientos; ergo, las cosas exteriores no ejercen influencia alguna sobre él, sino en cuanto que determinan estos fenómenos interiores. Es importante concretar la labor de lo salvaje para encontrar el influjo intimo que nos pertenece, dado que, hablar de lo salvaje es fácil sin hacerse cargo de las calamidades que esta liberación pudiera traer. Lo aterrador es que no ejercemos nuestro propio salvajismo, debemos sufrir el salvajismo de otro ente, otro sistema, una secta, que se presenta desde las sombras por todos los ríos subterráneos de la subcultura, que sobrevivieron haciendo lo mejor que saben hacer: ser brutales. Lo salvaje está dentro del imaginario como algo caótico, embrutecido, libidinoso, demente, barbárico, siendo que vemos en lo natural, con sus luces y sus sombras, que al fin y al cabo son nuestras propias luces y sombras, una hermosa armonía alejada de las pesadas cargas que los individuos llevan sólo por la garantía de llamarse civilizados. Hay patrones, hay posibilidad de domeñación sobre lo natural, de esto no cabe duda, así como el hombre mismo forma parte de la naturaleza y fue dominado. Aun así, en nosotros, pareciera existir como en cualquier bestia salvaje una categoría que no podemos tocar, que desconocemos por ajena, excelsa, sabia, contemplativa, lúcida, pero que probablemente se haga nítida en la medida que comparemos eso exterior con nuestro abismo, de tal manera de evitar la senilidad de nuestra alma, la discapacidad de nuestro juicio, la inhabilidad de nuestro ser. Un mendigo sano y dulce es más feliz que un rey enfermo y perverso. Hace algún tiempo esto lo olvidamos.

La alegría es una moneda en efectivo de la felicidad, el resto de bienes, una letra de cambio. Lo salvaje es profundamente alegre. Supongo que entraremos por caminos pedregosos si queremos seguir por este lado, pero no se puede rehuir a la posibilidad de pensar, ni la alegría ni la libertad ni el bosque oscuro que se niega a mostrarse, pero que nos llama sin pensarlo. Sólo podemos sentir para el pesimismo y pensar para el optimismo. Los algoritmos lo formalizan, saben que pueden recurrir a nuestra superficialidad para atraer nuestra atención. Hay algo que se niega a morir, células que quieren y tienen que seguir reaccionando a estímulos que olvidamos alguna vez para el lenguaje, anestesiados como medios de prueba en entornos hostiles pero seguros, que nos ayudan a creer en nuestra autovalencia para rechazar al prójimo; para adorar a Horus, Seth o Bastet, pesando en el día del juicio sobre la balanza de Osiris, contra algo tan liviano como una pluma, nuestros corazones en los lejanos dominios del Duat. 

Nuestro sistema político es el de la impaciencia, la interrupción de las cosas ordenadas naturalmente, interrupción artificial para suplir un deseo artificial de una realidad artificial.   

El humano feliz es una línea geométrica que deja deslizar todos los pesares de la vida hacia el mar de su nacimiento. Esto es lo salvaje, la pluma, volar como águilas, en contra del viento.

El amor de los amores



Temen al amor porque crea un mundo que no pueden controlar 

George Orwell 


Los amores son en cierta medida, diría Lacan, una manifestación de nuestra presencia. Manifestación porque amar no es una acción, es un acontecer, entendiendo como acción a una voluntad humana individual y libre, pero, a la vez, dando por sentado que existe una voluntad humana universal que trasciende a los individuos. Bajo estos preceptos, el amor no es libre; estamos obligados a amar lo que amamos incluidos, nosotros mismos. De hecho, la única forma de libertad es la decisión de dejar de amar. Los amores, en este sentido, pueden ser construidos universalmente, por ello, culturalmente, a cada posición su labor, a cada labor su amor.

Esto involucra que el amor puede ser lo más parecido al absoluto desde una posición de sumisión a aquello que se nos enseñó, dado que es en la enseñanza donde se forja la base del absolutismo. Lo dictatorial necesita del escarmiento. El amor es una sumisión a nuestra propia existencia en el mundo. Quién no entiende está sumisión, en su inconsciente, es menos propenso a amar, ergo, nace su enfermedad.

El amor en el hecho, para el otro, se presenta como una muestra tradicional, que intenta equilibrarse en otra voluntad, en otra singularidad, por ello su complejidad. Puede paralizar cualquier acción o avivarla; no es una volición fija. El amor debuta diariamente como un sin querer que sigue todas las leyes, aunque, casualmente. Nuestra existencia es casual, los hechos, nuestra mente; las muestras culturales tratan solamente de equilibrarse como un trapecista, para demostrar(se) al otro algo indemostrable. 

La típica confusión entre hacer y ser. Ha-ser, a-ser, sin ser. Nunca se sabrá del todo si ser es hacer o si hacer es ser ¿en cuál de ellos habita la mente y la no mente? Voluntad o no voluntad. ¿La nuestra? ¿Abandonar la tradición o continuarla? ¿Cuándo somos, entonces no somos? ¿Cuándo hacemos, entonces no hacemos? El lenguaje en lo importante es completamente problemático, porque rivaliza con una libertad absoluta, con la última libertad. La primera tradición es el nacimiento.

Las formas presenciales convierten la nada en amor; nuestra vida, la vida de los humanos, la vida de los seres, es una transformación de la nada en algo. Puede que lo único digno de llamarse Algo sea el amor. Nuestros ojos no vieron, por el apuro por amar, que nuestra existencia se justifica meramente por la fe, pero la fe es tradicional. Instruye al niño en su camino y ni aún de viejo se apartará de él. El amor es una carga, la existencia es una fe en no perder el equilibrio sobrellevando esta carga.

La magia de los amores recorrió cada una de las cicatrices humanas. Es cosa de investigar la historia de los pueblos, de los perdidos, de los perdedores, de los vencidos. Los dolores, los deseos fueron formados por estas experiencias, traumatizados, transferidos por generaciones en alguna acumulación ininteligible de procesos, de tal manera que de estos sectores podemos inferir una mayor variedad cultural. Su cambio cíclico es tan fuerte como la persistencia de su balance.

Las formas de amor se han tratado de estandarizar. El amor es un riesgo. No se puede amar “libremente”, desde nosotros, es seguro y controlado hacerlo bajo la norma. Estas normas han afectado a los padres y a las madres, a las parejas, a los hijos, al sexo, a los hermanos, a la vocación, entre otros. Por una falta de identificación identitaria de los actos de amor, se pueden camuflar las presiones de amar en "cierta medida", sin que sean las voluntades (comunidad) las que le organicen, y menos voluntades propias, sino una única voluntad que se impone de acuerdo a su tiempo, para quienes viven, sueñan, sienten, piensan, solamente en su tiempo, desconociendo su conexión primitiva a su tradición.

 

Eros y lo ordenado de lo explícito

Lo erótico se está perdiendo, el apocalipsis sexual ha llegado. Opinar sobre estas experiencias se ha vuelto de mal gusto, porque precisamente se ha llenado de pésimos gustos; hay una especie paranoide de lo que se va a decir, de lo que se va a mostrar; así como la repetición noticiosa provoca psicosis, la repetición en serie de una forma de erotismo repetido se ha vuelto pornográfica; una horda concatenada de vulgaridad se camufla con el acto de la belleza, con el amor y la verdad sexual, con la exaltación al misterio y a lo oculto.

Lo erótico, por el mero hecho de existir, lucha contra el sistema explícito, porno, que invade microbioticamente desde un órgano de nuestros sentidos, todo el espectro estético de lo sexual, y que se impone cada vez, a más temprana edad.

Lo erótico es un poema, un misterio, un arte, lo verdaderamente casual, como el amor al cual pertenece, frente al cual no se debe tener ninguna vergüenza de consumo, porque no es consumo en un sentido normativo, es un acto totalmente libre desde la intimidad de cualquier historia, con un destino, desde la divina condena. En este caso lo casual del amor erótico representa la casualidad del amor en general y su base; sin estereotipos, ni antes ni después, sin tiempo, en el desorden. Su orden es sólo filosófico, un poco hipotético e histórico. Por ello, Eros, hijo de Cronos, nació desde el vientre del Caos, instaurando el acto de nacer. No se puede desvincular el amor verdadero del amor erótico, así como no se puede desechar su importancia para la libertad humana.

 

Philia y el Estado enfermo

La amistad, bajo el alero de cualquier sistema enfermo, es un concepto y un hecho peligroso. Invirtamos. La enemistad es beneficiosa para un Estado dictatorial. La comunicación es la base de los amores, y es la base de la amistad, del amor filial. Sin comunicación no hay ciudadanía democrática por definición, si no fuera así se convertiría en una especie Química de reacción por parte de sustancias que consumen o liberen energías totalmente identificables y medibles; sin isegoria, y lo que es peor, sin parresía.

No hay mayor virtud democrática en un Estado que la capacidad de hacer amigos a elección, libremente. Existen pocos sectores que no estén acusados de algo, como si la desmenudación ciudadana estuviera hecha para hacer ver diferencias y no congruencias. No hay otros recursos, el mal, diría Hannah Arendt, se mueve superficialmente; se usa lo explícito y la información (superficial) para boicotear la confianza y la comunicación. 

Un Estado enfermo ataca los lazos más humanos, como la capacidad de negociación para autogestionarse como comunidad, se alimenta como larva y entrega lo menos posible. Es una forma de negocio con lógicas parasitarias e imperialistas. Usa la fuerza en todas sus formas. Esto lo vimos con el boicot a la moneda libre, que es el emblema de su codicia. La deshonestidad es un requisito para su resistencia, mientras propone separaciones absurdas, no resuelve problemas de corrupción que ponen en jaque su legitimidad.

 

El monopolio del Agape

Ya no se ponderan los pareceres diferentes, basta con odiarlos, decía Nietzsche. La solidaridad y la caridad no deben tener una razón utilitaria, de lo contrario se vuelven absurdas, inentendibles, como propuestas altruistas. Es en la caridad sin razón en donde el individuo puede identificarse, autentificarse, mirarse como un otro al que desconoce. No se trata de abandonar la razón literalmente, sino de abandonar las razones que justifican y monopolizan la caridad. 

La preocupación por el otro se terminó politizando de maneras casi religiosas. La fiesta se transformó en algo sin forma para el joven, amorfa, mientras que para el trabajador es agendada. Sin forma porque el joven necesita banalizar su cultura, su propio yo, cansarse de sí en el frenesí de su tiempo. Con forma porque luego se busca controlar los procesos caritativos temporalmente. Es pues, en la fiesta donde se termina por materializar algo inmaterial, dominar a una bestia que no debería ser domada. 

La despedida de la libertad es ésta. Por una parte la fiesta debe ser incontrolable, para que algún día, de nuevo, como si fuera un hecho azaroso del tiempo, el amo se transforme de nuevo en esclavo. ¡Recontituyamos al amo!

Debemos encontrar nuestras propias esperanzas. La espera depende del individuo. En la ciudad ya todo es reloj, incluso más que en aquellas civilizaciones que dependían de las estaciones del año. Vivimos en la época del fetichismo de los datos (big data), dependemos de ellos para organizarnos. 

No hay una caridad autentica sin fiesta, sin calendario, sin festividades. Pero estás deben nacer desde la tradición. 

El mundo se ha transformado en el ente organizador de nuestra particular forma de amar. Nuestro tiempo, nuestras vidas y las cosas se aparearon de una manera orgiástica, de tal manera que entregar algo se ha confundido con entregar nuestro propio cuerpo, donante, inmaculado, esperando en algún momento un retorno. No hay espacios, no hay moradas, no hay lugares de descansos en los que se pueda abandonar la velocidad impuesta para encontrar nuestra inercia. El Statu Quo ya nombró todo, y enfermamos.


Capitalismo y su espiritualidad

 

Un animal toca el corazón de una persona en el mundo del capital


La lógica de los activos es extraterrestre, sus razones no son de este mundo, vienen de un mundo extraño, de cofradía, místico, religioso, demasiado escalado en elucubraciones. Este planeta es más simple, está a la mano, es la lógica del capital la que desata fuerzas extraterrenas en las personas como si jamás hubiesen sido de esta tierra, como si ellas, por algún tipo de atracción, dejaran de lado su humanidad. El capitalismo es una religión continuada por otros medios, el dinero es un acto de fe, tiene ceremonias simbólicas representativas de una legitimidad que circulan procedentes de actos que nacieron en contra de una forma de mal, no cabe duda, aunque su forma es paranoide. Este mal está en todos lados, por ello, en todos lados debe inmiscuirse el mercado. El dinero es un exorcizador de demonios, que sana el hambre y el frio; ahuyentó el miedo que la no pertenencia de riquezas conllevaba, como algún tipo de símbolo sagrado impuesto en la frente para dejar de lado el lastre; pero lo hizo sólo momentáneamente, el peso de su carga, de su cruz, lo controlan los bancos, las multinacionales, a través del giro continuo de los ciclos que pretenden quitarle este karma, darle seguridad, dado que son ellos mismos los que proponen e imponen el cambio. Busca mover muchedumbres, como si éstas esperaran algún milagro, un poco de sanidad en el rejuvenecimiento constante del deseo. La juventud es salud, así lo dice cada comercial. Consumidores jóvenes es lo que esperan, jóvenes de espíritu. Para alcanzar el reino de los cielos hay que nacer de nuevo.


El capital es una promesa de paraíso, entiende nuestras oraciones, las atiende, eso es mucho para personas cada vez más olvidadas, incluso, cabalísticamente. "Ninguna de las cosas que más queremos en la vida es de naturaleza física". El mercado ignora la tierra, nuestro planeta, desprecia este presente, como si no fueramos de esta naturaleza, proponiendo que venimos de un paraíso. Por ello el empresario debe ser un simbolizador, que termine dominando estas fuerzas salvajes, satánicas; lo que es del mundo es malo; es el futuro el que importa, la gran ciudad que algún día terminaremos por construir. La gran Canaán. Satán sigue en contra de este paraíso del dinero, de esta abstracción, también Seleno, también Baco; el diablo es más realista, es un "no moriréis", mientras el mercado nos brinda el recordatorio de una muerte eterna. En algún momento el deseo perdió los conceptos, y acusó de malo al bueno y de bueno al malo. Esta es una razón probable del “ateísmo comunista”: no es que la falta de fe sea una forma de luchar contra la dominación, es que la fe, desde estas razones, terminó por idolatrarse.


Se cree, erróneamente, que vivimos en sociedades menos creyentes, más laicas, esto es solamente una puesta en escena, un espectáculo. Vivimos abstraídos, lejos de lo salvaje que es lo que nos pertenece, lejos de la forma que alguna vez nos hizo capaces. Tratando de ser quienes no somos, nos perdemos ante la presa fácil, ante la oferta rápida, de tal manera que impactamos algo que no importa (Diógenes de Sinope). La abstracción del dinero nos hace ridículos, solo hay que ver cómo estamos insertos en un deseo que ni siquiera manejamos, en una comparación eterna con algo fantasmal, lejano, perteneciente al génesis, al comercial, al reclame. ¿Qué dirían nuestros ancestros de esta forma de vida? No lo sé. Nietzsche habló del ultimo hombre, de este control entre humanos aborregados para que el mundo funcione y sirva, de esta falta de individualidad que padece cada uno para que algún tipo de institución sea legítima.


Somos, en estos momentos, un después de las instituciones, nacimos bajo su ejecución, bajo su yugo, siendo que ellas debieron ser ejecutadas, creadas y mejoradas por nosotros; somos copartícipes de un afán que nos salvo y que ya no existe, que nos protege de un peligro que desconocemos. No es que Dios haya muerto, no es que el hombre se haga el centro; hoy ya el hombre ni siquiera puede ser su propio dios.


Hay un sesgo, creer que la gente de dinero es materialista. No hay nada mas inmaterial que el dinero, que funcione con tal habilidad en cada estambre del poder, sólo demuestra su calidad irreal. Por ello la poca evolución de nuestra sociedad en cuánto y en tanto somos responsables de nuestro propio bienestar, encargados de ser felices como un bien máximo, pero sin las herramientas materiales para esto. Poseemos herramientas que no existen, promesas, cuentos, impresos en un papel del tamaño de un bolsillo.


¡El bien máximo debería ser material! ¡Es un pecado que puede que tengamos que reconocer, es un pecado que nos enseñó el dinero!

Mas este bien máximo no puede ser pecaminoso. 


Con una moneda estamos seguros de ir a un lugar y obtener lo que sea que vendan, estamos seguros de una transacción confirmada por repeticiones, con un sistema de razonamiento que David Hume llamó: Inferencia Inductiva. Es esta duda, está falta de certezas, un hilo que usará el titiritero de todas maneras, aunque sea mera filosofía, eso no importa. Pertenece a la misma lógica que llevo a las primeras religiones a adorar aquello que les aseguraba el sustento diario, algo imaginario, que trasciende a la cultura. El dinero ya no es un tótem que se repite como adoración, el tótem es nuestro deseo, nuestras tarjetas, nosotros mismos resumidos en un número bancario; el poder es su propio dios, independientemente de quién lo ejerza, un dios inmaterial; el individuo se escapa de su realidad, se venera en conjunto (fama) y se justifica con la forma de una divinidad; el emblema de una fe.


El capitalismo le hace la guerra a nuestro planeta, a la vida. Para eso necesita de una desconexión con la madre tierra. El explotador, quien depreda nuestros recursos, necesita sentirse ajeno a este mundo, tener esos órganos, que le hacen parte de su ecosistema, desensibilizados. La inconmensurabilidad de los océanos, la excelsa presentación de la tierra, la nobleza de los animales, no son importantes para el extractivismo, sólo son importantes para las conciencias que reconocen su total vinculación con las cosas; algo vital que nos hizo sobrevivir por más de 100 mil años. No es esta desconexión con la tierra la que nos dio la vida, quizás es digno preguntarse si ésta estuvo en algún tipo de florecimiento, y si este florecimiento sirvió y sirve de algo más que darle existencia a nuestros padres y a nuestros hijos. La conexión con esta tierra, con sus ciclos, con sus verdades, es el mayor legado que se trató de dejar ancestralmente, sin esto, todo conocimiento es vano.


Hay que creer lo contrario a lo que promete el capitalismo, este se basa en elucubraciones, en contratos, en mentiras, en fantasías. Por eso nos hartamos de las noticias, el noticiero es un nuevo género de fantasia. Ver sus hechos, lo que trata de ocultar, es la base de su lectura. ¿Existirá una reforma religiosa que la abstenga, un Martin Lutero con sus 95 tesis de cómo nuestra religión se ha convertido en la "gran ramera"? Mientras tanto el mundo vivirá en manos de ilusos que sigan viviendo a base de sueños y paranoias.


El sistema que nos domine debe ser atractivo, guapo, joven, dinámico, todo sapiente, todopoderoso, siempre naciente. Debe tener sus propias sabidurías, su intelectualidad, sus santos, sus liturgias, sus milagros. Es en esta magia donde se nos embelesa. La magia, la eficiencia del mercado es el opio de los pueblos.


Para evitar la destrucción del mundo es de vital importancia volver a entenderlo, volver a sentirlo, alejarse figurativamente de las ciudades, de los dispositivos. No es ésta una conexión con otra abstracción, con una naturaleza idílica, que imaginamos en algún lugar al que quizás jamás podremos llegar (Budismo), es una conexión con la naturaleza de ahora mismo, con el sentir total de las cosas artificiales y naturales que interpretemos en el momento, un acompañamiento en una corriente que nos va transportando, sea natural o no; para entenderla, negarla o aceptarla. Volver a estar en sincronía con una realidad que nos acompañó desde hace milenios, una realidad que fue desmentida y que debe ser traída de vuelta con estas nuevas experiencias. Un dios pagano que debe volver a ser nuestro dios, nuestra razón, nuestro entendimiento, nuestro sentir, nuestra evolución.

¿Qué sería de las personas que vuelvan a sentir así el planeta? ¿Si por cada vez que contaminen la tierra contaminen, a la vez, su casa, su espíritu? Si sintieran en lo externo su verdad, su necesidad respondería a otra necesidad, la felicidad respondería a otra felicidad. Dejar a un lado la fantasía, aunque se juegue como adultos, puede que sea un requisito para nuestra sobrevivencia

El fantasma de lo que sucederá

 


Después del mayo francés la corriente política cambió por completo: el pueblo notó una forma de ejercer poder y sus consecuencias, sean quienes sean los que las proponen. La lucha se desarrolla ahora desde el anonimato, así debe serlo. Algunos lanzan señales como faros de identidad para tratar de sobrellevar una existencia afectada por diversidad de contingencias, lo que tienen en común es poner a prueba la teoría del bosque oscuro, o corregir los posibles errores que, filosóficamente, como resistencia, estén cometiendo en sus vidas. La respuesta es el silencio. Lo saben. Así debe ser, es la mejor de las opciones. El anonimato se ha vuelto el caballo de batalla de las personas de bien, ellos son los más fuertes intelectualmente, ejerciendo lo correcto de manera íntegra, sin presiones ni pretensiones; existe un grupo, una comunidad, una legión, dispuesta a conquistar el mundo, a no dejarse dominar por todo aquello que vaya en contra del bien humano. Este bien no esta escrito, muta con la historia, con los acontecimientos, con las capacidades tecnológicas propias de boicotear el sistema para la restitución humana.

La comunidad es anónima, pero no tiene nada que ocultar. Se manifiesta en esta nada una esperanza, un acontecer, una empatía, un regreso a la tribu que pertenecemos todos. Se trata de la redención, reparación y sanación de todas las cosas. Un perdón. Una lucha abierta contra el mal y una admiración ferviente por lo justo. Es anónima por amor a los suyos, por lealtad familiar, por amistad. Servir a nuestra comunidad puede que sea lo más ético que podemos intentar desde la lejanía de estos corazones. Si las personas no toman las riendas por sus destinos y los destinos de sus hijos, el mundo entero les dominará.

El dinero, los recursos antinaturales se han robado nuestra capacidad de mantenernos sanos, justos, abiertos. Allí donde el dinero más penetra es donde más se separa entre sí; encontramos finales de capital aislados que siguen un posible único camino fácilmente rastreable, sin tener que usar el espionaje que usa el Estado contra nosotros. Entre estos finales habitan todavía seres humanos que sobrevivieron a las eras imperialistas, precapitalistas o poscapitalistas. Encontramos en estas comunidades lo más cercano al “Ethos Sustancial”, navegando por realidades que tratamos de comprender desde perspectivas capitalistas; negocio o no negocio, códigos binarios que poco describen conciencias que apenas se pueden apreciar dada su conexión intima con el mundo. Entre estas raíces no hay suelo firme, al menos no del todo, es una realidad que escapa a la sensación de seguridad de la que muchos están acostumbrados, y nos acerca a una sensación de seguridad de la que no estamos familiarizados.

Formamos parte de esta inestabilidad, por eso el anonimato. Ya no se entiende este mundo, de ahí que devenga hostil. Se pierde el gusto por vivir y se prefiere vivir ausente, ausente del trabajo, en la sala de clases, ausente en la familia, ausente de la carnosidad que alguna vez nos antecedió. La ausencia se volvió un arma de sobrevivencia. El mundo ya no se conquista, no hay nada que dominar, no hay nada que controlar, nos transformamos en sombras y espejismos que el nihilismo remató con un contingente de acontecimientos que nos sobrevinieron como especie; una especie luchando como especie, una especie matando a su especie ...por ello el anonimato… Los que se presentan a escribir sobre esta era no son más que bufones que relatan una comedia con un aparente final feliz. Ignoramos este final. Pero aún existe la imaginación, el color, las luces y los contrastes. Aún existe una conexión con algo que desconocemos. 

En algún lugar de todo esto se encuentra un chiste.

Al no ser nada se puede ser todo. Es de perogrullo. El disimulo y el peligro se transformaron en condiciones de la unidad para la bondad, no por el hecho de hacer daño, sino para ahuyentar a los demonios que noche a noche vienen a acechar los corazones de quienes se les impusieron las normas sin dictárselas, de los bautizados sin razón, de los que están expuestos en las tinieblas de su presente. Lo único que podemos conquistar es un anonimato activo, los demonios no saben encontrarlo.

Los poderes necesitan más que nunca de nuestra participación, de nuestra voz, de nuestro voto, de nuestra palabra, de nuestro entusiasmo, de nuestra energía, de nuestra movilización total. La potencia de abstención será clave en esta lucha, la mejor abstención la tiene quién no tiene nombre, la mejor ejecución la tiene la bondad anónima. La justificación total de la maldad se manifiesta por la consecución de aquello que nos ganamos, de aquello por lo que luchamos; si se le llama bien, terminará por convertirse en mal, su legitimidad es usada. No se intenta que del proletariado salga una clase privilegiada, que se aproveche para dominar a sus pares, se trata de que la voluntad del mal se aprovechará de aquello que el bien conquistó. Esto lo debe tener claro la comunidad, la ciudadanía. No va de entender a unos cuantos, se trata de entenderlos a todos.

Esta ausencia es solo un punto de partida, es la presentación de un sistema complejo que está recién explicándose. La ausencia, el ausentismo involucra permanecer entendiendo el desastre que provocamos con nuestra presencia, a niveles éticos, ecológicos, simbólicos, no podemos rehuir. Donde nos ausentemos dejaremos huella, es esta huella el fantasma al que los poderes dominaran. Es esta huella la muestra de laboratorio a analizar.

Un fantasma está recorriendo Europa y todos los rincones de la tierra, el fantasma de la capacidad del individuo libre por provocar todo lo imaginario y todo lo real. Una explosión que se llevará todo, que no tendrá un centro fijo, terrorismo puro desde la bondad, desde la ética en contra de todo lo que pretenda dominarnos. Se trata de traicionar la ciudadanía para luego reinterpretarla, traicionar la libertad para poder redefinirla. Esto volverá a hacernos personas libres que por lo menos definan aquello que hacen y que buscan.

Dejar la generación de los niños involucra traicionar la niñez para conquistar los símbolos nuevamente, para volver a escribir fantasías y epopeyas; encontrar nuestros traumas, nuestras sombras, desde el ataque despiadado que nos hace el mercado. Ser actores de una mala trama desde dentro, reconocer la falta de talento, la falta de inteligencia, la falta de astucia, la falta de estrategia, por estar ya metidos con el fango hasta el cuello. Luego, perdonarnos, redimirnos, resignificarnos. Los que atacan desde fuera morirán rápido, serán identificados y neutralizados. La bondad nace en el corazón de la maldad, en el abismo mismo del averno, en la última decisión, en la última cena. Ser, como dijo Zaratustra, águilas capaces de mirar desde las alturas la más honda de las profundidades. 

Quien pierde el anonimato para hacer el llamamiento no es ningún héroe, es un tonto, lucha con un pie en la periferia. Debe tener cuidado en no acartonarse en identidades. Es un escritor a veces. Dado que el mundo es cambio esta lucha no puede ser fija. Mirar la nada es entonces siempre el comienzo de una red de acontecimientos que se enlazan para volver a ser nada. Una revolución de paso es la cadena que hará más daño a cualquier intento imperialista, una revolución anónima, sin nombres, compleja desde cada instante, para los instantes que dure, luego morir. Una historia triste como siempre si se le romantiza. Podemos ser románticos, podemos ser humanos, podemos volver a sentir. Lo bello nacerá de la normalidad, de su corazón, desde ahí perdurará la resistencia, lo nuevo, la historia de una cualidad ante el todo.  

La resistencia para el perdón de lo que nunca fuimos, para la esperanza sobre lo que nos quieren hacer ser, es la única posible respuesta a una forma maquínica que trata de leer instintos, estadísticas, características. El resto será confiar en el hermano. Terminaremos por hacer filosofía, por ser filosofía.