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La esperanza como imposible



Desde los tiempos en el que el espectáculo comenzó a tomar forma podemos decir seriamente que, lo que es representado jamás es vivido mientras que lo que es vivido jamás es representado. Suponemos que el espectáculo tiene el fin de crear la falsedad, aunque esto no es más responsabilidad del creador que del espectador, que imprime en sí lo que se le presenta de la manera en la que le calce; así como el funcionamiento de los primeros microscopios de lentes electrónicos. Mostrar, enseñar, crear publicidad, formar algoritmos impulsados por inteligencia artificial, solamente viene a acelerar nuestros destinos, y la óptica muestral que tenemos de ellos. La definición de hoy del futuro es que está planeado, más no garantizado, los dos clavos que crucifican la permanencia de la esperanza. Algunos se alegran que venga el fin. 

El fin de la humanidad en sí no es un fin preciso, se supone que es el fin del espectáculo que en cierta manera sostiene la humanidad de los individuos de nuestro tiempo, humanidad como definición. Todo lo que somos se define en alguna medida al espectáculo, tentáculo de poder que vendría a dirigir el tiempo en el que nos perdemos. Ya no hay forma de perderse. Cualquier silencio incomodo puede ser reemplazado por furtivas miradas a aparatos electrónicos que recogen información y la aceleran. Perder la aceleración será el fin de los tiempos, luego de esto, los conflictos se resolverán con piedras y palos, puede que con suerte sepamos provocar el fuego. Es importante entender que en este proceso se obtendrá el concepto de humanidad indefinible fuera de la máquina, deberemos de definirla nuevamente bajo estándares que algún día circularán nuevamente por alguna forma de imprentas.     

El hombre es lo indestructible, que puede ser infinitamente destruido. La plasticidad es humanidad, plasticidad de entendimientos, de formas de vida, de funcionamientos, de tecnologías. Suele decirse que la única forma de estar parado en tierra firme es pisando fondo. Nuestras formas políticas han pisado fondo demasiadas veces, conocemos sus fallas, es historia, pero se descansa en la comodidad de no hacer política verdaderamente, sujetados a la inercia que mantiene cómodos a la gran parte de la población. Se defiende el derecho a voto con uñas y dientes también desde el espectáculo, porque el poder sabe que es lo único que nos recuerda de vez en cuando que existe la democracia, claro, su ilusión. Con eso basta. El poder no es solamente un hecho que se forma en la lejanías, que ejerce su fuerza inhabilitante con la inercia de lo imparable, como influencia tectónica; el poder es también lo que está frente a ti, junto a ti. Si el poder del sistema no está en todo, entonces no es el poder del que escribo. 

Es tan simple como complejo se hizo el hecho de llegar a este punto. Yo soy el intervalo entre lo que soy y lo que no soy. Entre estas pulsaciones se hace el hombre, empujando la roca o dejándose llevar por la inercia de una caída vertiginosa a los grandes vicios de la humanidad. Hoy cada vicio sirve, mientras que cada virtud es puesta a prueba constantemente como fuerza impulsora de una u otra arista política. Esto implica que el trabajador moderno se vea forzosamente obligado a pertenecer a uno u otro bando, con el engaño de que éstos actúan en completa sinergia para ejercer el poder y perpetuarlo desde la arista espectacular. 

La misión es abolir la esperanza, pues ésta es la que nos hace humanos, reemplazándola por una espera perpetua, una resignación a lo que el sistema nos tenga preparados. ¿Una nueva enfermedad? A la espera de su vacuna. ¿Una nueva necesidad? A la espera de un nuevo dispositivo. 

Es el arte el que ha configurado la cuarta parte del siglo XXI pero exigiendo expectación tanto para crear como para observar, la expectativa se dejó de lado para unirse a una corriente que se lo está llevando todo. Siguiendo con la idea, es esta la forma de terminar con la humanidad. La falta de esperanza, de hacer parir el futuro, es parte de la gran depresión de nuestros días. Con esto toman fuerzas las formas religiosas que anuncian un advenimiento, lo que según Derrida, es muy distinto al futuro. El futuro es predecible, se puede calcular, se puede preveer, agendar, mientras que el advenimiento es totalmente impredecible. El advenimiento no depende de fuerzas humanas, por lo que en cierta medida, con el advenimiento resucita la esperanza. Un niño se nos es dado.

Lo inmanente no es relevante ni como repetición, dado que notar la repetición es trascendencia, y el algoritmo lo sabe, lo calcula. Quizás por ello países como China ofrecen servicios de inteligencia artificial absolutamente gratis, dado que reconocen que el flujo de conocimiento puede trascender en la repetición. ¿Qué es lo que se dirá? Lo mismo que ha sido dicho. ¿Qué es lo que será? Lo mismo que fue. Por ello doblan las campanas, no solamente por quien muere, lo hacen también por ti. 

Sin tinieblas no hay luz. La esperanza es esta luz. Poner flores en las calaveras es el principio de la alegría. Todo lo que hago y pienso es sólo un espécimen de mi posible. El hombre es más general que su vida y sus actos. Está como previsto para más eventualidades de las que puede conocer. Mi posible no me abandona jamás. 

¿En qué se diferencia un ciudadano votante, con la importancia que este concepto conlleva, con un simple consumidor en el que el producto se adapta lo mejor posible a sus exigencias de mercado, a una red mercantil? La importancia que se le da al votar pareciera ser la misma que se le da a la de consumir, como si consumir y votar sean derechos históricos que nos ganamos por derecho. No hay ironía en esto, sino que, estás palabras parecieran ser más irónicas entre más fuerza se le dé a lo logrado. Un nudo que ahorca con más fuerza entre más tiremos de él.

Carl Jung nos quiso decir con todo el amor con el que pudo, que mirar la sombra nunca es sombra, a veces puede ser una luz que nos avergüenza.