Mostrando entradas con la etiqueta Presocraticos. Mostrar todas las entradas

La crisis de la concepción clásica del saber

La crisis de la concepción clásica del saber

Dentro de la tradición occidental siempre se ha considerado la unidad del saber como algo positivo. Esta idea se habría reflejado en la metáfora del saber como un árbol: el conocimiento como un ser vivo con cierta estabilidad, solidez y fijeza dividida por partes. Pero ¿sobre qué se asienta esta metáfora?


De los modernos que han utilizado esta metáfora destaca Descartes. La raíz del árbol es la metafísica, el tronco es la física y las ramas son las ciencias experimentales hasta llegar a la copa de la moral. Se trata de un saber que implica lo teórico y lo práctico. En el caso de Descartes no habla de lógica, sino de conversión matemática del método como aquello que va a permitir dotar de base al saber. Saber propedéutico, extensión matemática. Lo cual supone un giro completo de Aristóteles. Éste, en cambio, no utiliza esta metáfora sino que habla de tres ejes: matemática, física y "metafísica". Aquí hay jerarquía, aunque según abstracción, teniendo en cuenta una concepción global de conocimiento. Mas que despliegue hay un camino ascendente y profundo de la realidad. Esto es en el campo sustantivo, aunque también hay otros órganos como la lógica que después nos permitiría elaborar un saber con contenido.

Sin embargo, antes y después de ellos se había puesto en duda esa manera de entender el saber. Ya los presocráticos consideraron que más que de un árbol habría que hablar de arboleda en el que crecen distintos tipos de teorías. Así como Tales consiguió poner en el recto camino a la matemática estableciendo puntos de partida que todos aceptaran, esto no sucedió en la filosofía. Es por ello que pronto apareció la sofística. Ésta supondría la primera gran escisión de la filosofía que renuncia al saber teórico por el práctico, que renuncia, en definitiva, a la búsqueda de la verdad porque parece que alcanzarla es un imposible.

Quizá sea demasiado aventurado pero me atrevería a afirmar que algo así ocurre también en nuestra época. Como hace dos mil quinientos años la objetividad científica nos deslumbra y en ocasiones puede llegar a humillar al pensamiento filosófico. Por otro lado, la proliferación continua de teorías contrapuestas que intentan acabar con la anterior (nuestra tradición es ser revolucionarios) no facilita la comprensión adecuada de los problemas y, mucho menos, nos acerca a sus soluciones. Además, en el pensamiento postmoderno algunos vieron en esa metáfora del conocimiento como un árbol el intento de la filosofía occidental de imponer sus esquemas jerárquicos a la realidad y el pensamiento. Los principales formuladores de la teoría del pensamiento rizomático fueron Deleuze y Guattari.

¿Por qué hemos llegado hasta aquí? A partir del siglo XVIII, con Kant, puede decirse que la filosofía comienza a girar de manera equivocada. Resumiendo ilegítimamente la filosofía kantiana podríamos decir que todo su intento es establecer los juicios sintéticos a priori de la matemática, de la física y de la metafísica. Aunque esto fue asumido mayoritariamente se ha demostrado que los juicios de la física no eran tan absolutos y necesarios como Kant pensaba. Sin embargo, a la metafísica se le siguió exigiendo el intento de asentar todas sus aserciones. Además la escisión total entre lo fenoménico y lo nouménico habría conllevado, por un lado, poner un límite a la explicación científica. Por otro, la explicación metafísica sería imposible.

De esta manera tras él se exigió que la metafísica hiciera un ejercicio titánico que en realidad no se dan en matemática ni en física. Todos aceptaron el planteamiento kantiano de que el rigor que se impuso no se rebajara. Pero después de muchos intentos se tiró la toalla, quizá también, ilegítimamente.

Ahora es el momento de volver a recordar que la filosofía es una tarea que busca la verdad, pero que la busque no significa que ya la tenga. Estamos en el camino de alcanzarla, estamos en una tradición que, aunque parezca lo contrario, avanza. Esto queda resumido en la famosa frase: “Somos enanos a hombros de gigantes”. El avance en filosofía es muy pequeño, pero si conseguimos encaramarnos a todos los que nos han precedido conseguiremos que, al menos, nuestra mirada llegue un poco más lejos.

Sólo el filósofo, con su capacidad de síntesis, es capaz de ejercer la interdisciplinariedad y, por tanto, de establecer la integridad del saber, es capaz de coger las ramas y el tronco y las integra. Pero para que avancemos de verdad debemos ser muy humildes, no dejar de ser discípulos y no cansarnos nunca de caminar.

La Filosofía Clásica: Un Viaje a través de la Historia del Pensamiento

La filosofía clásica, esa luminaria que desde tiempos inmemoriales ha alumbrado el sendero del entendimiento humano, se erige como un diálogo eterno con la existencia. Desde los albores de la razón en las costas jónicas hasta las academias de Atenas, este viaje no es solo cronológico, sino también un periplo por el alma humana, una búsqueda de la esencia detrás de la apariencia.

Filosofía clásica


La Aurora de la Filosofía: Los Presocráticos

En la cuna de la civilización occidental, los presocráticos se aventuraron más allá de los mitos, buscando el *arché*, el origen de todo. Tales de Mileto, con su visión acuosa del cosmos, no solo propuso una teoría; inició una tradición de asombro y cuestionamiento. Anaximandro, con el *ápeiron*, nos invitó a pensar en un infinito cualitativo, mientras Heráclito, con su río eterno, nos enseñó que nada permanece, todo se transforma. Estos pensadores no solo cambiaron el agua por conceptos, sino que nos legaron la idea de que el universo es comprensible, desafiando a cada generación a sumergirse en el flujo del pensamiento.

Los Sofistas: Maestros del Discurso

Los sofistas, esos primeros educadores itinerantes, trajeron la filosofía a la plaza pública. Protagoras, Gorgias y sus contemporáneos, con su arte retórico, demostraron que la verdad es, a menudo, una cuestión de perspectiva. Su enfoque en el hombre como medida de todas las cosas, aunque visto con recelo por algunos, fue un canto a la autonomía del pensamiento individual, enseñando que la persuasión es tan poderosa como la lógica en la construcción de la realidad social.

Sócrates: El Maestro de la Mayéutica

Sócrates, el ateniense que nunca escribió una línea, pero cuya voz resuena a través de los siglos gracias a Platón, nos legó el arte de la mayéutica. Este método de parto intelectual no busca imponer verdades, sino ayudar a que nazcan desde el interior de cada interlocutor. Su vida, dedicada a la búsqueda de la virtud y el conocimiento, culminó en un acto de coherencia suprema con su muerte, demostrando que la filosofía es, ante todo, una manera de vivir.

Platón: El Constructor de Mundos

Platón, con su academia y sus diálogos, no solo educó a generaciones; creó un universo filosófico donde las Ideas son más reales que el mundo tangible. Su alegoría de la caverna nos invita a cuestionar nuestra percepción de la realidad, instándonos a salir de las sombras hacia la luz del conocimiento. En "La República", Platón diseña no solo una utopía política, sino un modelo de cómo el conocimiento y la justicia deberían guiar la existencia humana.

Aristóteles: El Sistemático

Aristóteles, el meticuloso catalogador de la naturaleza y el pensamiento, transformó la filosofía en una ciencia. Su lógica, sus estudios sobre la ética, la política, y la biología, ofrecen un compendio de cómo el mundo opera y cómo deberíamos operar en él. Aristóteles nos enseñó que la virtud está en el equilibrio, en el justo medio, y que el conocimiento es una red de causas y efectos que podemos y debemos entender.

La Filosofía Clásica en el Tiempo

Filosofía Clásica en el presente


Este legado no es estático. Como diría Ortega, la vida es circunstancia, y la filosofía, su reflexión. La filosofía clásica nos enseña a vivir en el presente con la sabiduría del pasado, adaptándola, como Deleuze sugiere, en un proceso de diferencia y repetición, donde cada repetición es una creación nueva.

La Relevancia Contemporánea

En nuestra era digital, donde la información es instantánea pero superficial, la filosofía clásica ofrece profundidad. Nos enseña a cuestionar, a no aceptar la superficie como la verdad última, y a buscar la esencia. En un mundo de cambios rápidos, la capacidad de pensar con la claridad y profundidad que proponen Sócrates, Platón y Aristóteles es un faro que guía entre la niebla de la incertidumbre.

Extensión y Profundización del Pensamiento Clásico**

Epicuro y el Jardín de la Felicidad

Epicuro, aunque a menudo malinterpretado como un hedonista sin freno, en realidad propuso una vida de placer moderado y ausencia de dolor, tanto físico como mental. Su escuela, El Jardín, fue un refugio donde la amistad, la tranquilidad y la búsqueda del conocimiento eran los pilares de la existencia. Epicuro nos enseña que la felicidad es accesible, no en la acumulación de bienes, sino en la simplicidad y en la liberación del temor a los dioses y a la muerte.

El Estoicismo: La Fortaleza Interior

Los estoicos, con Zenón de Citio como fundador, nos legaron una filosofía de la resiliencia. Para ellos, la virtud es el bien supremo, y todo lo demás es indiferente. La doctrina estoica nos invita a vivir en armonía con la naturaleza y a aceptar lo que no podemos cambiar, distinguiendo entre lo que está en nuestro control y lo que no. Séneca, Epicteto y Marco Aurelio nos dejaron escritos que son manuales para la vida, enseñándonos a mantener la serenidad en medio del caos.

El Escepticismo: La Duda como Método

El escepticismo, comenzando con Pirrón de Elis, nos ofrece la suspensión del juicio como una forma de alcanzar la paz mental. Los escépticos nos recuerdan que la certeza absoluta es rara y que la duda metódica puede liberarnos de dogmas y prejuicios, llevándonos a una vida de investigación continua y apertura mental.

Neoplatonismo: El Retorno a lo Uno

Con Plotino, el neoplatonismo emerge como una síntesis de lo mejor de Platón con una visión más mística y espiritual. Este movimiento nos habla de un viaje del alma hacia la unidad, hacia lo Uno, desde donde todo emana. Es una filosofía que busca la trascendencia a través del entendimiento y la contemplación, influyendo profundamente en la teología cristiana y en el pensamiento místico.

La Filosofía Clásica y su Impacto en la Ciencia y la Ética

La influencia de la filosofía clásica no se limita a la metafísica o la ética; ha sido fundamental en la configuración de la ciencia. La lógica aristotélica fue la base de la metodología científica hasta el Renacimiento. Además, la ética de la virtud, revisitada por Aristóteles, ha resurgido en la filosofía contemporánea como una alternativa a las éticas deontológicas y utilitaristas, proponiendo una vida buena basada en el desarrollo del carácter y las virtudes.

La Filosofía Clásica en la Educación y la Política

La educación, desde la visión platónica de la búsqueda de la verdad hasta la enseñanza socrática del diálogo crítico, ha sido moldeada por estos pensadores. En política, las ideas de justicia, comunidad y el bien común, discutidas en "La República" y las obras de Aristóteles, siguen siendo relevantes en debates sobre la gobernanza y la sociedad justa.

Conclusión.

Filosofía clásica en el futuro


La filosofía clásica, con su rica herencia, no es simplemente historia; es una conversación continua con el ahora. Nos invita a ser creadores de nuestro pensamiento, a no quedarnos en la caverna de la complacencia intelectual. Es un arte de vivir, una práctica de la libertad y la búsqueda de la verdad que, como el río de Heráclito, nunca es el mismo, pero siempre está fluyendo, invitándonos a zambullirnos en sus aguas para descubrir, crear y recrear nuestro entendimiento del mundo y de nosotros mismos. Este viaje a través de la filosofía clásica nos muestra que, más allá de los sistemas y las doctrinas, lo que persiste es la pregunta, la búsqueda y la reflexión. En cada época, la filosofía clásica se reinventa, demostrando que su esencia es eterna, no por ser inmutable, sino por su capacidad de adaptarse, de dialogar con el presente, y de seguir iluminando el camino hacia el conocimiento y la vida examinada.

Dónde nace la filosofía

 

Cuando (todavía) por encima no estaba nombrado el cielo; por debajo (la tierra) firme no tenía todavía un nombre, el Apsu primero, su generador, Mummu y Tiamat, la generadora de todas ellas, se mezclaban sus aguas entre sí. (Todavía), no se habían construido mansiones para los dioses, y la estepa no era visible aún, cuando no había sido creado ninguno de los dioses, y ellos no tenía (aún) un nombre y los destinos no habían sido asignados a ninguno de ellos, fueron procreados los dioses en medio de ellos.

Poema Babilonio.



 


 


Dicen, en contrapartida, que las culturas orientales no podían darles a los griegos aquello que ni ellos mismos poseían, esto es, el espíritu científico, el procedimiento lógico de la investigación. Por ejemplo, la astronomía caldea con todos sus conocimientos observables, registrables, permaneció siendo “simple astrología”, cuyo fin esencial era el horóscopo. Siendo que eran capaces de predecir eclipses, fases lunares, la posición de los planetas; introduciendo el sistema sexagesimal, y con ello, los doce signos del zodiaco. La geometría egipcia permaneció como una técnica de medida para fines prácticos, específicamente, para la agrimensura. Esta detención en las civilizaciones, este freno, simplemente no era philia, no era filosofía, por no elevarse a las exigencias lógicas de la demostración, no pudieron traspasar “el milagro griego”. La Eikasia, del griego antiguo “conjetura”, es la manifestación de las sombras para Platón, esto es, el espectáculo, la que tenía cierto uso en las artes y en las ciencias, pero que no traspasaban como disciplina la mera representación. Si los seres están atados, ¿Cuál es su labor más que conjeturar? La culpa recae sobre los dioses que ven el panorama y están dispuestos a seguir esclavizando (politeísmo sin gnosis), porque la vida de estos dioses y de estos esclavos es corta. 


La urgencia del Conatus es imperativa. La filosofía debió nacer. No debería haber dios que esclavice, Dios simplemente libera, si le hay.


Quizás, para estudiar “el factor griego”, es conveniente recordar que una y sólo una de las principales causas de la existencia de este factor, fue su suerte para transmitirse en esta existencia, entendiéndose existencia como una forma conocida y desconocida en el Todo de lo humano, esto es su física y su metafísica. Buscar la sustancia fue una de las bases. En lo psicológico el agua nos refleja, es nuestro espejo (Tales); el aire como sustancia primordial es el medio por donde todo se cruza (Anaxímenes); el fuego produce la visión, provoca lo ficticio y las sombras (Heraclito); mientras que la tierra es lo ajeno a nuestra parte (Empedocles). No hay evidencia que los presocráticos vieran las sustancias primordiales desde el punto de vista de la mente, pero dieron un gran salto al notar que las cosas tenían vida propia, razón propia, ficciones propias. Lo comunicable, como un todo, vendría a ser tan infinito como la misma existencia, igual de indefinible. Filosofar representa, a través del tiempo, una sana duda entre mito y realidad. ¿Qué de lo que creemos real es un mito? ¿Qué de lo que creemos mito es realidad? Un trabajo constante que se hace precisamente por amor, ese amor por el antiguo concepto griego que los eruditos llamaron “Sofos”. Mirar las estrellas, escribir sobre las profundidades del mar, dibujar sobre la arena. Solamente hay que recordar que los teoremas pitagóricos son parte de una de las tantas escuelas de filosofía, por tanto, forman universales.


Claro que la fe existe en las ciencias, en los axiomas, como nos enseñaron tantas civilizaciones, es meritorio esto. El error es pensar que la fe es hacia el pasado que está documentado, irónicamente. Pero el axioma enfrenta su prueba de fuego en el futuro, en el fenómeno mismo que nos hace temblar (Varela). De ahí la hipótesis científicas, las teorías, las mismas leyes, incluso, las leyes del hombre, los códigos, que chocan con el caos que se presenta desde la creación de los dioses hasta sus muertes; los que perecen, día a día, en un simple revés del azar. Si no los mata el azar, los matarán las circunstancias y dentro de éstas, el mismo humano introducido en este todo.


No es la libre expresión lo que se debe defender, ésta se queda corta en cuanto a lo que se intenta decir. Se debe defender y renacer el concepto griego de Parresía. Lo que involucra un profundo estudio de las palabras, las ciencias, la política, de la democracia y de la libertad. Esto tiene cierto milagro que debe seguir manifestándose. En esta actualidad el individuo se posiciona de frente a su labor en este mundo, a su propia cuantía, a su propia diferenciación. La máquina viene a ejercer una labor de respuesta pura y dura a los más grandes esfuerzos que se han logrado, solamente para reemplazar-nos. Los dueños de la propiedad, por algún tipo de derecho, estarán al margen de esta suplantación. Ya no existirán los errores; en la producción poco a poco se irán mermando las manos humanas y se comenzarán a necesitar cada vez más consumidores. Todo se ve oneroso hoy por hoy, como el primer teléfono. Únicamente la representación, la voluntad y la especulación financiera vendrían a conformar nuestro futuro. Pero aún existe la imaginación, el milagro, el vacío. Que la impronta del poder y su aceleración, no hagan impetuosos nuestro actos.

 Los dioses son otros, supongo que no más fuertes.    


Quién percibe una dificultad y se admira, reconoce su propia ignorancia. Y por ello, desde cierto punto de vista, también el amante del mito es filósofo, ya que el mito se compone de maravillas (Aristóteles, Metafísica). La problemática que ha tenido la filosofía de crear sus propios monstruos no tiene otro motivo que crear sus propios asombros. La filosofía es estrategia ante las pesadillas y los ensueños. Es la herramienta del débil, éste se diluye en la nada, en él mismo. Es una continua perfección para superar la idea de la imperfección.


Se suele decir que los dioses tienen forma humana, o se transforman en semejantes a otros seres vivientes. Ahora tomarán forma maquínica, se formarán problemas ipso facto con sus propias soluciones. Ya no habrá una dialéctica de problema-solución, sino una trama de solución-solución. Crearemos otros. La religión tiene por Padre a la miseria y por Madre a la imaginación (Ludwig Feuerbach). Pero si se deja de lado todo lo demás, y se guarda lo esencial, esto es, que se creyó que las sustancias primeras eran dioses; pudiera pensarse que esto se afirmó por inspiración divina, y, probablemente de toda arte y filosofía pérdidas en las catástrofes cósmicas cíclicas.


El pecado original en la mitología órfica, es el de los titanes rebeldes a Zeus, que despedazan y devoran a Dionysos niño. Zeus los fulmina, y con sus cenizas crea al hombre, quien, de esta manera, lleva en sí una parte titánica pecaminosa (el cuerpo) y una parte dionisiaca divina (el alma), que aspira a liberarse de la unión con la otra. La naturaleza de los presocráticos es viva natura naturans y no materia muerta. Se vivirá y se vive una oleada religiosa sin Dios o con él, con formas, con gestos, desde espejos, gatos, desde espectros. O nos fusionamos con el niño que fuimos o no seremos inmortales. La Filosofía está en dar vida y no en quitarla. La vida siempre fue el problema (Noe), la muerte la solución (NSDAP).

De la pura identidad vacía (la sombra de Kant en la sociedad contemporánea)

Identidad vacía.




“El entendimiento sin la razón es algo”

                                          G.W.F. Hegel


“Todo se ha derrumbado, incluso Nietzsche, y solamente Hegel permanece en pié”

                                                                 Martin Heidegger a Hans-Georg Gadamer








Cuanto más confianza hay en el mundo -cuanto más tiempo se coloca la sordina sobre la vida y se le obvia- tanto más se aspira a transformar el pensamiento en experiencia primigenia, en hacer del “ser en cuanto ser” un puro y abstracto pensar. En esos momentos, la vida pierde corporeidad, desaparece en la lejanía infinita. Y cuando más se cree responder por el mundo, las respuestas van perdiendo su vivacidad y colorido, porque se pierde el sentido en el momento de resonar la primera palabra de la pregunta: el gran ser de otros tiempos yace deforme y sin contenido, aún envuelto en una imagen iluminada por el remoto reflejo del más allá. La filosofía  que logra rasgar el velo impuesto a la vida y traspasarlo conquista, retrospectivamente, la visión de su propia historia y retorna a casa -¡a Grecia!- para descubrir, orgullosa de su origen, cómo, desde los alabados “presocráticos”, su papel ha sido siempre el de la crítica..  

No por caso dice Hegel que “la escisión es la fuente de la necesidad de la filosofía, y, como cultura de una época, el aspecto condicionado, dado por la figura”. Como nunca antes en la historia, la sociedad contemporánea padece de un profundo y doloroso desgarramiento. Una escisión medular atraviesa la vida de las formas y las formas de la vida del ser y de la conciencia del corpus social contemporáneo. Todo se ha duplicado en sí mismo; todo se ha desdoblado para devenir in-diferencia recíproca de los términos opuestos. La reflexión del entendimiento abstracto, hija legítima de la filosofía kantiana, lo ha penetrado todo y todo lo ha fijado. La sombra de su formalismo se proyecta sobre las relaciones sociales del presente. El desquicio, lo esquizoide, ha devenido la pandemia que caracteriza el horizonte problemático del aquí y ahora. Jekyll y Hyde son el santo y seña de la sociedad contemporánea. En estos tiempos signados por el “deber ser” -que se traduce en la pérdida del quicio y en la “pecaminosidad consumada”-, la tarea del historicismo filosófico consiste en el esfuerzo de reconstitución de aquel movimiento del pensamiento a partir del cual se pueda irisar la realidad, determinando la manifiesta flacidez de su actual complexión. Se trata del obstinado empeño dialéctico en virtud del cual el conocimiento específico y particular -la ratio instrumental- llega a reconocer sus limitaciones y logra reconquistar la necesaria compenetración inmanente con la totalidad concreta, a objeto de superar la barbarie totalitaria. En este sentido, cual Ave Fénix, la filosofía de Hegel irrumpe de sus propias cenizas, a fin de exhortar al pensamiento a emprender la tarea de sorprender la escisión de sujeto y objeto, de denunciarla y superarla, sin por ello perder el recuerdo de su calvario. La filosofía de Hegel se ha vuelto imprescindible. Negar su actualidad es negar el “aspecto condicionado” dado por la figura del presente.

Es verdad que la filosofía de Kant representa un punto importante en el desarrollo de la filosofía del idealismo alemán. Prueba de ello es el diálogo constante que tienen las filosofías de Fichte, Schelling y Hegel con el criticismo kantiano. Hegel no duda en calificar al pensador de Königsberg de “verdadero idealista”, ya que, para el autor de la Fenomenología del Espíritu, cada filosofía, en sentido enfático, es “esencialmente un idealismo, o por lo menos, lo tiene como un principio, y el problema consiste sólo (en reconocer) en qué medida ese idealismo se halla efectivamente realizado”. De ahí que encuentre en Kant el principio que constituye el punto arquimédico de todo “idealismo verdadero”: la síntesis originaria de sujeto y objeto. Tal es, para Hegel -y lo será para Heidegger- el espíritu de la Crítica de la razón pura. En efecto, la “revolución copernicana” de Kant consiste, según sus propios términos, en esto: “Si podemos probar que nuestras intuiciones a priori, aún las más puras, no producen conocimiento alguno a no ser que contengan un enlace de los elementos diversos que haga posible una síntesis permanente de la reproducción, quedará entonces fundamentada esta síntesis de la imaginación en principio a priori, anterior a toda experiencia”.

En uno de sus primeros ensayos publicados, Hegel muestra su interés y, a la vez, su preocupación por aquél descubrimiento kantiano que, sin embargo, parece pasar inadvertido, ya que la tesis posteriormente desarrollada por el propio Kant llega a concebir el conocimiento como conocimiento limitado al mundo fenoménico y al objeto como algo inalcanzable para el entendimiento humano. Así, la filosofía que hizo del criticismo su templo, una vez reconocido el principio supremo de la correlación del sujeto con el mundo, lo abandona en aras de la dualidad, introduciendo, en su lugar, la doctrina del esquematismo,como intento de solución de la objetividad, perdiendo con ello de vista su propio origen y entrando en clara y abierta contradicción con su propio punto de partida. 

Con Kant, pero más allá de Kant, Hegel recupera la dimensión de la imaginación trascendental con el firme propósito de crear un ambiente propicio para la unidad de pensamiento y ser, de sujeto y  objeto. En medio de lo que considera como “la superficialidad de las categorías”, Hegel logra mostrar la idea “más especulativa y profunda” de la arquitectura conceptual kantiana. Si la síntesis originaria posibilita la resolución de la unidad del sujeto y del objeto  -y con ella la irrupción de la diferencia de lo uno y de lo otro-, entonces, cabe señalar que el sujeto no es menos producido que el objeto por la escisión de dicha unidad, toda vez que los términos en cuestión son sorprendidos cabe-sí en su verdad.

De este modo, hombre y mundo se descubren en su -como dice Marcuse- “imaginarse-en-sí-multiplicidad-en-unidad, ser y saberse productor y producto de lo uno y de lo múltiple: fuerza productiva, como diría Marx. O como señala Lukács, “no se trata de una refutación externa del idealismo de Kant, sino de su superación “mediante el despliegue de sus contradicciones internas”.

Mediada por la paciencia del concepto, la “crítica de la crítica” hecha por Hegel a Kant se revela como el programa conceptual más importante del presente. En palabras de Horkheimer, “si por ilustración comprendemos la liberación del hombre de creencias y  poderes malignos, de demonios y hadas, de la fatalidad ciega, es decir, de la emancipación de la angustia, entonces la denuncia de aquello que actualmente se llama razón constituye el servicio máximo que puede prestar la razón”.

Mucho del empirismo clásico inglés, sobre cuyas bases se construyó el edificio del llamado empirismo lógico contemporáneo, está presente en la filosofía de Kant. Denunciar esas lúgubres sombras presentes en su filosofía es, via dialéctica, el mayor homenaje que se le pueda rendir al cumplirse trescientos años de su nacimiento. 

    



1-  H. Marcase, Op. Cit., p.35.





José Rafael Herrera

@jrherreraucv


De las pasiones tristes


“La mayor parte de los que han escrito acerca de los afectos y

la manera de vivir de los hombres, parecen tratar no de cosas

naturales, que siguen las leyes de la naturaleza, sino de cosas

que están fuera de ella. Más aún, parecen concebir al hombre

como un imperio dentro de otro imperio”.

                                                                      Baruch Spinoza




La digna y paciente labor de contribuir con el aumento de las potencialidades humanas, con la virtud o la perfectibilidad del ethos ciudadano, pasa necesariamente -más que por el conocimiento- por el reconocimiento o la comprehensión de las experiencias de la conciencia del ser social, lo cual incluye el estudio de sus emociones o afecciones como un hecho natural. Y es que, como se sabe, éstas son un elemento inescindible de los seres vivos que configuran la naturaleza, de la que forma parte inherente la humanidad. Por eso mismo, cabe advertir que cuando aquí se dice “natural” se está haciendo referencia a un concepto de naturaleza en sentido amplio, no restringido -cabe decir, estrictamente instintivo-, y mucho menos en sentido meramente individual o aislado, esto es, como de irremediables portadores de una representación de la naturaleza fija, abstracta, concentrada en la pura interioridad. Más bien, se trata de comprenderlo como el resultado del conjunto de sus relaciones sociales, políticas e históricas. Hic Rhodus, hic saltus. Uno de los más originales y destacados estudios del pensamiento moderno en busca de esta dirección hermenéutica está en la obra de Baruch Spinoza, y especialmente en su

Pasiones naturales
Ethica. “Aquello que es común a todas las cosas y es igualmente en la parte y en el todo no puede concebirse sino adecuadamente”, sostiene el gran pensador holandés. A medida que los seres humanos comprenden la naturaleza de sus pasiones, logran comprender su origen y sus consecuencias, al punto de reencaminarlas, eligiendo aquellas que convengan a su propio bienestar y, con ello, al bienestar social. Como para los antiguos presocráticos, también para Spinoza la physis no es solo natura naturata sino, al mismo tiempo, natura naturans.


Las pasiones son afecciones del cuerpo por las cuales su potencia de obrar es aumentada o disminuida. Pero cabe advertir que, para Spinoza, lo que afecta al cuerpo afecta al alma. De manera que si una determinada afección aumenta o disminuye la potencia de obrar, de igual modo, disminuirá o aumentará la potencia del pensar. Si un cuerpo es objeto de afección también el alma quedará afectada. Lo dice explícitamente en la Ethica: “Por afectos entiendo las afecciones del cuerpo por las cuales la potencia de obrar del cuerpo mismo es aumentada o disminuida, favorecida o reprimida y, al mismo tiempo, la idea de estas afecciones”. El deseo es el apetito con conciencia de sí, la efectiva realización de la segunda naturaleza y la garantía de la preservación del ser social.


Como dice Hegel, “nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión”. Ese deseo es lo que -al hacerse realidad efectiva- produce satisfacción y alegría. “no intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos apetecemos y deseamos”. La sociedad virtuosa es aquella que se adecua con los fundamentos de su naturaleza, realiza sus deseos y aumenta la potencia de su ser. Y sin embargo, también hay deseos que pueden llegar a producir una profunda tristeza. La diferencia está en su adecuación o inadecuación con la realidad efectiva. Cuando los individuos son sometidos a manipulaciones que los hacen presuponer ficciones e imaginar una realidad inexistente, que atiende al interés exclusivo de quienes sustentan el poder, la capacidad de su adequatio termina siendo  secuestrada, mancillada y disminuida. Se presenta, entonces, un desequilibrio funcional en el organismo que termina por interrumpir la potencia de obrar, con lo cual aumenta la insatisfacción, la frustración y la tristeza. En este punto, la vitalidad del organismo, la realización de su deseo, queda sensiblemente disminuida y su movimiento descendente lo conduce a aceptar la derrota y, más tarde, la eterna noche de los muertos vivientes. 


De pasiones tristes está hecho el entramado de la pobreza de Espíritu. Su reino es el escenario perfecto para el florecimiento de los totalitarismos de toda ralea, incluso para el de los relativamente recientes regímenes gansteriles o gansteratos, cuyo sustento, al decir de Spinoza, está en la servidumbre que surge como consecuencia, precisamente, de las ideas inadecuadas devenidas pasiones tristes: “llamo servidumbre a la falta humana de poder, para moderar y hacer frente a las emociones. Porque el hombre que se somete a sus emociones no tiene poder sobre sí mismo, sino que está en manos de la fortuna, en la medida en que muchas veces está obligado, aunque pueda ver lo que es mejor para él, a seguir lo que es peor”. La superación del primer grado de conocimiento -el conocimiento de oídas o por mera experiencia instrumental- y el consecuente pasaje dialéctico a un saber más elevado, que va del estudio y comprensión de las causas a los efectos y de estos últimos a las causas, es garantía de la formación de ideas adecuadas y, mediante ellas, de la efectiva liberación de las trampas ideológicas que conducen y sumergen a las mayorías en el pantanal de las pasiones tristes. Se trata de remontar las abstracciones propias de la experiencia sensible a objeto de conquistar el pensamiento concreto, la wirklichkeit.  


Tal vez, el mayor desatino que haya tenido la llamada clase política venezolana haya sido el haber permitido y en muchos casos contribuido con la instauración del señorío de las pasiones tristes, de los resentimientos, envidias y ambiciones, temores y traiciones, que progresivamente han terminado reflejándose en leyes y costumbres, formas de existencia. Hegemonía, diría Gramsci. Sein zum Tode. Faltó formación, educación estética, comprensión del Ethos. Sobraron los jingles y las consignas vacías. Y, después de tanta ruina, maquillada y fingida, ya era hora de que esa clase política fuese puesta en el lugar que le corresponde en el pasado al que se aferró y del cual nunca supo salir. Hoy las cosas parecen ser distintas y una nueva expectativa ha surgido, bien dispuesta a reconstruir lo que va quedando de país. Los mejores votos de quien escribe van por el cultivo de las pasiones alegres -a objeto de pasar a “una mayor perfección”-, y por la finalización del imperio del círculo vicioso de la esperanza, como sustento mágico, místico, providencial, que siempre termina en más miedo y más dolor. Un “imperio dentro de otro imperio”. Sólo la voluntad libre y consciente, firme y persistente, puede superar la esclavitud de las pasiones tristes.        





José Rafael Herrera

@jrherreraucv


Filosofía y política

 

Filosofía en la polis

Dice Cornelius Castoriadis que “la filosofía nace en la pólis y no puede nacer más que en la pólis”. Y, en efecto, el pensamiento, o más simplemente el pensar, que es, como afirma el filósofo greco-francés, “la capacidad de penetrar las cosas, se haya en todas partes y, a la vez, es común a todos los hombres. La filosofía aparece así como una dimensión del movimiento democrático en las ciudades griegas y, más tarde, de un movimiento en las sociedades europeas que aspira quebrantar el orden establecido. Para que la filosofía nazca y, más generalmente, para que haya emergencia del proyecto de autonomía social e individual, es preciso romper la clausura de la institución”. El pensamiento, pues, el pensar propiamente dicho, es decir, el oficio de la filosofía, no puede no ser un asunto social y, por eso mismo, un asunto político. Un oficio -un ejercicio- que requiere del diálogo, de la discusión, del debate y la permanente creación, desarrollo y confrontación de las ideas. Esa es su conditio sine qua non. Una condición sin la cual no se podría ni ser ni existir, porque para la humanidad no es posible ser o existir sin pensar. Por eso mismo, la filosofía es, en sentido estricto, democrática, porque si es verdad que lo que define al ser humano es -al decir de Aristóteles- el hecho de ser un zoon politikón, un animal social, político, entonces, no es posible para él -para el ser humano- separar lo uno de lo otro, el pensamiento y la concreción de esa segunda naturaleza que es el mundo civil. Con ella, y mediante ella, se construyen -y se destruyen a objeto de ser reconstruidas y, en algunos casos, de ser perfeccionadas- las formas de organización política de la sociedad. La filosofía es el oxígeno que le permite al cuerpo social respirar. Y cuando carece de ella, al no poder respirar, muere.

            Cuando, como resultado de la experiencia de la conciencia, las ideas -la materia prima del quehacer filosófico- se objetivan, entonces se constituyen sociedades, modos de ser y de pensar cuyo término deviene realidad de las costumbres, las normas, las leyes y los reglamentos, así como de sus respectivas instituciones. Gedanken Konkretum, denominaba Marx a este proceso. Como dice Castoriadis, “las sociedades se instituyen en la clausura”. Y el esfuerzo de denunciar el agotamiento institucional, al tiempo de propiciar su potencial reapertura -siempre a la luz de nuevas perspectivas-, es una tarea lógica, ontológica y ética, constitutiva de la filosofía misma. No cabe, en este sentido, la banal distinción, que el entendimiento abstracto se empeña en establecer, entre la historia de la filosofía y la historia de la política. La filosofía nace como exigencia democrática y en ella sobrevive hasta el momento en el cual la institucionalidad se cristaliza y deviene extraña al ser social. En ese momento, invoca, immerwieder, una y otra vez, sus orígenes, a objeto de alimentarse con “el capital de la libertad”. En una expresión, se trata del radical “rechazo a recibir de quien sea, sobre la Tierra o en el Cielo, lo que uno debe pensar”.

            Así, pues, para que haya filosofía tiene necesariamente que haber diálogo, debate, discrepancia de ideas y, por supuesto, acuerdo. La filosofía es, sustancialmente, la potenciación de la convicción ciudadana, el fundamento del demos-krátos. El suyo es, a un tiempo, la exigencia del reconocimiento de lo que se es y el derecho de oponerse a la injusticia. Es -como dice Hegel- el sagrado derecho racional a decir que no. De las vagas presuposiciones iniciales -de las pasiones tristes- se pasa a la opinión y de esta a los razonamientos. Pero todo eso no es posible sino en una sociedad orgánica. Por eso mismo, el ser social no puede prescindir de la conciencia social y a la inversa. Como tampoco es posible concebir la verdad en ausencia de la falsedad. Sólo puede conquistarse el bien ante el semblante del mal, porque solo sobre la base de su existencia puede llegar a producirse su superación. Sólo porque existe la fealdad puede triunfar la belleza. Sólo la filosofía es capaz de cuestionar continua, explícita y efectivamente el resultado de su propia realización. Una sociedad y una institucionalidad que no son el resultado de las ideas sino, en todo caso, de las pasiones tristes, de prejuicios marcados por el odio y el resentimiento, no es una sociedad, y los fundamentos de su institucionalidad son una ficción. Tal vez esta sea la desgracia de los últimos años de historia venezolana. De la nada nada surge.

            Quizá los jóvenes bachilleres que, por decisión de la tiranía de los gansters, sustituirán a los maestros y profesores que, con admirable valentía, luchan por honrar su condición, no tengan la suficiente preparación para comprender que el mito de los solitarios sabios de la antigüedad es precisamente eso: un mito, por lo demás, propiciado por el entendimiento abstracto, la razón instrumental y la llamada industria cultural. En la versión Disney de “La Sirenita” de Andersen, Scuttle, una gaviota desgarbada y zopenca, le explica a Ariel, con el tono de la profundidad de un plato de sopa -en el mejor estilo del “profesor Rui-Ruá”, y para mayor vergüenza, adherido a las migajas de la barbarie gansteril-, poco más o menos, que en la antigüedad las personas vivían tan aburridas a la orilla de las playas que tuvieron que inventarse nada menos que el “boquiche humerfluo y curvilíneo” (en realidad, una pipa para el tabaco, confundida por Scuttle con un instrumento musical). Un poco en broma y un poco en serio, la fantochada -atribuida a la “prehisteria”- remite a la recreación que ha hecho el entendimiento abstracto del surgimiento, en Grecia, de la filosofía, primero con “los físicos” y luego con los “presocráticos”. Aburridos, sin nada qué hacer en las playas del Mediterráneo -”arenita y playita”- estos “físicos” comenzaron a preguntarse por el origen (por el Arché) de todas aquellas maravillas que los rodeaban. El agua, afirmaba Tales de Mileto; el Aire, decía Anaxímenes; el frío y el calor del ápeiron, insistía Anaximandro; el Fuego, advertía Heráclito. Y así, cada uno justificando su particular principio. Por otra parte, la mayoría de ellos no solo conoció a Sócrates sino que dialogó directamente con él. Más bien, habría que decir -como demostrara el maestro Pagallo en su momento- que Sócrates tuvo el honor de confrontar sus planteamientos con estos grandes pensadores, sus contemporáneos. Catalogarlos de pre-socráticos no solo es una imprecisión. Es, más bien, una manipulación.

            Más allá de las torsiones y de las distorsiones de la historia, reducida por la cromada esfera de Epcot, el problema fundamental de aquellos filósofos de la antigüedad clásica era, en efecto, un problema esencialmente político. Los “físicos” se esforzaban por encontrar la razón de la progresiva pérdida de la eticidad en las ciudades-Estado, el desgarramiento que, cada vez con mayor intensidad, derrumbaba los cimientos de la democracia. El Arché, el principio objetivo que debe ser restituido, es un principio sobre el cual se hace necesario refundar el Ethos. La ciencia de los “primeros principios” , la filosofía, no tiene otro propósito que ese: dar cuenta de las razones por las cuales es menester reemprender el camino de la justicia y de libertad. Y si la política pierde esta orientación fundamental deja de serlo para corromperse y corromper.              

           

           Filosofía y Política

 

 

José Rafael Herrera

@jrherreraucv

 

Heráclito volumen II: Los contrarios, el fuego y el alma.




Hoy seguimos con el apasionante e hipnótico presocrático del cambio: Heráclito de Efeso (VI a.c. – V a.c.). Este es el segundo artículo que dedico a su filosofía ya que su doctrina es como un poliedro de diversas caras que no se puede abarcar con un solo vistazo. 

Anteriormente vimos los apartados del cambio y del logos y ahora nos ocuparemos de la teoría de los contrarios, del fuego y del alma. Todo ello condimentado con algunos fragmentos que se conservan de su obra. Nada como acercarse a un autor de forma cercana y sencilla lejos de esnobismos a los que por desgracia tienden algunos escritos filosóficos. 
¡Sin más prolegómenos vamos al lío!

LA TEORÍA DE LOS CONTRARIOS


La unidad de los opuestos es un tema ya manoseado antes de la aparición de la filosofías en Grecia y es que por aquel entonces ya se coqueteaba con la idea de que los opuestos constituían el mundo. Heráclito sigue esta idea defendiendo que la fricción que genera dicha oposición desemboca en un acto dialéctico que les proporciona unidad y cambio (¡Toma!, ¡Toma!, ¡Qué la dialéctica existía antes de Hegel!). 

Entender la doctrina de los opuestos es clave para entender la filosofía de Heráclito y por ello no hemos de caer en el error de pensar que los opuestos son la misma cosa, es decir oscuridad y claridad no son lo mismo pero sí que son interdependientes, la noche no puede existir sin el día. La lucha entre los opuestos genera una harmonía cósmica reflejada en la naturaleza y por ende en los seres humanos. Como buen filósofo, Heráclito era un friki de conceptualizar y clasificar, por ello, nos da ejemplos claros de esta unión de los opuestos, agrupándolos de varias maneras:

1) Opuestos que se encuentran en una misma cosa.

Fragmento 33

“Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo”
En este fragmento vemos como los contrarios arriba y abajo dan lugar a un camino con dos direcciones. De la misma manera que el día y la noche conforman un mismo cielo.

2) Opuestos procedentes de los diferentes puntos de vista al observar un mismo elemento.

Fragmento 35 

“Mar: agua la más pura y la más impura: para los peces potable y salvadora; para los hombres impotable y mortal”
El  mundo está plagado de opuestos que se engendran por diferentes perspectivas. El mismo lodazal es sucio para las personas y un paraíso para los cerdos. Como decía mi abuelo: Para gustos colores.

3) Otro grupo de contrarios son aquellos que se transforman mutuamente el uno en el otro y el otro en el uno, como muerte-vida o despierto-dormido o joven-viejo. Son contrarios mutables, convertibles. Son capaces de cambiar su estado. Los transformes de la naturaleza.

Fragmento 44

“Como a una misma cosa se da en nosotros vivo y muerto, despierto y dormido, joven y viejo. Pues lo uno, convertido, es lo otro, y lo otro convertido, es lo uno a su vez”

Heráclito con su teoría de los contrarios da salida a un problema filosófico de gran calibre discutido en la antigüedad y es el problema de la unida y la multiplicidad. De cómo lo uno se puede transformar en muchos. En este caso lo uno está se mantiene tensionado por los opuestos (múltiples).

EL FUEGO


El fuego es un elemento interesantísimo y controvertido a más no poder en la filosofía del de Efeso. El fuego representa el orden material del mundo que siempre ha sido, es y será. Dicho fuego no es creación ni divina ni humana, es increado y no tiene ni principio ni fin, es eterno. Esta claro que ni hartas de vino podemos conocer que es eso de la eternidad, ya que des de nuestra finita vida, la concepción del tiempo que tenemos es lineal, con su principio y su fin.

Fragmento 51
“Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo Dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será; fuego siempre vivo, prendido según medida y apagado según medidas.”

Para captar el fuego de Heráclito nos hemos de imaginarnos una moneda con 2 caras: Por un lado está el fuego, que es el constituyente material del Universo y por el otro lado está el  Logos, que es el constituyente racional, algo así como las reglas del juego del Universo. Materia y razón, fuego y logos, en una misma moneda que es el Cosmos. Pero ¿Cómo el fuego que es un solo elemento da paso a la variedad de elementos que encontramos en el mundo? Heráclito nos dirá que este fuego fluctúa, se enciende y se apaga y así da lugar a diferentes transformaciones que se materializan en otros elementos. Siempre con la medida de la razón (las normas del juego ya comentadas).

Este fuego se ha interpretado y se puede interpretar de dos maneras distintas (me encantan las peleas filosóficas): Como arjé, como constitutivo físico del que están hechas todas las cosas. Por ejemplo para Tales de Mileto el arjé es el agua. O de una manera más simbólica, también se puede entender el fuego como la representación del cambio constante de lo sensible, representación de un cambio que nunca cesa. Por ejemplo nuestro cuerpo des de que nace hasta que muere no para de cambiar. 

EL ALMA


La doctrina del alma está estrechamente ligada a la doctrina del fuego. El alma es del fuego, proviene del fuego y como este sufre sus transformaciones. Al venir del fuego el alma se apaga con el elemento líquido, por ello se debilita con los placeres alcohólicos, ya que la humedece. Una alma fuerte es para Heráclito una alma seca. Vamos que para Heráclito una persona que se quiera dedicar a la filosofía mejor que no se dedique a hincar el codo, pero digo yo también que a veces una copilla con moderación te libera la mente y te suelta la lengua.

El alma seca es el alma sabia. Por ello imagino que debió ser muy pero que muy duro para Heráclito sufrir una enfermedad llamada hidropesía que se caracteriza por grandes retenciones de líquido asociadas a otras enfermedades en el aparato digestivo, o en los riñones, o en otros órganos. Imagino que el filósofo lo interpretaría como símbolo de una alma menos sabia. 
Por otro lado se puede interpretar por sus escritos que el alma sobrevivía a la muerte del cuerpo.

Fragmento 74

“A los hombres, tras la muerte, les esperan cosas que ni esperan ni imaginan”

Esta alma que fluctúa como el fuego la hemos de mantener seca y sabia con la esperanza de un más allá inimaginable.

En conclusión, tras ver varias caras de la filosofía heraclitiana (logos, cambio, contrarios, fuego y alma) me da hasta pena acabar el escrito. Para mí es uno de esos autores que revisionas a lo largo de los años y cuya concepción va variando. Su filosofía del cambio me ha servido a nivel personal para sofocar alguna encrucijada filosófica en la que me he encontrado y por ello le guardo especial cariño. No descarto que tras unos meses y otra relectura estos dos artículos se conviertan en trilogía, o quien sabe quizás una saga, solo el tiempo lo dirá.