Apuntes de base para leer a Searle y Kripke
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John Searle busca realizar una crítica profunda a las teorías descriptivistas de Frege y Russell, para ello elabora su denominada "teoría del cúmulo". Saul Kripke por su parte, no concuerda con Searle en buena parte de sus planteos.
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PARTE PRIMERA: SEARLE ¿EN QUÉ CONSISTE LA TEORÍA DEL
CÚMULO Y QUÉ PROBLEMA SE PROPONE RESOLVER?
John Searle propone
una versión descriptivista que suele llamarse “teoría del racimo” o “teoría del
cúmulo”, en respuesta a las posturas tradicionales en teoría de la referencia.
Searle comienza en “Nombres propios y
descripciones”, haciendo un muy buen compendio de las teorías de Frege y
Russell, que sirven de base para el planteo de los problemas que el autor
pretende abordar.
Más allá de la
facilidad con la que una teoría descriptivista logra dar cuenta del significado
de los enunciados de identidad así como de los enunciados existenciales, parece
poco plausible establecer una equivalencia entre descripciones definidas y
nombres propios, ya que eso implicaría el considerar como necesarias ciertas
propiedades contingentes sobre el portador del nombre. Para este autor, la
utilización de un nombre en diferentes situaciones implica que en todas ellas
se trata del mismo objeto que es pasible de ser reconocido como tal; de este
modo quien habla debe poder identificar el portador del nombre. Searle señala
la importancia del uso y la enseñanza del uso de los nombres propios,
sugiriendo un estrecho vínculo entre el uso de un nombre y el conocimiento de
las características del objeto que se nombra y que lo distingan de otros
objetos. El conjunto de descripciones es lo que hace posible el uso y la
enseñanza del nombre, de modo que si bien es posible negar alguna de las
descripciones del cúmulo, no tiene sentido negarlas a todas.
El nombre está
vinculado analíticamente no con una sola descripción sino con la disyunción
identificadora de descripciones del objeto. No obstante, Searle dirá que más
allá de ser analítico, ese vínculo también es laxo, en virtud de que pese a
asumir que lo nombres propios poseen un sentido, ese sentido es no obstante no del
todo preciso, ya que las características que constituyen las identidad del
objeto que porta el nombre no se encuentran totalmente especificadas. Esa
calidad laxa referida, implica que es posible usar un nombre propio sin
establecer propiedades del portador del nombre.
Como argumentos a
favor de la teoría del “no-sentido”, se expresa que los nombres propios no son
equivalentes a las descripciones definidas porque llamar a un objeto por su
nombre no es un modo de describirlo. Nombrar es una preparación para describir
y no un modo de hacerlo. A partir del nombrar puedo predicar de ese objeto,
determinadas propiedades. El nombre no es verdadero o falso, como sí es el caso
de una descripción.
Uno de los problemas de esta teoría, es la paradoja de la identidad que se
plantea en Frege. Plantea además otras objeciones a la teoría del no-sentido:
poder dar cuenta de la diferencia informativa de a = a y a = b, y luego los
enunciados existenciales (ya sean afirmativos o negativos). En “El actual rey de Francia existe” parece
que no hay modo de decir que la existencia se está predicando de un concepto.
Hay que tener presente que en Frege, un enunciado del tipo “Luis XIV es el actual Rey de Francia” es un
enunciado de identidad, es decir, de tipo a = b. Russell dirá que no es de
identidad sino de predicación, ya que toda descripción definida es predicativa.
Si pongo la
descripción en lugar del sujeto transformando de ese modo el nombre en un
concepto, el asunto se complica y termina teniendo razón Russell. Lo que Searle
plantea es que si el sentido del nombre es una descripción, entonces ese
sentido podría ser un concepto y yo podría decir de ese concepto que es vacío,
y eso complica la situación con los enunciados existenciales.
El nombre tenía
contenido descriptivo para Frege, y ese contenido no podría ser otra cosa que
el sentido del nombre propio. Hay un sentido, pero no sólo la afirmación de que
los nombres tienen un contenido descriptivo sino el resto de la teoría que
sustenta esto, se vuelve inconsistente.
Parece excesivo (o
algo “tramposo”) el argumento que plantea que la identificación entre el
significado del nombre y el objeto, implique a que si desaparece el objeto
desaparece también el significado. Los que defienden la teoría del no-sentido
dicen que se fija el significado señalando el objeto al que se le pone el
nombre, pero si el objeto desaparece no quiere decir que el nombre se quede sin
significado.
Si una palabra es un
nombre propio entonces es necesario que exista el objeto al que nombra, pero eso
no quiere decir como plantea Searle, que necesariamente el objeto sea
necesario. No se sigue que haya objetos necesarios. Claro está que si acepto un
nombre propio genuino, estoy aceptando que el objeto existe.
En lo que refiere al
planteo de Searle para dar respuesta a sí los nombres propios tienen sentido
(que plantea de más de una manera), ensaya una respuesta de versión fuerte y
otra débil. Por ejemplo, si pensamos en el caso de “Aristóteles fue el
discípulo de Platón”, la versión débil sería que dado que Aristóteles tiene ese
sentido entonces el enunciado es analítico; la versión fuerte exigiría no
simplemente que la proposición contuviera algún predicado que forme parte del
sentido “Aristóteles” sino que contuviera una descripción que definiera únicamente
a Aristóteles. La versión débil exige solamente que el enunciado sea analítico,
porque el predicado que se predica en el enunciado forma parte del sentido del
nombre pero ese predicado no tiene por qué definir únicamente al portador del
nombre. La versión fuerte implica que los enunciados analíticos que interesan
son aquellos en los cuales el predicado contiene una descripción definida que
solo es verdadera sólo en ese caso.
Si consideramos
“Aristóteles era un hombre”, parece que el concepto “Aristóteles” incluye de
algún el concepto “ser humano” pero en sentido débil porque “ser humano” no
define a “Aristóteles” sino que se aplica también a cualquier otro individuo,
no siendo suficiente para definir al sujeto de la proposición.
Dice que la ostención
conecta el nombre al objeto en virtud de especificar características del objeto
para distinguirlo de otros objetos. Si eso es así, si yo señalo el objeto y lo
nombro para que alguien aprenda el nombre del objeto ¿qué estoy señalando
exactamente cuando señalo un objeto? Necesito múltiples ostenciones para poder
fijar realmente lo que quiero señalar. Puede pensarse entonces que también las
ostención de algún modo presenta de alguna forma el objeto.
Es cierto que cuando
hacemos una ostención a veces es necesario de algún modo darle algún rasgo para
distinguir el objeto que estamos señalando (por ejemplo: el color rojo, pero
eso no es una descripción definida, por lo que estamos en la versión débil). No
es claro que la determinación de algún rasgo de una persona implique que uno
maneje una descripción definida de esa persona. Por ejemplo uno puede definir a
una persona por propiedades que no son las que siempre caracterizan a esa
persona.
Menciona las
pre-condiciones para usar el nombre, suponiendo que algunas de esas
descripciones son verdaderas. Si no es así, entonces no estábamos usando el
nombre.
PARTE SEGUNDA: CRÍTICA A LA PROPUESTA
DESCRIPTIVISTA DEL NOMBRE ¿EN QUÉ CONSISTE LA PROPUESTA DE KRIPKE RESPECTO AL
NOMBRE Y LA CRÍTICA A LA TEORÍA DESCRIPTIVISTA?
En “El nombrar y la
necesidad”, Saúl Kripke realiza una crítica a las llamadas “teorías del racimo”
o “teorías del cúmulo”, entre las que se cuentan las teorías de Searle. En sus
conferencias, Kripke introduce el término de “designador rígido”, que refiere a
una entidad que es la misma en todos los
mundos posibles en los que ella existe, mientras que no designa nada en los
mundos en los que dicha entidad no existe. Son designadores rígidos los nombres
propios, las descripciones definidas, las sensaciones (como “placer”), así como
las clases naturales. Estos designadores aparecen como contrapuestos a los
designadores no rígidos o débiles, que designarán diferentes entidades en
diversos mundos posibles. Hay que mencionar también a los designadores rígidos
llamados “obstinados”, que según algunos autores y comentaristas, son
designadores rígidos que refieren a la misma entidad aún en aquellos mundos
posibles en los que dicha entidad no existe.
Lo que Kripke va a
criticar en principio acerca de las teorías de Frege y Russell (reconociendo
que son diferentes en lo que refiere a los nombres propios genuinos), es que
plantean que el único modo de fijar la referencia es a través de una
descripción. Según Kripke, la referencia de un nombre no se fija por una
descripción, ni hay una descripción que sea el sentido de un nombre, aunque hay
algunas descripciones que son designadores rígidos (aunque la mayoría no lo
son). El nombre se fija por medio del acto bautismal, es decir, un acto en el
cual se nombra un objeto con un nombre determinado. El objeto no se describe,
sino que en el acto de bautismo el objeto está presente (Russell diría que hay
conocimiento directo del objeto al que nombra). En casos como por ejemplo
Aristóteles, al no tener nosotros conocimiento directo, Kripke dirá más
adelante que existe una cadena causal que se va trasmitiendo de generación en
generación desde aquél acto original. Claro que podemos llegar a identificar a
Aristóteles a través de descripciones, pero no es esa descripción la que fija
el significado de Aristóteles.
Si uno se toma en
serio la idea de que el significado de un nombre propio es sinónimo de una
descripción identificadora, entonces se podría sustituir un nombre propio
corriente (como por ejemplo: Aristóteles) por la descripción del objeto (por
ejemplo, si uno cree que la propiedad identificadora de Aristóteles es “el más
famoso discípulo de Platón”). Si efectivamente el contenido de un nombre propio
fuese sinónimo de una descripción, surge un problema al decir que “Aristóteles
fue el discípulo más famoso de Platón” ya que sería tautológico. Kripke entiende que algunos descriptivistas
ya notaron ese problema, modificando lo referente a la única propiedad
verificadora por una especie de familia de definiciones, una especie de
disyunción (en el ejemplo de “Aristóteles”, sería “el discípulo más famoso de
Platón” o “el Maestro de Alejandro Magno” o “el autor del Organon”). Lo que se
necesitaría es que la mayoría de esas propiedades (o una mayoría ponderada) sea
verdadera para ser competentes en el uso del nombre, pero no se necesita que
todas lo sean. Da la sensación que esta solución no se enfoca realmente en el problema.
Kripke reconoce el
atractivo que posee el descriptivismo, pero tiene razones para pensar que
existen razones fuertes para concluir que las teorías descriptivistas son
falsas. Advierte sobre una versión fuerte y una versión más débil del
descriptivismo; en esta última uno no puede sustituir el nombre por una
descripción. Esta versión débil no tiene el poder explicativo de la versión
fuerte.
Como se dijo líneas
atrás, la referencia de un nombre depende de la cadena de comunicación que
enlaza a los hablantes que usan el nombre referido. Hay un bautismo inicial o
acto bautismal y luego una sucesión de eslabones mediante el que se trasmite el
uso del nombre. Kripke no realiza una caracterización exhaustiva sobre las
condiciones que debe cumplir esa cadena para fijar la referencia de un nombre.
Los bautismos iniciales pueden darse ya sea por ostensión o también por
descripción.
La cuestión que tiene que ver con la esencia y con propiedades esenciales de la
que Kripke hablará, no es independiente de los criterios de identificación. La
idea de mundo posible podría generar la idea de otro mundo paralelo observable,
pero no se trata de eso, sino que la idea de “mundo posible” tiene la finalidad
de trabajar desde el punto de vista contra-factico (contrarios a los hechos en
efecto regresivo).
Decir, como dice
Kripke, que hay un mundo posible en el que Nixon no ganó las elecciones, implica
decir que el mundo actual podría no haber sido así. Pero en lo que refiere a la
identificación, eso no se plantea como problema por parte del autor. Cuando
digo “Nixon” me refiero a “Nixon” en el mundo actual, podría no haber sido
Presidente, pero el fijar la referencia se da en el mundo actual. Al describir
en el contra-factico una posibilidad alternativa es que se daría la idea de
“mundo posible”, pero no implica de ninguna manera la existencia de mundos
paralelos.
Tarski desarrolla en
la teoría de modelos una semántica de lenguaje extensional de la lógica, para
la interpretación de un sistema lógico uno puede asignar referentes a distintos
objetos, a términos singulares, a predicados, clases; la interpretación es una
función que va del lenguaje-objeto a un mundo definido. Cuando ese mundo
definido hace verdaderos a todos los enunciados de la teoría, se dice que es un
modelo de la teoría. Esa es una teoría de modelos que se aplica únicamente a
los lenguajes extensionales y no a los lenguajes que contienen operadores
modales. Entonces Kripke (en otros trabajos), construye una teoría de modelos
para los lenguajes intensionales y en esa semántica es donde introduce un mundo
determinado (actual) y un mundo posible; entonces yo puedo definir “necesario” como
verdadero en todo mundo posible o posible como verdadero en algún mundo
posible. Esa teoría de modelos kripkeana podría generar la idea de múltiples
mundos que coexisten simultáneamente, pero eso no es lo que el autor pretende.
Si bien hablará de
propiedades esenciales (en los seres humanos, en algún otro trabajo menciona el
ADN) y las reconocerá, pero no es necesario que las haya para reconocer a
través de los mundos. Kripke dice que no es necesario que yo conozca esas
propiedades esenciales cuando fijo la referencia. Basta con saber que el nombre
se aplica a la persona, porque el nombre es un designador rígido. Siempre
referirá a esa persona en todo mundo posible. Y la referencia se fijó con un
acto bautismal que une el nombre al objeto.
No son las cualidades
las que determinan la referencia, porque la referencia sería la misma aún
cuando el sujeto o el portador del nombre tuviese otras cualidades. El problema
de la identificación no tiene que ver con la cuestión de las propiedades esenciales.
Todo esto es crucial
para la teoría del nombre y también para su teoría de los designadores rígidos
que le va a permitir explicar los enunciados contra-fácticos.
Una descripción
definida no puede dar el significado del nombre, ya que son hechos contingentes.
Si fueran las definiciones las que fijan el significado entonces por ejemplo
“Aristóteles fue discípulo del Platón” sería necesario, pero es contingente. En
este punto parece muy razonable lo que plantea Kripke.
Respecto de los
cúmulos de propiedades, “X” refiere si satisface un determinado conjunto de
disyuntos. Kripke plantea el problema de si esos disyuntos tienen el mismo peso
o si por el contrario hay que establecer alguna ponderación entre propiedades
triviales y las cruciales. El autor se posiciona cercano a esta última opción.
Si más de un objeto satisface una disyunción, entonces no refiere, porque la
condición es que haya un único objeto para que refiera.
Kripke analiza la
teoría del cúmulo de los nombres, que se propone para que no sea sólo una
descripción la que defina, sino que haya una disyunción. Ahora bien, aún para
la teoría de cúmulo, para que pudiéramos decir que es necesaria “p” o “q” o
“r”, debe haber por lo menos una de ellas que sea necesaria. La historia bíblica no nos da propiedades
necesarias sobre “Moisés”. Si ningún individuo cumple con todas las
descripciones que aparecen en todos los textos bíblicos, deberíamos concluir
que Moisés no existió. Pero si consideramos que esas descripciones sirven para
fijar la referencia pero no para fijar el significado del nombre, entonces
simplemente decimos que existió alguien llamado “Moisés” pero todo lo que se
dice él es falso. Si yo considero la teoría de cúmulo como una teoría del
significado, entonces yo puedo decir a priori que Moisés no existió, en caso de
que ningún individuo cumpla con las descripciones. La teoría del cúmulo no
sirve como teoría del significado.
En lo que refiere a
la cadena causal, es posible porque nosotros tenemos la intención de usar el
nombre del modo en que fue usado cuando lo recibimos. En algún momento la
referencia “Papá Noel” fue utilizada por alguien de un modo diferente a como
fue utilizada por quien la trasmitió. Eso sirve incluso para explicar
desviaciones del lenguaje. En lugar de tener que dar una descripción
identificatoria es necesario en cambio para hacer referencia a un nombre
propio, el tener la misma intención que tenía su predecesor en la cadena, de
referirse al objeto.
No se fija referencia
mediante propiedades que sean únicamente de ese referente. Uno puede conocer un
nombre y no conocer nada respecto a una propiedad o conjunto de propiedades que
delimiten el objeto. Kripke dice que la teoría descripcionista se equivoca en
eso. Incluso alguien puede (“siendo
hablante de una comunidad”, dice el autor) tener una creencia independiente a
la referencia y el nombre, y estar equivocado.