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¿Qué es en filosofía el subjetivismo?

Subjetivismo de un rinoceronte.

El Subjetivismo en Filosofía: Una Exploración de la Perspectiva Personal

El subjetivismo es la rama filosófica que toma como factor primario para la verdad la individualidad mental y material del sujeto, siempre cambiante y no trascendente hacia alguna verdad absoluta o universal.

El Subjetivismo es una doctrina filosófica que entiende que todo conocimiento depende del individuo, lo que a primera vista le parece a un sujeto una clase de juicios objetivos, solo lo son para él, es decir, los juicios son verdaderos o falsos independientemente de lo que creamos, esperemos o queramos, pero según esta doctrina que lo sean solo depende de cómo veamos la realidad.

Se puede ser subjetivista si ante unos juicios, pese a las apariencias, externos a nosotros como individuos, actuamos como si fueran juicios acerca de nuestras actitudes, creencias, emociones, etc. También se puede negar que esos juicios sean verdaderos o falsos, alegando que son órdenes o expresiones de actitudes camufladas. En Ética, por ejemplo, una concepción subjetivista del segundo tipo -conocida como emotivismo- afirma que los juicios morales son meras expresiones de nuestras actitudes positivas y negativas.

Otro ejemplo: el prescriptivismo, que también es una concepción subjetivista del segundo tipo: la tesis de que los juicios morales son en realidad órdenes –decir «X es bueno» es decir: detalles al margen, «Haz X»–. Las concepciones que hacen en último término de la moral una cuestión de convenciones -de aquello en lo que estamos de acuerdo o en lo que la mayoría de la gente está de acuerdo- también pueden construirse como teorías subjetivas del primer tipo.

Es importante aclarar que el subjetivismo, sin embargo, no está unido a la ética. Ya que para una concepción subjetiva de la racionalidad, los criterios de creencia racional son los criterios que el individuo -o quizá la mayoría de los miembros de la comunidad a la que pertenece ese individuo- aprobarían en tanto que están interesados en creer aquellas proposiciones que son verdaderas y en no creer las que son falsas. En contra, la doctrina ética se interesa en procurar el máximo beneficio a aquellas acciones individuales o sociales que beneficien -a su vez- al común o al individuo, recordaremos que su fin es procurar los derechos, deberes y poderes del individuo en sociedad.

Conceptos Básicos del Subjetivismo

Subjetivismo in Philosophy: An Exploration of Personal Perspective



El subjetivismo sugiere que lo que consideramos verdadero o valioso depende de la percepción, los sentimientos, las creencias y las experiencias personales. En su forma más radical, el subjetivismo podría afirmar que no hay verdades objetivas en absoluto; todo lo que conocemos o creemos es filtrado a través de la lente de nuestra subjetividad.

Tipos de Subjetivismo


1. Subjetivismo Moral: En ética, el subjetivismo moral argumenta que las afirmaciones morales expresan actitudes personales o emocionales y que no hay una verdad moral objetiva. Por ejemplo, decir "El asesinato es malo" sería simplemente una expresión de desaprobación personal o cultural hacia el acto de matar, no una verdad universal.

2. Subjetivismo Epistemológico: Aquí, el conocimiento y la verdad son vistos como dependientes del sujeto conocedor. La verdad de una proposición puede variar de una persona a otra, basándose en sus percepciones o interpretaciones.

3. Subjetivismo Estético: En el ámbito del arte y la belleza, este enfoque sostiene que la belleza está en el ojo del observador. No existen criterios objetivos para determinar qué es arte o qué es bello; todo depende de la apreciación individual.

Implicaciones del Subjetivismo


- Relativismo Cultural: El subjetivismo puede llevar al relativismo, donde las normas y valores son relativos a la cultura o sociedad de la cual emergen, sin que ninguna cultura pueda ser juzgada como mejor o peor desde un punto de vista externo.

- Problemas en la Comunicación y el Debate: Si toda verdad es subjetiva, esto puede dificultar la resolución de debates o la búsqueda de consenso, ya que no habría una base común de verdad objetiva sobre la cual construir.

- Libertad Personal: Por otro lado, el subjetivismo también puede ser visto como una celebración de la diversidad de experiencias humanas y una defensa de la libertad individual para definir la propia verdad y valores.

Críticas al Subjetivismo


- Inconsistencia Interna: Los críticos argumentan que el subjetivismo, al afirmar que no hay verdades objetivas, se contradice a sí mismo, porque esa misma afirmación pretende ser una verdad objetiva.

- Problemas Prácticos: En la vida diaria, el subjetivismo puede llevar a una falta de responsabilidad moral o intelectual, ya que cualquier opinión o acción podría justificarse como "mi verdad".

- Desafío a la Ciencia: La ciencia se basa en la búsqueda de verdades objetivas. El subjetivismo, especialmente en su forma epistemológica, cuestiona la posibilidad de un conocimiento científico objetivo.

Conclusión


El subjetivismo abre un debate complejo y actual sobre la naturaleza de la realidad, el conocimiento y la moralidad. Aunque ofrece una visión que valora la individualidad y la experiencia personal, también presenta desafíos significativos en cómo comprendemos y manejamos la verdad, la ética y la estética en un mundo complejo y diverso. Como todas las posiciones filosóficas, invita a una reflexión crítica sobre nuestras propias creencias y sobre cómo interactuamos con el mundo que nos rodea.

Inflamando lo mínimo

 


El poder del pensamiento de Lucrecio radica en descifrar las palabras y los símbolos que mueven las cosas desde su necesidad radical, las palabras son perspectivas simples de lo que es realmente la vida, pero que se alteran en un ornamento falaz, misterioso; se debe por tanto rehuir de la mentira sin erradicar los misterios que comprenden los motores que atesoran su resistencia. Bajo esta figura, lo falso estará en la luz, mientras que lo profundamente verdadero, en las sombras, bajo el alero de la noche. La luz es trabajosa, necesita de procesos químicos y físicos tremendamente complejos para manifestarse, en este proceso explica la realidad mintiendo, es fenómeno, nunca noumeno; mientras la oscuridad es parca, sobria, elegante y justa. Como el pequeño punto de apoyo que necesitaba Arquímedes para mover el mundo, las cosas pequeñas inician a las grandes, comienzan lo eterno, lo que está más allá de nuestro entendimiento; como el principio científico del Big Bang necesitó de su mínimo posible en cuanto a espacio y tiempo para ser grande, las grandes verdades se dicen con poco, en el enfrentamiento común del individuo con sus necesidades, allí donde se fricciona con las cosas; cuando se caen las máscaras y vuelven a nacer las pasiones, junto con ellas todos los dioses, los más elementales, para que en la dialéctica del tiempo se vuelvan a hacer misteriosas y simples a la misma vez. En este choque con las cosas, los sentidos se alteran y la razón se vuelve inútil, incapaz de sostener aquello que dedujo a través de ellos, se maneja el todo con el todo, ya no es una mascara participando con algo, solamente hay sustancia alejada de la razón.

El producto se torna inevitable en algún momento de la historia, es ahí cuando el hombre toma su curso natural dejando lo artificial en el olvido; se prioriza la emergencia. La verdad no necesita memoria, esta misma se recuerda por siempre para no dejar de ser en ningún momento, el resto es un intento de detener el tiempo, y, aunque ocurre, no presenta cambios en el orden de las cosas, solamente perpetúa una mentira difícil de ignorar, porque representa una tentativa a la permanencia, recordando signos que debiesen existir por si mismos, pero, por no tener existencia propia, deben repetirse constantemente en las mentes establecidas de la democracia. No es el hecho una repetición, nuestra lengua y nuestra mente tratan de repetirse para vagar confiadamente en un mundo inhóspito que requiere de lo pagano primeramente para sobrevivir, es por ello que los dioses, que se repiten, nos dan la vida y la mantienen, en una estrecha relación que con el tiempo torna a religión, para luego pasar a un sistema político-económico que lo vulgariza todo. Es un extremo que no se puede sujetar, aunque se disfrute de un cambio relativo al subjetivismo del tiempo que se vaya creando tan lentamente, que las generaciones apenas noten sus cambios; en este sentido, lo fabricable tiene que ver con un gesto que avisa de qué moriremos; los vanos días que permanezcamos en este mundo podrían servir para servirnos, para acercarnos o alejarnos de la naturaleza; para aproximarse a lo mínimo y aspirar a lo máximo, dependiendo de los estados de conciencia que se alcancen con respecto a los ritmos de los dioses del tiempo.

Lucrecio fue contrario a toda religión, ya que ésta establece e impone las normas desde las cuales se deben desarrollar las conexiones intimas de los humanos con lo sagrado, intentos hegemónicos para protagonizar la mentira que recorta la realidad, desfigurando a los dioses; validando su existencia desde el amparo contrario al nacimiento de éstos, desde el absoluto desamparo. Por ello, se considera que Lucrecio manifestó en su filosofía la doctrina epicúrea de esconder la vida, la que podría traducirse de muchas maneras, pero que deja una huella interesante con respecto a la sacralidad de lo que el humano, como un ser que debería ser más que un bípedo implume, debería ganar, para dejar atrás el sinsentido sin goce, el tiempo sin estaciones, o las filosofías verdaderas, pero poco oscuras. Esconder la vida es esconder las razones, para no crear proselitismo ante una experiencia meramente personal de conocimiento, con respecto a la cual se podría orientar sin imponer, mientras se logre enseñar sin condenar. Esconder la vida es esconder la palabra, porque los nombres de los dioses son santos, recabados solamente por la impronta contingencia hacia contactos de paso, pero reveladores, estremecedores y escalofriantes. Dado estos casos, es menester no juzgar a quienes relatan dichas revelaciones.

Desde el ateísmo, este contacto no es más que encontrar algo más grande que uno, cosa no muy difícil de lograr. Ante esto, la historia del suicidio de Lucrecio, aunque no confirmada, propone una visión mágica del mundo antiguo con respecto al ateísmo, que puede explicarse con la libertad total y absoluta si se permite; esto es, no hay dios que decida ni cuándo se nace ni cuándo se muere, aunque, con respecto a esto último, la libertad de elección es total, sin cuestionamientos. Es la tesis del suicidio la forma de morir del ateo, que, aunque crea en un orden natural sin la necesidad de un ordenador, también entiende el orden artificial que se puede imponer para mentirle a las cosas, sin necesidad de establecer una deidad, dado que entiende que está necesidad es ilusoria, aunque desconociendo qué tan necesaria; empero, el suicidio, aunque artificial, no viola ninguna ley natural más que las divinas, en las cuales son los dioses los que deciden sobre los tiempos humanos, sin olvidar que el dios que nos rescata, bien puede rescatarnos con la libertad que tenemos en el artificio de sus cosas. El suicidio es quizás la única forma artificial que no banaliza la vida con su permanencia.

Es así que no se debe temer, según Lucrecio, ni a los dioses ni a la muerte, ya que estos vienen a rescatarnos con el hecho azaroso de mantener una mente serena, estableciendo que el cambio fortuito nos regala la cordura con su antónimo a veces. Es bueno entonces, recibir a la fortuna con la calma que debiera permanecer por siempre en nuestras mentes, recibir con una constante, dado que el resto es sólo verdad manifestándose eternamente en pluralidad de términos, desviaciones atómicas que brindan oportunidades caóticas para la excusa existencial de algún tipo de deidad, memorias que solamente quedan en especies capaces de sobrevivir lo suficiente como para visualizar símbolos o mitificarlos.

Aunque se alude mucho al término de los dioses para este artículo, la verdad es que Lucrecio no los consideraba importantes para la vida del hombre, no consideraba que éstos influyeran en sus acontecimientos, es más, es el individuo quién les da vida, y les llama según sus necesidades. Ahí radica la importancia de nombrarlos en filosofía. Muy atomista, como las palabras, los átomos desarrollan la historia en su interacción. El alma material, conviene acomodarla a la naturaleza, las palabras materiales, conviene acomodarlas a las cosas, mientras que los poemas responden a todas las preguntas. La vida, en última instancia, es placer, por lo que no es vano crear desde el ámbito artístico, entendiendo que en la estratificación del arte se encuentra una autentica adoración a figuras de paso, que hacen llorar o dan risa.

El Humanismo: Una Cosmovisión para la Coherencia y la Justicia


Humanismo como cosmovisión
En este artículo se afirma que el humanismo es la cosmovisión necesaria para dar coherencia a nuestras ideas acerca del mundo y se defiende dicha alternativa frente a los dogmatismos, por un lado, y los relativismos, por otro

Hombre practicando filosofía y deportes, con un fondo caótico, mostrando un enfoque ligero y alegre hacia la filosofía.

Desde un punto de vista materialista y evolucionista, hay que reconocer que la razón, como todas las cosas, también tiene su propia historia. Si la ciencia y la filosofía se apoyan en la razón, pero la aceptación de ésta no puede ser un absoluto, entonces es lógico suponer que debe haber un suelo previo, no directamente racional, sobre el que se asienta la propia razón: las creencias.

Ortega diferenció entre ideas y creencias. (1) En las creencias se está, se vive -decía él. Las ideas se tienen. Sobre las creencias es dificil discutir, porque provienen a menudo de un fondo inadvertido de oscuridad del que no podemos ser del todo conscientes. No obstante, podemos traerlas a la razón y entonces las "racionalizamos". Lo que nos queda, pues, es hacer explícitas esas creencias para poder cotejarlas con las de los demás.

Un sistema de creencias (o cosmovisión) se diferencia de una ideología en que tiene una mayor proyección social y no está ligado a la división de la sociedad en grupos heterogéneos (es decir, no incluye formalmente la referencia a esta relación de unos grupos contra otros).

La pregunta es: ¿a qué suelo de creencias no queremos renunciar bajo ningún concepto porque entonces haríamos saltar por los aires todo lo -mucho o poco- que consideramos valioso? Mi respuesta es: el humanismo. Y concretamente el humanismo secular tal como Mario Bunge lo caracteriza. (2) Dicho humanismo, en palabras del filósofo argentino, comprende las siguientes tesis: 1) todo lo que hay es natural o construido por el ser humano, 2) lo que es común a los seres humanos es más importante que las diferencias, 3) existen valores universales básicos, 4) es posible y deseable hallar la verdad y ésta se alcanza gracias al uso de la razón, la experiencia, la imaginación, la crítica y la acción, 5) debemos disfrutar la vida y ayudar a los demás a disfrutarla, 6) debemos apostar por la libertad, la igualdad y la fraternidad y 7) es necesaria la separación de la Iglesia y el Estado.

Sostengo que el humanismo ha de ser el sustrato básico de creencias sobre el que debemos movernos. Ante la tentación escéptica y relativista, tan recurrente entre nosotros como a lo largo de toda la historia, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿existe algún otro tipo de concepción del sujeto, alternativa al humanismo, que permita dar legitimidad a las pretensiones de validez de todos aquellos que, en multitud de situaciones de la vida, y en los más variados lugares, expresan de una u otra forma sus protestas y ansias de justicia? No la hay. Si renunciáramos al humanismo, entonces no tendríamos argumentos para oponernos a la barbarie, a la guerra, a la opresión, a la esclavitud... Y como no queremos esto, no queremos renunciar a defender que existen algunos límites irrebasables, y hemos de postular una idea de sujeto que sirve para ejercer una crítica del presente al mismo tiempo que como motor para la acción.

La universalidad de la razón (sin la cual no habría fundamento para el conocimiento, pero tampoco para la moral) es una exigencia del humanismo, en tanto que éste se propone salvar algunos mínimos puntos de apoyo para la experiencia del común de los mortales. Puntos de apoyo sin los cuales nos veríamos abocados a renunciar a todo juicio acerca de lo correcto y lo verdadero. En último término, por tanto, el humanismo tiene que ver con una necesidad práctica: la de preservar la identidad de la conciencia como fundamento de toda actividad.

Es notable que en el ámbito del conocimiento toda expresión formulada como verdadera exige de iure que cualquier ser pensante la admita o pueda admitir como tal, lo cual conlleva, además, que dicha expresión remita a una objetividad. En el caso de la moral, la pretensión de universalidad es un requisito inexcusable de toda persona cuando se esfuerza en aducir razones para justificar públicamente sus acciones ante los demás.

Que la universalidad de la razón sea una exigencia del humanismo significa que es un ideal regulativo necesario para dar coherencia a la multiplicidad de lenguajes y formas de vida que pueblan el vasto mundo de lo humano. Por eso el humanismo está tan vinculado a la defensa de unas "decencias comunes" como a la defensa de la racionalidad científica, y no tendría sentido abogar por una filosofía humanista enfrentada con la ciencia:

"El humanista de este fin de siglo no tiene por qué ser un científico en sentido estricto (ni seguramente puede serlo), pero tampoco tiene por qué ser necesariamente la contrafigura del científico natural o el representante finisecular del espíritu del profeta Jeremías, siempre quejoso ante las potenciales implicaciones negativas de tal o cual descubrimiento científico" Francisco Fernández Buey, Filosofía pública y tercera cultura

El humanismo es una cosmovisión totalmente congruente con la práctica del conocimiento científico. Recordemos que un sujeto racional, libre, igual y solidario es el que está a la base de la construcción de la ciencia, si hacemos caso del análisis de Robert Merton, según el cual el "ethos" de la ciencia se caracteriza por la universalidad, el escepticismo organizado, el altruismo y el comunismo epistémico.

No admitir ningún conocimiento revelado, ninguna creencia que no pueda ser racionalmente fundamentada, es tanto un principio intelectual como un principio moral. Se apoya en el supuesto de que todo ser humano, convenientemente inserto en un determinado medio social y cultural y guiado a través de una práctica argumentativa, dispone de los medios necesarios y suficientes para aceptar por sí mismo la verdad de una determinada proposición, sin necesidad de buscar la razón de esa verdad en algo superior a sí mismo.

La razón, el logos, la argumentación, sustituyó a la explicación mítica cuando surgió la polis en la Grecia Antigua. La razón aparece ligada desde su nacimiento al estilo de argumentación propio del ágora. El helenista Jean-Pierre Vernant sostuvo que "la razón griega es una perfecta hija de la ciudad" (3).

La democracia se construyó sobre el valor de la isonomía, que es la igualdad en la distribución del poder político. De la misma forma que ante el control del poder político todos los ciudadanos son iguales, lo son también ante la determinación de lo objetivo. No hay nada más democrático que la verdad -podría decirse- pues nadie puede poseerla de forma absoluta. El individuo es irrelevante ante la presencia de lo objetivo, lo que quiere decir que algo es verdadero, no porque este o aquel individuo particular así lo consideren, sino porque cualquier individuo puede o podría hacerlo con la sola ayuda de su intelecto, analizando las definiciones de los conceptos y las consecuencias prácticas de los mismos.

El humanismo es, por tanto, contrario a los dogmatismos, autoritarismos, etnocentrismos y esoterismos, pero también se opone a relativismos, subjetivismos y, en general, a todos los que de una u otra manera se desentienden del padecimiento de los que sufren.

Justamente el humanismo es la cosmovisión que se propone someter las creencias (y las ideas) a examen empírico y análisis racional, sin dar por hecho nada más allá de lo estrictamente necesario para hacer posible la vida humana: los principios éticos elementales para la organización de la convivencia y la búsqueda de la verdad como basamento de la actividad filosófica y científica. El humanismo es posible porque creemos en (y deseamos) la viabilidad de la vida humana libre y pacífica. Teoría y praxis quedan, así, conectadas sobre la base de un suelo común de creencias compartidas.

Al fin y al cabo, la mejor forma de ser fieles a la justicia, es profundizar en la búsqueda de la verdad en todos los ámbitos, del mismo modo que únicamente propiciando un comportamiento justo y una sociedad justa velaremos por que la investigación de la verdad, libre de imposturas e impertinentes exigencias, sea factible. 


Notas: 

(1) Véase el ensayo "Ideas y creencias" de Ortega y Gasset, disponible en http://new.pensamientopenal.com.ar/12122007/ortega.pdf 

(2) Véase: Mario Bunge, Crisis y reconstrucción de la filosofía, disponible en http://filosofiasinsentido.files.wordpress.com/2013/05/crisis-y-reconstruccic3b3n-de-la-filosofc3ada-mario-bunge.pdf , pp. 18-19

(3)     Jean-Pierre Vernant, Entre Mito y Política, Fondo de Cultura Económica, D. F. 2002, p. 3



El Dualismo Cartesiano y la Naturaleza Humana: Un Análisis del Cambio de Paradigma en la Filosofía de Descartes

Problemas no resuelto

Descubre el viaje filosófico de Descartes: Dualismo, cogito ergo sum y el dilema mente-cuerpo en una representación visual. Ideal para entusiastas de la filosofía y el pensamiento moderno



Lo más difícil para todo individuo es lograr asimilar satisfactoriamente algún cambio de paradigma que logre experimentar, dicho de otro modo, lograr comprender la forma cómo algo que se considera verdadero deja de serlo, estando al borde de los principios cognitivos, reflexionar sobre los modos en que el pensamiento ha configurado la realidad subjetiva y, consecuentemente, establece una configuración de la realidad estable. Es propósito principal de este escrito es analizar la filosofía y visión de Descartes frente a la naturaleza humana y como, consecuentemente, le da un orden a todo lo que se encuentra fuera del ser humano, la doble naturaleza que se intenta explicar da evidencia y ayuda a entender el método de las estructuras de los fenómenos que se han constituidos de un modo "inalterable", dudoso, cuestionable. Como lograr sostener castillos en el aire cuando ni siquiera se reconocen las bases en que el castillo fue construido. 

René Descartes ha sido uno de los filósofos más importante que ha existido y, sin duda, el más famoso de Francia, su visión de lo que acaece en el mundo puso en jaque la forma que se consideraba al mundo como tal, su perspectiva dio inicio a la modernidad, pero aun no existía la madurez necesaria para poder desembarazarse totalmente del peso que traía la escolástica. Queriendo despejar una maraña con una mirada hacia el futuro, sin poder quitar sus pies en el peso de lo antiguo, solo a través de esta visión que se estaba generando en el pensar fue por el cual su propio pensamiento se siente influenciado, en el momento que estaba terminando de redactar su manuscrito "El Mundo", en el que procuraba explicar los fenómenos naturales por medio de las leyes establecidas de Dios, ya por terminar este manuscrito, en Noviembre de 1633, recibe la noticia de que Galileo fue condenado en Roma por su afirmación del movimiento de la Tierra[1], lo que genera una transformación radical en las consideraciones que tenia, dejando de lado su manuscrito, luego de 4 años sale a la luz, de forma anónima, El Discurso del Método, con la que comenzó a estructurar su filosofía.

El camino que decide tomar Descartes es la búsqueda de enunciados que sean verdaderos, de algún tipo de verdad que sea absolutamente incuestionable, encontrar al menos una proposición que no se puede cuestionar, "algo" por mínima que sea, que no se pudiera poner en duda, por esta razón, es necesario para él quitarse todo la carga que limitaba su búsqueda. Decide, por lo tanto, dejar de lado todo aquello que se pudiera poner en duda; "Pensaba que era necesario hacer todo lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda para ver si después de esto quedaba algo en mi creencia que fuera enteramente indudable"[2], de la cual deduce que no es posible adquirir un conocimiento indudable por medio de un acceso que se puede dudar, para poder avanzar en su búsqueda fue menesteroso tener un punto de referencia (como lo pedía Arquímedes).

Con la seguridad de que en cada momento, y por toda su vida, no ha experimentado nada más que engaños, pero que en aquel punto logra asimilar, comprende, de esta manera, que inclusive la seguridad de que su cuerpo "es" no lo es más que como una derivación y que, consecuentemente, puede dudar. Asimismo, es capaz de reconocer la posibilidad de la existencia de un ser que tenga la única intención de mantener el engaño en las personas que solo pueden limitar sus conocimiento por medio de un acceso sensible, o tal vez son las mismas personas que se autoengañan. Este pensamiento, este proceso que va construyendo se va mutando en la base de su filosofía, al momento de dudar sobre los conocimientos que ha adquirido por medio de su corporeidad, asume que no puede dudar de su pensamiento, solo a posteriori de esta comprensión es capaz de sintetizar una verdad que es indudable; "De modo que después de haber pensado bien, y de haber examinado cuidadosamente todo, hay que concluir y tener por establecido que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera siempre que la pronuncio o que la concibo en mi espíritu"[3], por lo tanto, la existencia se puede asumir solo posteriormente de reconocer que soy, Cogito. Tanto Cogito como Sum son independientes, y como lo expone William ambas son incorregibles y autoverificables[4] esto quiere decir que cada una son verdaderas; "El Investigador Puro tendrá una creencia verdadera o cierta sólo cuando afirme algo, por ejemplo que está pensando y aquí la propiedad autoverificadora del "cogito" en tanto que aseverada le lleva inevitablemente a una creencia verdadera"[5]. Lo que ambas producen es una tautología que permiten en todos los casos que sea verdadera, así poder reafirmar la teoría del cogito.

Formulando (y estableciendo) una consecuencia lógica, puesto que no se entiende completamente lo que "es" este ser, o dicho de otra manera, el modo y lugar en que se manifiesta el cogito, consecuentemente; "El cogito estableció la existencia, el acto de ser. Cogito es la verdad del ser, de la raíz misma de la entidad. La raíz de la entidad, el ser mismo, se manifiesta en el cogito, pero la estructura interna del ente que es, queda todavía indeterminada. Son momentos distintos el del cogito y aquél al que responde la res cogitans, el de la existencia, del ser en tanto ser y el de la sustancia de la esencia. Momentos deferentes y sucesivos tal que el uno - res cogitans - se funda en el otro - Cogito"[6]. La res cogitans (como una "cosa" que piensa), pero que está en relación con lo corpóreo, con aquello que es dudable, y que no le entrego ningún conocimiento verdadero, sino mas que la misma Duda.

Esta relación entre la res cogitans y la res extensa; esta ultima corresponde a las cosas de la naturaleza sensible y su extensión; "la figura de las cosas extensas, su cantidad o magnitud, y su número; como también el lugar donde están, el tiempo que mide su duración y otras semejanzas"[7], dejando de lado todo Hilemorfismo Aristotélico, esta dualidad es la naturaleza intrínseca del ser humano que le permite reconocer todo acaecimiento que surge en el entorno en el que se encuentra, esta dualidad mente-cuerpo configura la forma por la cual Descartes desarrolla su entendimiento de lo que podemos conocer, ambas con una naturaleza diferente permite al ser humano tener una comprensión mejor y más fidedigna de lo real, de lo que le es licito lograr conocer; "Descartes fundamente su ontología en la oposición entre lo indivisible, que expresa la esencia propia del pensamiento, y lo divisible, que expresa la esencia de la extensión. Esta es la gran diferencia que establece Descartes entre espíritu y cuerpo, que el cuerpo es siempre divisible por naturaleza, y el espíritu es enteramente indivisible"[8].

La Distinción Real entre estos conceptos, que configuran la "Dualidad Cartesiana", se debe entender en primera instancia como dos substancias, las cuales son completamente diferentes, se entrelazan para que, ambas, configuren la naturaleza mas única del ser humano. Aunque en la segunda meditación Descartes expone la diferencia entre ambas de forma negativa, exponiendo precisamente lo que no es, una forma indirecta que utiliza para facilitar la comprensión por medio de un recurso lingüístico; "Yo no soy esa reunión de miembros que se llama cuerpo humano; no soy un aire tenue y penetrante difundido por todos estos miembros; no soy un viento, un soplo, un vapor, ni nada de cuanto puedo figurar e imaginar, ya que he supuesto que todo eso no era nada y que, sin alterar esta suposición, hallo que no dejo de estar cierto de que soy alguna cosa"[9], pero la Distinción Real como lo expone Williams[10] entre Alma y Cuerpo se encuentra en la sexta meditación, donde se entiende una mejor definición de lo que es cuerpo, como una extensión, una maduración clara del pensamiento cartesiano y que, adicionalmente, se transforma en el puente hacia Dios, además, de plasmar una dualismo radical del que se es precisamente caracterizado la filosofía cartesiana: "Y aun cuando tengo un cuerpo al cual estrechamente unido, como por una parte poseo una clara y distinta idea de mi mismo, en tanto soy solamente una cosa que piensa y carece de extensión, y por otra tengo una idea distinta del cuerpo en tanto es solamente una cosa extensa y que no piensa - es evidente que yo, mi alma, por la cual soy lo que soy, es completa y verdaderamente distinta de mi cuerpo y puedo ser o existir sin él"[11], el puente y la comprensión de la Distinción Real es solo posible, a posteriori, de demostrar la existencia de Dios, en el que cae en el famoso Circulo Cartesiano, argumento que debilita el peso y fuerza de los argumentos cartesianos.

La Distinción Real que se desarrolla en sexta meditación permite el traspaso de una claridad subjetiva a una distinción objetiva, en el primer paso de aceptar la evidencia de no tener posibilidad alguna para conseguir un conocimiento verdadero por medio de un acceso sensible permitiendo una primera certeza que es el subjetivismo, y el paso hacia lo que es la objetividad es el poder conseguir una idea clara y distinta. Solo por medio de la voluntad de Dios se posibilita la existencia de una certeza objetiva, de una idea que no se pueda poner en duda, y solo de esta manera realmente se abre un camino hacia un conocimiento indudable, un camino que es permitido solo cuando se logra reconocer la distinción en la dualidad propia del ser humano, en el que es distinto a su cuerpo, que en realidad ni si quiera puede asevera que éste lo sea, sino mas bien sabe que puede dudar, pero no dudar que, realmente, esta dudando, dicho de forma más precisa es "no - idéntica"[12], no es son cosas opuestas, sino mas bien, son completamente contradictorias, al entender esto, se posibilita el entendimiento real de lo que es la naturaleza humana, es la unión de dos naturalezas separadas, dos substancias que forman una entidad.

El Dualismo Radical Cartesiano aunque muestra un quiebre y dio paso a una metodología para poder entender los acaecimientos del mundo que se encuentra frente a nuestros sentidos, radicalizando el pensamiento a su nivel más extremo, dejándolo como la única forma de poder acceder a un conocimiento indudable, pero que produjo ciertas respuestas en su contra. La escuela conductista, así como el extremo racional que uso Descartes dejó de lado todo proceso mental, negando completamente todo mentalismo; "Los conductistas mantienen que cuando atribuimos estados o acaecimientos mentales a las personas, lo que realmente producimos son enunciados indirectos sobre su comportamiento corporal o hipotético"[13], la forma en que el conductismo quiso entender la conducta humana fue excluyendo cualquier comprensión de lo que sucede en el mundo interno del individuo para generar un conducta "x" esperada por medio de estímulos arbitrariamente determinados, consecuencias que se pueden seguir como una pauta de estudio, pero algo que el conductista no puede medir son las intensiones subjetivistas del individuo.

Un camino intermedio fue tomado por Ludwig Wittgenstein, quien estableció que en el momento en el que pensamos de forma intima y personal lo hacemos menesterosamente desde un leguaje absolutamente público y culturizado (ya condicionado), de igual manera debe ser asimilado por el individuo para que solo por medio de esta forma sea posible expresar lo que sucede en su mente, como lo dice en su tractatus §5.6: "los limites de mi lenguaje son los limites de mi mundo", esto es comprensible con el análisis del "dolor", puesto que aunque tenga la experiencia de lo que es el dolor y padezca de dolor no sé que es dolor sin entender el concepto de "dolor", o dicho de otra forma, aunque antes de Newton muchas cosas se pudieron haber caído, ninguna de estas se cayeron por la gravedad, solo posterior de la construcción del concepto como tal de "gravedad" se abre la posibilidad de tener la experiencia de gravedad subjetiva y objetiva .

De igual manera la corriente materialista se aleja de forma incuestionable, ya que se necesita entender aquellos fenómenos que fueran mesurables, pero lo que sucede en la mente se escapa de aquello, Searle explica que la conciencia es un fenómeno que sucede en el cerebro, o dicho con mayor precisión es una cualidad del cerebro[14], una forma extrema y radical de esta postura es la hecha por J. P. Changeux en el que el ser humano solamente es un ser que es por qué sucede neuronalmente: "La experiencia consiente de cada persona permanece como la entidad esencial que es valorada como humana y requiere, como otras actividades humanas, la presencia del cerebro, entendida no precisamente como un objeto visible o tangible, sino como un sistema activo, como una organización definida, que inicia y dirige las diferentes acciones humanas"[15].

Luego de exponer tanto la base del argumento cartesiano en el que se explica la naturaleza del ser humano y, posteriormente, sintetizar las principales ideas que contradicen la dualidad cartesiana, es posible comprender la problemática cartesiana en el momento en el que, primeramente, fue realizada, y analizada bajo la lupa de las consideraciones actuales en que se analiza el conocimiento como tal. Entendiendo que las observaciones realizadas por Descartes fueron condicionadas por un momento histórico especifico o como lo expone Young "La filosofía de Descartes constituye un compromiso histórico, donde las exigencias de la explicación científica produce una definición de la materia, y las exigencias de la iglesia y de la moral, una definición del pensamiento. Y, sin embargo, ambos fueron compatibles"[16], esta compatibilidad es la definición mas precisa que se debe entender para producir un entendimiento acabado de cómo la filosofía cartesiana es constituida, depende de cómo aun tiene un peso que no es capaz de quitarse, no logra avanzar lo suficiente para comprender que su análisis es un punto primordial de cambio en la aceptación del ser humano como un individuo.  

La capacidad que se tiene hoy en día, una visión absolutamente diferente a la que tuvo Descartes en su momento permite comprender lo que acaece con una perspectiva radicalmente más independiente, aunque no se es posible permitir un abandono absoluto al pensamiento cartesiano por que por medio de esta comprensión del cogito permite mantener en tela de juicio todo lo que recibimos, con la esperanza de que el conocimiento como tal, el progreso mismo del conocimiento avanza por la incapacidad de no dejar la duda vigente en el pensamiento del ser humano, el conocimiento crece como si fuera los numero Fibonacci, crece de una manera limitada, pues, manteniendo la idea de Wittgenstein, la aceptación de la realidad que me acaece esta en directa proporción al lenguaje que puedo asimilar.

El dualismo cartesiano es el primer paso moderno que fue dado para entender la naturaleza del ser humano, una doble naturaleza que configura un ser único, donde la razón mas radical es el punto que define al ser humano, ya que, como se ha expuesto de sobre manera, según Descartes, todo lo demás se podría dudar, la postura cartesiana habilito y permitió cambiar la forma de pensar estancada, abrió el camino para considerar nuevas perspectivas filosóficas que no deja del todo la corporeidad, aunque jerarquizada. Aunque se demuestra que el dualismo radical expuesto limita excesivamente una comprensión acabada tanto del ser humano como de lo extenso permite avanzar hacia un punto mucho más verdadero, con ayuda de la razón nos permitimos comprender el mundo, para, de esta manera, entender la capacidad humana que tiene para entender el mundo que tiene delante.

Finalmente, el primer paso para entender la capacidad que tiene el ser humano de conocer el humano está limitado de reconocerse a sí mismo como un ser que tiene la capacidad de identificarse a sí mismo como un ser. Ya que como dicen los funcionalistas "los seres humanos son criaturas de carne y hueso con ciertas habilidades que constituyen sus mentes. No hay nada en la naturaleza de la mente humana que entrañe que ésta no pudiera encamarse, o más bien materializarse. Más aun, incluso en el caso de humanos de carne y hueso, no hay nada en la naturaleza de nuestra mente que nos demuestre que no somos artefactos extremadamente debilites"[17].

¿Y si siguiéramos la fantasía de Kenny para pensar como mayor fuerza sobre las características mas exclusivas de que se trata ser un ser humano?













Bibliografía:
- Anthony Kenny. (2000). El Mito de Descartes. En La metafísica de la mente. España: Paidos.
- Bernard Williams. (1996). Descartes, el proyecto de la investigación pura. Madrid: Cátedra, Colección Teorema.
- David Papineau. (2009). II, Mente y Cuerpo. En Filosofía. Barcelona: Blume.
- René Descartes. (2010). Meditaciones Metafísicas. México: Editorial Porrúa.
-René Descartes. (1996). Meditaciones Metafísicas. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
- René Descartes. (1999). Discurso del Método. Bogotá: Panamericana Editorial.
- Jesús Martínez Velasco. (1996). El problema mente-cerebro: sus orígenes cartesianos. Contrastes, 1, 192.




[1] David Papineau. (2009). II, Mente y Cuerpo. En Filosofía (48). Barcelona: Blume.
[2] René Descartes. (1999). Cuarta parte. En Discurso del Método (51). Bogotá: Panamericana Editorial.
[3] René Descartes. (1996). Segunda Meditación, De la Naturaleza del espíritu humano y que es más fácil de conocer que el cuerpo. En Meditaciones Metafísicas (31). Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
[4] Bernard Williams. (1996). Cogito y Sum. En Descartes, el proyecto de la investigación pura (93). Madrid: Cátedra, Colección Teorema.
[5] Ibídem p. 94
[6] René Descartes. (1996). Teoría de la Res Cogitans. En Meditaciones Metafísicas (45). Santiago de Chile: Editorial Universitaria, Nota de Juan de Dios Vial Larraín.
[7] René Descartes. (1996). Primera Meditación, De las cosas que se pueden poner en duda. En Meditaciones Metafísicas (19). Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
[8] Jesús Martínez Velasco. (1996). El problema mente-cerebro: sus orígenes cartesianos. Contrastes, 1, 192.
[9] René Descartes. (1996). Segunda Meditación, De la Naturaleza del espíritu humano y que es más fácil de conocer que el cuerpo. En Meditaciones Metafísicas (37). Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
[10] Ibídem ref. 4, p. 134
[11] René Descartes. (2010). De la existencia de las cosas materiales y de la distinción real entre el ama y el cuerpo del hombre. En Meditaciones Metafísicas (96). México: Editorial Porrúa.
[12] Ibídem ref. 4, p. 145
[13] Anthony Kenny. (2000). El Mito de Descartes. En La metafísica de la mente (31). España: Paidos.
[14] Ibídem ref. 8, p. 201
[15] Ibídem ref. 8, p. 203
[16] Ibídem, ref. 8, p. 204
[17] Ibídem, ref. 13, p. 45

Lo calculado del arte

 




Como desarrollo dialectico, en el arte, las cosas se someten al sujeto y a la sustancia. El sujeto al principio es uno (artista), una especie de dios que siente, que cree, que desea, que se involucra con su obra, que se conecta con su esencia para formar lo que él quiere que sea sustancia; mas, empíricamente, jamás se sabrá si se crea una sustancia realmente, o cuál es la sustancia que permanece de la obra, cuál muere, cuál jamás existió. 


¿Parte la obra desde otra sustancia? ¿O quizás sea la conexión de una esencia con una sustancia? Solamente en el caso de Dios, y por definición, se puede hablar de una conexión de sustancia con sustancia, es decir, hablar de conexión sería una pérdida de tiempo. ¿En qué medida analizar esto no es una pérdida de tiempo en el humano? En la medida en que nos separa de lo divino. 


¿Tan separado está el artista de la naturaleza, de la belleza, de lo sublime? Si su obra no llena ese vacío, esa necesidad no de ser dios (ni Satán), sino de encontrar lo sublime, la vida del artista es vana; una vida sin sustancia, creo, es una historia muy triste en la dialéctica creador-espectador. Luego, es el arte una forma de conexión no ya del que crea solamente, sino que interconecta a los posibles admiradores de las obras con dos posibles; todos los demás seres, subjetivos también, que tratan de entender cómo se manifestó dicha conexión, o desde dónde y en qué medida se está desconectado de estas realidades que parecieran llegar a la subjetividad, parecen advertir que es algo que siempre estuvo ahí. El arte, como la ciencia, solamente pueden existir a través de lo que tenemos en común, aunque, a diferencia de la ciencia, el arte usa un lenguaje que trasciende lo que se puede simbolizar, o que se explica mejor a través del no lenguaje. Suponemos que el arte tiende a lo eterno, y así pareciera serlo, pero sólo depende de lo eterno en cuanto al presente (Benjamin), pensar todo lo demás no tiene sentido.


Pero, ¿Qué es lo que intenta comunicarse, la sustancia o el sujeto? Atendiendo a que nosotros mismos, inmiscuidos en el lenguaje, no venimos a ser más que objetos, lo artístico nos salva; otra de las importancias del arte, es que cartografía el mar del sujeto y no el del objeto; analizar el arte es analizar los motivos del porqué seguimos siendo individuos libres, subjetivos, de valor, y no meramente objetos destinados a ser aparatos con voz, pero sin voz, con voto, pero sin voto. El arte es, por tanto, la santificación más correcta de lo pagano.


Descubre tu valor y escóndelo. Un tesoro merece eso, esconderse, y brillar de vez en cuando en los momentos en que la tierra seca necesite lluvia. Nadie quiere subjetividad por siempre, aunque ella sea la esencia del valor humano.


Si bien Hegel mantuvo su apego por el romanticismo al hablar de espíritu absoluto, su racionalismo no quedo atrás. Su famosa frase: “No importa que tan excelentemente pintados estén el Cristo o la Virgen, o que tan exquisitamente hayan sido esculpidos los dioses griegos. ¡Ya no nos arrodillaremos más!”, representa su radicalización y las razones por las que pensadores como Marx le comenzaran a seguir. Pero detrás de esta irreverencia, la cita invita a una introspección, al reconocimiento de que el espíritu absoluto no simplemente esta ahí afuera; dentro de nosotros hay una sustancia, que desconocemos, pero que permanece. Esto pareciera ser una forma de abolir el arte, ya que el arte lo vemos siempre desde algún otro, hay cosas que ningún lenguaje puede comunicar sin un otro, hay poco subjetivismo que descubrir sin un Otro. La intención no es descubrir el subjetivismo de los demás de manera directa, lo cual sería imposible; de manera indirecta, incluso, a través de los objetos, se podría ver el subjetivismo del mismísimo Dios. Como Hegel lo diría, el arte depende de su tiempo, no se puede hablar de arte llanamente, sino de historicismo; el arte, como noción metafísica, necesita dividirse para comprenderse. Una ciencia más desde el estudio, un silencio para el que admira, un grito para el artista.


Y el arte se industrializó (sin ánimos de juzgar si esto está bien o mal), a la vez que se destruyó la idea que el arte era irreproducible (¿lo es?). Las nociones del arte se pierden con la evolución humana, o cómo la humanidad, al hacerse aún más objeto, luchan por seguir subjetivatizándose. A pesar de las fuerzas adversas, de la mano invisible, de la burocracia, de los horrores de la técnica, de la fabricación en serie, algo salvaje o muy humano pareciera no morir. Lo maravilloso es que esto sería indemostrable sin la presencia del arte.


El marketing a tratado de hacerse Sustancia para encontrar el lugar común que acoja a la mayor cantidad de personas según edad, sexo, actividades y características, cada vez más especificas para el especifico consumo. Caracterizarnos es una obra de mercado. Tener cara de que nos gusta tal cosa, tal música, tal arte, es la concreción de una lógica que nació mucho antes de Altamira. La reproducción en serie de “obras de arte” involucra la reproducción en serie de su público. No debemos encontrar nada subjetivo que no sea controlado, nada espiritual ni carnal que ya no esté en boca de todos. "La sustancia" se reinventa, deja por definición de ser sustancia, pero se vende como sustancia. 


El mercado amenaza con cosas que creemos sustancia, pero que no conocemos del todo ni siquiera cómo es su verdadera esencia: la Muerte, la Felicidad, el Terrorismo, son sustanciales para llevar desde ahí al camino pavimentado de las ortopedias impuestas. Estar lisiado es la condición del hombre del siglo XXI. Ya lejos de la definición de Nietzsche del hombre de su tiempo (Rio), y del superhombre (Océano), se trata de hacer al individuo una re-presa, res-presa. Temen a la fluidez de las aguas de nuestro espíritu porque ellas pueden conectar con lo que no pueden definir, reconectar con lo sublime y encontrar el camino de su propia naturaleza hacia la sustancia, desde la esencia.


La sustancia no cede ante la repetición, aunque sea la repetición la pista para encontrar la sustancia. Todo el industrialismo del mundo y la fabricación en serie han cedido a la idea de que pueden existir dos cosas iguales; pero iguales ¿en qué sentido? ¿Desde su tiempo? Las personas que las realizan, las maquinas, la logística, los materiales, el diseño, han cambiado, y Hegel, que tomaba el arte como una forma de ver la historia, vería hoy en día al producto aún más historicista que ningún otro. Es la historia del producto un historicismo, es la historia del consumidor un historicismo, al igual que lo son la historia de la estética y del espectador. Aunque la sustancia tras el arte, aquello de lo que no podemos hablar, sea eterna.


¿Es este un argumento para decir que el producto es arte? Claramente no. El producto es una farsa, el arte es verdadero, aunque no quiere decir que el producto no sea útil o que el arte sea inútil, como intentando contrapesar las cosas desde la limitada lógica de lo conveniente. El producto es una farsa porque rellena una necesidad que puede ser llenada por otra cosa, ya sea por su copia o por algún sustituto complementario; al igual que el servicio, al igual que el consumidor. El estadio del espejo permanece durante toda nuestra vida a través de una pantalla.

 Las empresas se desmoronaran si ven demasiado al abismo. 


La razón instrumental plantea lo dual. La dialéctica, convenientemente, relata estos hechos. Por ello Hegel es un unificador de estas dos fuerzas, el mito romántico de la belleza y la estrategia fría de la técnica. Es su propio espíritu el que intenta relatar el Espíritu, pero solamente explica el estado de las cosas de su tiempo, de lo que entendió del pasado, y lo que entendería del futuro. 

Qué lucido fue Goethe cuando dijo: "Quien posee ciencia y arte, tiene también religión; y quien no posee aquellos dos, ¡Pues que tenga religión!"

Los “físicos” y el caso Tales de Mileto

 

Filósofo Pitágoras


A la memoria de mi recordado amigo Mauricio Navia

 A los primeros filósofos de la Grecia clásica, se les conoce como los “físicos”. Y se presupone, con base en este término, que su primer interés fue por el estudio de la naturaleza, es decir, por la comprensión del origen del cosmos, del cual buscaban precisar el principio fundamental, unitario, que les permitiera dar cuenta de una explicación racional, lógica, capaz de trascender los viejos mitos y creencias que pregonaban los poetas. La fertil fantasía imagina a los antiguos sabios sentados en la blanca arena de las playas del Mediterráneo, contemplando, maravillados, los fenómenos que ofrece la vastedad del universo infinito, el ancho mar, el cielo estrellado, el fuego eterno que emana de la luz del sol o el resonar del soplido del viento. Así aparece el mito separado de la ciencia y los preceptos de la teología filosofante y de la metafísica distantes de la física. El muy moderno criterio de demarcación penetra lentamente, cual gas, a través de las diminutas fisuras de la imaginación hasta insuflarla, al punto de hacer estallar el idilio. Entonces, de pronto, los “físicos” abandonan las túnicas y las sandalias y se trastocan en ingenieros de batas largas y calzado florsheim, miembros de una corporación en el largo bucle de una productiva cadena de montaje. Como podrá apreciarse, bajo tales premisas, queda la convicción -más o menos consagrada por la fe- de que la historia de la humanidad puede cambiar sus circunstancias puntuales, pero, en lo esencial, las abstracciones propias del modo de producción de capital le son inherentes a la esencia humana, por lo menos desde los Picapiedra hasta los Supersónicos.

 En realidad, la cultura griega tiene sus inicios en la historia concebida a través del pensamiento, la cual tiene sus orígenes en el carácter estrictamente sustancialista característico de la civilización oriental que, como se sabe, parte de la indisoluble unidad de la naturaleza, dentro de la cual el espíritu se haya subsumido. Solo que, al llegar a Grecia, tal concepción de la unidad se ve radicalmente modificada. Para los antiguos griegos -convencidos defensores de la libre voluntad, a diferencia del punto de vista orientalista-, la naturaleza no mantiene un dominio absoluto sobre la espiritualidad humana sino que, más bien, ella está determinada por el espíritu. El espíritu, en efecto, penetra la naturaleza para conformar una unidad sustancial con ella y -siendo conciencia- la configura y se configura. Ya no se trata del totalitarismo oriental, cuya unidad cerrada, homogenea -que simboliza su modo de concebir el Estado-, anula toda posible diferencia. Pero tampoco se trata de la vacuidad, del abstracto subjetivismo y del formalismo instrumental, que ha terminado por convertirse en el pilar sobre el cual se ha construido la cultura moderna y, consecuentemente, la posmoderna. La Grecia clásica ocupa la bella compenetración entre dichos extremos: Physis sive Ethos. Es el centro de la belleza natural y espiritual a un tiempo. La Physis se espiritualiza. El Ethos se naturaliza. Por eso mismo, en Grecia ya no se puede hablar de la sustancia ni del espíritu como entes separados: el pueblo griego es la sustancia espiritual de la libertad, que es la base, el fundamento de sus costumbres, de su civilidad. Grecia es sinónimo de la alegría de todo lo que sea existencia. Es el principio del mundo del libre ser y del libre pensar. Por eso mismo, su muerte, el crepúsculo de la bella eticidad, dio lugar al nacimiento de la filosofía, porque la labor de la filosofía consiste en preguntarse por las causas que dieron origen a la crisis, al tiempo de reconstruir los principios fundamentales -precisamente, los orígenes- sobre los cuales cabe refundar la unidad perdida. “El búho de Minerva inicia su vuelo con el crepúsculo”. Por eso mismo, no hay filosofía sin historia ni historia sin filosofía.

 Ese fue el trabajo de los llamados filósofos “físicos”. Afirmación que, por cierto, no cabe en la comprensión de los manuales, diccionarios y breviarios de filosofía, como tampoco en la de unos cuantos intérpretes que conciben el estudio de la historia de la filosofía a través de los lentes del entendimiento abstracto, instalado como eje de la industria cultural. El caso de Tales de Mileto -el primero de los “físicos”- es, en este sentido, emblemático. De Tales se cuenta que un día, por estar mirando las estrellas y observándolas, cayó en una zanja. Los buenos ciudadanos, en su mayoría ignaros, se burlaban de él, afirmando que mal podía conocer el principio de las cosas quien no acertaba a ver por dónde pisaba. Los buenos ciudadanos tienen esta ventaja frente a los filósofos, quienes no pueden pagarles con la misma moneda. Sólo que ellos, los legos, nunca podrán caer en una zanja, porque nunca han podido salir de ella, ni mucho menos levantar la mirada para contemplear las estrellas.

 Así pues, con Tales tiene sus inicios la filosofía propiamente dicha, la ciencia de las primeras causas, entendienda por esta no solo la esencia o lo que hace que algo sea lo que es sino, conjuntamente, al bien común, que es la meta de toda realidad de verdad, de toda wirklichkeit. Para él, el agua es el principio de todas las cosas, motivo por el cual, principalmente, se le clasifica como “físico”. Y sin embargo, en Tales la referencia al agua, además de ser el elemento unitivo propio de la vida económica, social y política de los antiguos griegos, rodeados de agua por todas partes, se transforma en la forma general del ser social. Por eso mismo, no se trata de un elemento meramente sensible, sino más bien de un concepto general a partir del cual cobra conciencia el hecho de que la verdad, lo uno, es lo en y para sí mismo. Su gran labor consistió, precisamente, en la transformación de un elemento natural en una sustancia mediada por la subjetividad, en una fuerza general en movimiento, única -aunque, por supuesto, aún abstracta-, que logra superar con creces la fantasía de dioses mitológicos que nacen y perecen de continuo. Al igual que el resto de “los físicos”, Tales pone fin a las teogonías y su despliegue -como dice Hegel- de una “muchedumbre infinita de principios” que son, además, el reflejo de un mundo que había comenzado a perder su cohesión interior y había entrado irremediablemente en una crisis orgánica. El agua “física” deviene con Tales en pensamiento que contiene todo el resto de las cosas. Sólo la unidad es lo verdaderamente real. Es la sustancia que se determina como principio de la realidad, el principio absoluto como unidad del ser social y de la conciencia social.

 El gran peligro, la amenaza concreta que anuncia, cada vez con mayor fuerza, la llegada definitiva del ocaso occidental, no proviene directamente de oriente, sino de la cómoda sustitución de la capacidad de pensar, es decir, del pensamiento en sentido enfático, por formas instrumentales, “facilitadoras” del conocimiento que, en el fondo, subestiman las potencialidades de la sociedad civil y que, una vez automatizada, la condenan a subsistir presa en el callejón de las neurósis de la heteronomía. El problema no consiste en haber convertido al primer filósofo de Occidente en un “físico”, en un especialista en la observación de la naturaleza, sino, más bien, en haber presupuesto y separado -cosas del “criterio de demarcación”- el estudio del cosmos y el de la polis, como si para los ciudadanos de la antigua Grecia el orden y la conexión del cosmos no fuese identico al orden y la conexión de la polis. Explicar el Arché, la causa, el origen de la naturaleza, es explicar el origen de la vida ciudadana, y recíprocamente. Por eso el “físico” Tales de Mileto no solo fue un importante asesor político sino que, además, participó como estratega en batallas, en una época de grandes dificultades para la naciente cultura occidental. La pusilanimidad que caracteriza a la ratio instrumental termina en la conmemoración de sociedades que lloran la memoria de sus déspotas criminales, llegando al paroxismo de extrañar al responsable de sus peores desgracias.


José Rafael Herrera

@jrherreraucv

La realidad

La realidad en un charco.

La llamada tradición suele hipostasiar sus ficciones y presentarlas como el fundamento último de toda posible verdad. Spinoza acostumbraba designarla -precisamente, a la tradición- como la expresión característica de todo “conocimiento de oídas o por vaga experiencia”. No es que en ella no haya algo de contenido verdadero, ciertos elementos sin los cuales la verdad sería incompleta. Los criterios abstractos de demarcación, que catalogan mecánicamente lo verdadero de un lado y lo falso del otro, son más cercanos a la severidad y a la rigidez de los dogmas -por cierto, tradicionales- que al saber propiamente dicho. Pero una cosa es contener algo de la verdad y otra la pretensión de asumirse como la absoluta verdad. Gato por liebre. Para que la lengua hispana del presente precise el significado de la palabra realidad, está obligada a adjetivarla. De resto, y por hábito y tradición, se la confunde con la cruda e inmediata certeza empírica, con “eso” a lo que se suele llamar “los hechos”. De ahí la inclinación de García Bacca por el lenguaje castizo. A diferencia de la lengua alemana, en la que a la realidad sensorial se le llama realiter, mientras que a la realidad de verdad, la realidad efectiva, se le comprende por Wirklichtkeit. La filosofía es, en esencia, sustantiva. De ahí el fracaso anticipado de todo pensamiento débil, esa colcha compuesta de retazos adjetivos.

Los seguidores de las representaciones que la tradición trastoca y vende como supuestos “conceptos fundamentales” o como “hechos”, que brotan como los hongos de la “tierra prometida” de la más “absoluta verdad” -y cuya formulación no pocas veces puede llegar a ser, más que patética, vergonzosa-, repiten sandeces que llegan a imaginar como si se tratara de grandes conceptos filosóficos, de la más rancia, profunda e innegable revelación divina. Se las saben todas. Son los creadores de “el tiempo de Dios es perfecto”, de “si me matan y me muero”, de “ese es el deber ser” y de “la única vía posible es electoral”, ésta última como la más depurada versión -especulativa, claro está- del “agarrando aunque sea fallo”. Eso sí: todo encaminado “metodológica, estadística y científicamente”. “¡Vamos bien!” o, cosa similar, “¡Vamos Vinotinto!”. Da lo mismo. Y es que Paulo Coelho, Jhon Magdaleno y Luis Vicente León son apenas unos ingenuos lactantes al lado de semejantes maestros de tan arcana sabiduría oracularia, muchos de ellos, mágicamente transfigurados en parte integrante del flanco apostólico de la dirigencia política opositora. Su última proclamación: “hay que ser realistas”. Venezuela parece padecer de una esquizofrenia colectiva, signada por el desgarramiento entre el objetivismo ciego y el subjetivismo vacío. Recientemente, la periodista Sebastiana Barráez entrevistó al coronel Luis Alfonso Dávila, ex-presidente de la Asamblea Nacional, quien afirmaba que Hugo Chávez, primero, frente a un nutrido auditorio londinense y, luego, frente a los medios de comunicación colombianos, contaba cómo el presidente Carlos Andrés Pérez se había salvado del proceso penal que le abriera el parlamento venezolano por un voto, el voto de un diputado vendido, de un traidor. El diputado en cuestión era nada menos que José Vicente Rangel, ministro de la defernsa y, poco después, vicepresidente del régimen de Chávez. Las palabras de un lado, las cosas del otro. La cultura del desquicio.

Para el “realista” confeso, ese que no tiene ni idea de qué pueda ser el realismo, dado que su “realismo” es tan “realista” que no le permite más que creer saber que sabe lo que no sabe, “la realidad es lo que es”, o sea, el esto o aquello. Y “lo que es”, el esto o aquello, terminan siendo “los datos” o “las cifras” o, en última instancia, lo que le muestran sus extraordinariamente desarrollados y agudos sentidos, por aquello de que “ser es ser percibido”, ni más ni menos. La matemática infinitesimal o la física cuántica se les antojan como parte de la complicada trama de la ciencia ficción. Y, ebrios de percepción como están, difícilmente puedan llegar a comprender que la realidad no es lo que la apariencia les ha hecho ver, oir u oler. Los músculos que no se usan se atrofian. De modo que por el camino de los prejuicios y las presuposiciones que la tradición ha sembrado en sus atrofeadas bóvedas craneanas o por el vaivén de las cifras o de la mera percepción, resulta imposible comprender que la realidad sea, efectivamente, la unidad de la esencia y la existencia, la unidad de la unidad y de la no-unidad de lo interior y lo exterior, la relación de los términos opuestos devenida idéntica consigo misma. Pero todo esfuerzo en esta dirección será inútil, porque eso de ponerse a estas alturas de la existencia -pues la circunstancia de sus tristes estar aquí no puede llamarse vida- a pensar, a verse forzados a salir de la zona de confort que plácidamente le brindan el sentido común y el entendimiento abstracto, no es asunto de interés. Pensar cansa, fastidia y no da ganancias. Eso también forma parte del ser “realista”. El resto es ponerse a inventar, a buscarle las patas que no tiene el gato. De tal manera que el tal “realismo” no sólo se revela como el más aplastado y miope de los empirismos, sino que, precisamente por eso, queda sorprendido -aparte de sus gustos por el chinchorreo físico y mental- como el más craso de los irrealismos posibles. Un irrealismo que ha sido muy bien aprovechado durante los últimos veinte años por los muy realistas -y esos sí: materialistas, además- cabecillas del cartel narco-terrorista que mantiene a la satrapía de los títeres de Maduro y Cabello en el poder.

Una generosa pista para los premurosos supuestos realistas. Una vez más, en lengua alemana, la confusión de objekt y Gegenstand hace la diferencia entre los feligreses del materialismo -todos ellos prekantianos, es decir, precríticos- y el término del pensamiento, porque, aunque no lo puedan creer, la realidad de verdad, la realidad efectiva en cuanto tal, es justo eso: el término del pensamiento, lo contra-puesto (Gegen-stand), la actividad sensitiva humana. Materia pensada. Porque justo donde termina la actividad, la producción, la creación del pensamiento, tiene sus inicios la realidad de verdad. Y es que, despues de que Kant lo comprobara, la realidad es el producto, el resultado, de la actividad productiva del sujeto-objeto idéntico, de la praxis humana, de nuevo, de la sinnlich menschliche tätigkeit, y fuera de ella nada es. El orden y la conexión de las ideas es idéntico al orden y la conexión de las cosas, observa Spinoza. La realidad se construye haciéndola: verum et factum convertuntur reciprocatur, dice Vico. Lo concreto no es lo la dureza inmediata de lo sensible, sino lo que con-crece, la síntesis de múltiples determinaciones, la unidad de lo diverso. Y es por eso que en Hegel la realidad no puede no identificarse con la razón, póngasela de cabeza o de pié: da lo mismo, porque, a pesar de lo que puedan llegar a creer los pseudo-realistas -empiristas, solipsistas o nominalistas sin tan siquiera saberlo-, la circularidad termina formando un círculo. Los fieles seguidores de los resabios de la tradición dirán lo que quieran y seguirán bamboleándose en la comodidad de su chinchorro hecho de lugares comunes. Pero por ese camino, lo que se representan como la realidad nunca dejará de ser más que una ficción, mientras que lo que se imaginan que es una ficción es la más genuina realidad.       
               
Por José Rafael Herrera / @jrherreraucv