I. Dedicatoria/ Introducción / La patria.
OTRA LECTURA DE LA PATRIA:
Tráfico, destierro y cuerpo.
Jonatan Alzuru Aponte
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“El Taller”, Manuel Alzuru: 1997 |
Están estructuradas las secciones de la siguiente forma:
- I. Dedicatoria/ Introducción / La patria.
- II. Eran los ochenta / La telenovela como práctica cultural.
- III. El país según Cabrujas / Para comprender a Cabrujas: Teodoro Petkoff y Argelia Laya.
- IV. Sin tierra / Cabrujas, el radiólogo / La lectura / Militarismo / La memoria.
- V. La incertidumbre / La casa y sus arquitectos / La democracia / Tráfico/ La pasión rigurosa de las orquestas: José Antonio Abreu.
- VI. El rumiar / Rodolfo Izaguirre y el Cine Ojeda / Eran los noventa / El sueño de Alberto Arvelo Ramos / Me traduzco: Yolanda Pantin / El olfato afinado de Miguel Ron Pedrique.
- VII. ¿Militarismo tropical o civismo militar? / ¿La tragedia? / Con hambre y desempleo con Chávez me resteo / Principios básicos.
- VIII. ¿Educación pública y gratuita? Siempre / La innovación educativa: Luis Beltrán Prieto Figueroa y su fundamento en Simón Rodríguez/ Posdata: Arnaldo Esté y la Educación para la dignidad.
- IX. Si los intelectuales no lo comprenden, ¿qué se le puede pedir a los políticos? / Interpelaciones: a propósito de la piel como voz/ Simón Rodríguez le responde a Rafael Cadenas / Ídolos rotos / Otro síntoma: Distinto a los colores o el mismo/ Un matiz del problema ético / La política selectiva del color / Huella arqueológica: blanquearse.
- X. ¿Tembló la Universidad? Terremoto en el país y mi admiración: Enzo Del Bufalo.
- XI. Como las reinas de belleza o Carolina Herrera como ethos/ Venezuela no es un tren de prostitutas/ Lectura en el exilio/ La comunidad en la diferencia: Miguel Márquez / Armando Rojas Guardia: el horizonte de sentido.
Dedicatorias: ¡Qué cante mi gente! Alá lala lalalá
A la memoria de un chamán de la poesía con quien sigo dialogando, Armando Rojas Guardia.
A la memoria de los amigos Luis Alberto Bracho, Renato Yánez, Gabriel Ugas, Felipe Herrera, el profesor Oscar Pérez, Mauricio Navia y Álvaro Márquez Fernández.
A la memoria de mis padres en el espíritu: Rigoberto Lanz y Miguel Ron Pedrique.
A mis maestros del CIPOST: Agustín Martínez, Enzo Del Bufalo, Magaldy Téllez, Alex Fergusson, Julia Barragán y Daniel Mato.
Al maestro que me estimuló a pensar, cuando estudié filosofía, Arnaldo Esté.
A mis amigos de ruta José Colmenares, Rafael Hurtado, Rayda Guzmán, J. R. Herrera, Pedro Alzuru, Faitha Nahmens, Gonzalo Ramírez Quintero, Erik Del Bufalo, Betty Carolina Flores, Henry Mendoza S. J.; Xiomara Martínez y el intelectual argentino Roberto Follari.
A mi calor académico del Zulia, Luis Vivanco, Ana Julia Bozo, Zulay Díaz y Yamarilis Quevedo.
A los de Oasis, el grupo de mi juventud, que seguimos siendo fieles: Douglas Cárdenas, Henry Freites, Alejandro Aguirre, Leonardo Alvarado, Javier Molina y Víctor Parra.
A los amigos de distintas universidades con quienes compartí el manjar del debate celebrando las diferencias durante años: Carmen Irene Rivero, Francisco Rodríguez, David De los Reyes, Ruperto Arrocha, Víctor Rago, Abraham Gómez, Juan José Hernández, Jesús Puerta, Éric Núñez, Nelly Nieves, Jonny Hidalgo, Juan Barreto, Carlos Hermoso, Keta Stephany, Daisy D´Amario, Javier Biardeau y Roberto Chacón.
A dos artistas venezolanas, contemporáneas que me inspiraron a seguir trabajando la relación cuerpo-arte-sociedad, Teresa Mulet y Érika Ordosgoitti. A los artistas Carlos Zerpa y Nelson Garrido por los proyectos comunes. Y a la gran amiga, curadora internacional, María Luz Cárdenas.
A los amigos del Doctorado en Filosofía, del Centro de Investigaciones Estéticas, el Doctorado en Ciencias Humanas y la Dirección de Cultura de la Universidad de los Andes. A la Escuela de Filosofía y a la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela, donde me formé y viví la experiencia hermosa de ser académico.
A quienes conozco en Chile con cercanía: Gaby Sánchez, Breno Onetto, Yanko González, Gonzalo Portales, Ángara Zambrano, Ana María Zárraga, Gloria Espinoza, Arturo Figueroa y Jaime Gallardo.
A quienes me han ayudado a no naufragar, a seguir a flote en el océano de la soledad y el destierro: el extraordinario psicólogo venezolano Nicolás Aldana; el psiquiatra chileno, valdiviano, Fernando Bertrán Vives, quien es la generosidad encarnada, y a Oscar Galindo, el amigo: el salvavidas de nuestra familia.
A Dubrashka García, a la Hna. Claudia García y a Mauricio Mancilla quienes pertenecen a mi familia nuclear.
A Mamá, a la memoria de papá, de mi abuela Palmenia, de mi tío Máximo, de Mami (Blanco), Papi (Älvarez) y de Poya (Floria Blanco); a los Alzuru, a los Aponte, a los Álvarez y a los García (de Colombia). Familias a las que pertenezco. Y, en especial, a mis hijos y sobrinos (Álvarez y Alzuru), para que no olviden.
A la comunidad venezolana y en especial a Esteban Higueras Galán, quien dirige la Revista Microfilosofía. por tener la bondad de permitirme realizar este regalo.
De forma especial, con delicado afecto y admiración, a Yolanda Pantin, Alberto Márquez y Rafael Castillo Zapata.
A mi hermano del alma, Miguel Márquez.
Introducción
Se trata de una lectura sobre la Venezuela que me tocó vivir. Presentada en parágrafos que cabalgan entre una escritura ensayística y un diario. Semejante a una secuencia de imágenes cuyas conexiones pueden ser evidentes o no, según la perspectiva del lector.
Lo que vertebra el abordaje es la noción de cuerpo utilizando como horizonte de sentido al arte, a sus prácticas creadoras. La aproximación que realizo es fisiológica, esquirlas de vivencias.
Lo que está en el subterráneo como intuición hipotética de la escritura es que la creación filosófica, el ejercicio del pensar, se anida en nuestra producción artística y su desenvolvimiento tiene otros tipos de manifestaciones lingüísticas, donde argumentos, interpretaciones, metáforas, aforismos, contradicciones y silencios conviven. No hay pretensión de teoría, ni de sistema y mucho menos de una visión del mundo al estilo de las tradiciones francesas, alemanas o inglesas. Más bien las escenas, las imágenes artísticas, las citas textuales o las ideas, en cada fragmento, son puntajes de un tejido que funcionan como un tábano de aquello que ha inquietado mi cuerpo en el tránsito de su descubrimiento: la apertura a la patria. Siendo este artefacto (el que les dono) una herramienta posible –¿dije bien? “Posible”– para aproximarse a una comprensión, como un boceto inacabado, de nuestro ethos, de nuestra cultura.
El texto está ilustrado con fotografías de pinturas, dibujos o ensamblajes de mi hermano Manuel Alzuru. Intenté tejer, a contrapunto, otro discurso visual a partir de sus trabajos gráficos. Para los fines de la publicación, en internet, dividí el artefacto en secciones o entradas, manteniendo el mismo título y subtítulo, pero distinguiéndolos con la numeración romana. En cada sección, al iniciarla, indico los nombres de los fragmentos que lo conforman, así el lector podrá intuir de qué trata la entrada.
La patria
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Los pasos perdidos. Manuel Alzuru, 2018 |
La patria es una herida constante, un desespero en el estómago. Un pasado que se presenta en el espejo como la maldición de Tántalo. Es mi historia. No podría comprenderme sin las playas, sin Caracas: calles, aulas, rostros con quienes compartí aventuras, encuentros y distancias; sin la historia de aquellos pardos cuya posibilidad de existir como ciudadanos fue formalizando el deseo de ser lo que no eran, a través de la institución del blanqueamiento en el siglo XIX; no es posible mirarme a los ojos sin la historia de aquellos blancos cuya realización de ser estaba en su vuelta a Europa. Mi gusto, su descubrimiento, se desprende de aquella vida recolectora, nómada, aborigen, que fue obligada a quedarse quieta, a no ser. Es imposible asirme sin la experiencia del no ser de aquellos cuerpos de ébano, la tela de los ancestros que fue reprimida por el solo hecho de existir. De los blancos de orilla, como mi abuelo, que se enamoró de su negrita.
No puedo mirarme al espejo sin descubrir en mi piel esa mezcolanza arqueológica de prácticas sociales, esa guerra de colores, de religiones, de mitos, de lógicas, de comercios, fundidas como potencia: la policromía mestiza en la porosidad de mis pupilas.
Mi sentir es incomprensible sin el vaivén de las ciudades venezolanas, de la minería como tragedia y ensueño. No podría pensar sin el desgarramiento, sin la banalidad, cotidianidad y profundidad de las telenovelas; sin las tragedias del teatro o los cuentos de fantasmas y aparecidos; sin el festín de la rumba y el guaguancó que tuvieron una expresión rigurosa como un rosario monástico, matemático, en la creación cinética de Jesús Soto y la luz fluida de Carlos Cruz-Diez. No me hallo sin los merengues, las salsas, las tonadas, las gaitas, los tambores; sin el desdichado Schumann; sin la filosofía griega, romana, francesa, alemana, española o italiana; sin la novelística latinoamericana; no puedo entenderme sin la potencia sociocultural, LUZ extraordinariamente creativa, de la tierra zuliana; sin María Lionza, diosa de la mixtura del encuentro mítico religioso de tres continentes África, América y Europa; sin nuestras reinas de belleza, su corporalidad, la fantasía elocuente de sus maquillajes y vestuarios y la diseñadora de modas Carolina Herrera como síntesis internacional de los espejismos de la elegancia como expresión de la presencia admirable; sin el cuerpo creativo, fajador y curtido en el arte de la batalla de la querida y hermosa mujer venezolana, que la más de las veces hace de madre y de padre. Mi lengua es muerta sin Jorge Luis Borges, Kafka, Rimbaud o Thomas Mann. Mi cuerpo es movimiento sinfónico coral y mi negritud es el sumario de colores, tradiciones y continentes. Quizás la voz, la del cuerpo que arrastro, mi maleta, es una herencia del mar, aquella locura blanca educada por el pedagogo, el gran artista, el inmenso e inigualable Armando Reverón (1889-1954).
el mar suena, no los caracoles
es agua truncada
turbia bajo el trueno
es el tumor, el tufo
los bultos al garete en un tumulto
de luto.
el mar suena sin pájaros
sin gente.
(Miguel Márquez)
La ebriedad sexual para pensar la intuyo desde la vagina ardiente de María Calcaño –poeta maracucha de comienzos del siglo XX–; con la espiritualidad anclada en la tradición heterodoxa de san Ignacio de Loyola y el carisma del sacerdote español don Pedro Legaria.
- No hay que olvidar nunca que en el clima cálido se cosecharon las tres grandes religiones monoteístas, también Homero y Dante. Nuestra lengua vetusta es caliente y ambigua.
Observación: jamás dejar en el tintero que el dibujo de nuestra subjetividad tiene el olor a don Quijote.
Estos rastros están tatuados milimétricamente en cada uno de mis gestos.
Cada día comprendo que la tierra donde nací es un territorio de seres frágiles por su devenir difuso, sin locus, sin pirámides monumentales ni catedrales antiquísimas; somos territorio improvisado, como la creativa construcción de la fealdad trágica, paradójicamente valiente, que tienen los ranchos de Caracas –por eso nuestros cuerpos son porosos, livianos, sin raíces profundas, como la flor de Loto.
Curiosamente, esa liviandad, esa ligereza, ese trapecio constante, entre ser y no ser, nos constituye y además contiene una hermosura marginal, extraña, cuya filosofía es tierra virgen por descubrir entre los versos, las metáforas, los cuentos, las partituras, las pinturas, las esculturas, las telenovelas, el cine, las obras teatrales, los performances; y en los violines de nuestros muchachos, en los bordes desbordados, en los silencios de las palmeras.
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