Marketing y publicidad contra filosofía

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El marketing y la publicidad como depredadores de conceptos.
El concepto o la idea ya no sirve al hombre, sino que es este quien sirve a la idea misma, y la idea es siempre algo inerte, inútil y poco provechoso para el hombre, así son los conceptos del marketing empresarial que tanto dinero hacen ganar los publicistas y que sirven de poco al hombre corriente, pues no son filosofía.


El publicista acopla una idea para un cierto producto, la mayoría de los casos por encargo, es un directivo de una empresa de gran nivel quien se pone en contacto con este publicista o grupo de publicistas con la intención de hacer crecer las ventas de su producto. El publicista se pone a trabajar en su campaña de marketing. Cosa que en la mayoría de los casos es algo esquemático, en fin, digamos que es una marca de chocolate, inmediatamente se propone unir la imagen del producto a una sensación de deseo intensa, a una mujer guapa, con ojos grandes, sonríe, se excita al morder, etc. Todo es muy esquemático -hay cosas que funcionan y otras no, lo dice la estadística- y la moda guía a su manera, hay algo actual, hay algo deseable, unámoslo al producto que más nos convenga, el trabajo del publicista no sale mucho más de este pequeño enrréo conceptual. Inventar una idea, inventar un concepto, no es algo que hagan los publicistas -algunos empresarios si que han inventado grandes conceptos en los que dibujar sus productos- eso siempre ha sido trabajo del filósofo o del pensador.

El trabajo conceptual del filósofo, en cambio, es una potencia del pensar, en cuanto que nunca es trabajo terminado, y empuja a pensar otras ideas a raíz de las ya pensadas, muy mala filosofía tendría que hacer si usa deseos libidinales para atraer su idea a las mentes más perezosas, el pensador que convence con la razón sin desestimar el encanto de la palabra hablada es el mejor entendido, pues es quien crea la idea que sirve al hombre, como una herramienta, algo a utilizar y a mejorar. El publicista crea un anuncio que seduce al hombre, y obliga a este y a sus instintos a apetecer dicho producto.
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