Filosofía ¿opinión o conocimiento?

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Filosofía ¿opinión o conocimiento?
La adscripción de este escrito a la categoría de Pensamientos “en filosofía” marca lo suyo. De entrada, implica que existen pensamientos “no en filosofía” o lo que, por otra parte, resulta obvio, que no todos los pensamientos son filosofía. Del mismo modo, siendo el pensamiento el precedente necesario de toda opinión, deducimos que existen opiniones “en filosofía”, pero que “no todas” las opiniones son filosofía. No aseguramos que lo que sigue sea filosofía (esto se lo dejamos al lector), pero, lo que es seguro, es que se trata de una opinión: la del autor.

Para desarrollar nuestra argumentación, además de los conceptos "opinión",  “filosofía” y “ciencia”, vamos a manejar tres más: “teoría”, “conocimiento” y “cultura”. Aclaremos de entrada el significado y relación entre ellos. En primer lugar, ¿qué es una teoría? Las distintas acepciones del diccionario RAE nos hablan de “conocimiento especulativo” o “hipótesis”, a lo que se le puede añadir “no demostrada en la práctica”. Karl R. Popper le dedica mucha atención al tema, adoptando frecuentemente el vocablo “hipótesis”, diferenciando entre teorías científicas” o “acientíficas” según sean o no refutables mediante verificación objetiva (resaltamos su frase “lo que no se deja contradecir no dice nada o dice muy poco”). Resulta también apropiado apuntar su preferencia por emplear el término “confirmación” (en forma siempre provisional, porque toda teoría es insegura) antes que “verificación” o “demostración”, así como calificar a las teorías acientíficas (no refutables objetivamente) de ideologías, posiciones y terminología que suscribimos plenamente y que adoptaremos a partir de ahora.

Continuaremos estableciendo la diferenciación entre conocimiento (conjunto de teorías –leyes– confirmadas y con resultados predecibles) y cultura (categoría de orden superior que engloba el conocimiento con la ciencia teórica no confirmada, las distintas escuelas filosóficas, la historia de la filosofía y de la ciencia, creencias, religiones, mitos, disciplinas humanísticas, arte, literatura, etc., etc., sin olvidar la experiencia adquirida). Digamos también –fuera de tema– que consideramos la sabiduría un grado superlativo de cultura. Reconocemos que esta clasificación sólo se sostiene desde un enfoque utilitarista (no tiene sentido –no es útil– asignar la categoría de conocimiento a lo que no ha sido confirmado) y resulta un tanto simplista, pero resulta conveniente en el ámbito de este artículo: la contraposición entre opinión (filosofía y ciencia teórica) y conocimiento (leyes confirmadas y ciencia práctica, incluyendo la tecnología). Ya tenemos una primera conclusión: “filosofar es opinar, no conocer” o, si se prefiere, “filosofía es opinión, no conocimiento”. Y antes de que arrecien las críticas, adelantaré que la ciencia (así, en abstracto), tampoco.

Siguiendo con la tónica reduccionista del artículo, definiremos la filosofía como la disciplina que, cuestionándose la realidad –entendida como “existencia aparente”–, produce teorías (para algunos, especulaciones) de todo pelaje y condición, mientras que la ciencia produce específicamente teorías refutables. Como consecuencia de estas definiciones, podríamos calificar a la ciencia como un subproducto (o como un caso particular) de la filosofía, lo que contraviene el famoso aforismo de Bertrand Russell “ciencia es lo que sabes; filosofía es lo que no sabes”, el cual, convenientemente corregido, quedaría así: “una parte de la ciencia es lo que sabes;  filosofía es lo que sabes y lo que no sabes”. Quizá resulta ahora conveniente reforzar  este vínculo recordando que en los albores de la filosofía no existía diferenciación alguna entre ambas disciplinas, teniendo todos los filósofos categoría de “sabios”, como bien nos demuestra Aristóteles con su extenso catálogo de libros dedicados indistintamente a ambas, con atención a temas tales como física, biología, anatomía, fisiología, meteorología, lógica, política, ética, poética, etc., etc.. Paradójicamente, tras más de dos milenios en los que se había abierto una especie de abismo cultural entre ambas, con la llegada de la relatividad y la física cuántica (por estar sobradamente confirmadas y aceptadas no las calificamos de “teorías”) se ha producido un acercamiento, que podríamos calificar como un cierto retorno a los orígenes. Retomaremos este tema más adelante.

Si lo hecho hasta ahora no ha sido filosofar, veamos si a partir de ahora lo conseguimos. Seguimos opinando. Pero... ¿qué estamos haciendo?, ¿qué significa opinar? Opinar representa siempre elegir entre distintas opciones, ya sean externas o de producción propia. Una opinión es un producto de la mente. Es el resultado del proceso mental iniciado por la búsqueda de respuesta(s) a una cuestión concreta como consecuencia de que la consideramos abierta por nueva o por vieja y errónea. Opinar es tomar una decisión y, como tal, es un acto concreto. Es un producto inmaterial que puede quedarse así, como teoría no confirmada (ciencia teórica) o no refutable (escuela de pensamiento, ideología, etc.) o que, en caso de confirmarse, puede llegar a materializarse en artefactos físicos a través de la ciencia práctica y de su hija, la tecnología, por medio de sus brazos ejecutores, los ingenieros.

Ahora bien, ¿es una ligereza calificar a la filosofía de mera opinión? ¿tiene esta proposición algún soporte donde apoyarse? Veamos. Empezaremos comentando una cita de Richard Rorty, quien comienza así su obra “El giro lingüístico”:
 La historia de la filosofía está puntuada por revoluciones contra las prácticas de los filósofos precedentes y por intentos de transformar la filosofía en una ciencia, una disciplina en la que hubiera procedimientos de decisión reconocidos universalmente para probar tesis filosóficas. En Descartes, Kant, Hegel, Husserl, en el Wittgenstein del Tractatus y, de nuevo, en las Philosophical Investigations, se encuentra el mismo espectáculo de filósofos enzarzados en un debate interminable sobre el mismo tipo de cuestiones.
A esto, le podemos añadir las famosas descalificaciones del cascarrabias Schopenhauer en “Fragmentos sobra la historia de la filosofía” sobre las aportaciones de, entre otros,  Sócrates (“Me es difícil creer en la inteligencia de quien no ha escrito”), Platón (“Por lo tanto, si su recomendación de aislar el conocimiento y mantenerlo puro de toda comunidad con el cuerpo, los sentidos y la percepción, resulta contraria al fin, absurda y hasta imposible...”), Aristóteles (“Piensa con la pluma en la mano...”, “hábil charlatán...”) y Hegel ("Charlatán, vulgar, sin espíritu, repugnante, ignorante,... fue tratado por los imbéciles como poseedor de la sabiduría universal”) y las medallas que se auto-concede (“Apenas hay un sistema filosófico tan sencillo y construido por tan pocos elementos como el mío”). ¿No resulta todo lo anterior opinión y más opinión? ¿Acaso no son filósofos opinando, es decir, filosofando? ¿No es, como afirma Rorty, todo un espectáculo, verlos “opinando” siempre sobre las mismas cuestiones?

Abunda en esta argumentación esta cita, también de Rorty: “Desde que el método filosófico es en sí mismo un problema filosófico o, en otras palabras, desde que se adoptan criterios diferentes para la solución satisfactoria de un problema filosófico y se arguye en su favor desde diversas escuelas de filósofos, cada revolucionario filósofo queda expuesto al cargo de circularidad”. Y esta otra, definitiva: “Los intentos de reemplazar la opinión por el conocimiento se ven siempre frustrados por el hecho de que lo que cuenta como conocimiento filosófico, ello mismo parece ser objeto de opinión. Escuelas diferentes, criterios diferentes, opiniones diferentes ¡¡¡sobre lo mismo!!! De ahí la circularidad, el bucle recursivo.

Concluyendo. La filosofía es una teoría perpetua. A priori, es algo no confirmado, de la misma categoría conceptual que el Big Bang, las supercuerdas, el multiverso o la teoría del Todo. Del mismo modo que cada filósofo tiene su opinión particular sobre las grandes cuestiones físicas y metafísicas, cada científico mantiene su opinión sobre los grandes temas abiertos a nivel teórico, incluso, abandonado el determinismo newtoniano, en forma de distintas y numerosas interpretaciones sobre teorías confirmadas con incertidumbre probabilística intrínseca como la “moderna” física cuántica. Y esto último es una verdadera novedad (llevamos apenas un siglo de convergencia frente a más de dos milenios de divergencia). Pero hoy en día, nadie en su sano juicio discreparía del principio de Arquímedes, las leyes de Kepler o la ley de la gravitación universal. Sencillamente, no son opinables.

Las teorías confirmadas y aceptadas por la comunidad científica dejan de tener este nombre, aunque siguen siendo falsables y, provisionalmente, mientras no se refuten, son verdadero conocimiento. La filosofía en abstracto y las teorías no confirmadas no lo son. Son opiniones. Muy respetables, pero opiniones. Luego concluimos que los científicos teóricos modernos son, antes que nada, verdaderos filósofos, tesis apoyada en esta cita de John D. Barrow extraída de su obra “Teorías del Todo”: “Mientras los unificadores de épocas anteriores eran considerados por sus colegas como excéntricos solitarios, y tolerados por la brillantez de sus otras contribuciones a la física, los unificadores de hoy en día pueblan la corriente principal de la física y su número se va incrementando continuamente con los estudiantes jóvenes mejor dotados”. Bienvenidos a la galaxia de los “opinadores”, de los científicos-filósofos o de los filósofos-científicos (¿qué más da?), de los constructores de teorías que cuestionan la realidad “aparente”.

Por último, volviendo al tema, cuatro conceptos destilados: Cuando opinamos cuestionándonos la realidad, filosofamos. Cuando opinamos sobre una bebida refrescante, no. Y por ahí en medio, tenemos a la ciencia teórica y práctica, opinión y conocimiento. A priori, la filosofía es teoría, es opinión. A posteriori, es cultura, incluso sabiduría. Y en el proceso, parte de ella se incorpora al conocimiento.

Por descontado, todo lo anterior es, simplemente, una opinión.
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