La paz perpetua

Compártelo:
Paz perpetua



“La afirmación de que cien táleros posibles son algo distinto a

cien táleros reales envuelve un pensamiento muy extendido, como 

el de que no es posible pasar del concepto al ser. Contra este algo 

falso, que pretende ser aquí lo absoluto y último, va dirigido el 

sano sentido común. Toda actividad es una representación que no es

aún, pero que es subjetivamente superada. Los cien táleros 

imaginarios se convierten en reales y los reales, a su vez, en imaginarios”.

                                                                                               G.W.F. Hegel


A la paz perpetua. Esta inscripción satírica que un hostelero holandés exhibía en un letrero de su casa, debajo de una pintura que representaba un cementerio, ¿estaba dedicada a todos los «hombres» en general, o especialmente a los gobernantes, o quizá a los filósofos, entretenidos en soñar el dulce sueño de la paz?”. Con estas elocuentes palabras, no exentas de una cierta ironía, comienza Zum ewigen Frieden, de 1795, uno de los ensayos de filosofía y política más celebrados de Immanuel Kant, el gran pensador alemán. 

En sus tratos esenciales, el ensayo kantiano se propone establecer un programa para la concertación de la paz, especialmente entre los países europeos, para lo cual propone una serie de acuerdos que deberían ser puestos en práctica a los efectos de su realización. Dicho ensayo está compuesto de seis artículos preliminares, tres artículos definitivos, dos suplementos y dos apéndices. Está inspirado en el Emilio de Rousseau, quien en dicha obra sintetiza y comenta el proyecto de confederación europea propuesto por el Abad de Saint Pierre, cuyo título es, precisamente, “La paz perpetua”. En sus artículos preliminares, el texto de Kant expone cuáles deben ser las condiciones necesarias para evitar una guerra entre naciones, como la formulación de cláusulas que pudieran provocar guerras a futuro, la desaparición de los ejércitos permanentes o la interferencia de un Estado en los asuntos internos de otro, especialmente de modo violento, a menos que dicho Estado se encuentre internamente dividido, envuelto en una profunda crisis, en la que cada parte se asume como el verdadero Estado, negándose a reconocer a la otra. En estos casos, dice Kant, si “un tercer Estado” pudiera prestar “ayuda a una de las partes no podría ser considerado como injerencia en la constitución de otro Estado, pues esta solo está en anarquía”. 

En sus “Tres artículos definitivos”, el texto examina las condiciones de posibilidad de la paz entre los pueblos. La paz, sostiene Kant, se basa en la formulación correcta de una constitución republicana, sustentada en la libertad, la dependencia en la legislación y en la igualdad ciudadana. La construcción de una sociedad mundial de repúblicas posibilitaría a la vez la creación de una ley de las naciones fundada en una federación de estados libres, así como de una ley de ciudadanía mundial y hospitalidad universal. Bajo tales principios, para poder entrar en una guerra, los Estados republicanos organizados tendrían necesariamente que consultar a sus respectivas ciudadanías, lo que dificultaría en grado sumo -según Kant- la definitiva llegada a una eventual confrontación.

El ensayo concluye con “Dos suplementos” y un “Anexo”. En el primer suplemento, su autor explica como las guerras han forzado a los hombres a dispersarse por todo el planeta, obligándolos a poblarlo y, en consecuencia, paradójicamente han contribuido a organizar los Estados. De modo que la guerra es un fenómeno que, sin proponérselo, ha terminado contribuyendo en la construcción de la paz. El segundo suplemento evoca la figura del rey-filósofo, desarrollada por Platón en República, según la cual los filósofos serían los más aptos para ejercer las funciones de gobierno. Pero dado el hecho de que, hasta el presente, el argumento platónico ha permanecido a medio camino entre las nubes del error y el cielo de la verdad, Kant exhorta a los gobernantes a consultar las opiniones de los filósofos sobre los temas y problemas relativos al Estado a objeto de que las mismas puedan ser tomadas en cuenta, llegado el momento de tomar las decisiones de rigor.

Finalmente, el “Anexo” se compone de dos apéndices, el primero de los cuales versa sobre los desacuerdos entre la moral y la política, mientras que el segundo versa sobre los acuerdos existentes entre ambos términos. Por su propia condición natural, la humanidad no puede prescindir de la moralidad, por lo que un eventual conflicto entre moral y política debe resolverse siempre en beneficio de la moral. En última instancia, la política es la aplicación de la doctrina del derecho y la moral es la teoría de esta doctrina. La paz perpetua solo será posible si la humanidad se aproxima al ideal de la moralidad y de la justicia. Esto, en sus tratos generales, conforma la estructura y el argumento principal del ensayo kantiano sobre la paz perpetua.

Decía Heráclito que “la guerra es padre de todas las cosas”. Por desgracia, el tiempo parece haberle dado la razón. Hoy la guerra se expande por doquier, cubierta por las más diversas figuras, desde las guerras abiertas y directas, pasando por las llamadas guerras asimétricas, hasta la conformación de regímenes que, cubiertos por el manto de la apariencia democrática, mantienen a sus pobladores sometidos a la violación de sus derechos elementales. El negocio del narcotráfico, que ha sido capaz de transmutar el crimen organizado en política de Estado, es una guerra silenciosa que va minando a la sociedad occidental. En fin, las recomendaciones hechas por Kant se exhiben como un monumental deber ser con el que se pretende ocultar la verdadera realidad del presente. El sano sentido común, que Hegel reclama, está cabalmente representado por el ingenioso hostelero holandés descrito por Kant al comienzo de su ensayo. Conviene trabajar en función de transformar los cien táleros imaginarios en táleros constantes y sonantes. No puede haber paz perpetua si no hay justicia y no puede haber justicia si se conculca la libertad. Pero la libertad es, ante todo, responsabilidad, madurez, como la llama el propio Kant, y esta no es posible si no se abandona el modelo educativo técnico, metódico-instrumental, por una formación cultural orgánica, una educación estética, la cual, por cierto, incluye la eticidad. No bastan las organizaciones mundiales, las buenas leyes, los tratados internacionales, las conferencias mundiales, los discursos de orden, los abrazos y los apretones de mano. En estos tiempos sombríos, de ocaso, si en algo sigue teniendo vigencia el ensayo de Kant es en la necesidad de que la filosofía tome la palabra.        

           

      



José Rafael Herrera

@jrherreraucv


         




Compártelo:

Publica un comentario: