La comercialización del dolor y la recuperación del sentido.
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| Del trauma como etiqueta a la fluidez del conatus: recuperando la identidad más allá del dolor. |
Si fueras un océano, en tu superficie, las olas rompen con fuerza, a veces impulsadas por vientos suaves, otras veces por tormentas que parecen no tener fin. Debajo de esa superficie, en corrientes profundas y silenciosas, se mueven inmensas cantidades de agua sin que apenas lo notes.
Hoy, confundimos las olas de la superficie con la totalidad del océano. Cada movimiento del agua, cada ráfaga de viento, es etiquetada, empaquetada y vendida como una tormenta catastrófica.
¿Se está transformando nuestro dolor emocional en un producto de consumo?. La idea del "trauma" ha dejado de ser una herramienta clínica para convertirse en una etiqueta de identidad, y esto afecta a la forma en que construimos nuestras creencias sobre nosotros mismos y sobre el mundo.
1. El espejo distorsionado: cuando el dolor se convierte en marca
Cada experiencia, cada alegría, cada tristeza, añade un tono de color y textura a lo que experimentamos. Algunas pinceladas son oscuras, densas, difíciles de mirar; son los momentos de dolor genuino, de pérdida, de confrontación con lo insoportable. Pero, ¿qué sucede cuando se nos dice que todo el lienzo debe ser interpretado a través de esas manchas oscuras?
Nos están vendiendo todo como trauma. Es cierto. Hemos entrado en una economía que recompensa la confesión pública, donde el dolor ya no es algo que se atraviesa o se sobrevive, sino algo que se posee, se marca o se exhibe.
En nuestra forma de entender los sentimientos, esto es peligroso. ¿Por qué? Porque confunde la experiencia —lo que realmente nos afecta, lo que el cuerpo registra— con una creencia impuesta desde fuera. Si llegas a creer que tu perfeccionismo, tu cansancio o tu dificultad para concentrarte son, sin lugar a dudas, síntomas de un trauma oculto, estás construyendo tu identidad sobre una base frágil. Estás permitiendo que un "conocimiento experto" superficial —a menudo proveniente de redes sociales o algoritmos— reemplace tu propio conocimiento interno.
Imagina que te miras en un espejo. En lugar de ver tu rostro con sus matices, con su capacidad de reír y llorar, ves una etiqueta pegada en tu frente que dice: "Dañado". Y esa etiqueta, lejos de ayudarte a sanar, se convierte en una máscara. Una máscara que te protege, sí, porque te da una explicación rápida para tu malestar, pero que también te limita, porque te impide ver la fuerza que reside debajo de esa etiqueta.
2. La inflación del concepto y la pérdida de significado
"Trauma". Originalmente, esta palabra se refería a una herida, a un golpe que rompía la continuidad de la piel o de la psique. Era un evento extraordinario, una confrontación con lo catastrófico.
Pero hoy, el término se ha expandido tanto, que corre el riesgo de perder su significado. Si posponer una tarea es trauma, si dormir demasiado es trauma, si tener una relación difícil es trauma... entonces, ¿qué es la vida cotidiana?
Aquí entra en juego lo que llamamos la inestabilidad de los afectos. Cuando todo se etiqueta como una emergencia emocional, vivimos en un estado de alerta constante. La atención que nos damos a nosotros mismos y la que buscamos de los demás se vuelve adictiva. Buscamos en el "like", en el comentario compasivo de un desconocido, la validación de nuestro dolor.
Pero esta validación es efímera. Es como intentar llenar un vaso con agua salada; cuanto más bebes, más sed tienes. Al convertir el dolor en contenido, al curar nuestra imagen pública a través de nuestras heridas, corremos el riesgo de quedarnos atrapados en lo que Spinoza llamaría "pasiones tristes". Nos encadenamos a una imagen de nosotros mismos como víctimas perpetuas, disminuyendo nuestra potencia de obrar, nuestra capacidad para actuar y transformar nuestra realidad.
3. La realidad de la resiliencia: el río que sigue fluyendo
Recuerda algo que a menudo se olvida, en este ruido digital: el ser humano es, por naturaleza, resistente.
En ese río que es tu vida, a veces, una roca enorme bloquea el cauce. El agua se arremolina, se enturbia, golpea contra los obstáculos. Eso es el impacto de un evento doloroso. Pero el río, con el tiempo, encuentra nuevos caminos. El agua erosiona la piedra, o la rodea, y sigue su curso hacia el mar.
Los estudios sobre la resiliencia nos muestran que la mayoría de las personas, incluso después de enfrentar desastres o violencia, encuentran la manera de recuperarse con el tiempo. No porque nieguen el dolor, sino porque la vida —el conatus, ese impulso natural de perseverar en el ser— sigue empujando hacia adelante.
Si estuviéramos todos definidos únicamente por traumas enterrados, incapaces de movernos sin una intervención constante, la humanidad no habría llegado hasta aquí. Somos descendientes de supervivientes. Tu capacidad para sanar, para integrar el dolor y seguir adelante, es mucho más fuerte de lo que a veces te hacen creer.
El problema surge cuando, en lugar de permitir que el río fluya, construimos una presa con nuestras creencias. Cuando nos decimos: "Estoy roto para siempre" o "Esto me define por completo", detenemos el flujo natural de la experiencia. Convertimos un evento pasado en una prisión presente.
4. Los sentimientos en juego: experiencias, creencias y deseos
Para navegar esta cultura de la mercantilización del trauma, necesitamos volver a lo básico, a entender nuestros sentimientos con claridad. Vamos a desglosarlo, utilizando nuestra brújula interna.
Experiencias: Son lo que realmente viviste. El hecho. El dolor físico, la pérdida, el miedo en ese momento específico. Estas experiencias son reales y válidas. Nadie puede quitarte lo que has sentido. Pero la experiencia tiene una duración; ocurre en el tiempo y luego pasa a formar parte de la memoria.
Creencias: Aquí es donde ocurre la distorsión. La cultura actual nos empuja a formar la creencia de que esa experiencia pasada determina tu futuro de manera absoluta. Nos vende la idea de que somos el resultado de nuestras heridas, no de nuestras recuperaciones. Si adoptas la creencia de que "todo es trauma", empiezas a interpretar cada dificultad normal de la vida como una patología.
Deseos: Y aquí llegamos al motor. ¿Qué deseamos cuando etiquetamos nuestro dolor en público? A menudo, es un deseo profundo y humano de conexión, de conocimiento familiar. Queremos ser vistos, queremos que alguien nos diga: "Tu dolor importa". Pero al buscarlo a través de etiquetas de moda o diagnósticos virales, obtenemos una conexión superficial, no una intimidad real.
5. El peligro del conocimiento experto descontextualizado
En nuestra teoría, hablamos a menudo del conocimiento experto: esa validación que damos a quienes consideramos que saben más que nosotros. Hoy, el "experto" a menudo es un algoritmo o un influencer que simplifica la complejidad de la mente humana en un video de 30 segundos.
Este "conocimiento" nos dice que si eres perfeccionista, es por un trauma. Que si te cuesta poner límites, es por un trauma. Y aunque a veces puede haber verdad en ello, aceptar estas afirmaciones sin pasarlas por el filtro de tu propia autorreflexión es peligroso.
Te desconecta de tu propia sabiduría. Te hace dudar de tu capacidad para entenderte a ti mismo. Empiezas a buscar fuera las respuestas que solo pueden encontrarse dentro, en la observación calmada de tu propio “lago interior”.
6. Spinoza y la liberación de las pasiones
Volvamos a la sabiduría de Spinoza. Él nos enseñó que no podemos evitar que las cosas nos afecten. El mundo nos toca, nos impacta. Pero tenemos la capacidad de formar "conceptos claros y distintos" sobre esos afectos.
Cuando el dolor se convierte en un producto, se queda en el nivel de la pasión pasiva: algo que nos sucede y ante lo cual somos impotentes. Nos convertimos en espectadores de nuestro propio sufrimiento, consumiéndolo y vendiéndolo.
La verdadera sanación, la verdadera libertad, viene de la razón y la comprensión. Viene de mirar ese dolor y preguntar: "¿Qué es esto realmente? ¿De dónde viene? ¿Cómo me afecta ahora?". Al entender la causa y la naturaleza de nuestro dolor, dejamos de ser sus esclavos. Transformamos la pasión triste en una acción afirmativa.
No se trata de negar que cosas terribles suceden. Se trata de negar que esas cosas tengan el derecho de poseer nuestra identidad para siempre.
7. Reconstruyendo el conocimiento familiar y la intimidad
El antídoto contra la comercialización del trauma no es el aislamiento, sino la conexión auténtica.
El trauma, por definición, desconecta. Rompe el vínculo entre tú y los demás, entre tú y tu propio cuerpo. La cultura del "trauma como producto" promete conexión, pero a menudo entrega solo atención —y como hemos visto, la atención es inestable, volátil.
Lo que realmente sana es el conocimiento familiar. Es sentarte con un amigo, con una pareja, con un terapeuta, y hablar no desde la etiqueta, sino desde la experiencia viva. No decir "tengo trauma de abandono", sino decir "me siento solo y tengo miedo de que te vayas".
¿Notas la diferencia? La primera es una categoría, una mercancía intelectual. La segunda es una verdad vulnerable, una invitación a la intimidad.
Al compartir nuestras experiencias reales, sin el filtro de la jerga de moda, construimos lazos sólidos. Creamos una estabilidad de los afectos donde no necesitamos estar "rotos" para ser amados. Donde somos valiosos no por la magnitud de nuestra tragedia, sino por nuestra humanidad compartida.
Si buscas un espacio donde trabajar tus emociones respetando tu historia individual, puedes consultar recursos de ayuda psicológica online que aborden el malestar sin recurrir a la patologización excesiva.
8. Un camino hacia la autenticidad
La experiencia vivida no es un producto para ser consumido por otros. El dolor no es una moneda de cambio para obtener validación en el mercado de la atención.
La historia de lo vivido y experimentado no miente. Y, merece ser tratada con respeto, con profundidad, con paciencia, con aceptación.
Si te sientes abrumado por esta ola de diagnósticos y etiquetas, te invito a hacer una pausa. Detente un momento. Cierra los ojos a las pantallas.
Pregúntate:
¿Qué siento realmente en este momento, más allá de las palabras que he aprendido en internet?
¿Dónde siento esta emoción en mi cuerpo?
¿Qué experiencia real, concreta, está detrás de este sentimiento?
Al reconectar con tus experiencias auténticas, empiezas a limpiar el espejo. Quitas las etiquetas, el polvo, la niebla de las opiniones ajenas. Y lo que queda es tu reflejo. Tal vez tenga cicatrices, sí. Pero es un reflejo vivo, capaz de crecer, capaz de cambiar, capaz de alegría.
No necesitas ser un "superviviente profesional" para tener valor. No necesitas curar una marca personal basada en el sufrimiento.
Puedes elegir ser simplemente tú. Un ser humano en proceso, navegando el río de la vida, a veces turbulento, a veces sereno, pero siempre en el camino.
La verdadera recuperación no es volver a ser quien eras antes del dolor, ni es convertirte en una estatua de tu propio sufrimiento. Es integrar todo lo vivido —las luces y las sombras— en un mosaico más amplio, más rico, más tuyo.
Así que, deja atrás el mercado del dolor. Y camina hacia un lugar más silencioso, más real, donde tu historia te pertenece solo a ti, y donde estar contento es un acto íntimo de amor propio y libertad.
