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Fortuna y Virtud en Maquiavelo: Claves Filosóficas de 'El Príncipe'

Fortuna y Virtud en Nicolás Maquiavelo

“Maquiavelo tuvo por propósito mostrar con cuánta poca prudencia
muchos se esfuerzan por derrocar a un tirano, sin llegar a suprimir
las causas que hacen posible que existan tiranos”.

B. Spinoza, Tratado político

Ilustración conceptual de la Fortuna, representada como una rueda, y la Virtud, como un príncipe renacentista, analizando la situación.
 Para Maquiavelo, la Virtù es la capacidad humana de imponerse a la Fortuna mediante la audacia, la estrategia y la adaptación.


El Príncipe de Nicolás Maquiavelo constituye una de las obras más controvertidas e influyentes de la filosofía moderna y contemporánea. Su originalidad se sostiene en el modo radical con el cual se propone tensar la relación entre las formas del poder y la moral convencional, así como en su redefinición de los fundamentos del gobierno, de la actividad política y de las probabilidades del éxito político. Los dos elementos fundamentales sobre los cuales Maquiavelo erige esta nueva concepción del poder -que es, además, una concepción de la realidad humana en general, cabe decir, una filosofía de la praxis-, son los conceptos de Fortuna y de Virtud, los cuales, en los términos propios del pensamiento dialéctico, representan las fuerzas contrapuestas -y al mismo tiempo complementarias- que configuran el horizonte problemático del ser y de la conciencia sociales. Precisamente, su interpretación, en El Príncipe, ya comporta -aunque, por supuesto, todavía de un modo incipiente, in nuce- la lógica de la oposición de sujeto y objeto o de contingente y necesario, pero, además, la dialéctica de la distinción del destino (Schicksal) y la determinación (Bestimmung).

Para la tradición clásica y medieval, la Fortuna había sido entendida como un capricho del destino, un símbolo de la inestabilidad del mundo sublunar. Para Maquiavelo, en cambio, la Fortuna deja de ser una potencia metafísica ab extra o una manifestación de la voluntad divina, para devenir una fuerza inmanente que encarna lo que denomina “la realidad efectiva de las cosas”, la cual se presenta, objetivamente, como mutabilidad o incertidumbre del ámbito político. Siendo el resultado de la acción del sujeto, la Fortuna toma vida propia, al punto de que puede transformarse en un torrente impetuoso que, cuando se desborda, destruye todo a su paso. Tal como sucede con el Aprendiz de brujo del cuento de Goethe, una vez que la Fortuna adquiere vida propia, el poder humano no puede suprimir completamente su violencia, aunque sí puede prevenirla o contenerla mediante su previsión, audacia y energía. Maquiavelo utiliza esta metáfora hidráulica para expresar que, si bien la realidad está marcada por factores incontrolables, el hombre puede reducir su vulnerabilidad frente a ellos mediante la acción y la prudencia. En este sentido, la Fortuna no es concebida por él como una fuerza absolutamente ciega, dado que permite cierto margen de maniobra a quien posee la disposición adecuada.

Frente a la Fortuna se eleva la Virtù, un concepto clave y profundamente original en Maquiavelo. Lejos de identificarse con la virtud moral o la bondad en sentido cristiano, la Virtù para Maquiavelo recupera su significado original, en el sentido de vir, es decir, designa la energía, la inteligencia práctica, la audacia y la capacidad de adaptación que caracterizan al gobernante eficaz. Esta, según el autor de El Príncipe, es la cualidad por excelencia del hombre político, de aquel que comprende el cambio de las circunstancias de la Fortuna y sabe, en consecuencia, imponerse a ellas. La Virtù es, pues, la potencia creadora -precisamente, la praxis- del orden en medio del caos, el arte de transformar la necesidad en oportunidad. En su dimensión más profunda, encarna la astucia, la capacidad humana de dar forma a la historia, de intervenir activamente en ella, generando estabilidad en medio de la inestabilidad.

La relación entre ambos conceptos es, en consecuencia, inescindible y, en último término, correlativa, porque sin Fortuna, la Virtud carecería de campo de acción; sin Virtud, la Fortuna dominaría completamente el destino humano. Es verdad que Maquiavelo no niega la existencia del azar, pero no se resigna a él. Por eso mismo, considera que la Fortuna gobierna la mitad de nuestras acciones, dejando la otra mitad para la Virtud de los hombres. Sobre la base de esta concepción dialéctica, la política se transforma en el espacio de una lucha constante entre las fuerzas objetivas, que se presentan como condiciones naturales inevitables y la persistencia de la energía de la actio mentis. Precisamente, la grandeza de El príncipe consiste en saber leer los signos del tiempo, reconocer la dirección de los vientos de la Fortuna y actuar con decidida resolution antes de que las oportunidades se esfumen. Virtù, en consecuencia, implica tanto capacidad de cálculo y prudencia como de audacia e impulso: un equilibrio entre la voluntad creativa y la razón estratégica.

Maquiavelo ejemplifica la existencia efectiva de esta capacidad en figuras históricas como la de César Borgia, cuya Virtù lo llevó a construir un poder hegemónico en medio de la fragmentación de la sociedad italiana aunque, finalmente, sucumbió ante la poderosa adversidad de la Fortuna. En su análisis, Maquiavelo no exalta el éxito material como tal, sino la energía vital del agente político, su capacidad de fundar, conservar o renovar un Estado. La Virtù es, en este sentido, una forma de sabiduría práctica, según la comprensión aristotélica de la phronesis, es decir, una comprensión profunda de la realidad política en su crudeza, sin ilusiones morales ni providenciales. Su valor no radica en la bondad, sino en la eficacia, en la potenciación del hacer que las cosas sean efectivamente.

Hay en esta concepción una auténtica revolución moral e intelectual. Maquiavelo sustituye la idea medieval de un orden del mundo regido por la providencia divina por una visión antropocémtrica y secular del quehacer político. La humanidad, a través de la Virtù, se reconoce como la artífice material y espiritual de su propio destino, aunque dentro de los límites que le impone la Fortuna, su otreadad. Se trata de una sustitución que coloca al pensamiento de Maquiavelo en el umbral de la modernidad: el poder ya no se justifica por principios trascendentes, sino por su capacidad inmanente de producir el orden y la conexión de las ideas y las cosas. Con Maquiavelo, la política se emancipa de la teología y se convierte en un saber autónomo, basado en la observación realista de la historia humana.

La Fortuna, sin embargo, conserva un elemento trágico. Maquiavelo reconoce que ninguna Virtù es invulnerable: la historia, precisamente, está llena de ejemplos de príncipes virtuosos arruinados por circunstancias adversas. De ahí que la sabiduría política consista no solo en actuar con fuerza, sino también en saber adaptarse a los cambios. Cuando las condiciones mutan, la Virtù se transforma. Por eso, quien fue prudente en tiempos de calma puede necesitar audacia en tiempos de peligro. La inflexibilidad conduce al fracaso. La Virtù no es un conjunto de reglas fijas, una suerte de manual o de metodología de la acción política, sino la capacidad efectiva de poder responder ante el incesante fluir de la vida.

Fortuna y Virtud expresan la tensión constitutiva de la objetividad y la subjetividad en el interior de la experiencia política real, que es, además una de las características fundamentales del ser social. Maquiavelo introduce una comprensión del poder que, lejos de apoyarse en preceptos morales o religiosos, se sustenta en la observación del movimiento effettuale de la cosas. La Virtù aparece así como la reafirmación de la humanidad frente a la Fortuna: es el triunfo de la fuerza creadora, la libertad y la inteligencia en la lucha contra el inexorable destino. Pero ese triunfo no es definitivo: la Fortuna, siempre imprevisible y cambiante, exige la continua reinvención de la Virtù. Y en medio de este equilibrio inestable, entre la necesidad y la libertad, se cifra la más profunda verdad de la praxis política, a saber: que el destino le pertenece solo en parte a los dioses, porque el resto le pertenece al coraje de la humanidad..