La Metafísica de Aristóteles (α)
José Rafael Herrera
@jrherreraucv
“Aristóteles es el pensador más profundo y más verdadero del mundo antiguo”
G.W.F. Hegel
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| Aristóteles (384-322 a.C.), cuya "Metafísica" explora el deseo natural de saber y las "causas primeras" del ser. |
La Metafísica de Aristóteles se abre con una afirmación que, más que una sentencia, parece una constatación ontológica: “Πάντες ἄνθρωποι τοῦ εἰδέναι ὀρέγονται φύσει” —“todos los hombres desean por naturaleza saber” (980a1). Este impulso originario hacia el deseo de saber pertenece, según él, a la esencia misma del hombre y se manifiesta en el placer que acompaña a los sentidos, especialmente a la vista, pues “no sólo para actuar, sino también sin intención de hacerlo, preferimos la vista a todos los demás sentidos”. La capacidad de ver comporta, para Aristóteles, una modalidad metafórica del saber, dado que es por medio de la vista que percibimos las diferencias, las formas y los movimientos, y es por medio de ella que se abre el horizonte de la experiencia racional.
El saber no nace de la necesidad, sino del thaùma, del maravillarse o asombrarse. Y es justamente el maravillarse ante la existencia del mundo lo que impulsa al hombre a penetrar en busca de las causas de aquello que lo ha maravillado. De hecho, la historia del saber humano, según el texto aristotélico, se configura como un ascenso desde la percepción (aisthesis) a la memoria (mnēmē) y, de ésta, a la experiencia (empeiría) para, finalmente, conquistar el arte (téchnē) y la ciencia (epistēmē). La percepción da la visión singular; la memoria la conserva; la experiencia la hace repetible; el arte comprende sus causas, mientras que la ciencia, en su viaje de regreso desde los efectos hasta las causas, demuestra la totalidad de su verdad. Quien posee experiencia sabe que algo ocurre; quien posee arte sabe por qué ocurre. Por eso, el arte es más universal y, en cierto sentido, más libre, ya que conoce los principios que gobiernan los casos particulares.
Aristóteles describe esta progresión como una liberación progresiva respecto de las necesidades prácticas de la vida: los saberes técnicos y útiles son valiosos, pero están subordinados a fines externos. En cambio, el saber más alto, la sabiduría (sophía), es capaz de buscar por sí mismo. “El sabio —dice el gran pensador de Estagira— no busca lo útil, sino el saber por el saber”. En esta medida, la sophía es el conocimiento de las causas y de los principios más universales y necesarios: “ἡ σοφία ἐστὶν ἐπιστήμη τῶν πρώτων αἰτίων καὶ τῶν ἀρχῶν”: “La sabiduría es la ciencia de las causas primeras o de los principios” (981b28). La sabiduría, siendo ciencia de lo eterno, no tiene un fin fuera de sí misma; por eso es la ciencia más libre y la más próxima a lo divino.
El sabio, según Aristóteles, conoce las causas, enseña, ordena los demás saberes y busca la verdad sin atender a la utilidad. Su objeto no es el cambio, sino lo inmóvil y necesario. Por eso, la filosofía primera o metafísica es también una ciencia teológica: el ser divino es el que conoce de modo más perfecto las causas, y el filósofo, al contemplarlas, participa de esta forma del saber.
Luego de definir la naturaleza del conocimiento, Aristóteles emprende un recorrido histórico por los intentos de sus predecesores de hallar el principio (arché) de todas las cosas. En este relato reconoce la necesidad de pasar del mito al pensamiento racional. Tales de Mileto, al afirmar que el principio es el agua, inaugura la búsqueda de la causa de la naturaleza. Anaxímenes y Diógenes proponen el aire; Heráclito, el fuego; Empédocles, los cuatro elementos; Anaxágoras, el Nous o Intelecto ordenador; los pitagóricos, el número, y Platón, las Ideas. En esta historia del desarrollo de los conceptos, Aristóteles ve una misma aspiración: el intento de explicar la totalidad del ser a partir de un principio unificador. Pero también advierte en ellos una limitación: la reducción del principio a una sola causa, generalmente material o eficiente.
La contribución de Aristóteles consiste en mostrar que, más allá del mero conocimiento, el proceso completo del saber exige la consideración de, por lo menos, cuatro causas: la material (de qué está hecho algo), la formal (qué es ese algo), la eficiente (de dónde proviene su cambio) y la final (para qué existe). Estas causas no son compartimentos aislados, sino momentos complementarios del ser. La ciencia más alta será aquella capaz de integrarlas en una unidad, comprendiendo el ser no como mera suma de elementos, sino como una estructura ordenada, compleja y, en este sentido, concreta.
A juicio de Aristóteles, los primeros físicos no supieron reconocer la causa formal ni la final. Los pitagóricos redujeron la forma al número, mientras que Platón, aunque introdujo la idea de causas formales y finales, las separó del mundo sensible, escindiendo la realidad en dos ámbitos inconexos. “Decir que las Ideas son causas de las cosas sensibles —observa— es decir lo mismo dos veces”. Al separar las formas del devenir, Platón dejó sin resolver la relación entre lo inteligible y lo sensible. La filosofía primera deberá superar esa escisión, fundando una ciencia del ser en cuanto ser (to on hē on), que unifique las causas y explique la realidad en su totalidad.
Finalizando el Libro I, Aristóteles muestra que la sabiduría no es una mera acumulación de conocimientos, o en términos contemporáneos, que hablar de la Episteme no es lo mismo que hablar de epistemología, sino que se trata, más bien, de comprensión de las razones últimas, y conviene, en tal sentido, recordar que comprender quiere decir superar. Su objeto no es, en consecuencia, el del ser particular ni el del devenir contingente, sino que es acerca de lo que es, y por ende, acerca de lo que es necesario y eterno. El sabio contempla las causas, y en ello imita a Dios, cuyo pensamiento se piensa a sí mismo. Por eso, la sabiduría humana, aunque limitada, participa de la libertad y de la serenidad del intelecto divino.
El primer libro de la Metafísica aristotélica cumple, pues, una función doble, a saber: ontológica e histórica. Desde el punto de vista del saber ontológico, traza el itinerario que conduce desde la sensibilidad y la experiencia a la ciencia, de la ciencia a la sabiduría y de la sabiduría a la necesidad práctica, la libertad y de la contemplación. Desde el punto de vista del saber histórico, ofrece una revisión crítica y hermenéutica de los esfuerzos de los primeros filósofos por descubrir el principio del ser, reconociendo en ellos los primeros fundamentos de la metafísica. En ambas direcciones, el texto establece el punto de partida de toda verdadera filosofía, es decir, que el saber más alto no consiste en la recolección de cosas sino en la reconstrucción comprehensiva de las causas a partir de los efectos.
El hombre desea saber porque está abierto al ser. Y la Metafísica enseña que esa apertura es, al mismo tiempo, una forma de libertad y de divinización: la libertad del pensamiento que se basta a sí mismo y la divinización de la mente que busca, en las causas primeras, la razón última de todo lo que es. Se comprende porqué Hegel pudo ver en la Metafísica de Aristóteles el germen genial de la lógica dialéctica y del historicismo filosófico.

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