10 interpretaciones del Quijote: Del Canon Clásico al Nacimiento del Ser y la Consciencia

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Afrontar la tarea de poner en diálogo mi trabajo —esta "Arqueología del Pensamiento" pensada a partir del "Juego de las Negritas" en la Edición filosófica del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha— con las diez interpretaciones filosóficas más canónicas del Quijote es un ejercicio de responsabilidad. Es una confrontación crítica, un intento de medir las consecuencias de pensar el Quijote como filosofía pura, escribiendo desde mi propia voz y perspectiva.

Mi tesis es clara: en las entrañas del Quijote, Cervantes codificó la genealogía de la conciencia moderna. A través de un método casi empírico, muestro aquí las fases de esta genealogía: el nacimiento del "Yo Monolítico" en la Primera Parte, un sujeto que se funda a sí mismo sobre la certeza de su SER y la fuerza de su DESEO; y su posterior desintegración en la Segunda Parte, dando lugar a la "Identidad Huérfana", un yo fragmentado que busca su ser en la DUDA, la OPINIÓN y la FAMA. No es un análisis literario; es un sistema filosófico que busca explicar la herida fundacional de la modernidad.

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Veamos, pues, cómo dialoga este sistema con las grandes lecturas que han dado forma a nuestra comprensión de la obra.

Comparativa Crítica: "Arqueología del Pensamiento" frente a las Lecturas Filosóficas del Quijote


    Colección Completa Don Quijote - Edición Filosófica (Partes I y II)
    La obra completa de Cervantes en dos volúmenes diferenciados. Esta edición de Ediciones Microfilosofía propone una lectura filosófica del clásico, resaltando los conceptos que forjan la identidad y la consciencia moderna.

    1. Frente al Idealismo Alemán (Schelling, Hegel, Schopenhauer)

    La interpretación del Idealismo Alemán, que inaugura la lectura filosófica moderna del Quijote, se fundamenta en la gran colisión metafísica entre el Ideal y lo Real. Don Quijote es la encarnación del Espíritu, de la Poesía, de un anhelo infinito que se estrella contra la prosa finita y material del mundo. Es una tragedia de principios abstractos, una epopeya del Espíritu Universal en su dolorosa confrontación con la materia.

    Mi "Arqueología del Pensamiento" parte del reconocimiento de esta fractura fundamental, pero la arranca del cielo de la metafísica para anclarla en la tierra de la psique individual. Mi trabajo no niega la lucha, pero la internaliza y le da una genealogía precisa y textualmente demostrable. El "Ideal" de los filósofos alemanes no es, en mi lectura, una categoría abstracta del Espíritu, sino el proyecto concreto, observable y desesperado del "Yo Monolítico" que describo en la Primera Parte. No es el "Infinito" chocando con lo "Finito"; es la voluntad de un hombre que, a través de la fuerza de su deseo (cupiditas), intenta imponer su sistema de "ser" sobre la materia. Mi método de las negritas me permite probarlo: El verbo ser se utiliza cualitativamente en ambas partes, en la primera consiste en la asunción de una certeza guiada por el deseo, de un deseo formado por la imaginación Creada por los libros de caballerías y la certeza inquebrantable de "SIN DUDA" (73 veces) en la primera parte, y su posterior desaparición absoluta en la segunda parte, no son los síntomas de un "espíritu idealista" genérico, sino las herramientas lingüísticas concretas con las que una forma específica de conciencia construye su realidad.

    Mi Quijote no es un símbolo del Espíritu, es el "paciente cero" de nuestra propia condición psicológica. Mientras que para Hegel el Quijote representa una fase histórica en la que el Espíritu aún no ha aprendido a reconciliarse con el mundo, mi análisis ofrece un diagnóstico cercano y personal. La "tragedia" no es la de un Espíritu universal, sino la del individuo moderno naciente, cuyo proyecto de auto-fundación es, por su propia naturaleza solipsista, y destinado al fracaso.

    Es en la interpretación de la Segunda Parte donde sucede. La fractura no es simplemente entre el "Yo" y el "Mundo", sino entre el "Yo" y la mirada de los "Otros". La desaparición de la certeza y la irrupción de la DUDA, la OPINIÓN y la FAMA describen un drama muy sutil y, para nosotros, más relevante: la disolución de ese "Yo" en un juego de espejos social. Donde el Idealismo ve una simple derrota del Ideal frente a la Realidad, yo veo una mutación en la estructura misma del ser, el nacimiento traumático de la "Identidad Huérfana". En resumen, si el Idealismo Alemán identificó el qué del conflicto, mi "Juego de las Negritas" ha permitido excavar el cómo (el mecanismo psíquico y lingüístico) y el porqué (la crisis de una conciencia que ya no tiene un lugar garantizado en el cosmos y debe inventárselo).

    2. Frente a Miguel de Unamuno

    La lectura de Unamuno es una exégesis agónica, una apropiación pasional. En su Vida de Don Quijote y Sancho, él no interpreta, sino que comulga. Don Quijote es un santo, el Cristo español, y su locura es la forma más elevada de fe. Unamuno construye un evangelio contra la razón pragmática, despreciando al "cuerdo" Cervantes para canonizar al "loco" Quijote, viéndolo como el arquetipo de la España eterna.

    Mi proyecto y el de Unamuno comparten una intuición central: la primacía de la voluntad en la creación de la realidad. Ambos vemos en Don Quijote a un creador, no a un mero demente. Sin embargo, nuestros caminos se bifurcan radicalmente en el método y en el fin. Unamuno opera por apropiación mística, yo por distanciamiento analítico. Él quiere fundirse con el misterio del Quijote; yo quiero desvelar su mecanismo.

    Donde Unamuno ve la "fe que crea", un milagro del espíritu, mi análisis de las negritas revela la arquitectura lingüística que sostiene esa fe. Su "fe" es mi "SIN DUDA" (73 veces). Su "voluntad creadora" es la ontología del verbo "SER". Mi trabajo desmitifica la lectura de Unamuno sin restarle un ápice de profundidad. Muestro que la "locura" quijotesca no es un acto de magia, sino el resultado de un sistema de pensamiento con reglas gramaticales y psicológicas precisas. Soy, en cierto modo, el Spinoza frente al misticismo de Unamuno: busco las causas necesarias, la "geometría" de esa alma que él solo quiere venerar.

    Mi análisis de la Segunda Parte, además, constituye una crítica fundamental a la visión estática de Unamuno. Él necesita un santo inmutable, un mártir de una fe que no flaquea. Por eso, la melancolía, la duda y la derrota final del segundo libro apenas encajan en su hagiografía. Para mí, en cambio, esa "derrota" es el nudo central de la tesis de Cervantes. La transición del "Yo Monolítico" a la "Identidad Huérfana" es la verdadera historia que se nos cuenta, una historia de transformación y colapso que Unamuno, en su afán por crear un mito nacional, se ve obligado a ignorar. Mi Quijote no es un santo eterno; es un ser histórico cuya estructura de conciencia muta y finalmente se desintegra ante la presión del mundo social. Mientras Unamuno nos ofrece al Quijote como un modelo a imitar, mi análisis lo presenta como un diagnóstico a comprender. Y esa es la diferencia entre la fe y la filosofía.

    3. Frente a José Ortega y Gasset

    Ortega, con su célebre "Yo soy yo y mi circunstancia", nos ofrece una lectura de reconciliación. El Quijote es la escenificación de un divorcio trágico: el del "yo" (la voluntad, el impulso vital) y su "circunstancia" (la realidad española, la Mancha). El fracaso de Don Quijote es el de un yo que intenta imponerse sin dialogar con su entorno. La filosofía que se deriva de ello es una llamada a la integración, a "salvar la circunstancia" para realizarnos.

    Mi "Arqueología del Pensamiento" tiene un puntos en común con Ortega, pero lo hace para actualizarlo y radicalizarlo. No contradigo su fórmula, sino que demuestro que la "circunstancia" que define la modernidad ha mutado de forma dramática. Si para Ortega la circunstancia era el mundo exterior, la realidad objetiva que se resiste al yo, mi análisis de la Segunda Parte demuestra que la circunstancia más determinante de nuestra era ya no es el paisaje, sino la mirada del otro.

    En la Primera Parte, mi "Yo Monolítico" encarna a la perfección al "yo" orteguiano que se abstrae de su circunstancia. Su lucha es contra la materia inerte de la Mancha. Pero en la Segunda parte, el campo de batalla cambia. La "circunstancia" ya no es el entorno físico, sino el entorno social: la fama, la opinión, las burlas de los Duques, la existencia de un libro que habla de él. El "yo" del Quijote ya no choca contra molinos, sino contra las expectativas, las interpretaciones y las manipulaciones de los demás. La "circunstancia" se ha vuelto psicológica e intersubjetiva. Mi concepto de "Identidad Huérfana" es, en esencia, la descripción de un yo cuya única circunstancia es el reflejo de sí mismo en los demás.

    Por tanto, mi trabajo es una actualización crucial de la tesis de Ortega. "Salvar la circunstancia" hoy ya no significa (o no solo) entender la realidad física o histórica, sino aprender a navegar la red de miradas, opiniones y representaciones que constituyen nuestro mundo social. Mientras Ortega diagnostica la enfermedad de la modernidad española —la incapacidad de unir el yo y el mundo—, mi análisis diagnostica la enfermedad de la modernidad global: la disolución del yo en un mundo que se ha convertido en pura circunstancia social, un "teatro" donde el ser se confunde con el parecer.

    4. Frente a György Lukács

    Lukács, en su Teoría de la novela, nos presenta al Quijote como la gran epopeya de la "orfandad trascendental". Es la obra que funda la novela moderna al escenificar la fractura entre un héroe "problemático" que busca un sentido absoluto y un mundo que se ha vuelto contingente y "sin dioses".

    Mi interpretación coincide con la de Lukács, pero le proporciona la anatomía interna a su diagnóstico histórico. Mi concepto de "Identidad Huérfana" es la encarnación psicológica y existencial de su "orfandad trascendental". Lukács nos dice que el hombre moderno está solo en el cosmos; mi análisis de las negritas muestra cómo se siente y cómo se piensa esa soledad desde dentro.

    Mientras Lukács describe una condición general, mi trabajo la descompone en sus fases evolutivas. La Primera Parte, con el "Yo Monolítico", no es todavía la aceptación de la orfandad, sino su negación desesperada. Es un acto de voluntad pura por reconstruir, en solitario, la totalidad con sentido que se ha perdido. Don Quijote se inventa su propio panteón (la caballería andante), sus propias leyes cósmicas. Es un intento heroico y condenado de llenar el vacío dejado por los dioses con la fuerza de su propio deseo.

    La Segunda Parte, en cambio, es la crónica de la aceptación de esa orfandad. La desaparición del "SIN DUDA" y la emergencia de la DUDA y la OPINIÓN son el acta de defunción de la totalidad. El héroe ya no busca un sentido absoluto en el cosmos, sino la aprobación relativa de los demás. La búsqueda de la trascendencia se ha convertido en una búsqueda de reconocimiento social. En términos spinozistas, la alegría activa de un deseo que se afirma (affectum) se transforma en las pasiones tristes de un deseo que depende de causas externas (affectibus).

    Por lo tanto, donde Lukács ve una condición estática —la del mundo moderno sin dioses—, yo veo un proceso dinámico: primero, el intento de recrear a los dioses a través de la voluntad (Parte I); y segundo, la rendición a un mundo de hombres y la búsqueda de un sustituto de la divinidad en la mirada del otro (Parte II). Le doy un rostro, una voz y una evolución a la abstracción de Lukács.

    5. Frente a Michel Foucault

    La arqueología de Foucault en Las palabras y las cosas sitúa a Don Quijote en la bisagra entre dos épocas del saber (epistemes). Es el último hombre del Renacimiento, un mundo de semejanzas donde las palabras y las cosas estaban mágicamente conectadas. Su locura consiste en seguir buscando esas semejanzas en un mundo que ya ha entrado en la Edad Clásica, la era de la representación, donde los signos se han separado de las cosas.

    Mi "Arqueología del Pensamiento" y la arqueología de Foucault son muy compatibles; son, de hecho, dos caras de la misma moneda. Foucault describe el cambio en la estructura del conocimiento; yo describo el cambio en la estructura de la conciencia que acompaña a esa misma transición histórica.

    Mi "Yo Monolítico" de la Primera Parte es la perfecta encarnación psicológica del hombre de la semejanza. Su certeza absoluta ("SIN DUDA") y su poder para definir la realidad ("SER") provienen de su fe inquebrantable en que las palabras y las cosas están unidas. Él lee el mundo como un texto lleno de firmas: la bacía es el yelmo de Mambrino porque comparte la semejanza de la "protección de la cabeza". Su método no es la observación empírica, sino la hermenéutica de la semejanza.

    La Segunda Parte, en mi análisis, es el doloroso ingreso del sujeto en la edad de la representación que describe Foucault. La explosión de la DUDA, el PARECER y la OPINIÓN son los síntomas de un mundo donde los signos se han soltado de las cosas. La realidad se ha vuelto un TEATRO, una representación, como Foucault mismo señalaría. Mi "Identidad Huérfana" es la condición del sujeto que debe vivir en este nuevo espacio de la representación, un espacio donde la verdad ya no se encuentra en la correspondencia secreta entre la palabra y el mundo, sino en la validación social del signo. Mi trabajo, por tanto, dota de un drama existencial a la estructura histórica de Foucault. Él nos da el mapa del cambio epistemológico; yo narro la experiencia de un individuo que vive esa fractura en carne propia. Mi Quijote es la conciencia que sangra en la grieta que separa una episteme de otra. Sin embargo, en este riguroso y necesario proyecto de desmantelamiento, se produce lo que en mi edición del Quijote denomino el error posmoderno. Al centrarse exclusivamente en la desintegración y en la crítica, esta filosofía se aleja, y a menudo desprecia, la capacidad de sentir la unión del affectibus: el afecto en su forma activa, plural y colectiva. Pierden la capacidad de concebir un afecto que no sea una imposición del poder, sino una fuerza constituyente de comunidad y sentido.

    Este affectibus colectivo y unificador es precisamente lo que Cervantes escenifica en un momento crucial y a menudo subestimado de la novela: la revelación que sigue al sueño de seis horas de Don Quijote en su casa, 3 días antes de morir. Ese no es un simple descanso; es un momento de profunda transformación interior, un instante de suspensión donde, en mi imaginación del sueño no descrito del protagonista, las imágenes de las cosas (su pasado, sus lecturas, sus anhelos) se unen finalmente con un afecto múltiple, que viene a expresar justo a continuación: “¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.”. Esto no es ya su afecto individual, ni siquiera el afecto de una nación, sino el de una época histórica entera, es la consciencia lógica del Affectibus. Don Quijote, por un instante, siente y comprende el alma de su tiempo, la transición de un mundo a otro. Es un momento de síntesis que la deconstrucción posmoderna, en su fobia a la totalidad, es incapaz de pensar.

    Se entiende, por supuesto, el origen de esta fobia. Foucault y los demás, herederos de una crítica marxista, ven al individuo moderno como un ser fundamentalmente alienado. El sujeto está además vigilado y castigado, atrapado en las redes de un poder disciplinario. Su trabajo no le deja ser libre, sino que lo convierte en un engranaje de la maquinaria capitalista, alienado primero y después abusado. Desde esta perspectiva, la lucha individual y voluntarista de un Don Quijote por forjar su propia identidad no solo es anacrónica, sino que es inútil, una distracción burguesa frente a la necesidad de una lucha colectiva contra el sistema. El Quijote, dicen, ya no sirve.

    Ahora bien, es aquí donde la historia nos obliga a replantear la cuestión. La revolución de la Inteligencia Artificial ya nos está alejando, de forma acelerada, del trabajo monótono y alienante del proletario que tanto preocupaba a Marx y a Foucault. La producción se automatiza, y con ello, la vieja crítica a la alienación laboral empieza a perder su objeto. Pero esta liberación nos arroja a un nuevo problema, quizás más profundo: con la necesidad imperiosa de ser alguien que impone el individuo digital, con la obligación de construir una identidad en el escenario virtual, la pregunta por el "yo auténtico" vuelve con una fuerza arrolladora.

    Si el trabajo ya no nos define, ¿qué lo hará? Si las viejas estructuras se han disuelto, ¿cómo mantenemos una identidad? En este nuevo lugar, la figura del Quijote, lejos de ser obsoleta, se revela como nuestro contemporáneo más exacto. Su lucha por crear un ser a partir de la voluntad, su artesanía de la propia conciencia, su negativa a ser un mero engranaje, llegan con una urgencia que la crítica posmoderna no pudo prever. La cuestión, por tanto, queda ahí, abierta y desafiante.

    6. Frente a René Girard

    La teoría del "deseo mimético" de René Girard tiene en el Quijote su texto fundacional. Girard postula que nuestro deseo no es espontáneo, sino que siempre lo imitamos de un modelo o mediador. Don Quijote es el arquetipo de este mecanismo: no desea ser caballero en abstracto, desea ser como Amadís de Gaula. Toda su aventura está mediada por este modelo literario.

    Mi interpretación no solo es compatible con la de Girard, sino que la absorbe y la dota de un marco filosófico. El deseo mimético de Girard es una descripción brillante de un mecanismo psicológico. Mi trabajo, al conectar el deseo con la filosofía de Spinoza y con la estructura general de la conciencia, explica el fundamento ontológico de ese mecanismo.

    En mi lectura, el deseo mimético de Amadís de Gaula es la técnica que el "Yo Monolítico" utiliza para construir su proyecto de ser. En un mundo que ha perdido sus guías trascendentales (la "orfandad" de Lukács), el yo necesita un nuevo guion. Los libros de caballerías, con Amadís como mediador supremo, ofrecen ese guion. La imitación no es un signo de debilidad, sino la única estrategia disponible para un yo que tiene que inventarse a sí mismo desde cero.

    La conexión con Spinoza es crucial aquí. Si el deseo (cupiditas) es el esfuerzo por perseverar en el propio ser, el deseo mimético es la forma que adopta ese esfuerzo en un individuo que carece de un ser predefinido. Se persevera en el ser... de otro. Pero mi análisis va más allá, especialmente en la Segunda Parte. Girard se centra en el mediador inicial, pero mi concepto de "Identidad Huérfana" describe una generalización del mimetismo. En la segunda mitad de la novela, el mediador ya no es solo Amadís. Ahora, el deseo de Don Quijote está mediado por la opinión de todos. Desea ser lo que los Duques esperan que sea, desea ser el personaje de la "famosa" historia que se ha escrito sobre él. El mimetismo se ha vuelto difuso, socializado. El deseo ya no lo dicta un único modelo heroico, sino la mirada anónima y colectiva. Esta es una evolución que la teoría de Girard no enfatiza tanto, pero que mi análisis de la FAMA y la OPINIÓN pone en el centro del escenario. Muestro cómo el deseo mimético, en la modernidad tardía, se convierte en el motor de una identidad narcisista que busca constantemente su reflejo en el deseo de los demás.

    7. Frente a Erich Auerbach

    Erich Auerbach, en su monumental Mímesis, se centra en el estilo. La genialidad de Cervantes, para él, reside en su capacidad para romper la separación clásica de estilos. Lo sublime (el discurso de la Edad de Oro) y lo bajo (la realidad de los cabreros) coexisten en el mismo plano. Esta mezcla es el nacimiento del realismo moderno.

    Auerbach analiza la superficie estilística del texto; yo analizo la estructura profunda de la conciencia que produce ese estilo. Nuestros trabajos son perfectamente complementarios: yo explico el porqué filosófico del cómo estilístico que describe Auerbach.

    La mezcla de estilos que tanto fascina a Auerbach es el resultado directo de la colisión entre el "Yo Monolítico" y el mundo. El estilo "sublime" es el lenguaje del proyecto quijotesco, el discurso de un yo que opera con universales: Justicia, Honor, Amor. El estilo "bajo" o "cotidiano" es el lenguaje de la percepción empírica, del mundo de Sancho. La grandeza de Cervantes, y lo que mi análisis revela, es que la novela no es la victoria de un estilo sobre otro, sino la puesta en escena de su fricción constante.

    Mi análisis de la Primera y Segunda Parte permite historizar esta mezcla. En la Primera Parte, la colisión es más violenta. El discurso sublime del "Yo Monolítico" choca contra la dura realidad y produce un efecto cómico o trágico. En la Segunda Parte, la mezcla es más compleja. El Quijote de la "Identidad Huérfana" ya no puede sostener el estilo sublime con la misma certeza. Su lenguaje se vuelve más dubitativo, más irónico, más consciente de la presencia del otro estilo. Aprende a "jugar" con los diferentes niveles de realidad. El realismo que Auerbach identifica no es un simple reflejo "objetivo" de la realidad. Es la representación de una conciencia fracturada que ya no puede imponer un único estilo —una única visión del mundo— sobre la realidad. La mezcla de estilos es la manifestación estética de la crisis psicológica que hoy habitamos. Auerbach nos muestra el efecto en el lienzo; mi "Juego de las Negritas" nos muestra el terremoto en la mente del pintor.

    8. Frente a Irving Howe

    Irving Howe y otros críticos de su generación ven a Don Quijote como el arquetipo del intelectual moderno: un hombre de ideas, alienado de una sociedad pragmática. Su aventura es la noble pero melancólica lucha del pensamiento en un mundo que ya no lo valora.

    Esta interpretación es una versión secularizada y sociológica del dualismo del Idealismo Alemán. Mi trabajo profundiza y complica enormemente esta visión. El "Yo Monolítico" de la Primera Parte no es simplemente un "intelectual". Un intelectual analiza el mundo; el primer Quijote lo crea. Es un demiurgo, un fundador, no un crítico. Su conflicto no es el del alienado, sino el del soberano. Es una figura mucho más radical.

    Sin embargo, es en la Segunda Parte donde mi modelo se vuelve indispensable. La figura del Quijote como "Identidad Huérfana" es un retrato mucho más preciso y devastador del intelectual contemporáneo que el de Howe. El problema del Quijote de 1615 ya no es que la sociedad no lo entienda; el problema es que lo entiende demasiado bien y lo convierte en un producto de entretenimiento, en una celebridad. Su tragedia no es la alienación, sino la integración perversa. Es la tragedia del intelectual que depende de la FAMA y la OPINIÓN, que mide su valor por el número de sus seguidores, que se convierte en un personaje de su propia narrativa pública.

    Mi análisis demuestra que la verdadera crisis del intelectual moderno no es la marginación, sino la disolución de su identidad en el espectáculo social. La lucha ya no es contra un mundo materialista, sino por mantener la coherencia en un mundo de imágenes y representaciones. Mi trabajo, por tanto, no solo describe al primer intelectual moderno, sino que diagnostica la patología específica del intelectual en la era del narcisismo y la cultura de la celebridad, una patología que la visión de Howe, anclada en una sociología más clásica, no podía anticipar.

    9. Frente a Marthe Robert

    Desde el psicoanálisis, Marthe Robert propone que la novela moderna surge del "romance familiar" freudiano. El héroe es un "bastardo" que, insatisfecho con su origen mediocre, se inventa un linaje noble. Alonso Quijano es el arquetipo que renuncia a su "familia" real (la prosa de la Mancha) para reclamar su herencia imaginaria (el linaje de Amadís de Gaula).

    La teoría de Robert y la mía son algo compatibles, pero operan en diferentes niveles. La de Robert es una explicación psicológica universal del impulso narrativo. La mía es un análisis histórico y filosófico de la manifestación concreta de ese impulso en el momento fundacional de la modernidad.

    El "Yo Monolítico" es la versión filosófica del "bastardo" de Robert. El acto de renombrarse y de inventarse un linaje es precisamente el acto de auto-fundación que yo describo. Sin embargo, mientras que para Robert esta es una fantasía psicológica, yo la sitúo en un contexto de crisis civilizatoria: no se trata de un hijo que rechaza a sus padres, sino de la Humanidad que se ha quedado huérfana de Dios-Padre y se ve obligada a inventarse un nuevo linaje.

    Mi concepto de "Identidad Huérfana" le da la vuelta a la tesis de Robert. Si la novela nace de un "bastardo" que se inventa un origen, mi análisis de la Segunda Parte muestra la consecuencia última de ese acto: una vez que te has desconectado de tu origen "real", te quedas permanentemente huérfano. La identidad ya no puede anclarse en ninguna parte. La búsqueda de la aprobación social (FAMA, OPINIÓN) es el intento desesperado de este huérfano por encontrar una nueva "familia" que lo adopte y le diga quién es.

    Por tanto, mi trabajo sigue al arco que Robert inicia. Ella explica el impulso inicial de la novela (la fantasía de un nuevo origen), y yo explico el resultado final de ese impulso: una identidad permanentemente inestable y dependiente. Mi Quijote es el "bastardo" de Robert, pero elevado a la categoría de tragedia filosófica universal.

    10. Frente a Gustavo Bueno y el Materialismo Filosófico

    Esta es la confrontación más radical y, a la vez, la más productiva. La escuela de Gustavo Bueno rechaza las interpretaciones psicologistas y propone una lectura estrictamente política y estructural. El Quijote es un sistema filosófico que cartografía y defiende la "Idea de España" como Imperio Católico Universal. La locura del personaje es un mero dispositivo para que Cervantes pueda abarcar todas las facetas de esa realidad imperial.

    A primera vista, nuestras tesis son irreconciliables. Para Bueno, el protagonista es el Imperio; para mí, es la Conciencia. Para Bueno, la psicología es irrelevante; para mí, es el centro de todo.

    Sin embargo, una reflexión más profunda revela que no tenemos por qué ser excluyentes. Podemos ser las dos escalas de un mismo fenómeno. El materialismo filosófico describe el "hardware"; mi arqueología del pensamiento describe el "software". El Imperio Español que describe Bueno no es solo un contexto, es la condición de posibilidad para que nazca el sujeto que yo analizo. Fue precisamente la escala global del Imperio, su complejidad burocrática y su crisis teológica interna lo que destruyó las viejas certezas medievales y arrojó al individuo a la soledad existencial que da origen al "Yo Monolítico". El Imperio es el laboratorio. Mi Quijote es el resultado del experimento.

    Donde nuestros análisis chocan frontalmente es en el propósito de la obra. Para Bueno, es una apología, una defensa del sistema. Para mí, es un diagnóstico, la crónica de una herida. Sin embargo, ¿no podrían ser ambas cosas? ¿No podría Cervantes, al mismo tiempo que cartografía la estructura de su mundo (como quiere Bueno), estar registrando con una honestidad brutal el coste psicológico de vivir en ese mundo?

    En última instancia, mi trabajo ofrece una alternativa sistemática y rigurosa a la de Bueno, pero desde una perspectiva radicalmente diferente. Bueno y su escuela son los herederos de una filosofía política que ve la historia como una lucha de estructuras. Yo soy el heredero de una tradición que va de Averroes a Spinoza, que ve la historia como una sucesión de formas de la conciencia. El Quijote es un campo de batalla lo suficientemente vasto como para que ambos ejércitos puedan librar su combate. El materialismo filosófico nos explica la máquina del Imperio. Mi "arqueología del pensamiento" nos abre el fantasma que habita en esa máquina. Y quizás, solo entendiendo a ambos, podemos empezar a comprender la totalidad del genio de Cervantes.

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