¿Es la ciencia una forma de ideología?

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¿Es la ciencia una forma de ideología?
Se defiende la tesis de la independencia epistemológica de la ciencia con respecto a la ideología, en contra de quienes sostienen que todo es ideológico. Sin embargo, aun siendo cosas diferentes, ciencia e ideología no pueden ser separadas puesto que sin la unidad teórico-práctica de la razón nos veríamos abocados tanto a un conocimiento impotente como a una praxis totalmente entregada a la arbitrariedad.

Diferenciación entre ciencia e ideología

El término ideología admite por lo menos dos acepciones bien distintas, que son: 

1 - Ideología en sentido descriptivo: conjunto de ideas y valores que tienen como finalidad orientar la acción y conferir identidad a un grupo o grupos de hombres

2 - Ideología en sentido crítico: conjunto de ideas y valores que se presenta a sí mismo como discurso de la verdad, producto de un mecanismo inconsciente de ocultación de la realidad destinado a legitimar ciertas relaciones sociales (conciencia deformada)

Si bien la ideología en la primera acepción tiene un sentido neutro y no constituye necesariamente un obstáculo para la construcción de un conocimiento objetivo, la ideología en la segunda acepción (que tiene una carga peyorativa) es perniciosa y debe ser evitada en aras de la búsqueda de la verdad. 

Por su parte, la ciencia puede caracterizarse como:

conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible
Libro: Mario Bunge, La ciencia. Su método y su filosofía, p. 6

La ciencia necesita apoyarse en la objetividad. La objetividad implica referencia a la existencia de un mundo objetivo, esto es, independiente de los sentimientos o percepciones del sujeto. La objetividad es a su vez requisito para la verdad. No hay una verdad en sí, porque toda verdad depende de la intervención de nuestras construcciones conceptuales. De hecho, tampoco cabe hablar de una verdad, sino de muchas verdades, tantas como conocimientos correctos. Pero, a pesar de que no exista la verdad en sí, existe el ideal de verdad, que desde un punto de vista realista podemos hacer consistir en la coherencia o verosimilitud. El ideal de verdad es un principio regulador. Sin dicho ideal, ninguna ciencia funcionaría. Este principio regulador es una orientación ética hacia la crítica, la cual hace posible la falibilidad

Existe una asimetría entre ciencia e ideología, pues mientras la ideología puede ser estudiada científicamente, no puede haber un estudio ideológico de la ciencia (la ideología puede servirse de la ciencia, pero no está equipada para dar razón de ella). En particular, la ciencia social (la antropología, la historia), cuando se ocupa del estudio de las ideologías, contiene cláusulas propias de un metalenguaje, el cual se refiere a unos lenguajes-objeto, que en dicho caso son las ideologías. 

La afirmación "todo es ideológico" es dogmática porque está blindada contra toda demanda de demostración. Quienes parten de que todo es ideológico no pueden por menos que concluir que, en efecto, todo es ideológico. Pero entonces caen en un círculo vicioso y no prueban nada. Una definición tiene que poder ser suficientemente exacta como para que podamos aplicarla a un campo determinado de objetos y no a cualesquiera objetos sin discriminación. Las afirmaciones del tipo "todo es x" son metafísicas porque no parten de una delimitación positiva de un concepto sino que se mueven dentro de la ambigüedad y la imprecisión. 

En su crítica a las pretensiones de validez de la ciencia, quienes sostienen que todo es ideológico no solamente arremeten contra una determinada interpretación de ésta (el cientificismo, según el cual la ciencia nos proporciona la imagen verdadera, definitiva y total del mundo), sino contra la propia independencia epistemológica de la estructura científica, argumentando que los factores que intervienen en su construcción (psicológicos, sociales, históricos, etc.) niegan esa independencia. 

Pero, si la ciencia es posible, es porque se aparta, relativamente al menos, de toda hipoteca mítica o dogmática, mediante la delimitación de una región específica de la realidad y el refinamiento de sus instrumentos de análisis, observación y manipulación que le permiten, dentro de ese campo, alcanzar un conocimiento preciso y sistemático del mismo, un conocimiento objetivo, válido universalmente, o lo que es lo mismo: no ideológico. 

Si queremos usar los términos con un mínimo rigor, es preciso distinguir entre ciencia y usos ideológicos de la ciencia. Entiendo por usos ideológicos de la ciencia aquellos que pueden distorsionar, con algún fin político o social, tácito o explícito, el desarrollo de la ciencia en alguno de sus tramos, pero que no afectan al núcleo esencial de su investigación. Este núcleo es su vertiente epistemológica específica, es decir: la construcción de verdades a través de procesos de recurrencia caracterizados por operaciones de sujetos que establecen relaciones entre objetos haciendo uso de determinados signos lingüísticos

Pongamos un ejemplo. Se da un uso ideológico de la ciencia cuando se afirma que la biología "prueba" que existe una "persona" a partir del momento de la concepción, puesto que la biología no define ni puede definir lo que es una persona (que es un asunto filosófico). 

Sin embargo, el principio de no contradicción, no puede ser ideológico, principalmente porque la Lógica, como disciplina formal , puede ser aplicada a muchas ideologías. Como tampoco puede ser ideológico el teorema de Pitágoras, ni el primer principio de la termodinámica, ni la tabla de los elementos de Mendeleiev. De ahí que se incurra en un absurdo completo cuando se habla de una supuesta "ciencia burguesa" o una "ciencia feminista". 

Lo más que podemos hacer es establecer una analogía entre ciencia y praxis política. Así podríamos decir, forzando mucho los términos, que la aceptación de la demostración por reducción al absurdo en Geometría es como la aceptación del método dialéctico de discusión en política. Pero una analogía no es una identidad. En una analogía los términos de la comparación no pierden su independencia. La verdad científica no puede ser expresada jamás en términos políticos.

Según cierta versión del marxismo, habría una indiferenciación entre ciencia y compromiso político. Esto es, habría que reconocer que toda ciencia está comprometida ideológicamente con la transformación del mundo, y como resultado de tal compromiso, la ciencia tendría que ponerse al servicio de la lucha de clases, denunciar la opresión dentro del sistema capitalista y contribuir así a la emancipación humana. Pero, si bien es bueno apostar por la justicia social e incluso podemos conceder que la ciencia debe apoyar el objetivo de construcción de una sociedad más justa, es otra cosa muy distinta negar que la ciencia tenga una relativa autonomía, consistente en valores propios de objetividad y verdad.

La actividad científica misma se basa en la existencia de valores. Pero no necesariamente entendidos como “intereses sociales”. El principal valor es el de verdad. Gracias al ideal de verdad somos capaces de someter nuestra conocimiento a crítica, tanto empírica como teóricamente. La ciencia requiere, por tanto, de una ética propia fundamentada en valores autónomos.

En el marxismo, los valores importantes son los políticos: la lucha de clases. Este enfoque conlleva que la ciencia se pueda ver distorsionada. La tendencia a interpretar los fenómenos desde la perspectiva que previamente nos “exige” el compromiso político implica tomas de partido apriorísticas que nos pueden alejar, en ocasiones, de la verdad. El objetivo entonces es hacer cuadrar “los hechos” a las “teorías previas”. Cuando la actividad científica se confunde con la militancia política difícilmente estará dispuesta a poner en duda aquellos presupuestos en los que se fundamenta la praxis política.

En efecto, si a priori damos por hecho como verdad un determinado supuesto, porque dicho supuesto es necesario para fundamentar nuestra postura política, no vamos a querer renunciar a ese supuesto de ninguna manera a menos que estemos dispuestos a renunciar a la postura de la que partimos.

No habría problema si las teorías marxistas se tomaran como hipótesis de investigación, conjeturas. Pero el caso es que el compromiso político fuerte exige que se tomen como más que hipótesis: como convicciones firmes. Sin embargo, esas convicciones firmes a veces entran en confrontación con la ciencia, que solamente tiene fe en el ideal de verdad.


Diferenciación no quiere decir separación 

La independencia relativa de la ciencia con respecto a la ideología no quiere decir, sin embargo, que la ciencia pueda separarse del resto de la sociedad y desligarse de toda influencia. Es imposible excluir intereses extracientíficos de la investigación científica. 

En el caso de las ciencias sociales, la influencia de estos intereses es notable. Ahí la ideología es parte de la propia ciencia puesto que muchos problemas que los científicos sociales abordan tienen su origen en la apreciación de determinados hechos como "significativos" socialmente, apreciación en la que la adscripción ideológica del investigador interviene de modo importante. La falta de precisión conceptual y la ausencia de modelos matemáticos en la mayor parte de la ciencia social aumenta las dificultades. 

También en las llamadas "ciencias naturales" las controversias científicas han estado mediadas a veces por componentes claramente ideológicos, como por ejemplo la polémica entre evolucionistas y creacionistas o el rechazo del modelo cosmológico de Galileo por parte de la Iglesia Católica. Lo importante, no obstante, es diferenciar el momento de justificación científica del momento de controversia político-social. Lo más provechoso para los científicos que están interesados en proporcionar soluciones a los problemas sociales y políticos será precisamente buscar la objetividad dentro del campo de su ciencia, lo cual puede que cuestione sus ideas previas, pero les aportará sentido crítico y responsabilidad.

Asimismo, en el origen de una investigación científica puede estar una hipótesis sugerida por una determinada concepción ideológica, pero en último término la verdad sobre los resultados de la investigación no la decide la ideología, sino la coherencia de las afirmaciones a la luz de los datos y las teorías y leyes en las que tales datos se organizan. El veredicto final es un veredicto científico, no político. 

Como seres constitutivamente sociales que somos, necesitamos una cosmovisión que incluya como una parte suya algunas ideas y valores acerca de la acción políticamente orientada. Por tanto, no podemos prescindir de la ideología, pero es menester que la ideología armonice con el corpus de conocimiento científico razonablemente demostrado y, también, con la filosofía como disciplina "crítica". 

En definitiva, ciencia e ideología son cosas diferentes, pero han de estar vinculadas. No se pueden desconectar de forma absoluta los momentos teóricos y prácticos de la razón porque la vida es un continuum dentro del cual tiene lugar dicha facultad a la que denominamos "razón".

En concreto, la ciencia puede contribuir a afinar conceptos, derribar mitos y proporcionar pautas útiles para la vida corriente, por no hablar de los beneficios sociales que se pueden seguir de su correcto empleo. Correcto empleo que, en todo caso, no puede ser científicamente decidido, sino que depende de opciones de valor acerca de lo que es bueno, justo y políticamente conveniente, opciones en cuya configuración la ideología juega un papel necesario.
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