Relativismo: ¿hasta qué punto estás seguro de eso?

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Relativismo: ¿hasta qué punto estás seguro de eso?
El relativismo, que en sus diversas formas defiende la subjetividad tanto de conocimientos concretos como de posturas éticas o manifestaciones culturales, ha sido un movimiento recurrente en la filosofía occidental casi desde su inicio. De entre sus primeros defensores debemos nombrar a los sofistas, conocidos rivales de Sócrates y Platón. Hoy, podemos encontrar el relativismo en la base de prestigiosos trabajos de diversas disciplinas, como la filosofía del lenguaje o la filosofía de la ciencia.

Pero, ¿en qué consiste exactamente el relativismo? Para explicarlo de forma sencilla, el relativismo considera que el mundo tal y como lo conocemos, esto es, regido por una serie de leyes científicas verdaderas e inmutables que lo hacen funcionar, no es sino la forma que la humanidad, como colectivo, tiene de percibir lo real, sin que de ello resulte que esa percepción sea necesariamente real.

Esto no significa, no obstante, que el relativismo piense que los científicos, y por ende el resto de la humanidad al seguirles, sufran una especie de alucinación colectiva que les impida ver las cosas como son realmente. No. El relativismo se limita a considerar la posibilidad de que, dado lo limitado de nuestros sentidos, no podamos percibir las cosas como realmente son, lo que, además, podría llevarnos a entender de manera erronea la manera en que funciona el universo. Esto es, en esencia, lo que llamamos relativismo cognitivo.

Partiendo de esta idea, el relativismo se ha introducido en otros ámbitos de la vida humana. Así, hablamos de relativismo moral si afirmamos que no se puede trazar una línea entre el bien y el mal que sea universalmente válida para todos los seres humanos, por muy difusa y flexible que dicha línea pueda llegar a ser. En otras palabras: cada persona tiene su visión del bien y del mal, y no hay forma de probar que una postura sea superior a otra.

Sin embargo, quizás sea en la cultura donde el relativismo haya adquirido un mayor peso específico. Esto es gracias al posmodernismo, una corriente que ha redefinido el arte y su forma de expresión, la obra de arte, al borrar los límites estéticos que tradicionalmente habían comprimido a esta última. En efecto, ahora todo puede ser arte, y el fondo prevalece por completo sobre la forma que, una vez liberados de todo prejuicio, puede ser cualquiera que el autor considere oportuna para transmitir su mensaje.

Definido, por tanto, el relativismo, solo nos queda advertir una cosa. Es cierto que la ciencia puede equivocarse, ya lo ha hecho antes y volverá a hacerlo. Asimismo, es evidente que la ciencia no tiene todas las respuestas: de lo contrario, no quedaría nada por descubrir, ningún avance por realizar. Por otra parte, no creo que nadie debiera afirmar sin miedo a equivocarse que su conjunto de leyes morales es superior a las demás, puesto que de andar errado podría ocasionar no pocos perjuicios, sobre todo en el caso de que tal persona llegase a encontrarse en algún momento en una situación de poder sobre otra persona o grupo de personas.

Dicho esto, no es menos cierto que el ser humano, tal y como está organizado en sociedad, precisa de unas leyes para el mantenimiento de la paz y el bienestar del colectivo. Y dichas leyes estarán basadas en una serie de reglas o preceptos morales que, por extensión, no nos queda más remedio que aceptar si queremos permanecer en dicha sociedad. Por otro lado, si bien es posible que no entendamos completamente las leyes naturales, o que carezcamos de parte de la respuesta a las preguntas que la realidad plantea, no es menos cierto que poseemos información suficiente como para poder vivir en el mundo. Es, por tanto, lo más pragmático considerar lo que percibimos -y esto se extiende a las leyes científicas- como cierto, así como aceptar las leyes de derecho, estemos de acuerdo o no con ellas, para obtener las ventajas de la vida en sociedad. Pero, aun aceptando esto, sería conveniente no olvidar que a cada momento podríamos estar equivocados: la duda no ha hecho nunca daño a nadie, y el hombre no deja de hallar formas de sorprenderse ante lo que la naturaleza puede llevar a cabo.
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