En el ámbito de la filosofía, la interpretación de los textos no siempre se centra en lo que significan literalmente, sino en lo que buscan resolver. La lectura con intención va más allá de la simple decodificación de significados, adentrándose en la búsqueda de respuestas a problemas específicos o en la captación de estados emocionales, de aprendizajes conductuales.
Esta práctica de leer no solo por el contenido sino por la intención detrás de él, nos lleva a preguntarnos: ¿cómo podemos profundizar nuestra visión? Es aquí donde la curiosidad religiosa juega un rol crucial, transformando gestos, formas y palabras en conceptos y enunciados cargados de significado.
¿Cómo el acto de leer con intención permite al lector y al autor interactuar con problemas filosóficos y afectivos, promoviendo una comprensión más rica y profunda de la realidad a través del lenguaje y su evolución?.
Cuando se lee en busca de una intención se absorbe progresivamente un problema, el autor desarrolla un estilo a través del cual propicia la captación de afectos (esto lo hace el filosofó, el músico, el poeta, el pintor…) Algunos autores usan modos de pensamiento que se desplazan por rutas no-comunes, que potencian devenires no-masificados. Son autores no comprendidos, autores que pretenden afectos sin lengua y hablan de ellos en una lengua extraña, son estos quienes realizan la función de actualizar el tramado lingüístico de su época, y podrían llamarse; conceptualizadores, enunciadores, creadores o algo común a estos tres. Actúan como si la lengua se alterase por momentos y grados de afección, como si en la historia de las palabras algunas quedarán vacías por "economía emocional", y naciesen nuevos afectos que necesitasen de estas.
Pues, si hay palabras vacías de afectos y viceversa, estos autores realizan el trabajo de enunciación, necesitan la palabra que a través del mejor (más útil) enunciado consiga conceptualizar un afecto que cambia. Y sería una de las más virtuosas acciones de la filosofía.
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