Por Luis Enrique Albizuri — Filósofo.
La tradicional dicotomía “derecha e izquierda”, que tanto se ha usado durante los dos siglos pasados para entender el mundo, ya no sirve para comprender la situación política mundial. En primer lugar, debemos tomar en cuenta que se trata de términos que surgieron durante un momento específico de la historia, cuando la aristocracia europea perdió el poder que tenían por sobre los nobles y la burguesía emergente enriquecida con la Era Industrial.
EL
CONTEXTO
Todo
fenómeno humano siempre debe estar encuadrado dentro de un contexto (una
situación conjunta geográfica, social, económica, política, científica y
religiosa) que es lo que la explica. No es lo mismo juzgar al ser humano
nómada, de apenas unos cuantos cientos o miles, que a una población sedentaria
de ocho mil millones. Lo que puede haber funcionado para entender a los
primeros ya no tiene sentido para hablar de los segundos. Hoy el contexto no es
el de la confrontación entre los dueños de las empresas fabricantes de
productos versus los obreros y empleados como lo fuera durante los siglos XIX y
XX. El poder económico (y, por ende, el político) se concentra actualmente en
el capital financiero, ese que se encuentra en las pantallas de las
computadoras de los principales centros de negocios.
Hoy,
quienes son dueños de las mayores riquezas jamás antes vistas, no son personas
que producen o fabrican, sino quienes compran y venden corporaciones dedicadas
a toda clase de cosas que son las que surten al mercado mundial. El dinero es
el que crea dinero, y, a más dinero concentrado, más poder e influencia en la
sociedad. Esto ha cambiado por completo el equilibrio de fuerzas en las
diversas naciones donde el estamento laboral, los trabajadores, han perdido
toda importancia en el proceso, convirtiéndose en una simple mano de obra
barata anónima e individual, a diferencia de lo que sucedía en los tiempos de
las huelgas y paralizaciones a manos de los sindicatos.
LAS
DERECHAS E IZQUIERDAS
Por
ello mismo, en la política contemporánea han perdido todo significado las
denominaciones “derecha e izquierda” puesto que estas reflejaban una
realidad que hoy ya no se ve en ninguna parte. Originalmente, la derecha
representaba al empresario que ponía una fábrica mediante una determinada
inversión con el objetivo de incrementarlo y obtener riqueza. Eso daba como consecuencia
la contratación de miles de trabajadores que obtenían, a cambio de sus
esfuerzos, un salario suficiente como para alimentarse y regresar siempre a sus
ocupaciones diarias. Esta dicotomía ocasionaba por lo regular un enfrentamiento
de intereses, formándose dos bandos: los dueños de las empresas y los
trabajadores, cada uno representado en el gobierno por partidos políticos
denominados como derecha para los primeros e izquierda para los segundos.
LAS
REVOLUCIONES
Esta
pugna social produjo también nuevas propuestas políticas que planteaban
alternativas distintas como las socialistas, comunitarias o estatales que
buscaban equilibrar la balanza de los beneficios del comercio mundial,
creándose movimientos que llegaban hasta alterar la composición interna de los
estados, como el caso de la Revolución Rusa o la China. Sin embargo, estas
opciones en su mayoría no renegaban del capitalismo o industrialismo, sino que únicamente procuraban otra forma de dirección y repartición de las ganancias
que este producía. Después de varios intentos y numerosos enfrentamientos a
todo nivel, ese impulso se ha visto muy reducido y en Occidente prácticamente ha
desaparecido. El punto de vista individualista o anti colectivista es lo que
prima ahora en esta batalla y hay un consenso en cuanto a que los intereses del
individuo se hallan por encima de los de la comunidad.
LA
CONFRONTACIÓN ACTUAL
A
pesar de esta situación, aún perdura el conflicto interno sobre cuál debe ser el
rumbo que la sociedad de mercado y el capitalismo deben seguir. En Occidente
predomina la visión dialéctica de la vida, que significa que toda discrepancia
entre dos posturas debe ser resuelta mediante el triunfo de una sobre la otra
(cuál es la mejor). Sin embargo, en Oriente se entiende esto como la armonía de
los opuestos (el yin y el yang), donde el resultado no es la eliminación de uno
de los miembros (la guerra) sino la unión de ambos en una nueva forma de hacer
las cosas.
Si
observamos la geopolítica actual, que es lo que está definiendo al planeta,
tenemos esas dos visiones enfrentadas respecto a cuál debe prevalecer en el
control del mercado. Occidente piensa que debe haber una confrontación bélica
para “definir” quién debe ser el que ejerza la hegemonía, mientras que Asia
(liderada por China) propone que el mercado puede desenvolverse con efectividad
sin necesidad de que exista una fuerza dominante que imponga las reglas según
su criterio.
LA
DIVISIÓN ACTUAL
No
habiendo entonces ya los “patrones” que eran dueños de las fábricas ni los
“obreros” que reclamaban mejoras (porque todo esto ha sido absorbido por el
mismo mercado y por la sociedad de consumo), lo que se da ahora son: los que
piensan que el modelo capitalista a seguir es el “dirigismo” o la orientación
del mercado mediante una planificación específica (reflejado esto en propuestas
como la Agenda 2030 y muchas otras) versus aquellos que quieren que este siga
siendo “espontáneo”, donde nadie instituya otras reglas que las que deciden la
oferta y la demanda (que es lo que sostienen los llamados conservadores o
tradicionalistas).
Dicho
de otro modo, el conflicto es entre los progresistas (entendiendo el progreso
como los cambios necesarios que se deben hacer al capitalismo para que este
siga funcionando correctamente) y los conservadores o soberanistas (que se
refugian en la protección la soberanía de las naciones como trincheras para
defenderse de quienes intentan hacer las modificaciones). Ambos son,
obviamente, capitalistas al cien por ciento, pero no se ponen de acuerdo en
cuál debería ser el rumbo que este sistema debe adoptar.
LAS
POTENCIAS EN CONFLICTO
Los
países que propugnan el progresismo (gobernados en su mayoría por partidos
socialistas o, dicho de otro modo, capitalistas populistas) son los europeos, a
los que se suman otros como Japón, Israel y Australia (el entorno anglosajón),
mientras que los que están en el lado conservador son China, Rusia, India, y
muchos otros (especialmente los que pertenecen a los BRICS). El caso de EE. UU. es
especial, pues su Estado Profundo (Deep State) es progresista, pero tiene en la
presidencia a un conservador (Trump) con una posición sumamente débil ante
este. En cuanto a los países latinoamericanos, los que se inclinan por el
modelo conservador soberanista son los más cercanos a China y Rusia como Cuba,
Venezuela y Nicaragua, mientras que el resto (con un Brasil incierto) apuestan
por el progresismo. Las NNUU están dominadas por la línea progresista.
EN
EL PERÚ
Países
como el Perú aún no se adecúan al entorno contemporáneo y su política interna
permanece todavía anclada al siglo XX donde quedan los rezagos de la Guerra
Fría, de ahí que mantengan el esquema mental “derecha izquierda” aunque, en la
práctica, ninguno de sus partidos profesa ya dichas ideologías. La población en
general (salvo los que pasan de los 70 años) no le da importancia a dicha
clasificación y opta por el pragmatismo puro de evaluarlo todo según la
conveniencia, donde el beneficio y la rentabilidad es la forma de medir las
cosas. En cambio, su clase alta navega en la indecisión de continuar con su
lealtad a un EE. UU. (progresista) como forma de consolidar su poder interno y las
necesarias inversiones que, en los hechos, solo las hace el capital chino
(conservador). Eso hace que su política exterior y sus planes de expansión
carezcan de coherencia y futuro. De modo que en el Perú se vive en un eterno
compás de espera para ver cómo se desenvuelve el panorama internacional para,
según eso, ver cómo acomodarse.
Conclusión.
Aunque
se proclaman antagónicos, muchos partidos de “izquierda” y “derecha” terminan
respaldando, en la práctica, un mismo modelo económico: capitalismo financiero,
apertura de mercados y políticas pro-inversión. ¿Se trata de una convergencia
ideológica inevitable o de una pérdida de coherencia doctrinal? Este fenómeno
cuestiona las categorías políticas tradicionales y exige un examen profundo de
sus causas y consecuencias.
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