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El problema del mal

 



Las figuras literarias existen para garantizar una adecuada comprensión de algún tipo de representación humana en la repercusión de cierto pensamiento. Quién escribe ignora en parte las consecuencias de lo que narra en todas las posibles verdades que sus palabras pudieran generar. No sabemos si la realidad es infinita, pero sabemos que tiende a ello. Es pues desde este punto de vista que nacen posibles formas de escribir, sobre todo, e incluida la filosofía, por lo que a veces es recomendable que existan completos autodidactas en diversas disciplinas que pidan rescatar la realidad de las cosas, para que no se universalicen formas de escribir y de plantear problemas, y así nazcan ramificaciones que bien pueden o no repetir lo ya dicho, o encontrar razones para no hacerlo. El oxímoron, por ejemplo, ha sido una de las formas más bellas que he visto para contar a dios, con sus defectos, que en realidad son los nuestros, y sus virtudes. Lo curioso aquí es que es poco plausible etiquetarnos las virtudes, porque representan algo ajeno a nosotros, como si todo en nuestro interior respondiera a nuestro ego y a un modo completamente erróneo de hacer las cosas. Defectos nuestros, virtudes, ajenas. Planteemos ambos escenarios.   

Si todo el bien naciera de mí, mis pasiones y mis deseos responderían a las razones del príncipe, que guiarán mis actos de tal manera que yo pueda satisfacer mis deseos, procurándome el menor de los daños posibles, para mí, sin importar los otros. Existe un plano que no manejo, el plano en el que se formó mi inconsciente, pero desde ahí procuro el mayor de mis placeres y de mis conveniencias, de la manera más lógica posible en el ámbito utilitario. Todas las disciplinas me interesarían de pasada, y la mayor de mis pasiones dependería de la forma, arbitraria, pero controlada por el ego, en que se forjó mi psiquis. ¿Qué placeres me dominaran? Dado que hablamos de dominio en ambos sentidos, el dominio del bien interpretado como fluyente de mí, en este caso un dominio en el que mi interés me brinde la seguridad ante la vastedad de la libertad de todos los medios de lo que me es licito. El resto no representa para mí más que una forma para una meta que al parecer jamás acaba, tan hambrienta como cada nuevo día y tan sedienta como cada nueva sed. Como no hay un fin más que yo mismo, para el parto de la bondad, no termina el deseo hasta encontrar una razón que me trascienda, esto es, en términos simples, una razón que no repita día a día mis necesidades fingidas o no, dado que entre más se adapte y se mueva mi ser a estratos de poder altos más se confundirá en lo que realmente quiere, mas no en el nacimiento de esta bondad. La simbolización de satán es ésta, alcanzar tanto y todo que no tenga otro bien que el mal en sí mismo, ignorando cualquier otra existencia y cualquier otra fuente de bien. Entre lo que logro adaptarme y seguir al mal simulando el bien, llega el punto en el que el bien ya no se distingue, incluso para mí mismo, todo es falso, el mal absoluto habrá llegado sin que ni siquiera lo note, pero es que tampoco podría decir qué fue lo realmente bueno desde el comienzo. No habría memoria del deseo, porque la memoria pertenece a otro, que fui yo, pero que ya no es, que respondió a necesidades que puede que no tenga, pero eso ya no importa. Trascenderse en estos términos es la salvación de lo falso, de la total inexistencia. No puede existir alguien que funde el bien en sí mismo por siempre, el Tiempo le devorará. Y si creemos realmente que todo bien sólo puede surgir desde uno mismo, todo dependería de una absoluta fe propia, y que yo, como mi propio dios, descubriré la verdad en la cotidianeidad de mi conveniencia, descubriré que la verdad es relativa a mi contingencia. Bajo estos aspectos es preciso notar lo agresivo que es el lenguaje con respecto a esta idea. ¿Por qué no creer que esta agresividad subjetiva es sospecha que en nosotros se esconde la verdadera bondad? Dado que no necesariamente es correcto seguir lo que grita nuestro lenguaje si lo imaginamos como una mera herramienta para algo más excelso. El lenguaje es exterior, algo que inventaron otros, sin embargo, no puedo vivir fuera de él, no puedo vivir fuera de los otros. Todo vicio procede de los otros, la vida es un engaño, y mi propia construcción es un engaño si lo baso en el lenguaje. Mi intuición es la mayor de las verdades y a la vez la mayor de las bondades. Si por alguna razón llegué a una madurez suficiente, quizás esta diferencia entre el más bajo de mis instintos y la armonía pura conmigo mismo pueda llegar a limarse.

Por otro lado, si todo el bien naciera del exterior, debería negarme absolutamente a mí mismo. Ninguna virtud procede de mí, mientras todo vicio procede de mí. Como se mencionó con el tema de dios. El poder de dios radica, en ultimo aspecto, en su capacidad de ser ajeno a nosotros, aunque creemos, intelectualmente, todas las máscaras para evidenciar lo contrario. ¿Las virtudes proceden de otro y de otros? No sería aconsejable. Dado que estos otros no son más que otros egos. Mas, se puede imaginar otra cosa: ¿Es virtuoso encontrar el bien para los otros? ¿Desde dónde? Desde alguna forma de buenismo que involucre algo superior al bien propio y al bien utilitarista de otros. Todo apunta a que el bien no necesita explicación en este sentido, el mal sí, para bien o para mal… Esto necesita encajar en algún rompecabezas. Este rompecabezas es la historia, la memoria, por esto toda ética que quiera fundar los derechos humanos no debe ignorar la memoria, es más debe recalcarlos hasta el hartazgo, paranoicamente. Si el bien está afuera, seamos radicales, todo lo que es, es bueno. No hay nada que cambiar. O todo el bien está afuera, o todo el bien está adentro. Elegimos creer que todo el bien está afuera. Lo de afuera nos debe controlar, entonces, para que el bien se manifieste y contenga nuestro mal el control absolutista debe existir, la memoria y el control. Aunque desde el control no pueda existir el bien por sí mismo, dado que no habría voluntad que lo elija. El bien debe encontrar la forma de imponerse sin alterar la libertad, sin controlar nada, sin intimidar y sin necesidad de crear una memoria paranoica. El bien es nuestro o no lo es, venga de donde venga. Si el bien es nuestro, viene de afuera, pero se calcó en nuestra alma, tendrá por requisito el bien exterior, será la única prueba de su existencia y la estupidez le seguirá los pasos, la esclavitud, si hay agentes externos que necesiten medirlo. No somos nada sin que aquello que nos delata. El bien exterior supone dogmas que puede que escapen a una concreción pura de libertad, según historia, no hay esclavitud que sea buena. No tengo nada fuera de la lengua que no sea conjuntiva, es ahí donde se de-muestra, en un estadio infinito sobre espejo, que tienta a pensar en una ética adulterada sin límites, necesitadamente documentada, para no olvidarla. El bien se haría fijo sin la posibilidad de cambio, lo que era bueno para los muertos debe serlo para los vivos. Terminando con el hecho de ser peleles de un bien explicado día a día y politizado, pero no con su fin en la contingencia, sino en el recuerdo. Si el bien viene de fuera, pero no es nuestro, no tenemos nada de qué adueñarnos, no hay forma de identificarlo, ni siquiera podría comparársele con una sombra, porque nuestro Yo deslumbraría todos los caminos, solamente se debería dejar que las cosas pasen, y el ámbito científico podría o no tener, perfectamente y en ambos sentidos, la misma equilibrada importancia de decir algo ético o absolutamente nada. Si el bien viene de fuera seríamos organismos virales sujetos a misericordia con la garantía notoria de ser absolutamente nada para el universo. Si el bien viene de afuera, en el atomicismo, vendríamos a ser partículas que son para que este bien se manifieste, sirvamos o no de ejemplo positivo o negativo para esto.       

¿De dónde nace el mal? Las cosas se manifiestan, pero al parecer es nuestro interior lo que interpreta lo relativo, mediatizamos las cosas, aunque procuremos lo inmediato. Creemos que podemos captar la realidad, pero no hay tal hecho, solamente representaciones. Podemos hablar de bondad y maldad, pero no llegamos a captar las fuentes, existe un impedimento innato que puede contradecir la realidad a través de la voluntad. Esto no quiere decir que debemos rechazar nuestros universales, pero debemos conocer su naturaleza, relatándolas es como se puede llegar a entender la historia. Este relato es muchas veces un oxímoron a través del cual se comprende la interacción entre interior y exterior, entre bondad y maldad, con nuestras voluntades en el centro tratando de identificar bajo cierto espectro todo lo que valga la pena en el pensamiento.

Existen otras posibilidades con respecto al origen del mal, tema que puede diversificarse completamente en minúsculos ejemplos. Pero como diría Deleuze, no es digno preguntarse qué quiere decir un libro, un texto, o un artículo, sólo basta con preguntarse con qué funciona.