Heráclito y Parménides: Orígenes Dialécticos y la Escisión del Ser

Descubre cómo la tensión entre Heráclito y Parménides funda la dialéctica. Un análisis de la escisión entre ser y devenir en el origen de la filosofía
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Orígenes dialécticos de la filosofía: Heráclito y Parménides

“La escisión es la fuente del estado de necesidad de la filosofía y, en tanto formación cultural de la época, el aspecto no libre, el aspecto dado de la figura”.

G.W.F. Hegel
Representación artística de la oposición entre el fuego de Heráclito y la esfera inmóvil de Parménides
La tensión entre el devenir y el ser constituye el inicio del pensamiento dialéctico.

La filosofía occidental -o sea, la filosofía- nace bajo el signo de una escisión originaria. Heráclito de Éfeso y Parménides de Elea no representan simplemente dos doctrinas opuestas, sino los polos fundamentales del pensamiento: el devenir y el ser, lo negativo y lo positivo, lo cambiante y lo permanente. No son ni “físicos” ni “presocráticos”, como suelen ser etiquetados con los stikers impuestos por la vulgata filosófica. Más bien, son dos momentos determinantes y necesarios de la cadencia propia del movimiento del pensamiento. Como dice Hegel en sus Lecciones sobre la historia de la filosofía, en esta confrontación se concentra el drama inaugural del espíritu filosófico: la aparición de dos posiciones extremas que, precisamente por ser opuestas, se reclaman mutuamente, dado que no es posible la existencia de la una sin la existencia de la otra. Por eso mismo, la filosofía comienza ahí donde el pensamiento se ve obligado a habitar el lar de la contradicción.


    Heráclito encarna la intuición más profunda de la dialéctica antigua: la realidad es devenir. El ser no es una sustancia fija, puesta, sino un proceso atravesado por la negación. La célebre afirmación según la cual el ser y el no-ser son lo mismo, no expresa una paradoja lógica sino una fundamentación ontológica radical: ser es devenir. El fuego, como arché, no designa un elemento físico sino la figura del movimiento puro, la metáfora de lo que se consume y se transforma de continuo, de lo que sólo es en la medida en que deja de ser. El ser es, más bien, un siendo. La identidad no precede al cambio: surge de él.

    El lógos heraclíteo nombra la racionalidad inmanente de ese devenir. Nada acontece de manera arbitraria: el conflicto es ley, no excepción. La contradicción no es un accidente del pensar sino la estructura misma de la realidad. Por eso Hegel ve en Heráclito al primer pensador verdaderamente especulativo y llega a afirmar que no hay una sola proposición heraclítea que no haya sido incorporada a su Ciencia de la lógica. Y, de hecho, el inicio de ésta -la unidad inmediata del ser y de la nada que se resuelve en el devenir- retoma, en forma conceptual, la intuición del Skoteinós -el oscuro- gran pensador de Éfeso.

    Por su parte, Parménides representa el momento opuesto y complementario de esta relación dialéctica. Frente al flujo indetenible, afirma la identidad absoluta del ser. Pensar es afirmar, fijar, decir “es”, y este acto implica excluir toda diferencia. El ser es uno, eterno e inmóvil; no nace ni perece. La distinción entre la vía de la verdad y la vía de la opinión marca el nacimiento de la ontología: el pensamiento sólo puede captar lo necesario, no la apariencia cambiante propia de las cosas sensibles. Pensar y ser son lo mismo porque ambos se rigen por la misma necesidad.

    Y sin embargo, esta afirmación radical de la absoluta circularidad del ser, tiene un carácter justificadamente incompleto, es decir, abstracto. Porque un ser absolutamente idéntico con sigo mismo, despojado de toda otra determinación, no es un todo sino una parte que, por demás, corre el riesgo de vaciarse y de confundirse con la nada. La negación de la diferencia elimina también la posibilidad del movimiento y de la vida. No obstante, esta abstracción no es un error histórico sino, más bien, un momento igualmente necesario y determinante del pensamiento. Sin la afirmación parmenídica de la identidad, el concepto carecería de punto de partida. Parménides introduce la fuerza del pensar que separa lo necesario de lo contingente, fundando la exigencia de racionalidad.

    Desde la perspectiva de la dialéctica historicista, Heráclito y Parménides no son adversarios irreconciliables, sino momentos de una misma verdad, aunque aún abstracta. No obstante, fundan la estructura sobre la cual se sustenta todo el desarrollo ulterior de la experiencia del ser y de la conciencia sociales. El primero afirma la negatividad sin identidad; el segundo la identidad sin negatividad. La dialéctica no consiste en elegir uno entre ambos, como tampoco se resuelve en la cursilería de las “medias tintas”, la pusilanimidad de las “tonalidades” intermedias, de los “grises”, etc. Se trata de comprender su unidad mediada, su compenetración, su reciprocidad, su reconocimiento. El ser puro de Parménides se revela como idéntico a la nada, a la misma nada invocada por Heráclito. Pero el ser y la nada se resuelven en el devenir. Un devenir que, a su vez, sólo adquiere sentido al objetivarse e ir concreciendo a través del recorrido de las determinaciones. La verdad está en ambos. La estabilidad y solidez de la verdad exige ser un movimiento indetenible.

    En este sentido, la historia de la filosofía no es un museo de las doctrinas pasadas, sino el proceso mediante el cual el espíritu se reconcilia consigo mismo a través de sus propias escisiones. Como dice Adorno, la filosofía tiene la tarea de sanar las heridas que ella misma se inflige. La tensión entre ser y devenir, identidad y diferencia, no es un residuo arcaico de pensamientos “presocráticos”, sino la estructura permanente de la racionalidad. Toda filosofía unilateraliza un momento de esta verdad; la tarea consiste en restituir la mediación. Para de la praxis -para el historicismo filosófico-, esta lectura conserva toda su actualidad. La realidad histórica no es ni pura identidad ni mero flujo caótico sino un proceso sustancial -o sustantivo- de transformaciones. Sin identidad no hay acción racional; sin negatividad no hay cambio. Heráclito y Parménides no solo inauguran la ontología, sino también la posibilidad de pensar la historia como unidad de necesidad y transformación, como una superación que se conserva a sí misma. La filosofía nace dialéctica porque la realidad y la racionalidad se identifican.

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