El orden del caos
Cuando se habla de caos, la mayoría de las veces se tiende a imaginar desorden. El origen de esta palabra viene del griego kháos (χάος) que significaba abismo, vacío, la nada misma y justo fue ese el origen del universo; un vacío sin orden ni forma. Desde la cosmogonía de Hesíodo, el Caos es la grieta primordial, el espacio abierto que precede a todo lo demás, a Gea (la Tierra), a Tártaro (el inframundo) y a Eros (el amor o deseo). Es a partir de este vacío insondable que emerge, paradójicamente, la estructura del cosmos. Esta intuición ancestral, poética y mitológica, resuena de manera sorprendente con descubrimientos científicos y filosóficos muy posteriores que nos invitan a reconsiderar nuestra aversión instintiva al desorden.
La ciencia del desorden aparente: La Teoría del Caos
La teoría del caos es una rama de la matemática y la física que estudia el comportamiento de sistemas dinámicos extremadamente sensibles a las condiciones iniciales. Estos sistemas tienen la particularidad de que, aunque se conozcan dichas condiciones, es muy difícil predecir cómo se comportarán a largo plazo, pero no son totalmente aleatorios. Son, en esencia, sistemas deterministas no lineales. Antes de descubrir esta teoría, reinaba una visión mecanicista del universo, un legado que iba desde Newton hasta Laplace. Este último, en su "Ensayo filosófico sobre las probabilidades", postuló la existencia de un intelecto —conocido como el demonio de Laplace— que, si conociera la posición y el momento de cada partícula en el universo en un instante dado, podría conocer todo su pasado y todo su futuro. El universo era visto como un gran mecanismo de relojería, predecible y determinado.
Sin embargo, esta certidumbre comenzó a desmoronarse. Henri Poincaré, sin usar el término “caos”, pero trabajando en el notoriamente complejo problema de Los tres cuerpos en la mecánica celeste a fines del siglo XIX, descubrió que este sistema era muy sensible a sus condiciones iniciales y, por lo tanto, su evolución a largo plazo era prácticamente impredecible. Su trabajo fue la primera grieta en el edificio del determinismo laplaciano. Fue en la década de los 60 cuando el meteorólogo Edward Norton Lorenz, trabajando en modelos de predicción meteorológicos, redescubrió este fenómeno de forma contundente. Mientras ejecutaba simulaciones en su ordenador, introdujo unos valores redondeados de una simulación anterior (usando 0.506 en lugar de 0.506127) y observó atónito cómo la predicción del tiempo divergía de forma masiva y radical. De una diferencia minúscula nacía un resultado completamente distinto. Fue quién acuñó el término de “El efecto mariposa” que rezaba más o menos así: El aleteo de una mariposa en Brasil puede provocar un tifón en Texas. Lo que demostró es que, en sistemas de esta índole, las condiciones finales a largo plazo son impredecibles, no porque sean aleatorias, sino porque nuestra capacidad de medir las condiciones iniciales con infinita precisión es imposible. El caos, por tanto, no es la ausencia de orden, sino la presencia de un orden tan complejo y sensible que se vuelve inabarcable para nosotros.
La relación dialéctica: donde los opuestos se tocan
Ahora bien, en este orden de ideas llevadas a un punto de vista filosófico y no meramente científico, podríamos observar que esta dupla orden-caos tiene una profunda relación dialéctica. Primero observemos como en el significado griego de kháos; abismo, es justo el origen del cosmos, que quiere decir orden, armonía, universo. Y en la teoría científica del caos vemos que hay un orden que subyace, un patrón oculto (los llamados "atractores extraños"). Justamente en ese caos se encuentra el orden, y ese orden sólo es orden porque el caos le da su origen. Es decir, lo que hace a uno ser, reside en su opuesto.
Los opuestos están estrechamente relacionados, sólo existen porque su contrario le da existencia, y si observamos más de cerca, es la única razón por la que existe; si uno no existe, el otro tampoco. No puede existir un polo norte si no existe el polo sur; la luz no tiene sentido sin la oscuridad; el ser, sin la nada. Tanto es así que su esencia es justo la de su opuesto. El ser, al negarse, es la nada, y la nada termina siendo para poder negar al ser. En consecuencia, terminan siendo uno y la misma cosa, porque su existencia es una unidad dinámica. Existe algo (tesis), se niega (antítesis) y se supera a sí mismo, conservándose a la vez y convirtiéndose en una nueva unidad superior (síntesis) y así hasta el infinito. Esta idea es el motor del pensamiento de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, quien en la Fenomenología del Espíritu la denominó dialéctica.
La Dialéctica del Amo y el Esclavo: El Orden a través del Trabajo
Para entender la dialéctica hegeliana en acción, pensemos en el célebre ejemplo del amo y el esclavo que Hegel plantea en su libro. Dos autoconciencias se enfrentan en una lucha a muerte por el puro reconocimiento. Una de las dos cede por miedo a la muerte, a la aniquilación. El ganador, que ha arriesgado su vida, somete al sumiso, y el rendido se convierte en su esclavo. En este momento, el amo parece haberlo ganado todo: el reconocimiento del otro y la libertad de no tener que interactuar con el mundo material. El amo manda al esclavo a hacer todas las tareas físicas que él hacía antes: lo manda a cortar leña para el fuego, le dice que le construya una cabaña con madera, lo manda a hacer la comida y todas las demás tareas que ya no hace el amo.
Parece una relación de poder estática y absoluta. Sin embargo, la dialéctica revela una inversión silenciosa y profunda. El amo, al no trabajar, se vuelve totalmente dependiente de su esclavo. Su conciencia se estanca, su existencia se convierte en un mero goce pasivo de los frutos del trabajo ajeno. En cambio, el esclavo, a través del trabajo, transforma la naturaleza. Al dar forma a la materia (la madera, la tierra), se da forma a sí mismo. Aprende, crea, domina el mundo natural y, al hacerlo, se vuelve dueño de sí. En el objeto que produce, ve un reflejo de su propia conciencia, de su propia habilidad y poder. Se reafirma su libertad porque es libre de hacer sus tareas físicas y las de su amo. El esclavo puede escapar y procurarse la vida por sí mismo, se emancipa interiormente. Pero el amo, totalmente dependiente de su esclavo, ya no puede hacer nada por sí mismo. Se ha convertido, paradójicamente, en esclavo de su esclavo. El esclavo, que partía de la negación absoluta, ha encontrado su ser y su orden a través de la transformación del caos del mundo natural. El amo, que partía de la afirmación absoluta, se ha vaciado de contenido.
Conclusión: Abrazar la Tensión Creativa
En conclusión, cuando creemos que algo no tiene sentido o no encontramos a simple vista su significado u orden, no quiere decir que sea caótico o sin utilidad. Tal vez, es que no estamos viendo la totalidad de la cosa misma, que es su unidad dinámica, sino solo una de sus caras. Si podemos ver su opuesto, que es justamente ese orden más grande que no estamos percibiendo, entonces sabremos que en su contrario está su sentido, su existencia. La dialéctica es esa unidad que se supera mientras se conserva. La autoconciencia humana se realiza a través del reconocimiento de otra autoconciencia; no existimos aislados, sino en relación con el otro. Somos algo porque el otro no lo es, y en esa tensión, en esa danza entre opuestos, es donde se genera el movimiento, el pensamiento y la vida misma.
El caos no es el fin del orden, sino su condición de posibilidad, el lienzo en blanco sobre el que se dibujan las formas complejas del universo, la sociedad y nuestra propia conciencia. Al igual que el esclavo hegeliano encuentra su libertad en el trabajo sobre la materia informe, nosotros encontramos nuestro sentido no huyendo del caos, sino aprendiendo a navegarlo, a transformarlo y a reconocer en su aparente desorden la semilla de un orden superior y más rico. Somos, en definitiva, seres que emergen constantemente de la tensión entre el abismo y la estructura, entre lo impredecible y lo determinado.
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