La Penúltima Copa de Deleuze: Filosofía del Límite y la Creación

Exploramos la filosofía de Gilles Deleuze sobre el alcohol. Analiza el concepto de la "penúltima copa", la relación entre bebida y creación.
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Vídeo con subtítulos de Microfilosofía.com

B de bebida, Deleuze.

En el vasto universo del pensamiento, pocas figuras resultan tan fascinantes y esquivas como Gilles Deleuze. Su filosofía quiere ser sola afección sin afectos, no teme sumergirse en los aspectos más mundanos de la vida para extraer de ellos una potencia conceptual. ¿Puede haber filosofía en una copa de vino? ¿En el acto de beber? Lejos de ofrecer un juicio moral, Deleuze, en su célebre "Abecedario", nos invita a pensar en la bebida (letra "B") no como un vicio o un escape, sino como un problema complejo de cantidades, límites y, sobre todo, de creación.

Para el filósofo francés, la cuestión del alcoholismo no reside en la prohibición o en la condena, sino en una dinámica mucho más sutil y peligrosa: la que se establece entre la penúltima y la última copa. Es en este delgado margen donde se juega la vida del bebedor, un espacio-tiempo que revela una lógica existencial propia, una manera de habitar el borde del abismo sin caer necesariamente en él. Este microensayo se sumerge en esa reflexión deleuziana para desentrañar cómo un acto aparentemente simple como beber puede convertirse en un campo de batalla filosófico donde se enfrentan la vida, el trabajo y esa fuerza arrolladora que algunos necesitan para crear.

El Borde del Abismo: La Cuestión de la Cantidad


    Deleuze desmantela de entrada la aproximación cualitativa al alcohol. No se trata de "bueno" o "malo". Se trata de una "cuestión de cantidad". Esta afirmación, aparentemente simple, desplaza todo el problema. El bebedor, en la visión deleuziana, no es alguien que ha perdido el control, sino alguien que está inmerso en un sistema de control extremadamente preciso, aunque autodestructivo. Su objetivo no es, como podría pensarse, la embriaguez total, el colapso, la inconsciencia que traería "la última copa". El verdadero objetivo, la pieza central de su existencia, es la penúltima copa.

    ¿Qué significa esto? La última copa es el final del juego. Es el K.O. técnico, el punto de no retorno que te deja fuera de combate, incapaz de levantarte al día siguiente para seguir bebiendo. El verdadero alcohólico, nos dice Deleuze, no quiere que el ciclo termine. Su deseo es perpetuarlo. Por lo tanto, su arte consiste en calcular, con una precisión de funambulista, cuál es esa dosis exacta que lo lleva al límite de sus fuerzas sin traspasarlo. La penúltima copa es aquella que le permite rozar el delirio, tocar el abismo con la punta de los dedos, pero conservando la energía suficiente para poder volver a empezar el ritual veinticuatro horas después. Es una gestión perversa del límite.

    La Búsqueda Infinita de la Penúltima Copa

    Esta idea revela una profunda verdad sobre el deseo y la repetición. El bebedor crea un sistema, un universo coherente organizado en torno a este ciclo de aproximación al límite. Su vida adquiere una extraña regularidad: la degradación se convierte en su forma de estabilidad. "Poder volver a empezar al día siguiente" no es un detalle menor, es el motor de todo el engranaje. La penúltima copa es, en este sentido, una promesa de futuro, aunque sea un futuro idéntico al presente.

    Aquí Deleuze nos muestra cómo una adicción puede ser una forma de construir un territorio existencial. El bebedor no vive en el mundo común; habita en el mundo que su bebida le permite construir. Un mundo con sus propias reglas, sus propios horarios y, sobre todo, su propio horizonte: la copa de mañana. Es una lógica implacable que somete todo lo demás —familia, salud, trabajo— a esta única necesidad. No busca la aniquilación final, sino la repetición infinita de la caída controlada. Es un Sísifo que encuentra su razón de ser no en la cima de la montaña, sino en el preciso instante antes de que la roca vuelva a caer.

    Beber para Ver: Creación y Sacrificio

    Pero la reflexión de Deleuze va más allá del análisis existencial del bebedor. Conecta esta lógica del límite con una de las cuestiones que más le obsesionaron: el acto de creación. ¿Por qué tantos artistas, escritores y pensadores han coqueteado peligrosamente con el alcohol o las drogas? Deleuze propone una hipótesis audaz: estas sustancias pueden ser una forma de soportar o percibir "algo demasiado fuerte en la vida".

    ¿Qué es ese "algo demasiado fuerte"? Es una intensidad, una visión, una fuerza vital que desborda la percepción ordinaria. Es aquello que el artista o el filósofo intentan capturar y plasmar en su obra. Deleuze menciona a grandes escritores norteamericanos como F. Scott Fitzgerald o Thomas Wolfe, quienes, a través del alcohol, parecían capaces de vislumbrar la potencia desmesurada de la vida americana, su promesa y su tragedia. El alcohol no era simplemente una muleta, sino una especie de lente de aumento, una herramienta que les permitía abrir una grieta en la realidad para observar el torbellino que se esconde detrás.

    "La bebida como un sacrificio del cuerpo para poder percibir algo que, sin ella, sería insoportable."

    Esta visión implica una idea de sacrificio. El cuerpo se convierte en el campo de experimentación. Se le fuerza, se le daña, se le lleva al límite, no por un simple hedonismo, sino para alcanzar una visión. El artista sacrifica su salud, y a veces su vida, a cambio de un instante de lucidez, de una verdad que solo puede ser atisbada desde el desequilibrio. Es una idea trágica y profundamente romántica: la creación exige un precio, y a menudo ese precio es el propio creador.

    El Sacrificio del Cuerpo por una Visión

    Desde esta perspectiva, la bebida deja de ser un simple hábito para convertirse en una técnica, peligrosa y a menudo fatal, para forzar la percepción. El creador que bebe no busca necesariamente inspiración en el sentido cliché del término. Más bien, busca modular su propio sistema nervioso para hacerlo compatible con la intensidad de lo que quiere expresar. Es un intento de sintonizar con una frecuencia que, en estado de sobriedad, resulta inaudible o directamente dolorosa.

    Sin embargo, esta relación es una espada de doble filo. La misma sustancia que abre las puertas de la percepción puede acabar destruyendo al perceptor. El sacrificio es real, y el riesgo de que la herramienta se adueñe del artesano es constante. La historia del arte está plagada de ejemplos de quienes cruzaron esa frontera y no pudieron regresar.

    Cuando la Herramienta se Rompe: El Límite del Trabajo

    Vaso de licor sobre una mesa con libros y papeles, representando la filosofía de Deleuze sobre la bebida y la creación.
    Para Deleuze, el bebedor no busca la última copa, sino la penúltima: aquella que le permite rozar el límite para poder volver a empezar al día siguiente.


    Entonces, ¿dónde está el límite? ¿Cuándo se debe parar? Para Deleuze, la respuesta no es moral, sino eminentemente práctica y está ligada a su valor supremo: el trabajo. La frontera se cruza en el momento exacto en que la bebida deja de ser un (peligroso) catalizador para la creación y se convierte en un impedimento para ella.

    Él mismo confiesa haber dejado de beber cuando se dio cuenta de que el alcohol ponía en peligro su capacidad de pensar y escribir. El criterio es el trabajo. Mientras la sustancia, de alguna manera, "ayuda" a producir, a pensar, a escribir, puede mantener una función dentro del sistema creativo del individuo. Pero cuando la resaca anula la mañana de trabajo, cuando la mente se enturbia en lugar de aclararse, cuando la mano ya no puede sostener la pluma, la herramienta se ha roto. Se ha vuelto inútil.

    Esta es la lucidez final de Deleuze sobre el tema. Su lealtad última no es a la visión extática que la bebida puede proporcionar, sino al trabajo paciente y constante de conceptualizar esa visión. La filosofía, como el arte, no es solo el instante de la revelación, sino las incontables horas de esfuerzo para darle forma, para construir un sistema, para crear una obra. Cuando la condición de posibilidad (la bebida) anula la posibilidad misma (el trabajo), es el momento de abandonarla.

    En conclusión, Deleuze nos ofrece una mirada sobre la bebida que es a la vez íntima y universal. Nos enseña a pensar el problema no desde el juicio, sino desde la función. Analiza la lógica interna del bebedor, al trazar los límites entre la penúltima y la última copa. hay una trágica conexión entre la creación y la autodestrucción, y finalmente, hay un criterio pragmático para encontrar el punto de salida: el trabajo. Quizás, al final, la pregunta que Deleuze nos deja flotando no es solo sobre el alcohol, sino sobre todas nuestras "penúltimas copas": esos hábitos, esas pasiones, esas relaciones que nos llevan al límite. ¿Nos ayudan a construir nuestra obra, o han empezado ya a impedirla? La respuesta, como siempre en filosofía, reside en una honesta evaluación de nuestro propio trabajo conceptual.

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