Obtenciones de la medida del lenguaje

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Que rara es la politica, curiosa. Todas las cosas están llenas de dioses. Las religiones politeístas reconocen este pensamiento el cual podría incluirse dentro de un factor lógico, teogónico, teleológico para el nacimiento de los mitos, los cuales son el recurso de una explicación anticipada de las cosas que han sucedido en una civilización y de las que podrían suceder. La política usa el mito, por ello quizás las religiones se acusen unas a otras de meretrices si se les ven inmiscuidas en la promiscuidad de verdades que atrae la política (al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios). También y continuando (lógico, teogónico, teleológico), para la obtención de una fe que participa activamente en el nacimiento de lo imposible, de una co-respondencia con la realidad, con los actos y pensamientos de un pueblo; la fe es por tanto un modulo de acoplamiento con la realidad, un atraque de dos naves que parecieran ser de la misma naturaleza, pero que quizás jamás lo sean, ya que no hay instrumentos de medir que sean capaces de detectar una relación causal entre ambas partes. Una institución la de la religión o la política, o la de política-religion, elija usted, nos muestra las verdades, mientras que la institución de la fe las crea. Aunque hay que tener claro que, para identificar el verdadero conducto del “acto” de tener fe, se debe asumir que ésta escapa del lenguaje, de lo probable, de lo plausible y de lo especular. 

Las religiones forman parte activa de la sociedad del siglo XXI. Desde el primer ser primitivo que se atrevió a considerar sagrado un lugar, muy probablemente su hogar, muy probablemente con la invención de la agricultura, las religiones han participado en una disputa; una disputa de tierras, por lo tanto de población, por lo tanto de ideas (aunque no necesariamente en este orden), que han encontrado su campo de batalla en el arte, las ciencias, la filosofía, la técnica; esta última engloba todos los acercamientos por parte de los reinos y orquestadores del poder hacia la opinión pública, incluso antes de la imprenta (intelectualmente), hasta nuestra interacción con las inteligencias artificiales para la obtención de output a nuestras más íntimas preguntas.

Nuestras concepciones básicas del conocimiento y de la verdad son aprovechadas por quienes quieren usufructuar de la intimidad humana, pero esto es solamente una pretensión al hecho de que los individuos, los grupos y las poblaciones sean propensos a caer en esta usufructuación, la que es permanente dado que la ambición no espera por la pérdida de fuerza que esto conllevaría, si no fuera permanente el engaño no sería engañoso, cualidad inherente del mal, el cual gana (cuando gana) por abundancia, actuando “naturalmente” en un área que le pertenece a la naturaleza. La mentira misma es pretender que la naturaleza (que no es el estado natural) es nuestra víctima. En este proceso se han usado muchos dioses, los griegos, que permiten hoy por hoy utilizarlos de ejemplo sin que, quizás, nadie se dé por ofendido (Ares, Dionisio, Apolo, Hades, Hermes), han contribuido para darnos verdades que pueden ser usadas para el drama y la comedia aprovechando lo más sensible de ellos: sus creencias (φιλεῖν σοφία). Aunque puede que la Era posmoderna sea una de las Eras más monoteístas que hayan existido jamás, ya que vive por la invitación permanente a verdades y sentimientos cada vez más complejos (modernus: modo) que no se pueden definir, que no se pueden teologizar, ni argumentar, ni discutir, la Era de un solo dios, desconocido, ha llegado, y por tanto una Era en la que se profesa la no fe, o la fe desconocida. 

San Agustín, el seguidor de Platón por lo menos con el afán de conceptualizar los primeros esbozos de unas de las tantas miradas que generó el cristianismo primitivo (islam), decía algo brillante: “Si intellexeris, non est Deus” (si entiendes no es Dios). Es por esto que el invierno de la religión puede estar anunciando nuevamente su primavera, lo que se creyó superado no lo ha sido ni por unos cuantos centímetros, dado que la esperanza de aquello que pasará mañana y no hoy, posmodernidad, ha sido mantenida bajo respiradores artificiales por décadas; lo curioso es pensar que esta sociedad a aprendido a sentir que se debe tener esperanza para tener esperanza, o deuda para la deuda, o un poco de fe para la Fe. El hecho de que todo no esté aquí (de facto) es uno de los factores dominantes de la intuición que se agudiza con el deseo que es el sentir del mañana. Pensadores como Spinoza han teorizado sobre su opuesto, una realidad inmanente que podría llegar a ser solipsista si se le ve con el lente de nuestros días, el lente del engranaje-sujeto que hace funcionar todo en esta sociedad, modo (posmodernidad) de ver sobre el cual y en general da lo mismo, el fin es hacer que la maquina funcione, para eso tienen el lenguaje. Ojo con su Leviatán. 

A estas alturas se puede afirmar que el mal es inmanente pero que su actuar es como si éste trascendiese. El lenguaje y la mente misma no pueden entender lo trascendente, solo pueden creer en él como un método para construir e incluso deconstruir las palabras, filosofar y, ser engañados; todo lo construido necesariamente debe entrar a un sistema inmanente para poder comunicarse, lo que involucra que quién trascienda, el iluminado, el visionario, el santo, sea el ser más solitario de todos o el más manipulador. El marketing es trascendentalista porque la religión ha sido la institución más esperanzadora de la historia, y consecuentemente quien más señala los deseos. El paraíso debe ser necesariamente no definido.
 
¿Es por tanto dios o los dioses un imposible? Sí, porque lo imposible es una de las palabras más cercanas que habría para aquello que nos da la libertad por completo, o en palabras judaicas, un libre albedrío. Si un trueno es un dios, es un dios sólo y mientras esté delante nuestro.

Sería bueno preguntarse qué mito inventaremos para el nacimiento del dios de nuestra fe.
 Descartes anunció que dudaría de todo, pero no podía dudar del imposible de su yo, es por ello que la fe no coincide. Es la oveja negra, una apátrida, una intocable, sólo puede ser vista a lo lejos en los terrenos conceptuales. Se le trata de hacer partícipe de lo inmanente, aunque pertenezca a lo trascendente, es un fantasma del lenguaje, sobre el cual penan día y noche los vigilantes. Lo difícil es visualizar quien es un solitario en este juego o un manipulador, dado que el individuo de este siglo es el más solitario de los manipuladores y viceversa.
Dios nos dió lo que el César nos quitó.
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