Tipos de violencia

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Violentamente pacifistas por José Rafael Herrera / @jrherreraucv.
Jacques Attali es un reconocido escritor contemporáneo. Forma parte de la muy distinguida nómina de intelectuales franceses nacidos en Argelia, que tanta influencia ha ejercido sobre la cultura del presente –esa cultura fraguada con el cemento de las heridas dejadas por las guerras mundiales y los perturbadores, persistentes, fantasmas de la “Guerra Fría”–, y cuyas figuras principales son, sin duda, Albert Camus y Louis Althusser. Guste o no –da lo mismo–, es una cuestión histórica. Es eso a lo que Hegel llama espíritu objetivo. De hecho, las obras de estos autores han dado cuenta de la persistente agitación de los espectros que recorren las aguas de la experiencia de la conciencia de nuestro difícil aquí y ahora. Una labor que la inteligencia no puede darse el lujo de no atender y reconocer. Marx, Nietzsche y Freud –de uno u otro modo, herederos de Hegel– siguen estando entre nosotros. Y, como muchos otros, también los pensadores “argelinos” han hecho su aporte para confirmárselo al entendimiento presente de quienes “están entrando en los mismos ríos, mientras otras aguas les sobrefluyen”.

Attali publicó, en 2005, un excelente estudio sobre la vida y el pensamiento de Marx, que lleva por título: Karl Marx ou l'esprit du monde. El argumento de Attali se centra en la demostración de que, más allá de los prejuicios religiosos y de las malformaciones interesadas, la obra completa de Marx es lo más lejano a los totalitarismos militaristas, al resentimiento social y a los igualitarismos “por abajo”: “Cuando se lee su obra de cerca, se descubre que vio en qué el capitalismo constituía una liberación de las alienaciones anteriores. Se descubre que jamás lo consideró en agonía y que nunca creyó posible el ‘socialismo en un solo país’, sino que, por el contrario, hizo la apología del librecambio y de la globalización, y previó que la revolución, si llegaba, solo lo haría como la superación –y conservación– de un capitalismo universal”. Más de un ignorante o de un fanático –es lo mismo– quedaría impactado, si decidiera, con valentía y sin las muletas de la dogmática, leer estas páginas del autor argelino.


El último capítulo de este interesante ensayo de Attali se inicia con la reseña de una novela de ciencia ficción, escrita en 1952, por Bernard Wolfe, uno de los asistentes de Trotsky, que lleva por título Limbo. Nada más cercano a la realidad de verdad que la ciencia ficción, de lo cual la obra de Orwell, por ejemplo, ha dado cuenta. En dicha novela se narra la historia de un habitante de Hinterland, el cirujano Martine, especialista en estudios del cerebro. Director de un hospital militar durante la tercera guerra mundial, Martine se encuentra asqueado de tantas amputaciones que ha tenido que efectuar a innumerables heridos. En su diario íntimo, escribe, con sarcasmo, que no tendría que amputar más miembros si los hombres nacieran sin brazos y piernas, con lo cual se harían incapaces de ejercer la violencia. Al tiempo, Martine deserta y huye a una isla olvidada, habitada por una tribu que practica la lobotomía o extirpación de los lóbulos del cerebro. Finalmente, la isla es invadida por las poderosas tropas de Hinterland, formada por soldados con prótesis en sus extremidades. Martine descubre, no sin sorpresa, que su país está siendo gobernado por los “pacifistas” que predican la mutilación voluntaria para reprimir la violencia. Martine vuelve a Hinterland y ve que en las oficinas públicas su fotografía ocupa un lugar honorífico. Uno de sus antiguos colaboradores es, ahora, el líder supremo de los “pacifistas”, el “profeta” del “Mesías” desaparecido, el Doctor Martine: “El diario íntimo de Martine se había convertido en el libro sagrado de una ideología totalitaria en la que el valor de los hombres se mide en la cantidad de miembros que se hicieran amputar”. A Martine solo le queda emprender la tarea de enfrentarse contra ese Estado totalitario, a fin de hacer renacer la libertad.

Quienes sustentan el poder y, naturalmente, no están dispuestos a entregarlo, se apropian de mitos, de religiones, de concepciones filosóficas, y hasta de “teorías científicas” para, luego, manosearlas, adulterarlas, hasta transformarlas en monstruosas vulgarizaciones, en horrendas ideologías, en creencias ciegas en manos de ciegos, con el firme objetivo de perpetuarse en el statu quo, mórbida y enajenadamente. De ahí proviene toda la parafernalia de “comandante eterno”, del “inmortal”, del “hijo de Bolívar”, etc. Pero, por eso mismo, tienen la necesidad de censurar, de someter la crítica y la protesta, de intervenir y apropiarse de los medios de comunicación, ejerciendo el control total de los llamados “aparatos ideológicos”, en todos sus niveles. Y por eso, además, utilizan los recursos del Estado en la organización férrea de toda una estructura represiva, militar, paramilitar, policial y hamponil, con el propósito de extirpar cualquier intento de liberación política y social. Y todo ello en nombre de la paz, nada menos que de la paz, la misma paz tan promovida por el proselitismo del antiguo colaborador de Martine. La paz entendida como sumisión, como “silencio de inocentes”, como miedo. Es la violencia de semejantes “pacifistas”.

Con esa “paz” amenazan, si llegasen a perder lo que ya tienen perdido. Esta vez, y sin bochinche, la decisión de las mayorías no tiene vuelta atrás. Y es que tanta humillación, tanto dolor, tanto sometimiento, han puesto en evidencia que la camarilla tiene los días contados, y que hasta sus antiguos correligionarios están dispuestos a renunciar a una “vida en pena” que nadie merece. Pasan los días y crece la decisión de ponerle coto a la injusticia, al reino del hampa, del asesinato y el secuestro; al despilfarro; a la corrupción y al narcotráfico; al autoritarismo militarista; a la ineficiencia, a los “cortes” eléctricos, al aumento desproporcionado de los precios, a la acelerada devaluación de la moneda, a la escasez de alimentos y medicinas; a las colas: esas “felicísimas” colas que abundan para comprar –cuando se consigue–, las mismas que ha ordenado hacer el ilustre “heredero” del “inmortal” timonel.

El “ya basta” de la voluntad general ha terminado por acelerar el fin del imperio de la mentira y la trampa. Es probable que, cerca de las colas de todos los días, se encuentre Martine, promoviendo la lucha por conquistar la libertad, la justicia y la auténtica paz. Marx mismo tendrá una sonrisa tras su densa barba. Las sociedades que no son capaces de producir riqueza –dirá, literalmente– solo merecen llevar el nombre de “idiotismo pueblerino”. No hay vuelta atrás. Solo nos queda reconocernos y respetarnos, en una etapa nueva de la historia para la justicia, el trabajo productivo, la prosperidad y la cultura de paz.
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