RELATO: AHORA NO, AHORA SÍ

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AHORA NO, AHORA SÍ
¿De qué dependen nuestras constantes vitales? ¿Quién observa y quién es observado? ¿Quién decide si "Ahora sí" o "Ahora no"? ¿Quién es dueño de su propia luz?

La calle ha quedado oscura. Tan sólo una intermitente luz, tenue, parece decir: ahora no, ahora sí, como el faro que vela el puerto y guía al tardío marinero en su vuelta a tierra. El cielo ruge con estruendo y comienza a llover. Desde una ventana, un gato aburrido bosteza, acurrucado y caliente, y observa la escena con mirada fría. Un golpe de viento apaga la farola durante un momento: ahora no, ahora no…, ahora sí, y continúa delirando al paso de la tormenta.
Al final de la calle tuerce la esquina un carro de metal, cuyas ruedas rozan chirriantes en la acera mojada, rompiendo el copioso ritmo del concierto. En el carro hay dos mantas dobladas, unos pantalones, una camisa, un plato de hojalata y un cuchillo con robín. Junto al carro tuerce también la esquina un perro grande y parduzco. Su collar está atado al carro por una cuerda rancia y desfilachada. Tiene el hocico levantado y cierra los ojos ante la intensidad de la lluvia. Agacha las orejas cuando el cielo vuelve a rugir. Sujetando fuerte el carro y conduciéndolo bajo la tormenta aparece, al fin, Nicholas. Camina muy despacio, sin prisa ni ilusión: sabe que no tiene a nadie que le espere, ni brazos que lo abracen, ni besos que lo besen, ni lar que lo caliente. Tiene el pelo largo sin recoger y la nariz afila su rostro enjuto. Sus ojos pardos denotan cansancio tras un día duro, tras una vida dura. Las piernas le tiemblan, también los brazos y manos; le tiembla el corazón, el alma. Avanza unos metros y se detiene. Del bolsillo de su chaqueta terregosa saca un  viejo pañuelo de tela, mojado, y se suena tan fuerte como puede. El perro ladra nervioso y él lo calma con una palmada cariñosa en el lomo al tiempo que le sisea. Prosiguen el camino por medio de la oscura calle, el agua se cuela violentamente por los agujeros de sus botas que levanta con gran esfuerzo a cada paso que da. La delgadez se concentra en su cuello marcado y en los dedos largos de las manos. Al paso por la farola Nicholas suelta el carro y se detiene a observar el discontinuo parpadeo descompasado. Su corazón late fuerte al ritmo de la luz: ahora sí, ahora no. Llueve intensamente y el cielo ruge que ruge. Ahora no, ahora sí. La luz se vuelve cada vez más débil y el hombre cae de rodillas con sus manos en el pecho, agarrándose la camisa. El perro ladra que ladra y su dueño mira la farola, con esperanza, con dolor, con lágrimas saladas mezcladas con el agua salada de la tormenta que le entra por las orejas y comisuras de la boca. Ahora sí, ahora no. Un trueno eterno rompe el cielo y tambalea la farola. Ahora no,…ahora no… ahora no.

Desde una ventana un gato aburrido bosteza, acurrucado y caliente, y observa la escena con mirada fría: un extraño hombre yace tendido, inmóvil, bajo la densa lluvia y un perro parduzco lo vela; ladra en la oscuridad plena atado a un carro chirriante.
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