Las bestias no son máquinas

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Las bestias no son bestias
Voltaire (1694-1778 - Traducción de Antonio G.
Valiente en 1976)
 La lectura que aquí se presenta es atípica en los cuentos de Voltaire, se trata de un extracto de una de sus tragedias -de esas que ya nadie lee- pasadas de moda, digna de un pensador comprometido con su tiempo y arraigada a ideales de tolerancia, libertad y laicismo. ¿Quieres saber como vio el mundo un intelectual del siglo XX?
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Es una pena, una pobreza de espíritu, haber dicho que los animales son máquinas que carecen de conocimientos y sentimientos, que siempre realizan sus cosas del mismo modo y no perfeccionan nada. ¡Qué equivocación! El pájaro que hace su nido en semicírculo cuando lo fija en una pared, que lo construye en forma de cuarto de círculo cuando lo hace en un ángulo, y en círculo perfecto cuando lo coloca en un árbol, no hace siempre lo mismo. El perro de caza que adiestramos durante tres meses, sabe mucho más pasado ese tiempo que antes de empezar a enseñarle. El canario al que enseñamos un aire cualquiera, no lo repite al instante, sino que necesita tiempo para aprenderlo, pero vemos que va corrigiéndose hasta que lo canta bien.

Porque el hombre habla, ¿juzgas que tiene sentimientos, memoria e ideas? Pues bien, sin pronunciar una palabra, verás que entro en mi casa entristecido busco un papel con inquietud, abro un cajón porque recuerdo que allí lo guardé, lo encuentro y lo leo con alegría. Sin hablar, conocerás que experimenté el sentimiento de la aflicción y el placer, que estoy dotado de memoria y de conocimiento.
Juzga, pues, con el mismo criterio al perro que ha perdido a su amo, lo busca por todos los caminos lanzando lastimeros ladridos, que entra en la casa agitado, inquieto, que baja y sube, y va de estancia en estancia hasta que al fin encuentra al dueño que ama y atestigua la alegría que siente mediante gruñidos, saltos y caricias. Varios bárbaros atrapan a ese perro que aventaja al hombre en ser fiel a la amistad, lo atan en una mesa y lo abren en vivo para examinarle las entrañas, descubriendo en él los mismo órganos del sentimiento que tiene el hombre. Contestadme, mecanicistas, ¿la naturaleza les concedió los órganos del sentimiento a los animales con el fin de que no sintieran? ¿Teniendo nervios, pueden ser insensibles? ¿No supone esto contradecir las leyes de la naturaleza?
En cambio, hay otros filósofos que preguntan qué es el alma de las bestias. No comprendo esta cuestión. El árbol tiene la facultad de recibir en sus fibras la savia que circula por ellas, y de abrir los botones de sus hojas y sus frutos. ¿Me preguntaréis por eso qué es el alma de ese árbol que ha recibido sus dones, y el animal los del sentimiento, la memoria y un limitado número de ideas. ¿Quién creó esos dones, quién concedió esas facultades? El que hace crecer la hierba en los campos y gravitar la Tierra alrededor del
Sol.
  Las almas de las betias son formas sustanciales, dijo Aristóteles; después de él, la escuela árabe; luego, la escuela angélica, la Sorbona, y después de la Sorbona, nadie.
  Las almas de las bestias son materiales, dijeron otros filósofos, y estos tuvieron tan poca suerte como los demás. En vano se les preguntó qué es un alma material; es preciso que convengan en qué significa la materia que siente; mas ¿quién le condedió el don de sentir? El alma es material, es decir, la materia da sensación a la materia, y no salen de ese círculo vicioso.
  Escuchad a otras bestias lo que dicen razonando sobre las bestias: su alma es un ser espiritual que muere con el cuerpo. Pero ¿qué prueba tienen de eso? ¿Qué idea tienen de ese ser espiritual que está dotado de sentimiento, de memoria y en cierta medida de ideas y combinaciones, pero que nunca podrá saber lo que sabe un niño de seis años? ¿En qué se basan para creer que ese ser, que según ellos no es corporal, muere con el cuerpo? Son más bestias aún los hombres que han supuesto que el alma no es corporal ni espiritual. Ese es el sistema más necio. Solo podemos explicar lo que es el espíritu diciendo que es algo desconocido, que no es corporal; así pues, el sistema de esos señores viene a decir que el alma de las bestias es una sustancia que no es corporal ni algo que sea corporal.
 ¿De dónde provienen tan contradictorios errores? De la costumbre que siempre tuvieron los hombres de examinar una cosa antes de saber si esa existe. Decimos la lengüeta, la válvula de un fuelle, el alma del fuelle. ¿Qué es, pues, esta alma? Es el nombre que doy a esa válvula que baja, deja entrar el aire, se levanta y le hace pasar por un tubo cuando hago mover el fuelle. Esta alma no es diferente del alma de una máquina. Pero ¿quén hace mover el fuelle de los animales? Ya lo he dicho, el que hace mover los astros. El filósofo que dijo Deus est aima hrutorun tenía razón, pero debió ir más allá.
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