Contexto
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Éste artículo pretende llamar la atención sobre la profundidad latente en cada situación que vivimos, en los elementos de su intensidad, invitando al lector a reflexionar sobre su posición, los beneficios que podrían derivarse de una mayor sensibilidad y las posibilidades de acción que podrían surgir en relación al lugar que ocupa en cada momento de su vida.
Mantiene la tesis de que cualquier individuo puede protagonizar una apertura frente a las circunstancias y condiciones del entorno, logrando así una mejor comprensión y capacidad transformadora de los mecanismos que subyacen a cuento le rodea.
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Cada mirada,
gesto y palabra, cada pensamiento y acto humano se dan, por necesidad,
enmarcados en una situación determinada. Es condición ineludible para cualquier
individuo el estar inmerso en un contexto, en sucesivos escenarios por los que
transcurre su acción. Será
por ello fructífero tomar conciencia de una condición tan presente en la
existencia, para poder mejorar nuestra percepción y capacidad de sumergirnos a
través de ella. Por ello quisiera ofrecer una toma de contacto con la noción de
contexto como tal, en su formato o sentido más sencillo, prescindiendo aquí de
otras posibles indagaciones. Contexto como situación concreta, el entorno
inmediato de la experiencia subjetiva.
Contexto será toda situación habitable
por un sujeto, ya se trate de eventos comunes o extraordinarios. Cualquier vivencia
que un individuo pueda protagonizar o presenciar será caracterizable como tal. Nadie
puede lanzar una mirada a una situación concreta prescindiendo de un contexto
que le sirva de base. Uno se asoma a un contexto, desde otro, e incluido en
otros muchos.
La múltiple aplicabilidad del término
nos hace vislumbrar que se trata de algo divisible en planos, de diversa escala
y trascendencia. Contexto personal, laboral, familiar… Hasta otros cuya
magnitud nos rebasa, como el social, vital, epocal, existencial… Cuyas
diferencias entre sí no les impiden encontrarse sumamente interconectados. No
obstante, se trata de dimensiones que no trataré aquí.
En un contexto, en sí, pueden
distinguirse diferentes dimensiones, niveles, aunque se presenten al sujeto de
manera simultánea. Una dimensión física, el lugar de los objetos materiales y
estímulos sensoriales del entorno, cuya importancia radica en su disposición,
en la habitabilidad que pueda llegar a ofrecer al sujeto. A ésta le siguen
otras más vivenciales, de naturaleza más interactiva, y no meramente perceptiva,
por lo que su complejidad será notablemente mayor. Cabe destacar la profunda
permeabilidad que comparten individuo y contexto, aquello que posibilita una
intensa comunicabilidad entre ambos. El contenido de cada uno cala en el otro,
quedando absorbido, consolidado como unidad.
La realidad se nos presenta en cada
contexto dado. El contacto con ésta se da en un contexto concreto, quedando bañada
por él. Nuestra percepción del tiempo y el espacio se relativizan en relación a
él, según su ritmo. El entorno no es el simple objeto de la percepción, sino su
administrador. Igual que una imagen puede ser tomada como un texto visual, o
una película como un texto fílmico, puede decirse que cualquier situación nos
permite tomarla como poseedora de un texto
experiencial. Todo con-texto
albergará un texto que podrá ser
leído, un código que, según se interprete, dotará a la situación de un sentido
u otro, sentido que por otra parte, exige ser satisfecho por la acción.
Exceptuando las situaciones de soledad
absoluta, como los retiros, el contexto es elaborado colectivamente por los
individuos que lo pueblan. Cada uno de ellos lo interpreta, por su parte,
tomando a los demás como partes de éste. La percepción individual no agota el
papel configurador de éstos, ya que no solo su presencia, sino también su
actitud, pensamiento y conducta imprimen su condición o estatus en el entorno.
En cada uno de ellos, la disposición de
cada participante configura el éter, la atmósfera del encuentro. Cada situación
específica diverge de las demás, por singular, lo que hace que sus oscilaciones
sean únicas. Nada presente, ningún elemento, será ajeno a su constitución.
Desde la más excéntrica aportación hasta el más nimio detalle podrán ser objeto
de nuestra atención.
Cada actitud, pensamiento y acto
fluctúan, en la medida en que actúan como un fluido que, vertido sobre aquella
mezcla, tiñe y altera el evento, involucrándose en una danza que es casi
observable espacialmente. Así como uno siente cuando una situación tensa parece
reclamar algún detalle humorístico, podrá percibir en cualquier otro evento qué
es lo que éste precisa para su mejora o equilibrado.
Pero la actitud no configura en bloque,
sino que cada pensamiento, palabra y gesto modelan el ambiente de manera
independiente, provocando acciones, reacciones, giros, cierres… Hasta el
elemento del entorno aparentemente más insulso posee una capacidad causal
inestimable. Cuestiones como la luz, temperatura, brillo, textura u olor poseen
roles que contribuyen a la creación de una atmósfera que va más allá de su
estructuración física.
Un contexto gozará siempre de una
inercia propia que, atravesando al individuo, podrá provocar en él una
pluralidad de reacciones.
Pueden pensarse casos de inmersión
contextual tan profundos que, sólo al salir de ellos, sólo al apartar la
atención y consciencia de su transcurso, seamos capaces de advertirlos. Un
contexto puede absorber de tal manera que parezca que cada acción brote en él
de manera casi automática, logrando la satisfacción inmediata de sus demandas. Son situaciones en las que
parece que actuamos instintivamente, casi sin la mediación de pensamientos propios,
como si los actos fueran sustraídos, más que ejecutados. Como inconveniente
puede apreciarse que ésta especie de automatismo de la conducta puede llevar al
sujeto a cometer actos que no recibirían su aprobación si se viera liberado de
la inercia que lo moviliza.
También pueden imaginarse otros en los
que se vaya más allá del contexto, en los que en vez de darse esta inconsciencia,
acaezca la inmersión en un flujo propio que aparte, no del entorno ajeno al
contexto, sino del contexto mismo, donde el sujeto queda ensimismado en una
corriente de pensamiento de la que sólo toma consciencia cuando ralentiza su
curso. Momentos que nos dejan cierta sensación de desconexión, sólo cuando su flujo
ha cesado. Casos de negación de todo contexto, paradójicamente enmarcados en
uno propio.
La posibilidad de ejercer una
resistencia a dejarse llevar por una situación siempre está presente, de
ofrecer una actitud disonante, convertirse en un infiltrado, en un miembro ilegítimo
a rechazar. Algunos contextos especialmente cruentos pueden vapulear a los
sujetos que los habitan hasta el punto de que sus nociones básicas, su
conocimiento de sí y del mundo se vean derruidos, surgiendo un sujeto casi
nuevo, nacido no ya de su vida, sino de una situación especialmente afectante y
agresiva. Casos de grandes desgracias, catástrofes o situaciones traumáticas.
Las variables de cada situación son
infinitas, por lo que también lo será el influjo que causen en el individuo.
Tras estos ejemplos, el lector podrá elucubrar otros no citados tomando como único
referente su propia experiencia.
La influencia que el contexto ejerce
sobre cada individuo no pasa por ser tan excesivamente concreta. Gran parte del
peso recae en su trasfondo, en su intertexto,
en las conexiones que mantiene con situaciones previas, que plasman su impronta
en cada acto que en él se desarrolle. Cuestiones como la calidad de las
relaciones o los eventos previos que la han propiciado modularán en gran parte
la atmósfera de la vivencia.
Esas necesidades latentes, aprehensibles
en toda situación, esas posibilidades de equilibrado, respecto de las que el
sujeto puede hacerse sensible es lo que podemos caracterizar como demandas específicas del contexto. En su
conjunto, pueden leerse en él indicios para cambiar su rumbo, para mejorarlo.
Más que mensajes, en un contexto oscilan peticiones, solicitudes, que interpelan al individuo que lo presencia.
Sólo así se torna posible el juego entre demanda,
por parte del contexto, y escucha,
por parte del individuo.
La constancia del juicio reflexivo revela
su valor cuando, vistos algunos tipos de inmersión contextual, nos percatamos
de que una importante parte de nuestros actos son fruto de exigencias que la
situación provoca, de las que no tenemos garante de su corrección. Son de sobra
conocidas las atrocidades que el hombre, inmerso en la vorágine de la masa, es
capaz de cometer.
Quizá no se
trate sin más de una interpretación como tal, al estilo de un análisis
hermenéutico, ya que podría resultar que, más que simple cálculo, se tratara de
una suerte de apertura atenta, una mirada radical, partícipe de la intuición y
necesitada de la quietud que le da validez, capaz de captar la necesidad de la
situación hacia la que es lanzada. Un estar
acorde, más que un captar analítico.
Es esa
pluralidad de matices la que hace que se
presente complicada esa mirada abierta y comprensiva en estos planos. Se
puede entender y aceptar que una situación cotidiana provoque en alguien lúcido
el imperativo de realizar ciertos actos, de mantener cierto tipo de
comportamiento. Recapacitar acerca del curso de acción individual parece
relativamente sencillo si lo comparamos con el curso de acción colectivo. A
saber, captar la necesidad de consolar a alguien que llora es más fácil que
captar las necesidades políticas de un colectivo, por ejemplo. La tarea se
torna inabarcable cuando llevamos la noción de contexto a una escala mayor,
porque ¿cómo captar las necesidades o peticiones que nos exige, por ejemplo, el
contexto social en que vivimos?
A pesar de no
ser el objetivo de éste ensayo, por carecer de la ontología necesaria para
asumir tal abrumador número de variables, no debemos obviar que en última
instancia, el trasfondo del contexto remite a planos mayores, y que esos
niveles en los que se haya adscrito también realizan demandas, siendo su nivel
de complejidad infinitamente mayor. Una cuestión que desborda, pero hacia la
que hay que apuntar, pues a pesar de su aparente lejanía, hasta el suceso más
recóndito puede repercutir, y de hecho repercute, en nuestras vivencias
particulares.
Quisiera
concluir resaltando sin más lo conveniente de ejercer, frente al entorno, un
tipo de quietud sensible, una apertura atenta capaz de captar las necesidades
de éste, con el fin de lograr una mejora de la situación que se presencia y
protagoniza. Tomar esa atención lúcida, y ponerla a la escucha de los
mecanismos que rigen cuanto nos rodea y afecta. Una disposición que, aunque
necesitada de lo racional, no encontrará en el cálculo, sino en la sintonización, en la consonancia con el
entorno, su mejor aliada.
Trascender lo
particular, caminando hacia una profunda visión de conjunto, aprehender la
textura de lo circundante, el panorama en derredor, permitiendo esa eclosión de
sentido, particular por individual pero no por ello menos válida, que como una
lámina que se aplica a una lente, nos muestra recovecos del paisaje que
pudieran haberse ocultado a nuestra mirada. Integrarse en la situación vivida,
interpretándola desde sus propios parámetros, porque es nuestra mera presencia la
que nos vincula primariamente con ella.
Que escucha,
y no sólo presencia, se conviertan en
caracteres propios de la actitud en su estar
cotidiano.
Contexto
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Podrás encontrar éste y otros artículos en Fundamentes. Imagen diseñada por María Valle para éste escrito.
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