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¿Por qué no pertenecer a los partidos?


 

Estamos a punto de cumplir un siglo en el que, como civilización occidental, le tememos a la libertad, al contrario de nuestros padres que dieron su vida por ella, hoy, estamos ansiosos por venderla. No hay un solo comprador, existe una oferta de compradores, cosa curiosa: son ahora los compradores los que se ofrecen… y precisamente, por esto, es valiosa la venta de nuestra libertad llegado el momento en que nos involucramos en la oferta de compradores de otras libertades, en reglada sincronía de clase. Lamentablemente para algunos, siempre existirán personas que no podrán vender su libertad por imposibilidad, otros, por el contrario, resistirán al correcto, mediado, pausado, fino hecho de no vender su libertad individual. Los compradores son fascistas, pero también antifascistas, desde aquí, el derecho a estudiar las posibilidades es inmensa, tendiente al infinito.

Para Freud las personas son esencialmente seres antisociales, es la sociedad la que debe domesticarlos, es la sociedad la que debe acusarlos después, de ser peores que los animales. El hecho es que mucha de nuestra cultura se está aboliendo, la cultura que servía para sublimar los instintos biológicos de los seres humanos y civilizarlos, se aleja de la enseñanza de los infantes, lo que provoca serios problemas de adaptación al cambio y de tolerancia a los procesos educativos que buscan que los individuos lleguen, como meta máxima, a competir en sus trabajos. Es por tanto imperativo captar que las inclinaciones humanas a lo bello, así como también a lo feo, no forman parte de la biología humana, sino que son el resultado del proceso social que crea a los sujetos. Esto causa un efecto en cadena y un proceso dialectico de afirmación, negación y de negación de la negación; la historia crea a los individuos, pero es que también el individuo crea la historia. El gran problema de esta propuesta es la pluralidad en la primera fase y la singularidad en la segunda fase, lo que termina por provocar un acomodamiento de una cantidad indeterminada de individuos a una muy poca capacidad para gestionarla. Lo milagroso es admitir que esta forma esclavizante de procesamiento social, termina creando cultura, sea a quien sea que moleste. Mientras que lo aterrador es que pareciera percibirse que los mecanismos de poder intentan descubrir cuáles son los límites de esta adaptación.

Quién desee ser libre estará profundamente solo. La religión, la política, los nacionalismos, no son otra cosa que forma de evitar que los sujetos se sometan al peor de sus temores: el aislamiento. El ciudadano apolitico no es que no tenga opinión, sentido de los justo, o puntos de vista bien definidos y fundamentados de los hechos, es que los partidos que conoce le desconocen, traicionando su visión ciudadana se enfocan en su visión política, y se acartonan; el sujeto apolitico evita este acartonamiento, se une con su ciudad, así como lo hicieron los partisanos en Italia, o los rusos en Stalingrado, representando el peor de los infiernos para sus enemigos, porque se transformaron en las cosas mismas, dejaron de ser personas-ciudadanos-políticos, y se transformaron en calles, edificios y alcantarillas. El individuo apolitico es el enemigo de la máquina, imposible de identificar detrás de cualquier estampa.

La reforma fue uno de los procesos de individuación más importantes que hayan existido en nuestra historia, como forma social de proponer un nuevo punto de vista religioso, social y político en el mundo entero. La sensación de soledad e impotencia llevó luego al nacimiento del calvinismo, el cuál propugnaba en pocas palabras, que todo estaba dicho, sublimando así, en dios, el profundo sentimiento de aislamiento que la reforma trajo consigo. Mas jamás en la historia de las sociedades ha bastado la fe. El calvinismo y el protestantismo fueron entonces los responsables del ascenso del Capitalismo, cuando el creyente necesitó demostrar en sociedad de una u otra forma, que llevaba una vida virtuosa, acumulativa de bienes categóricos, llenos de idealismo; para que sus hijos al tener su destino heredado, se limpiaran de responsabilidades, destruyendo lo que no veían, colonizando a los, desde ya, condenados al purgatorio. La libertad instantánea necesitó de la dominación del destino divino inmediatamente. “La libertad para”, se volvió un concepto aterrador, naciendo así el concepto burgués de la “libertad de”. Nuestra forma segura de mantener el destino de ser los únicos animales que trascienden sus limites, es mantenernos en venta, el mercado era trascendencia y teníamos a dios, mientras que hoy es inmanencia por ateísmo.

Cuando perdemos el paraíso es imposible volver a él, aunque todo camino de vuelta comience en el infierno; el infierno de la libertad puede traer este paraíso perdido, puede que quizás, encuentre otros; la historia a demostrado que no es posible. Primero fue Adán quien fue expulsado del paraíso terrenal, luego fue Caín quien fue expulsado del paraíso de su familia, los judíos fueron expulsados del paraíso de su esclavitud en Egipto. Cualquier forma de dominación puede que tenga que enfrentarse con una cualidad extraña, profundamente humana, de encontrar la liberación cualesquiera sean las circunstancias, con la muerte como último camino. Es por ello, que dijo Camus, que es el suicidio la afirmación de la vida misma.

Es interesante notar que Lutero escribió en contra de la usura y los monopolios de su tiempo, siendo que fue él mismo el que sugirió un mayor individualismo, pero es aún más polémico enfatizar que la Iglesia Católica también era un monopolio y un estado al mismo tiempo, ejercía el control desde todas las aristas humanas materiales e inmateriales, privilegiando a su “Politburó” desde el poder que por sí misma mantenía. A veces es bueno separar un poco las aguas para luego volverlas a mezclar. Por esto el Concilio de Trento fue una parte importantísima para muchos desposeídos que vieron en el protestantismo un abismo irreconciliable para sus vidas condenadas desde el nacimiento a la miseria. La sublimación de los individuos se refugio entonces en el arte, y propuestas tan importantísimas como el barroco nacieron para proponer una forma de conciliar el salvajismo humano con el énfasis civilizatorio. Aunque fue en la educación en donde la contrarreforma encontró su caballo de batalla en contra de este nuevo liberalismo que amenazaba la unidad de la iglesia (Partido).

Los judíos siempre fueron perseguidos en Europa, pero recibieron con cierta simpatía las ideas de la reforma protestante, aunque luego Martin Lutero tomara posturas antisemitas. Es el hecho que el individualismo no admite una competencia igualitaria la negación de la negación a la propuesta de Lutero, pero dentro de su mente, con mucha posibilidad, se manifestaban preponderancias tendientes a la religión, por ello fue relevante desde el hecho de no admitir al mesías hasta las diferencias irreconciliables que existían en el proceso de conversión. Esto no significa que los judíos no supieran aprovechar las instancias de estas movilidades históricas y edificar alternativas económicas plausibles con estas nuevas creencias. La mano invisible de dios comenzó a funcionar, el aparato de la fe se bancalizó desde un extremo movible, fe por todos lados, hacia todos los rincones. 


Comala por dónde sea


 



Para poder ser pleno como ciudadano apolítico, primero se debe asumir que no es posible ignorar una posición desde donde se pueda ser absolutamente neutral, entendiendo que primero se está inmerso en una sociedad catalogante desde prismas que se han vuelto infinitos. Eres hombre, eres mujer, latino, trabajadora, madre, padre; pertenecemos a la política, con ciertas libertades si somos valientes, pero pertenecemos a nuestro catálogo. Eres mal padre, trabajas mediocremente, no terminaste tus estudios, eres el mejor en tu empresa, no importan las causas, solamente nos enfocaremos, como sociedad, en los efectos. Esto termina por mover ciertos escenarios que los tableros de las eventualidades sociales manejan por inercia, dado que el bien se ha transformado en una inercia, mientras que el mal en potencia que ramifica sus raíces en la completa destrucción de lo que toca por su extremadamente abundante fertilidad.

La eventualidad social es el movimiento que se descubre en el tablero de los hechos de acuerdo a estas características: el mal encuentra su camino por la mínima acción, mientras que el bien identificado es copiado industrialmente para que pierda su artesanado, la producción del bien torna en alienación y nunca se sabe en qué momento se está ejerciendo. Si eres abogado es muy probable que se busque con más ahínco a quién te asesina. Si eres una jovencita puede que tengas mas oportunidades laborales para cargos mejor pagados, con cierto acoso locuaz, ligero, sobre todo en sociedades modernas, que se escabullen por el buen gusto y los momentos del tiempo. Si no tienes estudios es mas probable que convivas con la violencia, con la amenaza, y con sustancias que estén diseñadas para hacer ricos a otros; que se usufructúe de tus imposibilidades. La eventualidad social se aprovecha de cada uno de los errores individuales, para ofrecer soluciones generales, politizadas, vinculadas con el ejercicio del mal, e integrar movimientos complejos y subconscientes de la ciudad, del estado, de las instituciones. Es una concepción paranoide de la realidad, claro está, en el sentido en el que se piensa que las cosas y los hechos se ordenan en el exterior para influir en nuestras vidas. Entendiendo que, las enfermedades mentales, son también, enfoques ricos en reproducciones de la realidad. La locura es política y debe ser usada en consecuencia.

El hombre de nuestro tiempo debe ser fuerte, la mujer de nuestro tiempo debe ser fuerte, todo dependiendo de su posición social. Y es así como también debe ser débil. Éstas no son formas optativas, son condiciones para vivir en un recuadro especifico de esta sociedad, condiciones para vivir en su oscuridad, en las penumbras, que va renovando continuamente como producciones cinematográficas, artísticamente, alternando sus manipulaciones en el recuadro 25. Ergo, ¿Cuál es el grito de libertad de nuestro tiempo? Deberíamos atender la dialéctica de la libertad absoluta y del terror absoluto de Hegel para considerar esta pregunta, deberíamos dejar de preocuparnos tanto por nosotros mismos, y vivir la vida rebeldemente, es decir, revolucionariamente, es decir, violentamente. Agresivamente en contra del mal que debería tener alguna llave de identificación. Es asombroso cómo la violencia a asumido nuevas definiciones para nuevas debilidades, para nuevas oportunidades mercantiles. O, deberíamos vivir, como dice Maquiavelo, tratando de manipular cuando se pueda lo manipulable, todo para nuestro propio beneficio y olvidarnos del posible desplazamiento de nuestro ser en la rueda de la fortuna. Quizás, deberíamos ser historiadores comprometidos socialmente, que estudian una minoría asumiendo y divulgando los riesgos y las injusticias que sufren por ética profesional. Puede que esto no sea una forma realmente científica de ver la historia, pero quién querría ciencia ante el sufrimiento, quién quiere ratas frente a lo que está claro que no queremos que ocurra.

Todo esto es de perogrullo dada la saturación en la que estamos inmersos. Hay un quiste, un pus, por exceso, que intenta sanarse en un sistema que se adapta a lo que creemos un cuerpo, pero no llega, dado que no sigue las leyes genéticas que cuidan el cuerpo. Puede que la salud sea un concepto meramente biológico que demuestre lo infinitamente alejado que están nuestras posibilidades sociales, democráticas económicas y políticas, de una simple acción curativa. Solo queda simular como individuos que lo que atendemos es importante y lo que nos pasa importa, pero esto no es así; desde el punto de vista del ciudadano apolitico, es una necedad. Pero, si todo en política es una simulación, ¿No conviene ser parte del juego? ¿Hasta qué punto? El mundo se acelera.

Hace cientos de años que se había planteado el problema del movimiento mas optimo. Esto es, según el sabio griego Heron de Alejandria, la forma en que la luz se propaga. Pierre de Fermat demostró la ley de Snell, luego Isaac Newton descubrió el mismo movimiento extraño al cambiar la luz de medio, para luego descubrir que no es que buscara necesariamente el camino más corto, sino el camino en donde se llegaba antes, la mayor velocidad. Con esto comenzó el concepto de mínima acción, una cualidad fundacional que sugería que las partículas buscaban en su trayectoria el camino en donde la acción sea la menor posible (Joseph-Louis Lagrange). El mal.

La importancia de hacer cosas nuevas es relevante para escapar de la industria, el problema es que la innovación comenzó a ser parte del producto. ¿Cómo reconocemos los nuevo? Cómo podemos decir: he aquí esto es nuevo (Eclesiastés). Ni la ética se puede dar. Es imposible notar lo bueno o lo malo en la memoria; mientras que si se puede también se destruyen las particularidades por saturación. Es tan imposible diferenciar lo justo e injusto, lo bueno o malo, como calcular la posición de una partícula. Pero se pueden encontrar nuevas combinaciones en las que las injusticias se logren definir. La labor intelectual de muchos grupos profesionales que quieren ejercer su profesión de una forma ética, es denunciar la injusticia y las combinaciones en las que se va dando la maldad en contra del débil, del que no tiene voz, del minusválido, de la minoría, del pobre, del ignorante. Como ya se mencionó, no se pueden identificar las bondades de ningún sector. ¿Responden estas ganas de salvar al mundo a un deseo sexual? Son, por tanto, comercializables.  

Se debe detener la corriente de la maldad deteniendo el tiempo que es un bien capitalista. El tiempo, según Immanuel Kant, es una intuición a priori, una condición de que nuestra mente exista. Debemos manejar nuestra propia condición, identificarla, sellarla en el sentido, inventar el acto de juntar diferentes representaciones y captar lo múltiple en ellas en una sola cognición. Crear una síntesis es la lenta labor filosófica de nuestra era. Identificar las causas para equilibrarlas con los efectos. El problema es que ya no se pueden identificar las causas, alejadas del mismo creador y de los intérpretes, el humano se transforma en fantasma, como en Comala. Nos queda esperar la guerra Cristera.

Pero el mal está en todas partes, el mal es infinito, por lo que no sabemos nombrarlo. Nombrar el mal es un privilegio absolutamente político, nombrar al mal es una tarea empresarial, nombrar al mal es un bien económico, nombrar al mal es un dogma religioso. Paraísos artificiales del consenso nos esperan, en donde nuevamente se demostrará lo ínfimo que es el ciudadano, lleno de historias pasadas, muerto, sin tiempo, hambriento.

Cierre de un ciclo (inicio del fin)



“Un Estado estará bien constituido y será fuerte en sí mismo
cuando el interés privado de los ciudadanos esté unido a su
fin general y el uno encuentre en el otro su satisfacción y su
realización”
                                                                           G.W.F. Hegel

Representación visual de la fusión de elementos civiles y militares según Hegel, mostrando la creación de un estado de corrupción y la ineficiencia resultante del colapso social, con un estilo reminiscente de una reacción nuclear


 En las Lecciones sobre la Filosofía de la historia universal, Hegel, al referirse a los designios de la astucia de la razón, afirma que en la historia los particulares tienen sus propios intereses por encima del bien común, sus propias motivaciones y deseos, pero que, precisamente por el hecho de que sus motivaciones son particulares, tarde o temprano ellos, junto con los intereses que los motivaron a actuar, se desvanecen sin proponérselo para dar paso a un movimiento muy superior al de sus mezquinas apetencias personales. Algo -quizá mucho- de “la mano invisible” sugerida por Adam Smith hay en este argumento de Hegel. Un adagio popular venezolano resume con sorprendente nitidez la tesis hegeliana: “cachicamo trabaja pa' lapa”. Los particulares tienen la ilusión de ser el poder encarnado, personificado, pero, en realidad, son utilizados en los fragores de la lucha general para terminar -no pocas veces- siendo sus víctimas. Y es así como, en los llamados procesos históricos, los particulares terminan siendo, al final, simples “cartuchos quemados”. Lo extraordinario de esta astucia de la razón -así la llama Hegel- es que la voluntad general de un determinado pueblo necesita -sine qua non- de la acción de los particulares para llegar a ser lo que se propone, es decir, para conquistar sus objetivos. Pero en el tortuoso camino de la concreción del fin los actores principales -sus cabezas visibles- van cayendo en el camino, uno a uno, aplastados por las ruedas del molino de la historia que ellos mismos construyeron. Todos terminan aplastados. Unos van presos, acusados de ser criminales, incluso por sus antiguos compinches; otros tienen que huir despavoridos, llevando consigo la jaula de acero que ellos mismos se construyeron; otros aparecen asesinados sin la menor explicación; y otros o se suicidan o se mueren de cáncer. Parafraseando el Tractatus de Spinoza, el prepotente derroche de poder, las multimillonarias sumas de dinero birlado o los vicios y excesos de placeres sensuales, bien sea con barraganas o con barraganos, terminan desvaneciéndose. Una vez más, como decía Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.         
 Nadie puede negar el hecho de que los jerarcas del actual régimen venezolano -cuya característica más resaltante es la de su progresivo deslizamiento desde las formas ideológico-políticas consustanciadas con el totalitarismo nacional-socialista o con el fascismo tropical hasta su ya inocultable, abierta y directa, condición de cartel gansteril-, al principio, conformaron una junta de gobierno cívico-militar, compuesta por egresados de las academias militares y de las universidades nacionales. La denominada 'fusión civil-militar' fue, en realidad, la mayor perturbación ideológica que hiciera el extinto teniente coronel al quehacer político nacional, durante los años ochenta y noventa del pasado siglo, estando aún bajo el tutelaje de Douglas Bravo. Porque no se trataba de una simple alianza de lo uno con lo otro, como tampoco de la más compleja idea de unidad de lo militar con lo civil, sino, en sentido estricto, de una fusión.
 Fusionarse consiste en integrar varios elementos indeterminados en una entidad determinada. Así, lo militar dejó de ser militar y lo civil dejó de ser civil, para que los unos y los otros se fueron transformando, progresivamente, en vulgares criminales. En el lenguaje de la física, se trata de una reacción nuclear producida por la combinación de dos núcleos ligeros que se transforman en un único núcleo pesado. Y vaya peso el de forzar a un país pujante, colmado de las mayores riquezas naturales, a terminar arruinado y desmembrado. De dicha fusión resultó, pues, el nuevo elemento. Si se permite la analogía, podría afirmarse que así como la fusión nuclear del hidrógeno en el sol origina la energía solar, de la fusión nuclear de lo civil con lo militar se originó el gansterato. Ya no se trata de civiles o de militares conformando una alianza sino de un nuevo elemento, de una nueva forma de concebir la realidad, y, como diría Gramsci, de una nueva conformación hegemónica: la gansterilidad.

 Solo así se puede comprender la necesidad forista de las asambleas constituyentes en Latinoamérica y los intentos de creación de “nuevos Estados”, más cercanos al modelo político de las autocracias orientales -China, Rusia, Irán, Corea del Norte, Siria- que al Estado moderno occidental. No más sociedad política y sociedad civil, sino un Estado totalitario, cuyo fin último se propone el control absoluto de la sociedad civil, es decir, su más absoluta desnaturalización, y, por ello mismo, su consecuente desaparición. Esta es la razón por la cual se ha insistido en la conformación de un modelo de producción estatal que -por cierto- no produce, con la cada vez menor participación de la iniciativa privada en la producción económica. Las ficciones de un supuesto empresariado nacido a la sombra de la consigna “Venezuela se arregló”, ya ocultaba lo que ya se podía percibir desde los violentos tumultos de Las Tres Gracias en Caracas o desde La Liria merideña: que cuando se empobrece el espíritu de un pueblo tarde o temprano se descubre la corrupción inmanente a sus estructuras jurídico-políticas. Es lo que explica el pasaje de las expropiaciones y la estatización de empresas y tierras hasta la depauperación de todo un país, o la creación de instituciones oficiales paralelas a las ya existentes hasta la bancarrota del espíritu republicano. Es verdad que los zánganos ocupan una función determinada en los panales de las abejas. Pero si en un panal los zánganos logran asumir la conducción absoluta inevitablemente el panal llega a su fin. De modo que, de proseguir condenada a la administración sistemática de esa degenerada 'fusión cívico-militar', Venezuela, y lo que resta de su arruinado aparato productivo, más temprano que tarde colapsará definitivamente. Dejará de ser.


 Ya de suyo, y por su propia naturaleza objetiva, el modelo en cuestión parece haber puesto en evidencia sus contradicciones inmanentes. Subjetivamente, el fin final parece tocar a la puerta. Ha llegado el momento de los adioses, el profético Pedes eorum qui efferent te sunt, ante ianuam. Las llamadas “condiciones materiales de existencia” han servido la mesa para lo que se viene. La cacareada “guerra económica”, la excusa de las sanciones y del “sabotaje” ya no cuentan. Son el eco lejano de quien se niega a reconocer tercamente la derrota. Lo saben, pero los regímenes totalitarios suelen expiar sus incapacidades sobre el resto de la humanidad.


 La pobreza material se mide por la pobreza espiritual y ésta por la pobreza de las formas del lenguaje, a las que ha sido sometida la población durante los últimos tiempos. La ineficiencia crónica está directamente relacionada con la corrupción. La fórmula es sencilla: mientras mayor es el grado de ineficiencia mayor es el de corrupción. La pobreza de Espíritu y la corrupción, más que un asunto material, son formas de la inadecuación del Ethos del ser social. Decía Spinoza que la superación de dicha inadecuación estaba en el orden y la conexión de las ideas y las cosas. El Bien supremo es el resultado de una correcta formación educativa: el mal -dice- es la consecuencia visible de la ignorancia.
 Bajo las actuales circunstancias, no pareciera posible establecer relación alguna entre el aroma del contento, propio del Bien Supremo spinoziano, y las fétidas emanaciones que brotan del “poder popular para la suprema felicidad”. No sin astucia, el “tren de la historia”, que tan pomposamente decían conducir, terminará por llevarlos a sus respectivos destinos: al infierno como prisión o al tormento del mal recuerdo. Cronos devora a sus hijos. La historia sorprende a los que anhelan el poder para siempre. Es un terreno movedizo, inestable. Poco propicio para la eterna felicidad de los tiranos.      
        

El amor de los amores



Temen al amor porque crea un mundo que no pueden controlar 

George Orwell 


Los amores son en cierta medida, diría Lacan, una manifestación de nuestra presencia. Manifestación porque amar no es una acción, es un acontecer, entendiendo como acción a una voluntad humana individual y libre, pero, a la vez, dando por sentado que existe una voluntad humana universal que trasciende a los individuos. Bajo estos preceptos, el amor no es libre; estamos obligados a amar lo que amamos incluidos, nosotros mismos. De hecho, la única forma de libertad es la decisión de dejar de amar. Los amores, en este sentido, pueden ser construidos universalmente, por ello, culturalmente, a cada posición su labor, a cada labor su amor.

Esto involucra que el amor puede ser lo más parecido al absoluto desde una posición de sumisión a aquello que se nos enseñó, dado que es en la enseñanza donde se forja la base del absolutismo. Lo dictatorial necesita del escarmiento. El amor es una sumisión a nuestra propia existencia en el mundo. Quién no entiende está sumisión, en su inconsciente, es menos propenso a amar, ergo, nace su enfermedad.

El amor en el hecho, para el otro, se presenta como una muestra tradicional, que intenta equilibrarse en otra voluntad, en otra singularidad, por ello su complejidad. Puede paralizar cualquier acción o avivarla; no es una volición fija. El amor debuta diariamente como un sin querer que sigue todas las leyes, aunque, casualmente. Nuestra existencia es casual, los hechos, nuestra mente; las muestras culturales tratan solamente de equilibrarse como un trapecista, para demostrar(se) al otro algo indemostrable. 

La típica confusión entre hacer y ser. Ha-ser, a-ser, sin ser. Nunca se sabrá del todo si ser es hacer o si hacer es ser ¿en cuál de ellos habita la mente y la no mente? Voluntad o no voluntad. ¿La nuestra? ¿Abandonar la tradición o continuarla? ¿Cuándo somos, entonces no somos? ¿Cuándo hacemos, entonces no hacemos? El lenguaje en lo importante es completamente problemático, porque rivaliza con una libertad absoluta, con la última libertad. La primera tradición es el nacimiento.

Las formas presenciales convierten la nada en amor; nuestra vida, la vida de los humanos, la vida de los seres, es una transformación de la nada en algo. Puede que lo único digno de llamarse Algo sea el amor. Nuestros ojos no vieron, por el apuro por amar, que nuestra existencia se justifica meramente por la fe, pero la fe es tradicional. Instruye al niño en su camino y ni aún de viejo se apartará de él. El amor es una carga, la existencia es una fe en no perder el equilibrio sobrellevando esta carga.

La magia de los amores recorrió cada una de las cicatrices humanas. Es cosa de investigar la historia de los pueblos, de los perdidos, de los perdedores, de los vencidos. Los dolores, los deseos fueron formados por estas experiencias, traumatizados, transferidos por generaciones en alguna acumulación ininteligible de procesos, de tal manera que de estos sectores podemos inferir una mayor variedad cultural. Su cambio cíclico es tan fuerte como la persistencia de su balance.

Las formas de amor se han tratado de estandarizar. El amor es un riesgo. No se puede amar “libremente”, desde nosotros, es seguro y controlado hacerlo bajo la norma. Estas normas han afectado a los padres y a las madres, a las parejas, a los hijos, al sexo, a los hermanos, a la vocación, entre otros. Por una falta de identificación identitaria de los actos de amor, se pueden camuflar las presiones de amar en "cierta medida", sin que sean las voluntades (comunidad) las que le organicen, y menos voluntades propias, sino una única voluntad que se impone de acuerdo a su tiempo, para quienes viven, sueñan, sienten, piensan, solamente en su tiempo, desconociendo su conexión primitiva a su tradición.

 

Eros y lo ordenado de lo explícito

Lo erótico se está perdiendo, el apocalipsis sexual ha llegado. Opinar sobre estas experiencias se ha vuelto de mal gusto, porque precisamente se ha llenado de pésimos gustos; hay una especie paranoide de lo que se va a decir, de lo que se va a mostrar; así como la repetición noticiosa provoca psicosis, la repetición en serie de una forma de erotismo repetido se ha vuelto pornográfica; una horda concatenada de vulgaridad se camufla con el acto de la belleza, con el amor y la verdad sexual, con la exaltación al misterio y a lo oculto.

Lo erótico, por el mero hecho de existir, lucha contra el sistema explícito, porno, que invade microbioticamente desde un órgano de nuestros sentidos, todo el espectro estético de lo sexual, y que se impone cada vez, a más temprana edad.

Lo erótico es un poema, un misterio, un arte, lo verdaderamente casual, como el amor al cual pertenece, frente al cual no se debe tener ninguna vergüenza de consumo, porque no es consumo en un sentido normativo, es un acto totalmente libre desde la intimidad de cualquier historia, con un destino, desde la divina condena. En este caso lo casual del amor erótico representa la casualidad del amor en general y su base; sin estereotipos, ni antes ni después, sin tiempo, en el desorden. Su orden es sólo filosófico, un poco hipotético e histórico. Por ello, Eros, hijo de Cronos, nació desde el vientre del Caos, instaurando el acto de nacer. No se puede desvincular el amor verdadero del amor erótico, así como no se puede desechar su importancia para la libertad humana.

 

Philia y el Estado enfermo

La amistad, bajo el alero de cualquier sistema enfermo, es un concepto y un hecho peligroso. Invirtamos. La enemistad es beneficiosa para un Estado dictatorial. La comunicación es la base de los amores, y es la base de la amistad, del amor filial. Sin comunicación no hay ciudadanía democrática por definición, si no fuera así se convertiría en una especie Química de reacción por parte de sustancias que consumen o liberen energías totalmente identificables y medibles; sin isegoria, y lo que es peor, sin parresía.

No hay mayor virtud democrática en un Estado que la capacidad de hacer amigos a elección, libremente. Existen pocos sectores que no estén acusados de algo, como si la desmenudación ciudadana estuviera hecha para hacer ver diferencias y no congruencias. No hay otros recursos, el mal, diría Hannah Arendt, se mueve superficialmente; se usa lo explícito y la información (superficial) para boicotear la confianza y la comunicación. 

Un Estado enfermo ataca los lazos más humanos, como la capacidad de negociación para autogestionarse como comunidad, se alimenta como larva y entrega lo menos posible. Es una forma de negocio con lógicas parasitarias e imperialistas. Usa la fuerza en todas sus formas. Esto lo vimos con el boicot a la moneda libre, que es el emblema de su codicia. La deshonestidad es un requisito para su resistencia, mientras propone separaciones absurdas, no resuelve problemas de corrupción que ponen en jaque su legitimidad.

 

El monopolio del Agape

Ya no se ponderan los pareceres diferentes, basta con odiarlos, decía Nietzsche. La solidaridad y la caridad no deben tener una razón utilitaria, de lo contrario se vuelven absurdas, inentendibles, como propuestas altruistas. Es en la caridad sin razón en donde el individuo puede identificarse, autentificarse, mirarse como un otro al que desconoce. No se trata de abandonar la razón literalmente, sino de abandonar las razones que justifican y monopolizan la caridad. 

La preocupación por el otro se terminó politizando de maneras casi religiosas. La fiesta se transformó en algo sin forma para el joven, amorfa, mientras que para el trabajador es agendada. Sin forma porque el joven necesita banalizar su cultura, su propio yo, cansarse de sí en el frenesí de su tiempo. Con forma porque luego se busca controlar los procesos caritativos temporalmente. Es pues, en la fiesta donde se termina por materializar algo inmaterial, dominar a una bestia que no debería ser domada. 

La despedida de la libertad es ésta. Por una parte la fiesta debe ser incontrolable, para que algún día, de nuevo, como si fuera un hecho azaroso del tiempo, el amo se transforme de nuevo en esclavo. ¡Recontituyamos al amo!

Debemos encontrar nuestras propias esperanzas. La espera depende del individuo. En la ciudad ya todo es reloj, incluso más que en aquellas civilizaciones que dependían de las estaciones del año. Vivimos en la época del fetichismo de los datos (big data), dependemos de ellos para organizarnos. 

No hay una caridad autentica sin fiesta, sin calendario, sin festividades. Pero estás deben nacer desde la tradición. 

El mundo se ha transformado en el ente organizador de nuestra particular forma de amar. Nuestro tiempo, nuestras vidas y las cosas se aparearon de una manera orgiástica, de tal manera que entregar algo se ha confundido con entregar nuestro propio cuerpo, donante, inmaculado, esperando en algún momento un retorno. No hay espacios, no hay moradas, no hay lugares de descansos en los que se pueda abandonar la velocidad impuesta para encontrar nuestra inercia. El Statu Quo ya nombró todo, y enfermamos.


El Humanismo: Una Cosmovisión para la Coherencia y la Justicia


Humanismo como cosmovisión
En este artículo se afirma que el humanismo es la cosmovisión necesaria para dar coherencia a nuestras ideas acerca del mundo y se defiende dicha alternativa frente a los dogmatismos, por un lado, y los relativismos, por otro

Hombre practicando filosofía y deportes, con un fondo caótico, mostrando un enfoque ligero y alegre hacia la filosofía.

Desde un punto de vista materialista y evolucionista, hay que reconocer que la razón, como todas las cosas, también tiene su propia historia. Si la ciencia y la filosofía se apoyan en la razón, pero la aceptación de ésta no puede ser un absoluto, entonces es lógico suponer que debe haber un suelo previo, no directamente racional, sobre el que se asienta la propia razón: las creencias.

Ortega diferenció entre ideas y creencias. (1) En las creencias se está, se vive -decía él. Las ideas se tienen. Sobre las creencias es dificil discutir, porque provienen a menudo de un fondo inadvertido de oscuridad del que no podemos ser del todo conscientes. No obstante, podemos traerlas a la razón y entonces las "racionalizamos". Lo que nos queda, pues, es hacer explícitas esas creencias para poder cotejarlas con las de los demás.

Un sistema de creencias (o cosmovisión) se diferencia de una ideología en que tiene una mayor proyección social y no está ligado a la división de la sociedad en grupos heterogéneos (es decir, no incluye formalmente la referencia a esta relación de unos grupos contra otros).

La pregunta es: ¿a qué suelo de creencias no queremos renunciar bajo ningún concepto porque entonces haríamos saltar por los aires todo lo -mucho o poco- que consideramos valioso? Mi respuesta es: el humanismo. Y concretamente el humanismo secular tal como Mario Bunge lo caracteriza. (2) Dicho humanismo, en palabras del filósofo argentino, comprende las siguientes tesis: 1) todo lo que hay es natural o construido por el ser humano, 2) lo que es común a los seres humanos es más importante que las diferencias, 3) existen valores universales básicos, 4) es posible y deseable hallar la verdad y ésta se alcanza gracias al uso de la razón, la experiencia, la imaginación, la crítica y la acción, 5) debemos disfrutar la vida y ayudar a los demás a disfrutarla, 6) debemos apostar por la libertad, la igualdad y la fraternidad y 7) es necesaria la separación de la Iglesia y el Estado.

Sostengo que el humanismo ha de ser el sustrato básico de creencias sobre el que debemos movernos. Ante la tentación escéptica y relativista, tan recurrente entre nosotros como a lo largo de toda la historia, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿existe algún otro tipo de concepción del sujeto, alternativa al humanismo, que permita dar legitimidad a las pretensiones de validez de todos aquellos que, en multitud de situaciones de la vida, y en los más variados lugares, expresan de una u otra forma sus protestas y ansias de justicia? No la hay. Si renunciáramos al humanismo, entonces no tendríamos argumentos para oponernos a la barbarie, a la guerra, a la opresión, a la esclavitud... Y como no queremos esto, no queremos renunciar a defender que existen algunos límites irrebasables, y hemos de postular una idea de sujeto que sirve para ejercer una crítica del presente al mismo tiempo que como motor para la acción.

La universalidad de la razón (sin la cual no habría fundamento para el conocimiento, pero tampoco para la moral) es una exigencia del humanismo, en tanto que éste se propone salvar algunos mínimos puntos de apoyo para la experiencia del común de los mortales. Puntos de apoyo sin los cuales nos veríamos abocados a renunciar a todo juicio acerca de lo correcto y lo verdadero. En último término, por tanto, el humanismo tiene que ver con una necesidad práctica: la de preservar la identidad de la conciencia como fundamento de toda actividad.

Es notable que en el ámbito del conocimiento toda expresión formulada como verdadera exige de iure que cualquier ser pensante la admita o pueda admitir como tal, lo cual conlleva, además, que dicha expresión remita a una objetividad. En el caso de la moral, la pretensión de universalidad es un requisito inexcusable de toda persona cuando se esfuerza en aducir razones para justificar públicamente sus acciones ante los demás.

Que la universalidad de la razón sea una exigencia del humanismo significa que es un ideal regulativo necesario para dar coherencia a la multiplicidad de lenguajes y formas de vida que pueblan el vasto mundo de lo humano. Por eso el humanismo está tan vinculado a la defensa de unas "decencias comunes" como a la defensa de la racionalidad científica, y no tendría sentido abogar por una filosofía humanista enfrentada con la ciencia:

"El humanista de este fin de siglo no tiene por qué ser un científico en sentido estricto (ni seguramente puede serlo), pero tampoco tiene por qué ser necesariamente la contrafigura del científico natural o el representante finisecular del espíritu del profeta Jeremías, siempre quejoso ante las potenciales implicaciones negativas de tal o cual descubrimiento científico" Francisco Fernández Buey, Filosofía pública y tercera cultura

El humanismo es una cosmovisión totalmente congruente con la práctica del conocimiento científico. Recordemos que un sujeto racional, libre, igual y solidario es el que está a la base de la construcción de la ciencia, si hacemos caso del análisis de Robert Merton, según el cual el "ethos" de la ciencia se caracteriza por la universalidad, el escepticismo organizado, el altruismo y el comunismo epistémico.

No admitir ningún conocimiento revelado, ninguna creencia que no pueda ser racionalmente fundamentada, es tanto un principio intelectual como un principio moral. Se apoya en el supuesto de que todo ser humano, convenientemente inserto en un determinado medio social y cultural y guiado a través de una práctica argumentativa, dispone de los medios necesarios y suficientes para aceptar por sí mismo la verdad de una determinada proposición, sin necesidad de buscar la razón de esa verdad en algo superior a sí mismo.

La razón, el logos, la argumentación, sustituyó a la explicación mítica cuando surgió la polis en la Grecia Antigua. La razón aparece ligada desde su nacimiento al estilo de argumentación propio del ágora. El helenista Jean-Pierre Vernant sostuvo que "la razón griega es una perfecta hija de la ciudad" (3).

La democracia se construyó sobre el valor de la isonomía, que es la igualdad en la distribución del poder político. De la misma forma que ante el control del poder político todos los ciudadanos son iguales, lo son también ante la determinación de lo objetivo. No hay nada más democrático que la verdad -podría decirse- pues nadie puede poseerla de forma absoluta. El individuo es irrelevante ante la presencia de lo objetivo, lo que quiere decir que algo es verdadero, no porque este o aquel individuo particular así lo consideren, sino porque cualquier individuo puede o podría hacerlo con la sola ayuda de su intelecto, analizando las definiciones de los conceptos y las consecuencias prácticas de los mismos.

El humanismo es, por tanto, contrario a los dogmatismos, autoritarismos, etnocentrismos y esoterismos, pero también se opone a relativismos, subjetivismos y, en general, a todos los que de una u otra manera se desentienden del padecimiento de los que sufren.

Justamente el humanismo es la cosmovisión que se propone someter las creencias (y las ideas) a examen empírico y análisis racional, sin dar por hecho nada más allá de lo estrictamente necesario para hacer posible la vida humana: los principios éticos elementales para la organización de la convivencia y la búsqueda de la verdad como basamento de la actividad filosófica y científica. El humanismo es posible porque creemos en (y deseamos) la viabilidad de la vida humana libre y pacífica. Teoría y praxis quedan, así, conectadas sobre la base de un suelo común de creencias compartidas.

Al fin y al cabo, la mejor forma de ser fieles a la justicia, es profundizar en la búsqueda de la verdad en todos los ámbitos, del mismo modo que únicamente propiciando un comportamiento justo y una sociedad justa velaremos por que la investigación de la verdad, libre de imposturas e impertinentes exigencias, sea factible. 


Notas: 

(1) Véase el ensayo "Ideas y creencias" de Ortega y Gasset, disponible en http://new.pensamientopenal.com.ar/12122007/ortega.pdf 

(2) Véase: Mario Bunge, Crisis y reconstrucción de la filosofía, disponible en http://filosofiasinsentido.files.wordpress.com/2013/05/crisis-y-reconstruccic3b3n-de-la-filosofc3ada-mario-bunge.pdf , pp. 18-19

(3)     Jean-Pierre Vernant, Entre Mito y Política, Fondo de Cultura Económica, D. F. 2002, p. 3



Siguiendo la huella de Giordano Bruno: Un icono de la resiliencia y el cambio filosófico


Sobre las huellas de Bruno.
Un auténtico creador, un portador de cambios radicales o un genuino dirigente político, es aquel que logra entusiasmar y organizar la fantasía concreta, propicia para la construcción de una nueva sociedad, de un nuevo modo de ser y de pensar, que reafirme los valores sustanciales de la civilidad. Para ello, no pocas veces, deberá enfrentar toda clase de trabas, intrigas, falsas acusaciones, descalificaciones y riesgos, tanto como la prisión, la tortura o los atentados contra su vida. Deberá, en fin, vencer una serie de obstáculos que, en el camino, le van poniendo, paso a paso, aquellos que tratan de impedir la transformación necesaria para el progreso social. Los reaccionarios acostumbran ir en contra de la razón y del devenir de la historia, pues cada modificación posible les resulta incompatible con sus mezquinos, sus muy ruines intereses, estrictamente personales. El “vil egoísmo” cree que la clave de su triunfo consiste en silenciar los “peligros” que brotan de la inteligencia de quien porta y comporta el cambio. Craso error. A pesar de ello, y convencido de la fuerza de sus ideas, el auténtico agente de la transformación persiste, no se dobla y no se deja doblar. El que se canse pierde, dirá. Y toma la decisión de seguir su camino: va “contagiando” a los más desprevenidos tanto como a los más despiertos. Nada lo detiene: se mantiene firme en sus convicciones bajo cualquier circunstancia, a fin de recomponer, una y otra vez, la voluntad general, eso a lo que Hegel designaba con el sagrado nombre de “Espíritu de pueblo”.

Sobre las huellas de Bruno. Un auténtico creador, un portador de cambios radicales, enfrentando obstáculos, prisiones, torturas, y la Inquisición, con una estatua de Bruno en Piazza dei fiori, Roma, mostrando firmeza y dignidad, triunfando sobre el fanatismo y la ignorancia

Es probable que, para los muchos, el nombre de Giordano Bruno no signifique nada, y que para otros sea, si acaso, una referencia bibliográfica, un dato más, que alguna vez se tuvo que ubicar en algún cajón del gran archivo de la llamada “cultura general”, ese gran museo de cera del entendimiento abstracto, tan afín al “establishment” teológico-político. Ha sido –y sigue siendo– tanto el interés por silenciarlo, por borrarlo de la historia o, en todo caso, por convertirlo en una sombría referencia del pasado, o más bien, en un sombrío recuerdo, que, casi de inmediato, el asunto llama poderosamente la atención: es decir, despierta cierta suspicacia, por no decir sospecha. Se oculta aquello que se pretende hacer des-aparecer, aquello que no conviene, no interesa, que sea encontrado. Pero cuando a algo –o a alguien– se le intenta ocultar de continuo, durante cuatrocientos años, es porque la empresa, a pesar de los constantes esfuerzos, ha resultado inútil. De hecho, y a pesar de todos los esfuerzos por borrarlo de la “memoria de la humanidad”, Bruno sigue siendo una estimulante y continua referencia para la cultura contemporánea. La trampa siempre sale, dice un adagio popular. El fuego, inmanente al pensamiento de Bruno, logra derretir, una y otra vez, la cera del gran museo del poder.

Existe una estatua de Bruno en Piazza dei fiori, en Roma, cerca del Vaticano, justo en el locus donde fue quemado vivo en la hoguera por la “santa” Inquisición, en 1600. Su rostro es firme, áspero. Sus ojos acusantes miran hacia la institución eclesiástica, la denuncian como la causante de haber sentenciado a un inocente, con el propósito de promover la ignorancia y, por eso mismo, de mantenerse en el poder. La prisión a la que le sometieron antes de ser sentenciado solo sirvió para fortalecer sus convicciones. Lejos de derrumbarse, Bruno se negó a ceder, soportando su martirio con sorprendente firmeza y dignidad. Conforme pasaban los días y se defendía una y otra vez frente a las “pruebas” que el tribunal le imputaba, y a sabiendas de que la decisión de condenarlo ya había sido tomada antes de efectuarse el juicio, su fortaleza espiritual era mayor. Cuando se le preguntó si se retractaba de los “pecados” cometidos, dijo, con énfasis, “No lo haré. No tengo nada a lo que deba renunciar, y tampoco sé a qué debería renunciar”.

El fanatismo –como todos los “ismos”– nubla la capacidad de pensar, disuelve la objetividad, enajena: enferma. Como afirma Spinoza –quiérase o no, uno de los herederos de Bruno que, como él, también fue objeto de excomuniones y maldiciones–, los “poderosos”, para mantenerse en el poder a toda costa, promueven idolatrías, crean catecismos, imágenes, símbolos ficticios, llenos de falsas expectativas y promesas. Pero también, y por eso mismo, deben dar “ejemplos” contundentes, auténticas “lecciones”, para propiciar el temor, la segregación, la desmovilización, el abandono de los espacios de resistencia, con el firme objetivo de frustrar toda iniciativa de cambio y hacer creer que son inderrotables y, más aún, indestructibles.

La sentencia contra Bruno, encontrado “culpable”, fue, finalmente, dictada: “Tomad al hereje bajo vuestra jurisdicción y que quede sometido a vuestra decisión, para que de tal modo sea castigado con la pena debida”. Los cargos que se formularon en su contra fueron: “Hereje impenitente, obstinado y pertinaz”. Entre sus “pecados” mortales se cuenta el haber afirmado la infinita unidad del universo, y que el Sol es una estrella de mayor tamaño que la Tierra, un diminuto planeta que se mueve dentro de la inmensidad del espacio. Entre los “pecados” inmortales solo bastará con citar uno de sus pasajes más elocuentes: “Aquel que desea filosofar debe dudar de todas las cosas. No debe adoptar ninguna postura en un debate hasta no haber escuchado las distintas opiniones, examinado y comparado las razones en pro y en contra. Nunca adoptar una posición basándose en lo que ha oído, en la opinión de la mayoría o en el prestigio del orador, sino que debe proceder mediante una verdad que pueda ser comprendida mediante la luz de la razón”. Bruno estaba, sin duda, del “lado correcto de la historia”.

Cuando se le informara de la sentencia, Bruno pronunció estas palabras: “El temor que sienten ustedes al imponerme esta sentencia es mayor que el que siento yo al recibirla”. Su ejemplo es, aún hoy, motivo de lucha por la verdad y la libertad. Quizá como ningún otro pensador a lo largo de la historia por conquistar una vida orientada por el reconocimiento, la paz y el progreso en democracia. En síntesis, por la eticidad. Al final, y a pesar de todo, Bruno triunfó.

Evolución del concepto de "normal": desde la escuadra de carpintero hasta las normas sociales

 De la naturaleza de las normas


Un carpintero con una escuadra, analizando que se entiende por normal en la línea de tiempo




A mi hija Grecia, médico ucevista,

heredera de las glorias de Razetti.


La expresión “normal” proviene del latín normalis, que, en sus orígenes, daba cuenta de “lo hecho según la escuadra del carpintero”, es decir, “conforme a la regla”. No obstante, su significado, como suele suceder, ha sufrido importantes modificaciones que, si bien han podido conservar su núcleo original, lo han ido ampliado, adaptándolo a las exigencias inherentes a cada época. Así, por ejemplo, para la propia lengua latina tardía la palabra asume un significado más general, llegando a ser usada como sinónimo de “regla”, “patrón” o “modelo”. Durante el siglo XVII, lo normal pasa a ser una expresión  equivalente a lo “perpendicular”. Más tarde, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, se emplea para definir “lo que es conforme a los estándares comunes o al orden o uso establecido, lo regular, lo habitual”. La Normal School será el título que, a partir de 1835, recibirán los colegios para la formación de profesores, dado el carácter de su reglamentación estándar. Ya para 1890, lo normal se usará para definir a las “personas o cosas que se ajustan a las normas”. Durante los inicios del siglo XX, lo normal fue homologado con lo “heterosexual” y, bajo los auspicios de la sociología positivista, las llamadas ciencias sociales y las ciencias de la salud -entre cuyos límites contiguos se encuentra la psicología social- terminaron definiendo lo normal (A) como el término expresamente contradictorio de lo anormal (-A). Con ello, se sentaban las bases para que el entendimiento abstracto terminara poniendo (setz), fijando y reduciendo, la norma -y en consecuencia, la normalidad- como un fenómeno estrictamente natural, a pesar de que la propia historia del concepto lo desmiente.   

Y sin embargo, a pesar de las pretensiones abiertamente ideológicas y abyectamente maniqueas -impuestas por una larga tradición que tiene sus inicios en Durkheim, Parson, Merton y la Escuela de Chicago-, las normas son, en efecto, un cuerpo de convenciones, prescripciones y determinaciones de carácter axiológico que tienen su origen en las costumbres, en las mores, es decir, en la “formación de casa”: nada menos que en el Ethos.  En ellas -y con ellas-, las sociedades se reconocen, se identifican y se cohesionan, al punto de constituir un fundamento valorativo -claro que, no pocas veces, con pretensiones esencialistas o universalistas, como ya se ha indicado-, de lo que le da corporeidad a la “normalidad”, al “ser normal”, que es, en realidad, una auto-representación o imagen especular, autoproyectada, que se corresponde con una determinada época de la historia. Y es que conviene afirmarlo, no sin énfasis, de una buena vez: la supuesta condición natural -o sustancial- de las normas es -incluso, ella misma- de factura histórica, porque es el resultado del obrar humano, de su praxis, del conjunto -complejo y contradictorio- de sus relaciones sociales. Las circunstancias hacen a los hombres sólo en la misma medida en que los hombres hacen a las circunstancias.

Una línea imaginaria, compuesta en lo esencial por los caracteres específicos -puestos o impuestos- que norman una época en particular, configura el contenido -de nuevo, las determinaciones- de lo que socialmente se acepta o no por normal, dependiendo del más lejano o más cercano apego que se tenga de las normas. Los estudiosos de la psique, especialistas en la indagación del comportamiento cerebral humano, suelen trazarla -incluso sin tener la más remota conciencia de su trazado- y, sobre ella, proyectan las ondulaciones, los vaivenes del comportamiento de sus pacientes, a los efectos de confirmar la normalidad de sus acciones individuales, como si las conductas -por más individuales que sean- pudieran abstraerse y examinarse con absoluta independencia de las afecciones que, día a día, propalan las circunstancias del tejido económico, social, político e ideológico -o al revés, como si los procesos histórico-culturales pudiesen comprenderse con absoluta independencia de la labor cotidiana de los individuos. La verdad, como dice Spinoza, es “norma de sí misma y de lo falso”. La aplicación mecánica de la “distribución normal” o “Campana de Gauss”, a los fines de “modelar” fenómenos naturales, sociales, políticos, psicológicos, etc., solo confirma, por una parte, el profundo carácter positivo -esa obsesión por fijarlo y congelarlo todo- del entendimiento abstracto, el sacerdocio de su temor por el movimiento, por el indetenible Panta rei inmanente de la historia. Por la otra, lo pone en evidencia, porque su estructura es, en sí misma, un artificio, una convención, una creación humana, que delata su  manía de pretender observar los procesos históricos “por cuadros”, en cámara lenta.

Ethos es una palabra griega que significa costumbre, norma, como práctica reiterada y asumida por la mayoría de los que participan en la vida social y política, formando un pueblo. Sittlichkeit es el término que utiliza Hegel, siguiendo a Aristóteles, para definir la eticidad o -como acertadamente sugiere José Gaos- la civilidad. Viene de Sitte, que traduce costumbre, porque es en las costumbres donde se produce la personalidad, el carácter, la conducta de los ciudadanos que van conformando el Espíritu de un Pueblo, su Volksgeist. Es, como diría Vico, el fundamento poético de la vida en sociedad, y poco -o casi nada- tiene que ver con esquemas preconcebidos -líneas, barras, cuadros o “campanas”- que pretenden frisar -o fijar- el quehacer humano. Las normas no son estáticas. El país que dejó el exiliado, a su retorno, ya no es el de las antiguas costumbres dejadas tras su partida. Y las que imperan en el presente ni son “universales” ni son “naturales” ni son “matemáticas”. Unos cuantos positivistas afirmarán -envueltos por las profundidades de sus sentencias de segundo escalón- que “el daño antropológico” es irreversible. No obstante, hay noticias: así como se hacen las normas se deshacen y se rehacen. La “anormalidad” de van Gogh, su extraordinaria representación del mundo, fue el fundamento para una nueva concepción de la realidad. Claro que siempre serán normas, sin duda. Pero la diferencia es que es posible su superación y conservación, su Aufgehoben. Por eso mismo, como dice Hegel, “la Ética es la Idea de la Libertad”, el “Bien viviente que tiene en la conciencia en sí su saber y su querer y, por medio de su obrar, su realidad”. Es, ni más ni menos que “el concepto de la libertad convertido en mundo existente y la naturaleza de la conciencia de sí misma”.                            


El fantasma de lo que sucederá

 


Después del mayo francés la corriente política cambió por completo: el pueblo notó una forma de ejercer poder y sus consecuencias, sean quienes sean los que las proponen. La lucha se desarrolla ahora desde el anonimato, así debe serlo. Algunos lanzan señales como faros de identidad para tratar de sobrellevar una existencia afectada por diversidad de contingencias, lo que tienen en común es poner a prueba la teoría del bosque oscuro, o corregir los posibles errores que, filosóficamente, como resistencia, estén cometiendo en sus vidas. La respuesta es el silencio. Lo saben. Así debe ser, es la mejor de las opciones. El anonimato se ha vuelto el caballo de batalla de las personas de bien, ellos son los más fuertes intelectualmente, ejerciendo lo correcto de manera íntegra, sin presiones ni pretensiones; existe un grupo, una comunidad, una legión, dispuesta a conquistar el mundo, a no dejarse dominar por todo aquello que vaya en contra del bien humano. Este bien no esta escrito, muta con la historia, con los acontecimientos, con las capacidades tecnológicas propias de boicotear el sistema para la restitución humana.

La comunidad es anónima, pero no tiene nada que ocultar. Se manifiesta en esta nada una esperanza, un acontecer, una empatía, un regreso a la tribu que pertenecemos todos. Se trata de la redención, reparación y sanación de todas las cosas. Un perdón. Una lucha abierta contra el mal y una admiración ferviente por lo justo. Es anónima por amor a los suyos, por lealtad familiar, por amistad. Servir a nuestra comunidad puede que sea lo más ético que podemos intentar desde la lejanía de estos corazones. Si las personas no toman las riendas por sus destinos y los destinos de sus hijos, el mundo entero les dominará.

El dinero, los recursos antinaturales se han robado nuestra capacidad de mantenernos sanos, justos, abiertos. Allí donde el dinero más penetra es donde más se separa entre sí; encontramos finales de capital aislados que siguen un posible único camino fácilmente rastreable, sin tener que usar el espionaje que usa el Estado contra nosotros. Entre estos finales habitan todavía seres humanos que sobrevivieron a las eras imperialistas, precapitalistas o poscapitalistas. Encontramos en estas comunidades lo más cercano al “Ethos Sustancial”, navegando por realidades que tratamos de comprender desde perspectivas capitalistas; negocio o no negocio, códigos binarios que poco describen conciencias que apenas se pueden apreciar dada su conexión intima con el mundo. Entre estas raíces no hay suelo firme, al menos no del todo, es una realidad que escapa a la sensación de seguridad de la que muchos están acostumbrados, y nos acerca a una sensación de seguridad de la que no estamos familiarizados.

Formamos parte de esta inestabilidad, por eso el anonimato. Ya no se entiende este mundo, de ahí que devenga hostil. Se pierde el gusto por vivir y se prefiere vivir ausente, ausente del trabajo, en la sala de clases, ausente en la familia, ausente de la carnosidad que alguna vez nos antecedió. La ausencia se volvió un arma de sobrevivencia. El mundo ya no se conquista, no hay nada que dominar, no hay nada que controlar, nos transformamos en sombras y espejismos que el nihilismo remató con un contingente de acontecimientos que nos sobrevinieron como especie; una especie luchando como especie, una especie matando a su especie ...por ello el anonimato… Los que se presentan a escribir sobre esta era no son más que bufones que relatan una comedia con un aparente final feliz. Ignoramos este final. Pero aún existe la imaginación, el color, las luces y los contrastes. Aún existe una conexión con algo que desconocemos. 

En algún lugar de todo esto se encuentra un chiste.

Al no ser nada se puede ser todo. Es de perogrullo. El disimulo y el peligro se transformaron en condiciones de la unidad para la bondad, no por el hecho de hacer daño, sino para ahuyentar a los demonios que noche a noche vienen a acechar los corazones de quienes se les impusieron las normas sin dictárselas, de los bautizados sin razón, de los que están expuestos en las tinieblas de su presente. Lo único que podemos conquistar es un anonimato activo, los demonios no saben encontrarlo.

Los poderes necesitan más que nunca de nuestra participación, de nuestra voz, de nuestro voto, de nuestra palabra, de nuestro entusiasmo, de nuestra energía, de nuestra movilización total. La potencia de abstención será clave en esta lucha, la mejor abstención la tiene quién no tiene nombre, la mejor ejecución la tiene la bondad anónima. La justificación total de la maldad se manifiesta por la consecución de aquello que nos ganamos, de aquello por lo que luchamos; si se le llama bien, terminará por convertirse en mal, su legitimidad es usada. No se intenta que del proletariado salga una clase privilegiada, que se aproveche para dominar a sus pares, se trata de que la voluntad del mal se aprovechará de aquello que el bien conquistó. Esto lo debe tener claro la comunidad, la ciudadanía. No va de entender a unos cuantos, se trata de entenderlos a todos.

Esta ausencia es solo un punto de partida, es la presentación de un sistema complejo que está recién explicándose. La ausencia, el ausentismo involucra permanecer entendiendo el desastre que provocamos con nuestra presencia, a niveles éticos, ecológicos, simbólicos, no podemos rehuir. Donde nos ausentemos dejaremos huella, es esta huella el fantasma al que los poderes dominaran. Es esta huella la muestra de laboratorio a analizar.

Un fantasma está recorriendo Europa y todos los rincones de la tierra, el fantasma de la capacidad del individuo libre por provocar todo lo imaginario y todo lo real. Una explosión que se llevará todo, que no tendrá un centro fijo, terrorismo puro desde la bondad, desde la ética en contra de todo lo que pretenda dominarnos. Se trata de traicionar la ciudadanía para luego reinterpretarla, traicionar la libertad para poder redefinirla. Esto volverá a hacernos personas libres que por lo menos definan aquello que hacen y que buscan.

Dejar la generación de los niños involucra traicionar la niñez para conquistar los símbolos nuevamente, para volver a escribir fantasías y epopeyas; encontrar nuestros traumas, nuestras sombras, desde el ataque despiadado que nos hace el mercado. Ser actores de una mala trama desde dentro, reconocer la falta de talento, la falta de inteligencia, la falta de astucia, la falta de estrategia, por estar ya metidos con el fango hasta el cuello. Luego, perdonarnos, redimirnos, resignificarnos. Los que atacan desde fuera morirán rápido, serán identificados y neutralizados. La bondad nace en el corazón de la maldad, en el abismo mismo del averno, en la última decisión, en la última cena. Ser, como dijo Zaratustra, águilas capaces de mirar desde las alturas la más honda de las profundidades. 

Quien pierde el anonimato para hacer el llamamiento no es ningún héroe, es un tonto, lucha con un pie en la periferia. Debe tener cuidado en no acartonarse en identidades. Es un escritor a veces. Dado que el mundo es cambio esta lucha no puede ser fija. Mirar la nada es entonces siempre el comienzo de una red de acontecimientos que se enlazan para volver a ser nada. Una revolución de paso es la cadena que hará más daño a cualquier intento imperialista, una revolución anónima, sin nombres, compleja desde cada instante, para los instantes que dure, luego morir. Una historia triste como siempre si se le romantiza. Podemos ser románticos, podemos ser humanos, podemos volver a sentir. Lo bello nacerá de la normalidad, de su corazón, desde ahí perdurará la resistencia, lo nuevo, la historia de una cualidad ante el todo.  

La resistencia para el perdón de lo que nunca fuimos, para la esperanza sobre lo que nos quieren hacer ser, es la única posible respuesta a una forma maquínica que trata de leer instintos, estadísticas, características. El resto será confiar en el hermano. Terminaremos por hacer filosofía, por ser filosofía.



El modelo libertario del contrato social: Locke y Nozick


El modelo libertario del contrato social: Locke y Nozick
Por contrato social se puede entender en términos generales, según Peter Keller, la idea de un contrato por medio del cual “todos los miembros de una sociedad, en una situación prepolítica de libertad originaria e igualdad de derechos acuerdan unánimemente la organización de su convivencia futura”

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Por contrato social se puede entender en términos generales, según Peter Keller[1], la idea de un contrato por medio del cual “todos los miembros de una sociedad, en una situación prepolítica de libertad originaria e igualdad de derechos acuerdan unánimemente la organización de su convivencia futura”[2]. En esta definición se pueden destacar dos asuntos que nos servirán mas adelante para abordar el modelo libertario del contrato social en sus autores clásico y contemporáneo: que el contrato social se origina en una situación prepolítica que se caracteriza por la libertad originaria y la igualdad de derechos y que es un acuerdo unánime entre los miembros de una sociedad.

El contrato social en sus diferentes versiones, reposa en la idea básica del contractualismo según la cual “cuando alguien realiza un acuerdo contractual con otro, otorga su aprobación a los derechos y deberes que para él resultan de este acuerdo”[3]

Aplicada esta idea contractualista a la sociedad en general, surge la idea del contrato social como fundamento de la obligatoriedad general de la organización pactada así como de los derechos y deberes que esta implica, con lo cual, no solo se justifica la existencia de las instituciones políticas, sino que se legitima la obligación política.

La fuerza normativa del contrato social, aquello que posibilita que de él se pueda seguir algún tipo de obligación, no recae en su forma, que en todo caso no es más que hipotética, sino en “las razones que hacen que sea razonable un acuerdo unánime de todos los afectados sobre estas normas”[4]

Para que una concepción del contrato social pueda ofrecer una justificación aceptable de ciertas normas de convivencia social, obligatorias para todos, es necesario entonces, que se cumplan dos exigencias argumentativas.”1. tiene que definir una situación inicial aceptable desde la cual pueda llegarse a un acuerdo equitativo de todos los participantes acerca de los principios de su convivencia; y  2. Tiene que mostrar cuales principios encontrarían bajo el presupuesto de esta situación inicial,  la aceptación razonable de todos los participantes”[5]

A continuación se abordará el modelo libertario del contrato social, tomando en cuenta los dos puntos que se destacaron de la definición general del contrato social y las dos exigencias argumentativas que se acaban de mencionar.

Locke, el autor clásico del modelo libertario del contrasto social, plantea como punto de partida de su  teoría, una situación originaria pre-política  que denomina estado de naturaleza y que en una lectura contemporánea haría las veces de la primera exigencia argumentativa en tanto  el estado de naturaleza lockeano busca mostrarse como una situación inicial aceptable para, con la guía de la razón,  lograr un acuerdo sobre ciertos principios (derechos y deberes) de convivencia social.

En el estado de naturaleza que Locke propone: los hombres son libres para guiar sus acciones y hacer con sus personas y propiedades lo que mejor les parezca sin depender de la voluntad de ningún otro hombre; y son iguales, en tanto, en el estado de naturaleza, todo poder y jurisdicción es reciproco.

Los hombres poseen entonces, en el estado de naturaleza, derecho a la vida, a la integridad física, a la libertad y a la propiedad sobre los frutos de su propio trabajo, a la vez que tienen el deber de respetar esos mismos derechos a los demás.

Pese a que, en el estado de naturaleza lockeano no rige la fuerza y la mutua enemistad, como en el planteado por Hobbes,  sino la ley natural, que los hombres conocen por medio de la razón y que cobija todos por igual, surge el problema de la no existencia de una autoridad superior que permita dirimir los conflictos que aparezcan, lo cual ocasiona que estos se hagan permanentes.

“Para evitar este estado de guerra –en el que solo cabe apelar al cielo, y que puede resultar de la menor disputa cuando no hay una autoridad que decida entre las partes en litigio- es por lo que, con gran razón, los hombres se ponen si mismos en un estado de sociedad y abandonan el estado de naturaleza”[6]

Para salir de la situación de conflicto en que degenera el estado de naturaleza, las personas acuerdan contractualmente el establecimiento de un poder político o estatal que deberá proteger la vida, la salud, la libertad y la propiedad de los contratantes; lo cual cubre la segunda característica general del contrato social: que es un acuerdo unánime de los miembros de una sociedad, y se cumple, de alguna manera, la segunda exigencia argumentativa al mostrar qué derechos se protegen con la creación de un poder político, así como los motivos por los cuales es razonable para todos los participantes aceptar las normas de convivencia que este implica.

Robert Nozick intenta revitalizar la teoría lockeana del contrato social; al igual que Locke, supone una situación inicial en la cual los hombres son naturalmente libres  para hacer lo que les plazca y disponer de sus posesiones; en este estado los hombres solo están sometidos al derecho natural que prohíbe dañar a los demás y obliga a cumplir los contratos que se relazan.

La no existencia de un poder superior al cual apelar en caso de conflicto, genera, al igual que en la teoría lockeana, una situación de querellas constantes, por lo cual se hace necesaria la existencia de una autoridad estatal. En la forma como  se llega a la formación del poder estatal, Nozick se aleja de Locke; para el autor contemporáneo “la autoridad estatal puede desarrollarse a partir del estado de naturaleza de una manera totalmente automática, sin un acto de voluntad especifico, por así decirlo, a través de un procedimiento de mano invisible”[7]

Los principios, derechos y deberes, que se generan con la aparición del Estado, son para Nozick, propicios a la aceptación racional por parte de todos los miembros de la sociedad, en la medida en que las restricciones a la libertad natural que implica la existencia del estado, por cierto mínimo,  se dan en términos de la protección negativa de la vida, libertad y propiedad de las personas, con lo cual se cumpliría la segunda exigencia argumentativa necesaria para que una concepción del contrato social pueda ofrecer una justificación aceptable para la obligatoriedad de ciertas normas de convivencia y de la existencia de instituciones políticas en general.





[1] En: KELLER,  Peter. Las teorías del contrato social como modelos de justificación de las instituciones políticas.
[2] KELLER, Meter. Las teorías del contrato social como modelos de justificación de las instituciones políticas. P. 21.
[3] Ibíd. p. 23.
[4] Ibíd. p 29.
[5] Ibíd. p.29, 30
[6] LOCKE, John. Segundo tratado sobre el gobierno civil. Altaza. 1994. p. 50.
[7] KOLLER. Op, cit. p. 43.


Jesús Alejandro Villa
Profesor de Filosofía y Ciencias Políticas 
I.E. Jose Eusebio Caro, Medellin - Colombia