La filosofía necesita tiempo.

Desde que se inició esta pandemia global, las personas se han vuelto más profundas, por así decirlo. Se preguntan por qué:
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El tiempo fluido de la filosofía.


Por qué la vida, por qué la muerte, por qué nosotros, por qué el sistema… Y no es fácil dar con la respuesta correcta y final. Desde esa novedosa profundidad que de pronto les ha surgido, miran hacia la Filosofía esperando una salida digna a sus dudas existenciales. Pero la Filosofía es una maestra exigente, que no da respuestas fáciles ni pistas evidentes. Para ella, primero debes ser digno merecedor de alguna ayuda. No tiene sentido apurar el horno si la mezcla de harina con los demás ingredientes para hacer pan aún no están amasados. 
En otras palabras, no puedes esperar que, mágicamente, te den respuesta desde una disciplina si tú mismo te has mantenido ajeno a su estudio. No es fácil volverse filósofo de verdad en un dos por tres. 
Distanciarse para pensar con objetividad puede referirse no solo a una distancia temporal o física, sino a buscar una perspectiva desde donde poder realizar un planteamiento racional objetivo. Y esa mirada escrutadora no puede obtenerse de un día para otro. Mucho menos si queremos una respuesta que dé sentido a lo que ocurre, a nuestras vidas…

Que alguien nos salve

Por otro lado, se alzan voces pidiendo un Estado más fuerte, que impida este o aquel levantamiento individualista y caótico. Anhelan el advenimiento de un poder superior que haga retroceder el desorden y se imponga por la fuerza, dando estabilidad y asegure crecimiento económico.
Parece que siempre es más fácil esperar que otro haga lo correcto y se imponga con dureza. Un otro que siempre me libere de mi libertad para elegir responsablemente. Un otro que podrá decirnos qué es lo correcto y para dónde debemos encaminar nuestros pasos.
A fin de cuentas, ese tipo de actitud solo nos mantiene en una especie de infantilismo intelectual.

Dilemas y problemas

Los problemas son situaciones que nos complican, pero que tienen solución. Se trata de soluciones racionales (cuesta discutirlas o ponerlas en duda), universales (para todos la misma y no hay más). Es decir, casi se trata de un cálculo, como cuando no sabemos el resultado de una ecuación. Una vez que calculamos obtenemos una solución definitiva.
Los dilemas, por otro lado, también son situaciones que nos complican, pero no tienen solución, y solo cabe enfrentarlos. Por ejemplo, te piden matrimonio y debes tomar una decisión al respecto. No es un problema, pues no hay una solución racional e indiscutible que todos acepten. No hay cálculo posible. Debes decidir qué hacer, y cualquier elección que tomes puede ser cuestionada. Además, nunca sabrás si fue la mejor alternativa, pues una vez que tomes tu camino no habrá vuelta atrás (Si das el sí, puedes divorciarte, a la larga, pero tu estado civil no volverá a ser el de soltero). La razón solo sirve para entender el dilema, pero deberemos decidir en base a otras cosas: gustos, intereses, valores, miedos, prejuicios, ignorancia…
Sería muy bueno poder tener un problema llamado pandemia, porque la razón nos bastaría para solucionarlo. Pero estamos frente a un dilema enorme, que nos obligará a decidir qué hacer…sin tener las cosas muy claras nunca.

La fuerza del eslogan (Chile cambió)

Pensar por uno mismo implica también aprender a poner en duda la enorme parafernalia informativa que nos impacta cada día, sobre todo cuando el periodismo insiste en volver farándula hasta las noticias de carácter científico.
Uno puede entender que existe buena intención tras el famoso Chile cambió, pero de ahí a creer que eso es verdad hay alguna distancia, y tratar de demostrarlo sí que lleva esfuerzo. Quizás el peso de ese tipo de ideas tiene que ver con la emoción que nos provoca, es decir, con un cierto grado de impulso que nos mueve a creer, a soñar, pero no más que eso. Y las emociones fluyen con demasiada facilidad hacia rumbos inciertos, donde incluso la violencia puede mucho más que un argumento racional.
Baste con recordar cómo surgen las batallas virtuales en Twitter, donde la distancia que nos ofrece una pantalla nos mantiene libres de responsabilidad y respeto por el prójimo que recibe nuestros descargos emocionales. Nadie se hace cargo de ese descontrol, y cualquier causa lleva a cientos o miles de personas a levantar banderas de lucha que permanecerán levantadas hasta que dejen de ser trending topic.
Parece que tendemos a desaparecer como individuos libres en ese escenario virtual. Nos sentimos livianos, atemporales sin la carga de presencia real, pero eso no es más que evasión. 
Volver a ser nosotros mismos, volver a nuestro centro, a ser protagonistas de nuestra vidas, ésa es la tarea fundamental para iniciar un camino filosófico. 

Tiempos líquidos

La fluidez del agua es nuestro modelo actual, según Bauman. Este sociólogo polaco afirma que nuestros tiempos ya no son de verdades estables y sólidas. Como ejemplo simple pensemos en la renovación permanente de nuestros celulares, que se convierten en materia de desecho a los pocos meses de comprados. 
Vivimos tiempos de rupturas. Todo lo que tenemos es cambiante y con fecha de caducidad no muy lejana, en comparación con las estructuras fijas del pasado. Quizás esa volatilidad nos mantiene ansiosos y expectantes. Quizás por eso lo que menos hacemos es detenernos a pensar: No queremos perder tiempo, ni un minuto que pueda servirnos para hacer algo más útil. Quizás por eso no nos conocemos a nosotros mismos, y ése es el centro de todo este asunto, no el virus ni la posibilidad real de morir por su contagio.
No podemos huir de nosotros mismos, pero podemos intentarlo, podemos hacer grandes esfuerzos por llenar nuestras vidas con cosas, relaciones insatisfactorias, deudas, y un gran etcétera. Quizás así pretendemos darle algo de solidez a nuestra existencia huidiza, que tiende a fluir sin control, como un agua demasiado superficial, que nos lleva hacia horizontes inciertos ¿Podremos detener ese fluir incesante? ¿Depende de nosotros, de nuestras decisiones o solo podemos reaccionar a un sistema que nos domina? 
No se trata de un problema, evidentemente. 

Pensar en el límite

El filósofo chileno Jorge Millas dijo que hacer Filosofía es pensar en el límite, porque “el auténtico saber del mundo se apoya en la experiencia, pero justo para rebasarla". Es decir, cuando llegamos a un límite nos vemos obligados a pensar, por nosotros mismos, qué haremos de ahí en adelante. Ese límite puede ser, por ejemplo, nuestra propia ignorancia respecto a qué hacer ahora; también puede ser nuestra desesperación. El asunto es que somos nosotros, cada una y cada uno, los convocados a buscar una salida, un camino nuevo, una ruta que nos libere. En pocas palabras, tenemos que inventar una forma de ser que sea auténtica, por y para nosotros mismos. 
Como me dijo una amiga psicóloga nadie libera a nadie porque cada uno es libre de hacerlo.  Me gustó mucho esa paradoja. Tiene todo lo necesario para hacernos pensar un rato y ver qué sale de ese encuentro con nosotros mismos. Quizás nos volvamos algo filósofos, a fin de cuentas.

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