Hace 12.000 años. Cuento

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Prehistoria en América.


Hace 12.000 años, América ya había sido habitada por humanos desde Alaska a Tierra del fuego. De esta civilización paleo-india solo se han encontrado puntas de flecha, cuchillos y algunas rudimentarias construcciones. Se los conoce como cazadores avanzados y recolectores nómadas que se movían en grupos de veinte a cuarenta personas. Dominaban el fuego y tenían un lenguaje rudimentario. A su paso se encontraron con una fauna, en su mayoría pacífica y de grandes dimensiones: gliptodentes, perezosos de tres metros del altura o carpinchos de cincuenta kilogramos entre otras especies. En un rincón de ese mundo se desarrolla la siguiente historia.

Era todo vegetación de no mas de dos metros de altura pero tupida como bosque cerrado y seco donde el canto de pájaros se alternaba con el de todo tipo de insectos varios de los cuales se parecían a las chicharras que cantan al mediodía en verano. Algo se movía entre los arbustos, parecía una sombra y de repente se vió una especie de carpincho que cayó en seco al golpe de una lanza. Tras el llegó un hombre desnudo que con una piedra lo remato y lo cargo sobre sus hombros. Caminaba rápido y descalzo. A su encuentro vino otro, también lanza en mano. El cazador levanto lo cazado como mostrando su logro. Los dos siguieron caminando y en el camino imitaban el trinar de algunos pájaros y otros animales.

Llegaron a lo que parecía un campamento, serian unos treinta entre hombres, mujeres y algunos niños muy pequeños de dos a cinco años. Había un grupo fabricando y puliendo armas, puntas de flecha y otros utensilios útiles para la caza . Otros pelaban varas que luego adosarían a las puntas. En el lugar habían piedras de fácil modelado y con una piedra más dura con forma de raspador iban desprendiendo pequeñas lascas hasta conseguir la forma final de flecha o cuchillo. Todos trabajaban en silencio y se comunicaban en voz baja. Algunos llevaban unos taparrabos hechos con cueros de animales que le cubrían solo el torso. Todos estaban desnudos. Alguna mujer estaba, claramente, a punto de parir y los demás eran totalmente indiferentes. Unos niños jugaban a tirarle piedras o varas de flechas a una roca que estaba a la distancia máxima que puede llegar una piedra del tamaño de la mano de un niño. Cada vez que alcanzaban esa piedra decían que habían conseguido la distancia de un tiro de piedra. Parecía que no habían estado ahí mucho tiempo ya que no se veían construcciones, ni toldos , ni desechos de comida. Había un lugar que indicaba que habían hecho una fogata y que la misma se había apagado dejando solamente unas brazas que un desnudo intentaba reavivar. Los que llegaron traían los animales abiertos y ya habían comido algo de ellos para luego dejarlos en el suelo cerca de los restos de fogata. Inmediatamente se acercaron los niños que los despedazaron y comenzaron a comerlos. Algunos otros comían lo poco que había, otros dormían y varios continuaban con su trabajo. Habían dos que estaba dedicados a encender el fuego frotando piedras. La caza fue claramente insuficiente y se dieron instrucciones para que saliera un grupo a cazar. Tras lo cual siete u ocho tomaron sus lanzas y cuchillos. Se introdujeron en el monte cerrado y sin abrir camino avanzaron sin miedo como si lo hubieran hecho por cientos de años. Comenzaron con un paso lento y luego por momentos corrían. Cada tanto, paraban, uno saltaba a los hombros de otro quedando parado en forma casi vertical y de esta manera asomaba su cabeza por encima de la vegetación buscando algún animal mediano o grande que pudiera dar más alimento que un carpincho. Así fue que un momento diviso desde lo alto un animal grande. Inmediatamente todos se dispersaron en varias direcciones sabiendo cada uno lo que tenia que hacer. Al llegar a un claro vieron a un Perezoso de unos tres metros de altura. Este los vio y si bien le tiraron flechas desde todos, se escapo entre la maleza. Juntaron las armas y continuaron la marcha recolectando algunos frutos, aunque no era estación ni lugar de mucha fruta. Lograron cazar algunos pájaros a los cuales acercaban imitando su trinar ante lo cual algunos de estos se se paraban muy cerca de ellos con total ingenuidad. Caminaron cinco kilómetros y llegaron a un nuevo claro donde vieron pastando a un gliptodonte que era como una mulita gigante de unos 1.000 kilogramos. Este estaba herido y fue más fácil de cazar ya que ante el ataque se incorporo sobre sus patas traseras dejando su vientre blando al alcance de las flechas. Cuando los tuvieron atrapado sonrieron y agradecieron al sol que ya pasaba con alegría del mediodía. Ante una seña dos partieron a buscar al resto que había quedado en el campamento. Y los cazadores comenzaron a despedazar el animal, comiendo todo lo que podían. Gran alegría hubo entre todos ya que por por primera vez en varias semanas hubo comida de sobra. Quitaron la caparazón y la pusieron a un costado. Los que vinieron trajeron brazas envueltas en cueros y tuvieron que comenzar nuevamente con el proceso de encender el fuego.

Caía la tarde y algunos dormían, otros jugaban con las flechas. Una mujer dio a luz un bebé, lo dejo al lado y siguió puliendo puntas de flecha como si nada hubiera ocurrido. Comenzó a nublarse con signos de tormenta. En el horizonte salia una luna llena a la cual le dedicaron algunas palabras y gestos de agradecimiento. De las piedras salían chispas pero el fuego no se encendía. De repente se escucho un aullido lejano como de un tigre. Todos se estremecieron y varios que estaban a medio dormir se despertaron. Y casi todos miraron al que infructuosamente intentaba revivir las brazas. Se vuelve a escuchar el aullido, más cercano y desde dos direcciones. Varios se acercan a colaborar y frotar piedras. Casi todos están despiertos y no quedan muchas lanzas ni cuchillos en el piso. Es de noche y la luna llena ilumina muy bien pero ella avanza hacia una franja detrás de la cual es todo nubes. Varios se arrodillan y le piden, a la luna, que no se esconda. No les hace caso. Cuatro salen a explorar que es lo que se acerca. Otros juntan carne de la cacería y la ubican a un tiro de piedra en dirección al origen de los aullidos. Se escuchan más aullidos, aun mas cercanos. Se juntan en torno al caparazón de cliptodonte debajo del cual se esconden los niños y las mujeres más jóvenes. Comienzan los relámpagos. El que conversa con la luna se enoja recriminándole que se haya escondido. Por fin, comienzan a salir chispas de las brazas, alguien quita grasa que había quedado pegada al caparazón y la acerca a las chispas. Una mujer se corta un mechón de pelo de un tirón y lo acerca al fuego. Sale la primer llama y soplan. Se hizo el fuego. Uno de los exploradores regresa corriendo, toma un cuero al paso y se tira arriba del fuego, recién encendido, apagándolo. Gira sobre si quedando boca arriba y antes de que le peguen, por haber hecho semejante torpeza, dice “hombres armados”. El amigo de la luna junto a otros le piden perdón y le agradecen su sabiduría eterna. Hay instrucciones de silencio. Vuelven los otros tres exploradores. Indican que los intrusos están a una distancia de tres veces un tiro de piedra. Todos al piso boca abajo. Comienza a llover. Primero unas pocas gotas gruesas que repican sobre la caparazón gigante y que despierta a los niños. Luego un aguacero. Agradecen el agua caída del cielo. Hay relámpagos y truenos. Tres o cuatros se quedan parados como estatuas mirando en cada relámpago si divisan al intruso. Dentro de la caparazón no entra mas nadie. Los demás soportan el agua sin problemas, algunos se acuestan boca arriba, otros se pegan cuerpo a cuerpo. Se envía nuevamente a los exploradores y ante cada relámpago, estos avanzan. La lluvia no deja ver mas allá de un muy mal tiro de piedra cuando de pronto ven que vienen seis sombras con sus lanzas y cuchillos. Caminan cansados, débiles y claramente hambrientos. Hablan algo entre ellos. Les tiran una piedra que pase por encima y que haga algo de ruido para confundirlos y alejarlos del campamento. Y así continúan siguiéndolos y dirigiéndolos hacia un cerrito que se recortaba en el horizonte hasta que los pierden. Cuando regresan ya había amainado la lluvia y la luna tenía ganas de salir aunque mas no fuera para decir que se iba a esconder detrás del horizonte. En el campamento los exploradores comunican que el peligro se ha ido, por lo menos por el resto de la noche. Vuelve la calma y todos duermen salvo algunos que quedan en guardia.

Amanece y algunos saludan al sol. Otros a los pájaros. Hay muchas flechas que reparar y mucho camino por recorrer para ver si los intrusos siguen ahí. Un grupo sale en su búsqueda y desde la cima del cerrito ven que han desaparecido. Vuelven y lo comunican al resto. El sol les dice que es momento de salir a cazar.

Enviado por Javier Pereira de www.filosofia.lat

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