El Hipeirón de Hölderlin

Hölderlin inspira un cambio profundo hacia la libertad y la reconstrucción cultural, reflejando el anhelo de un nuevo mundo desde las raíces del ser.
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Imagen de un hombre soñando como un dios y reflexionando como un mendigo, con un telón de fondo de la antigua Grecia y un nuevo mundo en ascenso.



“El hombre es un Dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”. F. Hölderlin.


“¡Que cambie todo a fondo! ¡Que de las raíces de la humanidad surja el nuevo mundo! ¡Que una nueva deidad reine sobre los hombres, que un nuevo futuro se abra ante ellos!”. Son palabras importantes, escritas por el gran poeta alemán Friedrich Hölderlin y puestas en boca del personaje central de la que, tal vez, sea su obra mayor, el Hyperión. Palabras, sin duda, dignas de evocación, en momentos cruciales, decisivos. Momentos en los cuales una sociedad entera, humillada en su dignidad y arrojada hasta el foso de la miseria, decide, finalmente, alzar su voz y, elevando sus brazos, voltea la mirada desde las profundidades de la caverna, desde la prisión en la se encuentra desde hace más de veinte años, para iniciar el viaje de regreso hacia el encuentro con la libertad. Palabras y momentos que son, a la vez, una denuncia de los gatopardismos y de las medianías, mientras que exhortan a reiniciar el difícil viaje, a objeto de “superar y conservar” el propio recorrido, si es que, en esta oportunidad, se quieren hacer las cosas bien, correcta y concretamente.

Ubicado entre la schilleriana educación estética y la experiencia de la conciencia hegeliana, el Hyperión representa la necesaria determinación del concepto hacia la comprensión de su historicidad. No por casualidad, en la mitología clásica Hyperión es el dios de la observación. Hijo del cielo y de la tierra, padre del sol, de la luna y de todo nuevo amanecer, es “el titán que camina en las alturas, el que todo lo ve y el que da orden al mundo”. La obra lleva como subtítulo El eremita en Grecia. No será necesario insistir en el hecho de que Grecia es el punto de origen de la civilización occidental y, en consecuencia, de la idea de libertad. Pero llama la atención la presencia del eremita –o ermitaño–, del humilde maestro que, no sin paciencia y constancia, consagra su vida al estudio profundo, con razonable reserva y sigilo. Es el que reconoce, el que sabe –porque ha observado y recorrido– el camino, la vía regia que conviene seguir, la aletheia, lo que se desoculta como resultado del “reencuentro con nosotros mismos”. Se trata de quien lleva adelante la difícil empresa de reconstruir, desde el presente, el empedrado calvario del espíritu. Remontarse hasta los orígenes, tomar el pulso de su devenir, de sus aciertos y errores, para poder así comprender el presente. He ahí la belleza y el bien de los cuales deriva el sentido y significado de la libertad. Porque la libertad no es un regalo de la fortuna, sino la decidida conquista de la inteligencia y de la voluntad.

De la cabal comprensión de las propias raíces puede surgir un nuevo mundo, una nueva sociedad, un nuevo ethos. En la obra de Hölderlin se funden la poesía, la filosofía y la política con la historia. Hyperión emprende el viaje de regreso a su Grecia natal, al referente de sus orígenes, a objeto de reencontrarse consigo mismo y poder así “salvar el vacío mundo del presente”. El eremita le cuenta a Belarmino –símbolo del modo de pensar de su tiempo– su historia; le va recordando, paso a paso, cada obstáculo, cada develamiento, cada victoria y cada nueva caída. No le cuenta el pasado cual simple espectador, sino que con el pasado revive cada momento, se lo reapropia. Así como todo hombre que ha alcanzado el esplendor de la madurez siente la necesidad de voltear la mirada para hacer un balance de su vida, del mismo modo la conciencia tiene la necesidad de volver atrás para hacer las cuentas con las diversas etapas por las que ha tenido que pasar para poder llegar al aquí y al ahora. Algo, siempre, va quedando. La experiencia deja a su paso arrugas y cicatrices, pero no hay experiencia inútil. Toda experiencia es un viaje, una prueba, que va liberando al sujeto de sus errores. Y mientras más hondo se penetra en los recuerdos más firme se hace el retorno, el reencuentro con el sí mismo, y con más intensidad se reafirma la existencia que lo transforma en un ser completo y concreto. Solo entonces el sujeto objetivado se conserva y supera. Hyperión representa ese sujeto-objeto, la actio mentis: “Hay algo en nosotros, esa ambición irresistible a la totalidad, que como el Titán del Etna brota enojado desde las profundidades de nuestro ser”.

El país necesita repensarse para poder reconstruirse. Si bien es cierto que “no hay vuelta atrás”, que el actual régimen de terror y corrupción, que ha desencadenado la peor de las miserias –¡la del espíritu!– da sus últimas bocanadas de fétido aliento tiránico, no menos cierto es el hecho de que ha llegado el momento indicado para un cambio profundo de la vida cultural. Es tiempo de revisión y ajuste. La pars destruens, que por años ha sido el estandarte de una porción significativa de la idiosincrasia nacional –esa pretensión insensata de querer permanecer indefinidamente en la adolescencia que caracteriza al niño rico con calcetines rotos–, tiene por fuerza que dar paso a la pars construens que lo cambie todo a fondo, como exige el poeta. Las bajas pasiones de la tiranía despótica se fueron diseminando y alojando, por años, en la población más vulnerable –la menos cultivada– del mismo modo como las células malignas se van esparciendo por el organismo y lo van enfermando hasta la metástasis. El populismo es eso: una célula madre cancerosa, invasiva y agresiva, que rápidamente se introduce en el tejido sano para infectarlo y corromperlo.

Querer insistir en el modelo de una sociedad, aunque técnicamente capacitada, carente de educación estética, de formación cultural; en una sociedad dispuesta a prestar atención al canto de las sirenas del pequeño caudillo que se lleva por dentro, dándole rienda suelta a los instintos primitivos; en una sociedad que espera recibirlo todo sin el menor esfuerzo, convencida de que naturalmente todo lo merece; o que cree poder exigir bienestar y riqueza sin producir ni lo uno ni la otra. Ese es el modelo de sociedad en el que no solo no habrá cambios significativos sino fracaso. No habrá ni viaje de retorno ni revisión del propio recorrido. No será esa la sociedad a la que convoca Hyperión. Será una ineptocracia, mas no la sociedad educada, próspera y libre que el tiempo exige.

@jrherreraucv
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