Somos consecuencia de nuestro pasado (reflexión).

Es especulativo, desde luego, pero si pudiéramos cambiar alguna decisión de nuestro pasado, buena o mala, ¿lo haríamos? No olvidemos que nuestro pasado ha generado nuestro presente.
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¿Cambiarías algo de tu pasado?


Afortunada o desafortunadamente no existe manera alguna de regresar el tiempo y cambiar nuestro pasado, ni para bien ni para mal. Siempre, por tal, tenemos que cargar con el hecho -y las consecuencias- de nuestros aciertos y desventuras. 

¿Y si pudiéramos cambiar algo? 

Imaginemos que llegara a nosotros una varita mágica, un reloj de arena, o cualquier otro artilugio que se le ocurra, amable lector, con la capacidad de retroceder en el tiempo y permitirnos modificar alguna decisión de nuestra vida, buena o mala. 

¿Lo usaríamos? 

De primer momento la pregunta parece obviar una respuesta: ¿lo malo? ¡claro que sí! pero antes de responder detengámonos un poco. 

Nuestro ser -de hoy- es consecuencia directa e indirecta de todo lo que ha vivido: de su entorno, de las personas con las que ha convivido, de los eventos en lo que ha participado y, desde luego, de las determinaciones por las cuáles se ha inclinado hayan o no dando resultados favorables. 

Así pues, tal efecto mariposa, modificar algo por pequeño o grande que sea modificará nuestra persona. Tal vez no radicalmente -como si optáramos por ejemplo ponernos o no un tatuaje- sino y sobretodo refiriéndose a nuestra manera de pensar, de creer, de sentir y de actuar. 

¿Hacia dónde me dirijo? 

Al hecho de que nos guste o no tenemos que abrazar nuestro pasado sea espinoso, doloroso o lleno de triunfos. Toda derrota y cada una de nuestras victorias han moldeado nuestra personalidad. Y lo sigue haciendo aún tengamos quince o cincuenta años. 

Madurar, cambiar, mutar son verbos de bastante y en constante conjunción en nuestra persona ya que por el hecho de vivir estamos expuestos a revalorar y transformar cada una de nuestras maneras de ver o valorar la vida. 

No somos los mismo de ayer, y mañana no seremos los mismos de hoy. Y eso, sin lugar a dudas, es el regalo maravilloso del poder razonar y replantear cada una de nuestras concepciones.

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