La escritura creativa, una aportación de la filosofía escrita.

Comprender el ejercicio de enfrentarse al síndrome de la hoja en blanco y escribir sin un objetivo aparente. En ello sólo se busca plasmar las ideas que rondan en nuestro pensamiento de manera automática e impulsiva.
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Un enfrentamiento que va más allá de la hoja en blanco en el proceso de escritura

Dicho ejercicio consiste en enfrentarse al llamado síndrome de la hoja en blanco y escribir sin un objetivo aparente. En ello sólo se busca plasmar las ideas que rondan en nuestro pensamiento de manera automática e impulsiva. 








Existe una diversidad de propuestas en el campo de la escritura emparentada con el oficio del escritor; que van desde técnicas, modelos, actitudes y una gran variedad de acciones. Todas ellas como talleres de escritura, satisfacen una de tantas necesidades propias del escritor. Y es así, por el simple hecho de que cada escritor, en su propia individualidad, busca su propio estilo y reflexión. Además de que dichos talleres, por su propia naturaleza, tienden a centrarse en un recurso en específico. Dependerá de cada escritor y/o filósofo, satisfacer y evolucionar en su quehacer del uso de la palabra.

Si bien es cierto, que en lo que respecta al texto escrito, como lo señalamos en otro artículo, no es algo del cual nos resulte imprescindible en el quehacer filosófico, si debemos tenerla en cuenta como una herramienta que nos apoye en el propio acto de filosofar, al rescatar y plasmar ideas resultantes de nuestra reflexión. Al tener en cuenta esto, es que podremos acercarnos al acto de la escritura filosófica, o mejor dicho, a la filosofía escrita que podremos producir.

Para plantearnos la tarea de escribir, podemos proponer un acto que resulta ser el común denominador de los talleres de creación filosófica y literaria; y es precisamente el hecho de ejercitar la llamada escritura creativa. Ese es en esencia, el germen que da vida a las ideas que terminarán plasmadas en un texto escrito. Y para lograr ello, se plantea tomar parte de una actividad que aunque en apariencia resulta sencillo, es por su potencial poético, que al final, puede rebasarnos.







Dicho ejercicio consiste en enfrentarse al llamado síndrome de la hoja en blanco y escribir sin un objetivo aparente. En ello sólo se busca plasmar las ideas que rondan en nuestro pensamiento de manera automática e impulsiva. Es llevar a cabo aquello que los surrealistas y el psicoanálisis explotaron bajo sus propios preceptos teóricos. Nosotros, en nuestro afán discursivo desde la perspectiva filosófica o narrativa, sólo debemos concentrarnos en vigilar que nuestra pluma fuente o el teclado no se detengan.

Nuestro argumento teórico se basará en el mero acto de receptividad de nuestras ideas inertes sin preocuparnos por la belleza del lenguaje, justificación del tema en el discurso, o cualquier otro tipo de auditoría en la redacción. Las ideas sólo deben fluir. Se debe evitar a toda costa, emitir algún tipo de juicio a-priori, y se debe vaciar o aplicar la totalidad de la mente, no debe, en consecuencia, existir ningún tipo de distracción. Al final, cuando nos enfrentemos, en una primer y subsecuentes lecturas, nos daremos a la tarea de revisar la autenticidad de nuestras reflexiones con la impostura de otros pensamientos. Esa es la filosofía escrita
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