Egoísmo y sociedad

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Egoísmo y sociedad

El hombre necesita vivir en sociedad. No se trata solo de que la convivencia nos facilite la existencia, sino que, desde lo más hondo de nuestro ser, necesitamos relacionarnos, entrar en contacto, ya sea para formar parte del grupo o para definirnos por oposición a él. Sin embargo, la vida en sociedad implica la necesidad de establecer leyes para una convivencia pacífica y, dadas las diferentes formas de ser que surgen incluso en los grupos humanos más homogeneos, el cumplimiento estricto de las leyes solo puede lograrse mediante la negación del individuo.

Lo primero que somos es la conciencia de que somos, a partir de ahí somos lo interior enfrentado a lo exterior. El "Yo" (como lo interior) se complace de ciertos eventos exteriores, mientras que otros le incomodan, le dañan. El mundo es en este sentido alienígena respecto al Yo, es un "todo fuera" frente a mí, y me daña cada vez que no se acomoda a mis necesidades. Ahora enlacemos esta idea con el tema del egoismo. Lo que habitualmente llamamos egoismo, la preeminencia del yo frente al otro, es socialmente visto como algo negativo. No compartir, no dar, no sacrificarse, es síntoma de una enfermedad social llamada egoismo, el centrarse el individuo en la comodidad de sí mismo a expensas de la del otro. Las normas de educación, la diplomacia, la compostura... nos impelen a dejar de ser uno mismo para ser la imagen de un hombre agradable. Ser amable y educado bajo toda situación, ceder siempre el mejor sitio, el mejor bocado, atender a las palabras del interlocutor (aunque no nos importen, aunque no estemos de humor), son ejemplos de conducta que provocan que cedamos pequeñas parcelas del yo, forzándonos a actuar de forma diferente a como quisiéramos. Y cuando al final la tirantez acaba, la tensión termina y los caminos se separan con aquél que nada nos importaba, o a quien no queríamos atender en ese momento, nos decimos que no había más remedio, que era necesario. Entonces partimos exasperados, con la sensación de haber hecho un gran esfuerzo.

Parece que a veces olvidemos que la sociedad ya nos exige de por sí un precio excesivo. Trabajar o morir, en palabras de Marcuse, ceder toda nuestra potencialidad a la causa de un sistema formado por millones de personas, de las cuales jamás entraremos en contacto más que con unas miles. Y este si es un precio que no podemos dejar de pagar, a riesgo de perder la propia vida. Es la sociedad, como parte de ese mundo exterior al yo la que, desde el mismo momento de nuestro nacimiento, nos exige que formemos parte de ella, que le demos la espalda a nuestra libertad individual y vivamos a su modo sin preguntar jamás si estabamos dispuestos a ello. Me parece cuanto menos curioso que esa sociedad, la misma que nos arrebata la posibilidad de correr en cualquier dirección y que cercena nuestro deseo de ser libres, nos exija ademas que le sonriamos. Todo aquel que vive al margen, por su propia voluntad o por ignorancia, del problema que supone que seamos meros esclavos de un sistema que nunca nos preguntó si queríamos formar parte de él, es tan solo un engranaje de esa gran maquinaria llamada sociedad, una pieza que funciona a la perfección, pues ha cedido con toda naturalidad la parte más esencial de ser humano: la libertad.

Somos animales, pero también somos mas que animales. Nuestra parte animal quiere autonomía, esto es, libertad para satisfacer sus necesidades. Asimismo, gracias a nuestra parte especificamente humana, nuestro intelecto, tenemos la capacidad de comprender lo que significa esa libertad y amarla. Así, ambas mitades de nuestro ser, animal e intelectual, refieren a la libertad primariamente. Y sin embargo muchos, la mayoría, no tienen problemas en negarla. Si, somos libres de hacer muchas cosas, podemos elegir entre muchas opciones. Pero no debemos olvidar que, viviendo como vivimos, perdemos gran parte de nuestra potencialidad. Parece que el sistema nos dijera: tiene usted este inmenso camino. Puede andar en cualquier direccion en él, pararse aquí, mirar allá... Pero si nos preguntamos qué pasa con todos los otros caminos que podemos plantearnos, pensar o imaginarnos, la unica respuesta de la sociedad es que esos caminos están vedados.

Lo que en la sociedad suele llamarse egoismo no es más que la afirmacion del yo interior, el último reducto de nosotros mismos que nos queda. Por ello, no creo que deba resultarnos extraño que el individuo trate de satisfacerse a sí mismo dentro de los límites impuestos por el sistema. No creo que sea necesario que se nos exija hasta la última gota de sudor, que demos todo hasta el final. Al fin y al cabo, hombre y sociedad son entes diferentes. Y en ocasiones, el hombre debe reafirmarse, y decir: Tú existes, pero yo también. Y pienso hacerte oposición hasta que la muerte me venga a buscar. Porque hoy, yo elijo no ser tú. Yo elijo ser yo.
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