Cuestiones del espíritu

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Cuestiones del espíritu por @jrherreraucv

Jürgen Habermas, uno de los más dignos representantes de la Escuela de Frankfurt, ha dado cuenta de la concepción del espíritu desarrollada por Hegel ya desde sus primeros escritos, mejor conocidos como losJugendschriften, o escritos de juventud. En la experta opinión del filósofo alemán, conviene distinguir muy nítidamente entre el Geist usado por Hegel y el mind, propio de la psicología, así como también de ciertas tendencias filosóficas contemporáneas estrechamente vinculadas al positivismo y al empirismo.


 En una expresión, para Habermas, no es lo mismo hablar del Espíritu –Geist– que de la mente –mind–. En tal sentido, sería un grave error traducir una de las obras más importantes de Hegel –si no la más importante–, es decir, la Fenomenología del espíritu, como la Phenomenology of mind, siendo más adecuada su traducción por Spirit, dado quemind sugiere la condición propia de la individualidad, mientras que Spirit comporta una relación que no puede prescindir de la comunidad, del ser y de la consciencia sociales.

Si algún religioso, particularmente inclinado hacia el llamado “espiritismo” o hacia los rituales mágico-místicos de origen africano, llegase a sospechar que en estas líneas pudiera encontrar alguna justificación conceptual para sus respetables creencias, sería necesario citar, al respecto, las palabras con las cuales Spinoza concluye la Introducción de su Tratado teológico-político: “No los invito a leerme, y, más bien, deseo que lo olviden antes que interpretarlo”. Porque, en realidad, el espíritu al cual se refiere Hegel, y que despierta el interés de Habermas, no posee nada de misticismo. Todo lo contrario, su fuerza reside en su determinación objetiva y, sobre todo, concreta. La popularidad de la “autoayuda” encuentra su explicación racional en una sociedad que ha perdido la virtud pública, con lo cual pone de manifiesto su desaliento, su tristeza interior y su pobreza espiritual. Es, en suma, el significado real de un “Dios proveerá” que hipócritamente pretende ocultar el “sálvese quien pueda”.

El espíritu es, en estricto sentido, el medio en virtud del cual un yo se comunica e identifica con otro yo. A partir de esa relación, se va progresivamente constituyendo el recíproco reconocimiento, la mediación en la que los sujetos se encuentran y se reconocen. No es posible pensar el espíritu si los sujetos no se encuentran. Más aún, si no hay encuentro es imposible la existencia misma de los sujetos.

En este sentido, puede afirmarse que el términoespíritu sustenta el pasaje dialéctico del yo al nosotros, el encuentro de los individuos como ser social, como fundamento de su civilidad, de la identidad de cada particular con lo general. Y es justamente esta relación la que configura el espíritu de un determinado pueblo, de una determinada época e, incluso, de un determinado equipo, más allá de “la subjetividad propia de la conciencia solitaria”. En consecuencia, considerarse “Vinotinto”, por ejemplo, quiere decir saberse, reconocerse, como parte integrante, sustantiva, de un determinado espíritu, por encima y a pesar de las mafias federativas o de los desaciertos o incompetencias de ciertos técnicos. El “equipo” podrá perder. Pero si se forma parte de él, si, mediante él, la condición de individuo se transubstancia en la de comunidad, en la deethos, entonces se es “Vinotinto hasta la muerte”.

Un auténtico universitario se reconoce, como alguna vez escribiera Uslar Pietri, en el estudio, en la pasión por la búsqueda continua de la verdad, en la inagotable sed de investigación que redunda en conocimientos cada vez más adecuados con la realidad, en fin, en el aprendizaje y la enseñanza, en la abnegación y la renuncia frente a todo aquello que pretenda negar el saber. Se puede llegar a pensar que se trabaja exclusivamente para el provecho propio, para el propio interés, con independencia del resto de la comunidad, cuando se penetra a ciegas en las profundidades de las galeras de la experiencia individual. No obstante, y como resultado, es decir, retrospectivamente, llega la sorpresa, la maravilla que, según Aristóteles, se haya al inicio de todo verdadero re-conocimiento: la sutil punta de la astucia ha concluido su función esencial. Le ha hecho comprender al topo insensato que su labor ha terminado en la reafirmación y enriquecimiento del espíritu, del cual es arte y parte.

El extravío del espíritu de un pueblo es el terreno propicio para el surgimiento de “la guerra de todos contra todos” y, por supuesto, para el surgimiento del despotismo. Es el “río revuelto” que da ganancia a los inescrupulosos, a los resentidos, a los corruptos, en suma, a ese malandraje al que García Bacca definiera cabalmente como “la canalla vil”. Cuando el asesinato y el hurto se hacen hábito, o cuando “la sociedad del control” se traduce en largas colas para adquirir alimentos y medicinas; cuando la educación, la salud y la seguridad personal dan paso a la vindicación de la mediocridad, la insalubridad y el terror; cuando el valor material de la moneda es inferior al del billete que lo representa; cuando se “encarga” a un delincuente robarse un vehículo para extraerle los repuestos a fin de reparar el propio; en fin, cuando la miseria humana se ha extendido como un cáncer que ha hecho metástasis, entonces el espíritu deviene pobreza. Ya no hay “Vinotinto”, ni re-conocimiento. Ya no hay “equipo”.

La labor es ardua. No es moral: es ética. El problema no se resuelve mediante la elaboración de un “plan” de “economía productiva”. Extraña frase, por lo demás, que la hace sospechosa de vacuidad. Por lo pronto, “salvar” el país solo puede ser el resultado de la recomposición integral de su espíritu.
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