Crisis, Acción, Contemplación, Filosofía y Pereza

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Crisis, Acción, Contemplación, Filosofía y Pereza.
Este escrito plantea las reflexiones que despiertan las distintas posiciones defendidas por muchos filósofos de foro y red social como respuesta a la situación crítica –de crisis– en que se encuentra la sociedad actual, configurando un panorama, en opinión del autor, de lo más inconsistente e ineficaz.

«El mistiscimo tradicional ha sido contemplativo, ha tenido la convicción de lo irreal en el tiempo, es esencialmente una filosofía de la pereza. Un hombre entregado a la contemplación llega a descubrir que la contemplación es el verdadero fin de la vida y que el verdadero mundo está oculto para los que se entregan a las actividades de la vida».

Esta frase de Bertrand Russell, extraída de su ensayo "La filosofía en el siglo XX", en la que expresa su crítico punto de vista sobre la vida contemplativa, es la que ha representado el papel de catalizador en este escrito, incluido –quizá presuntuosamente– en la categoría de «pensamientos en filosofía». Pero, como todo catalizador, su papel no es sustantivo; es un elemento necesario pero no suficiente para el resultado final, el cual jamás podría obtenerse sin el resto de elementos de la fórmula, todos ellos bastante más importantes.

Crisis
En primer lugar, y el más importante, tenemos un elemento objetivo: la Crisis. Así, sin adjetivar y en mayúsculas. Podríamos referirnos a ella como «la madre de todas las crisis». Resultaría prolijo y altamente ineficiente dedicar parte de este escrito a identificar sus distintas caras y profundizar en ellas, esfuerzo estéril e inútil que solo conseguiría desviar la atención del tronco reflexivo principal y generar confusión. En cambio, la Crisis –en abstracto– es algo que todos reconocemos objetivamente como una losa que pende sobre nuestras cabezas y ejerce su influjo negativo en la práctica totalidad de órdenes de la vida, de los cuales –esto es opinión subjetiva– el económico es sólo un pequeño efecto colateral.

Acción
En segundo lugar entra en juego mi percepción, probablemente sesgada por los foros filosóficos a los que tengo acceso, de que arrecia la opinión de que es preciso «pasar a la acción», de que un filósofo que se precie no puede mostrar indiferencia frente a la situación en que se encuentra inmersa la sociedad y que debe «tomar partido». Así, florecen más y más publicaciones en este sentido, en lo que se interpreta como una «primavera filosófica», como una especie de Renacimiento llamado a ser un bálsamo de Fierabrás curalotodo, algo así como el eficiente Lobo, «resolvedor de problemas» de Pulp Fiction. Este elemento de la fórmula será asimismo considerado de forma genérica, desde muy arriba en la escalera, debido también a su carácter multiforme, en el que se da cabida a todas las tendencias, matices y sabores propios de la condición humana, diversa por naturaleza, diversidad que, más allá de su positividad, en este caso lastra y dificulta sobremanera una eventual unidad de acción.

Contemplación
Sorprende también que en los mismos foros y, frecuentemente, los mismos «filósofos» sean fervientes defensores de la abstracción reflexiva, de la búsqueda introspectiva del Yo como solución –ignoro si paralela o complementaria a la acción pura y dura– a los graves problemas de la humanidad, argumentando que a través de este encuentro con nosotros mismos se conseguirá la mejora del Ser colectivo, resultado que me parece de lo más peregrino si se basa exclusivamente, como parece, en mirar dentro de nosotros mismos o en mirarnos el ombligo, que viene a ser lo mismo. De nuevo, en este elemento nos quedaremos en lo genérico, en lo conceptual, sin entrar en los múltiples matices que caracterizan la filosofía contemplativa, normalmente inspirados en escuelas de pensamiento orientales muy alejadas de la filosofía y de la cultura occidental.

Filosofía y Pereza
Nos encontramos pues con una fórmula de tres elementos: la Crisis, la exigencia de Acción y la defensa de la Contemplación, a los que debemos sumar la frase de Russell, verdadero martillo pilón que, formando parte del mismo, pretende pulverizar el elemento «contemplativo». Y esta fórmula de elementos tan diversos, tan disonantes, tan antagónicos, es la que conduce inevitablemente a estos «pensamientos en filosofía». Incluso a pensar en «la» filosofía. Y la verdad es que sólo me genera preguntas sin respuesta, las cuales, por su enorme diversidad, también me abstendré de plantear. Me limitaré al cómodo papel del crítico improductivo que, emulando a estos filósofos de salón, se permite opinar sobre la inconsistencia de estos planteamientos. Sobre la incongruencia que representa la absurda defensa simultánea de dos planteamientos vitales absolutamente opuestos e incompatibles con la obtención de un resultado común, sea el que sea.

Me abstendré también de hacer juicios de valor sobre la indudable bondad conceptual de las soluciones propuestas consideradas por separado, lo que llevaría indefectiblemente a entrar en detalles que, no me importa reconocer, rebasan mi conocimiento y el alcance de este escrito, aunque no sería honesto ocultar mis preferencias por la Acción y mi simpatía por Russell y su opinión sobre la Contemplación y la filosofía de la Pereza.

Pero lo que resulta imposible es no poner en tela de juicio el objeto de la filosofía en la época que nos ha tocado vivir, con una sociedad tocada por todos los males, con un papel a jugar totalmente desdibujado y desorientado, sometida también a tensiones y agresiones de todo tipo y a su disolución –o simbiosis, según el opinador– en la ciencia. Y a encontrar este papel perdido no contribuyen precisamente los manifiestos de los que se atribuyen el papel de «filósofos» populares –próximos al pueblo– que, en definitiva, deberían ser capaces de generar y transmitir un mensaje coherente a la sociedad que pretenden mejorar.

Lo que parece evidente es que los efectos de esta Crisis sistémica han alcanzado a la esencia de la misma filosofía y que resulta necesaria una verdadera y profunda revolución del pensamiento colectivo que deberá también sobreponerse a otra de las numerosas cabezas de la hidra, la acusada crisis de liderazgo, condición necesaria –por su trascendencia sobre la sociedad–, pero no suficiente, como ha quedado demostrado con el escaso o nulo efecto causado por el mensaje de alta resonancia pública de reputados pacifistas como el propio Russell o Einstein –más allá de su posteriormente lamentado apoyo al proyecto Manhattan y de su errónea etiqueta de «padre de la bomba atómica»–, promotores del manifiesto antibelicista que tomó el nombre de ambos, firmado en Londres en julio de 1955. Convendrá también apuntar el profundo escepticismo que ambos declaraban abiertamente y que no nos hace ser, precisamente, optimistas respecto al futuro.

Esta es la cómoda reflexión desde fuera, realizada por un protofilósofo que no se moja, que no propone soluciones, que –a diferencia de muchos– no sabe «qué» hacer ni, consecuentemente, «cómo» hacerlo. Pero esto no impide ser sensible a esta peculiar situación y desear que la filosofía, a través de verdaderos filósofos, encuentre su camino. Un camino colectivo, de proyección social, no individual, no contemplativo, no exclusivamente introspectivo. Y práctico. Sobre todo, práctico. Alejado tanto de la filosofía de la Pereza como de la Pereza que da leer a algunos pretendidos «filósofos». Mientras tanto, pienso que no nos queda más que el ejemplo individual a nuestro entorno, con la probablemente ilusoria esperanza de que, a través de la Acción, no de la Contemplación, se extienda poco a poco la mancha. Este es mi «pensamiento en filosofía».
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