Así como se niega a atribuir un valor objetivo a los conceptos, Antístenes se niega a admitir la validez del principio de contradicción. No cree que uno pueda convencer de un razonamiento opuesto al suyo a un individuo que profesa una opinión descabellada. "Sería un error contradecir a un contradictor para reducirlo al silencio: antes bien, conviene ilustrarlo. Pues uno no cura a un maníaco haciéndose el loco ante él." Desde una perspectiva solipsista, hay que admitir que el crédito del lenguaje se reduce al mínimo: hablar equivale a agravar la incomunicación. Mientras los filósofos clásicos se dedican con devoción a la lingüística para emplear de la mejor manera las palabras, la retórica o la demostración, los cínicos prefieren otras vías pues "es propio del ignorante hablar mucho y, para quien así obra, no saber poner freno a su parloteo".
Las soluciones son limitadas: o bien se llega a la conclusión, como Wittgenstein, de que "sobre aquello de lo que no se puede hablar, debe callarse"" -con lo cual uno se condena al mutismo y el silencio perpetuo-, o bien se opta por buscar nuevas fórmulas que, a veces, compensan la impotencia del lenguaje mediante gestos que aunque se realicen en silencio lo superan ampliamente. Por cierto, los cínicos no optaron por la solución del mudo...
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