El soliloquio de descartes

Luis Natera nos introduce en la importancia de la vida y obra de Descartes.
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La mente humana es un laberinto de ideas, conceptos y saberes que abren constantes caminos a la aceptación de realidades, que sin más se convierten en axiomas, o en su defecto, en la duda mismas; siendo esta una acción llevada a cabo de manera caprichosa, o argumentativa, dependiendo de cómo este el firmamento de la psique, detallando paso a paso lo que debería ser la revelación de las pruebas que den como resultado una verdad, que sin importar el escenario donde esta se presente siempre salga airosa; dejando así, desvelada la posición de irreverencia de quien tuvo la osadía de cavilar.

 

Pues, a partir de nuestro primer soplo de vida, ya nuestra mente es colmada por “verdades” proveniente de las tradiciones, sean familiares, religiosas o sociales, donde en su mayoría son fundamentadas a través de la falacia de apelación a la autoridad, debido que, se afirma que estas son verdades irrefutables por el solo hecho de ser emitidas por tal o cual personalidad; dejando un espacio a la sombra y casi escondida para la opción, el discernir y la crítica.

 

Rene Descartes


Rene Descartes, quien no escapó de este bombardeo y además vivió la dureza de aquella época donde el solo hecho de poner en la palestra una idea contraria a la aceptada por las autoridades era prueba incuestionable para ser hallado culpable, y por lo tanto, ser sepultado en las catacumbas del olvido oficial, al mismo tiempo llevar esa letra de color escarlata de hereje en la solapa. Sin embargo, y a pesar de los vientos adversos que pudieran estar acariciando la polis donde Descartes transitaba, tomó la decisión libre de abrazar la soledad y murmullo del silencio, para así, escuchar lo que su mente gritaba, pero que por los momentos nadie más debiese escuchar.

 

He advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había admitido como verdades muchas opiniones falsas, y que lo edificado después sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto; de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito y empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias.” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 17).

 

Descartes inicia así sus meditaciones, da el primer paso fuera del umbral de lo aceptado solo por usanza, comenzando, un viaje sin retorno, y teniendo como estandarte la frase “De las cosas que pueden ponerse en duda”; inaugurando la filosofía moderna en occidente.

 

“Así pues, ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado, habiéndome procurado reposo seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente y con libertad a destruir en general todas mis antiguas opiniones” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 17). Se nota claramente que es ya un hombre moderno, está solo y actúa con total libertad, es decir, esto lo hace porque quiere y no está sometido a las doctrinas escolásticas; desvelándose la importancia de la voluntad de querer hacer libremente, lo cual, será una característica de la filosofía que este grandioso pensador tendrá en el devenir de sus días.

 

Después de las dos aclaraciones trazadas, comienza propiamente el planteamiento de la duda metódica, ante la necesidad de una primera evidencia, y el poder alcanzar una verdad de que no se pueda de ninguna manera dudar, recurre pues, a situar todo a través de la duda. Entonces, se formula una cuestión, ¿de dónde procede todo nuestro conocimiento? ¡De los sentidos!, por tanto duda que el conocimiento que estos nos proporcionan sea totalmente cierto, desarrollando un juego de duda y contra-duda, comparando lo que captamos por los sentidos con las alucinaciones de los llamados “locos” y, con las imágenes que nos proyectamos en sueños; destacando lo siguiente: “pero, aun dado que los sentidos nos engañan a veces, tocante a cosas mal perceptibles o muy remotas, acaso hallemos otras muchas, de las que no podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos por su medio; como, por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata puesta y este papel en mis manos, o cosas por el estilo. Y ¿cómo negar que estas manos y este cuerpo sean míos, si no es poniéndome a la altura de esos insensatos, cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que aseguran constantemente ser reyes, siendo muy pobres, ir vestidos de oro y púrpura, estando desnudos, o que se imaginan ser cacharros, o tener el cuerpo de vidrio? Más los tales son locos, y yo no lo sería menos si me rigiera por su ejemplo”. (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 18).

 

Descartes, se encuentra seguro a esta altura de la meditación que aquello compuesto, es decir, los sentidos no son de fiar, ya que, nos pueden tener sumergidos en un engaño infinito, quedando a merced de la vulnerabilidad de estos, fáciles de manipular por factores externos al individuo, o en algunos casos, víctimas de galimatías de su propia existencia. Pero, entonces, de que no duda Rene, y la respuesta es de las cosas simples y universales, como las matemáticas, quedando en evidencia, en el hecho de que este construye su método basándose en ellas, asegurando que “pues, duerma yo o esté despierto, dos más tres serán siempre cinco, y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados; no pareciendo posible que verdades tan patentes puedan ser sospechosas de falsedad o incertidumbre alguna”. (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 19). Esto debido que, sin importar donde la persona se encontré, como se encuentre y cuando se encuentre, estas a través de su simplicidad serán siempre fiables, indubitables; pues, aunque los sentidos nos lleve a un mundo de cielos purpuras, aguas gobernadas por tritones y montañas de azúcar, las partes de un cuadrado serán cuatro y las sumas jamás restaran.

 

Ahora bien, ¿son las matemáticas una ciencia irrebatible en su fiabilidad? Es una interrogante que para Descartes era incuestionable, pero aun así, debía indagar la existía de alguna grieta aunque pequeña que fuera, que pudiera permear la luz del engaño sobre estas, a pesar de la certeza que ya habitaba en él. Para esto, Rene debió recurrir a Dios, pues solo Dios todopoderoso podría ser responsable que las matemáticas no fueran axiomáticas, yaciendo allí una contradicción “pues se dice de Él que es la suprema bondad…” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 20); dando lugar, a un nuevo desafío para la argumentación hasta ese momento esbozada por Descartes, debido que, ¿cómo un Dios de caridad pudiera apelar a tretas y engaños?

 

Para Descartes, “si el crearme de tal modo que yo siempre me engañase repugnaría a su bondad, también parecería del todo contrario a esa bondad el que permita que me engañe alguna vez, y esto último lo ha permitido sin duda.” Haciendo algo impensado para ese tiempo, que es titubear sobre la bondad de Dios, y asegurar en cierta forma que Él mueve los hilos de las circunstancias para tergiversar la realidad conocida por el hombre, echando por tierra fundamentos escolásticos defendidos por siglos.

 

Pero este, ¿sigue fundamentando la tesis de la contradicción de la bondad de Dios? No, puesto que, establece la hipótesis del genio maligno, al decir “así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios – que es fuente suprema de verdad, - sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para engañarme” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 21). Dejándonos hasta este momento un sabor de boca agridulce, porque ha duda de todo, incluso de las matemáticas, siendo esta hipótesis, el último recurso para convencernos de tal idea, pero que al final, es un mero recurso, pues ¿Por qué puede haber un genio maligno que pese a la omnipotencia de Dios tenga el poder de persuadir que 2 más 3 no son 5, siendo mentira?, la respuesta es No. Evidenciándose que no duda de todo, porque si las matemáticas no son verdaderas las ciencias serian imposible, llegando a ridiculizar la posibilidad de la existencia de un modelo matemático que funcione, y al mismo tiempo sea falso, de allí la creación de la figura risible que puede ser el genio maligno. Pero, entonces ¿Qué nos plantea como filósofo? ¿Para qué todo este juego de contradicciones?, Descartes formula este planteamiento para hacer la primera crítica del problema del conocimiento.

 

La segunda meditación comienza con un Descartes sumido en la duda, cuando por fin llega la primera evidencia que tanto andaba buscando, “pues no: si yo estoy persuadido de algo o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme. Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña, es que yo soy; y, engáñeme cuando quiera, nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu”. (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 24). Pudiendo notar, que por una parte es imposible que el “engañador” risible lo burle cuando se piensa, y por otra, que al decir “yo soy, yo existo”, se refiere a un Ser como cosa que piensa. Asimismo, unas líneas más abajo nos aclara diciendo, “de los atributos del alma hay uno que me pertenece, siendo el único que no puede separarse de mí. Yo soy, yo existo; eso es cierto, pero ¿Cuánto tiempo? Todo el tiempo que estoy pensando” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 24), quedando a simple vista que el “cogito” o primera convicción es la vivencia del yo pensante y nada más, es decir, que la famosa frase de Descartes “pienso, luego existo” lo que significa es que él solo afirma con seguridad que existe cuando se nota pensar, y solo mientras está pensando; desde aquí el siguiente paso es averiguar que son las cosas corpóreas, porque hay que tener en cuenta que el “cogito” no es corpóreo, así que, de momento Descartes no tiene nada físico, nada relativo al mundo en el ámbito de sus certezas.

 

Ahora en la búsqueda de una segunda evidencia, que muestre verdades sobre el mundo corpóreo, Descartes menciona “tomemos, por ejemplo, este pedazo de cera que acaba de ser sacado de la colmena: aún no ha perdido su dulzura de la miel que contenía, conserva todavía algo del olor de las flores con que ha sido elaborado, su color, su figura, su magnitud son bien perceptibles, es duro, frio, fácilmente manejable y, si lo golpeáis, producirá un sonido. En fin, se encuentran en el todas las cosas que permiten conocer distintamente un cuerpo. Más he aquí que, mientras estoy hablando, es acercado al fuego. Lo que restaba de sabor se exhala, el olor se desvanece, el color cambia, la figura se pierde, la magnitud aumenta, se hace líquido, se calienta, apenas se le puede tocar y, si lo golpeamos, ya no producirá sonido alguno. Tras cambios tales, ¿permanece la misma cera? Hay que confesar que si: nadie lo negara (…) Ahora bien, ¿Qué quiere decir flexible y cambiante? ¿No será que imagino que esa cera, de una figura redonda puede pasar a otra cuadrada, y de esa a otra triangular? No: no es eso, puesto que la concibo capaz de sufrir una infinidad de cambios semejantes, y esa infinitud no podría ser recorrida por mi imaginación: por consiguiente, esa concepción que tengo de la cera no es obra de la facultad de imaginar (…) Debo pues, convenir en que yo no puedo concebir lo que es esa cera por medio de la imaginación y sí solo por medio del entendimiento…” (Meditaciones Metafísicas con objetivos y respuestas. Editorial Alfaguara-1977. Pág. 28-29). En este fragmento se denota muy bien que Descartes no niega que el mundo exista, sino es incapaz de dejar de dudar de las perfecciones sensoriales que tenemos de él, puesto que son cambiantes, lo único que se puede conocer con certeza es la extensión, la cual se conoce solo por medio del pensamiento, una vez que descarta los sentidos y la imaginación cuando determina que hay algo que está haciendo analizado por su pensamiento, entonces si se deja de dudar.

 

Rene ha encontrado sus dos primeras sustancias, el alma (res cogitans) y la materia (res extensa); aunque en estas dos primeras meditación no está expuesta la tercera sustancia, se puede observar muy bien porque en la actualidad se habla del círculo vicioso de la filosofía de Descartes, pues, es evidente aquí, que sus sustancias y sus certezas siempre se refieren a lo mismo, pensamiento y matemáticas; ejemplo la definición de la tercera sustancia que es Dios, lo cual, a todas luces es matemático, debido que hasta el nombre que escoge lo muestra: “res infinita”, del mismo modo, la de “res extensa”, porque del mundo se quedó tan solo con la extensión, pues es lo medible del mismo; por eso se tiene la convicción que Descartes desde el principio de su filosofía está seguro de lo mismo, de su pensamiento y la capacidad de este para llegar a certezas matemáticas, por ello se le denomina circulo vicioso, porque en todo su camino en la duda metódica y sus meditaciones nunca sale de ese punto de partida que ya conocía, pero lo que hace de forma astuta es presentarlo de diferentes maneras, en las que no afirma explícitamente su creencia firme solo en aquello que se pueda matematizar. Sin duda alguna, sus meditaciones lo convirtieron en anfitrión de la modernidad del pensamiento, una “bisagra” por así decirlo, entre dos tiempos de la filosofía, pues como personas “abrigamos una multitud de prejuicios si no nos decidimos a dudar, alguna vez, de todas las cosas en que encontremos la menor sospecha de incertidumbre” (cita de Rene Descartes) seguiremos habitando “in sæcula sæculorum  las cavernas de Creta.  

 

Cogito ergo sum.   

POR: Luis Natera Tibari


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