¿La providencia detrás de las crisis mundiales?

Detrás de los intereses y necesidades humanas existe una fuerza misteriosa, una providencia, que guía los acontecimientos hacia el progreso racional.
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Somos instrumentos del espíritu de la historia.

Detrás de los intereses y necesidades humanas que eligen hoy a gobiernos proteccionistas existe la voluntad de un motor racional, una providencia que guía los acontecimientos hacia el progreso humano.



Una frase que leí por ahí en un periódico me llevó a pensar lo siguiente: la actual tendencia de elegir gobiernos proteccionistas que se cierran a la globalización y a la inmigración da fin al siglo XX e inicio al siglo XXI. Ya no son hoy atractivas las políticas de colaboración y participación que tomaron auge en el mundo luego del fin de la guerra fría, ya no llaman tanto la atención las ideas de tratados comerciales globales ni de uniones entre países. La costumbre cansa, lo habitual fastidia, máxime cuando las esperanzas de un mejor por-venir se desvanecen en la cantaleta de lo cotidiano. Más de lo mismo, ya no.

            Los analistas económicos y políticos en su mayoría no ven con buenos ojos estos cambios abruptos; hablan de crisis económica, de guerra comercial, de recesión e incluso de tensión en el ámbito militar. Y no están del todo equivocados si comparamos estas tendencias con situaciones similares en el pasado. Resulta que las dos guerras mundiales y otras situaciones graves a lo largo de la historia contenían estos elementos dentro de su propio caldo. Bastó que alguien le echara un poco de su sazón para crear una sustancia explosiva.

            El cambio que se está dando entre el siglo XX y el XXI parece obedecer a un proceso cíclico. Sucede que el ser humano, en la búsqueda de una mejor vida, necesita corregir el rumbo de los acontecimientos. Como la realidad social nunca es perfecta, pues siempre como sociedad nos hace falta algo (nunca dejará de haber pobreza, desempleo, injusticia, etc), estamos obligados a transformarnos. Esta transformación sigue patrones de comportamiento similares que consisten en elegir lo contrario a lo establecido; el conservadurismo condujo al liberalismo, el despotismo a la libertad y ahora la apertura al proteccionismo. Como en la filosofía del Tao, los opuestos son complementarios, sin uno no puede existir el otro; de manera que en el trayecto hacia el ideal de vida proyectado por cada sociedad hemos de pasar forzosamente del blanco al negro, igual que un peón al avanzar en el tablero de ajedrez. Nuestro objetivo es ir encontrando las herramientas que nos permitan lograr periodos de bonanza más prolongados y de decadencia más cortos.

            Para Hegel, el proceso histórico que avanza de contrario en contrario, es decir, del blanco al negro y del negro al blanco, obedece a un principio Universal y racional, a una especie de providencia cuya meta es dirigir el desenvolvimiento de la historia hacia el progreso humano. El hombre crea su historia, la construye a partir de su deseo de prosperar, es protagonista de su propio proceso de desarrollo, mas su actuar va dirigido por una voluntad superior, por algo que Hegel llama el Espíritu, término que hace alusión a la razón, el motor de la historia que se manifiesta en la naturaleza y se realiza en el hombre. “Al seguir su propio interés, los individuos promueven el progreso del espíritu”.[1] “Es como si el espíritu utilizase a los individuos como un instrumento inconsciente”[2] en el desenvolvimiento de la verdad. Este proceso, señala Hegel, no es lineal ni necesariamente siempre beneficioso, “existen muchos periodos considerables en la historia en los que este desarrollo parece haberse interrumpido; en los que, se podría decir, todas las ganancias anteriores parecen haberse perdido por completo; después de lo cual, desgraciadamente, ha sido necesario un nuevo comienzo”[3]. En el arduo andar en busca del equilibrio, “hay periodos de retroceso que alternan con periodos de progreso sostenido”[4]. Este retroceso es parte indispensable del proceso, porque como en una espiral ascendente, debemos volver al mismo punto en donde las “fuerzas negativas” se imponen para alcanzar, en un momento posterior y en un nivel más “arriba”, una fase más favorable.

            Si observamos los cambios dados en el siglo XXI desde la perspectiva hegeliana, los intereses y necesidades particulares de los individuos que han elegido hoy gobiernos nacionalistas, representan esos bruscos giros que nos hacen regresar dentro de la espiral. Lo vemos sí como un retroceso, pues pensábamos que la humanidad había superado el racismo, el odio al extranjero y el miedo al otro; lo vemos como un fracaso, porque el muro entre economías sólo produce pérdidas; lo vemos como un tropiezo, ya que en vez de avanzar hacia la integración nos alejamos de ella. Mas debemos mirar el proceso desde lejos para ver la espiral completa. Luego de lo que se percibe como un ir hacia atrás, sigue un ir hacia adelante.  

            La teoría de Hegel sobre el proceso histórico es optimista no obstante que reconoce el sufrimiento humano en las fases de desventura. Es optimista porque siempre prevalece la razón. Los hombres somos los ejecutores de la voluntad del espíritu[5] cuya tendencia es hacia el progreso. Aunque muchas veces elegimos un camino adverso, nuestra elección, lo decía Sócrates, siempre busca un bien, un progreso. Así, en tanto que piezas de un plan que está muy por encima de nosotros, en tanto que elementos de un proceso que se dirige hacia un fin racional y verdadero que no vemos debido a una miopía natural, los individuos podemos fracasar; pero el espíritu humano siempre triunfa.




[1] Marcuse, Herbert, Razón y revolución, Alianza Editorial, p 225
[2] Idem, p 226
[3] Idem
[4] Idem
[5] Cfr. Idem, p 228
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