Crítica del conocimiento para la vida.

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Henri Bergson lectura en la evolución creadora, Introducción.
Una teoría de la vida que no se acompañe de una crítica del cono­cimiento está obligada a aceptar, al pie de la letra, los conceptos que el entendimiento pone a su disposición: no puede sino encerrar los hechos, de grado o por fuerza, en cuadros preexistentes que considera como definitivos. Ob­tiene así un simbolismo fácil, necesario incluso quizás a la ciencia positiva, pero no una visión directa de su ob­jeto. Por otra parte, una teoría del conocimiento, que co­loca de nuevo a la inteligencia en la evolución general de la vida, no nos enseñará ni cómo están constituidos los cuadros de la inteligencia, ni cómo podemos ampliarlos o sobrepasarlos. Es preciso que estas dos investigaciones, teoría del conocimiento y teoría de la vida, se reúnan, y, por un proceso circular, se empujen una a otra indefini­damente..

Así podrán resolver por un método más seguro, más cercano a la experiencia, los grandes problemas que pre­senta la filosofía. Porque, si tuviesen éxito en su empresa común, nos harían asistir a la formación de la inteligen- cia y, por ende, a la génesis de esta materia cuya confi­guración general dibuja nuestra inteligencia. Ahondarían hasta la raíz misma de la naturaleza y del espíritu.

Sustituirían el falso evolucionismo de Spencer —que consiste en recortar la realidad actual, ya evolucionada, en peque­ños trozos no menos evolucionados, luego en recompo­nerla con estos fragmentos y en darse así, de antemano, todo lo que se trata de explicar— por un evolucionismo verdadero, en el que la realidad sería seguida en su ge­neración y su crecimiento.
Pero una filosofía de este género no se hará en un día. A diferencia de los sistemas propiamente dicho?, cada uno de los cuales fue obra de un hombre genial y se pre­sentó como un bloque, que puede tomarse o dejarse, no podrá constituirse más que por el esfuerzo colectivo y progresivo de muchos pensadores, de muchos observado­res también, completándose, corrigiéndose, enderezándose unos a otros. Pero tampoco el presente ensayo trata de resolver de una vez los problemas más importantes. Que­rría simplemente definir el método y hacer entrever, so­bre algunos puntos esenciales, la posibilidad de aplicarlo.

El plan ha sido trazado por el objeto mismo. En un primer capítulo, ensayamos para el progreso evolutivo las dos prendas de confección de que dispone nuestro enten­dimiento: mecanicismo y finalidad 1; mostramos que no nos valen ni la una ni la otra, pero que una de las dos podría ser recortada, recosida, y, bajo esta nueva forma, sentar menos mal que la otra. Para sobrepasar el punto de vista del entendimiento, tratamos de reconstruir, en nuestro segundo capítulo, las grandes líneas de evolución que ha recorrido la vida al lado de la que llevaba a la inteligencia humana. La inteligencia se encuentra así co­locada, nuevamente, en su causa generatriz, que trataría entonces de aprehender en sí misma y de seguir en su movimiento. Un esfuerzo de este género es el que inten­tamos —aunque de manera incompleta— en nuestro ter­cer capítulo. Una cuarta y última parte está destinada a mostrar cómo nuestro entendimiento mismo, sometiéndo­se a una cierta disciplina, podría preparar una filosofía que le sobrepase. Para esto, se haría necesaria una ojeada a la historia de los sistemas, al mismo tiempo que un aná­lisis de las dos grandes ilusiones a las que se expone, des­de que especula sobre la realidad en general el entendi­miento humano.
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