Mitos y falacias de la "psicología positiva"

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Mitos y falacias de la "psicología positiva"
En los últimos años, la llamada "psicología positiva" ha conocido un éxito arrollador. Por todas partes proliferan los libros de psicología positiva y cada vez son más los profesionales dedicados al couching y los psicólogos "especializados" en técnicas de motivación que se ganan la vida vendiendo sus consejos "expertos" a cambio de buenas sumas de dinero. Conceptos como autoayuda, pensamiento positivo, autoestima, asertividad, visualización, creatividad, resiliencia, crecimiento personal, etc. han llegado a extenderse rápidamente entre la población.

"Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza", Mario Benedetti 

Me propongo a continuación sintetizar una crítica de la llamada "psicología positiva" con el fin de poner de manifiesto sus aspectos pseudocientíficos, fraudulentos e ideológicos. La ideología de los psicólogos es extensa. Para ello dividiré la exposición en cuatro puntos. 

1) La psicología positiva es metodológicamente defectuosa 

La psicología positiva presupone una realidad atomística. Se centra en el individuo abstractamente considerado, sin entrar a analizar las relaciones de ese individuo con otros individuos ni el proceso de interacción del individuo con su entorno, lo que constituye un individualismo metodológico. El individualismo metodológico es incompatible con la investigación científica seria y profunda porque no asume el postulado básico de una ontología materialista sistémica: que todo lo que existe (incluidos los individuos humanos) es un sistema o parte de un sistema. 

La psicología positiva parte de la emoción como algo preformado o diseñado para un fin, en lugar de verla como algo que es aprendido y valorado por parte de un sujeto en un contexto. No toma en consideración el papel del aprendizaje en la adquisición de las fortalezas. No explica cómo la emoción llega a ser. Ve la emoción como causa de la conducta en lugar de como consecuencia de ésta. Así, por ejemplo, ve la autoestima como causa de la conducta exitosa, cuando en realidad la autoestima sería más bien consecuencia de una larga cadena de conductas exitosas. En este sentido, cuando la psicología positiva hace hincapié en la automotivación incurre en aquel mismo absurdo en el que incurría el barón de Munchausen cuando relataba que había conseguido salir del agua con su caballo por el procedimiento de tirarse a sí mismo de su coleta. Desde luego, esto no tiene nada de científico y sí mucho de metafísico. 

Los psicólogos positivos utilizan una metodología simplemente correlacional: toman medidas de sujetos asignados a dos grupos en función de las características que se entienden como antecedentes y consecuentes. Pero esta metodología no es correcta para predecir ni para determinar causas: la correlación no implica causalidad. Que la presencia de determinadas emociones se correlacione habitualmente con la presencia de determinados hechos, no significa que esas mismas emociones sean la causa de esos hechos. 

Los estudios que se aportan como prueba no analizan las múltiples variables que pueden intervenir entre lo que se toma como causa (la emoción positiva, la felicidad) y la consecuencia (vivir más años, tener "éxito" en la vida). Un error grave de estos estudios es descartar que el mostrarse sonriente o positivo puede ser la consecuencia de otros factores que hacen que la persona se sienta bien. ¿Cómo delimitar lo que es causa y lo que es consecuencia en tales casos? 

Los conceptos de "emoción positiva" o "emoción negativa" no están definidos. Empezando por ahí, todo el edificio conceptual se derrumba. Los psicólogos positivos definen "emociones positivas" como aquellas que pueden solventar muchos de los problemas que generan las emociones negativas, lo que no es más que un argumento circular. Es por esta razón por la que la psicología positiva está más emparentada con los movimientos espiritualistas que con la ciencia. 

No podemos tratar los conceptos "emoción positiva" y "emoción negativa" como si fueran primitivos inanalizables. Cualificar una emoción como "positiva" o "negativa" solamente puede hacerse considerando dicha emoción dentro de un contexto, en un marco de antecedentes, cualidades subjetivas y consecuentes. Ignorar la importancia adaptativa de las emociones conlleva perder una información crucial acerca del diferente papel que pueden jugar las emociones en la adaptación de las personas a las diferentes situaciones de la vida. Por ejemplo, el miedo, en un momento dado, puede tener una función positiva si nos advierte de un peligro real que amenaza nuestra supervivencia. 

Un tratamiento científico de las emociones, en todo caso, comprendería un estudio de aquellas zonas del cerebro que se activan cuando nos sentimos alegres o tristes, por ejemplo, qué repercusiones tienen en nosotros determinadas emociones, de qué modo interactúan el sistema límbico (responsable de las emociones) y la corteza prefrontal (responsable de la cognición y el razonamiento)... Nada de esto encontramos en el campo de la psicología positiva. 

2) La psicología positiva instaura una "tiranía del optimismo"

Cualquier avance en la vida implica enfrentarse al lado desagradable, oscuro, del mundo y de nosotros mismos. Sin embargo, la psicología positiva nace del deseo de evitar enfrentarse con la realidad. Es una estrategia de evitación frente al miedo que produce la presencia de estímulos "aversivos".

La norma general de pensar "en positivo" es indudablemente buena, entendiendo por tal mantener un cierto optimismo vital que consiste en confiar en nuestras propias posibilidades y actuar de tal manera que podamos generar también confianza por parte de los demás. Si la psicología positiva únicamente viniera a decirnos esto, no estaría descubriéndonos nada nuevo que no supiéramos y que no formara ya parte de una psicología popular bastante extendida que podríamos denominar de "sentido común". Pero no se limita a decirnos esto, sino que va mucho más lejos.

La psicología positiva pretende dar validez científica a la visión norteamericana de la vida, basada en el optimismo a toda costa. ¿A qué intereses sirve esta ideología que santifica la actitud "positiva"? Evidentemente, a los intereses de quienes tienen el suficiente poder político y económico como para imponer a los demás sus condiciones. Con la coartada del "positivismo", se les puede exigir a los trabajadores que no protesten cuando se les baja el salario, que no se quejen si tienen que hacer horas extras, que no reivindiquen sus derechos si son despedidos del trabajo, etc.

En la medida en que el énfasis se pone siempre en la subjetividad individual, se difumina o directamente se borra toda referencia a estructuras y mecanismos sociales que pueden ser la causa de fenómenos como la miseria, la falta de oportunidades o la marginalidad social. Según la psicología positiva, no se trataría entonces de intervenir activamente en el curso de las cosas para cambiarlas sino simplemente de cambiar nuestros pensamientos, mostrarnos "positivos". Esto tiene la terrible consecuencia de desalentar a las personas a participar en procesos de transformación social que evidentemente desbordan con amplitud la mera esfera de la subjetividad privada. La psicología positiva se centra en los beneficios individuales que puede aportar, supuestamente, el pensamiento positivo: bienes materiales, éxito profesional, salud. Pero no nos dice nada acerca de mejorar la sociedad, hacerla más igualitaria, más justa. 

Es imposible sentirse siempre alegre. La crueldad, el asesinato, esclavitud, genocidio, prejuicio y discriminación, difícilmente pueden producir "optimismo" o "alegría" en el ánimo de quienes presencian de manera continuada tales hechos. Hay que valorar la pertinencia de cada emoción en función de su contexto. 

Una excesiva presión social a favor de una actitud "optimista" hace que las personas que se sienten tristes se retraigan a la hora de expresar sus emociones por miedo a ser reprobadas socialmente, lo cual contribuye a agravar sus estados de tristeza. Al exigir a los demás que estén siempre sonrientes y radiantes, en lugar de ayudarles mostrándoles nuestro apoyo cuando lo necesitan, haciéndoles ver que no deben sentirse culpables por sentirse tristes, provocamos el efecto contrario del que pretendemos. La tiranía del pensamiento positivo hace que las personas se estén preguntando constantemente por aquello que las hace felices, lo cual crea una ansiedad que sí puede llegar a convertirse en algo patológico. 

3) No hay un modelo único de felicidad y el éxito no es garantizable 

El concepto de felicidad es relativo a cada cultura y a cada persona, pero la psicología positiva procede como si fuera un concepto unívoco.

Las emociones no son el resultado directo de mecanismos puramente fisiológicos o neurológicos; están siempre situadas y embebidas en contextos sociales específicos y están saturadas de significados culturales. 

Por supuesto, la idea de felicidad que presupone la psicología positiva es la propia del individuo occidental, blanco, liberal, "estándar". La concepción de la felicidad como un logro personal y como un estado dependiente de la afirmación personal de sí mismo es coherente con una visión protestante de la persona que subyace en la cultura norteamericana y noreuropea. 

Sin embargo, en las culturas del este de Asia, por ejemplo, el centro del pensamiento, la acción y la motivación es el yo en relación con otros. La felicidad se considera un estado intersubjetivo basado en la simpatía mutua, la compasión y el apoyo de los demás; depende, en definitiva, de la armonía social. 

El éxito en la vida es otro de esos conceptos cuyo significado se toma como si fuera aproblemático, y por tanto, no se define, y si se define es de una forma acrítica, sin tomar en consideración que también es relativo y varía en función de las diferentes concepciones de cada sujeto y cada sociedad. 

Al presentar el éxito como el lógico resultado de un plan de acciones deliberado, los psicólogos positivos infieren que el que no triunfa es porque no ha hecho lo que tiene que hacer. De esta manera se afirma que quienes padecen, los menesterosos, son responsables de su propia situación en la medida en que no enfocan sus emociones de manera adecuada. Los que sí lo hacen, por consiguiente, defienden haber encontrado su filosofía de la vida feliz en sí mismos y no en sus previas condiciones materiales socioeconómicas, por ejemplo, lo cual es una perversa forma de legitimar el orden social imperante sostenido sobre la injusticia, la violencia y la desigualdad. No se nos oculta qué consecuencias tan nefastas para la correcta comprensión de la sociedad y la historia puede tener semejante concepción de las cosas basada en el darwinismo social más salvaje. 

4) La psicología positiva es filosóficamente irreflexiva 

Los filósofos que a menudo reflexionaron sobre la felicidad afinaron mucho más su criterio a la hora de discernir los caminos para lograrla. La visión simplista y burda de la felicidad que nos proporciona la psicología positiva no tiene en cuenta la complejidad inherente a la vida. La felicidad no es aquel estado de ánimo que se alcanza en ausencia de todo dolor, sino el resultado de un proyecto de vida que incluye al dolor como parte inevitable de la existencia, puesto que sin la presencia del dolor ni siquiera seríamos capaces de valorar como positivo su contrario, el placer. 

La psicología positiva olvida el conocimiento clásico acerca de la inteligencia emocional. La psicología ha de reflexionar sobre los supuestos filosóficos que asume implícitamente en lugar de limitarse a darlos por hecho como si fueran evidentes en sí mismos.


En definitiva, la psicología positiva es una forma de pseudociencia porque sus métodos de medición y sus modelos de explicación teórica son del todo defectuosos. 

Es una forma de mala filosofía porque asume de manera acrítica una serie de postulados filosóficos sin reflexionar sobre sus consecuencias ni compararlos polémicamente con otras alternativas posibles. 

Y, por último, es una forma de perniciosa ideología pues sirve como justificación para un conjunto de relaciones sociales basadas en el individualismo egoísta y depredador sobre el cual se sostiene el sistema económico capitalista. 

Podemos decir, en resumidas cuentas, que nos encontramos ante un tipo de "pensamiento vírico" que es preciso someter a crítica para que no se siga propagando entre la gente, puesto que constituye un obstáculo para la investigación científica y una amenaza para la construcción de una sociedad más solidaria y más justa.
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