Los soñadores alemanes en cuadros de viaje de Heine Henrich

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¡Qué extraños somos los hombres! En nuestra patria murmuramos de todo; cualquier tontería, cualquier torpeza nos subleva, y como niños, quisiéramos todos los días huir de ellas a través del vasto mundo; pero he aquí que nos hallamos realmente recorriendo ese vasto mundo, y entonces nos parece demasiado vasto para nosotros, y, con frecuencia, volvemos a suspirar secretamente por aquellas mezquinas necedades y torpezas de la patria, y quisiéramos vernos de nuevo sentados en nuestra vieja habitación tan bien conocida, y, a ser posible, construirnos una casa detrás de la estufa para acurrucarnos allí al calorcillo a leer el Indicador general de los alemanes. Esto fue lo que me pasó cuando hice mi viaje á. Inglaterra. Apenas perdí de vista las costas alemanas se despertó en mí un extraño amor póstumo hacia aquellos gorros de dormir, hacia aquel bosque de pelucones teutónicos de que acababa de alejarme malhumorado, y, cuando la patria desapareció á mis ojos, volví a encontrarla en mi corazón. Por esto mi voz debió sonar con cierta ternura cuando contesté al hombre amarillo:- "Mi buen señor, no hable usted mal de los alemanes.

Si es verdad que son soñadores, muchos de ellos han soñado cosas tan hermosas que no sé si podría cambiarlas por el despierto realismo de nuestros vecinos. Puesto que todos nosotros dormimos y soñamos, quizá podamos pasarnos sin libertad; porque nuestros tiranos duermen también y sueñan meramente su tiranía. Tan sólo despertamos cuando los católicos romanos nos arrebataron nuestra libertad de soñar; entonces luchamos, vencimos y volvimos a reclinarnos y a soñar. ¡Oh, señor; no se burle usted de nuestros soñadores, porque de cuando en cuando, como los sonámbulos, dicen en medio de su sueño cosas admirables y sus palabras se convierten en semillas de libertad! Nadie puede prever el giro de las cosas. El esplínico inglés, cansado de su mujer, quizá le eche un día una soga al cuello y la vaya á, vender a Smithfield. El voluble francés quizá llegue a ser infiel a su amada desposada, la abandone y se vaya cantando y bailando en pos de las cortesanas de su Palais-royal. Pero el alemán no echará nunca de su casa a u anciana abuela; siempre le concederá un pequeño rincón junto a su hogar, desde el que pueda referir á, sus atentos nietecillos sus consejas... Si un día, lo que Dios no quiera, hubiera desaparecido la libertad del mundo entero, un soñador alemán volvería a descubrirla en sus ensueños".


Lectura de Heine Heinrich en Cuadros de viaje.

                                                              
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