Las personas alegres tienen razón aún con la menor inteligencia.

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El presente escrito semi-humorístico se hace para aquellas personas que siempre obtienen lo que quieren, es decir, de las que diremos que llevan razón en sus argumentos, y esto, aunque sus actos no covarien con las conductas llamadas inteligentes.

Se quiere pensar (en este escrito) que la inteligencia es capaz de impedir conductas útiles, esto es algo extraño, pero es el objetivo, entonces, al hecho de ser capaz de articular entre sí una serie de constructos que desemboquen en una idea más o menos concreta, se entiende como inteligente, pero, si este proceso constructivo inunda a su vez al sujeto en una pasión triste, entonces, esta conducta será menos útil e inteligente que cualquier otra que mantenga al sujeto en un estado alegre.

Y para explicar esta descripción no se gastará mucho esfuerzo -ya que no pretende alcanzar una validez muy elevada, en cambio siempre podrá -quien se lo proponga- observar a su alrededor y encontrar a aquellas personas de mayor éxito, y entonces les propongo unos ejercicios para probar que es más fuerte en el observado: si la alegría o la inteligencia.

Pruebe a preguntar a su objetivo, con cara seria y ojos tristones, sobre los problemas más importantes en política internacional, y verán que estos problemas rara vez tienen solución sin ir acompañados de una sonrisa, entonces vuestro entrevistado haciendo gala de su inteligencia sonreirá al mismo tiempo que esbozará una frase ingeniosa. Y ustedes sabrán a ciencia cierta que están delante de un señor de éxito.
Pero, si no quedan totalmente convencidos recuerden a aquel personaje de ficción llamado Forest Gump, que es quizá, quien consiguió más éxistos con la menor inteligencia, y por eso diremos de él que era su alegría y actitud lo que le llevó al éxito.

Y es así como hemos afirmado que las personas alegres, aún con razonamientos muy estúpidos, siempre llevan la razón.

                            
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