Hermann Hesse. Simple y pura música.

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En definitiva, la gente como nosotros no hace durante toda su vida otra cosa que luchar en este mundo por un poco de amor y de comprensión, a través de rodeos desesperados y mediante absurdos lenguajes secretos, porque, a pesar de toda nuestra desesperación y de nuestros fracasos, seguimos manteniendo en el corazón la creencia de que la música que creamos tiene un sentido y procede del cielo.

Por lo que al que hacer poético se refiere, a mí me va mucho mejor que a usted, al menos en apariencia. Hace años escribió usted su libro Cautiverio, una de las obras más sinceras y conmovedoras de nuestra época, un libro milagroso..., y nadie sabe nada de él; los libreros abarrotan sus escaparates con toda la quincalla de moda que es devorada hoy para yacer mañana en el cubo de la basura y los libros como el suyo permanecen desconocidos. Pero aunque a mí me va mejor que a usted y mis libros se venden más, no crea que tengo más suerte que usted en lo que se refiere a ser comprendido, Emmy, ni más que 1a que tuvo nuestro querido Hugo. Nosotros hacemos nuestra música y, por malentendido e incomprensión, alguien nos arroja de cuando en cuando una moneda de cobre en el sombrero, porque cree que nuestra música es algo didáctico, moral o sensato. Si supiese que es pura y simplemente música, proseguiría su camino guardándoos su moneda.

Sin embargo, los grandes éxitos de moda enmohecen pronto, Emmy, y la poesía sigue viviendo. Recuerdo muchos ejemplos. No quiero hablar de los poetas antiguos, que desde hace cien y más años son incomprendidos y sin embargo, no caen en el olvido, porque siguen viviendo y ardiendo por siempre en diez o cien corazones fervientes.


Me acuerdo, por ejemplo, de un tal Knut Hamsun. que hoy es un señor anciano ya y goza de fama mundial: los editores y las redacciones le estiman y valoran muy alto y sus libros conocen muchas ediciones. Este mismo Hamsun, allá por la época en que escribió sus libros más hermosos y encendidos, fue un apatrida desesperado, con los zapatos siempre rotos y flecos en el pantalón; y cuando los muchachos de entonces le defendíamos y gritábamos nuestra admiración por él, se reían de nosotros o ni siquiera nos hacían caso. Sin embargo, ha llegado su tiempo y los espíritus mostrencos han recibido su descarga a través del largo hilo conductor, tan bien conocido por nosotros, después de treinta años, y se estremecen y tienen que reconocer que han tropezado con algo condenadamente vivo. 

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